San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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miércoles, 29 de junio de 2022

FIESTA DE LOS SANTOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO

 


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Hoy conmemoramos la fiesta de San Pedro y San Pablo. El martirio de San Pedro y de San Pablo en Roma el mismo día. ¡Qué pérdida tan grande para la Iglesia!

Perder a San Pedro, el primer Papa, sobre quien nuestro Señor funda la Iglesia, no por la persona privada de Pedro que era Simón hijo de Jonás Barjona sino por Petrus, cambiándole el nombre como piedra fundamental de ella, por haber confesado la divinidad de nuestro Señor Jesucristo.

Es por esta confesión que Pedro es piedra y fundamento de la Iglesia; de ahí la necesidad de la confesión, de él no solamente como sumo pontífice con poder de atar y desatar en la tierra, sino también de todos nosotros como hijos de la Iglesia, la profesión de la fe. Y de fe sobrenatural, porque la misma profesión materialmente también la hizo Natanael, exacta, idénticamente y sin embargo, no fue sobre él sino sobre Pedro. ¿Por qué? Porque Natanael lo hizo como una deducción de orden natural, como hijo adoptivo de Dios, pero no como el hijo de Dios, pues la confesión materialmente fue la misma. La una era por revelación de Dios, por vía divina, que fue la de Pedro, “eso no te lo ha revelado hombre ni carne alguna, sino mi Padre que está en los cielos”. Mientras que a Natanael se lo reveló su propio ingenio, su propia deducción, naturalmente, no sobrenaturalmente, lo cual nos muestra que aun con la misma o parecidas fórmulas, si no es por el medio sobrenatural de la fe, no tiene el mismo valor.

En el mismo día, San Pedro, cabeza de la Iglesia, fundamento de la Iglesia, muere. Sí, muere el primer Papa, y el gran apóstol de los gentiles, que no era uno de los doce. En realidad apóstoles hubo trece, no doce, de los cuales uno fue un traidor y San Pablo, que fue el último, se convirtió, por así decirlo, en el primero, el primer apóstol de los gentiles, de las naciones, el gran perseguidor convertido en gran predicador. Y estas dos eminencias de la Iglesia naciente sucumben, mueren dando testimonio de nuestro Señor el mismo día. Cuánta consternación no habría en la Iglesia, en la misma Roma, en los fieles, al ver que estos dos pilares morían el mismo día, y sin embargo, ellos sabían que “... las puertas del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia”. ¿Qué quiere decir eso? Que a pesar de las persecuciones, por atroces, crueles y sangrientas que sean, siempre quedará al fin y al cabo, vencedora la Iglesia. Y es por eso que la fe de aquellos fieles crecía en esa hora de prueba, del martirio de estos dos egregios personajes cuya fiesta celebramos hoy. San Pedro fue sepultado en la Colina Vaticana cerca del circo de Nerón y San Pablo fue sepultado cerca de donde fue decapitado en la vía Ostiense y el lugar es justamente donde se encuentra la Iglesia dedicada al apóstol. 

En este mismo día tradicionalmente se llevan a cabo las ordenaciones sacerdotales en Ecône, en el seminario de Suiza. Digo normalmente porque algunas veces si cae domingo, por razones de apostolado, se adelanta para poder permitir que todos los fieles puedan asistir juntos con los sacerdotes a esas ordenaciones. Hoy hubo ordenaciones en Ecône, con lo cual también debemos tenerlo presente para unirnos de todo corazón, ya que es la misma Fraternidad. Estar unidos en el mismo espíritu y en la misma fe que defendemos, la misma fe por la que murieron San Pedro y San Pablo. Los ornamentos rojos significan la sangre derramada de los mártires, que son los testigos de nuestro Señor Jesucristo en la fe y que por Él mueren dando testimonio.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos ayude a guardar ese testimonio de la fe y que podamos perseverar en la fe de la Iglesia, en esa fe de San Pedro, en esa fe de San Pablo, esa fe que está siendo adulterada, tergiversada, diluida como hoy se diluye todo, incluso la fe, se cambia todo. Los productos hoy día sufren una transformación en su sustancia y todo es “light”; lo mismo acontece con la fe, se la adultera en su sustancia convirtiéndola en una religión “light”. Eso no puede ser; de ahí la necesidad de recordar los principios, el fundamento, no olvidar que la Iglesia se fundamenta sobre la fe y los sacramentos, que son la base, el sostén y de allí la confesión de Pedro, por la que es elegido y se convierte en el primer Papa. Y todos los Papas que le sucedieron en su gran mayoría fueron mártires en la Iglesia primitiva y todos santos sin interrupción hasta la condena de San Atanasio por Liberio. Este fue el primer Papa no santo por condenar injustamente al gran paladín de la fe, paladín del concilio de Nicea, que nos dejó en el Credo o símbolo Atanasiano lo esencial de la fe, que debemos recordar y tener presente para no sucumbir hoy ante el ecumenismo que destruye y socava nuestra fe, la fe de la Iglesia Católica, por la cual murieron San Pedro y San Pablo y todos los mártires que hoy están en el cielo.

Y quién sabe si nos corresponda también a nosotros morir por lo mismo, si así Dios lo quiere, porque se avecinan tiempos cada vez más difíciles, tiempos eminentemente apocalípticos, de eso no hay duda. Quien dude de esto, está verdaderamente fuera del contexto histórico y religioso de la historia de la Iglesia y de los acontecimientos profetizados por las Sagradas Escrituras, por Dios mismo. Pidamos pues a nuestra Señora que nos fortifique, que nos mantenga unidos en la misma y única profesión de fe, la fe de la Iglesia católica, apostólica y romana fuera de la cual no hay salvación. Que este sea el propósito, que ese sea el ejemplo que nos den los mártires en esta fiesta de San Pedro y San Pablo, dos pilares de la Iglesia primitiva que han derramado su sangre por proclamar su fe. + 

P.BASILIO MERAMO
   
29 de junio de 2001

domingo, 26 de junio de 2022

TERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
La Iglesia nos propone en el Evangelio de este día la misericordia de Dios. Nuestro Señor aprovecha la presencia de los escribas y los fariseos que, como letrados, son los más celosos religiosos del pueblo de Israel; estos murmuran por ver que la gente común y corriente, los pecadores y los publicanos, se acercan a nuestro Señor, que no era ningún príncipe remilgado, ningún señorito bonito que no permitiera a la gente más humilde acercarse a Él; esto era inadmisible para esta elite religiosa cuyo pecado de soberbia llegaba al punto de despreciar al pueblo y a todos los demás creyéndose únicos y privilegiados, buenos, santos. Nuestro Señor entonces aprovecha para hacerles ver que es otra la idea que se debe tener de Él, quien ha venido por los pecadores, o sea por absolutamente todos.

A excepción de nuestra Señora la Inmaculada, únicamente Ella, por una gracia especialísima que la preservó de la corrupción de todo yerro, el resto, todo hombre que viene a este mundo, es un pecador. Por eso viene Dios, para remediar el pecado, el mal y toda la miseria que conlleva. Somos débiles, una raza deteriorada después de la caída de nuestros primeros padres, quienes fueron creados en estado de perfección. Pero después del pecado nacemos ya con el lastre que se va acrecentando a través y en el transcurso del tiempo por la suma de todas las faltas.

El peligro del naturalismo consiste precisamente en olvidar, como lo hace Rousseau, al decir que el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe. El hombre nace malo a raíz del pecado original y por eso un niño que no tiene uso de razón se inclina a lo malo; ven sus padres que toma las cosas sin permiso, dice mentiras y todavía no es capaz de pecar porque aún no tiene suficiente juicio; ese capricho que vemos es a causa del pecado original, mal que queda aun después del bautismo, afectando nuestro cuerpo y nuestra carne. Esto explica que el hombre no nace bueno ni es la sociedad la que lo corrompe, porque si fuera bueno la sociedad lo sería también y ésta no es buena porque el hombre no lo es, y no somos buenos porque no luchamos contra nuestras malas inclinaciones y pasiones.

Nuestro Señor muestra en estas dos parábolas lo que Él viene a hacer: buscar la oveja descarriada, la perdida, dejando al resto, y esta oveja somos todos nosotros. Que hay mucha más alegría en el cielo por un pecador que hace penitencia, que por noventa y nueve justos, nos muestra la misericordia de Dios. Misericordia que no es más que el amor sobre las miserias nuestras ya que normalmente se ama lo bello, lo bueno, lo puro, lo perfecto; y, ¿cómo va a amar Dios en nosotros esa belleza, esa pureza que no tenemos? Es entonces un amor que reposa sobre las desdichas humanas. Dios hace todo lo posible por buscarnos, por encontrar al pecador para que se convierta y se arrepienta. Pero ¡ay, si no nos arrepentimos! Se torna en un drama porque Dios ya no puede seguir siendo misericordioso, no nos puede seguir amando y cuando en la hora de la muerte le rechacemos, ese es el estado de las almas que se condenan eternamente en el infierno.

Dios hace todo durante la vida que tengamos pero ¡ay de aquel que no corresponda!, porque ya Dios no puede hacer más, con todo su poder infinito no puede obligar a que un alma le ame si ella no quiere. Ese es el precio de la libertad, tanto humana como la de los ángeles.

Hoy se pregona la libertad para todo menos para recordar que ese albedrío en primer lugar lo tenemos para corresponder voluntariamente al amor divino que Dios nos tiene. De ahí se desprende todo lo demás; dice San Agustín: “Ama a Dios y haz lo que quieras”, porque ya no puede hacer otra cosa sino corresponder con ese amor a Dios. Y no el amor que el mundo entiende como tal, por libertad; esa es una concepción pagana y antinatural, desenfreno para los hombres de vestir como mujeres, con aretes y colas y las mujeres vestidas como hombres, comportándose como ellos. No sigo enumerando, pero cada uno podrá incrementar la lista. No es para eso la libertad, para nuestros caprichos ni para nuestros egoísmos sino para corresponder al amor de Dios y encaminar todos los actos de la vida a esa correspondencia del amor divino y más aún, cuando Él se ha Encarnado y muere en la Cruz. Lo terrible es no darnos cuenta de ello.

Pero más espantoso todavía es no recordar al mundo de hoy en su impiedad, el eterno castigo justamente merecido por no amar a Dios, porque Él no puede obligar al alma a que le ame. Lo mismo que un hombre no puede obligar a una mujer a que lo quiera, porque eso no es posible, pues mucho más imposible es que Dios nos fuerce, porque incluso un hombre puede engañar y seducir a una mujer insistiendo para lograr al fin y al cabo una respuesta según sus deseos, pero Dios no puede valerse de esas argucias porque respeta infinitamente esa decisión libre de su criatura, y el amor solamente con amor se paga.

Esa es la gravedad de conculcar y profanar y no corresponder al amor divino, a la misericordia que Dios y nuestro Señor Jesucristo nos tienen. Por lo mismo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente. Tenemos el ejemplo de la Magdalena, quien después de ser una gran pecadora, De tener cinco maridos sin ser ninguno de ellos el verdadero, llega a ser una gran santa, porque después de arrepentida vivió como una verdadera anacoreta, en una cueva, haciendo sacrificio y penitencia. María Egipciaca que desde los catorce años aproximadamente se prostituyó no por necesidad sino por placer y ya arrepentida se retiró al desierto, y quien poco antes de morir fue descubierta, cuenta su vida y pide la comunión al santo que la encontró, para morir santamente después de una vida de pecado, purificándose durante más de cuarenta años en la soledad y aridez del desierto.

Ejemplos extremos que nos sirven para saber que, por muy pecador, lo grave no es el haber pecado sino el no arrepentirse; eso es mucho más grave. Dios nos invita a la contrición para que nos salvemos. Esa es la idea de las dos parábolas y por eso hay que insistir, para que sea mucho más fuerte la misericordia del amor divino que la obstinación en el pecado cuando no nos queremos arrepentir del mal hecho. Esa es la esperanza que debemos tener porque muchos en su yerro desesperan temiendo que Dios no les conceda el perdón y es un gran error, porque nuestro Señor se muestra misericordioso y dispuesto siempre a perdonar. Nadie desespere por grave y bajo que haya caído, porque Dios no lo rechaza, ni lo detesta ni lo aleja, todo lo contrario, lo va a recibir. Eso era lo que pensaban los escribas y fariseos, que los pecadores no tenían acceso a Dios; pues todo lo contrario nos demuestra nuestro Señor.

Pidamos a la Santísima Virgen María, a la Inmaculada, que nos ayude a comprender estas cosas y tengamos siempre la esperanza en la misericordia de Dios. +

PADRE BASILIO MÉRAMO
9 de junio de 2002

viernes, 24 de junio de 2022

DEVOCION AL SAGRADO CORAZON DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

  


Nuestro Señor JesuCristo hizo a Santa Margarita María de Alacoque las siguientes promesas para todos los devotos de su Sagrado corazón:
1. Les daré todas las gracias necesarias a su estado.
2. Daré paz a sus familias.
3. Los consolaré en todas sus aflicciones.
4. Seré su amparo y refugio seguro durante su vida, y principalmente en la hora de la muerte.
5. Bendeciré abundantemente sus obras que redunden en mi mayor gloria.
6. Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de misericordia.
7. Las almas tibias se harán fervorosas.
8. Las almas fervorosas se elevarán con rapidez a gran perfección.
9. Daré a los sacerdotes la gracia de mover los pecadores más endurecidos.
10. Bendeciré las casas en que la imagen de mi Corazón sea expuesta y honrada.
11. Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón y jamás serán borrados de él.
12. Yo te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que mi amor todopoderoso otorgará a cuantos comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final; no morirán privados de mi gracia ni de recibir los sacramentos, pues mi divino Corazón se convertirá para ellos en seguro asilo en aquella hora postrera.

¿Dónde inicia la devoción al Corazón de Cristo? La devoción al Corazón de Cristo comienza la tarde del Viernes Santo, en ese momento de la vida del Señor de plena pasión cuando Juan, el discípulo amado, María, la Madre de Jesús y María Magdalena la pecadora arrepentida, contemplan a Cristo crucificado, y con sus ojos ven como un soldado, una vez que Cristo ha muerto, con una lanza le abre el costado y detrás de este costado se deja ver el Corazón del Señor. La lanzada no fue un sufrimiento más, Jesús tuvo muchos sufrimientos en su pasión, ya estaba muerto cuando el soldado le atravesó el costado. Es un signo profundo, es cómo el Padre quiere que quede para siempre Jesucristo: con su costado, con su Corazón abierto de par en par. Cristo, ya muerto, es rasgado en su Corazón que tanto ha amado, y que tanto ha sufrido. Y queda así, con el Corazón abierto para toda la eternidad. Juan contempla al nuevo Adán dormido en la Cruz, y de cuyo costado abierto brota agua y sangre, es decir brota la Iglesia, su esposa, la nueva Eva. Por eso Jesús es el nuevo Adán y nosotros, somos la nueva Eva, porque el agua significa el bautismo, por el cual entramos en la Iglesia, y la Sangre simboliza la Eucaristía, la plenitud de vida en ella.

En la escritura se hace referencia al Corazón como la interioridad de Jesús. Hablar del Corazón de Jesús desde la Sagrada Escritura, en pocas palabras, es afirmar en Jesús, Dios nos ama con un Corazón de carne. La Sagrada Escritura nos ayuda a comprender que la devoción al Corazón de Cristo no es ninguna ideología, sino una experiencia de amistad.

Después de la Sagrada Escritura, llegan los Santos Padres, los grandes escritores de la antigüedad. También en ello aparece la devoción al Corazón de Cristo. Los Santos Padres han puesto su mirada, en el costado abierto de Cristo en la Cruz y del costado han llegado a la intimidad del Señor. El Corazón simboliza lo más íntimo, lo más profundo del ser de la persona y han visto como de este costado abierto de Cristo en la Cruz ha nacido la Iglesia. No ha pasado desapercibido a los Santos Padres el costado abierto del Señor con un Corazón redentor, es decir, las entrañas de misericordia de Jesús que se entrega sin reservas para que todos lo hombres descubran al Dios verdadero que es amor y tengan vida y vida en abundancia.

Después de los Santos Padres a lo largo de la historia de la santidad de la Iglesia, muchos Santos han sido tocados por la gracia para profundizar una dimensión muy cercana a nuestra espiritualidad: la humanidad de Cristo. Llegamos así a Santa Margarita María Alacoque, que es una figura clave del siglo XVII en la devoción al Corazón de Cristo en su etapa moderna. A ella el Corazón de Cristo le reveló como su amor redentor arde hacia todos los hombres. Durante la adoración eucarística contempló como Jesús le mostró ese Corazón que tanto ha amado a los hombres y que en recompensa es despreciado. Desde que ella tuvo estas revelaciones, estas gracias especiales, se difundió por toda Iglesia el culto y la devoción al Sagrado Corazón, en sus expresiones de Consagración y Reparación.



¿Y qué dice el Magisterio? El Magisterio son las enseñanzas de la Iglesia, de los Concilios y de los Papas: Recordamos al Papa León XIII que consagró al mundo a este Corazón humano de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.


Después Pío XI, 1928, escribió la Encíclica “Miserentisimus Redentor”, sobre la devoción al Corazón del Señor, llamando a los hombres a tomarse en serio este amor, porque ahí está la esperanza y la salvación del Mundo y la fuerza capaz de frenar la violencia y el mal que reinaban durante esos años en Europa y en todo el mundo.


Años más tarde, después del horror de las guerras mundiales, Pío XII escribió la Encíclica más importante “Ahurietis Aquas” en la que se habla de la verdadera devoción al Corazón de Cristo, de lo sustantivo de esta devoción, que es lo que va mas allá de las culturas y de los tiempos, y de lo adjetivo, que puede irse modificando según las circunstancias. Es una Encíclica llena de esperaza que ayuda a recuperar el sentido de la vida.

Santa Margarita María Alacoque

Toda la vida de Margarita María es una filigrana del amor de Dios, que la eligió como discípula predilecta de su Corazón, y no obstante ese amor, no la eximió del sufrimiento, sino que como a su Hijo único, quiso asociarla a su pasión hasta configurarla con Él y hacerla viva imagen suya. Por eso, su trayectoria vital está entramada de gozos y a la vez, de incomprensiones, obstáculos y dificultades de todo tipo.

Margarita nació el 22 de julio de 1647 en el pequeño pueblo de Lautecour en Francia. Su padre Claudio Alacoque, juez y notario. La mamá Filiberta Lamyn. Los hijos son cinco. La menor es Margarita. El párroco, Antonio Alacoque, tío suyo, la bautizó a los tres días de nacida. Ella dice en su autobiografía que desde pequeña le concedió Dios que Jesucristo fuera el único dueño de su corazón. Y le concedió otro gran favor: un gran horror al pecado, de manera que aun la más pequeña falta le resultaba insoportable.

Dice que siendo todavía una niña, a la edad de 5 años, un día en la elevación de la Santa Hostia en la Misa le hizo a Dios la promesa de mantenerse siempre pura y casta. Voto de castidad.
Aprendió a rezar el rosario y lo recitaba con especial fervor cada día y la Virgen Santísima le correspondió librándola de muchos peligros.

La llevaron al colegio de las Clarisas y a los nueve años hace La Primera Comunión. Dice "Desde ese día el buen Dios me concedió tanta amargura en los placeres mundanos, que aunque como jovencita inexperta que era a veces los buscaba, me resultaban muy amargos y desagradables. En cambio encontraba un gusto especial en la oración".

Vino una enfermedad que la tuvo paralizada por varios años. Pero al fin se le ocurrió consagrarse a la Virgen Santísima y ofrecerle propagar su devoción, y poco después Nuestra Señora le concedió la salud.

Era muy joven cuando quedó huérfana de padre, y entonces la mamá de Don Claudio Alacoque y dos hermanas de él, se vinieron a la casa y se apoderaron de todo y la mamá de Margarita y sus cinco niños se quedaron como esclavizados. Todo estaba bajo llave y sin el permiso de las tres mandonas mujeres no salía nadie de la casa. Así que a Margarita no le permitían ni siquiera salir entre semana a la iglesia. Ella se retiraba a un rincón y allí rezaba y lloraba. La regañaban continuamente.

En medio de tantas penas le pareció que Nuestro Señor le decía que deseaba que ella imitara lo mejor posible en la vida de dolor al Divino Maestro que tan grandes penas y dolores sufrió en su Pasión y muerte. En adelante a ella no sólo no le disgusta que le lleguen penas y dolores sino que acepta todo esto con el mayor gusto por asemejarse lo mejor posible a Cristo sufriente.

Lo que más la hacía sufrir era ver cuán mal y duramente trataban a su propia madre. Pero le insistía en que ofrecieran todo esto por amor de Dios. Una vez la mamá se enfermó tan gravemente de erisipela que el médico diagnosticó que aquella enfermedad ya no tenía curación. Margarita se fue entonces a asistir a una Santa Misa por la salud de la enferma y al volver encontró que la mamá había empezado a curar de manera admirable e inexplicable.

Lo que más le atraía era el Sagrario donde está Jesús Sacramentado en la Sagrada Hostia. Cuando iba al templo siempre se colocaba lo más cercana posible al altar, porque sentía un amor inmenso hacia Jesús Eucaristía y quería hablarle y escucharle.

A los 18 años por deseo de sus familiares empezó a arreglarse esmeradamente y a frecuentar amistades y fiestas sociales con jóvenes. Pero estos pasatiempos mundanales le dejaban en el alma una profunda tristeza. Su corazón deseaba dedicarse a la oración y a la soledad. Pero la familia le prohibía todo esto.

El demonio le traía la tentación de que si se iba de religiosa no sería capaz de perseverar y tendría que devolverse a su casa con vergüenza y desprestigio. Rezó a la Virgen María y Ella le alejó este engaño y tentación y la convenció de que siempre la ayudaría y defendería.

Un día después de comulgar sintió que Jesús le decía: "Soy lo mejor que en esta vida puedes elegir. Si te decides a dedicarte a mi servicio tendrás paz y alegría. Si te quedas en el mundo tendrás tristeza y amargura". Desde entonces decidió hacerse religiosa, costara lo que costara.
En el año 1671 fue admitida en la comunidad de La Visitación, fundada por San Francisco de Sales. Entró al convento de Paray-le=Monial. Una de sus compañeras de noviciado dejó escrito: "Margarita dio muy buen ejemplo a las hermanas por su caridad; jamás dijo una sola palabra que pudiera molestar a alguna, y demostraba una gran paciencia al soportar las duras reprimendas y humillaciones que recibía frecuentemente".

La pusieron de ayudante de una hermana que era muy fuerte de carácter y ésta se desesperaba al ver que Margarita era tan tranquila y callada. La superiora empleaba métodos duros y violentos que hacían sufrir fuertemente a la joven religiosa, pero esta nunca daba la menor muestra de estar disgustada. Con esto la estaba preparando Nuestro Señor para que se hiciera digna de las revelaciones que iba a recibir.

El 27 de diciembre de 1673 se le apareció por primera vez el Sagrado Corazón de Jesús. Ella había pedido permiso para ir los jueves de 9 a 12 de la noche a rezar ante el Santísimo Sacramento del altar, en recuerdo de las tres horas que Jesús pasó orando y sufriendo en el Huerto de Getsemaní.

De pronto se abrió el sagrario donde están las hostias consagradas y apareció Jesucristo como lo vemos en algunos cuadros que ahora tenemos en las casas. Sobre el manto su Sagrado Corazón, rodeado de llamas y con una corona de espinas encima, y una herida. Jesús señalando su corazón con la mano le dijo: "He aquí el corazón que tanto ha amado a la gente y en cambio recibe ingratitud y olvido. Tú debes procurar desagraviarme". Nuestro Señor le recomendó que se dedicara a propagar la devoción al Corazón de Jesús porque el mundo es muy frío en amor hacia Dios y es necesario enfervorizar a las personas por este amor.

Durante 18 meses el Corazón de Jesús se le fue apareciendo. Le pidió que se celebrara la Fiesta del Sagrado Corazón cada año el Viernes de la semana siguiente a la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus).

El Corazón de Jesús le hizo a Santa Margarita unas promesas maravillosas para los que practiquen esta hermosa devoción. Por ejemplo "Bendeciré las casas donde sea expuesta y honrada la imagen de mi Sagrado Corazón. Daré paz a las familias. A los pecadores los volveré buenos y a los que ya son buenos los volveré santos. Asistiré en la hora de la muerte a los que me ofrezcan la comunión de los primeros Viernes para pedirme perdón por tantos pecados que se cometen", etc.

Margarita le decía al Sagrado Corazón: "¿Por qué no elige a otra que sea santa, para que propague estos mensajes tan importantes? Yo soy demasiado pecadora y muy fría para amar a mi Dios". Jesús le dijo: "Te he escogido a ti que eres un abismo de miserias, para que aparezca más mi poder. Y en cuanto a tu frialdad para amar a Dios, te regalo una chispita del amor de mi Corazón". Y le envió una chispa de la llama que ardía sobre su Corazón, y desde ese día la santa empezó a sentir un amor grandísimo hacia Dios y era tal el calor que le producía su corazón que en pleno invierno, a varios grados bajo cero, tenía que abrir la ventana de su habitación porque sentía que se iba a quemar con tan grande llama de amor a Dios que sentía en su corazón

Nuestro Señor le decía: "No hagas nada sin permiso de las superioras. El demonio no tiene poder contra las que son obedientes".

Margarita enfermó gravemente. La superiora le dijo: "Creeré que sí son ciertas las apariciones de que habla, si el Corazón de Jesús le concede la curación". Ella le pidió al Sagrado Corazón que la curara y sanó inmediatamente. Desde ese día su superiora creyó que sí en verdad se le aparecía Nuestro Señor. 

Dios permitió que enviaran de capellán al convento de Margarita a San Claudio de la Colombiere y este hombre de Dios que era jesuita, obtuvo que en la Compañía de Jesús fuera aceptada la devoción al Corazón de Jesús. Desde entonces los jesuitas la han propagado por todo el mundo.
Margarita fue nombrada Maestra de novicias. Enseñó a las novicias la devoción al Sagrado Corazón (que consiste en imitar a Jesús en su bondad y humildad y en confiar inmensamente en Él, en ofrecer oraciones y sufrimientos y misas y comuniones para desagraviarlo, y en honrar su santa imagen) y aquellas jóvenes progresaron rapidísimo en santidad. Luego enseñó a su hermano (comerciante) esta devoción y el hombre hizo admirables progresos en santidad. Los jesuitas empezaron a comprobar que en las casas donde se practicaba la devoción al Corazón de Jesús las personas se volvían mucho más fervorosas.

El Corazón de Jesús le dijo: "Si quieres agradarme confía en Mí. Si quieres agradarme más, confía más. Si quieres agradarme inmensamente, confía inmensamente en Mí".
Antes de morir obtuvo que en su comunidad se celebrara por primera vez la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.

El 17 de octubre de 1690 murió llena de alegría porque podía ir a estar para siempre en el cielo al lado de su amadísimo Señor Jesús, cuyo Corazón había enseñado ella a amar tanto en este mundo.

Digamos de vez en cuando las dos oraciones tan queridas para los devotos del Sagrado Corazón: "Jesús manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo"."Sagrado Corazón de Jesús. En voz confío".

domingo, 19 de junio de 2022

SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este segundo domingo después de Pentecostés, el evangelio nos presenta la parábola de los convidados al banquete del padre de familia, en que los invitados se excusan. Parábola que, como todas, tiene algo de desproporcionado o de exagerado según el lenguaje humano, pero que quiere a través de esa aparente exageración, expresar, poner en evidencia una realidad sobrenatural de dificil acceso; ese es el motivo de las parábolas, darnos a entender con comparaciones o semejanzas de las cosas cotidianas, las realidades o misterios divinos, para que tengamos así cierta inteligencia de ellos.

Vemos cómo siempre en las Escrituras sale o reflorece ese día de convite, de cena, de gran fiesta e incluso muchas veces de banquete nupcial y podemos preguntarnos el por qué; la sencilla razón de ello es que la caridad, el amor, la amistad, no hay otra manera de expresarla mejor que con la de un banquete, la de una cena en la cual el dueño participa de su casa a sus amigos, a sus convidados, a quienes estima les abre las puertas de su casa y reparte lo que es de él. Hay una comunión. Mucho más cuando se trata de banquetes nupciales, que anuncian la unión de los esposos. Con lo cual Dios quiere también mostrarnos la unión, en primer lugar de la Iglesia con Dios, con el cielo, la unión de Dios con cada una de nuestras almas, en tanto miembros de la Iglesia. Esa es la razón por la cual aparecen en las parábolas estas fiestas, estos convites como en el caso de hoy.

Y vemos que todos los convidados, por razones aparentemente valederas y justas, se dan por disculpados; entonces el dueño de casa se irrita y manda a llamar a todo aquel que encuentre por allí en la calle, tullido, pobre, lisiado, enfermo, ante el rechazo o las excusas de los comensales que fueron primeramente invitados. Alude al pueblo judío, al pueblo elegido, y a los gentiles de la Iglesia que rechazan al Mesías. Es evidente que indica ese hecho, que fueron los primeros convidados. Hay una moraleja para todos nosotros, judíos o gentiles, para todo el mundo, para todos los hombres, que ante Dios no hay excusa que valga por justificada que sea; porque todo, absolutamente todo en el actuar humano público o privado debe encaminarse hacia Dios y si no es inútil, es pecado. De ahí la gran ira, la irritación, porque no hay pretexto que valga ante Dios que nos ama, que nos invita a su banquete para que gocemos de Él en el cielo y que nosotros estúpidamente, con razones que nos puedan parecer válidas, rechazamos el llamado de Dios, el llamado divino; nos disculpamos, “te ruego me des por disculpado porque tengo mucho trabajo, porque tengo una mujer, hijos, una familia, o lo que fuere; abandono a Dios por quehaceres humanos”.

Por eso en primer lugar está Dios, hay que santificar los domingos, hay que preferir siempre en primer lugar a Él y todo lo demás será válido y bueno si está encaminado a su servicio y será mal y será pecado si no va encaminado a Dios. Y por ello concluye este evangelio que: “ninguno de los que fueron convidados ha de probar mi cena”, aquellos que fueron invitados y que se excusaron, no gozarán del cielo. Debemos meditar; que no nos acontezca cuando por múltiples razones, aun valederas, dejamos a Dios en segundo puesto, para que ocupe al fin y al cabo el último; no demos a Dios esas justificaciones. Todo lo que hagamos debemos hacerlo encaminado a Él.

Lo que se encamina a Dios en primer lugar es la salvación del alma, es el cumplimiento de la Ley de Dios por amor a Él, como lo dice en la epístola San Juan, y que sea un verdadero amor que se refleje en el prójimo y no de palabra ni de boca, sino con obras, con hechos reales, que manifiesten y expresen esa caridad al prójimo por amor a Dios. Retengamos estas lecciones, porque somos muy dados, incluso los religiosos, los sacerdotes, no únicamente los fieles, por la fragilidad y la superficialidad humana, por la falta de mortificación, nos dejamos quitar el tiempo que es para Dios; en vez de dedicar todo lo que hagamos para la mayor gloria de Dios, nos olvidamos de Él, las preferimos a Dios y todas son disculpas inválidas, disculpas que son denegadas, porque Dios es nuestro último fin y como fin último es nuestra felicidad, nuestra dicha. Y ¿qué hay ante eso?, ¿qué excusa válida puede haber ante nuestro último fin? Ninguna. Es lo que nos quiere demostrar el evangelio de hoy de un modo patético con esta parábola.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos enseñe a corresponder como Ella, todo para Dios. Que no tengamos excusas. ¿Qué hubiera sido si nuestra Señora se hubiera disculpado en vez de dar el fiat, “hágase en mí según tu palabra”; y ni siquiera se atrevió a decir, “sí, yo quiero”; no, “hágase en mí según tu voluntad”. ¡Qué respuesta afirmativa tan humilde, tan sumisa ante el Creador! Esa debe ser nuestra respuesta, humilde y sumisa ante la invitación de las bodas eternas, al banquete eterno que nos convida Dios nuestro Señor. +

Padre Basilio Méramo
17 de junio de 2001

jueves, 16 de junio de 2022

SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI Ó JUEVES DE CORPUS CHRISTI

 


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Este jueves de Corpus Christi junto con el Jueves Santo y el Jueves de la Ascensión son los días más solemnes de la liturgia católica.

La fiesta del Corpus Christi está íntimamente ligada con el Jueves Santo, con la Santa Misa y con el sacerdocio; eso hace que sea como el centro, el corazón de la Iglesia expresado a través de la liturgia de este jueves de Corpus. Y la relación que hay entre el Jueves Santo y el de Corpus, consiste en que el Jueves Santo nuestro Señor instituyó el sacerdocio y la Santa Misa. Mandó a sus apóstoles efectuar en conmemoración de Él, de ese testamento, de esa alianza pactada con su sangre por el rescate que Él pagó, redimiéndonos del pecado y del poder de Satanás, la institución de esa conmemoración ocurrida en la Cena del jueves Santo; fue una anticipación del Sacrificio cruento de nuestro Señor en la Cruz. La Santa Misa es, pues, la renovación incruenta de ese Sacrificio del Calvario; la única diferencia está en el modo de ofrecerlo y éste consiste en la Santa Misa, en hacerlo incruentamente bajo las especies del pan y del vino; esa doble consagración prefigura la separación del alma de nuestro Señor, es decir, la muerte y por eso, ese mismo día, nuestro Señor instituyó el sacerdocio en sus apóstoles.

La Iglesia, entonces, al celebrar la fiesta del Corpus Christi lo hace con la solemnidad y alegría debidas, que no se puede hacer el Jueves Santo por la tristeza y el dolor de la Pasión de nuestro Señor que conmemora toda la Semana Santa; así lo celebra hoy con alegría, con esa profusión de fe y esperanza, pero que desafortunadamente en estos tiempos modernos queda eclipsada pasando como un día laboral más, por lo que se va perdiendo su memoria y su importancia. Pero no debemos olvidar que la fiesta del Corpus Christi, del cuerpo de nuestro Señor sacramentado, lo tenemos por el Santo Sacrificio de la Misa. Es la Fiesta del Santo Sacrificio de la Misa; sin este Sacrificio no habría Jesús Sacramentado, no habría comunión, no habría synaxis, si es que queremos usar esa palabra tan utilizada hoy; ni aun en el buen sentido habría comunión, porque, ¿qué comulgaríamos si no hubiese la Misa que es esencialmente el Sacrificio de nuestro Señor bajo las especies del pan y del vino, realizada por el sacerdote en persona Christi, como alter Christi, otro Cristo que es sacramen-talmente instituido por el sacramento del orden?

Todas estas cosas pasan desapercibidas, cuando no negadas por la nueva teología que quita (desacraliza) el carácter de sagrado a lo más sagrado que tiene la Iglesia católica, lo más sagrado del testamento de nuestro Señor, y de ahí la gravedad, desfigurando al sacerdote, no hecho ya para el sacrificio que da lo sagrado, sacra dans, dar las cosas sagradas. ¿Qué más sagrado que realizar en la misma persona de nuestro Señor el mismo Sacrificio de la Cruz renovado, actualizado, sobre el altar de un modo incruento? Esa es la misión del sacerdote. Hoy viene a ser, comparado mundanamente a un hombre más y cuando se celebra la Santa Misa, considerardo como un presidente que dirige a sus hermanos, realizando una synaxis, o un ágape; pero no es un sacrificio, sino una mera conmemoración, recuerdo de lo que aconteció y muchas veces no ya de lo que aconteció en el Calvario sino del misterio Pascual, como hoy tanto se habla.

Y no del misterio Pascual católico, sino del misterio Pascual a la manera judía, esa es la síntesis que hacen los mismos teólogos de la nueva teología, de la definición de la cena eucarística, no como Misa ni Sacrificio, sino conmemoración o memorial de una Pascua al estilo judío. La prueba está en que las oraciones del ofertorio están calcadas de ese ritual de la Pascua judía, con lo cual se puede concluir basados en ese trabajo que se hizo hace poco y que la Fraternidad Sacerdotal presentó a Roma para mostrar la gravedad; y la síntesis que se puede hacer de ese trabajo, es que: la nueva misa por la voluntad de aquellos que la confeccionaron, no es más ni menos que el memorial de la Pascua judía.

Hasta allá se llegó y aunque algunos pretendan que sea el memorial de la Pascua católica, eso sería falso, no es el memorial de la Pascua de la Resurrección, sino de la muerte de nuestro Señor Jesucristo inmolado en la Cruz; no cambiemos los términos, en la teología del dogma cada palabra, cada concepto, tiene su peso específico y no es que no se pueda cambiar ni una palabra, es que hasta ni siquiera una coma y ni una tilde en las cosas que son de Dios y que es Dios quien nos las lega y encomienda para que la Iglesia católica, apostólica y romana las guarde santamente y fielmente las trasmita.

Esto es lo que hace la Tradición. Por eso no puede la Iglesia católica sin Tradición católica custodiar santamente y trasmitir fielmente. Esa es su misión y para ello está investida de infalibilidad, no para proclamar nuevos dogmas ni nuevas verdades ni nuevas cosas, sino para proclamar aquello que en sustancia Dios reveló y que la Iglesia custodia y transmite a través de las generaciones hasta el fin del mundo, para que los hombres adhiriéndonos a la fe de la Iglesia, nos salvemos. Esa es la misión de la Iglesia y no otra; de ahí la importancia, sobre todo hoy cuando la misa romana es atacada y perseguida, esa misa que el Santo papa Pío V, quien fue también inquisidor, canonizó, excluyendo toda posible equivocación o error; por eso es una misa canonizada, por eso es una misa a perpetuidad, por eso la podemos decir nosotros con toda tranquilidad y por eso es un crimen perseguirla, porque sería perseguir a la Iglesia, apuñalar el corazón de la Iglesia, traicionar a nuestro Señor, falsificar su testamento, no sería cumplir su voluntad, no seríamos sus herederos; esa es su importancia.

Y por todo lo anterior monseñor Lefebvre, ese santo obispo de benemérita memoria, prefirió ser insultado, ultrajado, escupido, por defender ese testamento, ese legado, esa herencia de la Iglesia católica; por eso nosotros debemos estar dispuestos incluso a dar nuestras vidas, porque sin eso no hay Iglesia católica, no hay herederos de nuestro Señor, no hay salvación. Pero el mundo de hoy no está solamente imbuido de un nuevo paganismo, sino de la incredulidad y de la impiedad y no respeta nada ni a nadie, no respeta a Dios ni a su Iglesia, solamente se “respeta a sí mismo” proclamándose dios con su “dignidad, libertad y derechos humanos”; esa es la civilización que hoy se entroniza en contra de Dios y de la Iglesia católica, apostólica y romana. Esa es la crisis, dolor y pasión de la Iglesia; no lo olvidemos.

La Santa Misa no es el memorial ni de la Pascua de nuestro Señor ni mucho menos de la Pascua judía del Antiguo Testamento, que era una figura de la Pascua de nuestro Señor, sino que es el Santo Sacrificio del Calvario renovado incruentamente bajo las especies de pan y vino sobre el altar y por eso en la epístola de hoy no se habla de la Pascua, sino de la muerte de nuestro Señor; no dejemos adulterar nuestra religión, no dejemos que nos la cambien, no dejemos que la Iglesia se judaíce. La Historia del mundo gira sobre dos polos, o se cristianiza o se judaíza, a la larga o a la corta, no hay término medio y el mal se acrecentará en la medida en que nos judaicemos en todos los órdenes y niveles. Esa judaización de la Iglesia la estamos viendo; por eso debemos guardar esa fidelidad a nuestro Señor, a su alianza, a su Iglesia, y la mejor manera de servir a la Iglesia, de ser fieles, es conservando la liturgia sacrosanta de la Santa Misa, de la Iglesia católica en toda su pureza, tal cual como lo definió San Pío V.

Por eso, sin pretender ser mejores que nadie, monseñor Lefebvre, con la Fraternidad que él fundó, es la expresión más fidedigna de esa fidelidad a la Iglesia y a nuestro Señor, a la religión católica, fidelidad al Corpus Christi, al cuerpo y la sangre de nuestro Señor que se da como pan del cielo para que, en comunión con Él, dándonos no un banquete, sino su propia carne, integrarnos y asimilarnos en su cuerpo Místico que es la Iglesia, divinizándonos, participándonos de su divinidad; de ahí la necesidad de recibir a nuestro Señor con un corazón puro, es decir, teniendo conciencia de no tener pecado mortal, para no beberlo y comerlo indignamente, para que sea fructuosa esa comunión y como pan del cielo nos lleve en la última hora, en la hora de la muerte como viático al cielo; todas estas cosas significa la fiesta y la liturgia de hoy que pasa desapercibida.

Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, Ella, que ofreció a su Hijo no como nosotros los sacerdotes de un modo sacramental e incruento sino que lo ofreció en sí mismo en la Cruz, donando, dando al Padre Eterno uniéndose a nuestro Señor en la hora de su muerte; de eso no nos damos cuenta, pero Nuestra Señora hizo ese gesto que le desgarró, que le partió en su ser, ofreciendo a su Hijo amado y por eso Ella está al pie de la Cruz y por eso nosotros tenemos que estar con Ella y quien no está con Ella no está con nuestro Señor. Por lo mismo, no se puede tener a Dios por Padre si no se tiene a María por Madre; por eso Ella es la Madre de la Iglesia, es Madre nuestra. Confiémonos a Ella para que nos fortalezca con esa fuerza que Ella demostró ante la cruz y con esa capacidad de sacrificio y de oblación para que así nos configuremos más a nuestro Señor Jesucristo. +


P. BASILIO MERAMO
14 de junio de 2001

domingo, 12 de junio de 2022

FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD Primer Domingo Después de Pentecostés

  


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Después de transcurrir el tiempo pascual éste se cierra con Pentecostés, es decir, con el envío del Espíritu Santo que vivifica a la Iglesia, que es su alma y la gran promesa de nuestro Señor, el Espíritu Santo es quien nos recordará todo lo necesario para nuestra salvación, para que la Iglesia perdure hasta el fin de los tiempos. Es importante tenerlo presente porque la Iglesia no es un ente muerto aunque esté hoy maltratada, ultrajada, pero sin embargo camina por esa unión con el Espíritu Santo, que es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Y ésta nos vivifica también en el amor divino por la gracia; y no que hay olvidar que es una participación a la naturaleza divina de Dios y por eso somos como otros dioses, “seréis como dioses”, no por mérito propio como orgullosamente quiso Satanás hacerlo, sino por medio de nuestro Señor. Igual fue la gran tentación de la serpiente a Eva, a nuestros primeros padres, y es la gran atracción del hombre, el querer ser como Dios, no por obra y gracia de su ser, sino por propio derecho, por su propia dignidad, por su propia libertad, por su propia personalidad.

Ya se ve cómo en todo este ecumenismo, en todo este modernismo, está latente toda esa herejía de la divinización del hombre por sus propios méritos, por su propia naturaleza, por su propia dignidad; ese es el gran error, la gran herejía y será la gran apostasía que culminará representada en una cabeza que será el anticristo; antes de ella habrá muchos antecesores, predecesores que le prepararán el camino. Debemos estar vigilantes y saber a qué atenernos, para que no nos pase lo del camarón que se duerme y se lo lleva la corriente.

Católico que se duerme lo envuelve el torbellino de este mundo, que camina hacia la divinización del hombre sin la gracia de Dios, sin nuestro Señor Jesucristo, sin la Iglesia. Si se llegase a hablar de gracia, es una exigencia; esa es la idea de Henri de Lubac, que fue ensalzado por tamaña herejía; son hechos.

Y bien, después de festejar la Resurrección, la Ascensión de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, la Iglesia nos trae en este primer domingo después de Pentecostés el gran misterio del Padre, de la Santísima Trinidad, que especifica, que determina nuestra atención, nuestra creencia en Dios y eso es netamente sobrenatural. Porque a Dios se le puede conocer naturalmente, tributar un culto natural como dueño y Señor de todo lo creado, autor del universo; pero esa no es nuestra relación; la nuestra no es un culto o una relación natural, no es un conocimiento natural de Dios omnipotente, absoluto, infinito, eterno, sino que además es Dios Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Por ello ese gran dogma de esa multiplicidad relativa en Dios, que podría decirse es el gran misterio de la relatividad divina, porque nosotros podemos concebir, como lo han hecho los paganos, un Dios creador omnipotente, bueno, eterno, sabio, inteligente, bondadoso, absoluto. Lo inconcebible para ellos es que ese Dios eterno, absoluto uno sea a la vez trino sin que haya tres dioses, como farisaicamente alegaban los arrianos a los católicos, a San Atanasio, de creer en tres dioses al proclamar la Trinidad o al afirmar que nuestro Señor era también Dios y no simplemente un gran personaje, un gran profeta, un ser excepcional, pero sin reconocer su divinidad como hacía Arrio, el sacerdote judío de Alejandría.

Esa herejía se extendió por todo el universo y hubo necesidad de grandes sabios como San Atanasio para que se mantuvieran la llama y la luz de la verdad de los misterios de Dios. Y para que nuestro Señor sea verdaderamente Dios, además de ser hombre se requiere antes el reconocimiento y el conocimiento sobrenatural de la Santísima Trinidad, de la cual monseñor Lefebvre decía que era muy difícil predicar porque los misterios superan nuestra inteligencia, la razón y el entendimiento. Nos adherimos a ellos por un acato sobrenatural de fe que se liga al testimonio fidedigno de Dios, cree en su palabra.

Por ello es pecado contra la fe no creer en la palabra, en el testimonio de Dios y peor cuando esta prueba es nuestro Señor Jesucristo en persona, que se encarnó para revelar los misterios de Dios.

Toda nuestra fe se basa en la revelación de Dios, de su palabra, sin olvidar que se encarnó, porque la palabra de Dios es el Verbo eterno y éste se hizo carne, se hizo hombre. Pero como dice San Atanasio, no se convirtió la divinidad en carne sino que asumió la naturaleza humana, la carne. Decía que había que creer en la Santísima Trinidad y en la encarnación de nuestro Señor para salvarnos. Explicaba, además, que el Padre era eterno, que el Hijo era eterno y que el Espíritu Santo era eterno, pero se creía en un solo Dios, no había tres eternos y tres dioses, tres omnipotentes, sino un solo Dios en tres personas. Eso es lo que hace imposible a todo entendimiento creado, sea genio o normal, el conciliar que Dios, uno, absoluto, sea también a la vez relativo, porque las personas de Dios son una relación de origen, son en todo igual, en lo único que se distinguen y se diferencian es en un vínculo de procedencia.

Y, ¿qué quiere decir eso? Que el Padre no procede de nadie, es ingénito, que el Hijo procede del Padre como emana el pensamiento de la inteligencia, y por eso se condensa en su Verbo, que es el Hijo. El Hijo procede del Padre; esa unión que podríamos ver entre el pensamiento, entre los nuestros, nuestras ideas, nuestros conceptos y la inteligencia; pero mientras en nosotros es un accidente, en Dios no. Es una realidad que constituye una persona divina y por eso el Verbo es el Hijo del Padre, procede del Padre, que lo engendra como lo hace la inteligencia con el pensamiento y por eso se da esa comparación, esa relación, comparándola con el intelecto.

El Padre y el Hijo al verse el uno frente al otro, por decirlo así, no pueden sino suspirar de amor el uno por el otro y en esa exhalación de amor se genera el Espíritu Santo. Por eso la distinción es simplemente una relación de origen, no ya a la inteligencia como en el caso del Hijo sino al amor, a la voluntad de Dios. Son explicaciones que nos dan una pauta, una lejana idea, pero que nos pueden ayudar a comprender y por eso se llama el Espíritu Santo, por ese amor, por ese soplo de amor porque es de Dios.

Y así entonces creemos en la Santísima Trinidad y no en tres dioses sino en un solo Dios verdadero en tres personas. Eso es lo que significa cada vez que nos santiguamos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; proclamamos, profesamos ese dogma esencial de la Santísima Trinidad sin el cual es imposible salvarnos, sin el cual nadie cree sino es movido por el Espíritu Santo, por el Espíritu de Dios; por ello debemos guardar esa característica sobrenatural de nuestra fe, para que no degenere en una fe puramente natural. Eso es lo que nos distingue de los judíos, de los musulmanes, de los budistas y de todas las falsas religiones que no creen, que no aceptan y que no reconocen a la Santísima Trinidad y creen, más aún, que cometemos un pecado de idolatría al hablar, según ellos, de tres dioses.

Por eso San Atanasio explicaba que creemos en tres personas distintas pero en un solo Dios verdadero, no en tres dioses y así se cierra este misterio que contemplaremos por toda la eternidad después de haber pasado por esta vida efímera en esta tierra. Consideremos a Dios en ese y en todos sus misterios, como el de la Encarnación que es el segundo gran dogma de nuestra santa religión.

Pidamos a la Santísima Virgen María que cada vez más, a través de la oración y la meditación podamos penetrar estas creencias insondables de Dios que es lo que han hecho los Santos y que no estemos tan distraídos, dispersos, con la radio, la televisión, las revistas, las noticias; todo eso es nada por muy importante que pueda parecer, ante la Trinidad infinita de Dios.

De ahí que uno de los principales enemigos sean los medios de comunicación que impiden que el alma repose en la contemplación de las cosas de Dios, en la oración. Voy a decir algo que les va a chocar, pero es la realidad: desgraciadamente aquel que quiere rezar y acercarse a Dios, como no sabe hacerlo, se pone a hablar y a hablar y se dedica a una oración puramente vocal y como hay manuales que ayudan a ello, piensan que en eso consiste. Es un grave error y los libros de devoción son un auxilio, para que podamos a entender, como un piloto que ayuda a encender el motor. Pero no para que se conviertan en el centro de la oración.

Me da vergüenza decirlo, pero es así, lo vemos aquí en la capilla frente al Santísimo sacramento, “bla, bla, bla”; entiendan bien esto, no es que esté en contra, pero sepan hacer uso de esos libros de devoción ante el Santísimo Sacramento o ante Dios. Eso debe ser simplemente el inicio que nos dé la chispa para que nuestra alma, después, elevándose humildemente, llegue a reposar en Dios. Falta esa vida de oración, de vida interior y por eso la religión, para acabar, pareciera ser para esas beatas que lo único que saben hacer es “bla, bla, bla”, pues cuando rezan el Rosario no lo hacen con devoción. El santo Rosario es una excelente oración vocal y está mal dicho si yo no reflexiono en los misterios de la vida de nuestro Señor que son un Evangelio resumido. No es un puro hablar y hablar, detrás de todas las Avemarías está la meditación; de allí la conveniencia de anunciar el misterio y el fruto de ese él para que a lo largo de esa decena haya un recogimiento y una contemplación de los dogmas de Dios. No sé si está claro, pero es para señalar que debemos rezar con el corazón y no con la boca.

Debemos ir a la esencia de las cosas, a la intimidad, al corazón, a la médula, para que nuestra religión católica que hoy está siendo adulterada, corrompida, ultrajada, no sea el puro follaje superficial, como pasó con el judaísmo y el fariseísmo, que convirtió la religión del Antiguo Testamento en puro ritual externo y así, podamos entonces adorar a Dios en Espíritu y en verdad. Que no seamos fariseos quedándonos únicamente con lo externo, con el palabrerío sino ir al corazón, a la médula.

Es por eso que Dios ha permitido, sin ninguna duda, esta gran hecatombe, para que toda esa escoria, esa superficialidad, esa vanidad disfrazada de piedad y religión caiga; que así como el oro se acrisola con el fuego, así se purificará a los verdaderos fieles en los últimos tiempos que vivimos, al fuego, para que caiga la escoria, lo superficial y que quede realmente el oro.

Pidamos a nuestra Señora para que Ella nos ayude verdaderamente a contemplar y amar a Dios como Él quiere y se merece. +

PADRE BASILIO MERAMO
15 de junio de 2003

domingo, 5 de junio de 2022

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

 



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Nos encontramos en el Domingo de Pentecostés, a los cincuenta días de la Resurrección de nuestro Señor, que eso significa Pentecostés, los cincuenta días transcurridos desde su Resurrección.

En este día de Pentecostés tenemos la efusión plena del Espíritu Santo que formaliza la Iglesia, que la constituye plenamente formada desde adentro, porque el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Esa Iglesia que estaba reunida toda en este día en el cenáculo era la Iglesia naciente, la Iglesia primitiva y según los Hechos de los Apóstoles había ciento veinte fieles en total.

Y allí estaba toda la Iglesia católica, vivificada por el Espíritu Santo, Espíritu que procede del Padre y del Hijo y no solamente del Padre, sino del Hijo también, como profesa nuestro credo con el famoso filioque; las Tres Personas de la Santísima Trinidad son iguales en todo, la única distinción o relatividad que hay en lo absoluto de Dios, está en cuanto al Origen ; el Padre que es ingénito o agenethos, que no procede de nada ni de nadie; el Hijo que procede del Padre, es la Palabra, el Verbo de Dios, del Padre, el pensamiento del Padre y el Espíritu Santo, que procede de ese mutuo amor, de ese amor consustancial personificado en la Tercera Persona de la Santísima Trinidad y que es el alma de la Iglesia, que es la gracia santificante, y que la Iglesia recibió esa plenitud en el día de Pentecostés, quedando confirmados sus apóstoles. Esa confirmación que recibimos nosotros en el Espíritu el día de la confirmación, siendo confirmados en la fe del bautismo en el Espíritu de la Iglesia, en el Espíritu de Verdad.

No nos debe inducir al error el que nuestro Señor diga en el evangelio que sube al Padre porque el Padre es mayor que Él, el error de creer que Él es inferior y que por ser inferior no es Dios, como creían o afirmaban los arrianos. Por eso se necesita teología, doctrina, para no interpretar herética o erróneamente las Escrituras, oscureciendo las verdades divinas. Entonces, ¿en qué sentido nuestro Señor dijo y pudo decir que el Padre era mayor que Él? Ciertamente no según su generación divina, eterna, pues en eso es en todo igual, entonces será y es en cuanto a su generación temporal, en cuanto asumió una carne, una naturaleza humana.

Entonces, en cuanto hombre, sí podía decir que era menor que el Padre, pero sin olvidar que Él era la persona del Verbo; y en cuanto persona, es Dios, porque la persona de nuestro Señor no es humana. No es que no tenga existencia humana como dicen tontamente muchos filósofos y teólogos, confundiendo la existencia con el ser, el ser que constituye en los seres inteligentes la persona, la existencia humana. Claro que la tuvo y es absurdo y herético negarlo; lo que no tuvo fue persona humana, pues su persona era divina, era de ser divino que asumió la naturaleza humana y le dio existencia y existió históricamente, por eso nuestra religión no es una imaginación, sino una realidad histórica, y así nuestro Señor siendo en su persona divino, era su naturaleza humana y por eso confesamos en Él una persona en dos naturalezas, una divina y otra humana y esa naturaleza humana existió real e históricamente.

Por eso convenía que subiera al Padre, para que así estuviera a la diestra del Padre esa naturaleza que Él asumió y que después de su Resurrección era gloriosa, porque antes fue pasible, para poder morir en la Cruz por nosotros y así, al subir al cielo, y enviar conjuntamente al Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, verdad que es refutada por los ortodoxos. Es lo que niegan y por eso son herejes además de cismáticos además de no aceptar el sumo pontificado de San Pedro perpetuado a lo largo de la Historia en los Papas como legítimos sucesores de la cátedra de Pedro en Roma, legítimos sucesores porque ha habido ilegítimos, poco más o poco menos cuarenta antipapas en la historia de la Iglesia; pero eso lo niegan los ortodoxos quienes no aceptan el papado y por eso son doblemente herejes.

Sube entonces nuestro Señor a los cielos para mandar al Espíritu Santo; así como Él fue enviado por el Padre, el Espíritu Santo es el enviado del Padre y del Hijo; por eso dice nuestro Señor: “El que el Padre os enviará en mi nombre”, y es el Espíritu de la Iglesia, es lo que hace a la Iglesia infalible, lo que la hace indefectible en el tiempo a través de la Historia y en la doctrina a través del Magisterio. Por eso la Iglesia es luz del mundo y por eso es una contradicción una Iglesia que no sea luz, que no sea verdad, que no sea Espíritu de luz y de verdad, conjuntamente con Espíritu de amor.

Por eso toda la confusión que ha creado el Vaticano II dentro de la Iglesia no es del Espíritu Santo, no es del Espíritu de Dios, no cumple la definición, porque no fue un concilio asistido por el Espíritu Santo, Espíritu de Verdad que lo haría infalible, y que fue el único concilio ecuménico que declinó, cosa abominable por cierto, ya que todo concilio ecuménico por definición es infalible. Un concilio ecuménico no infalible es un absurdo teológico, y ese monstruo ahí lo tenemos diseminando el error, la confusión y las tinieblas, lo que denota que no es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Verdad. Nuestro Señor lo recalca en el evangelio de hoy: “El que me ama guarda mis mandatos; mi doctrina no es mía sino que la he recibido del Padre”, como queriendo decir, lo que yo digo como Verbo del Padre, como Verbo de Dios no es mío sino que es de mi Padre, yo no lo puedo cambiar, no lo puedo adulterar, no puedo decir otra cosa.

Lo mismo le ocurre a la Iglesia que no puede cambiar ni modificar esos mandatos, esa doctrina, ese Espíritu de verdad; y si lo hace, por ese mismo hecho deja de ser Iglesia, de ser de Dios, para convertirse en una contra-iglesia en la sinagoga de Satanás, que es lo que quisiera el demonio y que es lo que estorba para que reine a través del Anticristo; es el obstáculo que tiene con la Iglesia. Por eso trata de destruir la Iglesia, socavarla desde dentro, crear un concilio ecuménico que no cumpla la definición de infalible y que, por tanto, no es ecuménico; por lo mismo está plagado de errores y que son como monstruos de apostasía y de herejía. Así se disemina el humo de Satanás, como lo dijo el mismo responsable Pablo VI, quien firmó y avaló con su autoridad esos errores que están destruyendo a la Iglesia.

Debemos tener cuidado ya que el Anticristo entrará en la Iglesia –no en la verdadera–, para tomar el puesto de Dios y por eso tenemos que estar muy alertas y vigilantes y versados en la doctrina y la fe católica, para defenderla y que no nos presenten una religión falsificada y adulterada que sirva de sede al Anticristo y así nos mancomunen en el ecumenismo que alberga a todas las religiones, convertidos entonces en la contra-iglesia, en la sinagoga de Satanás. Ese es el misterio de iniquidad, esa será la abominación de la desolación, la gran tribulación que llegará a su culmen cuando reine e impere dentro de la Iglesia el inicuo, el Anticristo y eso hay que predicarlo y decirlo, no hay que ocultarlo para poder permanecer fieles testigos de la verdadera y única Iglesia católica, apostólica y romana.

 Porque “Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo”, lo dice Nuestra Señora en La Salette. Pero la verdadera Iglesia subsistirá reducida a un pequeño rebaño fiel a la Tradición católica, apostólica y romana, fiel a los mandatos de Cristo, fiel a la doctrina de Cristo. Ese es todo el problema. Que el mal quiere destruir el bien y el bien está representado en la Iglesia católica por todos aquellos que resisten al modernismo, al progresismo y que en cierta forma enarbola la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. De allí también el interés por destruir la Fraternidad, dividirla, socavarla, homologarla en un abrazo. Ese es todo el problema de la persecución tan pasmosa. Es lamentable que todo un cardenal colombiano sea el encargado de hacer ese puente, ese abrazo.

Nuestra única salvación será mantenernos firmes en la doctrina de nuestro Señor, firmes en el Espíritu de Verdad, en el Espíritu Santo. No dejarnos halagar por una Iglesia que a la larga o a la corta deja entronizar al enemigo de nuestro Señor, al Anticristo. De ahí la necesidad de mantener la pureza de la fe y no ser cobardes, no tener miedo, porque el mal cobra fuerza cuando hay debilidad en los buenos, cuando no presentan batalla, cuando no son aguerridos, cuando no son soldados de Cristo, que para eso hemos sido confirmados en la fe, para ser sus soldados y no miedosos o cobardes; no como los mercenarios que están en la Iglesia por el interés de la prebenda, el prestigio, el poder; en fin, que no están por Dios; debemos estar por el verdadero amor a Dios para dar testimonio, y, si es necesario, morir por ello.

La Iglesia primitiva está llena de mártires. Los cuarenta primeros Papas casi todos lo fueron por confesar la fe; esa hilera de Papas justos se interrumpió con Liberio, quien condenó a San Atanasio; hasta Liberio todos fueron beatos, porque la Iglesia es mártir. No podemos olvidar que salió del sacrificio de nuestro Señor Jesucristo en la Cruz y quedó coronada, plenificada como en el día de hoy con la venida del Espíritu Santo con Pentecostés. La Iglesia no es una cuestión de volumen ni de número, ya estaba toda constituida con los ciento veinte discípulos incluidos los apóstoles, porque estaba el Espíritu Santo. Entonces, no pensemos que es una cosa de multitudes, y que deba convertirse al mundo y a las multitudes, pues para irradiar la verdad es luz del mundo, a ella se tienen que convertir y no al revés como ocurre hoy que todo se adultera y se profana. Es una religión profanada, antropológica, de la revolución, en vez de ser la religión teológica de la Tradición.

Debemos tener claras estas cosas; es lamentable que no muchos las prediquen para alertar a los fieles, para que cuando venga el lobo no se lleve a las ovejas y estas sepan defenderse. Esta crisis se debe en parte a que los fieles no saben defenderse; durante años se ha predicado sin darles la esencia para protegerse cuando venga la prueba, cuando venga la persecución, cuando venga la adulteración de la religión, cuando la fe se esté extinguiendo. Como dice nuestro Señor: “Si acaso encontraré fe sobre la tierra”, y son pocos los sacerdotes que creen en los evangelios, en las profecías; no tienen ni idea en dónde están parados ni en qué momento histórico están viviendo y creen que todo es una cuestión de acabar y solucionar con cualquier gesto.

Solamente un milagro soluciona esta crisis, una intervención de Dios.
Roguemos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen, Ella, que estuvo plena del Espíritu Santo desde el primer momento de su Inmaculada Concepción, Ella, que se mantuvo firme ante la crucifixión de nuestro Señor mientras que los apóstoles huían. Sea entonces Ella quien nos haga mantener firmes en esta crucifixión de nuestro Señor en su Cuerpo Místico, la Iglesia, hoy perseguida, para que nos mantengamos fieles con la llama del Espíritu Santo, Espíritu de Dios, de Verdad y de amor. +

P. BASILIO MÉRAMO
3 de junio de 2001