San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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viernes, 27 de febrero de 2009

VIERNES SANTO 21 de abril de 2000

Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

Hoy tenemos un significado principal y es que asistimos a un día de completo luto
por la muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, en este día no se celebra la
Santa Misa en ninguna parte del mundo. Ayer, Jueves Santo, tampoco se celebró la
Santa Misa, únicamente la Crismal y una Misa por iglesia, capilla o comunidad
religiosa; pero en el día de hoy y lo mismo en el día de mañana no hay Misa, la Misa
será de Vigilia, será la Misa de Resurrección y no Misa del sábado sino de Pascua, es
la Misa del Domingo que se dice en la vigilia. Normalmente la liturgia pide que se
haga a medianoche, porque es a medianoche cuando comienza el día, pero en vista
de las dificultades de la vida y por el ajetreo del mundo moderno, se adelanta para
facilitarla a los fieles.

Tenemos entonces ese carácter de duelo absoluto por la muerte de Nuestro Señor.
Nos dice San Marcos, o sea el Evangelio de San Pedro (ya que Marcos era
secretario de Pedro, por eso viene a ser el Evangelio de San Pedro) que Nuestro
Señor fue crucificado a la hora de tercia; eran pues las nueve de la mañana.

Los romanos partían el día en dos, de las seis de la mañana a las seis de la tarde y
de las seis de la tarde a las seis de la mañana. A la hora sexta -al mediodía- se cubrió
de tinieblas el Calvario y toda Jerusalén hasta la hora nona. Es decir, eran las tres
de la tarde cuando Nuestro Señor murió en la cruz; fueron horas de un largo
suplicio, horas de agonía, de asfixia, horas de la peor de las muertes, la muerte de
los esclavos, de los malvados, de los malhechores según el derecho romano.

Más doloroso aún para Nuestro Señor fue haber sido clavado en la cruz, ¿por qué?
Porque los clavos no hacían más que multiplicar al infinito ese dolor que causaba el
estar suspendido al rozar los tendones. Si a uno le llegan a tocar un tendón por un
segundo o por menos, salta y grita de dolor. Y estar ahí, izado en la cruz,
mantenerse colgado de los tendones de las manos durante tres largas horas
incrementando su dolor, apoyándose sobre los pies -también clavados- para izarse
y así poder respirar, ya que la muerte en la cruz es originada por asfixia. Cuando
querían que el condenado muriera rápido -si no había perecido ya-, le quebraban
las piernas para que no tuviera punto de apoyo y no se izara con las piernas, lo que
le impedía respirar, ocasionándole la muerte inmediatamente. Y por si esto fuera
poco, si pensamos nada más en lo acontecido antes de la cruz, eso bastaba para que
Nuestro Señor ya estuviese muerto. El solo pensamiento, la imaginación de lo que
Él sabía que iba a ocurrir a cada segundo lo hizo exudar sangre. Solamente el terror,
el dolor producido por la previsión de un sufrimiento que no podemos evitar puede
producir esa exudación. Si pensásemos en una tortura terrible y viésemos todo lo
que nos ocurriría, estaríamos espantados. Ese terror, ese dolor intenso nos haría
exudar sangre, si es que no morimos de la misma pena antes de sufrirlo; a veces es
mucho más doloroso el imaginar un sufrimiento, que padecer el sufrimiento
mismo, porque imaginarlo es más terrible. Santo Tomás y los teólogos dicen que si
los mártires pensasen en el suplicio sensible, material, del que serían objeto, no
podrían resistir el martirio. Por ende, no es bueno pensarlo y, más aún, sólo se tiene
la gracia en el momento, ni antes ni después, únicamente en el abandono en manos
de Dios.

De allí viene que la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro presente al
Niño en los brazos de la Santísima Virgen María con una de sus sandalias
cayéndose, además de dos ángeles con los instrumentos del suplicio de la cruz. ¿Eso
qué significa? Que Nuestro Señor, siendo niño, al mostrarle los dos ángeles la cruz
del Calvario y los clavos, se asustó y por eso se cae su sandalia; es una bella manera
de mostrar cómo Nuestro Señor desde niño ya tenía ese pensamiento y ese dolor.

Nuestro Señor Jesucristo, como hombre, sufrió lo indecible y he ahí el gran
misterio: que siendo Dios, gozando de la visión beatífica, sufrió lo indecible en su
naturaleza humana, anonadándose literalmente, haciéndose o volviéndose nada;
¿en qué sentido? En que en El, teniendo el privilegio por la unión hipostática, por la
unión con la naturaleza divina, la segunda persona del Verbo, su naturaleza
humana debía estar glorificada, impasible, inmortal; esa gloria la dejó El traslucir
en el Tabor. Pero El no quiso que ese cuerpo, esa naturaleza, esos huesos, esa carne,
estuviesen en el estado glorioso. Así no hubiera sido posible que El sufriese y,
menos aún, que muriese en la cruz; esta es la razón por la cual se anonadó. No por
el hecho de la Encarnación, que manifiesta asimismo el poder de Dios y su unión
con la criatura y a través del hombre con el universo. De ahí esa unidad, esa
perfección. Todo sale de Dios y debe volver a Dios por medio de Nuestro Señor
Jesucristo y es absurdo pensar que hay otro hombre en la tierra que nos pueda
salvar. Es absurdo pensar que hay otra religión, otras religiones, otras creencias,
otras iglesias; todo lo que salió de la mano de Dios por el Verbo de Dios, debe volver
por el Verbo Encarnado que es Nuestro Señor Jesucristo, Rey del cielo y de la
tierra. Hoy en día se niega eso, amados hermanos; el ecumenismo niega ese
principio, y eso es una herejía, es una apostasía.


Desgraciadamente nosotros no estamos acostumbrados a ver con los ojos de la fe
los dogmas esenciales de nuestra religión y los curas no enseñan al pueblo el
catecismo, ni ellos mismos saben en qué creen; quieren ser hombres del mundo
cuando deberían ser todo lo contrario. La misión de la Iglesia no es convertirse al
mundo sino transformar al mundo, que el mundo ascienda hacia la Iglesia para
sobrenaturalizarse y cristianizarse. Dice la Sagrada Escritura: "Id y bautizad a
todas las gentes en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo"; esa es la
misión de la Iglesia Católica, Apostólica Romana, no la libertad religiosa que dice:
cada uno buenamente se salva en lo que según la estupidez de su conciencia crea;
si cree que el Sol es Dios se va a salvar, y si cree, como los budistas, que Dios es una
rata o una vaca, también se salvará. ¿Se ha visto mayor estupidez?

¿Y por qué esa ceguera? Por falta de amor a la verdad, por falta de fe, por falta de
luz sobrenatural. Eso nos demuestra entonces el grado de postración que hay
dentro de la Iglesia, lamentablemente, y duele decirlo, pero hay que decirlo: es
necesario permanecer firmes en la fe si no queremos que el demonio, que anda
dando vueltas en derredor nuestro como un león rugiente, nos devore, como dice
San Pedro.

Entonces Nuestro Señor, que vino al mundo para reconciliarnos con Dios por
medio de su sangre e inmolándose Él como hombre para glorificar al Padre Eterno,
no escatimó dar su vida hasta la última gota de sangre, en un pacto de sangre, no en
un pacto a medias; de ahí que, según el grado de amor hacia Nuestro Señor así será
el grado que tengamos de aproximación a Dios, el grado de santidad. Y por eso
nuestro primer mandamiento es amar a Dios, amar a Dios sobre todas las cosas y
ese fue el amor que Nuestro Señor nos prodigó y nos prodiga desde la cruz,
sufriendo su crucifixión, la coronación de espinas, la flagelación; no quedó un solo
centímetro de su carne sana, estaba despellejado, su piel fue arrancada a pedazos;
tal fue el estado en que quedó el cuerpo de Nuestro Señor. Y eso fue lo que Pilatos,
juez cobarde, hizo para salvarlo de la muerte. ¿En qué quedan esos jueces débiles?
Pilatos reconoció que era un hombre justo, ¿entonces, por qué no lo liberó, si no
encontraba en Él ninguna causa de delito? ¿Por qué no lo dejó libre? Porque tuvo
miedo de que los judíos lo acusaran delante del César, así se le vendría encima el
César y lo dejaría a un lado. Por conservar su puesto se lavó las manos: "Yo no hallo
culpa en este justo", dijo, y para congraciarse lo manda azotar. Los judíos, el odio
implacable del fariseísmo contra la divinidad, no se queda en medias tintas , va
hasta la muerte. Por esto hay que cuidarse del judaísmo; el judaísmo es diabólico,
no le basta cuarenta, cien o mil latigazos, va hasta cumplir su cometido, acabar con
lo que hay de divino. En eso consiste el fariseísmo, en nombre de la religión
destruir lo que la religión tiene de divino; es la perversión más tremenda de lo
religioso. Ese fariseísmo fue lo que destruyó al pueblo elegido por culpa de sus
dirigentes y ese mismo fariseísmo puede destruir y, de hecho, está destruyendo a la
Iglesia. No nos damos cuenta, pero cuando se destruye en la Iglesia católica lo que
en ella hay de divino como es la Santa Misa, como es el sacerdocio, como es la
doctrina y se pregona otra cosa como el ecumenismo, como la libertad religiosa,
queda al nivel de las falsas religiones, que son invenciones de Satanás. En eso se
está convirtiendo la religión católica oficialmente reconocida; el fariseísmo persigue
a la verdadera religión católica, persiguió a Monseñor Lefebvre y lo condenó, los
derechos humanos condenaron a Monseñor Lefebvre el mismo día en que murió;
ellos son implacables y nos persiguen a nosotros. Todos estos curas fariseos de la
iglesia de San Francisco, de Fátima o de Chiquinquirá, que no son capaces de dar la
cara, que se tragan todas las sectas protestantes que hay en el barrio, y que no
toleran la presencia de esta santa capilla, son unos cobardes fariseos.


Clínica y científicamente si a un hombre se le quita la piel, muere, aun quitándole
el cincuenta por ciento de la superficie de su piel. Muere porque la piel es necesaria.
Y Nuestro Señor Jesucristo no murió, por su divinidad; cayó tres veces, por eso los
verdugos temían que muriera bajo el peso de la cruz. Obligaron al cireneo a que le
ayudara para que no desfalleciera y poder llevarlo hasta el Calvario con vida para
crucificarlo allí, y que soportara, además, tres horas de amarga agonía. Pero aún
faltaba el golpe de gracia del centurión, del soldado, atravesarle el corazón con una
lanza.

¿Se sabe acaso por qué se viene aquí? Se viene aquí porque queremos permanecer
católicos, apostólicos y romanos a pesar del fariseísmo que está destruyendo a la
Iglesia Católica. Nos acusan de excomulgados, de rebeldes, de herejes; pues bien, si
hay algún rebelde, algún cismático, algún hereje, ésos son ellos, como decía
Monseñor Lefebvre; son ellos los que están cambiando la Iglesia bajo peso de la
autoridad abusivamente ejercida en contra de Dios, y en este caso hay que obedecer
a Dios antes que a los hombres y a ningún ángel del cielo como decía San Pablo en
su Epístola a los Gálatas: "Aún cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os
predicase un Evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema". Y eso hay que
tenerlo muy presente, estar muy consientes de ello y saber defender nuestra
posición, que es una posición católica, una posición de obediencia y de sumisión a
la Santa Madre Iglesia y de sumisión a Nuestro Señor Jesucristo. Por eso no damos
la comunión en la mano: porque es un sacrilegio; ni de pie, porque es una
irreverencia. Recibimos a Dios de rodillas en un acto de adoración.

Nuestro Señor derrama sus últimas gotas de sangre provenientes de su corazón.
Entonces, amados hermanos: ¿cómo no vamos a responder de algún modo? Hay
que ser muy insensibles, hay que ser muy bestias, o no pensar para no
conmovernos ante lo que significa la Pasión de Nuestro Señor, lo que significa la
cruz; de ahí la insistencia de la Iglesia en los crucifijos. Pero, desafortunadamente,
somos tan débiles que a veces, mientras más nos acostumbramos a algo, menos
apreciamos su valor, hasta que lo perdemos.

Debemos meditar diariamente, debemos conocer nuestro catecismo, profundizar
nuestra doctrina, que no venga cualquier protestante estúpido a enseñarnos la
"palabra de Dios" y quedarnos con la boca abierta como si nos estuvieran dando la
verdad; eso es una aberración. Nos falta amor por nuestra doctrina católica, no la
conocemos y en consecuencia, no la sabemos defender. Se debe al grado de
postración universal, de pérdida de la fe, de inmoralidad, y por ello, el mundo se
está satanizando cada vez, más y el demonio ríe, se alegra, y nosotros tenemos gran
culpa de todo eso.


El cardenal Siri-uno de los más conservadores-, esscribió un libro intitulado
"Getsemaní"'; y ¿qué es Getsemaní, sino el monte de los Olivos?, donde Nuestro
Señor lloró, donde Nuestro Señor exudó sangre, donde comenzó la Pasión de
Nuestro Señor; ahí está entonces la Pasión de la Iglesia actualmente descrita.

Lamentablemente aquí tenemos poca información, poca lectura, nos dedicamos a
leer el periódico, las revistas, que no sirven para nada, sólo nos mantienen
distraídos, obnubilados, sin conocer la realidad. Pues bien, la Pasión de la Iglesia no
nos debe asustar; al contrario, debemos estar de pie al lado de la cruz con Nuestra
Señora, la Santísima Virgen María, e inmolarnos como Ella y como también se
inmoló Nuestro Señor. Por eso, cuando asistimos a la Santa Misa, la mejor manera
de asistir no es estar allí hablando o diciendo, gritando o moviéndose ni
guitarreando sino en silencio, inmolándonos en esa misma intención de inmolación
de Nuestro Señor Jesucristo, porque se está renovando el mismo sacrificio del
Calvario pero de un modo sacramental, de un modo incruento. La Misa es sólo eso
y si pensamos que debe ser otra cosa, no tenemos ni idea de lo que es la Santa Misa,
y en ese caso no sabemos ni para qué venimos a Misa y saberlo es esencial, es
fundamental. Una cosa es estar guitarreando, aleluyando y bailando -como hoy se
hace-, o estar ahí, recogidos, en profundo silencio, sin saber qué decir, viendo a
Nuestro Señor morir en la cruz; ¿qué otra participación queremos?

Pidámosle entonces a Nuestra Señora, que estuvo heroicamente de pie ante la
cruz ofreciendo a Su Hijo amado, y quien fue legada por Nuestro Señor como
madre a San Juan y madre nuestra, que podamos permanecer de pie en esta
crucifixión que vivimos hoy en la Iglesia, en su pasión. Siendo Ella así
Corredentora. Cuando a una madre se le muere un hijo es capaz de ofrecerse a Dios
del mismo modo que Nuestra Señora ofreció a su hijo, a su único hijo en la cruz; ese
fue el acto de oblación, de generosidad y de sufrimiento de Nuestra Santa Madre.

Pidámosle a Ella esa firmeza, esa consistencia, esa solidez para no claudicar, para
no dejarnos arrastrar por el error y la apostasía que demoníacamente quieren
destruir a la Iglesia, quieren destruir a Dios; eso es lo terrible y por esto seremos
perseguidos, cruelmente perseguidos. Pero ahí está entonces ese espíritu de
verdaderos soldados de Cristo, basándonos en el sacramento de la Confirmación
para poder perseverar y así, si es necesario, dar también nuestra sangre por
defender la Santa Religión, Católica, Apostólica, Romana, la Santa Iglesia Católica.

Es el corazón de Nuestra Señora el único que en realidad puede enseñarnos eso,
porque los apóstoles -no olvidemos- salieron corriendo despavoridos. San Pedro, en
un golpe de furor había sacado la espada y cortado la oreja a Malco y Nuestro Señor
se la restituyó. Pero en la cruz, San Pedro y todos los otros apóstoles estaban cada
uno por su lado; San Juan fue el único que permaneció junto a Él, y no por mérito
propio, sino por estar allí como un niño aferrado a las faldas de la Virgen María; fue
Ella la que estuvo ahí, de pie. San Juan estaba, por decirlo así, como de chiripazo y
además porque era pariente de la Santísima Virgen María, era pariente de Nuestro
Señor. Entonces es Ella la única que, como en la Pasión de Nuestro Señor, puede
también mantenernos firmes en la Pasión de la Iglesia. +

Basilio Méramo Pbro.