Amados
hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Este
domingo primero después de Pascua o Domingo in albis, era después
de haber transcurrido la octava, es decir ocho días, no sólo de la Resurrección
de nuestro Señor sino también de los bautizados en la Iglesia; justamente se
llamaba a este domingo y al sábado de ayer, in albis por ser cuando se
les retiraba la vestidura blanca que durante toda la semana portaban los recién
bautizados como símbolo de la pureza bautismal; de allí su nombre.
Y
como vemos en el relato del evangelio de este día, los apóstoles estaban
reunidos y tenían miedo; no salían a enfrentar al mundo, ni a evangelizar hasta
recibir el Espíritu Santo que los fortaleciera. Es importante y debe tenerse en
cuenta que, a pesar de todo, los apóstoles quedaron amedrentados, y
especialmente con temor a los judíos, de que los matasen; por eso, cuando ya
recibieron la fortaleza del Espíritu de Dios, del Espíritu Santo, se atrevieron
a salir sin importarles ni los judíos ni el mundo; con una fe plena. Fe que,
como dice también la epístola de este día, “vence al mundo”.
De
ahí la necesidad de tener una fe vigorosa, profunda, arraigada, pues es la que
vence al mundo, la que no teme ni a los judíos ni al mundo y es la que se basa
en creer que nuestro Señor Jesucristo es Dios. Porque los musulmanes aceptan a
nuestro Señor como un profeta, como lo hacían los arrianos, que se decían
católicos, pero que negaban la divinidad de nuestro Señor Jesucristo. Y es por
esa fe sobrenatural en la divinidad de nuestro Señor Jesucristo que tenemos la
fortaleza cuando es plena, arraigada, vivificada por el Espíritu Santo, por el
Espíritu de Dios.
Por
eso es la gran batalla contra la fe que libra y librará Satanás con todos sus
secuaces por todos los tiempos, y de allí la necesidad de conservar esa fe
íntegra, sin mezcla, sin tergiversaciones, sin rebajas, sin diluirla, sino
pura, sólida. Así, los católicos que tengan esa fe no tendrán miedo al mundo.
Y
si hoy vemos que el mundo está socavando a la Iglesia es porque no hay fe,
porque está faltando esa afirmación de la divinidad de nuestro Señor ante las
falsas religiones, ante los judíos, ante los mahometanos, ante quien sea, y lo
que hay es un diálogo vergonzoso, proclive a claudicar, de los hombres de
Iglesia sin fe, con esas falsas religiones. Esa es la herejía aberrante actual
del ecumenismo, que no reafirma la fe, la divinidad de nuestro Señor ante el
mundo, ante las doctrinas infieles; esa es la crisis desastrosa y vergonzosa de
los hombres de Iglesia de hoy que tienen pena de reafirmar públicamente su
catolicidad y por consecuencia la divinidad de la Iglesia católica con
exclusión de cualquier otra, de toda otra religión o credo.
Pero
eso no se ve hoy por culpa de la jerarquía, hay que decirlo, que no cumple con
su deber de evangelizar y de proclamar la divinidad de nuestro Señor, sino que
se sienta a conversar, a dialogar y a rebajar la fe y a hacer de ese diálogo el
fundamento de la predicación moderna. Por eso todo está cambiando. Esa es la
obra de Satanás y de la estupidez de los católicos, idiotez en la misma jerarquía
de la Iglesia que no es fiel a su sacrosanta misión y por eso el sacerdocio de
hoy es vergonzante, no sólo en la moral y en los escándalos públicos, sino
también en la doctrina y en la fe y como consecuencia de esta carencia, de esa
falta de doctrina, vienen los desmanes y
las aberraciones morales dentro del clero y el escándalo de los que no tienen
fe; así, estúpidamente, se hacen protestantes, “Testigos de Jehová” o
simplemente ateos.
Quién
no se da cuenta de ello no vive en este mundo ni en esta Colombia llena de
protestantes y de ateos, ¡qué claudicación! Por falta de fortaleza, de firmeza
en la fe para proclamar la divinidad de nuestro Señor resucitado que es el Hijo
de Dios, que es Dios mismo en persona, ¿cuál persona? La Segunda Persona de la
Santísima Trinidad. Quien no lo diga, que no lo proclame, no es católico, es un
hereje y a eso nos invita la Iglesia con su predicación del evangelio y la
epístola de hoy primer domingo de Pascua, porque la religión católica no son
los templos ni los cuatro muros de piedra y el techo sino la fe, sin la
doctrina católica.
Para
eso se han construido los templos que vemos y por eso San Cipriano profetizó
sabiamente hace ya más de mil años que al fin de los tiempos estas iglesias de
piedra y de ladrillo serían invadidas por el anticristo y que por eso teníamos
que guardar los templos de nuestras almas para poder guardar allí la fe.
Díganme si eso no está ocurriendo hoy dentro de lo que se llama y se dice la
Iglesia católica, que de católica le queda ya muy poco porque parece
protestante. ¿Acaso los sacerdotes no andan como infieles por la calle sin
ninguna distinción de su fe y de su ministerio? ¿Su confesión (la fe), no la
han arrinconado ya, prácticamente?
Cuando
vemos en el evangelio de hoy, contra todos los protestantes, que nuestro Señor
es muy claro al decir: “Se perdonarán los pecados a aquellos a quienes los
perdonéis; y se les retendrán a aquellos a quienes se los retengáis”, esos
protestantes, que están con la palabra de Dios y la Biblia debajo del sobaco,
¿en dónde dejan esas palabras de las Escrituras?, o ¿es que son imbéciles?;
pues si lo son mucho más somos nosotros si nos dejamos convencer. Vergüenza nos
debe dar, que habiendo recibido la luz del bautismo nos sometamos así; ya nada
es pecado. ¿Y eso no es protestantismo puro dentro de la Iglesia? Claro que sí.
Y el que no se dé cuenta, ya es medio hereje.
Esa
es la influencia de este modernismo, de este progresismo que invade la Iglesia
y el templo de Dios. Y esa es la abominación de la desolación que tendrá
asiento en el lugar santo como lo dicen las profecías y las Escrituras mil y
una veces; que no tengamos ojo para discernir y detectar el mal con el dedo, es
claudicación y falta de fe en la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y el
sacerdote que no lo predique así no tiene fe, y si le queda la tiene medio
muerta, porque esto que estoy diciendo lo tendría que señalar todo presbítero
católico si se estima con fe y quiera su santo y sagrado ministerio.
Da
vergüenza, pero hay que decirlo, para que los pocos fieles que quedan o que
quedemos sepamos defendernos, porque ya no tenemos el enemigo fuera sino dentro
de la casa; el ladrón está en el interior de la Iglesia, no en el exterior; ya
penetró, así que no basta cerrar las ventanas y las puertas si no estamos
preparados antes desde adentro, y la única manera de estarlo es reafirmando en
la Iglesia la fe en la divinidad de nuestro Señor; en eso se debe basar la
misión y la predicación de la Iglesia católica apostólica y romana, no en el
ecumenismo, no en la libertad religiosa para que cada uno crea en el monigote
que le dé la gana en el nombre de Dios. ¡Qué estupidez más grande! Y que eso lo
hayan dicho en un concilio, ¿qué obispos eran esos?, ¿de la Iglesia católica?
Es
una vergüenza públicamente instaurada dentro de la Iglesia que un concilio que
debería ser infalible por su propio derecho y que no lo fuera es lo mismo que
si alguien deseara que su matrimonio fuera disoluble, no indisoluble o que
pidiera un círculo cuadrado o un hombre con cuatro patas; ¡todas estas son
estupideces!
Pues
bien, esa es la sandez del mismo papa Pablo VI, al declarar un concilio
ecuménico no infalible; eso no ha existido jamás ni podrá haberlo dentro de la
Iglesia católica. ¿Dónde le quedó la teología? A ninguno de los obispos que
estaban allí, a nadie se le ocurrió, por la presión moral de lo que
representaba una reunión con tanta pompa como esa, pero faltó la fe y el humo
del infierno penetró en el Concilio como lo dijo Pablo VI mismo, cuando habló
de la autodemolición de la Iglesia; él mismo lo señaló. ¿Qué podemos nosotros
decir hoy cuando después de treinta y cuarenta años vemos los desastres y
todavía nos sigamos comiendo el cuento? Eso es aberrante.
Pues
bien, es lo que hay que evitar, mis estimados hermanos, para que permanezcamos
firmes en la fe sobrenatural de la única religión, de la única Iglesia, de la
única verdad y nada más; porque si nuestro lenguaje no es “Sí, sí; No, no”, no
es el de Dios y el del Evangelio, porque como lo dice San Mateo: “Diréis
(solamente): Sí, sí; No, no. Todo lo que excede viene del Maligno”. Esto es
categórico, tajante, vertical, intransigente, porque lo contrario viene de
Satanás, y si no, lean el capítulo 5, versículo 37 de San Mateo. Ese es lo que
hoy el mundo no quiere, ya que prefiere la confusión, el sí y el no; la verdad,
el error; el bien y el mal en contubernio; no quiere lo tajante y lo
intransigente de la verdad, sino la mediocridad; este es el espíritu de
apostasía que hoy pulula por doquier y que en el orden político se llama democracia,
que en el fondo es una religión antropoteísta, como decía Gómez Dávila, ese
gran pensador colombiano, casi desconocido.
P. BASILIO MERAMO 27 de abril de 2003