San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 26 de octubre de 2014

FIESTA DE CRISTO REY

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
La Providencia divina ha querido que sin estar debidamente acabada esta capilla y a pesar de los trabajos, contratiempos y dificultades se pudiera realizar la ceremonia de hoy, se lleven a cabo estas primeras comuniones y también se celebre el aniversario de los diez años del Colegio en esta fiesta tan importante de Cristo Rey.

Festividad que proclama la realeza social de nuestro Señor Jesucristo, sobre todo en el mundo actual que da la espalda a la Iglesia, a Cristo y a Dios. Por eso su Santidad Pío XI, en 1925, la instituyó a instancias de los cardenales y de otros prelados, viendo la necesidad de concluir prácticamente el año litúrgico con una fiesta que proclamase la realeza de nuestro Señor en el mundo moderno, a pesar de la oposición de la Revolución francesa, de la protestante, de la comunista. Y no era que antaño no se festejara la realeza de nuestro Señor, el seis de enero en el día de la Epifanía de los Reyes magos. Pero era necesario darle más relevancia y por eso la necesidad de hacer una fiesta aparte y así fue que Pío XI quiso, como quien dice, hacer concluir el año litúrgico con esta celebración a nuestro Señor Jesucristo como a Cristo Rey en el último domingo del mes de octubre.

La divina Providencia ha querido que hoy esta capilla tradicional, apostólica y romana hasta los tuétanos y no protestante, no cismática como muchos enemigos quieren hacer ver sino católica, apostólica y romana, realice esa gran fiesta de la proclamación de la primacía universal de nuestro Señor Jesucristo, hoy combatida a la par que es atacada la Iglesia.

Porque la civilización moderna no quiere que Cristo impere, no quiere reconocer que Cristo es Rey del Universo y de las Naciones y ese es el Imperio que Satanás y sus secuaces que no quieren admitirlo; de ahí la pugna, la lucha, el combate que no se ha iniciado hoy sino que comenzó con la primera apostasía de los ángeles malos que no quisieron reconocer a nuestro Señor; esto lo dice el cardenal Pie resumiendo a los santos Padres de la Iglesia, porque les fue manifestado que nuestro Señor se encarnaría y la segunda persona del Verbo se haría hombre y eso fue lo que no pudo admitir Satanás, humillarse ante un hombre que también es Dios.

Ese combate continuó al rebelarse los hombres contra la revelación primitiva y por eso cayeron en el paganismo. Suscita entonces Dios un pueblo tenaz como el judío para que se mantenga esa promesa que sin embargo los judíos traicionan condenando a nuestro Señor y matándolo en la Cruz. Y la lucha continúa a través de los siglos: los mártires de la Iglesia primitiva y todas las revoluciones que se han sucedido con todas sus herejías, hasta la última, la gran apostasía para los últimos tiempos en los cuales ciertamente estamos viviendo y que por eso se da un combate tan atroz contra todo lo que se proclame verdaderamente católico, verdaderamente de Dios.

De ahí también, como lógica consecuencia, la batalla contra la Tradición de la Iglesia católica y contra nosotros, contra monseñor Lefebvre, que no hizo sino guardar el testimonio fiel de la Santa Misa, de la Santa Tradición de la Santa Iglesia católica, apostólica y romana aunque les pese a muchos obispos, a muchos cardenales y a muchos prelados que se dicen católicos pero que no profesan la doctrina de la religión católica. Uno de los dogmas de la religión católica que no profesan es precisamente el de la realeza universal y social de nuestro Señor Jesucristo. Por eso no quieren que las naciones se confiesen católicas y a eso se debe la libertad religiosa y el ecumenismo. Por lo mismo la igualdad con las falsas religiones; todo esto es una herejía, una apostasía a los ojos de la fe católica, apostólica y romana. Tengámoslo muy en cuenta, mis estimados hermanos, y no claudiquemos en la fe, para defender a Cristo, a la Iglesia, para ser los fieles testigos de nuestro Señor.

Nuestro Señor es aclamado también en el día de ramos, pero en el de la crucifixión fue incluso abandonado hasta por sus apóstoles más queridos; solamente estaban con Él nuestra Señora con algunas mujeres que la rodeaban y acompañaban junto con San Juan; pero nuestro Señor estaba allí solo.

Es muy fácil estar con la Iglesia y con nuestro Señor cuando todo va bien, cuando todo es gloria, pero cuando viene el combate, la lucha, la oposición, la contradicción y sobre todo la proclamación y la confesión íntegra de la fe rechazando todos los errores, entonces ¡ay, oh escándalo fariseo!, desaparecen los amigos, el clero, desgraciadamente para asociarse al mundo impío que reniega de nuestro Señor, que no quiere pertenecer a Cristo y no quiere pertenecer a Dios. Esa es obra de la judeomasonería, por eso las Naciones Unidas no quieren proclamar la realeza de nuestro Señor sino que están auspiciando el reinado del anticristo y eso hay que decirlo para que nosotros no nos añadamos a esas filas de apostasía que terminarán en el reinado del anticristo; por eso todos los gobiernos del mundo y de las grandes potencias no quieren ya ser el brazo de la Iglesia; peor aún, esos reyes y poderosos del mundo quieren que la Iglesia se haga su cómplice.

He ahí el drama, la división, la oposición que el mundo, que Satanás, que es el príncipe de este mundo gane para su causa al clero, a los ministros de la Iglesia y logre socavar desde dentro la Iglesia católica, apostólica y romana. De allí la gran importancia de defender la fe. La misma en la que hemos sido confirmados, la de la Iglesia. No creer como hoy se cree, que uno se salva en cualquier religión, que ya no hay infierno, que la Iglesia católica no es la única arca de salvación y tantas otras cosas que hoy parecieran dogmas comúnmente admitidos por todos, pero que son verdaderas herejías que conculcan la infalibilidad de la fe católica, apostólica y romana.

Por eso nosotros conservamos la santa liturgia tradicional, la Santa Misa de siempre, porque allí donde hay culto hay sacrificio y eso fue aun hasta en el paganismo, y ese sacrificio, ese verdadero culto es el de la Cruz, renovado sobre los altares; no es una synaxis, no es una cena, por eso sacaron el altar y colocaron una mesa, sino el sacrificio de la Cruz renovado incruentamente, sacramentalmente bajo las especies del pan y del vino, que es el mismo de nuestro Señor en la Cruz.

Eso no puede cambiar y si sucede, es porque se ha alterado la Iglesia y la fe; se han renovado Cristo y Dios. Estos son inamovibles, son eternos. Por eso la Iglesia, aunque está en este mundo, vive en la eternidad de la verdad de Dios y de las cosas de Dios y en esa realidad debemos vivir y morir nosotros para ser de Dios. Por eso, estos niños que hoy van a hacer su primera comunión deben estar bien preparados sabiendo que reciben el cuerpo, sangre, alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo, que es la segunda persona de la Santísima Trinidad; no hay que olvidarlo, porque si uno sabe que cuando comulga recibe al Rey de los cielos y de la tierra, el cuerpo, sangre, alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo, ¿cómo es posible que le recibamos de pie, en la mano o en pecado mortal o viviendo en concubinato o creyendo que con el matrimonio civil se está casado? Eso es absurdo.

Todo esto pasa porque se está perdiendo la fe, mis estimados hermanos, la fe en las cosas esenciales de nuestra santa religión, de nuestra santa madre la Iglesia. Y eso es lo que nosotros queremos mantener y proclamar para seguir siendo fieles a nuestro Señor y a la santa madre Iglesia católica, apostólica y romana; no es más, simplemente eso. Y quizás nos cueste el martirio, porque proclamarlo y no callar ante un mundo como el de hoy no es posible sin que haya que verter la sangre. Por lo que todo católico fiel a nuestro Señor debe tener esa entrega de corazón a imitación de Él que dio su sangre en la Cruz por nosotros, y si es necesario, nosotros la demos para no claudicar en la fe y proclamar la realeza universal y primacía de nuestro Señor Jesucristo sobre todo el Universo.

Debemos, pues, pedir en esta Misa de primeras comuniones por estas almas tiernas que tienen la fe, para que conserven la pureza, para que no se manchen por el pecado, como lo deseó San Pío X cuando permitió que todo niño que tuviese entendimiento comulgara no un pedazo de pan sino el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, e hiciese la primera comunión para que antes de caer víctima de Satanás por el pecado, fuese primeramente nuestro Señor quien reinara en esa alma pura.

Si nosotros hemos perdido esa pureza, debemos encontrarla a través de la oración, de la penitencia, del sacrificio y no vivamos de placer en placer como quisiera el mundo de hoy, en que todo es sensual; para eso están la técnica, la televisión, el cine, la radio, los dineros, todo conspira para que vivamos como paganos pensando en la comodidad y no como católicos que estamos en esta tierra de paso para merecer el cielo a través del sacrificio, la oración, la abnegación; para eso es que vivimos aquí, no para ser artistas, no para ser grandes personajes, no para ser ricos, millonarios, famosos o poderosos o lo que fuere, sino para ser buenos hijos de Dios; eso es lo que siempre ha predicado y predicará la Iglesia católica.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, nos proteja, que nos conserve en el amor divino, en el verdadero y no en la falsa caridad filantrópica masónica que hoy se nos quiere imponer y que es un puro sentimentalismo pero que no es verdadero amor de Dios, al punto de sacrificar la vida si es necesario por nuestros amigos. Que sea nuestra Señora la gran protectora, porque Ella permaneció de pie en la crucifixión de nuestro Señor Jesucristo y estará de pie en esta segunda crucifixión de nuestro Señor en su Cuerpo Místico, la Iglesia hoy perseguida, combatida; será Ella entonces nuestro sostén y nuestra abogada. A la hora de la muerte, será también Ella la que nos procure la gracia de la perseverancia final que es lo que rezamos todos los días al decir el Avemaría y al decir el santo Rosario. Supliquemos entonces a Ella que nos mantenga en ese fervor y en esa verdadera caridad y amor de Dios. +

P. Basilio Méramo
26 Octubre de 2002

miércoles, 22 de octubre de 2014

Del R.Padre Basilio Méramo: UNA VISION TRASNOCHADA DE FATIMA


Lamentablemente, y muy lamentablemente, bajo aspectos de cierta piedad, pero sin
doctrina, lo cual es una falsa piedad, o lo que podríamos llamar: pietismo, se enfocan
muchas veces mal, grandes verdades; y esto es al parecer el problema, desdichadamente, de Mons. Williamson con su último Eleison n°379 del 18 de Octubre
del 2014, en el cual peca por un doble o triple error, valiéndose de lo que Nuestra
Señora manifestó en Fátima: “Al fin mi Inmaculado Corazón triunfará” y la consagración de Rusia, al punto de afirmar la necesidad de que Mons. Fellay debe
realizar una Cruzada del Rosario, para que Francisco (el Grande) consagre a Rusia y se
acaben los males y toda esta crisis.

La expresión “al fin mi Inmaculado Corazón triunfará”, si se mira bien, es incondicional, como incluso en su momento, el mismo Mons. Fellay afirmaba con cierta lucidez; y digo cierta, pues quizás el mismo no medía la envergadura que sus palabras cobijaban. Si es incondicional, no depende ese triunfo, de ninguna consagración, lo cual vendría a estar reflejado en lo que también por otra parte dice
Michel de la Sainte Trinité en su obra en tres tomos que fueron resumidos en uno solo
por el Hermano François de Marie des Anges, bajo el título “Fátima, Joie intimes,
evénémant mondiale, e de CRC, Francia 1993; Nos dice: “La locución temporal ‘por
fim’ en portugués, que significa ‘al final’, o también ‘finalmente’, ‘por fin’…” (Ibídem,
p.430).

“Igualmente, cuando el P. McGlynn quería saber si la promesa de la conversión de
Rusia era absoluta o condicional, Lucía responde: ‘Al fin, en el texto del secreto,
significa que es absoluta” (Ibídem, p.435).

Evidentemente se está asociando indebidamente en la pregunta, el triunfo del
Inmaculado Corazón con la conversión de Rusia, identificándolas, y la verdad que este
es un error, porque textualmente “al fin”, se refiere al triunfo del Inmaculado Corazón,
que no está necesariamente supeditado ni condicionado a la conversión de Rusia, sino
que está por encima de la conversión de Rusia. Y la conversión de Rusia sí es lo que
estaba supeditado a la consagración al Inmaculado Corazón, para que se diera un
tiempo de paz (cierto tiempo).

El triunfo del Inmaculado Corazón, no puede ser efímero, pasajero, transitorio,
circunscrito a un período de algunos años (25 o más), sino a un triunfo pleno y total
que se identifica con el triunfo total de Cristo Rey y esto sólo y únicamente se puede
dar, después de su gloriosa Parusía, no antes.

Esto sería además como confundir una merienda o tentempié con una cena y peor aún
con un banquete, un gran banquete de bodas incluso con octava; con el agravante que
ese reino, además de efímero, sería pisoteado, vilipendiado por el reino del Anticristo,
lo cual sería prácticamente hasta blasfemo si se quiere, además de absurdo.

Y todo el problema viene por no tener una contextualización conforme con la hora
presente, en la cual nos encontramos en una crisis de dimensiones verdadera y
exclusivamente apocalípticas, tanto por la intensidad, cuanto por la universalidad del
mal que sacude a la Iglesia y a sus cimientos (la fe y los sacramentos) sobre los cuales está fundada. Pero a esto lleva esa alergia, tirria y hasta odium theologicum
antiapocalíptico.

Para decirlo de una vez por todas, hay que ser muy estulto para no entrever por lo
menos, si es que no se ve por rudeza mental, que después del año 1948, la diáspora se
termina creándose el Estado de Israel, el cual fue inaugurado por David ben Gurión el
14 de Mayo de ese mismo año, lo cual fue el fruto de la II Guerra Mundial.

Negar esto es negar la historia, así como la exégesis cual interpretan todos los exégetas,
estando de acuerdo sobre el texto de San Lucas 21, 24 que dice: “Y caerán a filo de
espada, y serán deportados a todas la naciones y Jerusalén será pisoteada por los
gentiles, hasta que el tiempo de los gentiles sea cumplido”. Y esto siempre fue
interpretado que acontecerá hacia el fin de los últimos tiempos apocalípticos, próximos
y antesala de la misma Parusía. Y esto es lo que en la nota al pie de la página
correspondiente a este pasaje, Mons. Straubinger indica: “El tiempo de los gentiles
(v.24) va a cumplirse, ésto es, va a terminar con la conversión de Israel (Rom. 11,24),
y el advenimiento del supremo Juez”.

Mons. Williamson se aferra a que toda esta crisis descomunal, donde si no son
abreviados los tiempos –como dice Nuestro Señor– prácticamente no encontraría fe
cuando Él vuelva; y para colmo piensa con ingenuidad anglosajona que todo se
arreglaría con la consagración de Rusia hoy. Esto es un desfase de una mente algo
trasnochada y responde a una mala interpretación (lectura) de Fátima; como si no
estuviéramos viviendo, desde la II Guerra Mundial y hasta ahora, los errores de Rusia
esparcidos por el mundo. Eso es como querer parar la bala después de que ya se
disparó con un acto de arrepentimiento del criminal que accionó el gatillo; es decir,
que todo lo que estamos tragando es crema chantillí y toda la atmósfera excremental
que respiramos es perfume francés. Al buen entendedor pocas palabras.

Que la segunda Guerra Mundial fue consecuencia del castigo ya iniciado por no
haberse consagrado a tiempo Rusia, lo dice el Hermano Michel: “En 1929-1931, todo
dependía del Papa, si Rusia hubiera sido consagrada al Corazón Inmaculado de
María, ella se habría convertido y ni la Segunda Guerra Mundial, ni la
relampagueante expansión del comunismo se habrían producido. Pero como esto no
se había hecho, en lugar de las promesas, fueron los castigos que comenzaron a
realizarse” (Ibídem, p.217).

Debe quedarnos claro que hoy, si se hace la consagración, ella no podría impedir los
efectos, las consecuencias de todo lo que estamos viviendo y sufriendo, mirado a la luz
de la doctrina y de la fe. Incluso si la consagración se hubiese hecho en el mismo año
1938, habiéndose cumplido el signo (la llamada aurora boreal del 25 de enero de ese
año), ya era tarde, pues justamente cuando éste se diera, sería la señal de que los males
anunciados comenzarían irremediablemente. Luego, a partir de esa fecha, la consagración ya sería tardía y por lo tanto, no podría impedir los efectos desencadenados por los motivos que no fueron quitados a tiempo, como era lo que
pretendía nuestra Señora con la advertencia de Fátima, es decir, que por una gracia
exclusiva de la Madre de Dios, Nuestro Señor, en virtud de la devoción del Inmaculado
Corazón de María, impediría el mal que se había enquistado en su forma satánica, a
través del comunismo ateo y humanista que muchos confundían estultamente con los
cañones rusos.

El signo que marcaba el comienzo de los males anunciados, si no se cumplía la
voluntad divina expresada en el llamado Tercer Secreto de Fátima, que consistió en
una noche esclarecida por una luz desconocida (que se le llamó o asoció a una aurora
boreal inusitada) era la advertencia de que los males irremediablemente comenzarían,
por no haber acatado la voluntad divina. Luego, la consagración sería tardía, pues ha
debido ser antes, y no después de esa fecha, para que se cumpliera el efecto prometido
en aras de que el mundo entero se percatara del poder glorioso del Inmaculado
Corazón de María, es decir, que en virtud de su santo nombre y a través de Ella, Dios,
el Verbo Eterno, diera un tiempo de paz impidiendo que se expandieran por el mundo
los errores del comunismo ruso, lo cual es hoy un hecho más que consumado.

Pero esta paz, jamás se puede confundir, con la paz plena y total que sólo podía venir
después de la Parusía. Entonces no había que confundir un tiempo de paz efímero, en
honor al Inmaculado Corazón de María, con la paz de la Iglesia reunida bajo un solo
pastor, formando un solo rebaño en el reino de Cristo Rey aquí en la tierra, después de
la Parusía, que es el que pedimos muy inconscientemente sin darnos cuenta cada día
que rezamos el Padre Nuestro diciendo Adveniat Regnum Tuum, –Venga a nos el tu
Reino– y que se haga la voluntad del Padre Eterno aquí en la tierra como en el cielo.

Reino claro está, incoado por la Iglesia militante en este mundo, pero que será única y
exclusivamente plenificado en el reino de Cristo después de su Parusía y de que haya
sido destruido el Anticristo en su doble aspecto: la versión política, la Bestia del Mar
con siete cabezas (lo que indicaría una gran coalición política universal de las
naciones), y la versión religiosa, la Bestia de la Tierra con dos cuernos de cordero, pero
que habla como el Dragón, siendo esta mucho peor que la otra y que hasta nombre
propio tiene, pues se le llama pseudo profeta y no es como la otra que mata el cuerpo
sino que llega hasta matar el alma, por la perfidia, el error, el engaño, la falsificación y
la apostasía, y así se precipiten en el infierno condenándose eternamente.

He aquí lo que decía el mensaje de Fátima al respecto: “Habéis visto el infierno, a
donde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer
en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hicieran lo que os voy a decir,
se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a acabar, pero si no dejan de
ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche
alumbrada por una luz desconocida, sabed que es la grande señal que Dios os da de
que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y
de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla, vendré a pedir la
consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los
primeros sábados. Si atendieran mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz; si
no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la
Iglesia, los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá que sufrir mucho,
varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El
Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo
algún tiempo de paz. En Portugal se conservará siempre la doctrina de la Fe, etc.
Esto no se lo digáis a nadie, a Francisco si podéis decírselo” (Memorias de la hermana
Lucía, 3 ed. Octubre de 1988, ed. Vice-postulação, Fátima Portugal, p.165).
Esto prueba y comprueba que después de ese signo luminoso excepcional,
comenzarían irremisiblemente los castigos anunciados y la segunda Guerra Mundial,
que, aunque comenzó con Pío XII, de hecho, ya estaba iniciada en sus causas, bajo el
reinado de Pío XI, como lo afirman los fatimólogos y entre ellos el mismo Michel de la
Sainte Trinité.

Hay que precisar también, ateniéndonos a la lengua del escrito original en portugués,
que en esta traducción al español hay dos fallas (o errores): una que no dice doctrina
sino dogma; la otra, que no dice que se consagrará a Rusia indefectiblemente en un
futuro, sino que se ha traducido mal, pues el texto dice: “O Santo Padre consagrar me
á a Russia que se convertirá e será concedido ao mundo algum tempo de páz”. Como
se ve, no dice que indefectiblemente se consagrará a Rusia por un Papa, sino que
deberá consagrarme Rusia, para que se otorgue ese tiempo de paz que es muy distinto,
es decir, que si no se consagra a Rusia, no habrá ese tiempo de paz, pero aun así, al fin
y al cabo, con consagración o sin consagración y todo lo que pase, mi Inmaculado
Corazón triunfará por encima y a pesar de todo.

Entonces queda claro, que es: ha de consagrarme, deberá de consagrarme, y no como
erróneamente interpretan y traducen: me consagrará. He ahí la pequeña y gran
diferencia.

Además, como lo hace ver Michel de la Sainte Trinité, el triunfo es universal: “Así está
claro, cuando Nuestra Señora anuncia solemnemente: ‘Mi Corazón Inmaculado
triunfará’, se trata de un triunfo universal” (Fátima, Frére Francoise de Maríe des
Angels. Joie intime evénément mundial, ed. Contre-reforme Catholique, France, 1993,
p.438).

A la objeción que se puede hacer que la guerra comenzó, no con Pío XI, sino en la
época de Pío XII, en el mismo libro vemos: “Es notable que la Virgen haya anunciado
que la guerra comenzaría bajo el reino de Pío XI y no bajo el de Pío XII. El P. Jongen
interroga a Sor Lucía sobre esta sorprendente anomalía: ‘la Santísima Virgen María,
ha verdaderamente pronunciado el nombre de Pío XI?’ – ‘Sí. Nosotros no sabíamos
entonces lo que era un Papa o un rey. Pero la Santísima Virgen habló de Pío XI’ -
‘Pero la guerra no comenzó bajo Pío XI?’ –‘La anexión de Austria fue la ocasión.
Cuando el acuerdo de Múnich fue concluido, las hermanas jubilosas se alegraban
porque la paz se había salvado. Yo sabía mejor, por desgracia’ –‘Pero ese Padre
jesuita [Dhanis] hizo notar que la ocasión de una guerra no es la misma cosa que su
comienzo’. Esta observación no hizo ninguna impresión sobre la hermana”. “Esta
respuesta de sor Lucía, no tiene nada de sutileza verbal para salirse con la suya.
Puesto que los historiadores han a menudo señalado el hecho: ‘La segunda Guerra
Mundial había ya comenzado mucho antes que ella fuese declarada sobre el papel’ ”
(Ibídem, p.227-228).

Podrá además parecer curioso y contradictorio afirmar que la consagración sería
tardía, habiendo puesto sor Lucía por escrito con fecha posterior en sus memorias, que
después de la luz misteriosa de la noche del 25 de Enero de 1938, de ese signo, ya
comenzarían los males; pero hay que aclarar que una cosa es poner el mensaje por
escrito y otra cosa es haber advertido la necesidad de la consagración como lo había
hecho mucho antes en 1930.

“Después de la Teofanía de Tuy, al inicio del año 1930, Nuestro Señor hace saber a la
vidente que las dos peticiones de la consagración de Rusia y de la devoción
reparatriz, debían ser dirigidas conjuntamente al Santo Padre mismo” (Ibídem,
p.206).

Por otra parte, cuando se le interroga a sor Lucía por qué no dijo lo del secreto antes,
por qué no fue publicado antes, ella responde, porque nadie se lo había pedido, como
podemos ver: Es lamentable, decía el P. Jongen a Lucía en 1946, que el Secreto no
había sido publicado antes de la guerra. Así la predicción hubiera tenido más valor.
Por qué no lo había hecho conocer antes? –‘Porque nadie me lo había pedido’. En
efecto, sus confesores no le habían todavía autorizado a revelar el Secreto. La vidente
de Fátima no le escribirá sino en una carta al Papa Pío XII, en 1940, después de
haber recibido la orden expresa de su confesor. Sin embargo, en este año de 1938, sor
Lucía hará todo lo posible de sí, para prevenir a quien corresponda de la inminencia
del castigo” (Ibídem, p.225).

Es evidente, para los que no tengan alergia ni tirria antiapocalíptica, que Fátima se
refiere a un contexto eminentemente apocalíptico, a tal punto que nuestro autor
subtitula: “Un apocalipsis para el siglo XX” y dice: “Nosotros sabemos de fuentes
seguras, que sor Lucía, interrogada sobre el contenido del tercer Secreto por una de
sus parientes, dio un día esta respuesta: ‘Está en el Evangelio y en al Apocalipsis,
leedlos’. Y la vidente indica incluso en otra ocasión, los capítulos VIII a XIII del
Apocalipsis. El último secreto se sitúa luego en el cuadro apocalíptico de la lucha final
entre la Virgen Inmaculada y el Dragón infernal, tal como se nos describe en el
Apocalipsis…” (Ibídem, p.422).

Y en la página siguiente puntualiza: “El combate apocalíptico entablado entre la
virgen María y el Dragón, constituye la textura dramática de las tres partes del
secreto de Fátima” (Ibídem, p.423).

De otra parte, conviene señalar que una de las grandes razones por la que quizás no se
publicó en tiempo de Pío XII el Tercer Secreto y que además no se realizara
debidamente la consagración de Rusia, fue porque instintivamente se percibía que ya
había sido demasiado tarde, pues la segunda Guerra Mundial había comenzado cual lo
había anunciado Nuestra Señora, si no se hacía lo que pedía y se había dado el signo
infalible del comienzo de los males del castigo de la misteriosa luz de la noche del 25 al
26 de enero de 1938.

Vemos como Mons. Williamson es poco apocalíptico exegéticamente hablando de una
parte, y muy aparicionista de otra. Es evidente que cuando no se tiene como referencia
principal la Palabra de Dios manifiesta en las Escrituras, y particularmente en materia
de profecías neotestamentarias, el libro del Apocalipsis, no queda más que recurrir a
un desmedido aparicionismo por falta de teología exegética. Porque aunque fueran
verdad, en el mejor y supuesto de los casos, toda profecía privada debe interpretarse
conjugándose armónicamente con la Revelación pública y su Apocalipsis.

De todos modos vemos como Mons. Williamson en el fondo está muy de acuerdo con
Mons. Fellay y lo incita a que continúe con la farsa cubierta de piedad, bajo las
cruzadas del Rosario y seguir de manera muy sutil haciéndole ver a los fieles que hay
que esperar algo de estos apóstatas y herejes que ocupan Roma, volviéndola la sede del
Anticristo y que así, por esperar la conversión de Rusia efectuada por esta autoridad
deslegitimizada, se afloje la verdadera resistencia, táctica sutil que no puede provenir
sino en el fondo de la luz negra de Satanás que ha convertido a Roma en apóstata y en
cátedra de pestilencia.

Estamos en pleno y definitivo plano apocalíptico, y Mons. Williamson sigue con sus
ilusiones aparicionistas y antiapocalípticas, pleno de un quijotismo restaurador, no hay
derecho a despreciar las Escrituras ni el Apocalipsis, que es la gran revelación profética
del Nuevo Testamento.

Es ridículo que Mons. Williamson nos dé ahora, como solución de esta crisis de fe, que
hay que pedir y esperar de la Gran Ramera o prostituta babilónica (asentada sobre la
Roma que ha perdido la fe, convirtiéndose en la sede del Anticristo, como ya nos
advirtió Nuestra Señora en la Sallette), de esa cátedra de error y pestilencia, la
consagración de Rusia, para que todo se restablezca, cuando son ellos mismos los
responsables y artífices de esta crisis apocalíptica de la cual sólo Cristo el día de su
Parusía nos puede sacar.

La verdad es que Roma Apóstata y el Príncipe de este Mundo, no podrán encontrar hoy
un mejor aliado. Creo que está de más anotar, que Mons. Fellay podrá decir hoy
también que están los cuatro Obispos perfectamente de acuerdo. ¡Eureka!

No, Mons. Williamson, esta crisis es total, última y definitiva, es apocalíptica, es la
Gran Tribulación, cual nunca se ha visto ni jamás se verá y la Gran Apostasía de las
Naciones de los Gentiles anunciada para los últimos tiempos apocalípticos, a tal punto
que si Dios no abrevia estos días, nadie se salvaría, todos caerían seducidos y
arrastrados por el error hecho cátedra desde la Sede de Pedro, convertida como lo
advirtió Nuestra Señora en La Sallette, en Sede del Anticristo por haber perdido la fe.

No queda más que decir al unísono, todos los fieles del pequeño rebaño disperso por el
mundo y casi prácticamente sin pastores, pues esto ya no tiene remedio humanamente
hablando: ¡Ven Señor Jesús!

P. Basilio Méramo

Bogotá, 22 de Octubre de 2014

domingo, 12 de octubre de 2014

DECIMOCTAVO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Vemos en este evangelio cómo nuestro Señor hace el milagro del paralítico en presencia de todos y cómo los judíos siempre estaban protestando, al asecho, en oposición a nuestro Señor, mientras que el pueblo de algún modo le era favorable y le pedía sus favores y sus milagros.

Según algunos buenos predicadores y exegetas, con este milagro nuestro Señor manifiesta por primera vez implícitamente su divinidad, porque ¿quién sino sólo Dios puede perdonar los pecados? Y eso fue lo que hizo nuestro Señor habiéndoles dicho que era muy fácil decir, “levántate y anda” o decir “tus pecados te son perdonados”, pero lo difícil es hacerlo. Nuestro Señor demostró al curar al paralítico que podía decirlo y hacerlo. Por eso los judíos le impugnan de blasfemo, porque solamente Dios podía perdonar los pecados, y ellos ante lo que veían y oían, en vez de ser cautos y prudentes, acusándolo, hacían, hacen todo lo contrario. 

Podemos preguntarnos la razón por la cual nuestro Señor no afirma su divinidad de una manera explícita desde el primer instante de su vida pública, y en vez, hace esta revelación implícita, gradual, progresiva. Sencillamente debemos recordar que en el mundo pagano los dioses eran moneda corriente, las divinidades que bajo formas humanas se vengaban de los hombres o traficaban con los hombres. Nuestro Señor no podía de primer momento ser confundido con ninguno de esos dioses de la mitología y mucho menos cuando el pueblo judío luchaba encarniza-damente contra esos dioses paganos.

Nuestro Señor va revelándose poco a poco para ir preparando así las mentes y los corazones y no ser confundido con uno de esos dioses paganos del Olimpo que eran asiduamente combatidos. Esa es la razón por la cual nuestro Señor se va manifestando poco a poco, va mostrando su divinidad hasta que después, al fin, lo dice claramente, explícitamente, para que creyesen tanto los judíos como los paganos.

Y esa relación trascendental del pecado, como nuestro Señor al perdonarle los pecados al paralítico nos muestra, nos hace ver nuestra condición pecaminosa, condición que tiene toda criatura por el hecho de haber sido hijos de Adán. El pecado que es delante de Dios, el pecado contraviene el orden de las cosas, el orden que Dios ha establecido según su sabiduría; el mal moral no es malo porque Dios lo diga por un acto de su voluntad, sino que es malo porque no corresponde a la naturaleza de las cosas que están en consonancia con su sabiduría. Por eso el pecado es contra Dios, delante de Dios.

Conculcamos ese orden, aunque muchas veces, cuando se peca, no se piensa en eso, y aquí podríamos decir que ese grave error de una moral o de una concepción que ya Santo Tomás tildaba de herética, era atribuir a la voluntad de Dios y no a la sabiduría divina lo bueno y lo malo. Un gran filósofo como Occam –que es un desastre– decía: “Si Dios me manda a adorar una burra como si fuera Él, yo tendría que obedecer y agradaría a Dios”; decía él, el muy burro; imposible que Dios me mande adorar a una burra, es absurdo, pues el voluntarismo consistía en eso, en hacer depender toda la moral, el orden de las cosas, de la voluntad de Dios, porque Dios era libre y todo se sometía a su libertad y a su voluntad. Ya Santo Tomás había dicho que era una herejía y no sólo una impiedad atribuir estas cosas a la voluntad y no a la sabiduría de Dios que es el que le da peso y medida a todas las cosas, el que les da una naturaleza, y que el orden moral se basa en esa relación que hay entre la naturaleza de esa cosa y su fin.

Dios entonces prohíbe algo no porque dictamine que sea malo, sino porque es malo en ese orden de cosas conforme a la naturaleza, según su sabiduría. Y por eso todo pecado vulnera esa relación de las cosas entre sí y relacionadas con Dios, con la sabiduría de Dios, con el orden impuesto por Dios. El pecador es un disociador y esa es nuestra condición, lamentable, al ser pecadores. Cada vez que pecamos vulneramos el orden de la sabiduría divina impuesto a las cosas; de ahí el gran error del indiferentismo de quitar esa idea, esa noción del pecado, cuando se piensa que uno puede salvarse en cualquier religión, creer que todas las religiones son buenas y otro, afirmar que todas son malas.

Finalmente dicen que no hay pecado. Como hoy acontece, eso es una realidad, la gente hoy se besuquea en la calle, , como si fuera lo más normal del mundo, y así otros pecados que se cometen en la vida pública y ¡ay del que diga algo!, ¡ay del que recrimine!, porque se ha perdido la noción de pecado. “Yo hago lo que me da la gana”, en definitiva esa es mi voluntad, no la voluntad de Dios; lo cual es un error como lo acabamos de ver. Tenemos así la voluntad del hombre, entonces es bueno o malo de acuerdo con mi voluntad, o a mi parecer, y si tengo ganas de salir desnudo, así salgo, porque la gente sale hoy desnuda a la calle; no me digan que va vestida una mujer con el ombligo al aire o con medio seno afuera o como fuese, porque si eso es andar vestido... ¡Válgame Dios!

No es una exageración ni una consideración de un cura beatongo, porque yo no soy tal, ni me voy a escandalizar por ver una mujer desnuda; pero sí me doy cuenta de que eso no es acorde con la naturaleza decaída... que tenemos, porque no es normal que el hombre vea a una mujer en cueros y no tenga tentaciones; ; las cosas como son. Debe haber un poder social, una moral, y que eso hoy se conculque es la prueba de que no hay noción de pecado, que no existe, está abolido.

¿Y si no existe el pecado qué queda? No hay orden, no hay sabiduría, mejor dicho, se destruye todo el orden que Dios ha puesto en las cosas. De ahí la gran revolución que hay en la sociedad moderna con toda esta inmoralidad pública que vemos y que corresponde a ideas falsas y nociones falsas y que atentan contra la religión, contra Dios. De ahí la gravedad de todo esto, porque se vicia toda nuestra relación con Dios, que debe ser una relación ordenada y debida como Él lo ha querido según su divina sabiduría.

En definitiva, en este estado de las cosas se conculca, se ofende la sabiduría divina, el orden que Dios ha impuesto a todas las cosas y el hombre se convierte en un revolucionario; así nos demos o no cuenta, el hecho es objetivo. Con este milagro del paralítico, queda establecida esa relación de pecado afirmada por el evangelio y que nosotros no debemos olvidar hoy día viviendo en un mundo donde reina el indiferentismo.



Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos ayude a perseverar y aunque seamos pecadores no pequemos tanto o por lo menos no gravemente para que nuestra vida sea más de santidad que de pecado. +

P. BASILIO MERAMO
6 de octubre de 2001


domingo, 5 de octubre de 2014

DOMINGO DECIMOSEPTIMO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:En primer lugar quiero saludar a todos los fieles, tanto a aquellos que me conocen como a los nuevos, y manifestarles la alegría de volverme a encontrar de paso por aquí, en Madrid.

Vemos en el evangelio de hoy cómo los fariseos van hacia nuestro Señor para tentarlo. Uno de ellos, que era doctor de la ley, teólogo podríamos decir nosotros, jurisconsulto, que no le pregunta para aprender, para instruirse, para disipar las tinieblas de la ignorancia en la cual todos nacemos, sino precisamente para tentarlo, no porque les interesase la verdad ni cuál era, sino para buscar una excusa y así tener con qué reprender a Jesús. Nuestro Señor le responde interpretando, como en el Antiguo Testamento, que el mandamiento más grande era el amor a Dios, y el del prójimo.

Esa es la importancia de la caridad, entendida como siempre nos ha enseñado la Iglesia católica, la de hacer el bien a los demás. Por eso dice que amemos al prójimo como nos amamos a nosotros mismos, es decir, del mismo modo, que nosotros nos amamos, procurándonos el bien. Y el mayor bien es la salvación de nuestras almas; el amor al prójimo consiste en querer lo mejor de los demás, aun de los pequeños y la salvación de sus almas y eso por amor a Dios sobre todas las cosas.
Por tal razón, se da la santificación, por la caridad, el amor; de otra manera sería la perversión de la religión católica, la corrupción de todas las Sagradas Escrituras y de toda la Iglesia católica. Lamentablemente hoy se nos predica una falsa caridad y un falso amor. Y la prueba está en que los pecados más aberrantes se cometen en nombre del amor, del amor adulterado y mal entendido, o ¿qué se hace en la mayoría de las películas y de las novelas? En nombre del amor toda una juventud pervertida, manoseándose en las calles, como si eso fuese lo más natural y normal de este mundo.

Y en nombre del amor, peor todavía, se niega el infierno, diciendo ¿cómo será posible que exista si Dios es amor? Y en nombre del amor, Jacques Maritain, el gran filósofo francés, llegó a afirmar que el averno estaría vacío, ¿y qué es un averno vacío? Pues directamente, como si no existiera. Desocupado, decía él, porque incluso podría redimirse hasta a Satanás, y no en vano Maritain fue el padre de la libertad religiosa del Concilio Vaticano II. En nombre del amor, de la caridad, se nos predica otra religión y el ecumenismo que quiere mancomunar a todos los hombres sin dogmas que dividan. Y en nombre del amor, falsear el amor; el anticristo llegará a esta tierra para promover un paraíso terrenal bajo una falsa paz y un falso amor. Hay que estar prevenidos, mis estimados hermanos; nos toca estar vigilantes, porque en nombre del amor, de la caridad, hoy se va camino hacia la apostasía.

Si se niega al enemigo, se niega el combate y vemos cómo en el evangelio de hoy los fariseos, los judíos, a cada paso, las veinticuatro horas del día, acechan para combatir a nuestro Señor. Y en nombre de un falso amor se niega a los enemigos de la Iglesia, al judaísmo, a la masonería, que son los tentáculos y el instrumento de Satanás para destruir la Iglesia que sufre hoy su pasión como la sufrió nuestro Señor en manos de los hebreos. Y de ahí la necesidad de tener espíritu de combate, de vigilancia en esta tierra, porque es una lucha permanente, primero contra nosotros mismos, contra nuestras pasiones, nuestros apetitos y también contra todo aquello que no quiere aceptar que reine nuestro Señor.

Entonces, cómo se va a hablar de verdadero ecu-menismo cuando no se quiere aceptar al verdadero amor a Dios para que le reconozcamos como al Dios Único y Trino. El Dios de la religión católica y de la revelación no es el dios del judaísmo ni el de los musulmanes; ni tampoco es el dios de los budistas ni de cuanta religión hay por ahí, sino el Dios de la revelación católica, de la Iglesia católica, y ese es el gran vaciamiento que estamos viviendo hoy; por eso la gran crisis y la necesidad de recordar el combate, de combatir para defender nuestra religión. Por lo mismo, en defensa de la fe, monseñor Lefebvre fue quien hizo todo lo que hemos visto y continúa haciéndolo a través de la Fraternidad San Pío X por defender la fe; eso es lo que explica toda su actitud, ese es el principio, el motor, el deber que tiene cada católico de preservar su fe ante todos los enemigos de la Iglesia, tanto externos como internos, que se proponen destruir la santa madre Iglesia.

Ahora bien, sin fe se vacía también la caridad, porque ésta supone tanto la esperanza como la fe; pero una caridad sin fe, como la que predica el modernismo actual, el ecumenismo actual, es una falsa caridad. En consecuencia, es la falsificación de toda la doctrina, de toda la religión cuando se nos predica la caridad sin la fe. Y la fe es una adhesión de nuestra inteligencia a la verdad primera revelada que es Dios; es una relación con la verdad primera y ésta me dice: Dios Trino, que es Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, cuya segunda persona se encarnó, murió en la Cruz y fundó la Iglesia con unos sacramentos, con una jerarquía, con un sacerdocio. Todo eso hace a la institución divina de la Iglesia que no se puede cambiar ni socavar como se está haciendo por vía de la autoridad, porque hoy la revolución ha llegado a destruir las organizaciones por la autodemolición, es decir, la autodestrucción, socavando la jerarquía en sí misma, de modo que vemos el padecimiento tan terrible y cruel que vivimos y la gran tentación de sucumbir a la presión.

La prueba de esa presión la tenemos con la reciente caída y traición, porque así hay que decirlo, de los padres de Campos, que se han dejado engatusar por el cardenal Castrillón, que me duele decir, es colombiano, mucho más sutil y sagaz que otros antecesores suyos. Si no tenemos cuidado también nosotros sucumbiremos, y no podemos aceptar entrar en el panteón de las religiones aunque nos den todos los derechos y privilegios como el de la santa Misa, porque será un altar más en el panteón. No lo olvidemos, no podemos creer como algunos han querido pensar, que Roma está cambiando. Sí, está cambiando, pero de táctica como la serpiente, que muda de piel pero sigue siendo la misma. Y es un misterio de iniquidad, porque Roma debiera ser la luz de la verdad, la cátedra de la infalibilidad, y ¿qué vemos hoy? Está convertida en tinieblas, en confusión, lo cual nos hace pensar en la profecía de La Salette: “Roma perderá la fe y será la sede del anticristo”. Eso nos dice la Santísima Virgen María.

No puede haber cosa más terrible y dolorosa para un católico, que ver que de allí, de donde debiera salir la luz de la verdad, pulula el error, el engaño, la mentira, la confusión, como de ese reencuentro de Asís renovado y aun el mismo Vaticano con todas las religiones, sin respetar la tumba del primer Papa, San Pedro, que allí se encuentra. ¿No basta eso para hacer abrir los ojos a los fieles que todavía se creen católicos, pero que no lo son? Porque la Iglesia católica no puede predicar el error, la confusión y las tinieblas, no digo ya la herejía, pero ni aun el error.

No puede haber una fe errónea como la que hoy vemos en la gran mayoría de los que se siguen diciendo católicos. Les han robado, vaciado su fe, y les proponen una nueva y falsa caridad, un falso amor a Dios. Por eso hoy es ineludible de nuestra parte mantenernos firmes en la fe, porque el demonio anda como un león rugiente a nuestro alrededor, para ver a quién va a devorar, como dice san Pedro en una de sus epístolas. No podemos olvidar, no debemos dormir y permitir que nos dé la anemia espiritual y perdamos la capacidad de combate, que no es más que la capacidad del martirio, ya que a eso estamos llamados cada uno de nosotros si Dios así lo requiere, ser testigos, es decir, mártires de Cristo, de la Iglesia de nuestro Señor; para eso tenemos el sacramento de la confirmación, que nos afianza en la fe como soldados de Cristo, no como mercenarios, ni como traidores.

Pero vaya si no hay un pecado contra ese santo sacramento de la confirmación en el cual se nos da la plenitud de la gracia del Espíritu Santo. Si hay un sacramento que podríamos decir del Espíritu Santo, es ese, en el cual se nos da la infusión plena de la gracia y el vigor para consolidarnos como soldados fuertes y aguerridos en la fe recibida en las fuentes bautismales. Eso precisamente falta hoy, hay una claudicación y un verdadero pecado contra el Espíritu Santo; no somos capaces de defender nuestra religión con el tesón que se nos exige sacramentalmente.

¿Dónde están los obispos, los cardenales y los sacerdotes católicos? Sobran los dedos de la mano, porque estábamos seguros de por lo menos cinco obispos católicos fieles: los cuatro de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X y monseñor Lisinio, sucesor de monseñor de Castro Mayer que acaba de claudicar, para tener en su lugar ahora al susodicho monseñor Rifán. Digo esto con toda firmeza, porque no es de hoy, desde hace dos años en el jubileo, la última vez que lo vi le increpé frente a la Escala Santa, para decirle, advirtiéndole que él no era fiel transmisor de lo que decía monseñor de Castro Mayer y que hacía pasar sus ideas (buenas o malas, en eso no me meto), como si lo fuesen. Ahora, dos años después, me da la razón la Historia, cuando claudican treinta sacerdotes que eran la gloria de monseñor de Castro Mayer. Transigen engañados, sin malicia, como cede una doncella de quince años en las manos de su seductor.

Igual que a ellos, se nos engaña en Asís; por eso es un deber que cada sacerdote advierta a los fieles, porque cada uno de nosotros tiene que dar cuenta ante Dios, por eso tenemos ese sacramento, no lo olvidemos, la confirmación. Para que si es necesario y si Dios así lo quiere, muramos y demos nuestra vida en buena hora, con el mejor acto de inmolación. Pero, ¿qué inmolación va a haber si no hay capacidad de combate, de sacrificio, de lucha y de entrega, de amor a la verdad? Se hace cualquier cosa en nombre de la verdad y así volvemos a lo mismo, a un falso amor y por eso tenemos una falsa Iglesia, una falsa religión que culminará en esa gran apostasía y de lo cual nos daremos cuenta demasiado tarde, cuando tengamos al anticristo sobre nuestras cabezas.

Entonces quedaría la Iglesia reducida a un pequeño rebaño que será excluido, maltratado, perseguido, pero que está y huye al desierto, allí donde el dragón querrá matarlo pero no podrá por la intervención de la mano de Dios.

Por lo mismo, no debemos olvidar que no es un combate contra el hombre sino contra los espíritus, contra los demonios, de allí también el cuidarnos del tiempo que nos desgasta, no escandalizarnos cuando vemos incluso a algún sacerdote de la Fraternidad ir por malos pasos porque se deja engañar o se cansa con el transcurso del tiempo. Debemos anclarnos no en el tiempo que pasa y que fluye sino en la eternidad de la verdad católica que está en la Tradición católica, apostólica, romana. Esto nos hace mucho más romanos que todos los cardenales que están en Roma vendiendo la Iglesia; duele decirlo pero hay que hablar y pedirle a la Santísima Virgen María que nos ayude a mantenernos de pie como Ella lo estaba frente a la Cruz y como, gracias a Ella, lo estuvo también San Juan mientras que los demás apóstoles cobardemente huían. La cobardía y el miedo.

Todo lo contrario, se necesitan soldados de Cristo, valientes, y si tenemos miedo como a veces es legítimo, no sucumbir ante él teniendo la esperanza puesta en Dios y sabiendo que nuestra Madre nos protegerá; por eso debemos acudir siempre a Ella, ser sus hijos fieles y asimismo así serlo de la Iglesia católica, apostólica y romana.

Pidámosle a Dios y a la Santísima Virgen, a través de su ayuda, esa gracia para no claudicar en la hora presente. +

P. BASILIO MERAMO
15 de septiembre de 2002