Monseñor de Galarreta pronunció el 29 de Junio de 2011 en Ecône un sermón, en las ordenaciones sacerdotales, digno de un auténtico modernista, aunque, quizás su discurso fuera conservador y moderado, pero de corte modernista al fin y al cabo.
Queriendo explicar o mejor justificar las conversaciones (diálogos) con Roma modernista, adultera y apóstata, como bien dijo Monseñor Lefebvre: “Roma está en la apostasía”, Monseñor de Galarreta cae con su discurso en el más aberrante modernismo. Su explicación es peor que la enfermedad, cual inepto médico al que se lo estereotipa en el refrán popular: peor el remedio que la enfermedad.
Trata de justificar que en primer lugar hay que ir a Roma por ser católicos, apostólicos y romanos; como si Roma modernista fuera católica, apostólica y romana, cosa que evidentemente no es así, no solamente Monseñor Lefebvre dijo que Roma está en la apostasía y que esto no eran palabras en el aire, sino además que en Roma había una logia masónica vaticana (conferencia de 1976 que se trato de hacer desaparecer y silenciar); todo lo cual evidencia la triste realidad que en términos apocalípticos es la abominación de la desolación en lugar santo.
Monseñor de Galarreta no tiene en cuenta que al ir a Roma, a la casa paterna, se encuentra con siniestros personajes revestidos de mitra y purpura, y al igual que en el famoso y tan conocido cuento de Caperucita Roja, creyendo cándidamente que estaba ante la abuelita, lo que tenía en frente era al astuto y feroz lobo, con el cual dialogaba como si fuera la abuelita, como si fuera católica, apostólica y romana y era en realidad el astuto y voraz lobo.
El ejemplo puede ser chocante e insultante, pero más chocante e insultante es la triste realidad con sus hechos, que no admiten refutación alguna.
Otro de los sofismas de Monseñor de Galarreta es su espejismo visual, que le hace tomar como una realidad irrefutable algo que no lo es, su falsa óptica lo lleva a una visceral y alérgica posición anti- apocalíptica, en flagrante oposición a la Historia, ante todo el proceso revolucionario que viene “in crescendo”, y de la Metafísica de la Historia (la lucha del bien y del mal), y de la Teología de la Historia: la pugna entre Cristo y Satanás, la Iglesia y la contra Iglesia con su fase última y apocalíptica.
Se es católico por la profesión pública de la fe, no por ir o no a Roma, y menos hoy cuando Roma es modernista y está en oposición frontal y sistemática con la Tradición Católica.
Es olvidar lo que Monseñor Lefebvre decía:“Lamentablemente debo decir que Roma ha perdido la fe, Roma está en la apostasía. Estas no son palabras en el aire, es la verdad; Roma está en la apostasía”; y por si fuera poco esto lo dijo después de haber tenido una entrevista con el entonces Cardenal Ratzinger (hoy Benedicto XVI) el 14 de julio de 1987, (Conferencia retiro sacerdotal en Ecône septiembre de 1987).
Se trata de otra religión como advirtió Monseñor Lefebvre en su última conferencia a los seminaristas el 11 de Julio de 1991: “La situación en la Iglesia es más grave que si se tratara de la pérdida de la fe. Es la instalación de otra religión, con otros principios que no son católicos”.
Se trata de una Nueva Iglesia: “Este Concilio representa, tanto a los ojos de las autoridades romanas como a los nuestros, una Nueva Iglesia a la que por otra parte llaman, la Iglesia conciliar.” (Monseñor Lefebvre, La Nueva Iglesia -Tomo II de: Un Evêque Parle, ed. Iction Buenos Aires 1983 p. 124).
Por esto en su declaración de 1974 Monseñor Lefebvre no titubeó en decir. “Nos negamos y nos hemos negado siempre a seguir a la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II y después en todas las reformas que de este salieron”.
En la carta a los cuatro futuros obispos Monseñor Lefebvre hace la siguiente denuncia: “La Sede de Pedro y los puestos de Roma siendo ocupados por anticristos, la destrucción del Reino de Nuestro Señor se prosigue”.
Monseñor Lefebvre no dudaba en catalogar de bribones o bandidos al referirse a Roma. A l contestar a una pregunta en la entrevista con la revista francesa, Le Choc du Mois: “Cuando se llega a Roma, no hay más hombres, no hay más valor, pues allí, nos encontramos ante bandidos. Para pesar sobre ellos, hay que oponerse con determinación. Entonces respetan.”( nº 10 Septiembre 1988, p.109).
Todo esto lo hace incluso avizorar, lo anunciado por las Escrituras sobre los últimos tiempos apocalípticos, en la carta de Cuaresma del 25 de Enero de 1987: “Este sacudimiento de la fe parece preparar la venida del anticristo, según las predicciones de San Pablo a los Tesalonicenses y de acuerdo con los comentarios de los Padres de la Iglesia.”
Cosas que tanto Monseñor de Galarreta como Monseñor Fellay tienen prácticamente olvidadas y sin mayor relevancia al juzgar y actuar en el mundo de hoy, en la hora presente. Es más, descartan de plano toda perspectiva apocalíptica de la crisis actual y jamás vista en la historia de la Iglesia.
Todo lo cual el gran Papa San Pio X llegó a señalar desde su primera carta encíclica “E supremi apostolatus” del 4 de Octubre de 1903, hace más de un siglo, para que hoy estulta y supinamente se lo niegue: “Es indubitable que quien considere todo esto tendrá que admitir de plano que esta perversión de las almas es como una muestra, como prólogo de los males que debemos esperar en el fin de los tiempos; o incluso pensara que ya habita en este mundo el hijo de la perdición de quien habla el Apóstol. (…) Por el contrario esta es la señal propia del anticristo según el mismo Apóstol; el hombre mismo con temeridad extrema ha invadido el campo de Dios, exaltándose por encima de todo aquello que recibe el nombre de Dios”.
Ante todo esto, con absurda ingenuidad, viene a decir Monseñor de Galarreta: “Sabemos que la crisis necesariamente encontrara su solución, la crisis desaparecerá en Roma y por Roma”. Si pero con la Parusía del Señor y no por obra humana alguna, ni por las fuerzas de la historia y el actuar del hombre como cree el progresista.
Hablar de caridad, de misericordia y de comprensión como si tratase de incultos e ignorantes lejos de la civilización, cuando en realidad se trata de prelados y jerarcas eclesiásticos, es tener un lenguaje que raya en un abyecto modernismo.
“Es difícil dejar el error mientras se vivió toda su vida en el error (…) Tengamos piedad”, exclama Monseñor de Galarreta; es el colmo de la aberración, pues no son desamparados salvajes que no han tenido la fortuna de conocer mejor a Dios, son altos jerarcas y prelados de la Iglesia que tienen el deber de conocer y enseñar la fe y la verdad revelada.
“Ellos necesitan simplemente lo que ya hemos recibido gratuitamente, la luz y la gracia”, (prosigue Monseñor de Galarreta). Inimaginable pensar que está hablando de Obispos, Cardenales y Papas, parecería que hablase de indigentes, marginados e ignorantes que no han tenido la oportunidad de recibir la luz de la fe y la gracia divina. Es inaceptable tal lenguaje aplicado a quienes tienen el deber como prelados y superiores, con autoridad y poder para adoctrinar y enseñar. Si no tienen la luz de la fe y de la gracia, es porque la han perdido, es porque la han impugnado cual pecado contra el Espíritu Santo, cual fariseos en franca oposición a la verdad manifiesta.
Por si fuera poco todo esto, el que se opone a su visión de caridad falsa y modernista, es considerado sin gracia ni caridad, pues así lo expresa: “Los que se nos oponen ferozmente y por principio a todo contacto con los modernistas, me recuerdan un pasaje del Evangelio: ‘No sabéis de qué espíritu estáis animados’. Sí, todavía no habían recibido el Espíritu Santo que difunde la caridad en el corazón y no sabían de qué espíritu eran”. Qué belleza de lenguaje, qué comparación, digna del más encumbrado de los liberales modernistas.
Y por si fuera poco, creyéndose todo un consumado paladín con ínfulas de recio y valiente capitán, Monseñor de Galarreta, se explaya cual Quijote : “No veo como la firmeza doctrinal sería contraria a la flexibilidad. (…) No veo. No sé cómo la intransigencia doctrinal sería contraria a las entrañas de misericordia, al celo misionero y apostólico.” Vaya defensor de la firmeza doctrinal, pues tiene el ridículo parecido de la caricatura con la realidad.
Pero por si acaso alguien en su fragilidad humana se pudiera escandalizar con lo que digo, van aquí algunas palabras del famoso y combativo Presbítero Sardá y Salvany en su libro El Liberalismo es Pecado, ed. Ramón Casals. Barcelona 1960: “Ya se nos echa en el rostro lo de la ‘falta de caridad’.” (p.53).
“No hay, pues, falta de caridad en llamar a lo malo, malo; a los autores, fautores y seguidores de lo malo, malvados; y al conjunto de todos sus actos, palabras y escritos, iniquidad, maldad, perversidad.” (p.57).
“Si la propaganda del bien y la necesidad de atacar el mal exigen el empleo de frases duras contra los errores y sus reconocidos corifeos, éstas pueden emplearse sin faltar a la caridad.” (p.57)
“Al mal debe hacérsele aborrecible y odioso, y no puede hacérsele tal, sino denostándolo como malo y perverso y despreciable” (p.57)
“Las ideas malas han de ser combatidas y desautorizadas, se las ha de hacer aborrecibles y despreciables y detestables a la multitud, a la que intentan embaucar y seducir” (p.61)
“Así conviene desautorizar y desacreditar su libro, periódico o discurso; y no sólo esto, sino desautorizar y desacreditar en algunos casos su persona. (…) Se le pueden, pues, en ciertos casos, sacar en público sus infamias, ridiculizar sus costumbres, cubrir de ignominia su nombre y apellido. Sí, Señor; y se puede hacer en prosa, en verso, en serio y en broma, en grabado y por todas las artes y por todos los procedimientos que en adelante se puedan inventar.” (p.61).Magistrales palabras para aplastar al espíritu liberal que le ha carcomido las neuronas a más de uno.
Y citando a Crétineau-Joly, da la razón y motivo Sardá y Salvany: “La verdad es la única caridad permitida a la historia; y podría añadir: A la defensa religiosa y social.” (p.61).
Pues bien, esto va para los posibles cuestionamientos de los que con visos de caridad falsa por supuesto, quieren ahogar oprimir y silenciar la verdad.
La caridad única y verdadera, es la verdad, pues Dios es Caridad y Dios es Verdad. Concebir la caridad sin la verdad, es uno de las adulteraciones del modernismo y del liberalismo.
Es por esto que Sardá y Salvany dice en consecuencia: “Nuestra fórmula es muy clara y concreta. Es la siguiente: La suma intransigencia católica, es la suma católica caridad”. (p.55). Claro está que esto no lo entiende ni quiere entenderlo el hombre de hoy, es más, no le parece por las influencias de la atmósfera liberal, políticamente correcto.
Pero sí debe quedarnos claro, cuál es la caridad verdadera, pues de lo contrario, una falsa caridad destruiría la verdad, ya que advierte Sardá y Salvany: “Es, como muy a propósito ha dicho un autor, hacer bonitamente servir a la caridad de barricada contra la verdad.” (p.53). No hay verdad sin caridad, ni caridad sin verdad.
Espero que Monseñor de Galarreta, tenga conmigo la mitad de la misericordia, compasión y caridad que prodiga a los modernistas, aunque yo sea un intransigente tradicionalista. Y si de no ser así, que al menos tenga presente lo que dijo el Martín Fierro:
“Mas naide se crea ofendido,
pues a ninguno incomodo;
y si canto de este modo
por encontrarlo oportuno,
NO ES PARA MAL DE NINGUNO
SINÓ PARA BIEN DE TODOS.”
P. Basilio Méramo
Bogotá, 7 de Agosto de 2011