San Juan Apocaleta
Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.
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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.
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domingo, 15 de abril de 2012
PRIMER DOMINGO DE PASCUA
Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Durante este tiempo de cuarenta días nuestro Señor, después de su Resurrección, antes de subir a los cielos, se les aparece a los suyos y consolida la Iglesia. Culmina su formación con la venida del Espíritu Santo a los cincuenta días, en el día de Pentecostés.
Y no todo lo que nuestro Señor legó a sus discípulos está en las Escrituras. Muchas de lo que hizo, como dice el evangelio de San Juan: “Si se quisiera ponerlas por escrito, una por una, creo que el mundo no bastaría para contener los libros que se podrían escribir”, lo cual combate de plano a los protestantes que quieren hacer de la Escritura todo, limitando a Dios a un libro. Cuando lo infinito es, como me dijo un fiel, imposible de limitar a un libro, y con cuánta razón. Luego la Palabra de Dios no se limita a la Biblia sino que la trasciende; en la Biblia hay solamente una parte de esa Palabra, lo mismo en los Evangelios. ¿Qué harían, pues, los protestantes que no admiten el sacramento de la confesión, con estas palabras que acabamos de leer en el Evangelio, si la misma Escritura que ellos toman como único fundamento, y eso es una herejía, les condena? Eso debe abrirnos los ojos.
Entonces nuestro Señor consolida su Iglesia: instituye todos los sacramentos, les da las consignas necesarias para afirmar la Iglesia y recibirá la culminación en Pentecostés una vez que haya ascendido al Padre y que junto con el Padre envíe el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Y todo esto es lo que forma la Tradición de la Iglesia. Por eso no es solamente la Biblia, la palabra escrita, la revelación escrita, sino también la revelación no escrita y contenida en la Tradición de la cual es maestra y señora la Iglesia que no reconocen los protestantes; esa es su herejía. Nuestra incultura religiosa es tal, que no sabemos contraponerles para derrotarlos con dos palabras como corresponde, y no lo hacemos porque nos falta estudiar el catecismo, sencillamente; pero qué se les va a pedir a los fieles, si instruirse en religión le hace falta también al clero, que ignora los elementos esenciales de nuestra doctrina.
Vemos que los apóstoles estaban reunidos escondidos, temerosos, cuando se les aparece nuestro Señor, porque todavía no tenían ese fuego que les inflamara y los consolidara en la fe por la gracia del Espíritu Santo que iba a venir en Pentecostés. Tenían miedo de los judíos porque eran temibles, pero el que tiene fe no teme ni a los judíos, ni a Satanás, ni al mundo, porque como dice la epístola de San Juan “lo que es de Dios está consolidado en Dios y lo que hace vencer sobre el mundo es la fe”. Eso es lo que hoy está en juego, la fe. Ésta es nuestra victoria sobre el mundo, y si hoy vemos que éste vence o parece vencer a la Iglesia es porque sus hombres, la jerarquía de la Iglesia con el Papa, los cardenales y los obispos, en conjunto, no tienen fe.
Por eso vemos a la Iglesia claudicar en su parte humana, y los que no la defienden con suficiente energía es porque no tienen la necesaria fe. Esa es la gran vergüenza de hoy, sacerdotes que si tienen fe no es la suficiente; los obispos igualmente con poca fe no lo hacen. Porque la victoria sobre este mundo la da la fe en nuestro Señor Jesucristo. ¿Se podrá encontrar un texto más antiecuménico que éste que condena el ecumenismo ateo idólatra y apóstata? Eso debe estar muy claro, porque si los fieles, el pequeño rebaño leal no lo tiene claro, entonces claudicará. Me atrevo a decir sin dármelas de profeta, que la garantía para mantenerse creyentes es ver claramente estas cosas, porque de otra manera sucumbiremos bajo una pseudo autoridad que nos conculcará en nombre de una falsa obediencia a abandonar a Cristo y a ser infieles.
Nuestro Señor dice a Santo Tomás “Cree y sé fiel; y dichoso aquel que sin ver creyó”, porque la fe es de lo que no se ve y en realidad Santo Tomás creyó porque no veía la divinidad, la cual confesó; veía esa humanidad pero pensó que era el Verbo de Dios.
Debemos, pues, ser fieles, pero para ello se requiere claridad doctrinal en aquellos puntos esenciales donde se agrede la religión, la doctrina católica, apostólica y romana y así venceremos al mundo, porque de hecho el mundo está desde la Cruz fulminado. Sabemos que la victoria la logró nuestro Señor, pero que nos falta sufrir para que por medio de ese penar nos configuremos en nuestro Señor y nos acrisolemos en la verdad; la victoria ya la tiene nuestro Señor por derecho y eso ya lo sabe Satanás y por eso mismo nuestro Señor se da el lujo de permitirle hoy campear dentro de la Iglesia, porque sabe que al fin y al cabo la Iglesia es divina y no puede ser destruida, pero allá el bobo que se deje engañar. Por eso se necesita claridad doctrinal, el peso teológico que da la fe, porque ésta vence al mundo.
La fe venció al mundo, como lo dice San Juan en esta epístola que es un poco difícil de entender, al decir: “Tres son los que dan testimonio en el cielo y en la tierra, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, que son uno, que son la misma cosa”, y que “el agua, el fuego y la sangre son uno”. ¿Cómo van a ser uno el fuego, el agua y la sangre y que dan testimonio de nuestro Señor? Cuando habla del agua se refiere a que en el bautismo de nuestro Señor el Padre dio testimonio de que era su Hijo muy amado: “Este es mi Hijo en quien tengo puestas todas mis complacencias”. Por la sangre es el Verbo, el mismo nuestro Señor que se muestra digno Hijo del Padre: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”, y murió en la Cruz y así entonces da testimonio con la sangre. Y el Espíritu Santo por el fuego después de la resurrección, como dice la epístola, es el que da testimonio de que Cristo es la verdad y la verdad es Dios objeto de la fe, la Verdad Primera.
No hay escapatoria; la religión y los dogmas son monolíticos, se aceptan o se rechazan, pero no se pueden tomar por partes como hacen los herejes, y en eso consiste su herejía, tomar lo que a mí me agrada, me convence o me parece. Por eso en materia de fe “sí, sí, no, no”, cualquier otra palabra viene del maligno, de Satanás; ese es el lenguaje de la Iglesia católica y ese debería ser el de los doctores en la fe, que son los obispos, pero que hoy son marionetas al servicio del anticristo, de Satanás y de la sinarquía. L a globalización todo lo está estructurando para que venga a reinar en este mundo no Cristo, sino el anticristo; eso hay que saberlo, aunque no sepamos de qué modo se verificará, ni cuándo, pero cada vez se acerca más el tiempo, es evidente. Así como la higuera, que cuando reverdece es porque ya se acerca el verano, así estas calamidades dentro de la Iglesia nos anuncian y presagian todo lo que antecede a la segunda venida de nuestro Señor glorioso y majestuoso; es el objeto de nuestra esperanza, debemos tenerla, pues fue la seguridad de la Iglesia primitiva la que nos lleva a dar esos ejemplos de santidad de los cuales no seremos capaces si no poseemos lamentablemente ese fervor.
Son tres los que dan testimonio de nuestro Señor: el Padre con el agua, el Hijo con su sangre en la Cruz y el Espíritu Santo con el fuego de su amor que da testimonio de la verdad. Dice entonces nuestro Señor que todo lo que necesitarán, el Espíritu de Dios, el Espíritu de verdad, el Espíritu Santo se los dirá, se los recordará, como leemos en otros pasajes de las Escrituras, y así podemos decir que de algún modo desaparece esa aparente confusión que no podemos entender cómo sean tres los que dan testimonio en el cielo y tres en la tierra y que esos tres, agua, sangre y fuego sean una misma cosa. Pues son lo mismo porque son los tres, las tres expresiones por las cuales cada una de las Personas de la Santísima Trinidad da testimonio de nuestro Señor Jesucristo y esa es la fe que vence al mundo, esa es la fe de la Iglesia y la que niega hoy la jerarquía con su estúpido y herético ecumenismo.
El ecumenismo es lo más herético y nos hace apostatar de la fe en nuestro Señor Jesucristo, en la sacrosanta Iglesia católica, apostólica y romana. Y nosotros, estando aquí en Colombia, somos más romanos que el Papa y todos los cardenales juntos que pisotean la tumba de San Pedro; y debería haber un obispo que se lo diga en la cara, porque ya está bueno de ponerse de ruana la Iglesia y que no haya un hombre viril para que lo diga en el nombre de Dios como doctor de la Iglesia católica. Es una vergüenza que no haya ningún obispo que hable claramente; así es en la crisis que estamos atravesando, por lo que debemos consolidarnos en la fe y no tener miedo. Si hay temor es porque nuestra fe está claudicando; entonces hay que pedirle a Dios nos fortifique y consolide en ella. Para eso es el sacramento de la confirmación, por la plenitud del Espíritu Santo, para confirmar la fe del bautismo, y por eso el obispo es el ministro ordinario de la confirmación. Pero ¿qué hacen éstos? Todo lo contrario, absolutamente lo opuesto, ni confirman en la fe, ni tienen fe y qué se puede esperar entonces, sino el desastre que estamos viendo y viviendo.
Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, el ser fieles; que nuestra fe no sea como la viven hoy, sino que sea sincera, pura, inmaculada, que no acepte el error, que rechace, que sea intolerante, porque la fe es intolerante; la condescendencia en materia doctrinal, como lo decía el gran Marcelino, es una enfermedad de los espíritus débiles, porque la verdad es intolerante. Algo diferente es la tolerancia a nivel humano, pero eso ya no es tolerancia doctrinal, ni de principios, ni religiosa, sino simplemente de misericordia por la miseria humana que todos llevamos encima, como lastre.
Más o menos, es el fortiter y el suaviter de San Pío X; es el espíritu católico de intransigencia ante el pecado y de misericordia con el pecador que comete el mismo pecado. Pero no lo mezclemos todo, la Iglesia no es una olla donde se metan toda clase de alimañas y que subsistan como se hace hoy con el ecumenismo; eso no puede ser la Iglesia de Dios. Ésta es Inmaculada. Si no es inmaculada en su Institución divina, no es de Dios. Otra cosa es la miseria de los hombres que la integremos. Pero de allí a pontificar en el error... valerse de la autoridad de Dios y en el nombre de Él destruir la fe es demoníaco, diabólico. Por eso, lo que Juan Pablo II ha mirado con fe es demoniaco y diabólico y no me tiembla la palabra al decirlo. Y si él no quiere ser perverso pues que se arrepienta, porque va a ir al infierno con todos sus cardenales.
Al pan, pan, y al vino, vino; sí, sí, no, no. Es la verticalidad de la verdad, y el que no ama la verdad no es de Dios, eso debe ser lo que nos caracterice: el amor a la verdad, como lo dice el mismo San Juan: “Porque no amaron la verdad, los suyos no lo recibieron”. Esa es la perversión del judaísmo, no amaron la verdad, no la aceptaron ¡y ésta qué objeto de la fe puede ser!, si el ideal de la fe es la verdad primera como dice Santo Tomás. Cosa olvidada hoy por quienes deben apacentar la grey.
Imploremos a nuestra Señora, la Santísima Virgen, que nos ayude a mantenernos fieles y puros en medio de esta crisis; que podamos de algún modo reparar esos dolores, que deben ser terribles, del Sagrado Corazón de Jesús, del Inmaculado Corazón de María; vemos cómo la humanidad está yéndose al infierno precipitadamente y no hay nadie que ponga freno; que las almas no se condenen; en eso consiste el verdadero apostolado, en impedir que las almas se pierdan tratando de darles la luz de la verdad, para que reconozcan a nuestro Señor. Eso es lo que debemos pedir en estos días y en esta Pascua, para que tengamos nuestra mirada puesta en el cielo y en las cosas de Dios, no apegados como animales en cuatro patas mirando apenas la tierra, mientras que el hombre en dos pies puede mirar hacia el cielo. Que miremos las cosas de Dios y nos desapeguemos de las terrenas, es el mensaje de la Pascua, como nos lo recuerda la Escritura en los textos pascuales, y así se alegren verdaderamente nuestros corazones manteniendo esa fe en nuestro Señor resucitado. +
P. BASILIO MERAMO
7 de abril de 2002
domingo, 8 de abril de 2012
DOMINGO DE PASCUA
Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Este Domingo de Resurrección, Domingo de Pascua, es el día más solemne, la fiesta más importante de todo el año litúrgico; aunque quizás no sea la más popular como lo es la Navidad, pero en sí misma es la principal y por eso está rodeada de la octava, de las pocas octavas que han quedado, dado el recorte litúrgico que hacía de las éstas el esplendor de la fiesta, pero con la modernización se fueron recortando.
Por eso este día queda aún, a pesar de todo, con su octava, es decir, el festejo reiterado durante ocho días consecutivos. Es una lástima, dicho sea de paso, ver que aquí en Colombia y sobre todo en Santander la Pascua no tiene ninguna impronta familiar, no hay una reunión, un agasajo, una comida, nada que de modo un poco más ordinario y explícitamente así lo demuestre, como sí lo hay en Europa y me duele decirlo, a mí, que me ha tocado pasar muchos años la Pascua en el viejo continente. Allí, en Francia, en Italia, en España, existe la costumbre, muy arraigada, de festejar la Pascua. Claro está que aquí la gente vive la Semana Santa, pero ésta queda trunca sin el Domingo de Resurrección. Toda nuestra religión quedaría en el vacío sin la Resurrección de nuestro Señor. Toda su divinidad queda consignada, afirmada, proclamada, evidenciada y demostrada con la Resurrección.
Nadie es capaz de resucitar de la muerte; por eso el Único que podía decir que iba a morir y a resucitar por sus propios y exclusivos medios es Cristo nuestro Señor, porque es el Dios Encarnado, hecho carne, hecho hombre; por eso es verdadero Dios y verdadero hombre.
Toda su persona es divina, es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad la que se ha encarnado y, por eso, no obstante el estar muerto como hombre, separándose su alma de su cuerpo, Él es y sigue siendo el Dios vivo; porque ese cuerpo humanamente muerto, sin alma, era sustentado por la persona divina, por eso no era un cadáver como acontece con nosotros; no era un cuerpo en estado de putrefacción sino que en ese cuerpo estaba presente la divinidad aun en la tumba durante los tres días, y por eso su alma también estaba sustentada en su existir por el Verbo. Si bajó a los infiernos, es decir, al seno de Abraham, allí donde iban los justos del Antiguo Testamento para abrirle las puertas del cielo que estaban cerradas, su alma tenía la presencia de la divinidad de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad; misterio que no entendemos pero que conocemos por la revelación, por la fe.
Por eso en el Domingo de Resurrección de nuestro Señor, es el día más importante de la semana, justamente, y por eso se le llama al domingo día del Señor, porque fue el día en que se reúne su alma nuevamente con su cuerpo, con la manifestación y el esplendor del cuerpo glorioso. Sin embargo, nuestro Señor resucita y se queda durante un tiempo, cuarenta días, instruyendo a sus discípulos, adoctrinando a sus apóstoles, instituyendo las bases de su Iglesia católica, consolidándola, dándole toda su estructura sobrenatural hasta que venga a coronarla, a completarla, a perfeccionarla la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el día de Pentecostés a los cincuenta días de la Resurrección de nuestro Señor. Díez días después de su Ascensión a los cielos, porque para que bajara el Espíritu Santo, tenía que enviarlo nuestro Señor junto con el Padre Eterno y por eso tenía que elevarse a la gloria.
Es muy importante que lo tengamos, porque la Iglesia católica no está en el aire; está fundada sobre la piedra angular que es nuestro Señor y por eso no todo está en las Escrituras sino que la Revelación está también en esa transmisión oral y por tanto ésta no puede ser desechada, pues es la mitad de la verdad revelada, si así se puede decir. Esto lo hacen los protestantes, que tienen una revelación amputada por la mitad porque desprecian la Tradición, y sin ésta, la revelación escrita queda mal interpretada, distorsionada, por lo que ellos predican un Cristo mutilado, cercenado.
Debemos, pues, hoy más que nuca, meditar siempre en estos principios, en estas verdades, porque están siendo sacudidas al igual que Iglesia, como no lo ha sido nunca ni lo será jamás. Por tanto, para mantenernos firmes en la fe y en los fundamentos de la doctrina católica, apostólica y romana, tenemos que instruirnos y meditar en la oración, para que vivamos de estas verdades sobrenaturales como católicos y cristianos que somos.
Aunque también los protestantes han usurpado el nombre de cristianos, no lo son; protestan contra la enseñanza de la Iglesia; ese es su nombre, no lo olvidemos. La meditación de estos principios fundamentales, de estas verdades, nutre nuestras almas para que vivamos de la fe y la esperanza sobrenatural, bajo la coronación de la caridad sobrehumana; que no que sea filantrópica, masónica, terrena, como una cruz roja, un Gandhi, unas Naciones Unidas o Unesco, que no sirve para nada, porque esa es una parodia de altruismo, ya que la única caridad entre los hombres está fundamentada en el amor a Dios. No hay amor entre los hombres si no lo hay a Dios; ese es un principio categórico.
Por lo tanto, fuera de la religión católica no hay amor entre los hombres como no lo hay entre los judíos, entre los musulmanes, entre los protestantes, entre los budistas, ni entre ningún miembro de esas falsas creencias y religiones que ni lo son, porque religión es lo que religa, lo que une a Dios; el error de esas falsas creencias no puede jamás unir al hombre con Dios.
Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen, que tengamos presente el significado de la Resurrección para que nosotros, con la mirada puesta en lo de arriba, en lo de Dios, podamos transitar a lo largo de esta corta o larga vida que nos toque a cada uno, sin perder la finalidad y el motivo de ella, que no está aquí en la tierra sino en Dios, que es Cristo nuestro Señor resucitado. +
P.BASILIO MÉRAMO
20 de abril de 2003
sábado, 7 de abril de 2012
SANTA NOCHE DE PASCUA
Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Esta es la noche más solemne de las festividades de la Iglesia. La Resurrección de nuestro Señor es la fiesta de las fiestas, es la manifestación de su divinidad y, como dice San Pablo, “si nuestro Señor no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe”.
Todo el testimonio de la fe en nuestro Señor se apoya en su Resurrección, que demuestra su divinidad, no obstante haberse anonadado asumiendo una carne pasible, susceptible de morir, por un deseo propio, porque de lo contrario, ese cuerpo hubiera sido glorioso desde el primer instante de la Encarnación. Pero Él quería nacer para sufrir y morir y redimirnos. Por eso impidió esa gloria de su cuerpo y así se abatió como un vil siervo para morir en la Cruz y luego resucitar al tercer día. Esa es la gran fiesta de la Pascua, el gran paso de nuestro Señor de la muerte a la vida. De esta manera nos invita a todos a que nos regocijemos en Él ya que hemos muerto con Él en el bautismo, que de una parte simboliza la muerte en nuestro Señor Jesucristo; y así ahora resucitar con Él. Esa es la gran esperanza, la gran promesa.
Por lo mismo, el evangelio de hoy nos invita a mirar lo de arriba y no lo de aquí abajo, lo efímera de la tierra que no tiene sentido ni duración; que no nos dejemos distraer en nuestro camino y así tengamos nuestra mirada puesta en Dios nuestro Señor. Ese es el mensaje que se nos debe quedar grabado toda nuestra vida para que transitemos como peregrinos por este mundo; eso significan las procesiones, para que nos demos cuenta de que estamos de paso y que nuestra verdadera patria está en los cielos, allá, con Cristo resucitado.
Guardemos así este breve pero profundo mensaje y que no se nos olvide para que no perdamos nuestra finalidad, nuestro objetivo, nuestro fin y podamos vivir aquí en esta tierra santamente, aunque esté llena de calamidades y de muerte. Esa es la santificación, la gracia del Espíritu Santo, la santidad de la Iglesia que nos la participa nuestro Señor para que seamos santos como lo es nuestro Padre que está en los cielos.
Pidamos a la Santísima Virgen María que guarde en nuestra alma el recuerdo de esta santa noche y el sublime fin al cual nos llaman Cristo y su Iglesia. +
P. BASILIO MÉRAMO
19 de abril de 2003
domingo, 1 de abril de 2012
FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este primer domingo después de Pentecostés, la Iglesia nos pone ante los ojos el gran misterio de nuestra fe, en la Santísima Trinidad, que especifica nuestra religión, nuestra fe, el fundamento de nuestra salvación, que no se puede desconocer, que hace ser a la Iglesia misionera: “Id y predicad y bautizad en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñadles a observar todo cuanto os he mandado”.
Sin el misterio de la Santísima Trinidad no habría fe ni Iglesia y por eso debemos tenerlo presente para que no quede diluido, que no se pierda nuestra fe en un concepto natural de Dios. No es suficiente este concepto de la divinidad, de la deidad o concepto natural de Dios que aun los paganos tenían y que solamente este mundo impío concibe, el ateísmo. Nuestra fe es sobrenatural y lo es porque cree en el misterio de la Santísima Trinidad, que junto con el de la Encarnación son los fundamentales de la religión católica que están a punto de desaparecer.
Por eso se oponía San Atanasio cuando se negaba la divinidad de nuestro Señor por no admitir la Trinidad de las personas, en la cual había caído el arrianismo, justamente porque sin la trinidad de personas no puede haber Encarnación del Verbo. De allí el famoso símbolo atanasiano que decía que la fe católica consistía en creer en la trinidad de personas, en la unidad de la sustancia o la esencia o naturaleza divina sin confundir las personas y sin separar la sustancia de Dios porque no hay tres dioses, hay tres personas y un solo Dios verdadero, un solo eterno, un solo omnipotente. No hay tres eternos, tres omnipotentes, tres infinitos, sino un solo Dios, pero en tres personas; esto es un misterio que ni la inteligencia creada, ni aun la angélica puede entender ni podrá jamás , lo cual será el objeto de nuestra beatitud eterna, la contemplación de ese dogma revelado por Dios, por el Verbo de Dios, por nuestro Señor Jesucristo.
Debemos pues tenerlo muy presente para que no se diluya nuestra religión con las demás creencias y falsas religiones que tienen a Satanás por autor, su inspirador y que es lo que hoy patrocina el aberrante y herético ecumenismo que flagela la fe de la Iglesia y de los fieles con el patrocinio de los pastores. Esa es la realidad, esos son los hechos y por eso debemos afianzar nuestra fe en ese misterio, para no olvidar nuestra identidad como católicos, para que no quedemos amalgamados con un mundo apóstata que no acepta a la Iglesia, a nuestro Señor, a la fe.
Si el mundo aceptara el misterio de la Santísima Trinidad de la fe católica no habría judaísmo, budismo ni todas esas falsas religiones; habría una sola religión, la católica, apostólica y romana como será en el cielo y como de hecho lo es. De allí la gran herejía del ecumenismo aberrante de hoy que trata de diluir este misterio de la Santísima Trinidad. Con ésta se especifica nuestra fe y así nos hace cristianos por Cristo. No como los protestantes, que no quieren ser llamados o nombrados de esa manera y que usurpan hasta el nombre de cristianos, y no lo son porque no aceptan a Cristo en su conjunto y la totalidad de nuestro Señor Jesucristo llega hasta la Iglesia que Él nos ha legado como medio de salvación.
Por eso ellos no son cristianos; dividen a Cristo y todo aquel que fracciona a Cristo es un anticristo y por eso detrás del ecumenismo actual está el anticristo que lo divide. No nos debe sorprender porque así tiene que ser, lamentablemente, pero ¡ay de aquel por cuya culpa vengan el escándalo y la apostasía!
Y ¿por qué es un misterio inconmensurable al cual la razón no puede llegar por sí misma? Porque justamente este dogma tan difícil de expresar, de explicar, no puede concebirse naturalmente, dado que hay dos conceptos, dos nociones antagónicas como son lo absoluto y lo relativo y eso está conjugado en Dios y no lo podrá jamás explicar ningún intelecto creado. Nos podemos imaginar un Dios absoluto como de hecho lo conciben y lo concibieron los paganos y todas esas falsas religiones que creen en algún Dios vagamente; pero decir que ese absoluto está relativizado y justamente esa correlación en lo absoluto es lo que llamamos la persona o las tres personas divinas; eso ya no hay quién lo pueda explicar. Todo en este mundo quieren hacerlo condicional e introducir la relatividad en Dios es inconcebible porque todo relativo hace alusión a lo accidental, a lo circunstancial, a lo efímero, pero jamás a lo eterno, a lo absoluto; y, sin embargo, en Dios hay esa pertenencia personal que no es un accidente, que no es una circunstancia sino una persona, y por eso no hay inteligencia que lo pueda explicar. Lo que no quiere decir que sea absurdo sino incomprensible y por eso San Agustín, que meditaba a la orilla del mar queriendo escudriñar el misterio de la Santísima Trinidad, encuentra a un niño que llevaba agua a un pozo hecho en la arena y el santo le preguntó qué quería hacer, y el niño contesta “quiero verter el agua del mar en este pozo”. Replica el santo: “Imposible, ¿cómo vas a verter toda el agua de la inmensidad del mar en ese hueco tan pequeño”?; y el niño concluye: “pues mucho más imposible es meter en tu cabeza la inmensidad del misterio de la Santísima Trinidad”.
Nos podemos preguntar ¿por qué podemos hablar de relatividad en lo absoluto? Porque es la relación de origen lo único que distingue a las personas divinas, porque en todo lo demás son iguales, pero solamente en esa afinidad de Origen es que se produce la trinidad de personas. Por eso el Hijo es originado del Padre, como su pensamiento, como su Verbo y en eso se distingue de Él; y el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo es espiración de mutuo amor entre ambos, que originan al Espíritu Santo. Y más no se puede escudriñar, aunque se podrían decir muchísimas cosas pero todas ellas no bastarían para que nos hiciéramos apenas un barrunto de lo que es la Trinidad. Y no hay palabra ni mente que pueda abarcar ni expresar ese inefable misterio que es básico en nuestra religión, porque sin él no hubo ni hay fe.
Porque aun en el Antiguo Testamento los Padres de antaño, que tenían fe, conocían la Trinidad, solamente que el pueblo no lo sabía de modo explícito sino implícito en la fe que tenían en los mayores; dice Santo Tomás que esos mayores eran los profetas y patriarcas y por eso Moisés pudo desear ver el día de nuestro Señor como Él mismo lo dice y por eso es la misma fe del Nuevo y Antiguo Testamento.
La diferencia consistía en la universalidad de la explicitación que todavía no había llegado hasta que el Verbo se encarnase y así con este hecho se produce la plenitud de los tiempos y por eso ahora sí debe ser público y explícito ese misterio que antes no lo era por todos y para todos. Eso es lo que explica Santo Tomás de Aquino, pero que lamentablemente los teólogos y, sobre todo, los modernos, y no lo digo refiriéndome a modernistas sino a los que están más próximos a nuestros tiempos, no han sabido decir, explicar y comprender yendo a esa luminaria que es Santo Tomás.
Por eso llegan muchos a pensar que se desconocía en absoluto el misterio de la Trinidad en el Antiguo Testamento, lo cual es un flagrante error que va contra el texto de las Escrituras y que si bien se ve sería una herejía; pero eso sirve para mostrar cuán desapercibidos estamos a veces en las cosas de Dios, aun aquellos que tienen la obligación de dar la luz de la doctrina a los fieles.
Debemos, pues, guardar en nuestros corazones estas verdades esenciales, sobre todo hoy, cuando son profundamente atacadas y no de frente sino sutilmente, lo que es peor, cuando se socava sin que nos apercibamos del daño que corre la fe.
Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, conservar una fe inmaculada como inmaculada fue Ella para que así podamos seguir tributando un verdadero culto a Dios. +
PADRE BASILIO MERAMO
26 de mayo de 2002
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