San Juan Apocaleta
Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.
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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.
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domingo, 30 de noviembre de 2014
PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO
Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Con este primer domingo de Adviento se inicia el año litúrgico alrededor del ciclo de Navidad. Es la preparación, una especie de Cuaresma para la Natividad de nuestro Señor; corresponde al color morado de penitencia y de oración que caracteriza este tiempo, para prepararnos a festejar la Navidad. Puede asombrarnos que comience el año litúrgico con el evangelio que hace alusión al fin de los tiempos, al Apocalipsis, a la segunda venida de nuestro Señor; no solamente que comience el año litúrgico con esta visión apocalíptica, sino que también termine cada año con la misma visión, con el texto paralelo de San Lucas que leemos hoy en San Mateo. Esto nos da una idea de hacia dónde debe dirigirse la mirada durante nuestra vida aquí en la tierra y no creer como sucede, que no hay que pensar en el Apocalipsis, porque esas son cosas que están más allá de nuestra comprensión, y debemos dejarlas de lado; mientras, la Iglesia nos incita a ello con este inicio del año litúrgico apocalíptico, e igual remata con la misma idea, con el mismo concepto, con la misma noción.
La Iglesia es una Iglesia esjatológica, apocalíptica. Digo esjatológica y no escatológica porque como explica el padre Castellani, escatológico sería lo pornográfico, lo inmundo, lo sucio y no lo último, como quiere decir esjatón. Hasta en eso el error paladinamente se ha filtrado y universalizado, pues no es de extrañar que en todo lo que forma parte de lo apocalíptico, del último libro del Nuevo Testamento y el único libro profético que es el Apocalipsis, haya tanto error, haya tanta confusión y haya tanto pánico, cuando es otra la realidad para el católico. En realidad es de esperanza, no de miedo, no de confusión.
Para los malditos, para los que no son hijos de Dios, para los que han rechazado a la Iglesia y a Dios nuestro Señor, sí serán días de calamidad y de miseria, pero para aquel que sufre persecución por ser fiel a nuestro Señor, esa es su esperanza: que venga nuestro Señor en gloria y majestad a liberarnos del maligno y que venga su reino. Como lo dice el Evangelio, cuando veamos estas cosas es porque el reino de Dios está cerca; el reino que pedimos en el Padrenuestro, que venga a nosotros su reino, es el objeto de nuestra redención y la de todo el universo sometido al pecado. Porque el mundo, tal como lo vemos hoy, no es como lo concibió Dios en su inicio; fue modificado profundamente por el pecado de los ángeles y el de Adán más todos los nuestros.
De ahí el gran mal, y todo lo malo que podamos ver y que escandaliza a tanta gente. ¿Cómo un Dios tan bueno permite el mal? Éste fue introducido por el pecado de apostasía de los ángeles, por la de Adán, por la nuestra, sin olvidar la gran apostasía y deicidio de los judíos.
Tenemos esa tara y de ahí todos los males, todas las enfermedades y aun la misma muerte. Pero Dios es tan poderoso que lo permite y a pesar de todo termina haciendo lo que Él quiere y hacia eso nos encaminamos. La historia de la Iglesia recorre una persecución permanente con épocas más o menos agudas, hasta la última de todas, que será la peor. Dios las permite para purificar a los que verdaderamente lo aman y la gran purificación final, la cual estamos viviendo ya, no hace más que recordarnos la pronta venida de nuestro Señor. Se evoca la imagen de la higuera y de todos los árboles que cuando ya comienzan a retoñar y a dar frutos es porque el verano está cerca.
Si reparamos en los acontecimientos dentro y fuera de la Iglesia, vemos cómo todas aquellas cosas no hacen más que acelerar la pronta venida de nuestro Señor que debemos tener siempre presente. Por eso la Iglesia la presenta en el primer domingo de Adviento, que nos prepara para la Navidad de nuestro Señor y complementa la primera con la segunda venida de Él, sin la cual la primera quedaría truncada; el plan primigenio de Dios quedaría truncado y eso no puede ser. Por tal razón, el evangelio de hoy habla de que está próximo el reino de Dios. Y no es que haya contradicción cuando se dice que el reino ya está en esta tierra y que comienza con la gracia, con la Iglesia.
Evidentemente ese reino todavía no está en todo su esplendor como debiera ser, porque no es nuestro Señor el que reina sino el príncipe de este mundo que es Satanás. Pero el reino de Dios tendrá que venir, para que culmine en esa plenitud y todo quede sumiso a Él como Rey de la creación. Vendrá en gloria y majestad, no como en su primera venida en la humillación, en esa profunda humildad, sino ya como Rey y juez del Universo.
Ese debe ser el objeto de nuestra esperanza, como lo fue para la Iglesia primitiva y en eso consistía el resorte de su espiritualidad y de su santidad para no caer en el pecado, para no caer en un mundo rodeado de paganismo como el que nos toca vivir. Por eso Satanás es contrario a todo aquello que evoca la Parusía de nuestro Señor, cuando es la misma liturgia de la Iglesia la que nos coloca frente a este hecho, pero que desgraciadamente –hay que decirlo–, por error o por ignorancia, por dejadez del clero y de los teólogos, estas realidades no son puestas en evidencia sino que se dejan de lado; es otro el espíritu de la Iglesia y de la liturgia, como podemos ver en los dos evangelios, el del comienzo y el del final de cada año litúrgico.
Es más, podemos preguntarnos: ¿tiene algo que ver la Navidad con la Parusía? Sí, tiene mucho que ver, porque son dos venidas las de nuestro Señor. La primera venida, cuando se encarnó y nació, quedaría incompleta, trunca, sin la Parusía, sin la segunda venida en gloria y majestad. No se nos puede olvidar que nuestro Señor es Rey y que el pecado distorsionó el plan divino y no puede quedar así distorsionado por siempre. Luego, algún día, tarde o temprano, ese anhelo de la humanidad toda, una, reunida no en un falso Cristo, sino en el verdadero, esté formando un solo rebaño y bajo un solo pastor y Él será reconocido y aclamado como el Rey de todos, por todos y de todas las naciones. Sin esa segunda venida quedaría trunca, chueca, no solamente la historia, sino la misma realeza de nuestro Señor Jesucristo.
De allí que antiguamente se le pintaba como el gran Señor, el Pantocrator, el Omnipotente o el Cristo glorioso, cuando se tenían más vivas esas realidades postreras y últimas que están relatadas en el Apocalipsis y que no hacen más que anunciarnos la segunda venida de nuestro Señor, sin la cual la primera quedaría entonces maltrecha, sin coronación, sin perfección. Por eso la Iglesia en su sabiduría la asocia con el primer domingo de Adviento no un evangelio conforme a la primera venida, a la Natividad del Señor, sino a la segunda, a la Parusía, para que quede así el contraste patente.
Tengamos siempre presente esto y no caigamos en el error, en la confusión, en visiones parciales de las cuales surgen herejías como la del progresismo.
Progresismo que consiste en procurar esa gran unión de la humanidad, pero no en Cristo, sino en el hombre. Todo lo que Dios promete a través de Él, el diablo lo quiere prometer a través no de Cristo, sino del Anticristo y he ahí la explicación profunda de por qué ese rechazo a todo lo apocalíptico, esa ignorancia, esa falta de exegesis.
Aquellos sacerdotes venerables que han hablado, que han estudiado, han sido perseguidos cruelmente como lo fue el padre Castellani, acosado hasta volverlo casi loco, en Manresa, poniéndole inyecciones que se les aplican a los demente, cuando era el único doctor sacro en Teología que ha habido en toda América durante los quinientos años de su existencia. Fue acechado, incluso por un obispo que hoy es cardenal, Jorge Mejía, argentino, judío, uno de los principales enemigos del padre Castellani, eyectado de la Compañía. ¿Por qué? Porque había dedicado su vida a interpretar el Apocalipsis de acuerdo con los Padres de la Iglesia y no solamente él, sino también el padre Florentino Alcañiz que murió casi loco y perseguido por iguales motivos y así mismo otros padres, prácticamente todos jesuitas, pero perteneciendo a una Compañía donde ya no reinaba el espíritu de San Ignacio, sino el espíritu de Satanás.
Ese espíritu antiexegético, antiapocalíptico, es el que desgraciadamente impera en la teología anormal que podríamos decir está en boga, no de ahora sino desde hace unos cuantos siglos, porque el error viene de larga data, pero cada vez insinuándose más y por eso la alergia muchas veces, de hablar de estas cosas, cuando la Iglesia en su verdadero espíritu nos pone frente a ellas.
Y nos pone como objeto de nuestra esperanza, de nuestra redención, como dice el evangelio de este día, “levantad la mirada porque está cerca vuestra redención”. Son palabras que hay que sopesar, meditar, que están en las Escrituras, en los evangelios y que requieren una exégesis, una interpretación, una fuente, para no caer en un puro alegorismo, que no es más que hacer de los evangelios o del Apocalipsis un libro de mala fantasía, porque hasta a eso se ha llegado. Pregúntenle a un sacerdote por cualquier pasaje del Apocalipsis y van a ver qué es lo que contesta.
Lo peor es que en el fondo hay una gran ignorancia. La Iglesia no es ignorante, es sabia, por tanto, hay necesidad de predicar estas cosas y que los fieles las tengan presentes, porque es el espíritu católico, el de la Iglesia; más en estos tiempos cuando presenciamos esos inicios de gran confusión, de esa gran apostasía que presagia el pronto advenimiento de la segunda venida de nuestro Señor y que la Iglesia quiere que cada año lo asociemos a la primera, a la Navidad de nuestro Señor y que por eso le trae tanto al finalizar como al comenzar el año litúrgico, para que de la meditación de estas cosas saquemos provecho espiritual. Que vivamos de esa verdadera esperanza sabiendo que todos esos males, por terribles que sean, no hacen sino acercar ese gran bien que es nuestro Señor apareciendo glorioso y majestuoso, volviendo a la tierra como lo vieron los apóstoles y sus discípulos el día de la Ascensión.
Ese es el objeto de nuestra esperanza para que podamos también sobrellevar esta dura crisis, esta persecución que excluye a nuestro Señor de la Iglesia para entronizar al Anticristo dentro de Ella; ese es el mensaje de Fátima, que no se ha querido revelar, es el mensaje que dice La Salette explícitamente: “Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo, el clero estará en la depravación más atroz, cloacas de corrupción serán los monasterios, las casas religiosas”. Ese es el mensaje también del tercer secreto de Fátima, por eso nuestra Señora en todas las verdaderas apariciones hace recordar esto; en una de ellas, sin palabras, como en Siracusa, no hizo más que llorar durante cuatro días consecutivos, como una madre que ve que sus hijos se pierden y no puede hacer otra cosa más que llorar. Hay que ver si un hijo al ver llorar a su madre no se regenera (porque ya es lo último que puede hacer una madre por un mal hijo), al condolerse del llanto de una madre. Por eso nuestra Señora llora para ver si queda alguno de buen corazón en esta humanidad que viéndola en ese estado se convierta y así poder salvar sus almas.
No debemos olvidar, mis estimados hermanos, que esta asociación apocalíptica que hace la Iglesia es objeto de nuestra fe y de nuestra esperanza y así no caigamos en ese error de exegesis, de teología, de interpretación, que ha relegado el Apocalipsis a un cuento de fantasías sin realidad, que lo hacen inescrutable, que no tiene sentido, como desgraciadamente ha ocurrido dentro de la Iglesia.
Hoy vemos un falso culto, una falsa misa como la nueva; yo espero, mis estimados fieles, que todos los que vienen se convenzan de la necesidad de guardar la verdadera Misa, porque la nueva es falsa, no es la católica, apostólica y romana; es una adulteración, una corrupción muy sutilmente realizada. Pero esa es la realidad, la degradación del culto de la religión, porque Satanás no quiere las verdaderas Misas que le recuerdan su derrota, el día en que nuestro Señor murió en la Cruz.
Tengamos presentes todo esto cosas para que podamos prepararnos a la pronta Natividad de nuestro Señor y también recordar su segunda venida gloriosa y que sea ese el objeto de nuestra esperanza y así seamos más fieles a Dios nuestro Señor y a la santa Iglesia a través de la mediación de nuestra Señora, la Santísima Virgen María. +
PADRE BASILIO MERAMO
2 de diciembre de 2001
lunes, 24 de noviembre de 2014
ANTIAPOCALIPTICAMENTE JUDAIZANTES ( El R.P Basilio Méramo)
Las febriles
arremetidas de las páginas de internet Syllabus y Non Possumus que
amparados y
respaldados por Mons. Williamson, no ocultan su visceral y estulta
posición
antiapocalíptica y antisedevacantista; no quieren admitir la evidencia de los hechos
de la hora presente, que desde el retorno del pueblo elegido a Tierra Santa en 1948
con la erección del Estado de Israel, son eminentemente apocalípticos. Se está cumpliendo
lo dicho y profetizado por el P. Castellani: “Eso de llamar Dios a Cristo no
distingue hoy más a los cristianos de los herejes: estos hoy día no tienen
reparo en hacerlo pero han enturbiado el nombre; se ha gastado el cuño de la
moneda. Lo que distingue a los verdaderos cristianos, es que esperan la Segunda
Venida”. (Los Papeles de Benjamín Benavides, ed. Dictio, Bs.As. 1978,
p.426).
“Los fieles de los últimos tiempos sólo se salvarán por una caridad
inmensa, una fe heróica y la esperanza firme en la próxima Segunda Venida”. (Ibídem, p.135).
Jerusalén
será hoyada por los gentiles: “Jerusalén será pisoteada por los gentiles
hasta que el tiempo de los gentiles sea cumplido” (Luc. 21,24) y esto siempre ha sido interpretado por los exégetas que
sucederá hacia el fin de los tiempos apocalípticos poco antes de la Parusía,
pero por su afán de orgullo frustrado, son impelidos en una ilusoria
reconquista falsa y quijotesca por no decir grotesca; y qué más judaizante que
esa falsa restauración progresista nos advierte el P. Castellani: “Pero ¿qué
cosa más judaizante que esperar un gran triunfo de la Iglesia antes de la
Segunda Venida del Cristo? El actual socialismo comunista, por ejemplo, es
netamente milenista carnal (y ateo), es decir, ‘judaizante’ ”. (El
Apokalypsis de San Juan, ed. Paulinas, Bs.As. 1963, p.87).
El origen de
la falsa restauración está expuesto claramente aquí: “Doctores de la Fe
se pretenden estos, y son tenidos de muchos por tales; incluso
publican libros con
aprobaciones episcopales, en gran peligro de ser engañados andan hoy
los fieles.
Uno de ellos muy famoso del siglo XIX (y muchos dellos hoy día) enseñó
que la
Iglesia antes del Juicio Universal tiene que llegar a un triunfo y
prosperidad
completos en que no quedará sobre el haz de la tierra un solo hombre
por convertir (‘un solo rebaño y un solo Pastor’) y sin más ni más se cumplirán
todas las exuberantes profecías viejotestamentarias. De acuerdo a algunas
profecía
privadas, se imaginan al Papa, (‘al Pastor Angelicus’ que debería
haber sido Pío
XII) reinando sobre todo el mundo apoyado en un Monarca Católico
vencedor (que los franceses dicen será francés ¡Enrique V¡ o ¡Luis Carlos I!,
pues hasta el nombre le saben, los alemanes que será alemán, etc.) el cual sin
embargo mandará menos que el Papa, pues el Papa mandará en todo el mundo; y así
en Santas Pascuas y grandes fiestas ¡hasta la resurrección de la carne¡ y
después a mayores fiestas… el mismo sueño carnal de los judíos, que los hizo
engañarse respecto a Cristo. Estos son milenistas al revés. Niegan
acérrimamente el Milenio metahistórico, después de la Parusía, que está en la
Escritura; y ponen un Milenio que no está en la 2 Escritura, por obra de las solas fuerzas históricas, o sea una
solución infrahistórica de la Historia; lo mismo que los impíos ‘progresistas’,
como Condorcet, Augusto Comte y Kant; lo cual equivale a negar la intervención
sobrenatural de Dios en la Historia; en el fondo, la misma inspiración divina
de la Sagrada Escritura”.
(Ibídem,
p.366-367).
Contra este
triunfo y restauracionismo iluso el antídoto lo tenemos en el Apocalipsis:
“El Apokalypsis es el único antídoto actual contra esos ‘pseudoprofetas’
”. (Ibídem,
p.367).
Por eso como
judaizantes lo combaten febril y frenéticamente. Eso demuestra en el
fondo a qué
intereses sirven y para quiénes trabajan y como hace ver el P. Castellani al decir: “No se puede. El que ‘deja allí’
el Apokalypsis canónico, cae en los Apokalypsis falsos”. (Ibídem, p.367).
Esto explica
la insistencia y persistencia de un Monseñor Williamson y de su ciego
séquito en
avalar apariciones de dudosa legitimidad como Akita, Valtorta y ahora la
americana
Anderson y su visceral urticaria por todo lo apocalíptico según las
Escrituras.
Por eso
podemos decir entonces, Non Possumus, no podemos, no se puede ni se debe ser
antiapocalíptico.
El triunfo
temporal de la Iglesia tiene su origen en Pedro Galatino: “Esa leyenda
medieval de que vendría un tiempo de ‘inimaginable’ esplendor y
triunfo de la
Iglesia, por medio de un gran rey un Pontífice, comparable a un ángel,
que inspiró numerosas profecías privadas, no tiene fundamento escriturístico ni
de ninguna clase, es una ilusión poética. Parece ser fue inventada en el siglo
XV por el monje Petrus Galatinus en su libro ‘De arcanis Fidei mysteriis contra
Iudaeos’ ”. (Ibídem, p.
56-57). Sí contra los judíos pero no por eso dejó de ser un cabalista y
judaizante.
Pues abemos
por boca del P. Julio Meinvielle que Pedro Galatino es un cabalista, y
por lo tanto
un gnostico judaizante: “Con Pico de La Mirándola y Reuchlin, a quienes no
es posible separar, la Cábala entra triunfante en la Cristiandad. Pero con el
De arte cabalística estamos ya en 1517, cuando Italia conoce la extraordinaria generación
de Galatino (1460-1540), Justiniano (1470-1536), Jorge de Venecia (1460-1540),
Pablo Ricci (+1541), cardenal G. P. de Viterbo (1465-1532), para no citar sino
a los más eminentes representantes de la Cábala cristiana”. (De la Cábala al
Progresismo, ed. Calchaquí, Salta 1970, p. 219).
Galatino
lleva el apellido de los Colonna (Columna), de esa poderos familia: “Pedro
Galatino fue un franciscano, Pedro Columna, que tomó ese nombre. Su
obra De
arcanis, fue muy difundida con el renacimiento”. (Ibídem, p.221).
Los
antimilenaristas por asombroso, paradójico e increíble que parezca, son
milenaristas
al revés (o invertidos): “Un último punto curioso deseo brevemente
revelar: muchos de los actuales alegoristas, sino todos, son en el
fondo milenistas
carnales. En efecto, negando el postparusíaco Reino de Cristo, se ven
obligados a
reponer el cumplimiento de las profecías en un futuro gran triunfo
temporal de la
3 Iglesia antes de la Segunda Venida; o sea,
en una ‘Nueva Edad Media’ (Berdiaeff y también R.H. Benson en ‘The Dawn of All’)
con el Papa como Monarca temporal universal, comandando ejércitos de alegres
(josistas) en bicicleta y camiseta de sport… coinciden con el sueño de la
Sinagoga antes de la Primera Venida.
Coinciden también el haz con la extraña visión de milenismo ateo de
Carlos Marx;
no menos que con la barrocas promesas de la muy extendida secta
protestante
judaizante llamada en Norteamérica ‘La Nueva Dispensación’. Son todos
pájaros
de la misma pluma”. (La Iglesia
Patrística y la Parusía, Alcañiz-Castellani, ed.
Paulinas,
1962, p.353).
No nos quepa
lugar a dudas, la única y verdadera restauración (apocatástasis o
palingenesia)
es por mano divina, no humana, es por intervención divina directa, lo
cual requiere
o produce un corte en la historia, y eso sólo puede ser producido por la Parusía:
“… pero también y paralelamente, el proceso de defensa y de final
Restauración, dependiente no de las fuerzas humanas sino de la
potencia
suprahistórica que gobierna la historia; la cual debe ser por
hipótesis
infaliblemente triunfante”. (El Apok. p.374).
Así los
Restauracionistas soñadores e ilusos o quizás mejor sonámbulos (pues van
caminando
dormidos por la vida) preparan el reino Anticristo: “Hoy en día
muchísimos católicos, incluso escritores, incluso predicadores,
incluso sabios como Berdaieff, o Dawson,
sueñan con una especie de gran triunfo temporal de la Iglesia vecino a nuestros
tiempos y anterior a los Parusíacos. En eso soñó León Bloy, y Veuillot y Helo y
toda la escuela de apologistas románticos franceses, comenzando por
Chateaubriand y Lammenais. En eso sueña Papini. ¿Y es otra cosa que eso el fondo del llamado mensaje del gran orador
Milanesi? ¿Y es eso otra cosa que un milenarismo anticipado, que tan imaginario
y mucho menos fundado que el mío?...
Yo por lo menos no sueño en el vacío. Es verdad –dijo don Benya–
nuestra época
está llena de profetismo como todas la épocas de crisis, porque
queremos saber a
dónde vamos, pues sin saber a dónde va, nadie puede dar un paso. Y los
profetas
de hoy se dividen rigurosamente en dos: los que creen que los actuales
son dolores
de parto y los que los creen dolores de agonía; los cuales remiten el
enfantement de la Nueva Era o después de la Parusía… Los primeros preparan el Anticristo
–dijo ferozmente el otro–. Los segundos creen en Cristo”. (Los Papeles de Benjamín
Benavides,
p.387).
El falso
argumento antisedevacantista basado en que las puertas del infierno no
prevalecerán
contra la Iglesia, está mal traído, pues eso no impide que un Papa se
desvíe de la
fe y sea un hereje o un apostata, interpretando mal e idolátricamente el
dogma de su
infalibilidad, cayendo en esa herejía prevista por el P. Le Floch, quién
fuera el
rector del Seminario Francés en Roma en la época cuando Mons. Lefebvre
era uno de
sus seminaristas.
El P. Le
Floch afirmaba en 1926 (casi proféticamente podemos decir hoy): “La herejía que
viene será la más peligrosa de todas, ella consiste en la exageración del
respeto debido al Papa y la extensión ilegítima de su infalibilidad”, tal cual
pasa hoy. De otra parte pretenden garantizar contradictoriamente la
indefectibilidad de la Iglesia y su visibilidad y existencia con un Papa que
pontifica en el error y la herejía juntamente
4 con toda la Jerarquía oficial,
lo cual es absurdo y contradictorio, no puede haber Iglesia en esta tierra sin
fe, que visibilidad puede haber en el error y la herejía, que indefectibilidad
sin verdad ni fe, imposible. Pretenden tener una visibilidad de la Iglesia
representada por una jerarquía cismática, herética o apóstata, olvidándose que sin fe no hay Iglesia Militante es
aberrante. Además no se percatan que las
puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia por lo mismo que
Nuestra Señora en Fátima dice: al fin mi Inmaculado Corazón triunfará, y este
triunfo es inseparable del triunfo de su
divino Hijo el día de su Parusía, cuando venga como Rey con todo el poder de su
Gloria y Majestad.
Se olvidan
de lo que dijo al respecto de la visibilidad de la Iglesia Mons. Lefebvre:
“No somos
nosotros, sino los modernistas que salen de la Iglesia. Entre a decir ‘salir de
la Iglesia visible’ es equivocarse asimilando Iglesia oficial a la Iglesia
visible. (…) ¿Salir, por lo tanto, de la Iglesia oficial? En cierta medida, sí
obviamente”. (Fideliter n° 66 Noviembre-Diciembre 1988). Y mas tarde: “Es
increíble que se pueda hablar de Iglesia visible en relación a la iglesia
conciliar y en oposición con la Iglesia católica que nosotros intentamos
representar y seguir. No digo que seamos la Iglesia católica nunca lo he dicho,
nadie me puede acusar de haberme tomado por un Papa, nosotros representamos de
verdad la Iglesia católica tal como era antes puesto que seguimos eso que
siempre ha hecho. Somos nosotros quienes tenemos las notas de la iglesia visible:
la unidad, la catolicidad la apostolicidad, la santidad. Eso es lo que
constituye la Iglesia visible”. (Fideliter n° 70 Julio-Agosto 1989).
¿Qué Iglesia
puede ser representada por los herejes apóstatas y cismáticos en
ruptura con
la Sacrosanta Tradición Católica? Por algo las Escrituras hablan de un
pequeño
rebaño fiel y así también decía el Cardenal Pie: “la Iglesia será reducida a
proporciones individuales y domésticas”. (Le Cardinal Pie de A á Z - Textes
Sélectionnés
et Classés par Jaques Jammet, Editions de París 2005, p. 187).
A los falsos
discípulos y traidores que niegan el reconocer que vivimos en tiempos
apocalípticos,
además de lo que dijera en su primera Encíclica E Supremi postolatus San Pío X, que veía próxima la
aparición del Anticristo, si era que ya no
había
nacido: “Es indudable que quien considere todo esto tendrá que admitir de
plano que
esta perversión de las almas es como una muestra, como el prólogo de los males
que debemos esperar en el fin de los tiempos; o incuso pensara que ya habita en
este mundo el hijo de perdición de quien habla el Apostol”.
Mons.
Lefebvre nos precisa en el mismo sentido al ver la crisis actual: “Este
sacudimiento de la fe parece preparar la venida del Anticristo, según
las
predicciones de San Pablo a los Tesalonicenses y de acuerdo a los
comentarios de
los Padres de la Iglesia”. (Carta a los
fieles con ocasión de la Cuaresma, 25 de enero
de 1987).
Hoy se
parece olvidar lo que ya en su momento dijo Mons. Lefebvre sobre la
apostasía de
Roma: “Lo que interesa a todos ustedes es conocer mis impresiones
después de la entrevista con el Cardenal Ratzinger el 14 de Julio
último.
Lamentablemente debo decir que Roma ha perdido la fe, Roma está en la
apostasía, estas no son palabras en el aire, es la verdad: Roma está en la
apostasía”. 5
(Conferencia Retiro Sacerdotal Ecône, 4 de Septiembre de 1987). Y esta alusión no
es a los
habitantes de Roma, como dice Non Possumus y el Syllabus.
No sólo la
apostasía fue señalada por Mons. Lefebvre, sino el cisma y la herejía: “Nos encontramos
verdaderamente frente a un dilema gravísimo, que creo no se planteó jamás en la
Iglesia: que quien está sentado en la Sede de Pedro, participe en cultos de falsos
dioses; creo que esto no sucedió jamás en toda la historia dela Iglesia. ¿Qué
conclusión deberemos quizás sacar dentro de algunos meses antes estos actos repetidos
de comunión con falsos cultos? No lo sé. Me lo pregunto. Pero es posible que
estemos en la obligación de creer que este Papa no es Papa. No quiero decirlo aún
de una manera solemne y formal, pero parece, sí, a primera vista, que es imposible
que un Papa sea hereje pública y formalmente”. (Sermón del Domingo de Pascua
del 30 de Marzo de 1986).
Quince días
después, a la entrada las vacaciones de Pascua, les dice a los
seminaristas:
“Entonces el problema se plantea. Primer problema: La comunicatio in sacris.
Segundo problema: la cuestión de la herejía. Tercer problema: ¿el Papa es un
Papa cuando es hereje? ¡Yo no sé, no zanjo! Pero pueden plantearse la cues tión
ustedes mismos. Pienso que todo hombre juicioso debe plantearse la cuestión, No
sé. Ahora, ¿es urgente hablar de esto? Se puede no hablar, obviamente.
Podemos hablar entre nosotros, privadamente, en nuestras oficinas, en
nuestras
conversaciones privadas, entre seminaristas, entre sacerdotes. ¿Es
necesario
hablar a los fieles? Muchos dicen, no, no habléis a los fieles. Van a
escandalizarse,
eso va a ser terrible, eso va a ir lejos. Bien, yo dije a los
sacerdotes en Paris cuando los reuní, luego a vosotros mismos, ya os había
hablado, dije, pienso que, muy suavemente es necesario, a pesar de todo,
esclarecer un poco a los fieles, no digo que sea necesario hacerlo brutalmente,
lanzar eso como un condimento a los fieles para asustarlos, no. Pero pienso
que, a pesar de todo, es una cuestión precisamente de fe. Es necesario que los
fieles no pierdan la fe. Estamos encargados de guardar la fe de los fieles, de
protegerla. Van a perder la fe, incluso nuestros tradicionalistas no tendrán ya
la fe en Nuestro Señor Jesucristo. ¡Ya que esta fe se pierde! Se pierde en los
sacerdotes, se pierde en los obispos”. (Conferencia en
Ecône 15 de Abril de 1986).
Sobre el
cisma en la misma conferencia dice: “Y se dice: Monseñor va a hacer un
cisma ¿pienso pero quién hace cisma? No soy yo. Para hacer un cisma es
necesario dejar la Iglesia y dejar la Iglesia es dejar la fe, en primer lugar.
¿Quién deja la fe de la Iglesia? La autoridad está al servicio de la fe. Si
ella abandona la fe, es ella quien hace cisma. Entonces no somos nosotros
quienes hacemos cisma”.
Creo que a
esta altura de los acontecimientos y como broche de oro de toda esta
apostasía,
con las palabritas de Francisco, no nos debe de quedar ninguna duda y
cada uno
tiene derecho de sacar las conclusiones y consecuentemente y en
consciencia,
como el mismo Mons. Lefebvre nos lo acaba de manifestar, toda
persona
juiciosa puede hoy afirmar como conclusión teologica que la Sede está
Vacante,
ocupada por un usurpador, que representa no a la Iglesia católica sino a la
contraiglesia
del Anticristo, sinagoga de Satanás, pues solo así se puede explicar que diga. “Yo
creo en Dios, no en un Dios católico, no existe un Dios católico. Existe Dios”
6
(Entrevista
entre Bergoglio y Scalfari para La República, Martes 1 de Octubre de
2013) Si
esto no es herejía y no es un apostasía, díganme entonces qué es.
Esta es la
hora de la verdad: Sí, sí, No, no, y toda otra cosa proviene de Satanás padre de
la mentira.
La Iglesia
será eclipsada y Roma perderá la fe, así lo dijo Nuestra Señora en La
Salette, y
esto es un hecho consumado.
P. Basilio
Méramo
Bogotá, 23 de Noviembre de 2014
domingo, 23 de noviembre de 2014
DOMINGO VIGÉSIMO CUARTO Y ÚLTIMO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este último domingo después de Pentecostés, la Iglesia nos recuerda, reafirma siempre al cerrar el año litúrgico con el mismo evangelio que nos vaticina la Parusía de nuestro Señor viniendo a la tierra en gloria y majestad con todas las calamidades, abominación y gran tribulación cual no se ha visto ni se verá jamás. Y debe servirnos esto para recapacitar en el espíritu de la Iglesia católica que es un espíritu parusíaco, apocalíptico, aunque ello no nos guste por deformación espiritual y por falta de predicación, por falta de énfasis y descuido de aquellos que tienen el deber de apacentar a los fieles. Sin embargo, la Iglesia quiere cada año concluir, terminar, finalizar el año litúrgico recordándonos la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo.
La Iglesia es y está siempre expectante hacia la Parusía de nuestro Señor, hacia el Apocalipsis que es el último y el único libro del Nuevo Testamento que tiene por objeto específico la segunda venida de nuestro Señor; por eso mismo es un libro de esperanza. Esperanza que tuvieron viva en la primitiva Iglesia aquellos primeros cristianos, manteniéndose en el fervor. Y sabrá Dios si es que no se ha perdido el fervor a lo largo de los siglos por no tener esa expectación y esa presencia apocalíptica que la Iglesia quiere que tengamos.
Tanto es así, que no sólo quiere terminar, culminar el año litúrgico con el Apocalipsis, con la Parusía de nuestro Señor que quiere decir su presencia, su manifestación, sino que al comenzar el año litúrgico con el primer domingo de Adviento vuelve a recalcar sobre el mismo tema. Entonces, el deseo de la Iglesia no solamente es finalizar, sino también comenzar el año litúrgico recordándonos la Parusía. Y eso teniendo en cuenta que el año litúrgico comienza con el primer domingo de Adviento que nos recuerda y nos prepara para la Natividad de nuestro Señor, su primera venida, la cual venida inconclusa sin la segunda y eso establece la armonía y la relación entre ambas.
Desdichadamente se ha olvidado tener en cuenta estas verdades, estas revelaciones de fe expresadas en la liturgia de la Iglesia. Y nos asombramos cuando oímos que los judíos teniendo las profecías de la revelación divina no hayan entendido, no hayan comprendido. Pero, ¿acaso no nos pasa peor que a ellos, teniendo nosotros todas las Escrituras completas y sin embargo no entendemos absolutamente nada? Peor aún, se calumnia, se condena y se tilda de loco a quien trata de hacer énfasis en esto. ¡Qué abominación!
Vemos cómo la epístola de hoy en consonancia con el evangelio nos habla de tener la inteligencia de las cosas de Dios. Es que la fe no es la ignorancia, las tinieblas y la oscuridad, sino que es la luz de la verdad sobrenatural; es la ciencia y la sabiduría de Dios; es la iluminación verdadera. Por eso es ignominioso un católico ignorante de su religión; es un indigno católico porque él debe ser luz del mundo y cada uno de nosotros debe serlo porque si no, seremos hijos de las tinieblas.
Esa es la gran abominación de la cual hoy se nos advierte; esa aberración espantosa de la cual habló por tres veces consecutivas el profeta Daniel y al cual se remite el evangelio de hoy. Y ¿qué nos dice el profeta Daniel cuando nos habla de la gran abominación de la desolación en el lugar santo en los capítulos IX, XI y XII? Allí, por tres veces consecutivas, él relaciona esa abominación desoladora, espantosa y repulsiva a los ojos de Dios, con la profanación del templo y la cesación del sacrificio perpetuo. Éste es la santa Misa Tridentina. Y si por tres veces Daniel relaciona esa abominación, ¿qué no diríamos hoy cuando vemos profanado el culto católico? Dicen los Padres de la Iglesia, que está relacionada con el culto de idolatría y por eso es detestable; por eso se profana el templo ya más de una vez con la imagen de Júpiter, con la del César, con la de Adriano, imágenes que son ídolos y no Dios.
Hoy se ve cómo se puso hace algún tiempo sobre el tabernáculo en Asís, en la Iglesia de San Pedro, el ídolo detestable de Buda, hecho de oro, sobre el tabernáculo, mucho peor que esa abominación de idolatría del Antiguo Testamento ¡mucho peor!
Observamos cómo hoy se está realizando ante nuestros ojos toda esa profanación de lo sagrado, de lo más sacro y de ahí la necesidad de estar vigilantes para no claudicar y para que no dejemos corromper la religión, el culto. Porque el culto católico, con la nueva misa y la nueva liturgia, corrompe el sacrificio perpetuo de la Cruz. Es un hecho evidente que tenemos que comprender a los ojos del misterio de la fe y si no comprendemos, no seremos católicos, seremos una pantalla, una apariencia, pero no católicos. Y ese dogma de fe encerrado en la fórmula de la consagración del cáliz ha sido desechado por la nueva liturgia profanadora, como han sido desechadas las palabras sagradas que constituían la esencia del sacrificio de la misa.
Esa adulteración no es impune, no puede quedar impune. No puede pasar desapercibida y por eso la necesidad de permanecer fieles a la Misa Tridentina, a la Misa de San Pío V, a la Misa Romana, so pena de no claudicar, de no apostatar, de no participar en un culto sacrílego, porque son sacrilegios los que hoy se cometen y todo esto en el nombre de Dios.
Pero, ¿de cuál dios? El dios de los judíos, el de los musulmanes, el de los budistas, pero no el Dios católico de la revelación católica, apostólica y romana que excluye los falsos dioses de los gentiles. Éstas son cosas que debemos manejar y recordar para no transigir y poder defender la verdad hoy, en medio de esta gran tribulación que, como recuerda Santo Tomás en el comentario al evangelio de hoy, “esa gran tribulación es una gran crisis doctrinal donde se claudica en la profesión de la doctrina católica”. La única manera de reconocer la doctrina católica, como dice San Agustín, es que ella es la misma en todas partes y es públicamente profesada y guarda la armonía, la concordancia con lo que siempre se ha dicho desde el origen.
Y ¿qué concordancia hay con lo que hoy se nos enseña como si fuese la religión católica y no lo es? Porque el ecumenismo no lo es, la libertad religiosa no es católica, los derechos del hombre no son católicos, el negar el infierno no es católico, el negar el pecado no es católico, son todos errores y herejías, uno detrás de otro. La misa no es una cena, es un sacrificio. Lutero fue quien quiso reducir la misa a una cena, Satanás es el que quiere reducir el santo sacrificio de la misa porque le recuerda su derrota.
Entonces no dejemos socavar la religión católica en la que hemos nacido y en la que tenemos que morir para salvarnos. Por eso la gran abominación de la que habla el evangelio de hoy, esa gran tribulación que si no se abrevian estos tiempos y su duración en honor a los elegidos, hasta estos caerán. ¡Terrible! ¿No es eso lo que está pasando hoy? Pues claro que está sucediendo. ¿Quiénes son los pocos obispos que se mantienen fieles, verticales en la verdad y en la santa intransigencia que no tolera el error? Distinto es tolerar al miserable pecador, pero no su error, no su pecado, es diferente y hay que saber analizar.
Los falsos profetas, ¿quiénes son?, ¿los marcianos? ¡No señor! Los falsos profetas son los obispos y los cardenales, los sacerdotes y el clero, quienes no son fieles; no son los chinos, ni los japoneses, ni los comunistas; son ellos, los malos prelados de la jerarquía de la Iglesia católica; es fuerte la comparación pero es nuestro Señor quien la prodiga, y ¡ay del que no la pregone así!; ese es el gran problema: que son muy pocos quienes hoy predican como debieran hacerlo. Porque no se trata de difundir sino aquello que está en el Evangelio, lo que es doctrina de la Iglesia, lo que es necesario para que nosotros perseveremos en la verdad y para que así podamos profesar públicamente la fe católica, apostólica y romana, sin innovación, sin cambio.
Ahora bien, nuestro Señor mismo nos da el ejemplo de la higuera, para que así, cuando se ve le reverdecer, se sabe, se conoce que el verano está cerca, lo mismo nosotros, cuando viéramos todas estas cosas, estos signos, para aquellos que tienen fe e inteligencia: “Sabed que Mi venida está pronta, está a las puertas mismas”; para que no lo olvidemos y para que eso sea el objeto de nuestra esperanza, de nuestra fortaleza, para que no claudiquemos ante la gran persecución. De ahí debemos sacar nosotros, mis estimados hermanos, la fuerza sobrenatural, la perseverancia y el espíritu verdaderamente católico y combativo en estos últimos tiempos que nos toca vivir y que no sabemos hasta cuándo se prolongarán porque la crisis dura y perdura y la carne se fatiga, el hombre se cansa.
Fue esto lo que pasó a los padres de Campos; creían que pronto todo se tendría que arreglar y al ver que pasaban los años y no era así entonces viene el desastre, o el contubernio, la componenda y a cuántos de los tradicionalistas no les pasa lo mismo, ¿“cuándo se arreglará esto, cuando se acabará esto”?; cuando Dios quiera. Lo importante es que si yo tengo que morir sin ver el cuándo y por defender la fe, lo haga como soldado de Cristo, sin cansarme a mitad del camino, ni estar creando falsas expectativas.
Pues así es, mis estimados hermanos, y los fieles que vengan deben tener muy claro que es un compromiso. Que cada uno debe defender la Tradición católica, apostólica y romana. Que fuera de ésta no hay fe ni Iglesia católica, y que no creamos a los falsos profetas y más aún, que no vamos a ser reconocidos; como dicen los Padres de la Iglesia: “Los mártires de los últimos tiempos serán mayores que los del principio por la sencilla razón de que tendrán que luchar directamente con Satanás”. San Agustín dice que: “Peor aún porque no serán ni siquiera reconocidos como mártires sino que serán despreciados”, a tal punto llegará la corrupción dentro de la Iglesia católica, no como Institución divina, sino en su parte humana que es vulnerable.
Esa es la advertencia apocalíptica con la cual finaliza la Iglesia el año litúrgico pero que nos invita a la esperanza de ver de nuevo aparecer a nuestro Señor, verlo venir en gloria y majestad; esa será la única consolación del verdadero católico en nuestros tiempos.
Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, a Ella, que está íntimamente asociada a esa gloria, a esa presencia, a esa manifestación de nuestro Señor; será esa la verdadera victoria de los Sagrados Corazones de Jesús y de María cuando nuestro Señor vuelva glorioso y majestuoso.
P. BASILIO MERAMO
27 de noviembre de 2002.
jueves, 20 de noviembre de 2014
domingo, 16 de noviembre de 2014
DOMINGO VIGÉSIMO TERCERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Escuchamos en este evangelio el relato de los dos milagros que hace nuestro Señor Jesucristo, el de la mujer que padecía flujo después de muchos años y el de la resurrección de una niña. Muestra ese poder que tiene incluso sobre la muerte, Él mismo que ha dicho que resucitaría y que nos prometió la resurrección universal de todos los hombres; que resucitaríamos con nuestros propios cuerpos, unos para bien y otros para mal, manifestando así el poder sobre la misma muerte, mostrando así que Él es el camino, la verdad y la vida. La vida tanto natural como eterna, tanto del orden natural como sobrenatural, la del alma, la resurrección del alma que revive cada vez que arrepentida se confiesa; hay una resurrección sobrenatural de esa alma a la gracia de Dios y por eso nuestro Señor hizo tres milagros de resurrección y con la de Él, el cuarto.
Resucitó a la niña de la que la tradición dice que era hija de Jairo, la del hijo de la viuda de Naím, un joven, y la de Lázaro, un hombre mayor, y con estas tres resurrecciones dice San Agustín que muestra así los tres grandes estadios de la vida espiritual, los que comienzan como niños, las que continúan como adolescentes o jóvenes y la de los que culminan como hombres ya maduros.
Así invita nuestro Señor a que tengamos en Él esa fe que, como vemos, a veces pedía para hacer sus milagros y a veces no; en ocasiones la exigía como una concausa o causa moral para hacer el milagro, pero otras no. A Lázaro no le preguntó si quería ser resucitado o no, si tenía fe o no, sino que lo resucitó, tampoco al hijo de la viuda de Naím. Pero la fe siempre está implícita, sea antes, cuando la pide, o si no después, para que creyendo vean y tengan fe y crean que Él es el Cristo, el Mesías. Pero lo que más le importaba a nuestro Señor no era tanto hacer el milagro sino la predicación del evangelio, y los prodigios que hacía eran como para que a aquella gente le fuera más fluida su conversión y creyeran así en su predicación del Evangelio. El Evangelio que fue predicado por los apóstoles y que será enseñado hasta el fin del mundo; de ahí lo esencial en la Iglesia, la exhortación que no puede faltar; podrán faltar los milagros, pero no la predicación de la palabra de Dios y esa es la obra misionera de la Iglesia.
En la resurrección que hace nuestro Señor de esta niña nos muestra que Él tiene ese poder sobre la vida y sobre la muerte. La hora suprema que no podemos olvidar; nacemos para morir pero morimos para vivir eternamente en Dios si fallecemos en su gracia. Que la pereza carnal no nos impida pensar en la muerte, nos haga tenerla allá, alejada, sino que cada día estemos conscientes de ella; es más, aun sabiendo que vamos a morir tener presente esa inmolación de cada día, ofreciéndosela a Dios y así sacrificando nuestra vida y no viviendo como aquellos a los cuales alude San Pablo que su dios es el vientre, el placer, que son enemigos de la Cruz de Cristo y que sufren pero no saben inmolarse ofreciendo ese sufrimiento.
El cristianismo nos enseña a ofrecer los padecimientos y esa ofrenda es justamente la inmolación que hizo nuestro Señor de su propia vida, la que nos deja su testamento en la Santa Misa, la que tenemos que hacer nosotros voluntariamente cada día y así vivir católicamente, no como vive el mundo que quiere alejar la muerte a todo precio; no se quiere hablar de ella, se la quiere apartar, hacer desaparecer, ocultarla; no se quiere velar un muerto en su casa, les da miedo, asco, pánico, cuando es saludable despedirse de los seres queridos rezando por ellos y no que queden abandonados en esos sitios velatorios. Puede haber necesidad, pero que no sea esa la costumbre, porque nadie quiere en definitiva tener el muerto en casa cuando eso forma el espíritu cristiano, da ejemplo a toda la familia, hace recapacitar y también ayuda para implorar por el alma del ser querido.
Hoy no se entierra sino que se crema; la cremación siempre ha sido condenada por la Iglesia ya que es antinatural; el cadáver debe corromperse naturalmente, no violentamente; esa es una costumbre masónica y de paganos, todo lo demás hay que dejárselo al proceso natural de aquello que fue tabernáculo del Espíritu Santo y por eso no debemos olvidar que incluso nuestra vida en esta tierra es una lenta muerte para resucitar en Cristo nuestro Señor; sólo eso nos hace alejar de los gozos y de los placeres terrenos, del mundanal ruido, como aquellos que dice San Pablo que “viven para el vientre, para el placer y son enemigos de la Cruz de Cristo”. La gente pidiendo las cenizas de lo que no es más que un chicharrón o las cenizas del curpo que fue cremado antes, porque no se crea que le van a guardar a la familia, y dar pulcra y santamente lo que quedó allí cremado.
No reflexionamos ni razonamos como deberíamos en esas cosas es saludable pensar en la muerte y ofrecer cada día ese lento acercarnos a ella con la esperanza en la resurrección, en Jesucristo, en la de resucitar en cuerpo glorioso como nuestro Señor Jesucristo, a su imagen. Tengamos esa fe profunda en Él y en la resurrección a través de Él.
Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen, que está en los cielos; a Ella, asunta después de su resurrección anticipada sin pasar por la corrupción cadavérica, pues su cuerpo era inmaculado por lo que se habla de una dormición, porque fueron muy breves los instantes de su muerte siendo elevada a los cielos como Reina de todo lo creado, pero queriendo asociarse a los sufrimientos y a la muerte de nuestro Señor que era inocente, inmolado, para redimirnos de la muerte.
Ella quiso ser corredentora muriendo por amor a nuestro Señor, por eso Santo Tomás y toda la escuela tomista fieles a él hablan de la muerte de nuestra Señora de una manera que la gente no se escandalice con una mala explicación o idea inexacta. Claro está que cuando Santo Tomás habla de la muerte de nuestra Señora no la asemeja en nada a nuestra muerte ya que nosotros sí sufrimos corrupción; Ella quedó incorrupta, su muerte fue breve y solamente para asociarse más a la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo, demostrándonos así su amor a Dios y a nosotros como hijos suyos y también su amor a la Iglesia.
Pidamos a Ella, a nuestra Madre, que nos cobije y nos proteja bajo su manto y que podamos vivir una vida cristiana; que nos socorra en el momento culminante de nuestro paso por la tierra que será la hora y el día de nuestra muerte. +
PADRE BASILIO MERAMO
11 de noviembre de 2001
11 de noviembre de 2001
miércoles, 12 de noviembre de 2014
P. BASILIO MERAMO: UN OBISPO INSISTENTE Y PERSISTENTE.
Insistente y persistente Monseñor Williamson hace pasar su visión desvirtuando la realidad y haciéndose partícipe de diseminar confusión y error cual eco de apariciones que no pueden ser sino falsas dentro del contexto histórico y apocalíptico de la hora presente.
La consagración de Rusia era para antes de 1938, fecha límite en que se dio la señal del comienzo de los males que presagiaba Nuestra Señora de Fátima si no se le escuchaba y se ponían en práctica sus advertencias celestiales.
La segunda Guerra Mundial y los errores del humanismo ateo esparcidos por Rusia a todo el mundo y la Iglesia, fueron el resultado del desacato.
Proponer una cruzada de Rosarios para conversión de Rusia, como fin o solución de los males de la crisis que afecta a la Iglesia y al mundo es ya tarde y desfasado.
Es crear una falsa e ineficaz esperanza desviando la solución que únicamente puede venir de la intervención divina de Cristo Rey con el poder de su gloria y majestad el día de su Parusía y no por mano humana.
Es crear una falsa esperanza en una consagración muy tardía por la actual jerarquía de la Nueva Iglesia Conciliar, Sinagoga de Satanás o Contra-Iglesia del Anticristo; cosa profetizada (y hoy realizada) por Nuestra Señora de la Sallette cuando dijo que Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo, y que la Iglesia será eclipsada.
Es hacerse cómplice pasivo (cuando menos) de esta pseudo Iglesia al seguir dando a entender que son legítimos y que se trata de Papas católicos como Benedicto XVI y Francisco, aún después de que este último llega a negar que existe un Dios católico.
En verdad Mons. Williamson no puede hacerle un mejor y más sutil juego a la Roma modernista y Anticristo, como la llamó Mons. Lefebvre a causa de su apostasía, al decir sin reparos, después de hablar el 14 de Julio de 1987, con el entonces Cardenal Ratzinger y hoy el segundo Papa de abordo, como Papa emérito: “Lamentablemente debo decir que Roma ha perdido la fe, Roma está en la apostasía. Estas no son palabras en el aire, es la verdad: Roma está en la apostasía” (Conferencia dada en Ecône durante el retiro sacerdotal el 4 de Septiembre de 1987).
P. Basilio Méramo
Bogotá, 12 de Noviembre de 2014
domingo, 9 de noviembre de 2014
DOMINGO VIGÉSIMO SEGUNDO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Vemos en este evangelio cómo los fariseos no perdían la ocasión ni el tiempo para ver en qué podían apresar a nuestro Señor para reprenderle y juzgarle. Pero no solamente los fariseos sino también los herodianos. Eso hay que tenerlo muy en cuenta hoy día, sobre todo cuando se nos quiere decir que la Iglesia, que Jesucristo, pues la Iglesia no es más que el Cuerpo Místico de Cristo, que nuestro Señor no tiene enemigos; eso es absolutamente falso. Negar que hay enemigos es renunciar y dejar libres todas las puertas al demonio y sus secuaces. Desgraciadamente hay que decirlo, sí hay enemigos en esta tierra dirigidos en última instancia por Satanás en contra de la Iglesia católica, en contra de la religión católica, en contra de nuestro Señor Jesucristo.
Esa enemistad es la que ha producido las grandes herejías. Por nombrar una de las primeras, la del judío Arrio, sacerdote de Alejandría; el protestantismo con todas sus divisiones: luteranos en Alemania, anglicanos en Inglaterra, calvinistas en Francia, esparcidos por todo el mundo, son la consecuencia de esa rivalidad, de esa oposición a la verdad, a la luz, a la fe, a la Iglesia, a nuestro Señor Jesucristo. Está el judaísmo, en primer lugar, con el poder de la masonería que es uno de sus tentáculos y que hoy ya no necesita ocultarse porque prácticamente todo el mundo aunque se diga católico piensa como masón, que si cree en un Dios, es un deísmo, cuando no se lo niega rotundamente como hacen los ateos. No se considera, ni se concibe que hay un culto y una religión y nada más, y que ese único culto, esa única religión, esa única verdad la tiene en exclusividad la Iglesia católica.
Es lo que la judeomasonería no ha querido aceptar: que la Iglesia se proclamase como la única poseedora con exclusividad de toda la verdad que salva, a eso se debe la predicación de tolerancia, para que se consienta el error y para que consintiéndolo entonces nos corrompamos. La tolerancia en sí misma es absurda, porque la posesión de la verdad nos hace intransigentes, intolerantes ante el error. Algo diferente es la caridad con las personas, con el pecador, con el hombre de carne y hueso, que es distinto a ser intolerante con el error o ser tolerante con el individuo, con la persona.
Por eso la Iglesia siempre ha dicho: “Odiar al pecado y amar al pecador”; es decir, odiar el error y al mal y amar al pecador. Pero que jamás se tolere el error, porque es una contradicción ya que la fe en la que se basa la verdad de nuestra religión es firme y excluye todo error y da una certeza; luego el que tiene certidumbre de la posesión de la verdad no es tolerante con lo que se opone a esa verdad, eso es absurdo. Por eso, los que hablan de transigencia que den ellos el primer ejemplo, y no su intolerancia anticatólica y anticristiana. Que no nos quieran debilitar para que sucumbamos ante el error.
De allí deriva la promulgación judaica masónica dentro de la Iglesia del ecumenismo que equipara todas las religiones a un mismo nivel. Por eso se habla de libertad religiosa, para hacer creer falsamente que el hombre tiene albedrío para adherirse o no a la verdad, sea ella cual fuere, siguiendo los caprichos de su conciencia, como si la ésta fuese quien dictamina quién o qué es la verdad. Todo lo contrario, la conciencia debe seguir a la verdad que se impone desde afuera y que en un acto de sumisión uno acepta. No al revés, que la verdad gira alrededor de mi conciencia.
Hoy ese error es moneda corriente. El pecado y el mal son admitidos, dependen de la conciencia de cada uno, “para mí tal cosa no es pecado y lo hago porque me da la gana”; así cada uno con lo suyo, y si no, ¿cómo explicar todo ese desastre moral? Ya no hay honestidad pública ni pudor y lo que es peor, en la mujer, cuando lo esencial al sexo femenino es el recato; sin embargo, hasta eso se ha perdido. Por eso vivimos en una sociedad de salvajes paganos y por eso las modas andan como andan; está el bombardeo de la miserable televisión, la pornografía no ya escondida sino pública; todo a capricho de lo que justamente quieren Satanás y los enemigos de la Iglesia para corromper todo lo que sea católico.
Debemos recordar que sí hay enemigos visibles, como en el evangelio de hoy los fariseos y los herodianos que acechan a nuestro Señor y Él les enrostra su hipocresía. Si hay que decirle a alguien en la cara que es un hipócrita, que alguno de nosotros se atreva a decirlo, pues nuestro Señor lo hizo y lo dijo, les cantó en la cara; tal es la contundencia, la tenacidad de sus enemigos que insisten para ver cómo lo hacen caer, cómo le buscan la vuelta. ¿Es lícito pagar tributo al César, o no? Porque si decía que sí, dirían entonces que no es un buen judío porque reconoce al César quien es justamente el que oprime al pueblo elegido y si dice que no, entonces no respeta la autoridad, no lo respeta y lo acusamos ante él para que lo liquide.
Eran perversos y astutos, pero nuestro Señor, que no era bobo ni lelo ni perezoso, les replica enseguida: ¿De quién son la figura e inscripción que están en la moneda? Dad pues al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Qué ejemplo para no sucumbir ante la autoridad terrenal, en reconocer o sin dejar de hacerlo la que viene de Dios porque todo mando, incluso el del César viene de Dios y no del pueblo, como dice heréticamente la democracia moderna; diferente es que el pueblo elija o dictamine en quién recaiga ese gobierno, pero la autoridad soberana viene del único Rey que es Dios y no del pueblo ni de nadie, sea éste rey, presidente o lo que fuera. Esa es la doctrina católica.
Nuestro Señor muestra también que hay que darle a Dios lo que es de Dios. Y ¿qué es lo que es de Dios? Es toda nuestra alma, todo nuestro ser. Al César se le da su tributo, lo material, lo que exija como impuesto, como retribución por mantener el orden público y los bienes temporales, esa es la misión de todo gobierno, pero por encima está Dios. Por eso es aberrante hacer girar la religión alrededor de la política; a eso se le llamó cesaropapismo o regalismo. Porque es la política y no sólo ésta sino todo, como la economía, como la sociedad, quienes deben girar alrededor de la religión, servir a Dios en última instancia. Todos esos conceptos hoy son desconocidos, negados. Y ¿cómo queremos que haya orden, prosperidad, paz?, ¡pues no tendremos nada de eso! Lo advierte nuestro Señor, porque primero hay que buscar el reino de Dios y lo demás viene por añadidura. Hay que buscarlo y no buscarnos a nosotros mismos, sea en las riquezas, en el poder o en el prestigio, en el mando o en lo que fuese. Dar a Dios lo que es de Dios.
No olvidar esa imagen de Dios que hay en nosotros. Estaba impresa la figura del César en la moneda y por eso Jesús dijo que hay que dar al César lo que es del César. Porque en nuestra alma, está la imagen de Dios y en toda criatura hay un vestigio de Él; por eso se nos enseña que San Francisco de Asís veía en los animales, en la naturaleza, esa bondad de Dios y ¿cómo se producían esos milagros?, ¿para qué?, ¿para que creyéramos que San Francisco era un tonto o un bobo que hablaba a los pájaros como una niña? ¡No señor!, para dejarnos esa imagen patente de que esos animales reproducían de alguna forma la gloria de Dios y mucho más nosotros; entonces ya no es un vestigio de Dios sino una imagen y debemos conservarla para no degradarnos en la abyección en la que está hoy el mundo impío que reniega de Dios y de su Iglesia.
Pidamos a nuestra Señora que sepamos entonces dar a Dios lo que es de Dios y que podamos así ayudar a redimir muchas almas. Si no podemos hacer otra cosa, por lo menos salvar nuestras almas con la ayuda y la gracia divina y por la intercesión de nuestra Señora como abogada para que nos ayude a comparecer el día del juicio y de nuestra muerte ante su Hijo y que podamos así ser aceptos por Él y no que nos rechace.
Tengamos presente todas estas consideraciones para poder perseverar en medio de un mundo atroz que no quiere, y por eso es cruel, porque no quiere ni tiene en cuenta la salvación de nuestras almas. +
P. BASILIO MERAMO
20 de octubre de 2002
20 de octubre de 2002
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