San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 20 de mayo de 2018

DOMINGO DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

En este domingo celebramos la fiesta de Pentecostés. Los cincuenta días después de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, de la Pascua; todo este tiempo seguido integraba, por así decirlo, la fiesta de la Pascua, desde la Resurrección de nuestro Señor, pasando por la Ascensión, hasta el día de Pentecostés.

Fiesta sublime del día en el cual la Iglesia celebra su nacimiento, su pleno nacimiento con el advenimiento del Espíritu Santo. Así como nuestro Señor tuvo su misión de la Redención cuando se encarnó y murió en la cruz por redimirnos a todos, así con Pentecostés se manifiesta entonces la misión del Espíritu Santo, la misión de santificación y de salvación de los hombres. No de todos, desgraciadamente.

No todos nos salvamos, porque no todos respondemos con amor al llamado de Dios, no todos morimos con la gracia santificante, no todos morimos en el amor de Dios, en ese amor que es el Espíritu Santo, amor consubstancial, el amor por esencia, ese amor sublime de Dios que se manifiesta en la tercera persona con el Espíritu Santo; de allí que es un grave error el que en la liturgia moderna se cambien las palabras de la consagración para decir, “por todos” en vez de “por muchos”, cuando nuestro Señor Jesucristo en ese momento hace alusión al efecto, a la eficacia, a la eficiencia de su Redención, a la salvación, que con pesar de Él no llega a todos los hombres; porque no todos desgraciadamente queremos salvarnos, recibiendo la condenación eterna. Hay que tener esa vida de comunión en la gracia del Espíritu Santo, esa gracia de amor que nos trae el Espíritu Santo en este día de Pentecostés y así entonces está con nosotros la plenitud de Dios, la plenitud de Dios en la Iglesia y para su Iglesia. Esa plenitud colma la Iglesia y la perfecciona, no faltándole absolutamente nada, esa Iglesia que comenzó a gestarse en la cruz y que se completa con el advenimiento del Espíritu Santo.

Tenía entonces nuestro Señor que subir a los cielos, precisamente para mandar, junto con el Padre, al Espíritu Santo. Los dos tenían que enviarlo, puesto que el Espíritu Santo es ese amor mutuo entre el Padre y el Hijo. El Espíritu Santo tenía que ser enviado por el Padre y por el Hijo de los cuales procede, de Ellos dos; esa plenitud es la que colma a la Iglesia, la Iglesia naciente, con ciento veinte discípulos nada más. Y, sin embargo, a la Iglesia no le faltaba absolutamente nada, la Iglesia católica apostólica romana estaba plenamente reunida el día de Pentecostés, comprendidos los ciento veinte discípulos incluyendo a nuestra Señora, en el cenáculo; no le hacía falta ya nada más para ser la Iglesia. Es, por tanto, un error creer que a la Iglesia le falta algo, como hoy en día se nos quiere hacer creer hablándonos de un “nuevo Pentecostés”, de una ‘“nueva venida” –por así decirlo– del Espíritu Santo, cuando ya el Espíritu Santo se posee dentro de la Iglesia; la Iglesia tiene el Espíritu Santo en toda su plenitud y no le falta absolutamente nada.

Somos nosotros entonces quienes tenemos que permanecer en la Iglesia y no separarnos de ella, para que esa obra de santificación y de salvación se aplique a cada uno de nosotros en particular. Si los hombres no se convierten a la Iglesia y se sumergen en el ateísmo, no es culpa de la Iglesia como hoy se quiere hacer creer; es culpa de los hombres que prefieren el mundo, que se prefieren a sí mismos; quizás sea culpa de los malos pastores, de los malos feligreses que no sabemos dar el ejemplo, pero no de la Iglesia que es Una y que es Santa.

Y la Iglesia es santa justamente porque recibe esa plenitud de santidad de Dios que envía al Espíritu Santo. La venida del Espíritu Santo, Pentecostés, hace que hoy sea un gran día. El día de Pentecostés siempre se celebró con gran pompa para recordar esa misión del Espíritu de Dios en la Iglesia y por eso nosotros debemos, una vez más, meditar estos misterios no solamente para que ello sea el sostén cotidiano de nuestra vida católica, sino también para poder perseverar en la contemplación de las cosas de Dios y en esa contemplación, entonces, elevar el alma a Dios en la oración. Y así, de paso, no caer en los errores que hoy pululan por doquier; esos errores que carcomen a la Iglesia, que le van haciendo perder su identidad, no a la Iglesia en sí misma, puesto que ella no tiene nada que perder, pero sí en sus miembros, en sus feligreses. Decía San Agustín que así como un cuerpo cuando recién nace se ve joven y después con el pasar de los años se le ve en decrepitud, en vejez, la Iglesia al final de los tiempos se verá decrépita, envejecida. Es justamente por lo que está pasando hoy, la pérdida de la fe, el abandonar a nuestro Señor Jesucristo, la apostasía de las naciones, el ecumenismo que la destruye. Por eso la contradicción de las cosas humanas, que justamente cuando se quiere dar un nuevo reverdecer a la Iglesia, un nuevo Pentecostés –que por eso se reunió el Concilio Vaticano II–, pasa todo lo contrario, en vez de reverdecerla, prácticamente se la disuelve, se la disgrega cumpliéndose entonces esas palabras proféticas de San Agustín que deben ser para todos un aliento y, por tanto, lejos de disgregarnos, lejos de dividirnos, congregarnos, aunarnos en el amor de Dios, pues el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia que la vivifica dándole ese amor de Dios y de ese amor debemos vivir todos nosotros, amando a Dios y por amor a Dios amar al prójimo, amar a nuestros semejantes.Invoquemos a nuestra Señora sobre todo en este día, en el que Ella presidía en el cenáculo la Iglesia naciente, como Madre de la Iglesia; pidámosle permanecer aunados en el amor del Espíritu Santo, en ese amor consubstancial de Dios del cual nosotros participamos a través de la gracia santificante; pidámosle la fortaleza para perseverar hasta el final en el amor a Dios sobre todas las cosas.

BASILIO MERAMO PBRO.
19 de mayo de 1991