Aqui uno distinto, para la misma festividad:
Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Se nos presenta en este Evangelio que podría llamarse de los justificados, dada la respuesta a ese padre de familia, ese gran señor que convida a sus invitados y ante el que cada uno se exime legítimamente, al menos en apariencia. En esta parábola que nuestro Señor dice a los fariseos, parecieran estar disculpados, que fueran válidas las excusas para no ir a ese convite, a esa gran invitación.
Nuestro Señor alude a la invitación universal que Él hace, que Dios hace a todos y a cada uno de los hombres para ir al cielo; ese es el tema del Evangelio, el llamado a la vida eterna, a la salvación eterna, al cielo, y por eso no hay ni puede haber excusa válida ni legítima por más que nos parezca. Nuestro Señor les quiere mostrar a los fariseos, y no sólo a ellos, sino a todos nosotros que a Dios no se puede anteponer ninguna preocupación por muy necesaria, interesante o apremiante que parezca. Él quiere nuestra respuesta y ante esa invitación no puede haber sino la aceptación sin que valgan justificaciones.
Nuestro Señor muestra cómo muchas veces anteponemos a nuestra salvación los intereses de este mundo, las preocupaciones terrenas. No creamos que eso está en el aire; basta mirar el orbe, qué hace la gente; un presidente preocupado con sus ministros y con veinte mil problemas, un médico abstraído con sus pacientes, un gerente embebido con su empresa, un comerciante con sus intereses. Todo el mundo preocupado por el negocio que tiene entre manos, y sin embargo, estamos perdiendo el tiempo si anteponemos eso como pretexto.
Esa intranquilidad, por legítima que parezca, por válida aparente frente a Dios es una excusa imperdonable; rechazamos a Dios, lo relegamos. Esa triste historia se repite mil y una veces en nuestras vidas. Si queremos una prueba de ello miremos qué hacemos y qué hemos hecho. Y a Dios no se lo contenta ni con mucho ni con poco, se lo contenta con todo nuestro corazón porque el amor de Dios es exigente; todo o nada, como es el amor.
Así vemos cómo esa respuesta que Él espera de nuestra parte es esa elección que tenemos que hacer de Dios y que debemos renovarla cada día para que no quedemos absorbidos por las cosas de este mundo; ni siquiera las legítimas; ni aun las necesarias; ni las importantes, porque todo eso vale nada ante Dios y ante la respuesta que le demos a Él, depende la salvación o la condenación eterna de nuestras almas, que aun los paganos, en medio de su error y en las tinieblas de su mitología, entendían quizás mucho mejor que los cristianos de hoy, que no creen en el infierno. Sin embargo, Platón, en su libro La República, termina mostrando el bien y el mal como paga de la elección de un alma inmortal.
No como los tontos científicos modernos ateos que niegan hasta lo que los paganos admitían y conocían como la inmortalidad del alma y los castigos o premios como justo pago por haber sido virtuosos o viciosos. Cómo no asombrarnos de que entonces los impíos tuvieran el conocimiento de esa gloria o de esa condenación eterna que apuntan al cielo o al infierno y que nosotros hoy neguemos o pongamos en duda la existencia de una de esas dos realidades; lo cual es manifiesto de que estamos mucho peor que los paganos de antaño y que si ellos tenían alguna excusa porque no se les había revelado plenamente la verdad, nosotros no tenemos ninguna y por eso es mayor nuestra responsabilidad y el que nos justifiquemos delante de Dios.
No creamos que porque somos católicos ya está; porque de católicos lamentablemente no tenemos gran cosa. Da vergüenza ver lo que hoy se dice de una sociedad católica, de una mujer católica; ¿es católica la forma en que viste la mujer? Peor que cualquier pagana que no osaba desnudarse públicamente como lo hace la mujer hoy y es evidente que no son prácticas cristianas y nos estamos acostumbrando a vivir así. A quien sugiere a una familia que se viva de acuerdo con lo que la modestia y el pudor exigen, lo acusan de ser un desfasado, un loco o de pronto un intransigente que no sabe lo que dice, porque se ha perdido la vergüenza (si la hubiera no se saldría a exhibir en la calle). Y si lo dice un sacerdote, está en contra del mundo, de la mujer o lo que fuere.
Es la triste realidad, no vivimos en un mundo católico; eso tenemos que saberlo para defendernos de ese ambiente anticristiano y pagano. Nuestras costumbres no son tan puras como debieran serlo y lo que hacemos es una mezcla, una amalgama, un término medio y con eso creemos que ya cumplimos y somos cristianos, ¡pues no! Porque ante Dios tenemos que ser totalmente como Él quiere que seamos; su amor no admite que haya una especie de tráfico, de reparto, de negociación, sino que sea total nuestra respuesta. Ésta la debemos hacer cada día; no creamos que porque vengamos a Misa ya está, porque venimos un día en la semana y aun si viniésemos a diario, no es más que una, dos horas; el resto de las veinticuatro, ¿cómo vivimos, cómo pensamos y qué hacemos?
Todo el tiempo debe ser para Dios; si realizamos otras actividades, éstas deben ser ofrecidas y puestas a su servicio y a su mayor honra y gloria aunque estuviésemos barriendo con una humilde escoba o pontificando como un gran magistrado; lo importante es que todo lo que se haga se encamine hacia ese fin que es Dios y con eso trabajemos como nos lo pide la Sagrada Escritura, esa labor sería una oración y una respuesta ofrecida a Dios. Eso es lo que nuestro Señor de algún modo quería hacerles ver a los fariseos y nos quiere hacer ver a nosotros, que no nos excusemos ante su llamado.
Pidamos a nuestra Señora, la Virgen María, que podamos cada día ser más de Dios y de nuestro Señor Jesucristo para así corresponder a su Sagrado Corazón. +
PADRE BASILIO MERAMO
2 de junio de 2002