Dado
que en el blog Non Possumus se insiste en considerar el sedevacantismo
como
peligroso y cismático con la reciente publicación del P. Boulet: “¿Está
Vacante
la Sede?”, creo que hay que hacerles saber a los fieles que eso se
corresponde
con el artilugio de haber satanizado el tema haciendo un tabú y un
estigma.
De
una parte no se distingue que haya un sedevacantismo visceral, categórico,
dogmatizante,
que irónicamente parte del mismo concepto erróneo y papólatra de
los
antisedevacantistas. Papolatría que consiste en divinizar o cuasi divinizar la
persona
del Papa, haciéndola indefectible siempre en la fe, por lo cual se hace
impecable,
siendo imposible que se desvíe en la fe y así es inmune ante todo cisma,
herejía
o apostasía. La infalibilidad sería así idéntica a la impecabilidad.
Todo
esto por entender mal las promesas de Nuestro Señor (Lc. 22, 32) así como la
misma
infalibilidad del Papa y a lo cual se suman una errónea concepción del
axioma
la suprema sede por nadie puede ser juzgada y que es de fe que este Papa
hic
et nunc (aquí y ahora) es verdadero y legítimo Papa, de tal modo que todo el
que
no esté con el Papa es un cismático por lo menos, si es que no es un hereje.
De
aquí el tácito y oculto deseo de muchos de los tradicionalistas (sacerdotes y
fieles)
de procurar a todo precio, guardar un contacto la Roma modernista,
apóstata
y anticristo, y obtener una aprobación o reconocimiento que los certifique
como
católicos; por eso las expresiones tan conocidas “si el Papa me llama voy
corriendo”, o un
poco más veloces, “si el Papa me llama, me voy en avión”, como
también,
“si no se va a Roma se es cismático”, viéndose, además, obligados a decir
que
lo que está en Roma es la legítima autoridad, por más que la evidencia de los
hechos
nos muestre una fe y una religión adulterada y ante una Nueva Iglesia
Conciliar.
A
esto se suma el otro axioma: “donde está el Papa está la Iglesia”; si
todo esto no
se
estudia bien teológicamente nada de raro que se caiga en graves errores sobre
el
tema
tal como hoy acontece. La mediocridad teológica así aparece en todo su
esplendor
pontificando una vez más en el error bajo apariencia de verdad y defensa
de
la fe.
Se
confunde de otra parte, infalibilidad, con impecabilidad del Papa en materia de
fe;
se toma además como un dogma o cuasi dogma de fe que tal o cual Papa aquí y
ahora,
es verdadero Papa, al igual que muchos incautos, por ignorancia teológica
piensan
que es de fe que en esta Hostia está la Presencia Real, substancial y
personal
de Nuestro Señor Jesucristo (cuerpo, sangre, alma y divinidad) cuando en
realidad
lo que es de fe es que toda Hostia (sin determinar ésta o aquella) está la
Presencia
Real, si ha sido válidamente consagrada; lo mismo ocurre con el Papa,
que
es de fe que todo legítimo sucesor de Pedro, es Papa y no que éste o aquel,
(teniendo
sólo la garantía de éste o aquel Papa, cuando ha sido canonizado).
La
discusión entre los teólogos sobre el tema de la Sede Vacante, prueba que ella
es
teológicamente
posible, aunque no estén de acuerdo en la solución (el cómo y el
cuándo).
El
único que lo negó, fue Albert Pighi en contra de la Tradición de la Iglesia al
respecto;
posición que San Alfonso María de Ligorio equiparaba en el extremo
opuesto
a la de Lutero y de Calvino.
De
todos modos no se percatan de que entran en el juego dialéctico entre
sedevacantismo
(visceral) y antisedevacantismo (también visceral) urdido por
Roma
modernista apostata y anticristo (si nos atenemos a los términos empleados
por
Mons. Lefebvre al nombrarla) que quede eclipsado o sepultado la
consideración
teológica de la sede vacante, y así poder continuar pontificando en
el
error para seguir socavando y adulterando la fe y la Iglesia.
El
P. Boulet menciona la obra de Da Silveira, pero parece olvidar o no tener en
cuenta
lo que allí el autor expone y concluye, lo cual se verá en los siguientes
textos:
“Contra esta primera sentencia se puede alegar, por un
lado, que el citado pasaje
de San Lucas (22,32) es en general aplicado únicamente a
las enseñanzas
pontificias que envuelven infalibilidad; y por otro lado,
que son numerosos los
testimonios de la Tradición en favor de la posibilidad de
herejía en la persona del
Papa”. (Implicaciones
Teológicas y Morales del Nuevo Ordo Missae, obra
mimeografiada
por el autor en Junio de 1971, Sao Paulo-Brasil, Arnaldo Vidigal
Xavier
Da Silveira, p.146).
“En
cuanto al sentido exacto del texto de San Lucas, numerosos teólogos contestan
que
para el cumplimiento de la promesa de Nuestro Señor, basta que no existan
errores
en los documentos infalibles. Así concluyen que no hay razón suficiente
para
juzgar que la confirmación de los hermanos postula también la
indefectibilidad
de la fe del Papa como persona privada. He aquí como Palmieri,
por
ejemplo, expone este argumento: ‘(...) no es necesario que la fe indefectible
sea
en
realidad distinta de la confirmación de los hermanos, pero basta que se
distinga
por
la razón. Pues si la predicación de la fe auténtica y solemne es infalible,
puede
confirmar
a los hermanos; por eso, una única es la fe infalible y la que confirma;
siendo
infalible, goza ella también del poder de confirmar. La indefectibilidad del
pontífice
en la fe fue pedida para que él confirmase a sus hermanos; luego, de las
palabras
de Cristo sólo se puede inferir como necesaria aquella indefectibilidad que
es
necesaria y suficiente para la consecución de ese fin y tal es la infalibilidad
de la
predicación
auténtica’ ”. (Ibídem, p.147).
“Condenando a Honorio como favorecedor de la herejía, el
Papa San León II
(+ 683) escribió: ‘Anatematizamos también a los inventores
del nuevo error:
Teodoro, Obispo de Pharan, Ciro de Alejandría, Sergio,
Pirro (...) y también
Honorio que no ilustró esta Iglesia apostólica en la
doctrina de la tradición
apostólica, sino que permitió, por una traición sacrílega,
que fuese maculada la fe
inmaculada’ ”. (Ibídem,
p.148).
Y
para que no digan que los textos del Concilio III de Constantinopla (VI
Ecuménico)
fueron adulterados, aquí hay otras cartas de San León que ya sería el
colmo
el dicho argumento, máxime que fueron escritas para España y los textos se
supone
que se adulteraron por los orientales: “En carta a los Obispos de España, el
mismo San León II, declara que Honorio fue condenado
porque: ‘(...) no
extinguió, como convenía a su autoridad apostólica, la
llama incipiente de la
herejía, sino que la fomentó por su negligencia'. Y en
carta Ervigio, rey de
España, San León II repitió que, con los heresiarcas
citados fue condenado: ‘(...)
Honorio de Roma, que consintió que fuese maculada la fe
inmaculada de la
tradición apostólica, que recibiera de sus predecesores’ ”. (Ibídem, p.148).
“Entre los documentos escritos a propósito del caso del
Papa Honorio, ninguno
goza tal vez de tanta importancia para nuestro tema,
cuanto el pasaje citado
seguidamente, extraído de un discurso del Papa Adriano II
dirigido al VIII
Concilio Ecuménico. Como veremos, cualquiera sea el juicio
que se haga sobre el
caso de Honorio I, tenemos aquí una declaración pontificia
que admite la
eventualidad de que un Papa caiga en herejía. He aquí las
palabras de Adriano II,
pronunciadas en la segunda mitad del siglo IX, esto es,
más de dos siglos después
de la muerte de Honorio: ‘Leemos que el Pontífice Romano
siempre juzgó a los
jefes de todas las iglesias (esto es, a los patriarcas y
obispos); pero no leemos que
jamás alguien lo haya juzgado. Es verdad que, después de
muerto, Honorio fue
anatematizado por los Orientales, pero se debe recordar
que él fue acusado de
herejía, único crimen que torna legítima la resistencia de
los inferiores a los
superiores, así como el rechazo de sus doctrinas
perniciosas’ ”. (Ibídem, p.149).
“San Bruno, Obispo de Segni y Abad de Montecassino, estaba
a la cabeza del
movimiento contrario a Pascual II en Italia, no se posee
ningún documento en que
haya declarado de modo insoslayable que juzgaba al Papa
sospechoso de herejía.
Sin embargo, es esa la acusación que sus cartas y sus
actos insinúan
inequívocamente. Escribió a Pascual II: ‘(...) Yo os
estimo como a mi Padre y
señor (...). Debo amaros; pero debo amar más aún a Aquel
que os creó a Vos y a
mí. (...) Yo no alabo el pacto (firmado por el Papa), tan
horrendo, tan violento,
hecho con tanta traición y tan contrario a toda piedad y
religión. (...) Tenemos los
Cánones, tenemos las constituciones de los Santos Padres,
desde los tiempos de los
Apóstoles hasta Vos. (...) Los Apóstoles condenan y
expulsan de la comunión de
los fieles a todos aquellos que obtienen cargos en la
Iglesia por medio del poder
secular. (...). Esta determinación de los Apóstoles (...)
es santa, es católica, y quien
quiera que la contradiga no es católico. Pues solamente
son católicos los que no se
oponen a la fe y la doctrina de la Iglesia Católica. Y,
por el contrario, son herejes
los que se oponen obstinadamente a aquel y a la doctrina
de la Iglesia Católica’ ”.
(Ibídem,
p.150).
“Por lo tanto San Ivo tenía razón al sustentar que por el
mero hecho de actuar en
forma opuesta a un dogma, Pascual II no se tornaba hereje.
Pero, por sus escritos,
no se ve que él haya considerado el otro aspecto de la
cuestión: el actuar
continuamente en un sentido contrario a un dogma puede ser
suficiente para
caracterizar al hereje. Y, por su parte, los Obispos
reunidos en Vienne tenían
razón al decir que es posible caer en herejía no solo por
palabras, sino también
por actos (...)”. (Ibídem,
Nota 1 de la p.152). Lo cual le pasa hoy a muchos.
“En el ‘Decretum’ de Graciano, figura el siguiente canon
atribuido a San Bonifacio
mártir: ‘Ningún mortal tendrá la presunción de argüir al
Papa de culpa, pues,
infundido de juzgar a todos, por nadie debe ser juzgado, a
menos que se aparte de
la fe. en el Dictionaire de Theologie Catholique,
Dublanchy provee algunos datos
expresivos sobre la influencia de ese canon en la fijación
del pensamiento
medieval respecto de la cuestión del Papa hereje (...)
Inocencio III se refiere a ella
en uno de sus sermones (...). En general los grandes
teólogos escolásticos no
prestaron atención a esa hipótesis; pero los canonistas de
los siglos XII y XIII,
conocen y comentan el texto de Graciano, todos admiten sin
dificultad que el Papa
puede caer en herejía, como cualquier otra falta grave; se
preocupan tan solo de
investigar por qué y en qué condiciones puede, en ese
caso, ser juzgado por la
Iglesia. Párrafo del sermón de Inocencio III: ‘La fe es
para mí a tal punto
necesaria, que, teniendo a Dios como único Juez, en cuando
a los demás pecados,
sin embargo, solamente por el pecado que cometiese en
materia de fe, podría ser
yo juzgado por la Iglesia’ ”. (Ibídem, p.152-153).
Para
todos aquellos que rechazan que se pueda afirmar la herejía de un Papa,
porque
los teólogos discuten entre sí, he aquí un texto de San Roberto Belarmino:
“Es lo que pone de relieve San Roberto Belarmino, en el
siguiente pasaje en el cual
refuta con tres siglos de antecedencia, a su futuro
hermano en el cardenalato y en
la gloriosa milicia ignaciana: ‘sobre eso se debe observar
que aunque sea posible
que Honorio no haya sido hereje, y que el Papa Adriano II,
engañado por
documentos falsificados del VI Concilio haya errado al
juzgar a Honorio como
hereje, no podemos sin embargo negar que Adriano,
juntamente con el Sínodo
romano, e inclusive con todo el VIII Concilio General,
consideró que en caso de
herejía el Pontífice Romano puede ser juzgado’ ”. (Ibídem, p.154).
“Como diremos en el capítulo siguiente, juzgamos que esta
quinta sentencia es la
verdadera, y que Wernz-Vidal tiene razón al decir –interpretando
a San Roberto
Belarmino– que el Papa eventualmente hereje pierde el
pontificado ‘ipso facto’ en
el momento en que su herejía se torne ‘notoria y divulgada
del público’ ” (Ibídem
p.176).
“Resumiendo:
creemos que un examen cuidadoso de la cuestión del Papa hereje,
con los elementos teológicos de que hoy disponemos,
permite concluir que un
eventual Papa hereje perdería el cargo en el momento en
que su herejía se tornase
‘notoria y divulgada del público’. Y pensamos que esa
sentencia no es tan solo
intrínsecamente probable sino cierta, toda vez que las
razones alegables en su
defensa parecen absolutamente concluyentes. Además, en las
obras que
consultamos, no encontramos argumento alguno que nos
persuadiese de lo
opuesto”. (Ibídem
p.181).
“En cuanto al axioma ‘donde está el Papa está la Iglesia’,
vale cuando el Papa se
comporta como Papa y jefe de la Iglesia; en caso
contrario, ni la Iglesia está en él,
ni él en la Iglesia (Cayetano)”. (Ibídem, p.185).
Suárez,
basándose en los cardenales Cayetano y Torquemada, dice respecto al
cisma:
“Y de este segundo modo, el Papa podría ser cismático, y en caso que no
quisiese tener con todo el cuerpo de la Iglesia la unión y
la conjunción debida,
como sucedería si tratase de excomulgar a toda la Iglesia,
o si quisiese subvertir
todas las ceremonias eclesiásticas fundadas en la
tradición apostólica como
observa Cayetano y, con mayor amplitud, Torquemada” (Ibídem, p.185).
“Para demostrar que ‘el Papa puede ilícitamente separarse
de la unidad de la
Iglesia y de la obediencia a la cabeza de la Iglesia y por
lo tanto caer en cisma’, el
Cardenal Torquemada usa tres argumentos:
‘1 - (…) Por la desobediencia, el Papa puede separarse de
Cristo, que es la
cabeza principal de la Iglesia y en relación a quien la
unidad de la Iglesia
primeramente se constituye. Puede hacer eso desobedeciendo
a la ley de Cristo
u ordenando lo que es contrario al derecho natural o
divino, de ese modo se
separaría del cuerpo de la Iglesia en cuanto está sujeta a
Cristo por la
obediencia. Así, el Papa podría sin duda caer en cisma.
2 - El Papa puede separarse sin ninguna causa razonable,
sino por pura
voluntad propia del cuerpo de la Iglesia y del colegio de
los sacerdotes. Hará
eso si no observare aquello que la Iglesia universal
observa con base en la
tradición de los Apóstoles, según el c. ‘Ecclesiasticarum’,
d.11, o si no observare
aquello que fue, por los Concilios universales o por la
autoridad de la Sede
Apostólica, ordenado universalmente, sobre todo en cuanto
al culto divino (…)
apartándose de tal modo, y con pertinacia de la
observancia universal de la
Iglesia, el Papa podría incidir en cisma. La consecuencia
es buena; y el
antecedente no es dudoso, porque el Papa, así como podría
caer en herejía,
podría también desobedecer y con pertinacia dejar de
observar aquello que fue
establecido para el orden común en la Iglesia. Por eso,
Inocencio dice (c. De
Consue.) que en todo se debe obedecer al Papa, en cuanto
éste no se vuelva
contra el orden universal de la Iglesia, pues en tal caso
el Papa no debe de ser
seguido, a menos que haya para ello causa razonable’ ”. (Ibídem, p.186-187).
El
tercer argumento no la consignamos aquí, pues se refiere al caso en que haya
dos
o más personas que se consideren Papa.
“Los autores que admiten la posibilidad de un Papa
cismático, en general no
dudan en afirmar, en tal hipótesis, como la del Papa
hereje, el pontífice pierde el
cargo. La razón de eso es evidente: los cismáticos están
excluidos de la Iglesia, del
mismo modo que los herejes”. (Ibídem, p.187).
Por
último, sobre el tan debatido “Una Cum”, veamos lo que dice en el
Misal
Diario
(1944), don Andrés Azcárate O.S.B. Prior del monasterio benedictino de
Buenos
Aires: “juntamente con tu siervo el Papa N., nuestro prelado N., y todos
los que profesan la verdadera fe católica y apostólica”. (Y comenta en la nota 15 al
pie
de página): “La Iglesia sólo encomienda aquí a los que profesan la fe
católica
íntegra. La que hemos recibido de los Apóstoles; los demás
no cuentan como hijos
fieles de la Iglesia y no se puede, en efecto, creer o
practicar lo que a uno le parece,
sino solamente lo que la verdadera Iglesia enseña y manda.
Sólo a este precio se
vive en comunión con ella y se goza de sus bienes”. (p. 627-628).
Por
esto, lo menos que se puede hacer es decir el Una Cum, sub conditione, para
aquellos
que entrevén al menos la duda sobre un Papa hereje y así no
comprometerse
con el error, ya que no ven todavía con claridad la conclusión
teológica;
además no es una obligación tener que decir el Oremos pro Pontífice
nostro en las
bendiciones con el Santísimo, pues hay otras fórmulas que sin
nombrarlo
se pueden hacer, pues tampoco es “conditio sine qua non” tener que
mencionar
en público esas oraciones, en las bendiciones, para ser católico.
¿Por
qué ese empecinamiento encarnizado, a todo precio, de no querer admitir ni
aún
la posibilidad de un Papa hereje, cismático o apóstata?, precisamente porque
hacen
de ello un dogma o cuasi un dogma de fe, es decir, de que tal Papa, aquí y
ahora,
es Papa legítimo y verdadero; si eso fuera cierto, San Vicente Ferrer hubiera
sido
cismático y con certeza no lo fue.
De
otra parte, ¿cómo no ver la incompatibilidad existente entre pontificar en el
error
y el cargo de Papa?
No
se puede ir contra el sentido común, que en no pocas ocasiones resulta ser el
menos
común de los sentidos, como el caso que nos ocupa, en esta hecatombe
eclesiológica
legitimar lo ilegitimable.
El
hecho de que los fieles tengan que desobedecer a la autoridad para conservar la
fe,
implica que hay un problema con dicha autoridad, lo cual cuestiona su misma
legitimidad.
Todo
lo anterior sirve para de una vez por todas demoler el tabú y el estigma que
sobre
el tema de la Sede Vacante se ha, dialécticamente, urdido y el cual ha sido
favorecido
por la ignorancia y mediocridad de un clero falto de teología. Además
darse
cuenta de lo aberrante que supone decir como lo hace, muy estultamente por
cierto,
el P. Boulet: que sería preferible para la Iglesia, estar gobernada
“válidamente”
por un hereje, que el que la Sede estuviese vacante.
Como decía mi tatarabuelo Martín Fierro:
“Mas naide se crea ofendido,
pues a ninguno incomodo;
y si canto de este modo
por encontrarlo oportuno,
no es para mal de ninguno
sino para bien de todos”.
P.
Basilio Méramo
Bogotá,
12 de Agosto de 2014