San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 25 de octubre de 2015

FIESTA DE CRISTO REY



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
La Providencia divina ha querido que sin estar debidamente acabada esta capilla y a pesar de los trabajos, contratiempos y dificultades se pudiera realizar la ceremonia de hoy, se lleven a cabo estas primeras comuniones y también se celebre el aniversario de los diez años del Colegio en esta fiesta tan importante de Cristo Rey.

Festividad que proclama la realeza social de nuestro Señor Jesucristo, sobre todo en el mundo actual que da la espalda a la Iglesia, a Cristo y a Dios. Por eso su Santidad Pío XI, en 1925, la instituyó a instancias de los cardenales y de otros prelados, viendo la necesidad de concluir prácticamente el año litúrgico con una fiesta que proclamase la realeza de nuestro Señor en el mundo moderno, a pesar de la oposición de la Revolución francesa, de la protestante, de la comunista. Y no era que antaño no se festejara la realeza de nuestro Señor, el seis de enero en el día de la Epifanía de los Reyes magos. Pero era necesario darle más relevancia y por eso la necesidad de hacer una fiesta aparte y así fue que Pío XI quiso, como quien dice, hacer concluir el año litúrgico con esta celebración a nuestro Señor Jesucristo como a Cristo Rey en el último domingo del mes de octubre.

La divina Providencia ha querido que hoy esta capilla tradicional, apostólica y romana hasta los tuétanos y no protestante, no cismática como muchos enemigos quieren hacer ver sino católica, apostólica y romana, realice esa gran fiesta de la proclamación de la primacía universal de nuestro Señor Jesucristo, hoy combatida a la par que es atacada la Iglesia.

Porque la civilización moderna no quiere que Cristo impere, no quiere reconocer que Cristo es Rey del Universo y de las Naciones y ese es el Imperio que Satanás y sus secuaces que no quieren admitirlo; de ahí la pugna, la lucha, el combate que no se ha iniciado hoy sino que comenzó con la primera apostasía de los ángeles malos que no quisieron reconocer a nuestro Señor; esto lo dice el cardenal Pie resumiendo a los santos Padres de la Iglesia, porque les fue manifestado que nuestro Señor se encarnaría y la segunda persona del Verbo se haría hombre y eso fue lo que no pudo admitir Satanás, humillarse ante un hombre que también es Dios.

Ese combate continuó al rebelarse los hombres contra la revelación primitiva y por eso cayeron en el paganismo. Suscita entonces Dios un pueblo tenaz como el judío para que se mantenga esa promesa que sin embargo los judíos traicionan condenando a nuestro Señor y matándolo en la Cruz. Y la lucha continúa a través de los siglos: los mártires de la Iglesia primitiva y todas las revoluciones que se han sucedido con todas sus herejías, hasta la última, la gran apostasía para los últimos tiempos en los cuales ciertamente estamos viviendo y que por eso se da un combate tan atroz contra todo lo que se proclame verdaderamente católico, verdaderamente de Dios.

De ahí también, como lógica consecuencia, la batalla contra la Tradición de la Iglesia católica y contra nosotros, contra monseñor Lefebvre, que no hizo sino guardar el testimonio fiel de la Santa Misa, de la Santa Tradición de la Santa Iglesia católica, apostólica y romana aunque les pese a muchos obispos, a muchos cardenales y a muchos prelados que se dicen católicos pero que no profesan la doctrina de la religión católica. Uno de los dogmas de la religión católica que no profesan es precisamente el de la realeza universal y social de nuestro Señor Jesucristo. Por eso no quieren que las naciones se confiesen católicas y a eso se debe la libertad religiosa y el ecumenismo. Por lo mismo la igualdad con las falsas religiones; todo esto es una herejía, una apostasía a los ojos de la fe católica, apostólica y romana. Tengámoslo muy en cuenta, mis estimados hermanos, y no claudiquemos en la fe, para defender a Cristo, a la Iglesia, para ser los fieles testigos de nuestro Señor.

Nuestro Señor es aclamado también en el día de ramos, pero en el de la crucifixión fue incluso abandonado hasta por sus apóstoles más queridos; solamente estaban con Él nuestra Señora con algunas mujeres que la rodeaban y acompañaban junto con San Juan; pero nuestro Señor estaba allí solo.

Es muy fácil estar con la Iglesia y con nuestro Señor cuando todo va bien, cuando todo es gloria, pero cuando viene el combate, la lucha, la oposición, la contradicción y sobre todo la proclamación y la confesión íntegra de la fe rechazando todos los errores, entonces ¡ay, oh escándalo fariseo!, desaparecen los amigos, el clero, desgraciadamente para asociarse al mundo impío que reniega de nuestro Señor, que no quiere pertenecer a Cristo y no quiere pertenecer a Dios. Esa es obra de la judeomasonería, por eso las Naciones Unidas no quieren proclamar la realeza de nuestro Señor sino que están auspiciando el reinado del anticristo y eso hay que decirlo para que nosotros no nos añadamos a esas filas de apostasía que terminarán en el reinado del anticristo; por eso todos los gobiernos del mundo y de las grandes potencias no quieren ya ser el brazo de la Iglesia; peor aún, esos reyes y poderosos del mundo quieren que la Iglesia se haga su cómplice.

He ahí el drama, la división, la oposición que el mundo, que Satanás, que es el príncipe de este mundo gane para su causa al clero, a los ministros de la Iglesia y logre socavar desde dentro la Iglesia católica, apostólica y romana. De allí la gran importancia de defender la fe. La misma en la que hemos sido confirmados, la de la Iglesia. No creer como hoy se cree, que uno se salva en cualquier religión, que ya no hay infierno, que la Iglesia católica no es la única arca de salvación y tantas otras cosas que hoy parecieran dogmas comúnmente admitidos por todos, pero que son verdaderas herejías que conculcan la infalibilidad de la fe católica, apostólica y romana.

Por eso nosotros conservamos la santa liturgia tradicional, la Santa Misa de siempre, porque allí donde hay culto hay sacrificio y eso fue aun hasta en el paganismo, y ese sacrificio, ese verdadero culto es el de la Cruz, renovado sobre los altares; no es una synaxis, no es una cena, por eso sacaron el altar y colocaron una mesa, sino el sacrificio de la Cruz renovado incruentamente, sacramentalmente bajo las especies del pan y del vino, que es el mismo de nuestro Señor en la Cruz.

Eso no puede cambiar y si sucede, es porque se ha alterado la Iglesia y la fe; se han renovado Cristo y Dios. Estos son inamovibles, son eternos. Por eso la Iglesia, aunque está en este mundo, vive en la eternidad de la verdad de Dios y de las cosas de Dios y en esa realidad debemos vivir y morir nosotros para ser de Dios. Por eso, estos niños que hoy van a hacer su primera comunión deben estar bien preparados sabiendo que reciben el cuerpo, sangre, alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo, que es la segunda persona de la Santísima Trinidad; no hay que olvidarlo, porque si uno sabe que cuando comulga recibe al Rey de los cielos y de la tierra, el cuerpo, sangre, alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo, ¿cómo es posible que le recibamos de pie, en la mano o en pecado mortal o viviendo en concubinato o creyendo que con el matrimonio civil se está casado? Eso es absurdo.

Todo esto pasa porque se está perdiendo la fe, mis estimados hermanos, la fe en las cosas esenciales de nuestra santa religión, de nuestra santa madre la Iglesia. Y eso es lo que nosotros queremos mantener y proclamar para seguir siendo fieles a nuestro Señor y a la santa madre Iglesia católica, apostólica y romana; no es más, simplemente eso. Y quizás nos cueste el martirio, porque proclamarlo y no callar ante un mundo como el de hoy no es posible sin que haya que verter la sangre. Por lo que todo católico fiel a nuestro Señor debe tener esa entrega de corazón a imitación de Él que dio su sangre en la Cruz por nosotros, y si es necesario, nosotros la demos para no claudicar en la fe y proclamar la realeza universal y primacía de nuestro Señor Jesucristo sobre todo el Universo.

Debemos, pues, pedir en esta Misa de primeras comuniones por estas almas tiernas que tienen la fe, para que conserven la pureza, para que no se manchen por el pecado, como lo deseó San Pío X cuando permitió que todo niño que tuviese entendimiento comulgara no un pedazo de pan sino el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, e hiciese la primera comunión para que antes de caer víctima de Satanás por el pecado, fuese primeramente nuestro Señor quien reinara en esa alma pura.

Si nosotros hemos perdido esa pureza, debemos encontrarla a través de la oración, de la penitencia, del sacrificio y no vivamos de placer en placer como quisiera el mundo de hoy, en que todo es sensual; para eso están la técnica, la televisión, el cine, la radio, los dineros, todo conspira para que vivamos como paganos pensando en la comodidad y no como católicos que estamos en esta tierra de paso para merecer el cielo a través del sacrificio, la oración, la abnegación; para eso es que vivimos aquí, no para ser artistas, no para ser grandes personajes, no para ser ricos, millonarios, famosos o poderosos o lo que fuere, sino para ser buenos hijos de Dios; eso es lo que siempre ha predicado y predicará la Iglesia católica.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, nos proteja, que nos conserve en el amor divino, en el verdadero y no en la falsa caridad filantrópica masónica que hoy se nos quiere imponer y que es un puro sentimentalismo pero que no es verdadero amor de Dios, al punto de sacrificar la vida si es necesario por nuestros amigos. Que sea nuestra Señora la gran protectora, porque Ella permaneció de pie en la crucifixión de nuestro Señor Jesucristo y estará de pie en esta segunda crucifixión de nuestro Señor en su Cuerpo Místico, la Iglesia hoy perseguida, combatida; será Ella entonces nuestro sostén y nuestra abogada. A la hora de la muerte, será también Ella la que nos procure la gracia de la perseverancia final que es lo que rezamos todos los días al decir el Avemaría y al decir el santo Rosario. Supliquemos entonces a Ella que nos mantenga en ese fervor y en esa verdadera caridad y amor de Dios. +

P. Basilio Méramo
26 Octubre de 2002

domingo, 18 de octubre de 2015

DOMINGO VIGÉSIMO PRIMERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Vemos cómo en la epístola San Pablo nos exhorta a mantenernos prevenidos ante el combate que toca librar a todo católico en esta tierra, recordándonos que no solamente es una batalla en la carne y la sangre contra nuestra propia sangre, contra nuestra propia carne por los malos deseos, instintos y concupiscencias que afloran desde adentro y que por eso aspiramos a la virtud, sino también que es lucha contra las potestades de los espíritus malos, de los demonios, de Satanás.

Nos exhorta a mantenernos en la fe, en la verdad y en la palabra de Dios. Y es curioso que la Iglesia ponga esta epístola ya aproximándose el final del ciclo litúrgico que culmina con la Parusía. Vemos cómo en su sabiduría la Iglesia, con estos domingos que anteceden al vigésimo cuarto y último domingo después de Pentecostés, nos va llevando hacia la segunda venida gloriosa de nuestro Señor y a todo lo que le antecede. Quienes tienen el misal de Pérez de Urbel verán cómo él, sabio benedictino, en su comentario al misal de los fieles, muestra la preparación a los feligreses encaminándoles hacia la Parusía de nuestro Señor y por eso la advertencia de San Pablo que la Iglesia trae en el domingo presente y en los otros que nos hablan del día del Señor, del día de nuestro Señor Jesucristo.

Y hoy más que nunca debemos tener presente esta exhortación de San Pablo, porque hoy la lucha es titánica y debemos consolidarnos confirmándonos en la fe, que está a punto de desaparecer de la faz de la tierra, la católica, apostólica y romana que es hoy perseguida por aquellos mismos que debieran defenderla y reafirmarnos en ella; eso es lo terrible y angustioso, tener que defender la fe a pesar de aquellos que debieran afianzarnos en ella. Y ¿quiénes deben ratificarnos en la fe? Los sacerdotes, los obispos y de modo especial el mismo Papa. Pero, desgraciadamente, hay que decirlo, ocurre todo lo contrario; en vez de confirmarnos en la fe nos llevan camino hacia el error, hacia la herejía y hacia la apostasía.

Y para colmo se nos propone como a santo de altar el ejemplo de alguien que es todo lo contrario a un santo de la Iglesia católica. El domingo pasado se canonizó a Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei y preconizador de todos los ideales revolucionarios que cuajaron en el Concilio Vaticano II.

Ya desde los años treintas, cuando España todavía era católica y antes de que hubiera miles de mártires, cuando la embestida judeocomunista de la cual salió victoriosa en el año treinta y seis, ahí en Paracuellos hay miles de personas que murieron mártires, sin claudicar uno solo por defender la fe y la Iglesia contra el judeocomunismo internacional. En esa España católica ya monseñor Escrivá tenía esos ideales ecumenistas: la libertad religiosa, los derechos y la dignidad del hombre, todo lo que el ecu-menismo y el modernismo enseñan. Por eso lo han canonizado, porque es el santo del ecumenismo que está destruyendo a la Iglesia.

Que nos lo propongan como santo es absurdo e ilógico, cuando los santos han renunciado a títulos a los cuales tenían derecho como Francisco Borja, Grande de España, títulos de nobleza envidiables para cualquier noble, deja todo para hacerse siervo de Dios, mientras que monseñor Escrivá no sólo se cambia el apellido para que no se lo relacione con los escribas de las Escrituras y se lo tilde de judío como probablemente lo es y por eso cambia la B por V, sino que también compra el título de Marqués de Peralta, para engrandecer su alma miserable con la nobleza que no tenía, porque un alma virtuosa aunque pobre, es noble en virtud y eso viene a colmar una demostración del ecumenismo proclamando a su primer santo.

Hay que decirlo con dolor, pero decirlo; de lo contrario claudicamos, porque no se puede proponer como santo a alguien de las “cualidades” de monseñor Escrivá de Balaguer del cual el padre Meinvielle hace muchos años decía que para judaizar a España había bastado el Opus Dei.
Poseen más de una docena de productoras de cine y televisión; díganme entonces cuáles son esas películas piadosas de santos que esta docena de productoras de cine del Opus hacen, cuando lo más corrompido es el cine y la televisión. Tienen agencias de información, bancos que los relacionan con el poder financiero que oprime y destruye a la Iglesia, más los crímenes del Vaticano por la lucha intestina, como se lee en esos libros publicados y conocidos por todos los fieles que nos muestran cómo hay crímenes en el Vaticano por esa lucha entre la masonería, por decirlo así, clásica, enquistada en el Vaticano, y el Opus Dei como nueva masonería que quiere dominar a la otra. Por eso, esa muerte del jefe de la guardia suiza, miembro del Opus Dei, haciéndolo pasar por un crimen pasional. Hay todavía más, como el escándalo de la logia P2, el caso Marcinkus con sus respectivas muertes donde el dinero del Opus Dei fue el que salvó las finanzas del Vaticano y con su dinero calló e hizo callar todas las conciencias. Estos son los hechos.
Por todo lo anterior, más que nunca debemos reafirmar nuestra fe, nuestra adhesión a la Tradición católica, para no sucumbir ante estos malos ejemplos, ante estos falsos santos y que no caigamos bajo el peso de una indebida pero muy esgrimida obediencia para que claudiquemos en la defensa de la verdad. Saber que detrás del mal que hacen los hombres están Satanás y los malos espíritus; por eso San Pablo habla de que el combate no es sólo contra la carne y la sangre sino contra los malos espíritus que gobiernan las tinieblas, que envuelven al mundo y que lo cubrirán de una manera peor hacia el final y antes de la Parusía.

Por eso, la Iglesia, en estos domingos que anteceden al último domingo del ciclo litúrgico, nos ordena prepararnos para que no durmamos y para que seamos verdaderos soldados de Cristo como lo es todo confirmado en la fe de su bautismo, para lo cual ha recibido la plenitud de la gracia septiforme del Espíritu Santo. Para quedar así confirmados, consolidados, fortificados en la fe del bautismo que será agredida a tal punto, que desaparecerá hacia los últimos tiempos, como son los actuales pero que el mundo impío y descreído no tiene en cuenta, y eso facilita la labor de los enemigos de Dios, de la Iglesia que penetran dentro de ella con piel de oveja pero que son lobos rapaces, mercenarios que se valen de esas argucias para destruirla desde dentro.

San Pío X, ya al alborear el siglo XX, dijo que los enemigos de la Iglesia estaban no fuera sino dentro y que el anticristo estaba pronto a aparecer, porque lo único que faltaría sería que naciera, pues todo preparaba su advenimiento. Qué diría hoy, un siglo después, si eso lo dijo hace un siglo el último Papa santo canonizado; qué diría hoy; hay que recordarlo, iba a ser electo en aquella época el cardenal Rampolla, quien era masón, como después de su muerte se descubrió. Ese iba a ser el Papa, pero fue vetado por el cardenal del Imperio austro húngaro. Y vean cómo le cobraron a este Imperio el veto a la judeomasonería, matando al que iba a ser el rey. ¿Qué originó aquello? La Primera Guerra Mundial. Son hechos que la gente no relaciona a la luz de la fe para ver la verdad, la malicia y el poder del adversario.

Y hoy esos enemigos están dentro de la Iglesia, por eso exigen la obediencia, para que los fieles, bajo la apariencia de la virtud del sometimiento, sigan en el error. Muy pocos son los que se dan cuenta de la argucia y por eso la gran santidad de monseñor Lefebvre. Morir excomulgado por los enemigos de la Iglesia mientras canonizan a Escrivá de Balaguer. Monseñor Lefebvre no tuvo miedo a desobedecer, porque primero hay que seguir a Dios antes que a los hombres cuando estos quieren hacernos desobedecer a Dios. Por eso nosotros debemos acatar a Dios manteniendo la palabra del Evangelio, la palabra de Dios, conservando la fe sin perderla, por obra y gracia de la verdad divina; ese es el mensaje de San Pablo.

Este santo nos insta al combate, a la lucha. Y cuidado con el desaliento porque ese es el peligro; el desánimo ante lo arduo y prolongado del combate y por eso muy pocos serán los que permanezcan firmes y fieles. Aun caerían si los tiempos no fuesen acortados, como lo advierten las Sagradas Escrituras. No debe, pues, importarnos si somos muchos o pocos, lo que interesa es ser de Cristo, de la Iglesia, guardar la fe, la fidelidad para no caer en el error, la herejía y la apostasía a la cual se va hoy campantes y alegres, desapercibidamente, con el ecumenismo que iguala a la Iglesia católica con todas las falsas religiones que tienen por autor a Satanás, como lo dice el Salmo 95.

Invoquemos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, para que podamos guardar esa fidelidad y ese fiat como Ella, esa ofrenda que hizo al pie de la Cruz, al ver a su Hijo inmolado, sabiendo que era Dios y viéndolo morir como hombre. Había que tener mucha fe para saber que nuestro Señor era Dios muriendo en una Cruz y renovar así ese “sí” de adhesión a nuestro Señor que es el fundador de la Iglesia católica. Por eso, fuera de ella no hay salvación, porque no la hay fuera de Cristo y de la Cruz aunque el ecumenismo nos diga todo lo contrario, que también las otras religiones son de algún modo la expresión del Espíritu Santo y llevan a la salvación. Eso es lo que dice el Opus Dei: “Sé buen judío y te salvas, sé buen musulmán y te salvas en tu religión”. ¡Qué gran contradicción, qué gran herejía! Pero pocos la percibimos por la gran confusión y tinieblas que imperan hoy.

Pidamos entonces a nuestra Señora esa fidelidad, siguiendo su ejemplo y su amor hacia su divino Hijo. +

BASILIO MERAMO PBRO.
13 de octubre de 2002

domingo, 11 de octubre de 2015

VIGÉSIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
El Evangelio de hoy nos muestra el milagro que nuestro Señor hace a este oficial del Rey. No debe sorprendernos esa respuesta que al principio parece un poco áspera: “Si no veis milagros y prodigios, no habéis de creer”; sin embargo, nuestro Señor, viendo la insistencia y la buena fe de este hombre, de este militar, le sana a su vástago y él cree en la palabra de nuestro Señor; va y comprueba al preguntar y saber a qué hora se había curado el muchacho, que fue en el mismo momento en que nuestro Señor le había dicho que estaba sano.

 A nuestro Señor no le gustaban los milagros por los milagros, si bien los estos eran la manera de atraer a los infieles, mientras que a los judíos, al pueblo elegido, era a través de las Escrituras y de los profetas. No le gustaban los milagros nada más porque sí, como medio de propaganda; quería que por creer la gente en Él, por la fe en Él, se cumpliese aquello que ellos pedían. Nuestro Señor siempre hace resaltar la fe, que es el fundamento de toda nuestra santa religión, de la santa Iglesia, que tiene por doble objeto tanto material como formal a Dios; como verdad primera, porque toda nuestra vida como seres inteligentes es una relación con la verdad y Dios se la propone como verdad primera sobrenatural.

Creemos en lo que Dios nos dice de Sí mismo, en su pureza divina, en su palabra. Por eso el doble objeto como verdad primera sobrenatural de la fe; como objeto material todos los misterios y cosas de Dios, y objeto formal porque creemos por el testimonio divino y en sí mismo. De allí la certeza de la fe y la adhesión, el asentimiento de parte nuestra a esa palabra de Dios, a esa revelación de Dios, que no da lugar a la duda. Hay una certeza, una convicción.

De ahí la necesidad de meditar el objeto de la fe y nuestra adhesión sin duda, con plena certeza en la palabra de Dios. Por eso es un pecado de infidelidad aceptar positivamente una duda contra la fe. Por eso no se puede no ya negar sino ni siquiera dudar de los dogmas de fe.

Y hoy la fe está siendo socavada a tal punto que es difícil reconocer la fe de la Iglesia católica, apostólica y romana, porque la mayor parte de los fieles que se dicen o se creen católicos profesan objetivamente el error, dudan de las verdades esenciales y esa no es la fe de la Iglesia que no puede cobijar el error; no digo la herejía, es que ni siquiera el error. No lo admite porque sería admitir el equívoco en Dios, lo cual es blasfemo y absurdo, y hoy es moneda corriente; verdades que antes cualquier católico conocía, hoy son puestas en duda, cuando no negadas, como la exclusividad de la Iglesia como medio de salvación, y por eso se aceptan las demás religiones como medios alternos que pueden conducir a la salvación eterna; eso es lo que profesan el ecumenismo y la libertad religiosa, como negar el infierno o la existencia del fuego eterno del cual el Evangelio hace explícita mención. Todo esto conculca la verdad conocida y por eso son verdaderos pecados contra el Espíritu Santo. Impugnar, conculcar la verdad conocida.

No son inventos, basta preguntar a cualquier fiel en qué cree, para que nos demos cuenta de todas estas atrocidades que se cometen en el nombre de Dios y de la Iglesia, porque esto que piensan los fieles es lo que ellos han escuchado de sus pastores, de los sacerdotes, del clero, de los obispos, de Roma; es la doctrina común que hoy se imparte, la evangelización opuesta y contradictoria a la fe de la Iglesia.

Esa fue una de las razones por las cuales monseñor Lefebvre, en un acto heroico, cual Atanasio del siglo XX, no dudó ni un instante, como deber esencial de todo católico, defender la fe, su fe, sin ninguna otra preocupación sino la de presevarla al precio que costara, aun el de la propia vida, y por eso tampoco tuvo ningún temor en desobedecer porque no hay obediencia que valga en contra de la fe. No tuvo ningún temor ante las amenazas de excomunión, porque no puede haber excomuniones por defender la fe y menos cuando aquellos que anatematizan ensalzan a los destructores de la fe y, peor aún, los canonizan, como muy lamentablemente hoy acaba de ocurrir con Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, y gran precursor de Vaticano II. Él funda una congregación que no tenía estamento jurídico en la Iglesia, así reconocido en libros de sus mismos miembros, esperando la hora oportuna para que se les abrieran las puertas y conseguir jurídicamente el respaldo del cual hoy gozan. Gran precursor del ecumenismo, de la libertad religiosa, de la igualdad, de la fraternidad que lo proclama hoy como santo de la Iglesia Católica, ¡es terrible!
El único consuelo que me puede quedar al ver cómo Dios permite todo esto es dejar, para aquellos que quieran ver, claramente expresada la gran contradicción que hoy desde Roma se está propagando con escándalo de la fe y de los fieles, el poderío económico del Opus Dei que cuenta en sus haberes con una docena de productoras de cine y televisión; ¿cuáles son las películas de santos que hacen? Cuando hoy, dos de los elementos más corrompidos son el cine y la televisión y estos no tienen una o dos sino doce agencias de información; y ¿de qué se informa, de la verdad de Dios?, ¿o de toda esta bazofia y porquería de noticias que no hacen más que engañar a la gente? Para no hablar del poder financiero y económico que detentan con los bancos en plena comunión con las finanzas internacionales que se manejan desde Nueva York.

Los verdaderos santos renunciaban a su dignidad de nobleza, de títulos y de realezas para hacerse siervos de Dios, y este hombre se cambia el apellido y compra un título para ser noble. Nada de raro tiene que el ecumenismo a través de Juan Pablo II haya llegado a canonizar en el día de hoy a Escrivá de Balaguer, es una lógica consecuencia, y tan lógica que se puede ver en el folleto que habla del Opus Dei que se publicó para que estuviera al alcance de los fieles. Si tienen a bien releer la conclusión final, escrita hace diez años bajo un pseudónimo ya que entonces era Superior en España y no quería comprometer a la Hermandad, como dicen allá, a la Fraternidad. Y allí está el pensamiento laico de (“san”) Escrivá de Balaguer, su ecumenismo que se había adelantado al Concilio Vaticano II. Que hoy sea promovido como santo de altar para seguir su ejemplo e ir al cielo... Eso por hablar apenas de la doctrina, de su pensamiento, como lo reflejan los mismos miembros del Opus, porque en ese opúsculo no hay sino puras citas de lo que ellos mismos dicen, de modo que no son invenciones personales.

Con este acto, Juan Pablo II mancha su hoja de vida, si así se puede decir, como Sumo Pontífice de la Iglesia y quizás Dios lo permitió por eso, para dejar una constancia histórica de su nefasto pontificado, porque si viene un buen Papa, no le queda más remedio que contravenir esto que hoy se ha hecho. Porque un hombre de esa talla no puede ser santo; era soberbio, vanidoso y otros defectos impropias de un santo; pero basta con lo que él decía y lo que sus discípulos expresan de él para mostrar sus ideas progresistas, modernistas y ecumenistas. Por eso hoy es proclamado santo de la Iglesia, no católica, porque no lo puede ser, sino de la iglesia modernista ecuménica, porque los enemigos de la Iglesia están dentro de la Iglesia, decía San Pío X.

Juan Pablo II cuenta entre sus mejores amigos a los judíos, eso tampoco es una calumnia, dice un inglés autor del libro “El Papa oculto”, publicado con fotos tomadas junto a su amigo judío Jurek, a quien recibió en primer lugar en audiencia privada una vez elegido Pontífice y que con él hicieron el reconocimiento por parte del Vaticano del Estado de Israel; esas no son historias sino realidad escrita. Tampoco debe extrañarnos que se sospeche además del posible origen judío de Escrivá y que por eso cambie en su apellido la B por V para que no se le tome por los fariseos y escribas del Antiguo Testamento. Y aunque no hubiese sido judío todos sus hechos han llevado a judaizar la España católica como lo dice el padre Menvielle en uno de sus libros. Luego, no debemos asombrarnos sino estar alertas para no claudicar en la fe, para que sepamos resguardar la fe católica, y poder ser fieles a nuestro Señor y a su santa Iglesia.

Pidamos a la Santísima Virgen que nos ayude a mantenernos firmes en la fe, tal cual Ella al pie de la Cruz. +

PADRE BASILIO MERAMO6 de octubre de 2002