En
su último número Eleison del 1 de Febrero del 2014, titulado “Ansiedad
Sedevacantista
II”, Monseñor Williamson, equipara, en extremos contrarios, a los
liberales
y sedevacantistas, como dos posturas erróneas opuestas a evitar. Esto
constituye
una falsa oposición pues se trata no de extremos contrarios, sino de dos
cosas
completamente distintas, siendo el liberalismo una herejía y el
sedevacantismo
una consideración teológica posible y verdadera. Es un craso
desacierto
y error pretender equiparar el sedevacantismo con el liberalismo como
un
error a evitar.
La
cuestión de la Sede Vacante, es algo eminentemente teológico, cuya posibilidad
siempre
fue admitida en la Iglesia, hasta que el flamenco (holandés) Alberto Pighi,
dijera
lo contrario, cuando, siendo uno de los favorecido en la corte vaticana por el
Papa
Adriano VI, igualmente flamenco, sostuvo la tesis contraria a la de todos los
teólogos
de la Edad Media. Así tenemos que era doctrina común, tanto de teólogos
como
de juristas, que un Papa podía desviarse de la fe, como lo admitía por ejemplo
el
mismo Inocencio III, al decir en su Sermón 2° de Consecratione Sua: “In
tantum
fides nihi necessaria est, ut cum de ceteris peccatis
solum Deum iudicem habeam,
propter solum peccatum quod in fide committerem possem ab
Ecclesia iudicare”.
(Palmieri
Trac. de Rom. Pont. , p. 631). (En tanto en cuanto la fe no sea conculcada,
ya
que sólo a Dios tengo por Juez del resto de mis pecados, únicamente por el
pecado
que contra la fe cometiere, puede juzgarme la Iglesia).
Pighi
fue refutado por dos de los eminentes teólogos del Concilio de Trento:
Melchor
Cano y Domingo Soto, como también por Bañez por ejemplo, entre otros.
Los
antisedevacantistas, que retoman la tesis de Pighi, no se percatan que ésta fue
equiparada,
en el extremo opuesto, con el error de Lutero y Calvino por San
Alfonso
María de Ligorio, como se puede ver: “Muchas opiniones están aquí en
presencia: 1°. Aquella de Lutero y Calvino quienes enseñan
esta doctrina herética,
que el Papa es falible, incluso cuando habla como Doctor
universal y de acuerdo
con el Concilio. 2°. La segunda, que es precisamente lo
opuesto de la primera, es
aquella de Alberto Pighius que sostiene que el Papa no
puede errar, incluso
cuando el habla como doctor privado. 3°. La tercera es
aquella de ciertos autores
que sostienen que el Papa es falible en las enseñanzas
dadas fuera del Concilio. 4°.
La cuarta opinión que es la opinión común y a la que
nosotros adherimos es la
siguiente: Bien que el Pontífice Romano pueda errar como
simple particular o
Doctor privado, así como en las puras cuestiones de hecho
que dependen
principalmente del testimonio de los hombres, sin embargo
cuando el Papa habla
como Doctor universal definiendo ex cathedra, es decir, en
virtud del poder
supremo trasmitido a Pedro de enseñar la Iglesia, decimos
que él es
absolutamente infalible en las decisiones y controversias
relativas a la fe y a las
costumbres. Esta opinión es defendida por Santo Tomás,
Torquemada, de Soto,
Cayetano, Alejandro de Hales, San Buenaventura, (…) San
Francisco de Sales
(…)”. (Oeuvres Completes de S. Alphonse de Liguori, Traduites
per le P. Jules
Jacques.
Extrait du Tome IX, Traités sur le Pape et sur le Concile, p.286-287-292).
El
mismo hecho de la disputa de los teólogos entre sí, aunque discordes en la
solución
de cómo y cuándo perdería la jurisdicción el Papa por cisma, herejía u
apostasía,
prueba que no es contrario al dogma ni a la fe que un Papa pueda
desviarse
de la fe, como podemos ver con el Cardenal san Roberto Belarmino, que
muestra
(evidencia) la posibilidad teológica, aunque de hecho históricamente no se
hubiere
dado.
También
lo prueba el hecho que los Concilios Ecuménicos VI y VIII, los Papas San
León
II, Adriano II e Inocencio III, que aunque hayan juzgado basados en textos
adulterados,
aceptaban la posibilidad de que un Papa se desvíe de la fe.
“El III Concilio de Constantinopla, VI Ecuménico, declara
que analizó epístolas
dogmáticas del Patriarca Sergio, así como una carta
escrita por Honorio I al
mismo Patriarca. Y prosigue: ‘habiendo verificado que
ellas están en entero
desacuerdo con los dogmas apostólicos y las definiciones
de los santos Concilios y
todos los Padres dignos de aprobación, y por el contrario
que siguen las falsas
doctrinas de los herejes, nosotros las rechazamos de modo
absoluto y las
execramos como nocivas a las almas’. Después de anatemizar
a los principales
heresiarcas monotelitas, el Concilio condena a Honorio: ‘juzgamos
que,
juntamente con ellos, fue lanzado fuera de la Santa
Católica Iglesia de Dios y
anatemizado, también Honorio, otrora Papa de Roma, pues
verificamos por sus
escritos enviados a Sergio, en todos siguió el pensamiento
de este último y
confirmó sus principios impíos” (Da Silveira, Implicaciones Teológicas y Morales
del
Nuevo Ordo Missae, obra mimeografiada, Sao Paulo - Brasil, 1971, p.148.) Ver
Ds.
550 - 552.
San León II (682-683)
en una carta de agosto de 682 al Emperador Constantino
IV
le dice: “Anatematizamos también a los inventores del nuevo error: Teodoro
Obispo de Pharan, Ciro de Alejandría, Sergio, Pirro… y
también Honorio, que no
ilustró esta Iglesia apostólica, sino que permitió, por
una traición sacrílega, que
fuese maculada la fe inmaculada”. (Ibídem, p. 148). Ver Ds. 563.
“En carta a los Obispos de España, el mismo San León II
declara que Honorio fue
condenado porque: ‘(…) no extinguió, como convenía a su
autoridad apostólica, la
llama incipiente de la herejía, sino que la fomentó por su
negligencia’. Y en una
carta a Ervigio, rey de España, San León repitió que, con
los heresiarcas citados
fue condenado: ‘(…) Honorio de Roma, que consintió que
fuese maculada la fe
inmaculada de la tradición apostólica que recibiera de sus
predecesores’ ”.
(Ibídem,
p.148). Ver Ds. 563- 561.
Adriano II (867-872)
leyó la frase de San Bonifacio que está en las Decretales de
Graciano:
“Culpas [Rom. Pontífice] isti redarguere presumit mortalium nullus,
quia cunctos ipse judicaturus a nemine judicandus, nisi
forte deprehendatur a
fides devius”. (Palmieri,
Tractus de Romano Pontifici, p.631). (Que ninguno de los
mortales
tenga la osadía de pensar que los errores se argüirán en contra de aquel
[el
Papa] por el cual todos somos juzgados, a no ser que se le sorprendiese
desviado
de
la fe). “Entre los documentos escritos a propósito del caso del Papa
Honorio,
ninguno goza tal vez de tanta importancia para nuestro
tema, cuanto el pasaje
citado seguidamente, extraído de un discurso del Papa
Adriano II dirigido al VIII
Concilio Ecuménico. Como veremos cualquiera sea el juicio
que se haga sobre el
caso de Honorio I, tenemos aquí una declaración Pontificia
que admite la
eventualidad que un Papa caiga en herejía. He aquí las
palabras de Adriano II,
pronunciadas en la segunda mitad del siglo IX, ésto es,
más de dos siglos después
de la muerte de Honorio: ‘Leemos que el Pontífice Romano
siempre juzgó a los
jefes de todas las iglesias (esto es, los Patriarcas y
Obispos); pero no leemos que
jamás alguien lo haya juzgado. Es verdad que, después de
muerto, Honorio fue
anatemizado por los Orientales, pero se debe recordar que
él fue acusado de
herejía, único crimen que torna legítima la resistencia de
los inferiores a los
superiores, así como, el rechazo de sus doctrinas
perniciosas’ ”. (Alloc. III lecta in
Conc.
VIII, Act.7, citado por Billot, “Trac. de Eccl. Christi”, tom.1, p.611; - Da
Silveira,
op. cit., p.149).
Inocencio III (1198-1216)
dijo claramente reconociendo en su Sermón 2° de
Consecratione
sua: “In tantum fides nihi necessaria est, ut cum de ceteris peccatis
solum Deum iudicem habeam, propter solum peccatum quod in
fide committerem
possem ab Ecclesia iudicare”. (Palmieri Trac. de Rom. Pont. , p. 631). (En tanto en
cuanto
la fe no sea conculcada, ya que sólo a Dios tengo por Juez del resto de mis
pecados,
únicamente por el pecado que contra la fe cometiere, puede juzgarme la
Iglesia).
“Párrafo del Sermón del Papa Inocencio III: ‘La fe es para
mí a tal punto
necesaria que, teniendo a Dios como único Juez en cuanto a
los demás pecados,
sin embargo, solamente por el pecado que cometiese en
materia de fe, podría ser
yo juzgado por la Iglesia’ ”. (Citado por Billot, “Tract. de Eccl. Christi”, tom. I, p.
610;
- Da Silveira, op. cit., p. 153).
Los
Canonistas como Prümer, Regatillo, Coronata y Vermeersch también dicen lo
mismo
sobre el tema:
Prümmer: “Per
haeresim certam en notoriam Papam amittere suam potestatem
autores quidem communiter docent, sed utrum iste casus
revera possibilis sit,
merito dubitatur”. (Manuale
Iuris Canonici, ed. Herder, Friburgo 1927, p.131).
(Los
autores enseñan comúnmente que el Papa pierde su potestad por herejía
cierta
y notoria, pero si fuese otro el caso, es de justicia dudar).
Regatillo: “Ob
haeresim publicam ipso facto communior: quia non esset
membrum Ecclesiae, ergo multo minus caput”. (Institutiones Iuris Canonici, vol. I,
ed.
Sal Terrae, Santander 1951, p.280). (Simplemente por el hecho de herejía
pública:
como ya no fuese miembro de la Iglesia, mucho menos podría ser su
cabeza).
Coronata, sobre
la cuestión de la pérdida del oficio de Papa (Amissio officii R.
Pontificis)
dice: “Haeresis notoria. Quidam auctores negant suppositum: dari
nempe posse R. Pontificem haereticum. Probari tamen nequit
R. Pontificem, ut
doctorem privatum, haereticum fiere non posse, e. g., si
dogma antecedenter
definitum contumaciter deneget; haec impeccabilitas nullibi
a Deo promissa est.
Immo Innc. III expresse admittit dare posse casum. Si vero
casus accidat ipse ex
iure divino ab officio sine ulla sentencia, ne
declaratoria quidem, decidit. Qui
enim haeresim palam profitetur se ipsum extra Ecclesiam
ponit et non est
probabile Christum suae Primatum Ecclesiae tale indigno
servare. Proinde si R.
Pontifex haeresim profiteatur ante quamqumque sententiam,
quae impossibilis
est, sua autoritate privatur”. (Institutiones Iuris Canonici, vol. I ed. Marietti,
Torino
p.373). (Por herejía notoria. Algunos autores niegan el supuesto: puede,
ciertamente,
darse un Romano Pontífice hereje. Sin embargo, no puede probarse
que
el Romano Pontífice, como doctor privado, no pueda ser hereje, por ejemplo, si
niega
contumazmente un dogma definido anteriormente; esta impecabilidad no es
prometida
por Dios a ninguna persona. Por cierto Inocencio III admite
expresamente
el caso. Si el caso acontece en realidad, por el mismo derecho divino
sin
ninguna sentencia ni declaración alguna, se separa del cargo. En efecto, quien
profesa
abiertamente la herejía, él mismo se pone fuera de la Iglesia y no es
probable
que Cristo conserve su Primado de la Iglesia a uno con tal indignidad. Así
pues,
si el Romano Pontífice profiere una herejía, antes de cualquier sentencia, la
cual
es imposible, queda privado de su autoridad).
Vermeersch sobre
la cesación de la potestad del Romano Pontífice dice: “Cessat
R. Pontificis potestad morte; renuntiationen libera, quae
valida est sine
cuiuspiam acceptatione (c.221); amentia certa et certo
perpetua; haeresi notoria”.
(Epitome
Iuris Canonici, tom. I, 1927, p.222). (La potestad del Romano Pontífice
cesa
por muerte; por renuncia libre, la cual es válida sin ninguna aceptación
(c.221);
por la demencia cierta y ciertamente perpetua; por la herejía notoria).
Del
mismo modo, el Cardenal Juan de Torquemada, (tío del Primer Gran
Inquisidor
de España), de quien Da Silveira trae la siguiente cita muy
esclarecedora:
“(…) El cardenal español Juan Torquemada es el vigoroso y más
influyente paladín del primado pontificio en el siglo XV,
en cuyos escritos todos
los futuros defensores del primado fueron a buscar sus
argumentos: desde
Doménico Jacobazzi y Cayetano, pasando por Melchor Cano,
Suarez, Gregorio de
Valencia y Belarmino, hasta los teólogos del primer
Concilio Vaticano. (…) Para
demostrar que el Papa puede ilícitamente separarse de la
unidad de la Iglesia y
de la obediencia a la cabeza de la Iglesia, y por lo tanto
caer en cisma, el cardenal
Torquemada usa tres argumentos: ‘1° (…) por la
desobediencia el Papa puede
separarse de Cristo que es la cabeza principal de la
Iglesia y en relación a quien la
Iglesia primariamente se constituye. Puede hacer eso
desobedeciendo a la ley de
Cristo u ordenando lo que es contrario al derecho natural
o divino. De ese modo
se separaría del cuerpo de la Iglesia, en cuanto está
sujeta a Cristo por la
obediencia. Así, el Papa podría sin duda caer en cisma. 2°
El Papa puede
separarse sin ninguna causa razonable, sino por pura
voluntad propia, del
cuerpo de la Iglesia y del colegio de los sacerdotes. Hará
eso si no observa aquello
que la Iglesia universal observa con base en la tradición
de los Apóstoles, según el
c.‘Ecclesiasticarum’, d.11, o si no observase aquello que
fue, por los Concilios
universales o por la autoridad de la Sede Apostólica,
ordenando universalmente
sobre todo en cuanto al culto divino. Por ejemplo, no
queriendo personalmente
observar lo que se relaciona con las costumbres
universales de la Iglesia o con el
rito universal del culto eclesiástico. (…) Apartándose de
tal modo y con pertinacia
de la observancia universal de la Iglesia, el Papa podría
incidir en cisma. (…) Por
eso, Inocencio dice: ‘De Consue.’ Que en todo se debe
obedecer al Papa en cuanto
este no se vuelva contra el orden universal de la Iglesia,
pues en tal caso el Papa
no debe ser seguido, a menos que haya para eso causa
razonable. 3° Supongamos
que más de una persona se considere Papa y que una de
ellas sea verdadero Papa,
aunque tenido por algunos como probablemente dudoso.
Supongamos que ese
Papa verdadero se comporte con tanta negligencia y
obstinación en la búsqueda
de la unión de la Iglesia, que no quiera hacer cuanto
pueda para el
establecimiento de la unidad, en tal hipótesis, el Papa
sería tenido por fomentador
del cisma, conforme muchos argumentaban, aun en nuestros
días, a propósito de
Benedicto XIII y de Gregorio XII’ ”. (Summa de Ecclesia, pars. I, lib. IV cap. 11,
p.369
vuelta. Citado por Da Silveira, op. cit. p.186-187).
Así
como también, Melchor Cano, uno de los grandes teólogos del Concilio de
Trento
que combatió la posición de Pighi como una opinión además de errónea,
innovadora,
en contra de lo que hasta entonces se había pensado en la Iglesia,
como
Dublanchy lo reconoce citándolo: “Todos admiten sin dificultas que el Papa
puede caer en la herejía como en toda otra falta grave;
ellos se preocupaban
solamente de buscar por qué y dentro de cuáles
condiciones, él puede en ese caso
ser juzgado por la Iglesia”. (Infaillibilité du Pape, col. 1715). Y continúa más
adelante
Dublanchy: “En los comienzos del siglo XVI la opinión del cardenal
Torquemada es reproducida por Cayetano (…). Al encuentro
de esta afirmación,
Pighi afirma que según las promesas de Jesucristo, tomadas
en toda su extensión,
Mt. 16,18, es imposible que el Papa sea herético porque,
el fundamento de la
Iglesia cesando de estar unido a Jesucristo sería verdad
que las puertas del
infierno han prevalecido contra la Iglesia (…). Esta
afirmación de Pighi fue
pronto combatida por Melchor Cano, quién, después de haber
rechazado la
mayor parte de las explicaciones dadas por Pighi para
justificar a varios Papas
con respecto a la fe, concluye que no se puede negar que
el soberano Pontífice
pueda ser herético, porque en efecto hay un ejemplo o
quizás dos. Cano fue
seguido por Domingo Soto, Gregorio de Valencia y Bañez”. (DTC. Infaillibilité du
Pape,
col. 1715-1716).
Es
evidente, que insistir en la imposibilidad de defección en la fe de un Papa, es
un
prejuicio
basado en la ignorancia, que quiere tomar la primacía sobre el asunto, no
basada
en documentos sino en las ideas que hoy hacen circular publicitariamente
como
si fueran la verdad.
Es
por esto que desde un principio, la Roma modernista, con el entonces cardenal
Ratzinger
y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, con el por aquella época Superior
General,
Padre Franz Schmidberger, tenían que rotular con el tabú, que cual
espantapájaros,
hoy esgrimen por doquier, para diluir cualquier posición firme y
contundente
que se oponga al error.
Claro
está que a la Roma apóstata, modernista y anticristo, lo único que le puede
doler
y temer es que se le impute de frente y claramente, o al menos se cuestione,
su
legitimidad, puesto que la Revolución anticristiana, a través de la cual se
instaurará
en la sede de Pedro hasta el mismo anticristo religioso o pseudo profeta,
no
tolera que se desenmascare la usurpación que hace, y pretende imponer el error,
la
herejía y la apostasía, por la vía de una presunta legitimidad y legalidad que
le
darían
el peso de la autoridad de que carece.
Así
podemos decir que la Consideración Teológica sobre la Sede Vacante, sin ser un
dogma
de fe, es una conclusión teológica evidente quoad sapientes, (para los
entendidos)
y no quoad ómnibus (para todos).
Tanto
el sedevacantismo visceral y categórico, como el antisedevacantismo emotivo
y
sentimental, parten de un mismo falso principio, del que hacen dogma, y es el
de
no
aceptar la posibilidad de que un Papa verdadero y legítimo pueda desviarse de
la
fe
y así sumirse en el error, la herejía, el cisma y/o la apostasía.
Queda
todavía la objeción de quienes sostienen que se requiere una declaración
oficial
de la Iglesia (o de parte de ella) para que el Papa hereje sea depuesto;
objeción
que se salva, con la fórmula planteada por Monseñor de Castro Mayer,
según
la cual, cuando el Papa es un hereje manifiesto, pierde ipso facto el
pontificado
y queda ocupando la Sede de Pedro solamente de hecho, no de derecho;
de
manera que sería Papa sólo putativamente, sólo aparentemente; y su
jurisdicción
es suplida directamente por Cristo, cabeza invisible de la Iglesia, para
todas
aquellas acciones que la requieran y que sean justas para el bien común de las
almas.
(Para profundizar más sobre este concepto, véase aquí mi escrito
Consideración Teológica sobre la Sede Vacante, p. 28-29-30).
http://www.meramo.net/AmigosdeMeramo/Opusculos_files/SedeVacanteCo.pdf
Los
antisedevacantistas que no quieren ni admitir aún la posibilidad de la Sede
Vacante,
es decir, no el hecho sino su eventualidad, como me lo señaló un día el P.
Schmidberger,
basado en una mala interpretación del pasaje de las Sagradas
Escrituras
donde dice: “las puertas del infierno no prevalecerán”, al creer
erróneamente
que esto imposibilitaría la herejía de un Papa, pues de lo contrario
las
puertas del infierno prevalecerían sobre la Iglesia, y haciendo de esto un
dogma
(cuasi
dogma de fe), cuando el significado real es que a pesar de las herejías y aún
de
un Papa que se desvíe de la fe, las puertas del infierno no prevalecerán,
porque
la
Iglesia es indefectible, pero la Iglesia no es el Papa. Una cosa es que la
Iglesia sea
indefectible
y otra creer que el Papa sea indefectible con la misma extensión de la
Iglesia.
Para ver esto, hay que remitirse a la definición de la indefectibilidad del
Papa
en materia de fe, es decir, cuando habla ex cathedra, con los límites
específicos
que este término encierra, pero que como parte de la herejía que estaba
por
venir y que señalara el P. Le Floch, extienden ilegítimamente su infalibilidad,
exagerando
también el respeto debido al Papa.
Así
afirmaba en 1926 el P. Le Floch: “La herejía que viene será la más peligrosa
de
todas; ella consiste en la exageración del respeto debido
al Papa y la extensión
ilegítima de su infalibilidad”.
Además
se olvida lo que ya dijo Mons. Lefebvre en su momento: “Nos encontramos
verdaderamente frente a un dilema gravísimo, que creo no
se planteó jamás la
Iglesia; que quien está sentado en la Sede de Pedro,
participe en los cultos de los
falsos dioses; creo que esto no sucedió jamás en la
historia dela Iglesia: ¿Qué
conclusión deberemos quizás sacar dentro de unos meses
ante estos actos
repetidos de comunión con los falsos cultos? No lo sé, me
lo pregunto; pero es
posible que estemos en la obligación de creer que este
Papa no es Papa. No quiero
declararlo aún de una manera solemne y formal, pero
parece, sí a primera vista,
que es imposible que un Papa sea hereje, pública y
formalmente”. (Sermón del
Domingo
de Pascua del 30 de Marzo de 1988 en Ecône).
Y
dos años antes en una conferencia dada en Ecône el 15 de Abril de 1986, había
dicho
en este sentido: “¿El Papa es Papa cuando es hereje? ¡Yo no lo sé, no zanjo!
Pero pueden plantearse la cuestión ustedes mismos. Pienso
que todo hombre
juicioso puede plantearse la cuestión. No sé, entonces
ahora, ¿es urgente hablar
de esto? Se puede no hablar, obviamente… podemos hablar
entre nosotros,
privadamente, en nuestras oficinas, en nuestras
conversaciones privadas, entre
seminaristas, entre sacerdotes. ¿Es necesario hablar a los
fieles? Muchos dicen no,
no habléis a los fieles, van a escandalizarse, eso va a
ser terrible, eso va a ir lejos.
Bien, les dije a los sacerdotes en París cuando los reuní
y luego a vosotros mismos
ya os había hablado, les dije: pienso que muy suavemente,
es necesario, a pesar
de todo, esclarecerle un poco a los fieles. No digo que
sea necesario hacerlo
brutalmente y lanzar eso como un condimento a los fieles
para asustarlos, no,
pero pienso que a pesar de todo, es una cuestión de fe, en
necesario que los fieles
no pierdan la fe”.
Y
como Roma ha perdido la fe y ha caído en la apostasía y la Iglesia verdadera es
indefectible,
Mons. Lefebvre distinguía claramente: “Es totalmente falso
considerarnos como si no formáramos parte de la Iglesia
visible. Es increíble (…)
no somos nosotros sino los modernistas quienes salen de la
Iglesia. En cuanto a
decir ‘salir de la Iglesia visible’, es equivocarse
asimilando Iglesia Oficial a Iglesia
visible, (…) ¿Salir, por lo tanto, de la Iglesia oficial?
En cierta medida, ¡sí!,
obviamente”. (Fideliter,
n° 66, Noviembre-Diciembre 1988).
No
se diga, de otra parte, que los Papas Liberio y Honorio, nunca cayeron en la
herejía
y que los textos fueron falsificados o adulterados, cuando se les acusa de
herejía,
pues aún en tal caso queda vigente y patente que se admitía que un Papa
podía
desviarse de la fe: “De cualquier manera, sin embargo el Cardenal Billot no
niega –ni podía negar-que la Iglesia haya siempre dejado
abierta la cuestión de
la posibilidad de herejía en la persona del Papa. Ahora
bien, ese hecho, por sí
mismo, constituye un argumento de peso en la evaluación de
los datos de la
Tradición, es lo que pone de relieve San Roberto Belarmino
en el siguiente pasaje,
en el cual refuta, con tres siglos de antecedencia a su
futuro hermano en el
cardenalato y en la gloriosa milicia ignaciana: ‘sobre
esto se debe observar,
aunque sea probable que Honorio no haya sido hereje, y que
el Papa Adriano II,
engañado por documentos falsificados del VI Concilio, haya
errado al juzgar a
Honorio como hereje, no podemos sin embargo negar que
Adriano, juntamente
con el Sínodo Romano e inclusive con todo el VII Concilio
General, consideró que
en caso de herejía el Pontífice Romano puede ser juzgado’ ”.
(Da Silveira, Ibídem,
p.
154).
El
argumento teológico de peso (y de hecho durante la Edad Media) es el que:
“Todos admitían sin dificultad que el Papa pueda caer en
la herejía como en
cualquier otra falta grave; preocupándose únicamente de
buscar por qué y en
cuáles condiciones podía el Papa en tal caso ser juzgado
por la Iglesia”. (D.T.C.
Infaillibilité
du Pape, col. 1715).
Los
textos de las Sagradas Escrituras Mt. 16,18 y Lc. 22,32 sólo prueban la
infalibilidad
del Papa enseñando como supremo Pastor y Doctor de la Iglesia, es
decir
cuando habla ex-cathedra, tal como lo recalca el D.T.C. Infaillibilité du Pape
col.1717,
no lo olvidemos.
Tenemos
un texto pontificio de suma importancia como recalca Da Silveira: “Como
veremos, cualquiera que sea el juicio que se haga sobre el
caso de Honorio I,
tenemos aquí una declaración pontificia que admite la
eventualidad de que un
Papa caiga en herejía. He aquí las palabras de Adriano II,
pronunciadas en la
segunda mitad del Siglo IX, esto es, más de dos siglos
después de la muerte de
Honorio: ‘Leemos
que el pontífice Romano siempre juzgó a los jefes de todas las
Iglesias (esto es, los Patriarcas y Obispos); pero no
leemos que jamás alguien lo
haya juzgado. Es verdad que, después de muerto, Honorio
fue anatematizado por
los Orientales; pero se debe recordar que él fue acusado
de herejía, único crimen
que torna legítima la resistencia de los inferiores a los
superiores, así como el
rechazo de sus doctrinas perniciosas’ ”. (Da Silveira, op. cit. p. 149).
Queda
claro que jurídica y teológicamente ha sido admitido en la Iglesia y en la
Edad
Media que el Papa puede caer en la herejía y por lo mismo perder el
Pontificado,
“Un Papa que cayera en la herejía y que se obstinase cesaría por el
mismo hecho de ser miembro de la Iglesia y en consecuencia
de ser Papa, se
depondría él mismo” (D.T.C.
Déposition et Dégradation des Clercs, col.520).
Por
eso Mons. Lefebvre no titubeaba al afirmar luego de su entrevista con el
Cardenal
Ratzinger del 4 de Julio de 1987: “Lamentablemente debo decir que
Roma ha perdido la fe, Roma está en la apostasía. Estas no
son palabras en el
aire, es la verdad: Roma está en la apostasía. Uno no
puede tener más confianza
con esa gente, ya que ellos abandonan la Iglesia. Estoy
seguro”. (Conferencia dada
durante
el retiro sacerdotal en Ecône, el 4 de Septiembre de 1987).
Contraponer
como errores opuestos y a evitar, Liberalismo y Sedevacantismo, es
seguir
el juego a la Roma apóstata y anticristo (expresiones de Mons. Lefebvre) y
fomentar
el estigma, el tabú que favorece el error, la confusión y desarticula
cualquier
reacción contundente y firme ante la mentira, el engaño y la impostura
que
se benefician bajo los ropajes de la autoridad, la legitimidad, la jurisdicción
de
la
que tanto necesitan los modernistas para corromper la fe y seguir pontificando
en
el error, la herejía el cisma y la apostasía que es hoy moneda corriente y
sonante.
Esperamos
que esta aclaración no sea mal interpretada, ni tildada o considerada
con
los epítetos descalificatorios y estigmatizadores, tales como amargo o furioso,
y
se
vea la verdad que se quiere mostrar, para que por lo menos no se caiga
consciente
o inconscientemente en una postura beligerante, antisedevacantista que
le
haría el juego a la Roma apóstata y anticristo, pues lo que más le afecta es
precisamente
que se le cuestione, impugne o al menos se le ponga en duda.
Si
hay algo que hoy cuestiona la legitimidad de los ocupantes de Roma, es el
descaro
con que se piensa y actúa pontificando en el más craso error y en la más
impune
de las herejías que son hoy prácticamente el pan de cada día, a tal punto
que
el más despreocupado y distraído de los fieles puede percibir.
La
Nueva Iglesia postconciliar ya ha dejado de imperar desde el anómalo, atípico y
contradictorio,
así llamado, Concilio Vaticano II, dejando de ser maestra infalible
de
la Verdad para convertirse en la Gran Ramera apocalíptica, engalanada con la
púrpura
regia y las gemas que manifiestan el poder y prestigio de Gran Señora,
permitiéndole
fornicar con los reyes y príncipes de esta tierra; y así se hace la
progenitora
del error, el cisma, la herejía y aún de la apostasía (de las Naciones de
los
gentiles), cual abominación de la desolación jamás vista en el Lugar Santo.
He
ahí el abismo infernal del misterio de la iniquidad, cual no se ha visto, ni
jamás
se
verá. Todo esto ya ha sido señalado concisa y terriblemente por Nuestra Señora
de
La Sallette, cuando dijo que la Iglesia sería eclipsada y que Roma perdería la
fe y
sería
la sede del Anticristo (religioso o Pseudoprofeta).
P.
Basilio Méramo
Bogotá,
11 de Febrero de 2014
Fiesta de la
Aparición de la Santísima Virgen en Lourdes.