San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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miércoles, 25 de diciembre de 2019

Natividad del Señor

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Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Esta es la tercera Misa de Navidad y corresponde a la Misa del día. La primera fue la Misa de medianoche, de gallo; y la segunda, la Misa del alba o de la aurora. Con estas tres Misas la Iglesia quiere manifestar lo sublime que es esta fiesta de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo, de la Navidad, por lo cual en esta tercera Misa, la Iglesia ha elegido se lea el evangelio de San Juan con el que finalizan todas las Misas.

San Juan, el discípulo amado, es representado por el águila para simbolizar su alto vuelo, agudeza y profunda visión al situar al Verbo desde su origen en la Trinidad. Dice en su evangelio: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio en Dios”. Ese principio es el Verbo que se hace hombre y: “en Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, y la luz resplandece en las tinieblas y las tinieblas no la han recibido”. “Existía la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo”. “Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron”. “Pero a todos los que le recibieron, que son los que creen en su nombre, dioles potestad de llegar a ser hijos de Dios”. Es taxativo, fundamental, nos sitúa directamente en el orden sobrenatural; el concepto de Dios se adquiere por el conocimiento natural, pero el concepto de Cristo nos introduce directamente en el plano de lo sobrenatural, en el orden sobrenatural de la fe.

Por eso, al pronunciar el nombre de nuestro Señor Jesucristo no queda más que arrodillarse y adorarlo como a Dios, como al Verbo Encarnado. Es lo sublime de la religión católica que excluye toda falsa religión, todo otro nombre, toda otra posibilidad de salvación, cualquier otra iglesia, y eso hay que reafirmarlo hoy en medio de tanta confusión en materia religiosa, de salvación y en materia de gracia. Por eso San Juan es taxativo, no deja lugar a dudas, proclama esa fe y la generación eterna de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que es lo que quiere significar esta tercera Misa, la generación eterna en Dios del Verbo que procede del Padre; el Padre que le engendra desde toda la eternidad, desde siempre,  y que por ese Verbo se han hecho todas las cosas; el universo y toda la creación converge en nuestro Señor Jesucristo. Es Rey de Reyes, Cristo Rey.

Desgraciados aquellos hombres y pueblos que no quieren someterse al suave yugo de nuestro Señor y no quieren reconocerle. Y ¡maldita, mil veces maldita sea la libertad religiosa que le niega el derecho de exclusividad a nuestro Señor! Por eso, es una herejía el ecumenismo que flagela y destruye la Iglesia, que pretende destruir la majestad de Dios y eso el mundo no lo ve, porque no tiene fe; no se consideran estas verdades a la luz sobrenatural de la fe y por eso la Iglesia está siendo cada vez más reducida a un pequeño rebaño fiel a nuestro Señor.
No podemos dejar pasar sin advertirlo, debemos estar vigilantes, que no en vano festejemos la Natividad de nuestro Señor. Si Él no es el Cristo, si Él no es el Ungido, ¿quién es el Verbo de Dios entonces? Habría que ver qué significado tiene la Navidad. Toda la religión católica caería por tierra. Se socavan la religión y la Iglesia católica al permitir la posibilidad de salvación no en el nombre de Cristo sino en cualquier falsa religión, como era lo que proclamaba esa falsa santa: la Madre Teresa de Calcuta.

Y que Dios y ustedes me perdonen, mis estimados fieles, pero es la verdad a la luz de la fe; ¿cómo es posible que el apostolado de ella consistiera en que cada uno se puede salvar, ya sea un buen pagano, un buen musulmán o un buen judío? Eso es filantropía, no es la caridad de Dios que debe predicar a Cristo; el apostolado es atraer a los infieles y a todos los hombres al nombre de nuestro Señor Jesucristo; ese es el apostolado de la Iglesia y no lo que hoy se predica, “que cada uno sea bueno en su creencia, según su conciencia”. ¿Cuál conciencia? La inconsciencia que da un mundo impío y ateo que por orgullo no quiere reconocer la sumisión y la sujeción de todos y de cada uno de nosotros a nuestro Señor Jesucristo y proclamar que Él es el Rey de Reyes, que es la revelación del Padre como acabamos de ver en la epístola; antaño, y como pasó en todo el Antiguo Testamento, Dios hablaba a través de los profetas, pero después ya no habla a través de los profetas sino a través de su Verbo mismo, de su Palabra que es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, la Palabra de Dios, eso quiere decir el Verbo, el Hijo de Dios.

No es posible perder la noción de estas verdades fundamentales, necesarias para ser católicos; es un ejemplo de cuán diluida está la doctrina y la verdad católica, el fundamento de nuestra sacrosanta religión; y cuán profanado el nombre de Jesús, su cruz y su Iglesia. Debemos reanudar esos principios fundamentales de nuestra religión para que nuestra fe se enaltezca, sea pura e inmaculada; una fe afirmativa, no una fe diluida; una fe que ya no es fe sino un puro sentimiento religioso, eso no es fe sobrenatural, a ese sentimiento religioso no se le puede llamar ni considerar jamás fe, y ese es el concepto de fe de los protestantes, un sentimiento avalado por la conciencia y la libertad del hombre; y ¿cómo es posible que hoy se enseñen todas estas cosas, que destruyen la fe y hacen que las tinieblas en el mundo sean más densas que cuando vino la luz, nuestro Señor en persona, a disipar las tinieblas del mundo?

Por tanto, no hay autoridad en la Iglesia y no la puede haber jamás si va en contra de la luz, de la verdad y de la doctrina católica. Lo que hay, cuando no se cumple con el sacrosanto deber, es una claudicación; caiga la piedra a quien le caiga, pero lo debemos tener claro para seguir profesando la fe católica, apostólica y romana, para seguir perteneciendo a la Iglesia de Dios, a la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo, y no que nos abracemos en un sincretismo religioso “sin dogmas que dividan en unión con todos los hombres” en la sinagoga de Satanás, que es la obra del judaísmo, obra de la masonería; esa no es la Iglesia católica.

De esta tribulación, creemos que saldrá la Iglesia acrisolada, purificada, pero hay que cuidarnos de no ser consumidos en esa purificación; para no ser consumidos y destruidos tenemos que permanecer con la llama de la fe encendida y que no se diluya en un sincretismo religioso del cual la Iglesia es una de tantas creencias más; eso es lo que propaga el ecumenismo, eso es lo que significan esas reuniones y ceremonias inter religiosas de Asís y de la misma Roma, profanando la tumba de San Pedro, primer Papa de la Iglesia católica. Todo esto nos hace reflexionar para que esta Navidad sea una proclamación de fe, un acto de fe vivido y no un sentimiento religioso o una opinión sino un dogma de fe, porque la proclamación de la fe implica nuestra salvación.

Esta es la época de apostasía que nos tocó sufrir: oscuridad, tinieblas, con muy poca luz, apagándose la fe que todavía queda en los fieles que, perdidos y descarriados, vagan como ovejas sin pastor; hay que alimentarlas con el pan de la verdad y la verdad es Dios y Dios es nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo que proclama como un águila San Juan evangelista, el discípulo amado, el discípulo preferido y además primo de nuestro Señor, como atestiguan los Padres de la Iglesia.

Pidámosle a nuestro Señor esa fe en Él, que nos santifica; no puede haber obra de santificación si no hay fe, y sin fe no puede haber caridad ni amor a Dios; por tanto, la fe es esencial, es uno de los fundamentos de la Iglesia católica y esa fue la fe que tuvo nuestra Señora. Ella, que creyó como ningún otro mortal en la divinidad de su Hijo, siendo Ella una criatura, por lo que se consideraba a sí misma indigna de tan altas grandezas a las cuales Dios la llamó, a lo que apenas supo contestar: “Soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Sierva de Dios, como quien dice la sirvienta de Dios, eso es la criatura ante Dios, somos siervos y Dios nos llama a ser hijos, asimilándonos a nuestro Señor Jesucristo y que por lo mismo se nos da en el Pan Eucarístico, en la Sagrada Hostia; eso significa la Comunión, no es un pedazo más de pan, como lo creen hoy.

¡Hasta dónde hemos llegado y quién sabe hasta dónde llegaremos en la destrucción y demolición de la Iglesia! por obra y mérito de los mismos pastores, de la misma jerarquía; eso es lo terrible y doloroso. Debemos aferrarnos cada vez más a nuestra Señora para que Ella nos proteja, nos conforte y nos consolide en la fe y en el amor a su Santísimo Hijo. +

P. BASILIO MÉRAMO
    
25 de diciembre de 2000