San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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jueves, 12 de febrero de 2015

El R:P: Méramo escribe: a los Impotentes MUY ORONDOS



Non Possumus y el Padre René Trincado, que está detrás, como no pueden (haciéndose
eco inconscientemente del nombre que llevan), publican muy orondos el libro del P.
Emmanuel pretendiendo rebatir el Milenarismo Patrístico de la exégesis común de la
Iglesia Primitiva, durante por lo menos los tres primeros siglos de su historia y
pretenden hoy pisotearla, esos que dicen ser tradicionalistas, sin percatarse que no
hacen más que alinearse en las filas del progresismo del insigne modernista y apóstata
Lamennais, si juzgamos de acuerdo a lo expresado por el P. Castellani en este texto:
“En suma: es la vulgar actitud conciliadora y contemporizadora del ‘evolucionismo
teológico’, la herejía más difundida y menos conocida de nuestros días: que tiene
como raíz el no pensar en la Parusía ni tenerla en cuenta, ni creerla quizá, sin
negarla explícitamente; polarizando las esperanzas religiosas de la humanidad hacia
el foco del ‘progresismo’ mennesiano”. (Los Papeles de Benjamín Benavides, ed.
Dictio, Bs.As. 1978, p. 312).
Aunque el P. Emmanuel no es milenarista, como es de esperar puesto que la escuela
francesa es muy reticente y hacia al milenarismo de modo general, aunque haya
excepciones, sin embargo este autor una es aproximación silenciosa al milenio, pues
mucho de lo que dice, se aplica literalmente al milenio con el cual encaja, si bien se
mira. Claro está que esto es pedir mucho al P. René Trincado que ni cuenta se da por
su escasa formación y estudio sobre el tema, como el mismo lo admitió hace poco más
de un año, al decir que no sabía mucho del tema, pero vemos que hoy lo impugna
acérrimamente, influido y respaldado quién sabe por qué mano (o mente) siniestra.
Con este propósito cita el libro del P. Emmanuel que tiene un prefacio de Mons.
Lefebvre, quien veía la realización profética de lo anunciado por el Apocalipsis en
nuestros días, ante la crisis de la hora presente; pero de esto ni cuenta se da el P. René,
dada su actual obcecación visceral antimilenarista.
Pareciera que es mucho pedirle al P. René que analice lo que el P. Emmanuel dice:
“Hemos dicho y mantenemos como incontestable, que la muerte del Anticristo será
seguida de un triunfo sin igual de la Santa Iglesia de Jesucristo” (La Sainte Église, ed.
Clovis, 1997, p. 334), y se dé cuenta de lo que esto implica.
Esta afirmación implica que el Triunfo de la Iglesia es después de la Parusía, si no
retorcemos los argumentos y se tiene en cuenta lo que dicen las Sagradas Escrituras,
que el Anticristo será destruido por Jesucristo, quien con el soplo de su boca lo matará.
Y esto evidentemente sólo puede acontecer por su Parusía, tal como lo afirma
expresamente la Escritura: “Y entonces se hará manifiesto el inicuo a quien el Señor
Jesús matará con el aliento de su boca y destruirá con la manifestación de su
Parusía” (II Tes. 2, 8).
El mismo San Agustín, que aunque cambió de parecer sobre el Milenarismo Patrístico
que él profesaba, y sin condenarlo ni él ni San Jerónimo, puesto que muchos santos
mártires lo habían enseñado, dice: “La última persecución que ha de hacer el
Anticristo, la extinguirá con su presencia el mismo Jesucristo, porque así lo dice la
Escritura: ‘Que le quitará la vida con el espíritu de su boca y le destruirá con el solo
resplandor de su presencia’ ” (La Ciudad de Dios, cap. 53). Luego, es evidente, nos
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guste o no nos guste, que la muerte del Anticristo será producida por la intervención de
Cristo el día de su Segunda Venida o gloriosa Parusía, bajando de los cielos con todo el
poder divino de su gloria y majestad.
Es más, esa gran unidad (como consecuencia del triunfo) de la que habla el P. Emanuel
al decir: “… en una palabra, realizándose la gran unidad comprada al precio de la
sangre de un Dios, un solo rebaño y un solo pastor” (Ibídem, p. 335), sólo puede
realizarse cabal y plenamente en el milenio.
San Luis María Grignion de Montfort, en su famosa Oración Abrazada dice: “Vuestra
divina Ley es trasgredida, vuestro Evangelio es abandonado, los torrentes de
iniquidad inundan toda la tierra y arrastran hasta a vuestros seguidores, toda la
tierra está desolada, la impiedad está sobre el trono, vuestro santuario es profanado
y la abominación está hasta en el lugar santo. (…) ¿No tendrá que hacerse vuestra
voluntad en la tierra como en el cielo y que vuestro reino arribe? ¿No habéis
mostrado por adelantado a algunos de vuestros amigos una futura renovación de la
Iglesia? ¿No es esto lo que la Iglesia espera?, ¿Todos los santos del cielo no os gritan
justicia: vindicat? ¿Todos los justos de la tierra no os dicen: amén, veni, Domine?
¿Todas las criaturas incluso las más insensibles gimen bajo el peso de los pecados
innombrables de Babilonia y piden vuestra venida para restablecer todas las cosas:
omnis criaturas ingemiscit, etc”. (Oeuvres Complètes de Saint Louis-Marie Grignion
de Montfort, ed. du Seuil, 1966, p.677).
Esto es ni más ni menos que el Triunfo glorioso de Cristo Rey el día de su Parusía
inaugurándose así el famoso Milenio o Reino de Cristo, el Reino de los Sagrados
Corazones de Jesús y María, o también como dijo Nuestra Señora en Fátima: “Al fin mi
Inmaculado Corazón triunfará”. Al fin significa: al fin y al cabo o a pesar de todo y
contra todo, incluso después de lo que dijo en La Sallete, que la Iglesia será eclipsada,
el clero será pestilente como cloacas de impureza y que Roma perderá la fe y será la
sede del Anticristo. Pero así y todo, como está la promesa infalible de que las puertas
del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia, se ve como pudo afirmar Nuestra Señora
absolutamente y sin condiciones de ninguna clase, que al fin su Inmaculado Corazón
triunfaría. ¡Qué gran y mayor esperanza bienaventurada para la pobre Iglesia
perseguida y reducida a un pequeño rebaño disperso por el mundo!
Esta es la bienaventurada esperanza de la que nos habla San Pablo en la epístola a Tito,
“Para que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos vivamos sobria, justa
y piadosamente en este siglo actual, aguardando la dichosa esperanza y la aparición
de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo” (Tito 2, 12-13), y esto es lo
único que hará resistir firmes en la fe a los pocos católicos que se mantengan fieles a
Cristo y a su Iglesia en medio de la Gran Tribulación y de la Apostasía Universal.
P. Basilio Méramo

Bogotá, 12 de Febrero de 2015