San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 26 de agosto de 2018

DOMINGO DECIMOCUARTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este domingo el Evangelio nos recuerda y nos exhorta a buscar, primero el reino de Dios, las cosas de Dios; todo lo demás se nos dará por añadidura, para que no hagamos de lo que no requerimos, que puede ser incluso muy necesario, el fin último de nuestra vida, para que no hagamos de ello nuestro falso dios.

El Evangelio comienza advirtiéndonos que nadie puede servir a dos señores porque amará a uno y detestará al otro, o servirá al otro y no al primero. No se puede servir a Dios y a las riquezas, o se sirve a Dios o se sirve a al dinero, pero servir a ambos al mismo tiempo es imposible. Sin embargo, eso es lo que hoy el mundo predica, el catolicismo liberal: tener a Dios con una vela y a las riquezas con otra; éstas, que representan o sintetizan todos los bienes de esta tierra, de este mundo y por eso nuestro Señor es categórico, es radical, es vertical, o lo uno o lo otro, y eso lo hace para la salvación de nuestras almas, para que no nos engañemos. No es que el patrimonio sea en sí malo, lo nefasto es hacer de él nuestro señor, nuestro dios; lo funesto es ser y vivir esclavos de esas riquezas de ese patrimonio, de lo que ellos proporcionan, como fama, poder, bienestar, influencias, honores y todo lo demás. Debemos vivir para Dios y Él nos dará lo que necesitamos por añadidura.

Y mal se podría interpretar este Evangelio de hoy, con la comparación que hace nuestro Señor de mostrarnos cómo las aves del campo no hilan, no tejen, no tienen graneros y son alimentadas por Dios, y cómo un lirio del campo viste mejor que Salomón en toda su opulencia. ¿Y cómo no se va a preocupar más Dios por nuestras almas que por las aves y los lirios del campo? Mucho más vale nuestra alma que es espiritual, con lo cual nuestro Señor quiere erradicar la solicitud terrena, esa preocupación desmedida por los bienes de este mundo que se adquieren y aseguran a través de las riquezas.

No es que nuestro Señor esté predicando la imprudencia, la pereza, la dejadez. Porque hay también esa tentación; las Escrituras mal entendidas nos llevan a herejías, y éstas tienen dos polos: los ebionitas, por ejemplo, predicaban que sólo se salvaban los pobres, en la Iglesia primitiva; los calvinistas predican que los que se salvan son los ricos y que las riquezas son una señal de la predestinación al cielo. Dos herejías que se identifican; ni ricos ni pobres, lo que quiere decir nuestro Señor no es que los pobres o los ricos se salvan o se condenan, no somos ni ebionitas ni calvinistas, como calvinistas son gran parte de los Estados de Europa y de los Estados Unidos. Por eso ese afán de poder y de éxitos en esta tierra como una garantía de la predestinación al cielo.

Sencillamente, nuestro Señor quiere mostrar que lo que interesa es la virtud, el desapego. Porque se puede ser pobre y ser tan miserable como un rico avaro apegado al poder y a las riquezas, que aunque no las posea, las desea en el corazón como a un dios omnipotente. Y Dios sabrá si no saldrán de ahí errores como la lucha de clases que ha sido agitada por el marxismo. Y al revés, tampoco quiere decir nuestro Señor, que los ricos se salvan o se condenan, porque se puede ser tan rico como un rey, el rey David, el rey san Luis, el rey San Fernando y no vivir apegados a esas riquezas sino que las utilizan para el bien de las almas y su salvación. También se puede ser rico y utilizar esas riquezas para el mal. Nuestro Señor quiere erradicar la solicitud terrena y que no invirtamos los términos, que no nos preocupemos demasiado ni aun por aquello que nos es necesario; que tengamos a Dios por Señor y no las riquezas de este mundo.

¿Cuánta gente, lamentablemente, ha vendido su alma al demonio haciendo pactos por ser grandes artistas, grandes millonarios, muy poderosos? No vendamos el alma al diablo, haciendo de los bienes de este mundo nuestro dios, nuestro fin último. Debemos buscar el reino de Dios en primer lugar y lo demás se nos dará por añadidura.

Otro error sería el de caer en la pereza, en la despreocupación, en la dejadez, en la falta de empeño o de trabajo, pensando que por rezar y orar no tengo que trabajar para ganarme el sustento, porque me va a caer del cielo, interpretando mal esa comparación que hace la Escritura con los lirios del campo y las aves del cielo. Y hay mucha gente inclinada a caer en ese error, ese es un extremo; el otro, diametralmente opuesto, que nuestro Señor quiere combatir, es la solicitud terrena. No podemos caer en la dejadez o en el abandono total esperando que todo nos llueva del cielo. Las Escrituras hay que interpretarlas correctamente, para eso está la santa madre Iglesia, para darnos el sentido a través de su Magisterio y de los Padres de la Iglesia.

De ahí la necesidad de leer la Biblia con abundantes comentarios. ¿Cuánta gente no saca errores sin malicia, y concepciones erróneas de las Escrituras por leerlas imprudentemente sin preguntarse antes qué dice la Iglesia, qué dicen los santos padres? No más por recordar, ¿cuántos errores sacados del Génesis? Por ejemplo, al interpretar quiénes son los hijos de los buenos, de los santos y quiénes son los de los malos. Algunos llegan hasta decir y creer que Eva concibió otros hijos, además de los que tuvo con Adán, con la serpiente; y de ahí siguen sacando cuentos y cuentos típicos de toda una gnosis cabalística que no es de hoy, sino tan vieja como el mundo. Y así se hace de las Escrituras una mitología, una fábula. Por nombrar un aspecto, un detalle de cómo es fácil que el error haga presa de nosotros si no nos preguntamos siempre qué es lo que nos dice la Iglesia, qué es lo que nos enseñan los santos Padres, qué es lo que dice la teología.

Por eso, del evangelio de hoy han nacido muchas herejías, cuando nuestro Señor lo que quiere es mostrarnos cuál es el camino para salvarnos, y sabiendo Él que necesitamos vestido, comida y los bienes que Él mismo ha creado para nuestro sustento, no quiere que esos recursos mal encaminados, mal queridos, mal deseados, sean un obstáculo para nuestra salvación, sean un impedimento para que consigamos el reino de los cielos, el reino de Dios que debe ser el primero y único de nuestros objetivos y todo lo demás es secundario, accidental. Y esto es difícil entenderlo en el mundo de hoy, porque es pagano, está judaizado; donde todo es dinero. Todavía aquí en Colombia nos salvamos porque gracias a la pobreza no tenemos esa contaminación del materialismo que se ve en Europa; es aterrador, trabajar para adquirir, para poseer, para vivir bien, pero se olvidan de vivir conforme a Dios. Así, entonces, tienen por señor no a Dios sino a las riquezas.

Por eso la gran tentación que hay de querer ver realizado en este mundo el paraíso, que es lo que promete falazmente el comunismo; éste no es más que el ideal judío, convertir esta tierra en un paraíso de bienes materiales donde ellos, por supuesto, sean los que gobiernen y manden. No en vano Marx era judío y por ende no hay una oposición entre el capitalismo liberal y el comunismo; son dos versiones de un mismo ideal que se pelean en la manera en que se va a producir, pero el objetivo final es siempre esta tierra, los bienes, el poder y las riquezas terrenales.

En cambio, la Iglesia nos dice: ¡no; es Dios, el reino de Dios! Y eso fue lo que le pasó a Maritain, casado con Raiza, una judía. Él fue un inteligente filósofo, al principio muy purista y a quien el gran padre Garrigou-Lagrange, teólogo en Roma, lo defendía y estimaba; el padre Meinvielle trató de abrirle los ojos a Garrigou-Lagrange en el Angélico, pues Maritain, queriendo instaurar un cristianismo terrestre, cae en la herejía de Lamennais, en esa gran herejía condenada, y él es así, el instigador del Vaticano II, amigo íntimo de Pablo VI y el padre de la libertad religiosa, para que todos trabajasen y viviesen en paz en medio de los bienes de este mundo sin importar que fuesen católicos, judíos, musulmanes o lo que fueran; ese es el humanismo integral, esa concepción católica reducida a esta tierra, en definitiva a buscar el ideal judío del paraíso perdido aquí y encontrado en esta tierra, olvidándonos del paraíso celestial del reino de los cielos.

Y de ahí todo el progresismo que comportan todas estas nociones, que todo lo que viene es mejor; ¿por qué? Porque aumenta la técnica, la ciencia, y entonces, eso debe hacer que los hombres vivan en un mundo mejor, con más bienes de consumo. Falso, eso es buscar primero lo de este mundo, las riquezas y no a Dios; en consecuencia vemos el gran error de Maritain y de todo el modernismo, que se infiltró en el Concilio Vaticano II y que sigue campeando hoy en la teología de la liberación y en toda la evangelización que, según vemos, se predica en las iglesias; por eso las monjas dejan la clausura y salen a la calle, los curas se vuelven como los demás hombres. Es la misma mentalidad y es la de un apostata del reino de Dios, la gran herejía del modernismo y el progresismo actual, impulsada por católicos de talla como Maritain.

Debemos tener esa vigilancia, para que realmente vivamos el espíritu del evangelio, y del evangelio correctamente interpretado, porque de él es muy fácil sacar herejías; el error es múltiple y diverso mientras la verdad es una. Es mucho más fácil, entonces, la propagación del mal que la del bien y por eso es más difícil el bien, porque el mal es como un cáncer. Todo esto quedaría lejos de nuestro corazón si tenemos en primer lugar el reino de Dios, si buscamos el reino de Dios y lo demás lo subordinamos. Ese es el mensaje que nos quiere dejar nuestro Señor en el Evangelio de hoy, para que no nos condenemos con los bienes y las riquezas de este mundo que Dios ha puesto para nuestro sustento y no para reemplazarlo a Él.

Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos ayude a buscar el reino de Dios, el de su divino Hijo en primer lugar, para que así impere en nuestros corazones, si es que no puede imperar más en la ciudad.+

PADRE BASILIO MERAMO
25 de agosto de 2002

domingo, 19 de agosto de 2018

DOMINGO DECIMOTERCERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

En el Evangelio de hoy vemos la curación de los diez leprosos y el reproche que nuestro Señor hace ante la ausencia de los otros nueve, dado que sólo uno de los diez vino a agradecerle y a reconocerle como Dios. Todos los santos padres interpretan, como señala el padre Castellani, que es el evangelio de la gratitud y la ingratitud, y por eso nuestro Señor en cierta forma reprocha esa ingratitud de los otros nueve que no vinieron a presentarse.

No obstante, queda la dificultad, ya que fue nuestro Señor mismo quien les dijo que fueran a los sacerdotes, cumpliendo ellos lo que Él mismo les dijo y por lo cual el padre Castellani dice que además de ingratitud hay otro plano que apunta a la religión, a la conversión, a la fe; y ante ella no hay otro mandato, otro precepto, otro afán, otra obligación, nada. Porque a Dios no se le puede anteponer ninguna otra relación, ningún otro fin, ningún otro interés. Y por eso no es solamente la ingratitud lo que reprocha nuestro Señor, sino el no reconocer que el bien lo habían recibido a través de la mano de Dios.

El único leproso que se dio cuenta fue el que regresó a darle gracias y a adorar a Dios, por eso se postró sobre sus pies; es el gesto de adoración a Dios en Oriente y como antiguamente se estilaba, y es ese el otro aspecto que recalca y hace notar el padre Castellani, completando la exegesis común que hacen todos los padres refiriendo este milagro de hoy a la agradecimiento y desagradecimiento. ¿Y por qué es tan importante la gratitud? Porque todo lo que recibimos de Dios en el orden sobrenatural es gratis, no es debido. Y el mundo de hoy en su impiedad, en su herejía, hace de la gracia algo exigido por el hombre, por la dignidad del hombre, he ahí el Concilio Vaticano II.

Y todo es gracia, todo es regalado en el orden sobrenatural, y en el orden natural la vida, la existencia, etcétera; también son gratis, como muchas cosas que Dios nos da, no hay una exigencia, no hay una obligación de Dios, es completamente de balde, y eso hay que reconocerlo delante de Dios. No nos es debido, no hay una exigencia, y si la hubiera, entonces ya no sería gracia, ya no sería reconocimiento, gratitud.

Eso es lo que el hombre de hoy exige a Dios en su orgullo cuando reconoce la gracia, porque cuando no la reconoce simplemente le da la espalda. Teólogos como el cardenal de Lubac, honrado con ese título cardenalicio, fue quizás uno de los primeros herejes en ese sentido, en hacer de la gracia una cosa debida a la exigencia de la dignidad del hombre, eso es lo que enseña el Vaticano II. Luego rompe esa relación de lo gratuito de todo el orden sobrenatural, de lo gratuito de la gracia. Y por eso la importancia del reconocimiento; Santa Teresita del Niño Jesús decía: “Nada atrae tanto las gracias de Dios como el ser agradecido”. Y el mundo de hoy es desagradecido, nadie da las gracias, todo le es debido al dios hombre: mis derechos, y eso comenzando desde los niños; los derechos de los niños que ya no le dan el asiento a un mayor, que no se saben retirar ante la conversación de un mayor si no se los llama, que no saben estar en su puesto, todo les es debido, y se convierten para colmo en las mascotas del papá o la mamá.

Por eso la mala educación del mundo moderno y toda la falta del principio de autoridad. El niño o el hijo no es agradecido con sus padres, con sus mayores, con sus maestros. No, es el rey, todo le es debido y es poco. Es un hecho palpable, y así no solamente con la juventud y los niños, sino también con los mayores, nosotros mismos creemos que todo se nos debe, nuestros derechos, sin deberes. Y ante Dios también estamos exigiéndole, y nos asemejamos así a la oración del fariseo y no a la del publicano que se reconoce indigno pecador.

Los Santos Padres interpretan y relacionan el Evangelio de hoy con la gratitud y la ingratitud, porque la ingratitud seca la simiente de donde emanan los bienes. ¿Cómo alguien va a dar a otro algo si al dárselo el otro piensa que le es debido y no que es simplemente una merced, una gracia? Y mucho más, si el que nos da es Dios, ¿cómo le vamos a exigir? Es un orgullo profundo.

Y el otro aspecto del que habla el padre Castellani, es el de la religión. ¿Por qué no vinieron los otros nueve sino nada más que uno sólo? Es el reproche que hace nuestro Señor, porque es mucho más importante que ir y tener el certificado legal que los incorporaba a la sociedad, pues los leprosos eran excluidos del comercio social con los demás, vivían por las afueras con una campanilla para que nadie se les acercase si no se daban cuenta de su proximidad; vivían excluidos, como excomulgados.

La lepra se podía sanar al comienzo (también podía haber falsa lepra), y si así sucedía, eran los sacerdotes los que certificaban que esos individuos podían volver a vivir en sociedad; pero nuestro Señor hace ver que todo eso queda de lado porque a Dios sólo hay que reconocerlo como tal y adorarlo, amarlo. A Dios se le alaba reconociendo sus beneficios, ¿y cómo se van a considerar sus beneficios, si los reconocemos como una exigencia? He ahí la contradicción; por eso es absurdo que el hombre moderno exija a Dios un beneficio, eso rompe toda alabanza; no puede alabar a Dios porque no lo puede reconocer como un beneficio sino como una obligación.

Eso es lo que hoy enseña la falsa religión instaurada dentro de la Iglesia, con ropaje de cordero, de oveja, para que el pueblo fiel no se dé cuenta y así el error circule; pero si vemos las cosas como son, deberíamos darnos cuenta. Debemos tener presente esa necesidad de reconocer con gratitud los beneficios de Dios para alabarlo reconociendo los beneficios que Él nos prodiga y así verdaderamente adorarlo. No como hoy que es un falso culto, es el hombre el que prima y no Dios; por eso la insistencia que vemos en la enseñanza de Juan Pablo II cuando va a todas partes diciéndole a la gente que Cristo vino para revelar al hombre, para mostrar lo que es el hombre, cuando es todo lo contrario. ¿Quién dice algo, quién osa decir que esa doctrina no es evangélica, no es de Cristo, no es de Dios, no es de la santa madre Iglesia? Cristo no viene a revelar al hombre ni a señalarle su dignidad, viene a mostrar la miseria del hombre, y viene a evidenciarnos su divinidad para que le adoremos y para que adorándole una vez convertidos, nos salvemos.

Hay una tergiversación profunda del mensaje evangélico y solamente se puede explicar en lo que éste anuncia, la pérdida de la fe, la gran apostasía, la falta de religión y la adulteración de la Iglesia católica. Hay una verdadera adulteración y por eso la necesidad de guardar el testimonio fiel de la sacrosanta tradición católica, apostólica, romana. Aunque muchos fieles, desgraciadamente, no se dan cuenta hasta dónde llega la lógica consecuencia, pero hay que insistir en ello, para mantenernos con una fe pura, inteligente para no caer en el error. Porque si los tiempos no son abreviados, aun los que poseen la buena doctrina caerían; tal es la presión. Y ésta es grandísima; es necesario advertir y alertar a los fieles.

No es que yo hable mal del Papa, como algunos fieles han pensado y no han tenido la valentía de decírmelo. Un católico jamás está en contra del Papa ni en contra del papado, pero también hay que tener claro que puede haber una usurpación, una inversión, una infiltración. El Apocalipsis habla de un pseudoprofeta que tiene la apariencia de cordero pero que habla como el dragón. Es más, si nos remitimos a lo que dice el venerable Holzhauser, gran exegeta reconocido por la Iglesia, que ya en los siglos XV y XVI, cuando escribió el comentario al Apocalipsis, advierte que hacia el final de los tiempos habrá un falso Papa; misterio, pero así habla él.

Ahora bien, no es a mí a quien toca determinar esas cosas, pero sí advertir, como lo han hecho los grandes exegetas que han vislumbrado la posibilidad de que haya un antipapa en la Iglesia; es lo único que trato de advertir sin hacer ningún juicio sobre la persona, prevenir para cuidarnos porque no es posible pontificar en el error. Eso lógicamente no es posible, la Iglesia es infalible en su enseñanza, en su fe y yo como católico, apostólico, romano, no puedo admitir que desde la cátedra de Pedro se pontifique en la herejía.

Ahora, ¿cuál es la explicación? ¿cuál es la solución? Yo no lo sé. Si al verdadero lo mataron y pusieron a otro, si hay un sosias o lo que sea, o un infiltrado; muchas son las posibilidades y es muy difícil saberlo, pero lo que sí tengo que saber como católico es que un Papa verdadero no puede pontificar en el error, tergiversando el evangelio y la palabra de Dios. Su misión es la de confirmar a sus hermanos en la fe y no en el error. En consecuencia, el gran desconcierto de los fieles es qué hacer ante esa patraña. Es muy difícil. Pero ahí está la sacrosanta Tradición, lo que siempre la Iglesia en materia de fe ha enseñado, lo que siempre enseñó, la fidelidad a sus dogmas. Dogmas que hoy están negados, cuando no puestos en duda y la Iglesia excluye la sospecha. Dudar de un dogma de fe ya es ser hereje; Dios es absoluto, no permite el recelo, no permite ese relativismo.

Por eso nuestro Señor hace ese reproche a los otros nueve: ¿dónde están? Como diciendo, ¿por qué no han venido también ellos a adorarme y agradecerme como tú lo has hecho? De ahí el significado, el sentido del evangelio de hoy. Nos demuestra, entonces, la responsabilidad de cada uno ante Dios: el cielo o el infierno. Porque de acuerdo con esa respuesta categórica se definirá por siempre nuestra existencia y hoy vemos que hasta al infierno se lo pone en duda o se lo niega, como se lo ha rechazado diciendo que es simplemente un estado del alma, pero que no es un lugar donde hay fuego.

¿Dónde queda el dogma de la Iglesia que dice que es un estado y que también hay un fuego eterno? Es evidente, y sin embargo, estas cosas que antes eran comúnmente aceptadas hoy son paladinamente cambiadas, puestas en duda. Nosotros no tenemos otro recurso más que el de la fidelidad a la sacrosanta Tradición de la Iglesia, y saber que ningún Papa, ningún cardenal, ningún obispo, ningún sacerdote, ni un ángel del cielo, como dice San Pablo, puede enseñar otro evangelio, otra doctrina. Eso dijo San Pablo, aun si uno de nosotros, es decir, uno de los apóstoles o un ángel del cielo viene y les algo distinto, sea anatema, sea excomulgado, queda fuera de la Iglesia. La garantía para pertenecer a la Iglesia Católica es mantenernos en la fe y la fe me la da la Iglesia, la de siempre, la de todos los Papas, y no la nueva que ha comenzado con Vaticano II, desconociendo la sacrosanta Tradición. Y no creo que nadie deba escandalizarse porque yo hable claro y diga la verdad a la luz de la fe y si me llegase a equivocar, pues que por lo menos, en honor a la caridad, tengan a bien venir y decirlo, pero no hacer labor de zapa, de socavar cuando se trata de dar la luz para que no caigamos en el error.

Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, porque Ella es también la garante de la fidelidad a nuestro Señor, la verdadera devoción a la Santísima Virgen María, que hasta eso el demonio trata de eclipsar, de variar, de cambiar. Aun los gnósticos, aun los de la Nueva Era también hablan de nuestra Señora, y hasta los protestantes, cosa curiosa que nunca antes habían hecho. Pero no es la verdadera devoción, es la mentira mezclada con el error, y eso es muy difícil de detectar; tenemos que pedir la luz del cielo y agradecer cuando haya un sacerdote que con valentía y con toda sinceridad hable a los fieles, porque eso también es una gracia de Dios.

Por eso Dios les dijo a sus apóstoles que cuando no sean aceptados lo que queda por hacer es sacudir el polvo de sus pies e irse, pero no claudicar en su misión, no acomodarse al mundo, ni aun al gusto o al capricho de los fieles que están peor de lo que piensan, influidos y bombardeados trágicamente por un mundo impío y adverso a Dios. Ese siempre ha sido el lenguaje de los profetas, no el que halaga sino el que dice la verdad, pero ésta es de difícil aceptación.

De diez, uno solo reconoció la verdad y los otros nueve, ¿dónde están? Esperemos que en la hora de la muerte sigamos el ejemplo de este pobre leproso, que reconozcamos a nuestro Señor para que le adoremos en espíritu de verdad, en espíritu de fe y que este mundo corrompido que ha entrado en la Iglesia no nos destruya la fe y así podamos salvar nuestras almas. Es un problema de salvación, de santificación y no como algunos creen que “esto no es conmigo; total, yo me voy a salvar si sigo tranquilamente el camino más fácil”; seguir el camino más cómodo, sí, cuando todo anda bien en la Iglesia, pero cuando todo está al revés, ya es distinto y todo cambia; estos son los tiempos difíciles que nos toca vivir y que estamos viviendo.

Tenemos que recurrir de un modo mucho más intenso a nuestra Señora para que Ella nos proteja como a hijos pequeños suyos, porque todo es por gracia de Dios, no por exigencia. Reconocer los beneficios de Dios, por ejemplo, los de tener la Santa Misa tradicional, esta capilla y eso hay que reconocerlo y agradecerlo, ¿cuántos no andan por ahí buscando sin saber a dónde ir? Agradecer que somos católicos, que hemos nacido en tierras católicas, ¿qué tal haber nacido en China o en Japón, o en Suecia? Es un privilegio que hay que reconocer y más aún, mantenernos en lo que hemos recibido y no desperdiciar la gracia de Dios, que debemos transmitirla a los demás en la medida de nuestras posibilidades, y así ser más aceptos a Dios en medio de este acrisolamiento de la Iglesia, de la verdadera Iglesia reducida a un pequeño rebaño de Dios, como dice San Lucas.


Pidámosle a nuestra Señora para que seamos los fieles hijos de la Iglesia católica, apostólica, romana y así podamos permanecer leales a Ella y a Dios nuestro Señor. +

P. BASILIO MERAMO
18 de agosto de 2002

domingo, 12 de agosto de 2018

DOMINGO DÉCIMO SEGUNDO DESPUÉS DE PENTECOSTES


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

El evangelio de hoy nos relata cómo nuestro Señor le dice al pueblo que le escuchaba que muchos habían deseado ver lo que ellos veían y oír lo que ellos oían y no lo vieron ni lo oyeron, como algunos reyes y profetas del Antiguo Testamento. Reyes entre los que podíamos contar al Rey David, que quizás fue el que mejor vaticinó de nuestro Señor. Profetas que conocían por revelación al Mesías ya que el pueblo no lo entendía explícitamente, sino los profetas, los mayores, como dice Santo Tomás, que comprendían los dogmas de la Santísima Trinidad y de la Encarnación porque sustancialmente es la misma fe, aunque no por todos explícitamente conocidos pero sí por aquellos que tenían a cargo instruir al pueblo religiosamente pero que no había llegado la hora de la manifestación pública de ese misterio que hacía la esencia de la fe del Antiguo Testamento. Por eso nuestro Señor les dice que muchos hubieran deseado ver lo que ellos veían y oían. Ver y oír al Verbo de Dios encarnado, a nuestro Señor Jesucristo, al Mesías esperado por todos.

Y un doctor de la Iglesia de aquel entonces, es decir, doctor de la Sinagoga, le pregunta para tentarlo, no para saber, que es muy distinto, interrogar para conocer la verdad para la cual hemos sido hechos, es el primer deber de cada hombre y por eso los niños cuestionan, son preguntones, porque están ávidos de la verdad. Pero muy distinto es interpelar para tentar. Y nuestro Señor contestándole a su cuestionamiento de qué era lo necesario para salvarse, le hace a su vez la pregunta en consonancia con su estatus: “¿Qué es lo que se halla escrito en la Ley?”. Doctor de la Ley que parece que se la conociera al dedillo porque no titubeó en contestar prontamente con esa sentencia: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo”, en eso se resumían los diez mandamientos.

Sin embargo, teniendo ese conocimiento al pie de la letra no comprendían su significado porque enseguida replica como doctor pero también como ignorante: ¿Quién es mi prójimo? Para los judíos que se habían convertido prácticamente en una secta y para los fariseos, elite de la secta, el prójimo eran los amigos, los familiares, los allegados, en definitiva todo aquel que podía formar parte o de la familia, o de la estima de uno, pero no todo el mundo, mucho menos los demás hombres; con lo cual destruían ese mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas. Por eso, como lo dice la segunda epístola de San Pablo a los Corintios, “La letra mata y el espíritu vivifica”.

Casi todos los domingos vemos esa concordancia entre la epístola y el evangelio, y en este caso es patente, ¿qué quiere decir en la epístola cuando se menciona que “La letra mata y el espíritu vivifica”? Pues tenemos un ejemplo en el evangelio, como el doctor de la ley que conocía y responde bien y sin embargo no conocía el significado, la extensión, la profundidad, la aplicación de eso que él sabía y por eso la letra mata; de nada me sirve conocer el decálogo, toda la teología, todas las verdades, toda la ciencia habida y por haber como la tuvo Adán por un privilegio especial, si todo eso no está vivificado por el espíritu de Dios, por el Espíritu Santo, por el amor de Dios, por la verdad.

Dios es amor y es verdad, y si eso pasa con las cosas de Dios como la revelación divina, como son las Sagradas Escrituras, ¿qué no pasará con todos aquellos preceptos humanos legales civiles que hacen la convivencia de los pueblos? La letra mata mientras que el espíritu vivifica.

Discernir que esa letra, esa ley, esa norma, ese decálogo o lo que sea debe estar animado del espíritu de Dios, del espíritu de fe, del espíritu de verdad, porque sin ese espíritu de fe no hay nada y eso es justamente lo que el mundo hoy ha perdido en su incredulidad, en su neopaganismo, en su impiedad, bajo una falsa civilización. No queda nada de la verdadera civilización en la cual se cultiva todo aquello que da cultura al pueblo, a los hombres y a las cosas del espíritu. Pero hoy eso es nulo completamente, en las escuelas, en las universidades, en los púlpitos hay el vacío de luz, por falta del espíritu de fe, del espíritu de la verdad y eso aun en hombres de Iglesia. Por eso, monseñor Lefebvre insistía siempre en sus conferencias espirituales ante los seminaristas, en que es el espíritu de fe quien anima toda la doctrina, toda la verdad, todo el evangelio, todo el decálogo y si no se tiene ese espíritu, esa letra mata. Y mata doblemente porque nos hace culpables de aquello que sabemos pero que no cumplimos.

Por lo mismo en el Antiguo Testamento se le llamaba ley de muerte, porque le mostraba al pueblo su pecado pero todavía no le manifestaba de un modo explícito su redención, su salvación. En cambio, en el Nuevo Testamento que es el testamento del amor de Dios, se nos muestra el pecado pero también en el mismo momento se nos manifiesta la obra de misericordia, la obra de la redención, la obra de la salvación y por eso es más perfecta y completa al primero.

Por eso también se puede decir que todo el Antiguo Testamento, sin el nuevo, es letra muerta, que mata; de allí que el judaísmo sea una religión muerta, porque se queda con el Antiguo Testamento sin el nuevo; con la pura letra sin el Espíritu. Para colmo con un Antiguo Testamento que ya no corresponde tampoco a la interpretación según Moisés y los patriarcas sino a la obra de aquellas entelequias que tergiversaron las revelaciones antiguas y de allí fueron a dar a esos libros que son para los judíos mucho más importantes, como la Cábala y el Talmud, al no tener el verdadero espíritu; aun aquello que tienen de verdad lo tienen con otro espíritu y ese espíritu malo es lo que ha dado la Cábala y el Talmud; por tanto, tampoco son fieles, ni aun en cuanto a la letra, a Moisés y al Antiguo Testamento.

Ahora bien, lo mismo nos puede pasar, y de hecho está pasando hoy en la Iglesia, por no tener ni guardar ese espíritu de fe y de verdad y quedarnos con una palabra, con una moral, con una religión muertas y de ahí la necesidad de la sacrosanta Tradición católica, apostólica y romana que nos da y nos transmite el verdadero espíritu de fe, el verdadero espíritu de verdad para que nos salvemos; de ahí su importancia.

No es facultativo; uno puede al principio venir atraído por la capilla o por una Misa, o por lo que fuere, pero después que se pasa de ese primer contacto ya no se es libre de darle la espalda a Dios, a la Tradición, o decir que eso no es conmigo, porque si Dios me muestra cuál es la verdad y yo la desdeño, cometo un pecado contra el Espíritu Santo impugnando la verdad conocida.

Y cuánta gente pasa, se emociona y sigue de largo y creen que así se van a salvar; claro está que la misericordia de Dios es muy grande pero hay una responsabilidad por parte de cada uno y Dios nos pedirá cuentas a cada uno de nosotros.

Por eso la exigencia de perseverar y no ser aves de paso. La necesidad de profundizar en ese espíritu de fe, de verdad que nos lega la Santa Madre Iglesia, contenido en la Tradición sacrosanta de la Iglesia católica, y esa Tradición que ha sido hoy desdeñada, desechada, tirada por la borda; la barca de Pedro bota, tumbada, repudiada esa Tradición; esa es la imagen que nos podríamos hacer si queremos calcular qué pasaría en la Iglesia sin la Tradición. Pues dejaría de ser sencillamente la Iglesia; eso es lo grave, lo tremendo, que al dar la espalda a la sacrosanta Tradición apostólica y romana se tiene una nueva Iglesia que usurpa el nombre, el prestigio y la fama de la verdadera pero que ya no lo es.


Eso es lo terrible que estamos viendo y viviendo y por eso “no todo aquel que dice ¡Señor, Señor! se salva”. De ahí la necesidad del verdadero culto, de la verdadera misa, del verdadero catecismo, de los verdaderos sacramentos, de la verdadera doctrina católica; esto no es un juego, no es un pasatiempo y menos un club ni de lectores ni de lo que fuere. Es responsabilidad de cada uno de nosotros responder a la verdad y responder al amor de Dios y por eso es necesario conservar ese espíritu para que la letra no mate y así el espíritu nos vivifique y nos salve.

No limitemos, como los fariseos, el concepto de prójimo a lo que a ellos les convenía. Nuestro Señor muestra que el prójimo es cualquiera con el que yo me tope en la calle, lo conozca o no lo conozca, lo distinga o no lo distinga, así que es todo aquel con el cual me tope, lo conozca o no, y a él lo tengo que amar como a mí mismo por amor a Dios; eso es lo que nos pide el Señor al contestarle así a este doctor de la ley que le preguntó para tentarle.

No le tentemos entonces cuando destruimos el término de prójimo aplicándolo a aquellos que nos conviene porque son nuestros amigos y el resto como si no existiera. Reconozcamos como prójimo a todo hombre que esté a nuestro alrededor (que, entre más cerca, más prójimo). +

Padre Basilio Méramo
11 Agosto de 2002

domingo, 5 de agosto de 2018

DOMINGO DECIMOPRIMERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este domingo vemos el milagro que hizo nuestro Señor con el sordomudo; en otras ocasiones nuestro Señor hizo milagros e incluso curó a un mudo sin hacer ningún gesto, como vemos que lo hace según el relato de hoy; lo lleva aparte, le introduce los dedos en los oídos, le toca la lengua con su saliva, gime, y dice además “éphetha” que quiere decir abríos o ábrete. Y nos podemos preguntar por qué nuestro Señor hace todo esto, esa especie de curanderismo, podríamos incluso pensar o creer, para qué todo este ritual, si como en otras ocasiones ya lo había hecho, bastaba con una simple palabra o un gesto, sin hacer tanto aspaviento y, más aún, después de hacerlo le pide que no lo comunique, que no lo propague, aunque más se dan a conocer milagros.

Nuestro Señor claramente quiere acentuar un símbolo, una enseñanza con estos ademanes, tanto es así, que en el rito del bautismo que nos da la fe, se toman casi todos estas señas que hizo nuestro Señor en este milagro. Y ¿cuál es la razón? Dejarnos una lección, no tanto con la palabra sino con los actos, porque los milagros de nuestro Señor también son parábolas o enseñanzas en acción, como han dicho y hecho ver muchos santos. Así quiere mostrar la génesis, el origen de la fe, que es tan importante, que es esencial en la vida sobrenatural, en la de la Iglesia, en la nuestra, en la del mundo. El mundo sin fe sería diferente y de ahí la necesidad de ella para salvarnos.
Así que nuestro Señor quiere mostrar cómo esa fe se origina en nosotros por medio de la intervención de Dios, porque es un don y una gracia de Dios; viene por el oído, el oído de la palabra de Dios.

Por eso la urgencia de la predicación de la palabra de Dios, del Evangelio, para que oyendo el relato de la vida de nuestro Señor, creamos en Él, que es Dios, el Mesías, el Hijo de Dios, y no seamos infieles.

Por eso hizo todas estas señales, estas gesticulaciones y ordenó que no se dijera, porque la fe no es una cuestión de propaganda, de publicidad, como se vende cualquier producto, sino que es una conversión interior del alma que se transforma y se adhiere a Dios; la fe es un don sobrenatural que nos hace unir nuestra inteligencia a la verdad revelada, a la verdad primera que es Dios bajo el influjo de la voluntad que con la gracia de Él nos mueve.
Por ello hay un acto libre, y el que no tiene fe, libremente la repudia, la rechaza, no quiere someterse, no quiere que su inteligencia se adhiera a la verdad revelada; de ahí el choque frontal del rechazo de la fe, del repudio de nuestra inteligencia a aceptar la verdad revelada por Dios, que es el mismo nuestro Señor, es el Verbo de Dios, la Palabra de Dios, su revelación y manifestación hecha carne. Eso es lo que el mundo no acepta, se opone y de ahí el estado de permanente lucha, oposición y contradicción mientras exista, no solamente de cada alma frente a Dios sino de todo el mundo frente a Él y su Iglesia.

Por eso la gravedad de la hora presente en la cual el hombre moderno por decisión propia no busca la adhesión a la verdad y mucho menos primera revelada que es Dios; lo que quiere es sumarse a lo terrenal y por eso aplica la inteligencia a la técnica, al progreso y a las riquezas materiales, al poder y al dominio, pero no busca lo de Dios. Al buscar a Dios todo lo demás vendrá por añadidura; hasta la misma política no puede prescindir de Dios y si lo hace es mundana, y es lo que está pasando, cuando los intereses políticos, económicos y sociales no son los del amor a la verdad. Hay que buscarla y encontrarla y una vez que la hallemos unirnos a ella y amarla.

Siempre ha sido lo misma, el maldito naturalismo, esa rebelión de la criatura y del hombre contra Dios, aún más, de la natura angélica que se rebela, que no se somete y que por eso no acepta otra verdad que el hombre; hoy se predica la dignidad y libertad del hombre y sus derechos, la persona humana; el culto y la religión giran en torno a esa maldita y apostática libertad del individuo. Esa es lo detestable del mundo moderno y será la condenación de cada uno de nosotros si apostatamos de ese sacrosanto deber como criaturas, de adorar, de conocer y de rendir culto al verdadero y único Dios de la revelación, y no confundirlo miserable y diabólicamente con cualquier fetiche o ídolo de nuestra imaginación. Es un absurdo y es en el fondo una apostasía que culminará con el rechazo pública y oficialmente de Cristo instaurado dentro de la Iglesia que es el anticristo, el que se opone y disuelve a Cristo; que no quiere someterle, ligarle ni subyugarle su corazón. Es por lo mismo que San Juan dice que el anticristo es el espíritu que se desune y se aleja de Cristo, que quiere estar libre de Él.

Y ¿qué libertad no vemos hoy en nombre del hombre, de los derechos humanos, de las naciones unidas en contra de Cristo y de la Iglesia? Maldito y condenado mundo y por eso camina al suicidio; ese será el trágico final del hombre ensoberbecido que no quiere adorar y aceptar a su único y verdadero Dios. Ya no son solamente los reyes de esta tierra, los poderosos, los gobernantes, las naciones que se oponen a Cristo, sino que de la misma Iglesia la jerarquía, sus cardenales, sus obispos, sus sacerdotes, sus religiosos, sus religiosas, sus monjes y monjas en la gran mayoría o totalidad, excepto un pequeño rebaño copulan, fornican con los reyes de la tierra, bebiéndose la sangre de los mártires. ¿Habrase visto mayor postración y desolación en el templo sacrosanto de Dios?

Pues eso es lo que está sucediendo, eso es lo que quiere el cardenal Castrillón Hoyos, que ceda ese pequeño rebaño, la tradición liderada por monseñor Lefebvre y por la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, que fornique así con los reyes de la tierra, de este mundo, para sojuzgar la Iglesia, y que el poder espiritual quede en las manos de los poderosos de este mundo. Y eso lo harán no a través de una persecución violenta que generaría mártires, sino de la locuacidad del pseudoprofeta, la bestia de la tierra, que con su lengua diabólica y perversa habla como el dragón pero tiene imagen de cordero, y llevará a los fieles a la apostasía.

Es mi deber, sobre todo ahora, cuando me voy, que por lo menos les quede eso de recuerdo, para que cada uno de ustedes sepa defender su fe, a pesar de la jerarquía que nos va querer hacer apostatar, claudicar. Por eso es deber de cada fiel conocer su religión para poder sostenerse cuando no haya quien predique, cuando no haya sacerdotes valientes, obispos o cardenales que así lo hagan, porque hoy no vemos ni un solo cardenal, y obispos muy pocos.

De cinco obispos tradicionalistas quedan cuatro; esos cinco eran los sucesores de monseñor Lefebvre y de monseñor De Castro Mayer. No hay que olvidar que los sucesores de monseñor De Castro Mayer en Brasil claudicaron; el cardenal Castrillón les endulzó el oído, les compró la conciencia y los amedrentó bajo excomunión, bajo herejía, bajo cisma. ¿Cuál excomunión, cuál herejía, cuál cisma? Si los hay, son ellos quienes los producen en la Iglesia miserablemente, y somos nosotros, los fieles a la Tradición de la  Iglesia, los que preservamos la verdadera autoridad, la verdadera jerarquía, la verdadera obediencia, el verdadero amor a la verdad y no en lo que están convirtiendo a la Iglesia, en un lupanar de corrupción.

Ese es el gran escándalo que hay y la gran persecución contra aquellos que, como nosotros, nos esforzamos humildemente en querer acatar la verdad, en querer obedecer a la Iglesia, en querer ser fieles a nuestro Señor. Por eso se nos acosa inmisericordemente mientras que el resto vive sin problemas, sin hostigamiento; porque pareciera que no hay peor cuña que la del mismo palo.

Eso lo tienen que tener presente, mis estimados fieles, si quieren salvar sus almas, porque lo más fácil es seguir la corriente, dejarse arrastrar y pintarlo todo con el rótulo de obediencia que es una traición a Dios. Primero hay que someterse a Dios. ¿Con qué derecho un padre puede corromper a sus hijos en nombre de la obediencia, en nombre del cuarto mandamiento? Absurdo sería porque el acatamiento exige la autoridad y ésta reclama que sea participada de Dios que es el Creador de todo.

Luego, para demandar subordinación hay que tener esa autoría de Dios, en su nombre y no para combatirlo. Eso es lo que hace legítima la autoridad y la obediencia que se pide en consecuencia, y sin eso no hay acatamiento sino obsecuencia o servilismo; y donde hay sumisión no hay subordinación, porque no hay virtud allí donde no hay libertad. Las piedras y los animales no son libres, no obedecen, cumplen con instintos la ley de la vida, pero en el hombre, que tiene libertad, es todo lo contrario y esa es la verdadera libertad que nos hace independiente, la libertad en la verdad; por eso la fe (dice Santo Tomás de Aquino), tiene por objeto la verdad primera que es Dios revelado y por eso el deber trascendental de cada uno de nosotros, de cada hombre, de cada criatura inteligente de adherirse a esa verdad, reconocerla, aceptarla y no liberarse de ella y negarla para autoafirmarse como lo hizo Satanás con su “non serviam”, no serviré, no me someto, no me adhiero a la verdad en nombre de mi naturaleza, de mi excelencia, de mi personalidad, de mis derechos.

He ahí el primero y gran pecado de herejía, de apostasía, del naturalismo que va cambiando de nombre pero que es en esencia siempre lo mismo y por eso tenemos que estar muy atentos para que no nos engañen, para que no nos dejemos estafar y para que podamos defender nuestra religión como lo hicieron tantos mártires en la soledad, en el abandono, en el arrinconamiento, cuando lo más fácil era seguir a los demás.

Por eso, todo verdadero católico y más hoy día, es un mártir, en potencia al menos, y eso es lo que exige nuestro Señor, esa capacidad de inmolación; es decir, que si es su voluntad estemos dispuestos a morir por la verdad, así como Él lo hizo en la Cruz. Nuestra religión es de sacrificio, eso significa la Cruz y por eso nos la quieren quitar para que haya una religión sin Cruz. Ésta nos la recuerda la Santa Misa, por eso la gravedad de la nueva aunque muchos fieles no se den cuenta, porque justamente se trata de camuflar, de disfrazar, que es lo que en realidad está pasando.

Debemos pedirle a nuestro Señor cada día la fe, para permanecer firmes en ella, porque el diablo anda a nuestro alrededor viendo a quién va a devorar y por eso hay que permanecer de pie, como nuestra Señora en el Calvario. Mientras los apóstoles huyeron despavoridos, cobardemente, Ella se quedó allí con algunas piadosas mujeres y San Juan, pero ninguno por mérito propio, sino por estar al lado de la Santísima Virgen María.

De allí la necesidad imperiosa y categórica, sobre todo en estos últimos tiempos, de recurrir a la Santísima Virgen María, para que no transijamos y podamos subir al Calvario como Ella, en esta segunda crucifixión de nuestro Señor en su cuerpo místico, que es la Iglesia. Por eso la Iglesia sufre hoy una verdadera pasión, un desgarramiento profundo que se quiere ocultar, pero que vemos con toda la corrupción existente en el mundo y dentro de la Iglesia, en sus ministros. Esta perversión nos puede afectar si no nos mantenemos alertas y vigilantes a buena distancia y en la humildad que es en el reconocimiento de la verdad. Santa Teresa decía que la humillación está en la verdad, sin ésta no la hay, no hay la virtud, no hay fe y, desde luego, sin fe no puede haber esperanza ni caridad.

Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, que nos conserve en esa fe pura de la Iglesia, in-contaminada, sin error, porque así es la fe de la Iglesia, y en esa pureza poder vivir y en la medida de lo posible transmitirla a los demás para la salvación nuestra y la del prójimo y de esta forma hacer verdaderamente la voluntad de Dios auxiliados por nuestra Señora, la Santísima Virgen, que también es nuestra Madre, porque es Madre de la Iglesia. Roguémosle siempre a Ella para que nos mantenga en ese fervor y así podamos responder con verdadero amor a nuestro Señor Jesucristo. +

P. BASILIO MERAMO
24 de agosto de 2003