San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 30 de junio de 2019

TERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
La Iglesia nos propone en el Evangelio de este día la misericordia de Dios. Nuestro Señor aprovecha la presencia de los escribas y los fariseos que, como letrados, son los más celosos religiosos del pueblo de Israel; estos murmuran por ver que la gente común y corriente, los pecadores y los publicanos, se acercan a nuestro Señor, que no era ningún príncipe remilgado, ningún señorito bonito que no permitiera a la gente más humilde acercarse a Él; esto era inadmisible para esta elite religiosa cuyo pecado de soberbia llegaba al punto de despreciar al pueblo y a todos los demás creyéndose únicos y privilegiados, buenos, santos. Nuestro Señor entonces aprovecha para hacerles ver que es otra la idea que se debe tener de Él, quien ha venido por los pecadores, o sea por absolutamente todos.

A excepción de nuestra Señora la Inmaculada, únicamente Ella, por una gracia especialísima que la preservó de la corrupción de todo yerro, el resto, todo hombre que viene a este mundo, es un pecador. Por eso viene Dios, para remediar el pecado, el mal y toda la miseria que conlleva. Somos débiles, una raza deteriorada después de la caída de nuestros primeros padres, quienes fueron creados en estado de perfección. Pero después del pecado nacemos ya con el lastre que se va acrecentando a través y en el transcurso del tiempo por la suma de todas las faltas.

El peligro del naturalismo consiste precisamente en olvidar, como lo hace Rousseau, al decir que el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe. El hombre nace malo a raíz del pecado original y por eso un niño que no tiene uso de razón se inclina a lo malo; ven sus padres que toma las cosas sin permiso, dice mentiras y todavía no es capaz de pecar porque aún no tiene suficiente juicio; ese capricho que vemos es a causa del pecado original, mal que queda aun después del bautismo, afectando nuestro cuerpo y nuestra carne. Esto explica que el hombre no nace bueno ni es la sociedad la que lo corrompe, porque si fuera bueno la sociedad lo sería también y ésta no es buena porque el hombre no lo es, y no somos buenos porque no luchamos contra nuestras malas inclinaciones y pasiones.

Nuestro Señor muestra en estas dos parábolas lo que Él viene a hacer: buscar la oveja descarriada, la perdida, dejando al resto, y esta oveja somos todos nosotros. Que hay mucha más alegría en el cielo por un pecador que hace penitencia, que por noventa y nueve justos, nos muestra la misericordia de Dios. Misericordia que no es más que el amor sobre las miserias nuestras ya que normalmente se ama lo bello, lo bueno, lo puro, lo perfecto; y, ¿cómo va a amar Dios en nosotros esa belleza, esa pureza que no tenemos? Es entonces un amor que reposa sobre las desdichas humanas. Dios hace todo lo posible por buscarnos, por encontrar al pecador para que se convierta y se arrepienta. Pero ¡ay, si no nos arrepentimos! Se torna en un drama porque Dios ya no puede seguir siendo misericordioso, no nos puede seguir amando y cuando en la hora de la muerte le rechacemos, ese es el estado de las almas que se condenan eternamente en el infierno.

Dios hace todo durante la vida que tengamos pero ¡ay de aquel que no corresponda!, porque ya Dios no puede hacer más, con todo su poder infinito no puede obligar a que un alma le ame si ella no quiere. Ese es el precio de la libertad, tanto humana como la de los ángeles.

Hoy se pregona la libertad para todo menos para recordar que ese albedrío en primer lugar lo tenemos para corresponder voluntariamente al amor divino que Dios nos tiene. De ahí se desprende todo lo demás; dice San Agustín: “Ama a Dios y haz lo que quieras”, porque ya no puede hacer otra cosa sino corresponder con ese amor a Dios. Y no el amor que el mundo entiende como tal, por libertad; esa es una concepción pagana y antinatural, desenfreno para los hombres de vestir como mujeres, con aretes y colas y las mujeres vestidas como hombres, comportándose como ellos. No sigo enumerando, pero cada uno podrá incrementar la lista. No es para eso la libertad, para nuestros caprichos ni para nuestros egoísmos sino para corresponder al amor de Dios y encaminar todos los actos de la vida a esa correspondencia del amor divino y más aún, cuando Él se ha Encarnado y muere en la Cruz. Lo terrible es no darnos cuenta de ello.

Pero más espantoso todavía es no recordar al mundo de hoy en su impiedad, el eterno castigo justamente merecido por no amar a Dios, porque Él no puede obligar al alma a que le ame. Lo mismo que un hombre no puede obligar a una mujer a que lo quiera, porque eso no es posible, pues mucho más imposible es que Dios nos fuerce, porque incluso un hombre puede engañar y seducir a una mujer insistiendo para lograr al fin y al cabo una respuesta según sus deseos, pero Dios no puede valerse de esas argucias porque respeta infinitamente esa decisión libre de su criatura, y el amor solamente con amor se paga.

Esa es la gravedad de conculcar y profanar y no corresponder al amor divino, a la misericordia que Dios y nuestro Señor Jesucristo nos tienen. Por lo mismo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente. Tenemos el ejemplo de la Magdalena, quien después de ser una gran pecadora, De tener cinco maridos sin ser ninguno de ellos el verdadero, llega a ser una gran santa, porque después de arrepentida vivió como una verdadera anacoreta, en una cueva, haciendo sacrificio y penitencia. María Egipciaca que desde los catorce años aproximadamente se prostituyó no por necesidad sino por placer y ya arrepentida se retiró al desierto, y quien poco antes de morir fue descubierta, cuenta su vida y pide la comunión al santo que la encontró, para morir santamente después de una vida de pecado, purificándose durante más de cuarenta años en la soledad y aridez del desierto.

Ejemplos extremos que nos sirven para saber que, por muy pecador, lo grave no es el haber pecado sino el no arrepentirse; eso es mucho más grave. Dios nos invita a la contrición para que nos salvemos. Esa es la idea de las dos parábolas y por eso hay que insistir, para que sea mucho más fuerte la misericordia del amor divino que la obstinación en el pecado cuando no nos queremos arrepentir del mal hecho. Esa es la esperanza que debemos tener porque muchos en su yerro desesperan temiendo que Dios no les conceda el perdón y es un gran error, porque nuestro Señor se muestra misericordioso y dispuesto siempre a perdonar. Nadie desespere por grave y bajo que haya caído, porque Dios no lo rechaza, ni lo detesta ni lo aleja, todo lo contrario, lo va a recibir. Eso era lo que pensaban los escribas y fariseos, que los pecadores no tenían acceso a Dios; pues todo lo contrario nos demuestra nuestro Señor.

Pidamos a la Santísima Virgen María, a la Inmaculada, que nos ayude a comprender estas cosas y tengamos siempre la esperanza en la misericordia de Dios. +

PADRE BASILIO MÉRAMO
9 de junio de 2002


sábado, 29 de junio de 2019

FIESTA DE LOS SANTOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Hoy conmemoramos la fiesta de San Pedro y San Pablo. El martirio de San Pedro y de San Pablo en Roma el mismo día. ¡Qué pérdida tan grande para la Iglesia!

Perder a San Pedro, el primer Papa, sobre quien nuestro Señor funda la Iglesia, no por la persona privada de Pedro que era Simón hijo de Jonás Barjona sino por Petrus, cambiándole el nombre como piedra fundamental de ella, por haber confesado la divinidad de nuestro Señor Jesucristo.

Es por esta confesión que Pedro es piedra y fundamento de la Iglesia; de ahí la necesidad de la confesión, de él no solamente como sumo pontífice con poder de atar y desatar en la tierra, sino también de todos nosotros como hijos de la Iglesia, la profesión de la fe. Y de fe sobrenatural, porque la misma profesión materialmente también la hizo Natanael, exacta, idénticamente y sin embargo, no fue sobre él sino sobre Pedro. ¿Por qué? Porque Natanael lo hizo como una deducción de orden natural, como hijo adoptivo de Dios, pero no como el hijo de Dios, pues la confesión materialmente fue la misma. La una era por revelación de Dios, por vía divina, que fue la de Pedro, “eso no te lo ha revelado hombre ni carne alguna, sino mi Padre que está en los cielos”. Mientras que a Natanael se lo reveló su propio ingenio, su propia deducción, naturalmente, no sobrenaturalmente, lo cual nos muestra que aun con la misma o parecidas fórmulas, si no es por el medio sobrenatural de la fe, no tiene el mismo valor.

En el mismo día, San Pedro, cabeza de la Iglesia, fundamento de la Iglesia, muere. Sí, muere el primer Papa, y el gran apóstol de los gentiles, que no era uno de los doce. En realidad apóstoles hubo trece, no doce, de los cuales uno fue un traidor y San Pablo, que fue el último, se convirtió, por así decirlo, en el primero, el primer apóstol de los gentiles, de las naciones, el gran perseguidor convertido en gran predicador. Y estas dos eminencias de la Iglesia naciente sucumben, mueren dando testimonio de nuestro Señor el mismo día. Cuánta consternación no habría en la Iglesia, en la misma Roma, en los fieles, al ver que estos dos pilares morían el mismo día, y sin embargo, ellos sabían que “... las puertas del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia”. ¿Qué quiere decir eso? Que a pesar de las persecuciones, por atroces, crueles y sangrientas que sean, siempre quedará al fin y al cabo, vencedora la Iglesia. Y es por eso que la fe de aquellos fieles crecía en esa hora de prueba, del martirio de estos dos egregios personajes cuya fiesta celebramos hoy. San Pedro fue sepultado en la Colina Vaticana cerca del circo de Nerón y San Pablo fue sepultado cerca de donde fue decapitado en la vía Ostiense y el lugar es justamente donde se encuentra la Iglesia dedicada al apóstol. 

En este mismo día tradicionalmente se llevan a cabo las ordenaciones sacerdotales en Ecône, en el seminario de Suiza. Digo normalmente porque algunas veces si cae domingo, por razones de apostolado, se adelanta para poder permitir que todos los fieles puedan asistir juntos con los sacerdotes a esas ordenaciones. Hoy hubo ordenaciones en Ecône, con lo cual también debemos tenerlo presente para unirnos de todo corazón, ya que es la misma Fraternidad. Estar unidos en el mismo espíritu y en la misma fe que defendemos, la misma fe por la que murieron San Pedro y San Pablo. Los ornamentos rojos significan la sangre derramada de los mártires, que son los testigos de nuestro Señor Jesucristo en la fe y que por Él mueren dando testimonio.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos ayude a guardar ese testimonio de la fe y que podamos perseverar en la fe de la Iglesia, en esa fe de San Pedro, en esa fe de San Pablo, esa fe que está siendo adulterada, tergiversada, diluida como hoy se diluye todo, incluso la fe, se cambia todo. Los productos hoy día sufren una transformación en su sustancia y todo es “light”; lo mismo acontece con la fe, se la adultera en su sustancia convirtiéndola en una religión “light”. Eso no puede ser; de ahí la necesidad de recordar los principios, el fundamento, no olvidar que la Iglesia se fundamenta sobre la fe y los sacramentos, que son la base, el sostén y de allí la confesión de Pedro, por la que es elegido y se convierte en el primer Papa. Y todos los Papas que le sucedieron en su gran mayoría fueron mártires en la Iglesia primitiva y todos santos sin interrupción hasta la condena de San Atanasio por Liberio. Este fue el primer Papa no santo por condenar injustamente al gran paladín de la fe, paladín del concilio de Nicea, que nos dejó en el Credo o símbolo Atanasiano lo esencial de la fe, que debemos recordar y tener presente para no sucumbir hoy ante el ecumenismo que destruye y socava nuestra fe, la fe de la Iglesia Católica, por la cual murieron San Pedro y San Pablo y todos los mártires que hoy están en el cielo.

Y quién sabe si nos corresponda también a nosotros morir por lo mismo, si así Dios lo quiere, porque se avecinan tiempos cada vez más difíciles, tiempos eminentemente apocalípticos, de eso no hay duda. Quien dude de esto, está verdaderamente fuera del contexto histórico y religioso de la historia de la Iglesia y de los acontecimientos profetizados por las Sagradas Escrituras, por Dios mismo. Pidamos pues a nuestra Señora que nos fortifique, que nos mantenga unidos en la misma y única profesión de fe, la fe de la Iglesia católica, apostólica y romana fuera de la cual no hay salvación. Que este sea el propósito, que ese sea el ejemplo que nos den los mártires en esta fiesta de San Pedro y San Pablo, dos pilares de la Iglesia primitiva que han derramado su sangre por proclamar su fe. + 

P.BASILIO MERAMO
   
29 de junio de 2001

viernes, 28 de junio de 2019

Sermón de la Fiesta del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Después de celebrar el primer domingo del tiempo de Pentecostés y el misterio de la Santísima Trinidad, la Iglesia quiere conmemorar, próxima a esa fecha y durante este mes de junio, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que relativamente es nueva o moderna, pero que es tan antigua como es el amor de Dios y más aún el amor de nuestro Señor Jesucristo crucificado. El corazón es el símbolo, el signo, la imagen que expresa y que manifiesta ese amor; éste, aun en los humanos; pero el humano es apenas el reflejo divino, del de Dios, y por eso la celebración de hoy nos manifiesta el amor divino de nuestro Señor que Encarnado se inmola en la Cruz.

Dios es en sí mismo amor y se refleja en esa vida de la Santísima Trinidad que a sí mismo se basta, que no necesita absolutamente de nada; pero como el querer es difusivo de sí como el bien que se desborda hacia afuera por amor, Dios crea el universo y a nosotros. Pero no solamente nos crea por ello, sino que quiere también que gocemos eternamente de él, y por eso, todo el universo debe converger hacia Él a través de las criaturas inteligentes como los ángeles y los hombres.

Y ese primer rechazo a la adoración de Dios en esa primera gran apostasía de los ángeles, de las virtudes de los cielos que debían corresponderle libremente, pero muchos no lo hicieron, condenándose así eternamente en el infierno, que es la carencia, la falta de adhesión a Dios; solamente así se explica sin excluir el motivo de la justicia, sobre todo hoy, el infierno que quieren negar, porque se preguntan cómo es posible que si Dios es bueno exista el infierno. Pero es que el querer de Dios tiene sus exigencias; todo es por adoración y ésta exige una correspondencia de la criatura que ha sido creada con inteligencia y voluntad para conocer, amar y servir a Dios; por eso hay que tener en cuenta esas características ineludibles del amor. Porque éste en sí mismo es exclusivo, absoluto, no admite otra cosa; es categórico, donde no existe, por vía de los contrarios hay odio, y de ahí el gran dilema de nuestra respuesta libre a ese querer de Dios, a esa elección que cada uno debe hacer y que hará no solamente a todo lo largo de su vida sino en el último instante de su paso por esta tierra.

La Iglesia es imagen de ese amor que tiene nuestro Señor a los hombres; por eso el matrimonio es imagen de esa unión de la Iglesia con Dios. Y la Iglesia siempre ha insistido en que es indisoluble; aun el mismo matrimonio natural es exclusivo y no acepta divisiones y de ahí la desgracia del hombre si no elige bien. No basta, como piensa el actual mundo, cualquier amor, o como también acontece, llamarle así a cualquier cosa, profanando el divino. Hay exclusión de otra concepción; la salvación fuera de nuestro Señor, de la Iglesia, no existe y no puede existir, son las exigencias de ese amor divino. Y son tan terribles esas demandas, tan celoso es el amor, que si no se responde, está y existe la condenación eterna, ese estado de falta de caridad y de eterna desesperación en el odio por no estar sustentados en el querer de Dios.

Esas llamas que afligen los sentidos, el cuerpo, no harían sino distraer un poco el dolor del alma en ese estado de desamor y de odio; para que nos demos cuenta como pálida imagen de lo que quiero decir, como cuando tenemos un dolor fuerte, si aparece esta molestia en alguna otra parte del cuerpo distrae la intensidad del inicial; así, lo peor del infierno no serían las llamas eternas sino el estado de oposición a Dios, de falta de amor a Él y, por ende, de odio. Muy distinto es el cielo para aquellos que responden al querer divino, donde se goza amando.

Esa es la importancia de la elección permanente y constante que debemos hacer todos los días, hasta el último suspiro, pidiéndole a nuestro Señor la gracia de la perseverancia final y que no nos dejemos eclipsar por falsos amores que nos separan de Dios; como decía San Agustín: “Dos amores crearon dos ciudades, el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo creó la ciudad de Dios, y el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, creó la ciudad del hombre”. Esta última ciudad es la que tiene carta de residencia, la de la revolución, la del nuevo orden mundial, la del imperio no solamente de las finanzas que dominan el mundo, sino del dominio del príncipe de este mundo que culminará con el reino del anticristo por no haber aceptado el Reino de Cristo, por no haber aceptado la ciudad de Dios.

Pero así y todo, el Sagrado Corazón nos promete su victoria final sobre todo mal. Esa es nuestra gran esperanza, porque solamente así podemos perseverar, si somos fieles al amor de nuestro Señor. Fidelidad para con la Iglesia católica, apostólica y romana; no se puede eludir y no por una falsa concepción de Iglesia como pretende la libertad religiosa que hace facultativa esa respuesta de amor a nuestro Señor. No es autoritaria, es grave, es una exigencia del amor que es más fuerte que la muerte y cuando no se le responde, engendra la muerte. Ese es el terrible estado de separación, de ruina eterna de las almas que se condenan.

Debemos en consecuencia cada día mirar nuestra salvación con la esperanza que nos da el Sagrado Corazón. Esa confianza tiene un nombre y se llama fidelidad. Que tengamos a nuestro Señor Jesucristo, que guardemos su palabra porque quien le ama la guarda, como Él mismo lo dice. Tenemos que defender su palabra. Esa es la misión de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, guardar la palabra y el Evangelio de Dios, el depósito de la fe en medio del mundo impío donde el enemigo ha copado todos los puestos de gobierno y ha infiltrado la Iglesia; eso es lo que quieren decir todos los mensajes de nuestra Señora, eso mismo nos dice la Sagrada Escritura, que nuestro combate como cristianos católicos, como fieles a nuestro Señor no es un combate contra la carne, o sea contra los hombres de carne y hueso, sino que en última instancia es contra espíritus malignos, contra Satanás.

Mirado con ojos de fe, es el terrible estado en el que nos encontramos. Por eso, monseñor Lefebvre no quiso inventar nada sino simplemente transmitir como un apóstol de la Iglesia, como un verdadero misionero, lo que él recibió y quiso legarlo hasta el fin. Esa es la misión de la Fraternidad como la única institución de la Iglesia, que como tal quiere y mantiene viva esa palabra de Dios, no a medias, no con componendas, sino con la libertad de los hijos de Dios, de la palabra de Dios, del Espíritu Santo que sopla por doquier.

Ahí está el origen del ataque contra esta institución y por eso el “sambenito” que nos toca llevar con mucha altura no solamente a los sacerdotes sino también a los fieles, sin asustarnos, para poder fielmente corresponder a ese amor de Dios. No es que la Fraternidad se crea la Iglesia, sino que es la parte sana de la Iglesia que defiende públicamente la palabra divina, porque se trata de los actos públicos, ya que los actos privados de nada sirven cuando el debate es público. Eso fue lo que siempre quiso la revolución, que el sacerdote y la religión no salieran de la sacristía y eso se nos pide, que no hablemos, que no gritemos, que no digamos, y esa es la oposición. Todos los fieles tenemos que entenderlo para permanecer unidos en la verdad y en la fidelidad al amor de Dios, salvar las almas, poder convertir a aquellos que de buena voluntad estén en el error, y defendernos del enemigo hasta que se conviertan. Porque la Iglesia espera que algún día llegue la conversión de los judíos, del pueblo elegido, que por rechazar el amor de Cristo azota a la Iglesia hasta ese momento de su conversión y por eso la Iglesia gime con dolores de parto.

Debemos por lo mismo pedirle a nuestra Señora, a Ella, que tuvo ese amor inigualable y virginal, excelso. Nadie puede amar a Dios y a nuestro Señor Jesucristo como Ella le amó, porque correspondió plena y virginalmente a ese amor. Amor virginal que el mundo tiene olvidado y que, antaño, cuando alguien se casaba, siempre se tenía en mente la virginidad, la fidelidad de la mujer que contraía las nupcias, símbolo de esto es el vestido blanco que hoy ha perdido su significación. Nuestra Señora es entonces la expresión del amor limpio que corresponde a nuestro Señor. También el amor puro de San Juan, el discípulo amado entre todos los discípulos por haber permanecido virgen, es decir fiel, adhesión espiritual sin contaminación, sin corrupción.

Por eso también la Iglesia celebra la fiesta de las Vírgenes, de las mujeres vírgenes; con los hombres habla de doctores, confesores porque hay toda una concepción que irradia y representa ese amor. Amor que como ejemplo de pureza dio nuestra Señora con su vida. Pidámosle a Ella que espiritualmente permanezcamos vírgenes en esa respuesta de amor para excluir el pecado que nos corrompe, contamina y separa de Dios. Esa es la santidad que pide a todos nosotros la Santa Madre Iglesia. +

PADRE BASILIO MÉRAMO
7 de junio de 2002


domingo, 23 de junio de 2019

SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Se nos presenta en este Evangelio que podría llamarse de los justificados, dada la respuesta a ese padre de familia, ese gran señor que convida a sus invitados y ante el que cada uno se exime legítimamente, al menos en apariencia. En esta parábola que nuestro Señor dice a los fariseos, parecieran estar disculpados, que fueran válidas las excusas para no ir a ese convite, a esa gran invitación.

Nuestro Señor alude a la invitación universal que Él hace, que Dios hace a todos y a cada uno de los hombres para ir al cielo; ese es el tema del Evangelio, el llamado a la vida eterna, a la salvación eterna, al cielo, y por eso no hay ni puede haber excusa válida ni legítima por más que nos parezca. Nuestro Señor les quiere mostrar a los fariseos, y no sólo a ellos, sino a todos nosotros que a Dios no se puede anteponer ninguna preocupación por muy necesaria, interesante o apremiante que parezca. Él quiere nuestra respuesta y ante esa invitación no puede haber sino la aceptación sin que valgan justificaciones.

Nuestro Señor muestra cómo muchas veces anteponemos a nuestra salvación los intereses de este mundo, las preocupaciones terrenas. No creamos que eso está en el aire; basta mirar el orbe, qué hace la gente; un presidente preocupado con sus ministros y con veinte mil problemas, un médico abstraído con sus pacientes, un gerente embebido con su empresa, un comerciante con sus intereses. Todo el mundo preocupado por el negocio que tiene entre manos, y sin embargo, estamos perdiendo el tiempo si anteponemos eso como pretexto.

Esa intranquilidad, por legítima que parezca, por válida aparente frente a Dios es una excusa imperdonable; rechazamos a Dios, lo relegamos. Esa triste historia se repite mil y una veces en nuestras vidas. Si queremos una prueba de ello miremos qué hacemos y qué hemos hecho. Y a Dios no se lo contenta ni con mucho ni con poco, se lo contenta con todo nuestro corazón porque el amor de Dios es exigente; todo o nada, como es el amor.

Así vemos cómo esa respuesta que Él espera de nuestra parte es esa elección que tenemos que hacer de Dios y que debemos renovarla cada día para que no quedemos absorbidos por las cosas de este mundo; ni siquiera las legítimas; ni aun las necesarias; ni las importantes, porque todo eso vale nada ante Dios y ante la respuesta que le demos a Él, depende la salvación o la condenación eterna de nuestras almas, que aun los paganos, en medio de su error y en las tinieblas de su mitología, entendían quizás mucho mejor que los cristianos de hoy, que no creen en el infierno. Sin embargo, Platón, en su libro La República, termina mostrando el bien y el mal como paga de la elección de un alma inmortal.

No como los tontos científicos modernos ateos que niegan hasta lo que los paganos admitían y conocían como la inmortalidad del alma y los castigos o premios como justo pago por haber sido virtuosos o viciosos. Cómo no asombrarnos de que entonces los impíos tuvieran el conocimiento de esa gloria o de esa condenación eterna que apuntan al cielo o al infierno y que nosotros hoy neguemos o pongamos en duda la existencia de una de esas dos realidades; lo cual es manifiesto de que estamos mucho peor que los paganos de antaño y que si ellos tenían alguna excusa porque no se les había revelado plenamente la verdad, nosotros no tenemos ninguna y por eso es mayor nuestra responsabilidad y el que nos justifiquemos delante de Dios.

No creamos que porque somos católicos ya está; porque de católicos lamentablemente no tenemos gran cosa. Da vergüenza ver lo que hoy se dice de una sociedad católica, de una mujer católica; ¿es católica la forma en que viste la mujer? Peor que cualquier pagana que no osaba desnudarse públicamente como lo hace la mujer hoy y es evidente que no son prácticas cristianas y nos estamos acostumbrando a vivir así. A quien sugiere a una familia que se viva de acuerdo con lo que la modestia y el pudor exigen, lo acusan de ser un desfasado, un loco o de pronto un intransigente que no sabe lo que dice, porque se ha perdido la vergüenza (si la hubiera no se saldría a exhibir en la calle). Y si lo dice un sacerdote, está en contra del mundo, de la mujer o lo que fuere.

Es la triste realidad, no vivimos en un mundo católico; eso tenemos que saberlo para defendernos de ese ambiente anticristiano y pagano. Nuestras costumbres no son tan puras como debieran serlo y lo que hacemos es una mezcla, una amalgama, un término medio y con eso creemos que ya cumplimos y somos cristianos, ¡pues no! Porque ante Dios tenemos que ser totalmente como Él quiere que seamos; su amor no admite que haya una especie de tráfico, de reparto, de negociación, sino que sea total nuestra respuesta. Ésta la debemos hacer cada día; no creamos que porque vengamos a Misa ya está, porque venimos un día en la semana y aun si viniésemos a diario, no es más que una, dos horas; el resto de las veinticuatro, ¿cómo vivimos, cómo pensamos y qué hacemos?

Todo el tiempo debe ser para Dios; si realizamos otras actividades, éstas deben ser ofrecidas y puestas a su servicio y a su mayor honra y gloria aunque estuviésemos barriendo con una humilde escoba o pontificando como un gran magistrado; lo importante es que todo lo que se haga se encamine hacia ese fin que es Dios y con eso trabajemos como nos lo pide la Sagrada Escritura, esa labor sería una oración y una respuesta ofrecida a Dios. Eso es lo que nuestro Señor de algún modo quería hacerles ver a los fariseos y nos quiere hacer ver a nosotros, que no nos excusemos ante su llamado.

Pidamos a nuestra Señora, la Virgen María, que podamos cada día ser más de Dios y de nuestro Señor Jesucristo para así corresponder a su Sagrado Corazón. +

PADRE BASILIO MERAMO
2 de junio de 2002

jueves, 20 de junio de 2019

SOLEMNIDAD DE CORPUS CRHISTI o JUEVES DE CORPUS CHRISTI


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Este jueves de Corpus Christi junto con el Jueves Santo y el Jueves de la Ascensión son los días más solemnes de la liturgia católica.

La fiesta del Corpus Christi está íntimamente ligada con el Jueves Santo, con la Santa Misa y con el sacerdocio; eso hace que sea como el centro, el corazón de la Iglesia expresado a través de la liturgia de este jueves de Corpus. Y la relación que hay entre el Jueves Santo y el de Corpus, consiste en que el Jueves Santo nuestro Señor instituyó el sacerdocio y la Santa Misa. Mandó a sus apóstoles efectuar en conmemoración de Él, de ese testamento, de esa alianza pactada con su sangre por el rescate que Él pagó, redimiéndonos del pecado y del poder de Satanás, la institución de esa conmemoración ocurrida en la Cena del jueves Santo; fue una anticipación del Sacrificio cruento de nuestro Señor en la Cruz. La Santa Misa es, pues, la renovación incruenta de ese Sacrificio del Calvario; la única diferencia está en el modo de ofrecerlo y éste consiste en la Santa Misa, en hacerlo incruentamente bajo las especies del pan y del vino; esa doble consagración prefigura la separación del alma de nuestro Señor, es decir, la muerte y por eso, ese mismo día, nuestro Señor instituyó el sacerdocio en sus apóstoles.

La Iglesia, entonces, al celebrar la fiesta del Corpus Christi lo hace con la solemnidad y alegría debidas, que no se puede hacer el Jueves Santo por la tristeza y el dolor de la Pasión de nuestro Señor que conmemora toda la Semana Santa; así lo celebra hoy con alegría, con esa profusión de fe y esperanza, pero que desafortunadamente en estos tiempos modernos queda eclipsada pasando como un día laboral más, por lo que se va perdiendo su memoria y su importancia. Pero no debemos olvidar que la fiesta del Corpus Christi, del cuerpo de nuestro Señor sacramentado, lo tenemos por el Santo Sacrificio de la Misa. Es la Fiesta del Santo Sacrificio de la Misa; sin este Sacrificio no habría Jesús Sacramentado, no habría comunión, no habría synaxis, si es que queremos usar esa palabra tan utilizada hoy; ni aun en el buen sentido habría comunión, porque, ¿qué comulgaríamos si no hubiese la Misa que es esencialmente el Sacrificio de nuestro Señor bajo las especies del pan y del vino, realizada por el sacerdote en persona Christi, como alter Christi, otro Cristo que es sacramentalmente instituido por el sacramento del orden?

Todas estas cosas pasan desapercibidas, cuando no negadas por la nueva teología que quita (desacraliza) el carácter de sagrado a lo más sagrado que tiene la Iglesia católica, lo más sagrado del testamento de nuestro Señor, y de ahí la gravedad, desfigurando al sacerdote, no hecho ya para el sacrificio que da lo sagrado, sacra dans, dar las cosas sagradas. ¿Qué más sagrado que realizar en la misma persona de nuestro Señor el mismo Sacrificio de la Cruz renovado, actualizado, sobre el altar de un modo incruento? Esa es la misión del sacerdote. Hoy viene a ser, comparado mundanamente a un hombre más y cuando se celebra la Santa Misa, considerardo como un presidente que dirige a sus hermanos, realizando una synaxis, o un ágape; pero no es un sacrificio, sino una mera conmemoración, recuerdo de lo que aconteció y muchas veces no ya de lo que aconteció en el Calvario sino del misterio Pascual, como hoy tanto se habla.

Y no del misterio Pascual católico, sino del misterio Pascual a la manera judía, esa es la síntesis que hacen los mismos teólogos de la nueva teología, de la definición de la cena eucarística, no como Misa ni Sacrificio, sino conmemoración o memorial de una Pascua al estilo judío. La prueba está en que las oraciones del ofertorio están calcadas de ese ritual de la Pascua judía, con lo cual se puede concluir basados en ese trabajo que se hizo hace poco y que la Fraternidad Sacerdotal presentó a Roma para mostrar la gravedad; y la síntesis que se puede hacer de ese trabajo, es que: la nueva misa por la voluntad de aquellos que la confeccionaron, no es más ni menos que el memorial de la Pascua judía.

Hasta allá se llegó y aunque algunos pretendan que sea el memorial de la Pascua católica, eso sería falso, no es el memorial de la Pascua de la Resurrección, sino de la muerte de nuestro Señor Jesucristo inmolado en la Cruz; no cambiemos los términos, en la teología del dogma cada palabra, cada concepto, tiene su peso específico y no es que no se pueda cambiar ni una palabra, es que hasta ni siquiera una coma y ni una tilde en las cosas que son de Dios y que es Dios quien nos las lega y encomienda para que la Iglesia católica, apostólica y romana las guarde santamente y fielmente las trasmita.

Esto es lo que hace la Tradición. Por eso no puede la Iglesia católica sin Tradición católica custodiar santamente y trasmitir fielmente. Esa es su misión y para ello está investida de infalibilidad, no para proclamar nuevos dogmas ni nuevas verdades ni nuevas cosas, sino para proclamar aquello que en sustancia Dios reveló y que la Iglesia custodia y transmite a través de las generaciones hasta el fin del mundo, para que los hombres adhiriéndonos a la fe de la Iglesia, nos salvemos. Esa es la misión de la Iglesia y no otra; de ahí la importancia, sobre todo hoy cuando la misa romana es atacada y perseguida, esa misa que el Santo papa Pío V, quien fue también inquisidor, canonizó, excluyendo toda posible equivocación o error; por eso es una misa canonizada, por eso es una misa a perpetuidad, por eso la podemos decir nosotros con toda tranquilidad y por eso es un crimen perseguirla, porque sería perseguir a la Iglesia, apuñalar el corazón de la Iglesia, traicionar a nuestro Señor, falsificar su testamento, no sería cumplir su voluntad, no seríamos sus herederos; esa es su importancia.

Y por todo lo anterior monseñor Lefebvre, ese santo obispo de benemérita memoria, prefirió ser insultado, ultrajado, escupido, por defender ese testamento, ese legado, esa herencia de la Iglesia católica; por eso nosotros debemos estar dispuestos incluso a dar nuestras vidas, porque sin eso no hay Iglesia católica, no hay herederos de nuestro Señor, no hay salvación. Pero el mundo de hoy no está solamente imbuido de un nuevo paganismo, sino de la incredulidad y de la impiedad y no respeta nada ni a nadie, no respeta a Dios ni a su Iglesia, solamente se “respeta a sí mismo” proclamándose dios con su “dignidad, libertad y derechos humanos”; esa es la civilización que hoy se entroniza en contra de Dios y de la Iglesia católica, apostólica y romana. Esa es la crisis, dolor y pasión de la Iglesia; no lo olvidemos.

La Santa Misa no es el memorial ni de la Pascua de nuestro Señor ni mucho menos de la Pascua judía del Antiguo Testamento, que era una figura de la Pascua de nuestro Señor, sino que es el Santo Sacrificio del Calvario renovado incruentamente bajo las especies de pan y vino sobre el altar y por eso en la epístola de hoy no se habla de la Pascua, sino de la muerte de nuestro Señor; no dejemos adulterar nuestra religión, no dejemos que nos la cambien, no dejemos que la Iglesia se judaíce. La Historia del mundo gira sobre dos polos, o se cristianiza o se judaíza, a la larga o a la corta, no hay término medio y el mal se acrecentará en la medida en que nos judaicemos en todos los órdenes y niveles. Esa judaización de la Iglesia la estamos viendo; por eso debemos guardar esa fidelidad a nuestro Señor, a su alianza, a su Iglesia, y la mejor manera de servir a la Iglesia, de ser fieles, es conservando la liturgia sacrosanta de la Santa Misa, de la Iglesia católica en toda su pureza, tal cual como lo definió San Pío V.

Por eso, sin pretender ser mejores que nadie, monseñor Lefebvre, con la Fraternidad que él fundó, es la expresión más fidedigna de esa fidelidad a la Iglesia y a nuestro Señor, a la religión católica, fidelidad al Corpus Christi, al cuerpo y la sangre de nuestro Señor que se da como pan del cielo para que, en comunión con Él, dándonos no un banquete, sino su propia carne, integrarnos y asimilarnos en su cuerpo Místico que es la Iglesia, divinizándonos, participándonos de su divinidad; de ahí la necesidad de recibir a nuestro Señor con un corazón puro, es decir, teniendo conciencia de no tener pecado mortal, para no beberlo y comerlo indignamente, para que sea fructuosa esa comunión y como pan del cielo nos lleve en la última hora, en la hora de la muerte como viático al cielo; todas estas cosas significa la fiesta y la liturgia de hoy que pasa desapercibida.

Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, Ella, que ofreció a su Hijo no como nosotros los sacerdotes de un modo sacramental e incruento sino que lo ofreció en sí mismo en la Cruz, donando, dando al Padre Eterno uniéndose a nuestro Señor en la hora de su muerte; de eso no nos damos cuenta, pero Nuestra Señora hizo ese gesto que le desgarró, que le partió en su ser, ofreciendo a su Hijo amado y por eso Ella está al pie de la Cruz y por eso nosotros tenemos que estar con Ella y quien no está con Ella no está con nuestro Señor. Por lo mismo, no se puede tener a Dios por Padre si no se tiene a María por Madre; por eso Ella es la Madre de la Iglesia, es Madre nuestra. Confiémonos a Ella para que nos fortalezca con esa fuerza que Ella demostró ante la cruz y con esa capacidad de sacrificio y de oblación para que así nos configuremos más a nuestro Señor Jesucristo. +

P. BASILIO MERAMO
14 de junio de 2001




domingo, 16 de junio de 2019

FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD Primer Domingo Después de Pentecostés


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Después de transcurrir el tiempo pascual éste se cierra con Pentecostés, es decir, con el envío del Espíritu Santo que vivifica a la Iglesia, que es su alma y la gran promesa de nuestro Señor, el Espíritu Santo es quien nos recordará todo lo necesario para nuestra salvación, para que la Iglesia perdure hasta el fin de los tiempos. Es importante tenerlo presente porque la Iglesia no es un ente muerto aunque esté hoy maltratada, ultrajada, pero sin embargo camina por esa unión con el Espíritu Santo, que es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Y ésta nos vivifica también en el amor divino por la gracia; y no que hay olvidar que es una participación a la naturaleza divina de Dios y por eso somos como otros dioses, “seréis como dioses”, no por mérito propio como orgullosamente quiso Satanás hacerlo, sino por medio de nuestro Señor. Igual fue la gran tentación de la serpiente a Eva, a nuestros primeros padres, y es la gran atracción del hombre, el querer ser como Dios, no por obra y gracia de su ser, sino por propio derecho, por su propia dignidad, por su propia libertad, por su propia personalidad.

Ya se ve cómo en todo este ecumenismo, en todo este modernismo, está latente toda esa herejía de la divinización del hombre por sus propios méritos, por su propia naturaleza, por su propia dignidad; ese es el gran error, la gran herejía y será la gran apostasía que culminará representada en una cabeza que será el anticristo; antes de ella habrá muchos antecesores, predecesores que le prepararán el camino. Debemos estar vigilantes y saber a qué atenernos, para que no nos pase lo del camarón que se duerme y se lo lleva la corriente.

Católico que se duerme lo envuelve el torbellino de este mundo, que camina hacia la divinización del hombre sin la gracia de Dios, sin nuestro Señor Jesucristo, sin la Iglesia. Si se llegase a hablar de gracia, es una exigencia; esa es la idea de Henri de Lubac, que fue ensalzado por tamaña herejía; son hechos.

Y bien, después de festejar la Resurrección, la Ascensión de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, la Iglesia nos trae en este primer domingo después de Pentecostés el gran misterio del Padre, de la Santísima Trinidad, que especifica, que determina nuestra atención, nuestra creencia en Dios y eso es netamente sobrenatural. Porque a Dios se le puede conocer naturalmente, tributar un culto natural como dueño y Señor de todo lo creado, autor del universo; pero esa no es nuestra relación; la nuestra no es un culto o una relación natural, no es un conocimiento natural de Dios omnipotente, absoluto, infinito, eterno, sino que además es Dios Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Por ello ese gran dogma de esa multiplicidad relativa en Dios, que podría decirse es el gran misterio de la relatividad divina, porque nosotros podemos concebir, como lo han hecho los paganos, un Dios creador omnipotente, bueno, eterno, sabio, inteligente, bondadoso, absoluto. Lo inconcebible para ellos es que ese Dios eterno, absoluto uno sea a la vez trino sin que haya tres dioses, como farisaicamente alegaban los arrianos a los católicos, a San Atanasio, de creer en tres dioses al proclamar la Trinidad o al afirmar que nuestro Señor era también Dios y no simplemente un gran personaje, un gran profeta, un ser excepcional, pero sin reconocer su divinidad como hacía Arrio, el sacerdote judío de Alejandría.

Esa herejía se extendió por todo el universo y hubo necesidad de grandes sabios como San Atanasio para que se mantuvieran la llama y la luz de la verdad de los misterios de Dios. Y para que nuestro Señor sea verdaderamente Dios, además de ser hombre se requiere antes el reconocimiento y el conocimiento sobrenatural de la Santísima Trinidad, de la cual monseñor Lefebvre decía que era muy difícil predicar porque los misterios superan nuestra inteligencia, la razón y el entendimiento. Nos adherimos a ellos por un acato sobrenatural de fe que se liga al testimonio fidedigno de Dios, cree en su palabra.

Por ello es pecado contra la fe no creer en la palabra, en el testimonio de Dios y peor cuando esta prueba es nuestro Señor Jesucristo en persona, que se encarnó para revelar los misterios de Dios.

Toda nuestra fe se basa en la revelación de Dios, de su palabra, sin olvidar que se encarnó, porque la palabra de Dios es el Verbo eterno y éste se hizo carne, se hizo hombre. Pero como dice San Atanasio, no se convirtió la divinidad en carne sino que asumió la naturaleza humana, la carne. Decía que había que creer en la Santísima Trinidad y en la encarnación de nuestro Señor para salvarnos. Explicaba, además, que el Padre era eterno, que el Hijo era eterno y que el Espíritu Santo era eterno, pero se creía en un solo Dios, no había tres eternos y tres dioses, tres omnipotentes, sino un solo Dios en tres personas. Eso es lo que hace imposible a todo entendimiento creado, sea genio o normal, el conciliar que Dios, uno, absoluto, sea también a la vez relativo, porque las personas de Dios son una relación de origen, son en todo igual, en lo único que se distinguen y se diferencian es en un vínculo de procedencia.

Y, ¿qué quiere decir eso? Que el Padre no procede de nadie, es ingénito, que el Hijo procede del Padre como emana el pensamiento de la inteligencia, y por eso se condensa en su Verbo, que es el Hijo. El Hijo procede del Padre; esa unión que podríamos ver entre el pensamiento, entre los nuestros, nuestras ideas, nuestros conceptos y la inteligencia; pero mientras en nosotros es un accidente, en Dios no. Es una realidad que constituye una persona divina y por eso el Verbo es el Hijo del Padre, procede del Padre, que lo engendra como lo hace la inteligencia con el pensamiento y por eso se da esa comparación, esa relación, comparándola con el intelecto.

El Padre y el Hijo al verse el uno frente al otro, por decirlo así, no pueden sino suspirar de amor el uno por el otro y en esa exhalación de amor se genera el Espíritu Santo. Por eso la distinción es simplemente una relación de origen, no ya a la inteligencia como en el caso del Hijo sino al amor, a la voluntad de Dios. Son explicaciones que nos dan una pauta, una lejana idea, pero que nos pueden ayudar a comprender y por eso se llama el Espíritu Santo, por ese amor, por ese soplo de amor porque es de Dios.

Y así entonces creemos en la Santísima Trinidad y no en tres dioses sino en un solo Dios verdadero en tres personas. Eso es lo que significa cada vez que nos santiguamos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; proclamamos, profesamos ese dogma esencial de la Santísima Trinidad sin el cual es imposible salvarnos, sin el cual nadie cree sino es movido por el Espíritu Santo, por el Espíritu de Dios; por ello debemos guardar esa característica sobrenatural de nuestra fe, para que no degenere en una fe puramente natural. Eso es lo que nos distingue de los judíos, de los musulmanes, de los budistas y de todas las falsas religiones que no creen, que no aceptan y que no reconocen a la Santísima Trinidad y creen, más aún, que cometemos un pecado de idolatría al hablar, según ellos, de tres dioses.

Por eso San Atanasio explicaba que creemos en tres personas distintas pero en un solo Dios verdadero, no en tres dioses y así se cierra este misterio que contemplaremos por toda la eternidad después de haber pasado por esta vida efímera en esta tierra. Consideremos a Dios en ese y en todos sus misterios, como el de la Encarnación que es el segundo gran dogma de nuestra santa religión.

Pidamos a la Santísima Virgen María que cada vez más, a través de la oración y la meditación podamos penetrar estas creencias insondables de Dios que es lo que han hecho los Santos y que no estemos tan distraídos, dispersos, con la radio, la televisión, las revistas, las noticias; todo eso es nada por muy importante que pueda parecer, ante la Trinidad infinita de Dios.

De ahí que uno de los principales enemigos sean los medios de comunicación que impiden que el alma repose en la contemplación de las cosas de Dios, en la oración. Voy a decir algo que les va a chocar, pero es la realidad: desgraciadamente aquel que quiere rezar y acercarse a Dios, como no sabe hacerlo, se pone a hablar y a hablar y se dedica a una oración puramente vocal y como hay manuales que ayudan a ello, piensan que en eso consiste. Es un grave error y los libros de devoción son un auxilio, para que podamos a entender, como un piloto que ayuda a encender el motor. Pero no para que se conviertan en el centro de la oración.

Me da vergüenza decirlo, pero es así, lo vemos aquí en la capilla frente al Santísimo sacramento, “bla, bla, bla”; entiendan bien esto, no es que esté en contra, pero sepan hacer uso de esos libros de devoción ante el Santísimo Sacramento o ante Dios. Eso debe ser simplemente el inicio que nos dé la chispa para que nuestra alma, después, elevándose humildemente, llegue a reposar en Dios. Falta esa vida de oración, de vida interior y por eso la religión, para acabar, pareciera ser para esas beatas que lo único que saben hacer es “bla, bla, bla”, pues cuando rezan el Rosario no lo hacen con devoción. El santo Rosario es una excelente oración vocal y está mal dicho si yo no reflexiono en los misterios de la vida de nuestro Señor que son un Evangelio resumido. No es un puro hablar y hablar, detrás de todas las Avemarías está la meditación; de allí la conveniencia de anunciar el misterio y el fruto de ese él para que a lo largo de esa decena haya un recogimiento y una contemplación de los dogmas de Dios. No sé si está claro, pero es para señalar que debemos rezar con el corazón y no con la boca.

Debemos ir a la esencia de las cosas, a la intimidad, al corazón, a la médula, para que nuestra religión católica que hoy está siendo adulterada, corrompida, ultrajada, no sea el puro follaje superficial, como pasó con el judaísmo y el fariseísmo, que convirtió la religión del Antiguo Testamento en puro ritual externo y así, podamos entonces adorar a Dios en Espíritu y en verdad. Que no seamos fariseos quedándonos únicamente con lo externo, con el palabrerío sino ir al corazón, a la médula.

Es por eso que Dios ha permitido, sin ninguna duda, esta gran hecatombe, para que toda esa escoria, esa superficialidad, esa vanidad disfrazada de piedad y religión caiga; que así como el oro se acrisola con el fuego, así se purificará a los verdaderos fieles en los últimos tiempos que vivimos, al fuego, para que caiga la escoria, lo superficial y que quede realmente el oro.

Pidamos a nuestra Señora para que Ella nos ayude verdaderamente a contemplar y amar a Dios como Él quiere y se merece. +

PADRE BASILIO MERAMO
15 de junio de 2003

domingo, 9 de junio de 2019

DOMINGO DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Nos encontramos en el Domingo de Pentecostés, a los cincuenta días de la Resurrección de nuestro Señor, que eso significa Pentecostés, los cincuenta días transcurridos desde su Resurrección.

En este día de Pentecostés tenemos la efusión plena del Espíritu Santo que formaliza la Iglesia, que la constituye plenamente formada desde adentro, porque el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Esa Iglesia que estaba reunida toda en este día en el cenáculo era la Iglesia naciente, la Iglesia primitiva y según los Hechos de los Apóstoles había ciento veinte fieles en total.

Y allí estaba toda la Iglesia católica, vivificada por el Espíritu Santo, Espíritu que procede del Padre y del Hijo y no solamente del Padre, sino del Hijo también, como profesa nuestro credo con el famoso filioque; las Tres Personas de la Santísima Trinidad son iguales en todo, la única distinción o relatividad que hay en lo absoluto de Dios, está en cuanto al Origen ; el Padre que es ingénito o agenethos, que no procede de nada ni de nadie; el Hijo que procede del Padre, es la Palabra, el Verbo de Dios, del Padre, el pensamiento del Padre y el Espíritu Santo, que procede de ese mutuo amor, de ese amor consustancial personificado en la Tercera Persona de la Santísima Trinidad y que es el alma de la Iglesia, que es la gracia santificante, y que la Iglesia recibió esa plenitud en el día de Pentecostés, quedando confirmados sus apóstoles. Esa confirmación que recibimos nosotros en el Espíritu el día de la confirmación, siendo confirmados en la fe del bautismo en el Espíritu de la Iglesia, en el Espíritu de Verdad.

No nos debe inducir al error el que nuestro Señor diga en el evangelio que sube al Padre porque el Padre es mayor que Él, el error de creer que Él es inferior y que por ser inferior no es Dios, como creían o afirmaban los arrianos. Por eso se necesita teología, doctrina, para no interpretar herética o erróneamente las Escrituras, oscureciendo las verdades divinas. Entonces, ¿en qué sentido nuestro Señor dijo y pudo decir que el Padre era mayor que Él? Ciertamente no según su generación divina, eterna, pues en eso es en todo igual, entonces será y es en cuanto a su generación temporal, en cuanto asumió una carne, una naturaleza humana.

Entonces, en cuanto hombre, sí podía decir que era menor que el Padre, pero sin olvidar que Él era la persona del Verbo; y en cuanto persona, es Dios, porque la persona de nuestro Señor no es humana. No es que no tenga existencia humana como dicen tontamente muchos filósofos y teólogos, confundiendo la existencia con el ser, el ser que constituye en los seres inteligentes la persona, la existencia humana. Claro que la tuvo y es absurdo y herético negarlo; lo que no tuvo fue persona humana, pues su persona era divina, era de ser divino que asumió la naturaleza humana y le dio existencia y existió históricamente, por eso nuestra religión no es una imaginación, sino una realidad histórica, y así nuestro Señor siendo en su persona divino, era su naturaleza humana y por eso confesamos en Él una persona en dos naturalezas, una divina y otra humana y esa naturaleza humana existió real e históricamente.

Por eso convenía que subiera al Padre, para que así estuviera a la diestra del Padre esa naturaleza que Él asumió y que después de su Resurrección era gloriosa, porque antes fue pasible, para poder morir en la Cruz por nosotros y así, al subir al cielo, y enviar conjuntamente al Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, verdad que es refutada por los ortodoxos. Es lo que niegan y por eso son herejes además de cismáticos además de no aceptar el sumo pontificado de San Pedro perpetuado a lo largo de la Historia en los Papas como legítimos sucesores de la cátedra de Pedro en Roma, legítimos sucesores porque ha habido ilegítimos, poco más o poco menos cuarenta antipapas en la historia de la Iglesia; pero eso lo niegan los ortodoxos quienes no aceptan el papado y por eso son doblemente herejes.

Sube entonces nuestro Señor a los cielos para mandar al Espíritu Santo; así como Él fue enviado por el Padre, el Espíritu Santo es el enviado del Padre y del Hijo; por eso dice nuestro Señor: “El que el Padre os enviará en mi nombre”, y es el Espíritu de la Iglesia, es lo que hace a la Iglesia infalible, lo que la hace indefectible en el tiempo a través de la Historia y en la doctrina a través del Magisterio. Por eso la Iglesia es luz del mundo y por eso es una contradicción una Iglesia que no sea luz, que no sea verdad, que no sea Espíritu de luz y de verdad, conjuntamente con Espíritu de amor.

Por eso toda la confusión que ha creado el Vaticano II dentro de la Iglesia no es del Espíritu Santo, no es del Espíritu de Dios, no cumple la definición, porque no fue un concilio asistido por el Espíritu Santo, Espíritu de Verdad que lo haría infalible, y que fue el único concilio ecuménico que declinó, cosa abominable por cierto, ya que todo concilio ecuménico por definición es infalible. Un concilio ecuménico no infalible es un absurdo teológico, y ese monstruo ahí lo tenemos diseminando el error, la confusión y las tinieblas, lo que denota que no es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Verdad. Nuestro Señor lo recalca en el evangelio de hoy: “El que me ama guarda mis mandatos; mi doctrina no es mía sino que la he recibido del Padre”, como queriendo decir, lo que yo digo como Verbo del Padre, como Verbo de Dios no es mío sino que es de mi Padre, yo no lo puedo cambiar, no lo puedo adulterar, no puedo decir otra cosa.

Lo mismo le ocurre a la Iglesia que no puede cambiar ni modificar esos mandatos, esa doctrina, ese Espíritu de verdad; y si lo hace, por ese mismo hecho deja de ser Iglesia, de ser de Dios, para convertirse en una contra-iglesia en la sinagoga de Satanás, que es lo que quisiera el demonio y que es lo que estorba para que reine a través del Anticristo; es el obstáculo que tiene con la Iglesia. Por eso trata de destruir la Iglesia, socavarla desde dentro, crear un concilio ecuménico que no cumpla la definición de infalible y que, por tanto, no es ecuménico; por lo mismo está plagado de errores y que son como monstruos de apostasía y de herejía. Así se disemina el humo de Satanás, como lo dijo el mismo responsable Pablo VI, quien firmó y avaló con su autoridad esos errores que están destruyendo a la Iglesia.

Debemos tener cuidado ya que el Anticristo entrará en la Iglesia –no en la verdadera–, para tomar el puesto de Dios y por eso tenemos que estar muy alertas y vigilantes y versados en la doctrina y la fe católica, para defenderla y que no nos presenten una religión falsificada y adulterada que sirva de sede al Anticristo y así nos mancomunen en el ecumenismo que alberga a todas las religiones, convertidos entonces en la contra-iglesia, en la sinagoga de Satanás. Ese es el misterio de iniquidad, esa será la abominación de la desolación, la gran tribulación que llegará a su culmen cuando reine e impere dentro de la Iglesia el inicuo, el Anticristo y eso hay que predicarlo y decirlo, no hay que ocultarlo para poder permanecer fieles testigos de la verdadera y única Iglesia católica, apostólica y romana.

 Porque “Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo”, lo dice Nuestra Señora en La Salette. Pero la verdadera Iglesia subsistirá reducida a un pequeño rebaño fiel a la Tradición católica, apostólica y romana, fiel a los mandatos de Cristo, fiel a la doctrina de Cristo. Ese es todo el problema. Que el mal quiere destruir el bien y el bien está representado en la Iglesia católica por todos aquellos que resisten al modernismo, al progresismo y que en cierta forma enarbola la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. De allí también el interés por destruir la Fraternidad, dividirla, socavarla, homologarla en un abrazo. Ese es todo el problema de la persecución tan pasmosa. Es lamentable que todo un cardenal colombiano sea el encargado de hacer ese puente, ese abrazo.

Nuestra única salvación será mantenernos firmes en la doctrina de nuestro Señor, firmes en el Espíritu de Verdad, en el Espíritu Santo. No dejarnos halagar por una Iglesia que a la larga o a la corta deja entronizar al enemigo de nuestro Señor, al Anticristo. De ahí la necesidad de mantener la pureza de la fe y no ser cobardes, no tener miedo, porque el mal cobra fuerza cuando hay debilidad en los buenos, cuando no presentan batalla, cuando no son aguerridos, cuando no son soldados de Cristo, que para eso hemos sido confirmados en la fe, para ser sus soldados y no miedosos o cobardes; no como los mercenarios que están en la Iglesia por el interés de la prebenda, el prestigio, el poder; en fin, que no están por Dios; debemos estar por el verdadero amor a Dios para dar testimonio, y, si es necesario, morir por ello.

La Iglesia primitiva está llena de mártires. Los cuarenta primeros Papas casi todos lo fueron por confesar la fe; esa hilera de Papas justos se interrumpió con Liberio, quien condenó a San Atanasio; hasta Liberio todos fueron beatos, porque la Iglesia es mártir. No podemos olvidar que salió del sacrificio de nuestro Señor Jesucristo en la Cruz y quedó coronada, plenificada como en el día de hoy con la venida del Espíritu Santo con Pentecostés. La Iglesia no es una cuestión de volumen ni de número, ya estaba toda constituida con los ciento veinte discípulos incluidos los apóstoles, porque estaba el Espíritu Santo. Entonces, no pensemos que es una cosa de multitudes, y que deba convertirse al mundo y a las multitudes, pues para irradiar la verdad es luz del mundo, a ella se tienen que convertir y no al revés como ocurre hoy que todo se adultera y se profana. Es una religión profanada, antropológica, de la revolución, en vez de ser la religión teológica de la Tradición.

Debemos tener claras estas cosas; es lamentable que no muchos las prediquen para alertar a los fieles, para que cuando venga el lobo no se lleve a las ovejas y estas sepan defenderse. Esta crisis se debe en parte a que los fieles no saben defenderse; durante años se ha predicado sin darles la esencia para protegerse cuando venga la prueba, cuando venga la persecución, cuando venga la adulteración de la religión, cuando la fe se esté extinguiendo. Como dice nuestro Señor: “Si acaso encontraré fe sobre la tierra”, y son pocos los sacerdotes que creen en los evangelios, en las profecías; no tienen ni idea en dónde están parados ni en qué momento histórico están viviendo y creen que todo es una cuestión de acabar y solucionar con cualquier gesto.

Solamente un milagro soluciona esta crisis, una intervención de Dios.
Roguemos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen, Ella, que estuvo plena del Espíritu Santo desde el primer momento de su Inmaculada Concepción, Ella, que se mantuvo firme ante la crucifixión de nuestro Señor mientras que los apóstoles huían. Sea entonces Ella quien nos haga mantener firmes en esta crucifixión de nuestro Señor en su Cuerpo Místico, la Iglesia, hoy perseguida, para que nos mantengamos fieles con la llama del Espíritu Santo, Espíritu de Dios, de Verdad y de amor. +

P. BASILIO MÉRAMO
3 de junio de 2001


domingo, 2 de junio de 2019

DOMINGO DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este domingo después de la Ascensión, que no se puede dejar pasar sin hacer alusión a la manera cómo desafortunadamente se va marginando a nuestro Señor de la España supuestamente católica, ya no se festejan esos jueves más refulgentes que el sol, ya no reluce nuestro Señor en el mundo católico, no hay naciones católicas; la apostasía de las naciones es evidente para quien quiera ver, y quien no lo quiera, pues que continúe en la ceguera. Y pareciera ser que la Providencia permite que se le ultraje, así como permitió que nuestro Señor fuese ultrajado en su propio cuerpo; permite también que se le ultraje en su culto al relegar a nuestro Señor, como si ya no tuviese ningún interés para nuestra sociedad; así pasa el día de la Ascensión en el pueblo, como un día de trabajo más, sin glorificar a nuestro Señor.

En este domingo después de la Ascensión, nuestro Señor, a través del evangelio, nos dice que no nos escandalicemos de dar testimonio de Él, que sube al cielo y nos envía el Espíritu Santo que viene a dar Su testimonio, testimonio de nuestro Señor Jesucristo, y que ese testimonio que viene a dar el Espíritu Santo también lo darán los apóstoles, porque estuvieron desde el principio con Él; aquellos que no le traicionaron, que no le abandonaron, sino que desde el principio creyeron en Él y rindieron su testimonio. No escandalizarnos entonces, en primer lugar de dar testimonio y como consecuencia de ese testimonio, no escandalizarnos tampoco de las persecuciones que ese testimonio de nuestro Señor acarree; es decir, nuestro Señor prevé para sus apóstoles y para toda la historia de la Iglesia una persecución a causa del testimonio que dé Él a quien con Él esté, aquellos verdaderos discípulos, no el de los traidores, no de quienes le reniegan o quienes le dejan a mitad del camino, sino de quienes permanecen con Él desde el principio hasta el final, apoyados por el Espíritu Santo.

Ese testimonio acarreará indefectiblemente persecución por parte de los judíos quienes los echarán de la sinagoga, Iglesia de entonces y presagio de lo que sería después. Si hoy en día se nos persigue por dar fiel testimonio de nuestro Señor Jesucristo, no nos escandalicemos de ser excomulgados de la Iglesia. El ser echados de la sinagoga era ser excomulgados y eso ¿acaso no es lo que pasa hoy día?; parece ser que el evangelio va dirigido de una forma muy particular a nosotros que permanecemos fieles dando testimonio de nuestro Señor. Lo peor del caso es que nuestro Señor dice que: “Aquellos que os echaren de la sinagoga creerán hacer un favor a Dios”, o sea que la causa, según aquellos que echaren a los verdaderos testigos que dan testimonio de nuestro Señor, es que creerán hacer un favor a Dios. Debemos suponer entonces que es por Dios que lo hacen, es decir, tendrán un motivo religioso, un motivo teológico, modo de actuar típico del fariseísmo: perseguir la verdad en nombre de Dios; lo que ocurre hoy, excomulgar la Tradición en nombre de Dios, echarnos fuera de las iglesias en nombre de Dios. Ya nuestro Señor, entonces, muy claro lo advirtió, no nos escandalicemos cuando veamos que estas cosas ocurran, que se nos echa de la Iglesia, que se nos excomulga y todo esto en honor al nombre de Dios.

“Y obrarán así, por no conocer ni al Padre ni a Mí”. Aquellas personas que excomulgaron a los apóstoles y las que nos excomulgan a nosotros no conocen ni al Padre ni parecen conocer a nuestro Señor Jesucristo, ya que el Espíritu de Verdad no está en ellos aunque invoquen la autoridad y  a nuestro Señor; es decir, a Dios, no le conocen. Es lo que pasa hoy de una manera patética, claramente se ve para aquellos que quieren ver; quien no quiere ver, porque tiene miedo de la luz, seguirá ciego, con una ceguera voluntaria, culpable. Por eso, de una forma u otra todos los que colaboran con la demolición de la Iglesia, persiguiendo a la Tradición y que no están plenamente con la Tradición, no dan testimonio de nuestro Señor Jesucristo y en definitiva no conocen al Padre, porque por no conocer al Padre persiguen a nuestro Señor Jesucristo a través de aquellos discípulos fieles que dan testimonio.

Con el evangelio de hoy, entonces, nuestro Señor pone de manifiesto una contradicción tremenda, monstruosa, esa monstruosidad se llama fariseísmo: aplicar con todo el rigor la Ley de Dios contra Dios; es un pecado de la inteligencia contra el Espíritu Santo, la impugnación de la verdad. Fue ese el pecado del pueblo elegido, pecado del judaísmo y es el pecado que comete la actual jerarquía de la Iglesia, que ha condenado a Monseñor Lefebvre y a través de él, no a personas por él representadas, sino a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Y esa persecución es la que hoy por hoy está vigente, con una vigencia atroz: libertad para todo, menos para la verdad; todo se cambia, todo se permite, únicamente no es permitido el ser fieles testigos de nuestro Señor Jesucristo. Se cambia hasta el Vía crucis –por no corresponder al rigor exegético o histórico de lo que la ciencia hoy entiende por exegesis o por historia–, así que todos aquellos que durante años se han santificado haciendo el Vía crucis, hoy ya no; se cambia sistemáticamente todo porque Satanás es el fondo, inspira esta revolución, odia todo lo que sea de Dios y todo lo que sea la imagen de Dios, hasta en las cosas más insignificantes; por eso hay que subvertir, cambiar, revolucionar todo, poco a poco, pero de manera segura y a todos aquellos que han aceptado ese cambio, pues hacen de su vida una continua y permanente claudicación, pequeña, gota a gota, pero claudicación.

 Frente a todo lo anterior tenemos que mantenernos firmes, sin ceder, firmes pase lo que pase. Persecuciones, todas las que hubiere, ya lo tenemos advertido: no nos escandalicemos, no nos preguntemos el por qué. Es lógico, es hasta en cierta forma natural que se nos persiga. Permanezcamos entonces fieles en ese testimonio de nuestro Señor Jesucristo, fieles al Espíritu de Verdad, como llama nuestro Señor al Espíritu Santo y fiel en definitiva al Padre Eterno; “aquel que conoce al Padre me conoce también a mí”, dice nuestro Señor, entonces no le reneguemos, y no solamente en el plano doctrinal, en el plano teológico, en el plano de la fe, sino también en el orden cotidiano de nuestra vida, en nuestro actuar, en definitiva. Seamos fieles a nuestro Señor con nuestras inteligencias y con nuestros corazones, deseando verdaderamente la santidad, esa santidad que nos traerá el Espíritu Santo en plenitud; por eso nuestro Señor sube al cielo, para que el Espíritu Santo, el Espíritu de Verdad venga sobre nosotros, venga sobre la Iglesia, la Iglesia fundada por nuestro Señor Jesucristo con la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés.

Pidamos a nuestra Señora. A Ella, que en cierta forma presidía ese cónclave que hubo en el cenáculo esperando durante este tiempo, justamente entre la Ascensión y Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, para que reine en nosotros, para que reine en nuestros corazones. Aboguemos siempre con espíritu de verdad, nada de engaños, nada de mentiras, nada de claudicaciones, testimonio fiel sin escándalo de la persecución, sin escándalo de las excomuniones, sin escándalo incluso de todo lo que veamos de malo en nuestro derredor. +

P. BASILIO MÉRAMO     
12 de mayo de 1991