Amados
hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Esta
es la noche más solemne de las festividades de la Iglesia. La Resurrección de
nuestro Señor es la fiesta de las fiestas, es la manifestación de su divinidad
y, como dice San Pablo, “si nuestro Señor no hubiese resucitado, vana sería
nuestra fe”.
Todo
el testimonio de la fe en nuestro Señor se apoya en su Resurrección, que
demuestra su divinidad, no obstante haberse anonadado asumiendo una carne
pasible, susceptible de morir, por un deseo propio, porque de lo contrario, ese
cuerpo hubiera sido glorioso desde el primer instante de la Encarnación. Pero
Él quería nacer para sufrir y morir y redimirnos. Por eso impidió esa gloria de
su cuerpo y así se abatió como un vil siervo para morir en la Cruz y luego
resucitar al tercer día. Esa es la gran fiesta de la Pascua, el gran paso de
nuestro Señor de la muerte a la vida. De esta manera nos invita a todos a que
nos regocijemos en Él ya que hemos muerto con Él en el bautismo, que de una
parte simboliza la muerte en nuestro Señor Jesucristo; y así ahora resucitar
con Él. Esa es la gran esperanza, la gran promesa.
Por
lo mismo, el evangelio de hoy nos invita a mirar lo de arriba y no lo de aquí
abajo, lo efímera de la tierra que no tiene sentido ni duración; que no nos
dejemos distraer en nuestro camino y así tengamos nuestra mirada puesta en Dios
nuestro Señor. Ese es el mensaje que se nos debe quedar grabado toda nuestra
vida para que transitemos como peregrinos por este mundo; eso significan las
procesiones, para que nos demos cuenta de que estamos de paso y que nuestra
verdadera patria está en los cielos, allá, con Cristo resucitado.
Guardemos
así este breve pero profundo mensaje y que no se nos olvide para que no
perdamos nuestra finalidad, nuestro objetivo, nuestro fin y podamos vivir aquí
en esta tierra santamente, aunque esté llena de calamidades y de muerte. Esa es
la santificación, la gracia del Espíritu Santo, la santidad de la Iglesia que
nos la participa nuestro Señor para que seamos santos como lo es nuestro Padre
que está en los cielos.
Pidamos
a la Santísima Virgen María que guarde en nuestra alma el recuerdo de esta
santa noche y el sublime fin al cual nos llaman Cristo y su Iglesia. +
P. BASILIO MÉRAMO
19 de abril de 2003