Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:
En este último domingo después de Pascua el Evangelio nos recuerda el valor de la oración. Nuestro Señor nos dice que hagamos la oración al Padre en Su nombre, en el nombre de El, su Hijo. De entrada se ve cómo no puede haber oración dirigida a Dios Padre sin ser dirigida en el nombre de Jesús, porque únicamente en el nombre de Jesús hay verdadera oración. Todo lo que pidamos en el nombre de Jesús, el Padre nos lo otorgará. Nos puede costar comprender esto porque muchas veces pedimos y no se nos concede lo pedido, pero Nuestro Señor nos dice que le pidamos para que nuestro gozo sea completo, y el gozo de nuestra alma está precisamente en Dios, debe estar en Dios y no en el mundo, no en nosotros mismos. Esta es la razón por la cual la mayoría de las veces lo pedido no se nos otorga, ya que cuando pedimos la oración está manchada, no es una oración pura y desinteresada que busca a Dios, sino que se busca a sí misma, es decir, no busco la salvación de mi alma sino que me busco a mí mismo; no busco a Dios, por tanto, no podrá el gozo ser completo. La exclusividad de Dios, pedir a Dios, no pedir al mundo, no pedirnos a nosotros mismos, por esto muchas cosas que nos parecen lícitas o buenas en realidad no lo son, porque esa cosa buena me llena de orgullo, me llena de vanidad, me
llena de mundo, no me sirve, de ahí viene la necesidad del desprendimiento, de pedir a Dios con desprendimiento de todo lo que no sea Dios, de todo lo que sea criatura, para que esa oración sea acepta a Dios, sea agradable a Dios.
La oración debe ser entonces en el nombre de Cristo y no en el nombre de Buda, ni en el de Mahoma, ni en el de Confucio, ni en el nombre de todas las falsas religiones, ni aun en el nombre del dios de los protestantes que se dicen cristianos; ese no es el verdadero Dios. -No todo el que dice: ¡Señor, Señor! entra en el reino de los cielos-. Hay que tener una verdadera noción de Dios y de Jesucristo que las falsas religiones no la tienen y los cristianos que son protestantes, tampoco la tienen, porque no poseen la noción del Cristo completo como El es, con su Iglesia, con su Santa Madre y con sus santos que son los amigos de Cristo, y es eso lo que no aceptan los protestantes. Entonces, ¿cómo va el Rey a querer a aquellos que no aceptan a la Madre del Rey, que la ultrajan, que no le aceptan a sus amigos los santos? De ahí la necesidad devolver a considerar esa demanda de exclusividad de Dios y de Cristo Nuestro Señor para que la oración tenga el valor que El mismo nos promete, para que sea eficaz, para que haya correspondencia y después, también en el tiempo, yo pueda pedir algo bueno, estar maduro para recibirlo, estar propicio, más receptivo. Dios nos hace esperar.
Todas estas cosas debemos tener en cuenta para no desanimarnos en la oración, y siempre y constantemente pedir a Dios que nos dé su amor; en esto consiste el gozo completo, lo que nos hace felices, el mismo amor de Dios. Nuestro Señor dice que no hará falta pedirle o recordarle al Padre que nos ame: Él lo sabe, Él ya nos ama porque hemos creído en Él. Es necesario creer en
Jesucristo para estar seguros de que somos amados por el Padre eterno, vivir en ese amor de Cristo. Sabiéndonos amados por Nuestro Padre en el cielo, porque hemos creído que Nuestro Señor Jesucristo salió de Dios, salió del Padre -es uno de los grandes misterios-, no solamente conocemos el misterio de la Encarnación; también ha sido revelado el misterio de la filiación divina: como la Segunda Persona -el Hijo- sale, procede del Padre; tengamos esto
presente para que nuestro amor se mantenga como una llama ardiente y así ilumine nuestra vida mientras esperamos aquí abajo que nuestro gozo sea completo en el cielo. +
BASILIO MERAMO PBRO.
San Juan Apocaleta
Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.
Visitas desde 27/06/10
"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.
Link para escuchar la radio aqui
viernes, 27 de febrero de 2009
VIERNES SANTO 21 de abril de 2000
Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:
Hoy tenemos un significado principal y es que asistimos a un día de completo luto
por la muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, en este día no se celebra la
Santa Misa en ninguna parte del mundo. Ayer, Jueves Santo, tampoco se celebró la
Santa Misa, únicamente la Crismal y una Misa por iglesia, capilla o comunidad
religiosa; pero en el día de hoy y lo mismo en el día de mañana no hay Misa, la Misa
será de Vigilia, será la Misa de Resurrección y no Misa del sábado sino de Pascua, es
la Misa del Domingo que se dice en la vigilia. Normalmente la liturgia pide que se
haga a medianoche, porque es a medianoche cuando comienza el día, pero en vista
de las dificultades de la vida y por el ajetreo del mundo moderno, se adelanta para
facilitarla a los fieles.
Tenemos entonces ese carácter de duelo absoluto por la muerte de Nuestro Señor.
Nos dice San Marcos, o sea el Evangelio de San Pedro (ya que Marcos era
secretario de Pedro, por eso viene a ser el Evangelio de San Pedro) que Nuestro
Señor fue crucificado a la hora de tercia; eran pues las nueve de la mañana.
Los romanos partían el día en dos, de las seis de la mañana a las seis de la tarde y
de las seis de la tarde a las seis de la mañana. A la hora sexta -al mediodía- se cubrió
de tinieblas el Calvario y toda Jerusalén hasta la hora nona. Es decir, eran las tres
de la tarde cuando Nuestro Señor murió en la cruz; fueron horas de un largo
suplicio, horas de agonía, de asfixia, horas de la peor de las muertes, la muerte de
los esclavos, de los malvados, de los malhechores según el derecho romano.
Más doloroso aún para Nuestro Señor fue haber sido clavado en la cruz, ¿por qué?
Porque los clavos no hacían más que multiplicar al infinito ese dolor que causaba el
estar suspendido al rozar los tendones. Si a uno le llegan a tocar un tendón por un
segundo o por menos, salta y grita de dolor. Y estar ahí, izado en la cruz,
mantenerse colgado de los tendones de las manos durante tres largas horas
incrementando su dolor, apoyándose sobre los pies -también clavados- para izarse
y así poder respirar, ya que la muerte en la cruz es originada por asfixia. Cuando
querían que el condenado muriera rápido -si no había perecido ya-, le quebraban
las piernas para que no tuviera punto de apoyo y no se izara con las piernas, lo que
le impedía respirar, ocasionándole la muerte inmediatamente. Y por si esto fuera
poco, si pensamos nada más en lo acontecido antes de la cruz, eso bastaba para que
Nuestro Señor ya estuviese muerto. El solo pensamiento, la imaginación de lo que
Él sabía que iba a ocurrir a cada segundo lo hizo exudar sangre. Solamente el terror,
el dolor producido por la previsión de un sufrimiento que no podemos evitar puede
producir esa exudación. Si pensásemos en una tortura terrible y viésemos todo lo
que nos ocurriría, estaríamos espantados. Ese terror, ese dolor intenso nos haría
exudar sangre, si es que no morimos de la misma pena antes de sufrirlo; a veces es
mucho más doloroso el imaginar un sufrimiento, que padecer el sufrimiento
mismo, porque imaginarlo es más terrible. Santo Tomás y los teólogos dicen que si
los mártires pensasen en el suplicio sensible, material, del que serían objeto, no
podrían resistir el martirio. Por ende, no es bueno pensarlo y, más aún, sólo se tiene
la gracia en el momento, ni antes ni después, únicamente en el abandono en manos
de Dios.
De allí viene que la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro presente al
Niño en los brazos de la Santísima Virgen María con una de sus sandalias
cayéndose, además de dos ángeles con los instrumentos del suplicio de la cruz. ¿Eso
qué significa? Que Nuestro Señor, siendo niño, al mostrarle los dos ángeles la cruz
del Calvario y los clavos, se asustó y por eso se cae su sandalia; es una bella manera
de mostrar cómo Nuestro Señor desde niño ya tenía ese pensamiento y ese dolor.
Nuestro Señor Jesucristo, como hombre, sufrió lo indecible y he ahí el gran
misterio: que siendo Dios, gozando de la visión beatífica, sufrió lo indecible en su
naturaleza humana, anonadándose literalmente, haciéndose o volviéndose nada;
¿en qué sentido? En que en El, teniendo el privilegio por la unión hipostática, por la
unión con la naturaleza divina, la segunda persona del Verbo, su naturaleza
humana debía estar glorificada, impasible, inmortal; esa gloria la dejó El traslucir
en el Tabor. Pero El no quiso que ese cuerpo, esa naturaleza, esos huesos, esa carne,
estuviesen en el estado glorioso. Así no hubiera sido posible que El sufriese y,
menos aún, que muriese en la cruz; esta es la razón por la cual se anonadó. No por
el hecho de la Encarnación, que manifiesta asimismo el poder de Dios y su unión
con la criatura y a través del hombre con el universo. De ahí esa unidad, esa
perfección. Todo sale de Dios y debe volver a Dios por medio de Nuestro Señor
Jesucristo y es absurdo pensar que hay otro hombre en la tierra que nos pueda
salvar. Es absurdo pensar que hay otra religión, otras religiones, otras creencias,
otras iglesias; todo lo que salió de la mano de Dios por el Verbo de Dios, debe volver
por el Verbo Encarnado que es Nuestro Señor Jesucristo, Rey del cielo y de la
tierra. Hoy en día se niega eso, amados hermanos; el ecumenismo niega ese
principio, y eso es una herejía, es una apostasía.
Desgraciadamente nosotros no estamos acostumbrados a ver con los ojos de la fe
los dogmas esenciales de nuestra religión y los curas no enseñan al pueblo el
catecismo, ni ellos mismos saben en qué creen; quieren ser hombres del mundo
cuando deberían ser todo lo contrario. La misión de la Iglesia no es convertirse al
mundo sino transformar al mundo, que el mundo ascienda hacia la Iglesia para
sobrenaturalizarse y cristianizarse. Dice la Sagrada Escritura: "Id y bautizad a
todas las gentes en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo"; esa es la
misión de la Iglesia Católica, Apostólica Romana, no la libertad religiosa que dice:
cada uno buenamente se salva en lo que según la estupidez de su conciencia crea;
si cree que el Sol es Dios se va a salvar, y si cree, como los budistas, que Dios es una
rata o una vaca, también se salvará. ¿Se ha visto mayor estupidez?
¿Y por qué esa ceguera? Por falta de amor a la verdad, por falta de fe, por falta de
luz sobrenatural. Eso nos demuestra entonces el grado de postración que hay
dentro de la Iglesia, lamentablemente, y duele decirlo, pero hay que decirlo: es
necesario permanecer firmes en la fe si no queremos que el demonio, que anda
dando vueltas en derredor nuestro como un león rugiente, nos devore, como dice
San Pedro.
Entonces Nuestro Señor, que vino al mundo para reconciliarnos con Dios por
medio de su sangre e inmolándose Él como hombre para glorificar al Padre Eterno,
no escatimó dar su vida hasta la última gota de sangre, en un pacto de sangre, no en
un pacto a medias; de ahí que, según el grado de amor hacia Nuestro Señor así será
el grado que tengamos de aproximación a Dios, el grado de santidad. Y por eso
nuestro primer mandamiento es amar a Dios, amar a Dios sobre todas las cosas y
ese fue el amor que Nuestro Señor nos prodigó y nos prodiga desde la cruz,
sufriendo su crucifixión, la coronación de espinas, la flagelación; no quedó un solo
centímetro de su carne sana, estaba despellejado, su piel fue arrancada a pedazos;
tal fue el estado en que quedó el cuerpo de Nuestro Señor. Y eso fue lo que Pilatos,
juez cobarde, hizo para salvarlo de la muerte. ¿En qué quedan esos jueces débiles?
Pilatos reconoció que era un hombre justo, ¿entonces, por qué no lo liberó, si no
encontraba en Él ninguna causa de delito? ¿Por qué no lo dejó libre? Porque tuvo
miedo de que los judíos lo acusaran delante del César, así se le vendría encima el
César y lo dejaría a un lado. Por conservar su puesto se lavó las manos: "Yo no hallo
culpa en este justo", dijo, y para congraciarse lo manda azotar. Los judíos, el odio
implacable del fariseísmo contra la divinidad, no se queda en medias tintas , va
hasta la muerte. Por esto hay que cuidarse del judaísmo; el judaísmo es diabólico,
no le basta cuarenta, cien o mil latigazos, va hasta cumplir su cometido, acabar con
lo que hay de divino. En eso consiste el fariseísmo, en nombre de la religión
destruir lo que la religión tiene de divino; es la perversión más tremenda de lo
religioso. Ese fariseísmo fue lo que destruyó al pueblo elegido por culpa de sus
dirigentes y ese mismo fariseísmo puede destruir y, de hecho, está destruyendo a la
Iglesia. No nos damos cuenta, pero cuando se destruye en la Iglesia católica lo que
en ella hay de divino como es la Santa Misa, como es el sacerdocio, como es la
doctrina y se pregona otra cosa como el ecumenismo, como la libertad religiosa,
queda al nivel de las falsas religiones, que son invenciones de Satanás. En eso se
está convirtiendo la religión católica oficialmente reconocida; el fariseísmo persigue
a la verdadera religión católica, persiguió a Monseñor Lefebvre y lo condenó, los
derechos humanos condenaron a Monseñor Lefebvre el mismo día en que murió;
ellos son implacables y nos persiguen a nosotros. Todos estos curas fariseos de la
iglesia de San Francisco, de Fátima o de Chiquinquirá, que no son capaces de dar la
cara, que se tragan todas las sectas protestantes que hay en el barrio, y que no
toleran la presencia de esta santa capilla, son unos cobardes fariseos.
Clínica y científicamente si a un hombre se le quita la piel, muere, aun quitándole
el cincuenta por ciento de la superficie de su piel. Muere porque la piel es necesaria.
Y Nuestro Señor Jesucristo no murió, por su divinidad; cayó tres veces, por eso los
verdugos temían que muriera bajo el peso de la cruz. Obligaron al cireneo a que le
ayudara para que no desfalleciera y poder llevarlo hasta el Calvario con vida para
crucificarlo allí, y que soportara, además, tres horas de amarga agonía. Pero aún
faltaba el golpe de gracia del centurión, del soldado, atravesarle el corazón con una
lanza.
¿Se sabe acaso por qué se viene aquí? Se viene aquí porque queremos permanecer
católicos, apostólicos y romanos a pesar del fariseísmo que está destruyendo a la
Iglesia Católica. Nos acusan de excomulgados, de rebeldes, de herejes; pues bien, si
hay algún rebelde, algún cismático, algún hereje, ésos son ellos, como decía
Monseñor Lefebvre; son ellos los que están cambiando la Iglesia bajo peso de la
autoridad abusivamente ejercida en contra de Dios, y en este caso hay que obedecer
a Dios antes que a los hombres y a ningún ángel del cielo como decía San Pablo en
su Epístola a los Gálatas: "Aún cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os
predicase un Evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema". Y eso hay que
tenerlo muy presente, estar muy consientes de ello y saber defender nuestra
posición, que es una posición católica, una posición de obediencia y de sumisión a
la Santa Madre Iglesia y de sumisión a Nuestro Señor Jesucristo. Por eso no damos
la comunión en la mano: porque es un sacrilegio; ni de pie, porque es una
irreverencia. Recibimos a Dios de rodillas en un acto de adoración.
Nuestro Señor derrama sus últimas gotas de sangre provenientes de su corazón.
Entonces, amados hermanos: ¿cómo no vamos a responder de algún modo? Hay
que ser muy insensibles, hay que ser muy bestias, o no pensar para no
conmovernos ante lo que significa la Pasión de Nuestro Señor, lo que significa la
cruz; de ahí la insistencia de la Iglesia en los crucifijos. Pero, desafortunadamente,
somos tan débiles que a veces, mientras más nos acostumbramos a algo, menos
apreciamos su valor, hasta que lo perdemos.
Debemos meditar diariamente, debemos conocer nuestro catecismo, profundizar
nuestra doctrina, que no venga cualquier protestante estúpido a enseñarnos la
"palabra de Dios" y quedarnos con la boca abierta como si nos estuvieran dando la
verdad; eso es una aberración. Nos falta amor por nuestra doctrina católica, no la
conocemos y en consecuencia, no la sabemos defender. Se debe al grado de
postración universal, de pérdida de la fe, de inmoralidad, y por ello, el mundo se
está satanizando cada vez, más y el demonio ríe, se alegra, y nosotros tenemos gran
culpa de todo eso.
El cardenal Siri-uno de los más conservadores-, esscribió un libro intitulado
"Getsemaní"'; y ¿qué es Getsemaní, sino el monte de los Olivos?, donde Nuestro
Señor lloró, donde Nuestro Señor exudó sangre, donde comenzó la Pasión de
Nuestro Señor; ahí está entonces la Pasión de la Iglesia actualmente descrita.
Lamentablemente aquí tenemos poca información, poca lectura, nos dedicamos a
leer el periódico, las revistas, que no sirven para nada, sólo nos mantienen
distraídos, obnubilados, sin conocer la realidad. Pues bien, la Pasión de la Iglesia no
nos debe asustar; al contrario, debemos estar de pie al lado de la cruz con Nuestra
Señora, la Santísima Virgen María, e inmolarnos como Ella y como también se
inmoló Nuestro Señor. Por eso, cuando asistimos a la Santa Misa, la mejor manera
de asistir no es estar allí hablando o diciendo, gritando o moviéndose ni
guitarreando sino en silencio, inmolándonos en esa misma intención de inmolación
de Nuestro Señor Jesucristo, porque se está renovando el mismo sacrificio del
Calvario pero de un modo sacramental, de un modo incruento. La Misa es sólo eso
y si pensamos que debe ser otra cosa, no tenemos ni idea de lo que es la Santa Misa,
y en ese caso no sabemos ni para qué venimos a Misa y saberlo es esencial, es
fundamental. Una cosa es estar guitarreando, aleluyando y bailando -como hoy se
hace-, o estar ahí, recogidos, en profundo silencio, sin saber qué decir, viendo a
Nuestro Señor morir en la cruz; ¿qué otra participación queremos?
Pidámosle entonces a Nuestra Señora, que estuvo heroicamente de pie ante la
cruz ofreciendo a Su Hijo amado, y quien fue legada por Nuestro Señor como
madre a San Juan y madre nuestra, que podamos permanecer de pie en esta
crucifixión que vivimos hoy en la Iglesia, en su pasión. Siendo Ella así
Corredentora. Cuando a una madre se le muere un hijo es capaz de ofrecerse a Dios
del mismo modo que Nuestra Señora ofreció a su hijo, a su único hijo en la cruz; ese
fue el acto de oblación, de generosidad y de sufrimiento de Nuestra Santa Madre.
Pidámosle a Ella esa firmeza, esa consistencia, esa solidez para no claudicar, para
no dejarnos arrastrar por el error y la apostasía que demoníacamente quieren
destruir a la Iglesia, quieren destruir a Dios; eso es lo terrible y por esto seremos
perseguidos, cruelmente perseguidos. Pero ahí está entonces ese espíritu de
verdaderos soldados de Cristo, basándonos en el sacramento de la Confirmación
para poder perseverar y así, si es necesario, dar también nuestra sangre por
defender la Santa Religión, Católica, Apostólica, Romana, la Santa Iglesia Católica.
Es el corazón de Nuestra Señora el único que en realidad puede enseñarnos eso,
porque los apóstoles -no olvidemos- salieron corriendo despavoridos. San Pedro, en
un golpe de furor había sacado la espada y cortado la oreja a Malco y Nuestro Señor
se la restituyó. Pero en la cruz, San Pedro y todos los otros apóstoles estaban cada
uno por su lado; San Juan fue el único que permaneció junto a Él, y no por mérito
propio, sino por estar allí como un niño aferrado a las faldas de la Virgen María; fue
Ella la que estuvo ahí, de pie. San Juan estaba, por decirlo así, como de chiripazo y
además porque era pariente de la Santísima Virgen María, era pariente de Nuestro
Señor. Entonces es Ella la única que, como en la Pasión de Nuestro Señor, puede
también mantenernos firmes en la Pasión de la Iglesia. +
Basilio Méramo Pbro.
Hoy tenemos un significado principal y es que asistimos a un día de completo luto
por la muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, en este día no se celebra la
Santa Misa en ninguna parte del mundo. Ayer, Jueves Santo, tampoco se celebró la
Santa Misa, únicamente la Crismal y una Misa por iglesia, capilla o comunidad
religiosa; pero en el día de hoy y lo mismo en el día de mañana no hay Misa, la Misa
será de Vigilia, será la Misa de Resurrección y no Misa del sábado sino de Pascua, es
la Misa del Domingo que se dice en la vigilia. Normalmente la liturgia pide que se
haga a medianoche, porque es a medianoche cuando comienza el día, pero en vista
de las dificultades de la vida y por el ajetreo del mundo moderno, se adelanta para
facilitarla a los fieles.
Tenemos entonces ese carácter de duelo absoluto por la muerte de Nuestro Señor.
Nos dice San Marcos, o sea el Evangelio de San Pedro (ya que Marcos era
secretario de Pedro, por eso viene a ser el Evangelio de San Pedro) que Nuestro
Señor fue crucificado a la hora de tercia; eran pues las nueve de la mañana.
Los romanos partían el día en dos, de las seis de la mañana a las seis de la tarde y
de las seis de la tarde a las seis de la mañana. A la hora sexta -al mediodía- se cubrió
de tinieblas el Calvario y toda Jerusalén hasta la hora nona. Es decir, eran las tres
de la tarde cuando Nuestro Señor murió en la cruz; fueron horas de un largo
suplicio, horas de agonía, de asfixia, horas de la peor de las muertes, la muerte de
los esclavos, de los malvados, de los malhechores según el derecho romano.
Más doloroso aún para Nuestro Señor fue haber sido clavado en la cruz, ¿por qué?
Porque los clavos no hacían más que multiplicar al infinito ese dolor que causaba el
estar suspendido al rozar los tendones. Si a uno le llegan a tocar un tendón por un
segundo o por menos, salta y grita de dolor. Y estar ahí, izado en la cruz,
mantenerse colgado de los tendones de las manos durante tres largas horas
incrementando su dolor, apoyándose sobre los pies -también clavados- para izarse
y así poder respirar, ya que la muerte en la cruz es originada por asfixia. Cuando
querían que el condenado muriera rápido -si no había perecido ya-, le quebraban
las piernas para que no tuviera punto de apoyo y no se izara con las piernas, lo que
le impedía respirar, ocasionándole la muerte inmediatamente. Y por si esto fuera
poco, si pensamos nada más en lo acontecido antes de la cruz, eso bastaba para que
Nuestro Señor ya estuviese muerto. El solo pensamiento, la imaginación de lo que
Él sabía que iba a ocurrir a cada segundo lo hizo exudar sangre. Solamente el terror,
el dolor producido por la previsión de un sufrimiento que no podemos evitar puede
producir esa exudación. Si pensásemos en una tortura terrible y viésemos todo lo
que nos ocurriría, estaríamos espantados. Ese terror, ese dolor intenso nos haría
exudar sangre, si es que no morimos de la misma pena antes de sufrirlo; a veces es
mucho más doloroso el imaginar un sufrimiento, que padecer el sufrimiento
mismo, porque imaginarlo es más terrible. Santo Tomás y los teólogos dicen que si
los mártires pensasen en el suplicio sensible, material, del que serían objeto, no
podrían resistir el martirio. Por ende, no es bueno pensarlo y, más aún, sólo se tiene
la gracia en el momento, ni antes ni después, únicamente en el abandono en manos
de Dios.
De allí viene que la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro presente al
Niño en los brazos de la Santísima Virgen María con una de sus sandalias
cayéndose, además de dos ángeles con los instrumentos del suplicio de la cruz. ¿Eso
qué significa? Que Nuestro Señor, siendo niño, al mostrarle los dos ángeles la cruz
del Calvario y los clavos, se asustó y por eso se cae su sandalia; es una bella manera
de mostrar cómo Nuestro Señor desde niño ya tenía ese pensamiento y ese dolor.
Nuestro Señor Jesucristo, como hombre, sufrió lo indecible y he ahí el gran
misterio: que siendo Dios, gozando de la visión beatífica, sufrió lo indecible en su
naturaleza humana, anonadándose literalmente, haciéndose o volviéndose nada;
¿en qué sentido? En que en El, teniendo el privilegio por la unión hipostática, por la
unión con la naturaleza divina, la segunda persona del Verbo, su naturaleza
humana debía estar glorificada, impasible, inmortal; esa gloria la dejó El traslucir
en el Tabor. Pero El no quiso que ese cuerpo, esa naturaleza, esos huesos, esa carne,
estuviesen en el estado glorioso. Así no hubiera sido posible que El sufriese y,
menos aún, que muriese en la cruz; esta es la razón por la cual se anonadó. No por
el hecho de la Encarnación, que manifiesta asimismo el poder de Dios y su unión
con la criatura y a través del hombre con el universo. De ahí esa unidad, esa
perfección. Todo sale de Dios y debe volver a Dios por medio de Nuestro Señor
Jesucristo y es absurdo pensar que hay otro hombre en la tierra que nos pueda
salvar. Es absurdo pensar que hay otra religión, otras religiones, otras creencias,
otras iglesias; todo lo que salió de la mano de Dios por el Verbo de Dios, debe volver
por el Verbo Encarnado que es Nuestro Señor Jesucristo, Rey del cielo y de la
tierra. Hoy en día se niega eso, amados hermanos; el ecumenismo niega ese
principio, y eso es una herejía, es una apostasía.
Desgraciadamente nosotros no estamos acostumbrados a ver con los ojos de la fe
los dogmas esenciales de nuestra religión y los curas no enseñan al pueblo el
catecismo, ni ellos mismos saben en qué creen; quieren ser hombres del mundo
cuando deberían ser todo lo contrario. La misión de la Iglesia no es convertirse al
mundo sino transformar al mundo, que el mundo ascienda hacia la Iglesia para
sobrenaturalizarse y cristianizarse. Dice la Sagrada Escritura: "Id y bautizad a
todas las gentes en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo"; esa es la
misión de la Iglesia Católica, Apostólica Romana, no la libertad religiosa que dice:
cada uno buenamente se salva en lo que según la estupidez de su conciencia crea;
si cree que el Sol es Dios se va a salvar, y si cree, como los budistas, que Dios es una
rata o una vaca, también se salvará. ¿Se ha visto mayor estupidez?
¿Y por qué esa ceguera? Por falta de amor a la verdad, por falta de fe, por falta de
luz sobrenatural. Eso nos demuestra entonces el grado de postración que hay
dentro de la Iglesia, lamentablemente, y duele decirlo, pero hay que decirlo: es
necesario permanecer firmes en la fe si no queremos que el demonio, que anda
dando vueltas en derredor nuestro como un león rugiente, nos devore, como dice
San Pedro.
Entonces Nuestro Señor, que vino al mundo para reconciliarnos con Dios por
medio de su sangre e inmolándose Él como hombre para glorificar al Padre Eterno,
no escatimó dar su vida hasta la última gota de sangre, en un pacto de sangre, no en
un pacto a medias; de ahí que, según el grado de amor hacia Nuestro Señor así será
el grado que tengamos de aproximación a Dios, el grado de santidad. Y por eso
nuestro primer mandamiento es amar a Dios, amar a Dios sobre todas las cosas y
ese fue el amor que Nuestro Señor nos prodigó y nos prodiga desde la cruz,
sufriendo su crucifixión, la coronación de espinas, la flagelación; no quedó un solo
centímetro de su carne sana, estaba despellejado, su piel fue arrancada a pedazos;
tal fue el estado en que quedó el cuerpo de Nuestro Señor. Y eso fue lo que Pilatos,
juez cobarde, hizo para salvarlo de la muerte. ¿En qué quedan esos jueces débiles?
Pilatos reconoció que era un hombre justo, ¿entonces, por qué no lo liberó, si no
encontraba en Él ninguna causa de delito? ¿Por qué no lo dejó libre? Porque tuvo
miedo de que los judíos lo acusaran delante del César, así se le vendría encima el
César y lo dejaría a un lado. Por conservar su puesto se lavó las manos: "Yo no hallo
culpa en este justo", dijo, y para congraciarse lo manda azotar. Los judíos, el odio
implacable del fariseísmo contra la divinidad, no se queda en medias tintas , va
hasta la muerte. Por esto hay que cuidarse del judaísmo; el judaísmo es diabólico,
no le basta cuarenta, cien o mil latigazos, va hasta cumplir su cometido, acabar con
lo que hay de divino. En eso consiste el fariseísmo, en nombre de la religión
destruir lo que la religión tiene de divino; es la perversión más tremenda de lo
religioso. Ese fariseísmo fue lo que destruyó al pueblo elegido por culpa de sus
dirigentes y ese mismo fariseísmo puede destruir y, de hecho, está destruyendo a la
Iglesia. No nos damos cuenta, pero cuando se destruye en la Iglesia católica lo que
en ella hay de divino como es la Santa Misa, como es el sacerdocio, como es la
doctrina y se pregona otra cosa como el ecumenismo, como la libertad religiosa,
queda al nivel de las falsas religiones, que son invenciones de Satanás. En eso se
está convirtiendo la religión católica oficialmente reconocida; el fariseísmo persigue
a la verdadera religión católica, persiguió a Monseñor Lefebvre y lo condenó, los
derechos humanos condenaron a Monseñor Lefebvre el mismo día en que murió;
ellos son implacables y nos persiguen a nosotros. Todos estos curas fariseos de la
iglesia de San Francisco, de Fátima o de Chiquinquirá, que no son capaces de dar la
cara, que se tragan todas las sectas protestantes que hay en el barrio, y que no
toleran la presencia de esta santa capilla, son unos cobardes fariseos.
Clínica y científicamente si a un hombre se le quita la piel, muere, aun quitándole
el cincuenta por ciento de la superficie de su piel. Muere porque la piel es necesaria.
Y Nuestro Señor Jesucristo no murió, por su divinidad; cayó tres veces, por eso los
verdugos temían que muriera bajo el peso de la cruz. Obligaron al cireneo a que le
ayudara para que no desfalleciera y poder llevarlo hasta el Calvario con vida para
crucificarlo allí, y que soportara, además, tres horas de amarga agonía. Pero aún
faltaba el golpe de gracia del centurión, del soldado, atravesarle el corazón con una
lanza.
¿Se sabe acaso por qué se viene aquí? Se viene aquí porque queremos permanecer
católicos, apostólicos y romanos a pesar del fariseísmo que está destruyendo a la
Iglesia Católica. Nos acusan de excomulgados, de rebeldes, de herejes; pues bien, si
hay algún rebelde, algún cismático, algún hereje, ésos son ellos, como decía
Monseñor Lefebvre; son ellos los que están cambiando la Iglesia bajo peso de la
autoridad abusivamente ejercida en contra de Dios, y en este caso hay que obedecer
a Dios antes que a los hombres y a ningún ángel del cielo como decía San Pablo en
su Epístola a los Gálatas: "Aún cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os
predicase un Evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema". Y eso hay que
tenerlo muy presente, estar muy consientes de ello y saber defender nuestra
posición, que es una posición católica, una posición de obediencia y de sumisión a
la Santa Madre Iglesia y de sumisión a Nuestro Señor Jesucristo. Por eso no damos
la comunión en la mano: porque es un sacrilegio; ni de pie, porque es una
irreverencia. Recibimos a Dios de rodillas en un acto de adoración.
Nuestro Señor derrama sus últimas gotas de sangre provenientes de su corazón.
Entonces, amados hermanos: ¿cómo no vamos a responder de algún modo? Hay
que ser muy insensibles, hay que ser muy bestias, o no pensar para no
conmovernos ante lo que significa la Pasión de Nuestro Señor, lo que significa la
cruz; de ahí la insistencia de la Iglesia en los crucifijos. Pero, desafortunadamente,
somos tan débiles que a veces, mientras más nos acostumbramos a algo, menos
apreciamos su valor, hasta que lo perdemos.
Debemos meditar diariamente, debemos conocer nuestro catecismo, profundizar
nuestra doctrina, que no venga cualquier protestante estúpido a enseñarnos la
"palabra de Dios" y quedarnos con la boca abierta como si nos estuvieran dando la
verdad; eso es una aberración. Nos falta amor por nuestra doctrina católica, no la
conocemos y en consecuencia, no la sabemos defender. Se debe al grado de
postración universal, de pérdida de la fe, de inmoralidad, y por ello, el mundo se
está satanizando cada vez, más y el demonio ríe, se alegra, y nosotros tenemos gran
culpa de todo eso.
El cardenal Siri-uno de los más conservadores-, esscribió un libro intitulado
"Getsemaní"'; y ¿qué es Getsemaní, sino el monte de los Olivos?, donde Nuestro
Señor lloró, donde Nuestro Señor exudó sangre, donde comenzó la Pasión de
Nuestro Señor; ahí está entonces la Pasión de la Iglesia actualmente descrita.
Lamentablemente aquí tenemos poca información, poca lectura, nos dedicamos a
leer el periódico, las revistas, que no sirven para nada, sólo nos mantienen
distraídos, obnubilados, sin conocer la realidad. Pues bien, la Pasión de la Iglesia no
nos debe asustar; al contrario, debemos estar de pie al lado de la cruz con Nuestra
Señora, la Santísima Virgen María, e inmolarnos como Ella y como también se
inmoló Nuestro Señor. Por eso, cuando asistimos a la Santa Misa, la mejor manera
de asistir no es estar allí hablando o diciendo, gritando o moviéndose ni
guitarreando sino en silencio, inmolándonos en esa misma intención de inmolación
de Nuestro Señor Jesucristo, porque se está renovando el mismo sacrificio del
Calvario pero de un modo sacramental, de un modo incruento. La Misa es sólo eso
y si pensamos que debe ser otra cosa, no tenemos ni idea de lo que es la Santa Misa,
y en ese caso no sabemos ni para qué venimos a Misa y saberlo es esencial, es
fundamental. Una cosa es estar guitarreando, aleluyando y bailando -como hoy se
hace-, o estar ahí, recogidos, en profundo silencio, sin saber qué decir, viendo a
Nuestro Señor morir en la cruz; ¿qué otra participación queremos?
Pidámosle entonces a Nuestra Señora, que estuvo heroicamente de pie ante la
cruz ofreciendo a Su Hijo amado, y quien fue legada por Nuestro Señor como
madre a San Juan y madre nuestra, que podamos permanecer de pie en esta
crucifixión que vivimos hoy en la Iglesia, en su pasión. Siendo Ella así
Corredentora. Cuando a una madre se le muere un hijo es capaz de ofrecerse a Dios
del mismo modo que Nuestra Señora ofreció a su hijo, a su único hijo en la cruz; ese
fue el acto de oblación, de generosidad y de sufrimiento de Nuestra Santa Madre.
Pidámosle a Ella esa firmeza, esa consistencia, esa solidez para no claudicar, para
no dejarnos arrastrar por el error y la apostasía que demoníacamente quieren
destruir a la Iglesia, quieren destruir a Dios; eso es lo terrible y por esto seremos
perseguidos, cruelmente perseguidos. Pero ahí está entonces ese espíritu de
verdaderos soldados de Cristo, basándonos en el sacramento de la Confirmación
para poder perseverar y así, si es necesario, dar también nuestra sangre por
defender la Santa Religión, Católica, Apostólica, Romana, la Santa Iglesia Católica.
Es el corazón de Nuestra Señora el único que en realidad puede enseñarnos eso,
porque los apóstoles -no olvidemos- salieron corriendo despavoridos. San Pedro, en
un golpe de furor había sacado la espada y cortado la oreja a Malco y Nuestro Señor
se la restituyó. Pero en la cruz, San Pedro y todos los otros apóstoles estaban cada
uno por su lado; San Juan fue el único que permaneció junto a Él, y no por mérito
propio, sino por estar allí como un niño aferrado a las faldas de la Virgen María; fue
Ella la que estuvo ahí, de pie. San Juan estaba, por decirlo así, como de chiripazo y
además porque era pariente de la Santísima Virgen María, era pariente de Nuestro
Señor. Entonces es Ella la única que, como en la Pasión de Nuestro Señor, puede
también mantenernos firmes en la Pasión de la Iglesia. +
Basilio Méramo Pbro.
JUEVES SANTO 20 de abril de 2000
Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:
En esta fecha normalmente se celebra una sola Misa en cada iglesia o en cada
comunidad religiosa (aparte de la Misa Crismal, celebrada por el Obispo, en la cual
se bendicen los Santos Óleos) en la que comulgan los demás sacerdotes que no
dicen Misa. Esa Misa tan solemne es la memoria de la Cena del Señor, en la cual
Nuestro Señor consagró el pan y el vino anticipando el sacrificio que iba a ofrecer
en la cruz y que posteriormente, en las Misas que decimos, viene a ser la renovación
incruenta del Sacrificio del Calvario. En consecuencia, el Jueves Santo la Iglesia
festeja la institución de la Santa Misa realizada por Nuestro Señor el día anterior a
su crucifixión.
También celebra la Iglesia el sacramento del Orden, o sea la ordenación de los
doce apóstoles. Los sacerdotes festejamos en este día la institución del sacerdocio
unida a la institución de la Santa Misa ya que están íntimamente ligadas. El
sacerdote es el hombre del sacrificio; la Santa Misa y el sacrificio son ofrecidos por
el sacerdote. El misterio de la Santa Misa, de la Eucaristía, que es en primer lugar el
Santo Sacrificio de la Misa y en segundo la Comunión, que es una participación
muy íntima y muy estrecha en este Santo Sacrificio, tienen una importancia vital.
Por esta razón, si no se tiene la Santa Misa como un Sacrificio, queda
desnaturalizada de su esencia; de allí la importancia de reafirmar en la Misa ese
acto del Sacrificio, ese carácter de sacrificador del sacerdote, y no como hoy día, en
que el sacerdote ejerce un papel de mero presidente que preside o encabeza al
pueblo. Este es un grave error teológico; el sacerdote no es presidente de nada; el
sacerdote es otro Cristo sacramentalmente instituido por Nuestro Señor con el
orden que le imparte, para que siendo otro Cristo, pueda reproducir
sacramentalmente el mismo sacrificio que Nuestro Señor ofreció en el Calvario. Eso
es lo que desgraciadamente los protestantes no pueden entender. La nueva
concepción de la liturgia y de la Misa hacen que ese carácter desaparezca, quede
sepultado cuando se dice que la Misa es sencillamente una cena. ¡No! No es
simplemente una cena, es cena y algo más, es el sacrificio de Nuestro Señor que se
ofrece en su Cuerpo, en su Sangre, en su Alma y en su Divinidad para que lo
comamos; no es el ágape al cual se refiere San Pablo en su primera epístola dirigida
a los Corintios al recomendarles que no vayan a la iglesia a comer. ¿Por qué?
Porque antiguamente estaban juntos el Santo Sacrificio y la comida -el ágape- y eso
poco a poco degeneró por el inconveniente de los que tenían y llevaban qué comer
al lado de quienes nada tenían y nada llevaban, lo que empezaba a crear una especie
de tensión y de distracción al confundir lo uno con lo otro; por eso San Pablo,
sabiamente inspirado por el Espíritu Santo, comenzó a predicar en contra de ese
ágape o cena que tenía lugar junto con el Santo Sacrificio de la Misa y fueron
entonces separadas una cosa de la otra. Sería pues ilógico volver a convertir la Misa
en una simple cena o comida reprobada ya por el mismo San Pablo.
Realiza entonces Nuestro Señor un misterio inefable, misterio de fe, mysterium
fidei esencial; porque luego, si no se cree que es el misterio de fe, ¿qué es? No sería
nada y ese misterio de fe que nosotros recibimos es la Sangre y el Cuerpo de Cristo,
lo cual se cree por la fe.
Por todo lo anterior, se nos pide que no bebamos ni comamos indignamente el
Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo; claro está, todos somos indignos
en cuanto somos miserables y pobres criaturas humanas, pero si tenemos el
corazón sucio por el pecado mortal, esa es la indignidad con la cual no se puede
recibir la Eucaristía ya que esa Comunión sólo serviría para nuestra propia
condenación. De ahí la necesidad de acudir a la confesión cada vez que incurramos
en pecado grave, en pecado mortal; los veniales no nos excluyen de comulgar; al
contrario, si vamos arrepentidos esa misma comunión nos los borra, pero no así el
pecado grave. Por eso debemos comulgar siempre con un corazón que no tenga, por
lo menos en la memoria, conciencia de pecado mortal que recurramos a la santa
confesión para limpiarnos, para lavar nuestras almas. Nuestro Señor nos lega ése,
Su testamento: la Santa Misa y el Sacerdocio.
En esta misma ocasión Nuestro Señor protagoniza un ejemplo de profunda
humildad. Él, como Señor y Maestro, no escatima humillarse hasta el punto de
lavar los pies a sus discípulos. San Pedro -que no concebía aquel gesto se opone, a
lo cual Nuestro Señor agrega, que si no se deja lavar los pies no tendrá parte con El,
es decir, no tendrá lugar con El en el cielo. Accede entonces Pedro y dice que no
solamente lave sus pies sino también manos y cabeza. Nuestro Señor le enseña que
aquel que está limpio, que se ha bañado, no necesita lavarse más que los pies por el
polvo del camino, pero que el resto del cuerpo está limpio. Sin embargo, allí, en
medio de sus doce apóstoles había un traidor: Judas.
Siempre habrá un traidor a nuestro lado. Nuestro Señor, con suma paciencia lo
soporta, espera hasta el último momento que se convierta, que se arrepienta.
Incluso Judas, después de traicionarlo, por no confiar en la bondad, en la
paternidad de Dios, de Nuestro Señor, pudiendo arrepentirse aun después de
haberlo entregado, no confió en Dios; se desesperó y se ahorcó.
No nos debe escandalizar el hecho de que Nuestro Señor cuente con un traidor
entre sus apóstoles. ¿Para qué? para dejarnos una gran lección; ¿cuál lección?, que
siempre, cuando hacemos el bien, habrá alguien que nos traicione, alguien que
trabaje en contra y por eso dentro de la misma Iglesia hay traidores y de ellos sabe
Dios. Los grandes herejes, los grandes heresiarcas salieron siempre de la Iqlesia,
fueron traidores; el mismo Lutero fue monje agustino; Arrio, sacerdote en
Alejandría. Todas las grandes herejías y los cismas son originados por alguien que
traiciona a la Iqlesia, un traidor a Nuestro Señor, un traidor a la verdad. Por eso,
para no traicionar ala Iglesia, para no traicionar a Nuestro Señor, hoy más que
nunca debemos permanecer líeles a la doctrina de la Iglesia, fieles a la Sacrosanta
Tradición en la cual no hay error, ni puede haber error; porque la Iqlesia, durante
dos mil años de existencia, no pudo jamás equivocarse, y si hay errores, ellos vienen
de la innovación, de los cambios; este es el gran problema del modernismo, del
progresismo, errores introducidos impíamente dentro de la Iglesia.
Pablo VI dijo al respecto que el humo de Satanás había entrado en la misma
Iglesia y esto provocaba autodestrucción, autodemolición; entonces no nos
extrañemos de ver en la Iglesia tantos cambios que en definitiva hacen perder la fe,
hacen progresar las sectas protestantes por doquier. Es horroroso, hace cincuenta
años ser protestante era un estigma, había muy pocos y podían señalarse con el
dedo; hoy no, ya tienen carta de ciudadanía gracias a la libertad religiosa que
destruye el principio que sostiene a la Iglesia Católica como la única religión
verdadera y la única religión por la cual nos salvamos.
En esta Semana Santa pidamos a Nuestra Señora poder permanecer como Ella al
pie de la Cruz, para configurarnos e identificarnos con Nuestro Señor Jesucristo
crucificado, que sufrió terriblemente la peor de las muertes, la muerte lenta por
asfixia en la cruz y todo por amor hacia los hombres, por amor hacia nosotros para
salvarnos. Que nuestro corazón tenga esa respuesta de amor para con Dios. Eso es
lo que Dios quiere; nuestro amor, y por eso el primer mandamiento es amar a Dios
sobre todas las cosas. Pidamos a Nuestra Señora el poder amarlo al igual que Ella lo
amó, amarlo con todo nuestro corazón, y así retribuir el amor que Nuestro Señor
nos prodiga desde la Cruz. +
Basilio Méramo Pbro.
En esta fecha normalmente se celebra una sola Misa en cada iglesia o en cada
comunidad religiosa (aparte de la Misa Crismal, celebrada por el Obispo, en la cual
se bendicen los Santos Óleos) en la que comulgan los demás sacerdotes que no
dicen Misa. Esa Misa tan solemne es la memoria de la Cena del Señor, en la cual
Nuestro Señor consagró el pan y el vino anticipando el sacrificio que iba a ofrecer
en la cruz y que posteriormente, en las Misas que decimos, viene a ser la renovación
incruenta del Sacrificio del Calvario. En consecuencia, el Jueves Santo la Iglesia
festeja la institución de la Santa Misa realizada por Nuestro Señor el día anterior a
su crucifixión.
También celebra la Iglesia el sacramento del Orden, o sea la ordenación de los
doce apóstoles. Los sacerdotes festejamos en este día la institución del sacerdocio
unida a la institución de la Santa Misa ya que están íntimamente ligadas. El
sacerdote es el hombre del sacrificio; la Santa Misa y el sacrificio son ofrecidos por
el sacerdote. El misterio de la Santa Misa, de la Eucaristía, que es en primer lugar el
Santo Sacrificio de la Misa y en segundo la Comunión, que es una participación
muy íntima y muy estrecha en este Santo Sacrificio, tienen una importancia vital.
Por esta razón, si no se tiene la Santa Misa como un Sacrificio, queda
desnaturalizada de su esencia; de allí la importancia de reafirmar en la Misa ese
acto del Sacrificio, ese carácter de sacrificador del sacerdote, y no como hoy día, en
que el sacerdote ejerce un papel de mero presidente que preside o encabeza al
pueblo. Este es un grave error teológico; el sacerdote no es presidente de nada; el
sacerdote es otro Cristo sacramentalmente instituido por Nuestro Señor con el
orden que le imparte, para que siendo otro Cristo, pueda reproducir
sacramentalmente el mismo sacrificio que Nuestro Señor ofreció en el Calvario. Eso
es lo que desgraciadamente los protestantes no pueden entender. La nueva
concepción de la liturgia y de la Misa hacen que ese carácter desaparezca, quede
sepultado cuando se dice que la Misa es sencillamente una cena. ¡No! No es
simplemente una cena, es cena y algo más, es el sacrificio de Nuestro Señor que se
ofrece en su Cuerpo, en su Sangre, en su Alma y en su Divinidad para que lo
comamos; no es el ágape al cual se refiere San Pablo en su primera epístola dirigida
a los Corintios al recomendarles que no vayan a la iglesia a comer. ¿Por qué?
Porque antiguamente estaban juntos el Santo Sacrificio y la comida -el ágape- y eso
poco a poco degeneró por el inconveniente de los que tenían y llevaban qué comer
al lado de quienes nada tenían y nada llevaban, lo que empezaba a crear una especie
de tensión y de distracción al confundir lo uno con lo otro; por eso San Pablo,
sabiamente inspirado por el Espíritu Santo, comenzó a predicar en contra de ese
ágape o cena que tenía lugar junto con el Santo Sacrificio de la Misa y fueron
entonces separadas una cosa de la otra. Sería pues ilógico volver a convertir la Misa
en una simple cena o comida reprobada ya por el mismo San Pablo.
Realiza entonces Nuestro Señor un misterio inefable, misterio de fe, mysterium
fidei esencial; porque luego, si no se cree que es el misterio de fe, ¿qué es? No sería
nada y ese misterio de fe que nosotros recibimos es la Sangre y el Cuerpo de Cristo,
lo cual se cree por la fe.
Por todo lo anterior, se nos pide que no bebamos ni comamos indignamente el
Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo; claro está, todos somos indignos
en cuanto somos miserables y pobres criaturas humanas, pero si tenemos el
corazón sucio por el pecado mortal, esa es la indignidad con la cual no se puede
recibir la Eucaristía ya que esa Comunión sólo serviría para nuestra propia
condenación. De ahí la necesidad de acudir a la confesión cada vez que incurramos
en pecado grave, en pecado mortal; los veniales no nos excluyen de comulgar; al
contrario, si vamos arrepentidos esa misma comunión nos los borra, pero no así el
pecado grave. Por eso debemos comulgar siempre con un corazón que no tenga, por
lo menos en la memoria, conciencia de pecado mortal que recurramos a la santa
confesión para limpiarnos, para lavar nuestras almas. Nuestro Señor nos lega ése,
Su testamento: la Santa Misa y el Sacerdocio.
En esta misma ocasión Nuestro Señor protagoniza un ejemplo de profunda
humildad. Él, como Señor y Maestro, no escatima humillarse hasta el punto de
lavar los pies a sus discípulos. San Pedro -que no concebía aquel gesto se opone, a
lo cual Nuestro Señor agrega, que si no se deja lavar los pies no tendrá parte con El,
es decir, no tendrá lugar con El en el cielo. Accede entonces Pedro y dice que no
solamente lave sus pies sino también manos y cabeza. Nuestro Señor le enseña que
aquel que está limpio, que se ha bañado, no necesita lavarse más que los pies por el
polvo del camino, pero que el resto del cuerpo está limpio. Sin embargo, allí, en
medio de sus doce apóstoles había un traidor: Judas.
Siempre habrá un traidor a nuestro lado. Nuestro Señor, con suma paciencia lo
soporta, espera hasta el último momento que se convierta, que se arrepienta.
Incluso Judas, después de traicionarlo, por no confiar en la bondad, en la
paternidad de Dios, de Nuestro Señor, pudiendo arrepentirse aun después de
haberlo entregado, no confió en Dios; se desesperó y se ahorcó.
No nos debe escandalizar el hecho de que Nuestro Señor cuente con un traidor
entre sus apóstoles. ¿Para qué? para dejarnos una gran lección; ¿cuál lección?, que
siempre, cuando hacemos el bien, habrá alguien que nos traicione, alguien que
trabaje en contra y por eso dentro de la misma Iglesia hay traidores y de ellos sabe
Dios. Los grandes herejes, los grandes heresiarcas salieron siempre de la Iqlesia,
fueron traidores; el mismo Lutero fue monje agustino; Arrio, sacerdote en
Alejandría. Todas las grandes herejías y los cismas son originados por alguien que
traiciona a la Iqlesia, un traidor a Nuestro Señor, un traidor a la verdad. Por eso,
para no traicionar ala Iglesia, para no traicionar a Nuestro Señor, hoy más que
nunca debemos permanecer líeles a la doctrina de la Iglesia, fieles a la Sacrosanta
Tradición en la cual no hay error, ni puede haber error; porque la Iqlesia, durante
dos mil años de existencia, no pudo jamás equivocarse, y si hay errores, ellos vienen
de la innovación, de los cambios; este es el gran problema del modernismo, del
progresismo, errores introducidos impíamente dentro de la Iglesia.
Pablo VI dijo al respecto que el humo de Satanás había entrado en la misma
Iglesia y esto provocaba autodestrucción, autodemolición; entonces no nos
extrañemos de ver en la Iglesia tantos cambios que en definitiva hacen perder la fe,
hacen progresar las sectas protestantes por doquier. Es horroroso, hace cincuenta
años ser protestante era un estigma, había muy pocos y podían señalarse con el
dedo; hoy no, ya tienen carta de ciudadanía gracias a la libertad religiosa que
destruye el principio que sostiene a la Iglesia Católica como la única religión
verdadera y la única religión por la cual nos salvamos.
En esta Semana Santa pidamos a Nuestra Señora poder permanecer como Ella al
pie de la Cruz, para configurarnos e identificarnos con Nuestro Señor Jesucristo
crucificado, que sufrió terriblemente la peor de las muertes, la muerte lenta por
asfixia en la cruz y todo por amor hacia los hombres, por amor hacia nosotros para
salvarnos. Que nuestro corazón tenga esa respuesta de amor para con Dios. Eso es
lo que Dios quiere; nuestro amor, y por eso el primer mandamiento es amar a Dios
sobre todas las cosas. Pidamos a Nuestra Señora el poder amarlo al igual que Ella lo
amó, amarlo con todo nuestro corazón, y así retribuir el amor que Nuestro Señor
nos prodiga desde la Cruz. +
Basilio Méramo Pbro.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)