San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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jueves, 29 de marzo de 2012

UNA CARTA MELIFLUOMALÉFICA


La carta que Don Nicola Bux, consultor de la Congregación para la Doctrina de la fe
(antiguo Santo Oficio de la Inquisición), dirigía a Monseñor Fellay y a toda la
Fraternidad S. Pío X el 19 de Marzo de 2012, es el colmo de fariseísmo clerical
presumiendo de bondad y de verdad.

Es increíble como los herejes e impostores se arrogan los privilegios de la verdad
para destruir toda resistencia a su apostasía pública y manifiesta, pero que
revestida de autoridad y poder se reclaman legítimos, y a los cuales hay que
obedecer, so pena de cisma, división y tinieblas de definitiva separación.
La única garantía religiosa, teológica, jurídica y moral es la verdad. Dios es la
Verdad y por eso es también la Caridad.

Dios es objeto de la fe en tanto y cuanto es la Verdad Primera como enseña
egregiamente Santo Tomás. Dios es objeto de la fe, reduplicativamente o de un
doble modo, pues es tanto objeto material y como objeto formal de la fe, por ser la
Verdad Primera bajo un doble aspecto, tanto material, como formal.

Dios es objeto de la fe porque como dice Dionisio: “La fe es acerca de la simple y
siempre existente verdad” (S. Th. q.1, a.1 Sed Contra), y esto es la Verdad Primera
como dice Santo Tomás, lo cual se da de una doble manera, es decir material y
formalmente considerada.

Dios es objeto material de la fe en cuanto es lo conocido, la cosa u objeto conocido
(id quod). Dios es objeto formal de la fe en cuanto medio por lo cual se conoce (per
quod). Pues: “Si se considera en la fe el objeto formal, no es otro que la verdad
primera; puesto que no se asiente a la fe de la cual hablamos sino es revelada por
Dios”. (S. Th. II, q.1 , a.1).

O como también dice Santo Tomás: “La razón formal del objeto en la fe es la verdad
primera, manifestada por la doctrina de la Iglesia”. Tenemos, así, que el objeto
(motivo) formal por el cual creemos, es la palabra de Dios enseñada por la doctrina
de la Iglesia: “El que tiene las cosas que son de la fe, pero no las asiente por la
autoridad de la doctrina católica, no tiene la virtud de la fe. Mientras quién asientealgo por la doctrina católica, asiente a todo lo que la doctrina católica contiene”.(De Caritate, q. un., a. 13, ad 6).

Dios revelante (por la palabra, testimonio, autoridad divina) es el objeto formal de
la fe simpliciter; pero el objeto formal de nuestra fe (quoad nos) es la Iglesia que enseña la doctrina católica. Luego es evidente que sin la doctrina católica, no hay fe ni hay religión ni hay Iglesia Católica.

Sin la Veritas Prima, la Verdad Primera, que es Dios, no hay nada ni fe, ni Iglesia
ni doctrina católica.

Sin la verdad primera no hay Iglesia Católica apostólica y romana, luego es preciso
mantener la doctrina católica enseñada por la Iglesia Católica para tener la fe y
pertenecer a ella.

Sin la verdad de la doctrina católica no se puede pertenecer a la Iglesia Católica ni
se tiene fe. Y las cosas que sabe acerca de la fe, las posee como opinión, no como
certeza sobrenatural de la virtud de la fe como enseña Santo Tomás: “Es patente
que quién defecciona en un artículo pertinazmente, no tiene fe en los otros
artículos, digo de aquella fe es un hábito infuso; pero aquellas cosas que son de fe,
las puede tener como una opinión”. (De Caritate q. un. , a.13, ad 6).

Es una aberración teológica y una degeneración mental pretender ser de Iglesia, y
aún peor, ser autoridad doctrinal, jurídica y moral de la Iglesia cuando se profesa
pública y manifiestamente el error en materia de doctrina católica, en materia de
fe y moral, y no se diga ya de la herejía.

El propósito melifluo de Don Nicola, por no decir baboso “para no ser
políticamente incorrecto” (como se estila, usa y abusa hoy en día bajo la diosa
democracia), deja mucho que desear como teólogo consultor, pues carece del
principio y fundamento de todo, que es la Verdad Primera: Dios, y no la autoridad
vicaria del Papa de turno que puede errar en materia de fe, ya que no está inmune
de desviarse de la fe, no esta provisto de impecabilidad contra la fe, puesto que la
única promesa divina de no pecar contra la fe, de no desviarse de la fe, de ser
infalible, es cuando habla ex cáthedra como Sumo Pontífice y Pastor Universal de
la Iglesia en cosas que son materia de fe o de moral, definiéndolas como reveladas.

Ya que como cabeza goza de la misma prerrogativa de infalibilidad de la Iglesia de
modo unilateral, personal: él sólo, sin el séquito (colegio episcopal) de todos los
obispos, del cual es la cabeza.

Tan es así, que por eso se dice: “Pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el
Espíritu Santo para que por revelación suya manifestara una nueva doctrina, sino
para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la
revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe”. (Denz.
1836).

Y por esto todo Papa legítimo confirma a sus hermanos cumpliéndose aquella
afirmación: “La primera salvación es guardar la regla de la recta fe”. (Denz. 1833).

No hay ni puede haber infalibilidad para la innovación doctrinal ni para cambiar la
doctrina, ni para adulterar la fe.

“Por lo cual instituyó Jesucristo en la Iglesia un magisterio vivo, auténtico y
juntamente perenne, al que dotó de su propia autoridad, le proveyó del espíritu de
verdad, (…) Este es consiguientemente sin duda alguna el deber de la Iglesia:
conservar la doctrina de Cristo y propagarla íntegra e incorrupta”. (Denz. 1957).

El ecumenismo modernista está condenado: “Nada más excelente ha sido dado por
Dios a los hombres que la autoridad de la fe Divina (…) ésta nos es necesaria
absolutamente para la Salvación, pues sin la fe… es imposible agradar a Dios
(Hebreos 11, 6) y : El que no creyere se condenará (Mc. 16,16)”. (Denz. 1645).
“(…) queremos excitar vuestra solicitud y vigilancia pastoral, para que, con cuanto
esfuerzo podáis, arrojéis de la mente de los hombres aquella a par impía y funesta
opinión de que en cualquier religión es posible hallar el camino de la eterna
salvación”. (Denz. 1646).

Podemos ver igualmente condenado el ecumenismo en esta otra sentencia del Papa
Gregorio XVI: “El indiferentismo, es decir, aquella perversa opinión que por
engaño de hombres malvados, se ha propagado por todas partes, de que la eterna
salvación del alma puede conseguirse con cualquier profesión de fe, con tal que las
costumbres se ajusten a la norma de lo recto y de lo honesto... y de esta de todo
punto pestífera fuente del indiferentismo, mana aquella sentencia absurda y
errónea, o más bien, aquel delirio de que la libertad de conciencia ha de ser
afirmada y reivindicada para cada uno”. (Denz. 1643).

Lo mismo reafirma Pío IX: “Es menester recordar y reprender nuevamente el
gravísimo error en que míseramente se hallan algunos católicos, al opinar que
hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera fe y a la unidad católica
pueden llegar a la eterna salvación”. (Denz. 1677).

Vemos, también, en esta otra afirmación de Pío IX la misma doctrina: “Partiendo
de esta idea, totalmente falsa, del régimen social, no temen favorecer la errónea
opinión, sobremanera perniciosa a la Iglesia Católica y a la salvación de las almas,
calificada de ‘delirio’ por nuestro antecesor Gregorio XVI, de feliz memoria, de que
‘la libertad de conciencia y de cultos es derecho propio de cada hombre, que debe
ser proclamado y asegurado por la ley en toda sociedad bien constituida, y que los
ciudadanos tienen derecho a una omnímoda libertad, que no debe ser coartada por
ninguna autoridad eclesiástica o civil, por el que puedan manifestar y declarar a
cara descubierta y públicamente cualesquiera conceptos suyos, de palabra o por
escrito, o de cualquier otra forma”. (Denz. 1690).

Por todo esto, ya decía el glorioso San Agustín: “¿Qué muerte peor para el alma que
la libertad del error?”. (Denz. 1614).

Asís I, II y III son la contradicción palmaria, pública y manifiesta de lo dicho y
condenado por los Papas y la Iglesia.

¿Cómo es posible que Don Nicola y todos los que como él piensan, no tengan en cuenta
que no hay autoridad que no venga de Dios, único autor-creador de todas las cosas
visibles e invisibles, y por lo tanto no hay autoridad para enseñar el error y no se diga, la herejía? Pues: “La fe es el principio de la humana salvación; el fundamento y raíz de toda justificación; sin ella es imposible agradar a Dios (Hebr. 11, 16) y llegar al consorcio de sus hijos”. (Denz. 801).

Por esto decía León XIII: “Lo primero que este deber nos exige, es profesar abierta
y constantemente la doctrina católica y, en cuanto cada uno pudiere,
propagarla…”. (Denz. 1936 c).

Si Roma está en la apostasía, como lo afirmó rotunda y claramente Monseñor
Lefebvre, ¿cómo es que don Nicola invita a ir a ella confiada y filialmente, y bajo la advertencia al no hacerlo, de producir un cisma, acrecentando las tinieblas como si fuera en la Roma Católica?

Esto prueba que no se puede tener otro lenguaje que el decirles que son ellos los
cismáticos, al romper con la Tradición, mantenida por todos los Papas anteriores al
Concilio Vaticano II, que son ellos los herejes que niegan la fe y la doctrina católica,que son ellos los apóstatas de Asís I (1986), II (2002) y III (2011).

San Pío X, ya había condenado el modernismo que había penetrado en la Iglesia:
“Ya no es necesario buscar a los fabricantes de errores, entre los enemigos
abiertos, sino que, con grande y angustioso dolor, los vemos introducidos en el
seno mismo de la Iglesia (…) nos referimos, venerables hermanos, a tantos seglares
y , lo que es más lastimoso, a tantos sacerdotes que con un falso amor a la Iglesia,
sin ningún sólido fundamente filosófico ni teológico, incluso impregnado de
doctrinas envenenadas, que inoculan hasta la médula de los huesos de la Iglesia, se
alzan como reformadores (…). Pues, como hemos dicho, no desde afuera, sino
dentro mismo de la Iglesia, llevan a cabo su perversa actividad; por eso el peligro se encuentra metido en las venas y en las entrañas de la Iglesia; con mucha mayor
eficacia dañina, puesto que conocen tan íntimamente a la Iglesia. A todo esto se
añade que no atacan las ramas o los retoños, sino las raíces mismas: la fe y sus más
profundas fibras. Y una vez dañada esta raíz de inmortalidad, intentan propagar el
virus por todo el árbol, de tal manera, que no hay aspecto de la verdad católica en
donde no pongan su mano y que no traten de corromper”. (Encíclica Pascendi 8 de
septiembre 1907).

La comunión es el primer lugar en la fe y la verdad, una solidaridad y una
comunión que no tienen la fe y la verdad por fundamento, es falsa como pretende
el modernismo, condenado una vez más por San Pío X en Notre Charge
Apostholique: “La doctrina Católica nos enseña que el primer deber de la caridad
no está en la tolerancia de las convicciones erróneas, por muy sinceras que sean, ni
en la indiferencia teórica o práctica, el error o el vicio en el cual vemos sumergidos a nuestros hermanos, sino en el celo para su mejoramiento intelectual y moral, así como por su bienestar material. (…) No hay verdadera fraternidad fuera de la caridad Cristiana que por amor a Dios y a su Hijo Jesucristo Nuestro Señor, abraza
a todos los hombres para aliviarlos a todos, y para llevarlos a todos a la misma fe y
a la misma dicha del cielo. Separando la fraternidad de la caridad cristiana así
entendida, la democracia, lejos de ser un progreso, constituiría un retroceso
desastroso para la civilización. Pues en efecto si se quiere llegar, y le decimos con
toda el alma, a la más grande cima del bienestar posible para la sociedad y para
cada uno de sus miembros por la fraternidad, o como se dice aún por la solidaridad
universal, es necesario la unión de los espíritus en la verdad, la unión de las
voluntades en la moral, la unión de lo corazones en el amor de Dios y de su hijo,
Jesucristo”. (nº 24).

Es mas, en el mismo documento, San Pío X pulveriza las superreligión universal (o
ecumenista de Vaticano II), al condenar el sillonismo: “Una religión (puesto que el
sillonismo, sus jefes lo han dicho, es una religión) más universal que la Iglesia
Católica, reuniendo a todos los hombres vueltos al cabo hermanos y camaradas en
el reino de Dios: “no se trabaja para la Iglesia, se trabaja para la humanidad”. (nº
39). Con lo cual se pretende una Ciudad futura con una Iglesia universal, sin
dogmas, ni jerarquía .

Todo esto pertenece, como hace ver y lo denuncia condenándolo el gran Papa San
Pío X, a : “Un gran movimiento de apostasía, organizado, en todos los países, para
el establecimiento de una Iglesia universal que no tendrá ni dogmas ni jerarquía,
ni regla para el espíritu, ni freno para las pasiones, y que, bajo el pretexto de
libertad y de dignidad humana, traería al mundo, si pudiera triunfar, el reino legal
de la astucia y de la fuerza y la opresión de los débiles, de los que sufren y
trabajan”. (nº 40).

Esto es exactamente la Nueva Religión y la Nueva Iglesia postconciliar, salida,
promulgada y oficializada por el Concilio Vaticano II, ni mas ni menos.

A esta parodia de Iglesia: Sinagoga de Satanás, invita ir Don Nicola, ¿habrase visto
la estupidez, erigida en consejera doctrinal?, emulando sapiencia paternal al invitar
a la plena comunión eclesial. Es el colmo de la impostura y de la estulticia.

El gran Domingo de Soto, uno de los teólogos españoles del Concilio de Trento,
llegó a decir que la Iglesia sería liquidada, extinguida, como hace ver el P.
Castellani, claro que esto hay que entenderlo en su aspecto oficial y humano.

El P. Castellani trae unos pasajes muy interesantes y oportunos para nosotros: “San
Victorino, mártir, continuamente dice que la Iglesia será quitada: ‘El coelum
recessit tamquam liber qui involvitur’ ; y el intérprete interpreta: ‘el cielo es
plegado, es decir, la Iglesia es quitada’; ‘de medio fiet’ - escribe Victorino en su bajo latín- que en latín significa más todavía: ‘La Iglesia liquidada’”. Y aclara el P. Castellani ante la idea de que esto pueda parecer una herejía enorme dice:
“Domingo Soto defendió que la Iglesia ‘desaparecería’. Yo no lo sigo conste. Pero
quiero decir que esa opinión no fue condenada…”. (Los Papeles de Benjamín
Benavides, ed. Dictio Bs. As. 1963, p. 273).

“San Pablo lo dice y Nuestro Señor mismo afirmó: ‘¿Cuándo Yo vuelva ¿creéis que
hallaré fe en la tierra?’ ¿Creen ustedes que una apostasía general sería posible si la Iglesia estuviera vigente, llena de pureza, de justicia, de claridad y de luz? Es
imposible. La gran apostasía hace concebible la gran persecución; pero la gran
apostasía no es concebible sin una contaminación…”. (Los Pap. p.273-274).

“(…) la Iglesia cederá en su armazón externo; y los fieles ‘tendrán que refugiarse’
volando ‘en el desierto’ de la Fe. Sólo algunos contados, ‘los que han comprado’,
con la renuncia a todo lo terreno, ‘colirio para los ojos y oro puro afinado’
mantendrán inmaculada su Fe (…)”. (Los Pap. p. 292-293). Tal como hoy se
percibe, el hecho es innegable.

En otra parte el P. Castellani aclara completando la idea: “(…) llegará un día en que
serán solamente un puñado de hombres, porque ‘cuando vuelva el Hijo del Hombre
¿creéis que encontrará fe sobre la tierra?’, porque fe habrá, aunque sean pocos y
perseguidos, en los últimos tiempos. Pero la fe en este sentido significa la fe
organizada, es decir, la Iglesia. La Iglesia -dice el teólogo Domingo Soto- ‘será
quitada del medio’ ”. (Catecismo para Adultos, ed. Grupo Patria Grande. Bs. As.
1979, p. 35-36).

Con todo esto se puede pensar que en su parte humana la Iglesia puede sufrir un
revés mortal, es decir, en una parte de su componente humano, como por ejemplo,
la jerarquía oficial, o la Iglesia oficial (los prelados de la jerarquía de la Iglesia).

Que por un misterio de inefable iniquidad (las profundidades de Satanás), la Iglesia
oficial corrompa la fe; se desvíe y caiga en la herejía y la apostasía, tal cual, vemos desde el conciliábulo Vaticano II, pues no se le puede llamar de otra forma al
constituirse como un Concilio Universal no infalible de la Iglesia.

Por todo esto, Monseñor Lefebvre dijo: “Este Concilio representa, tanto a los ojos
de las autoridades romanas, como a las nuestras, una nueva Iglesia a la que por
otra parte llaman ‘la Iglesia conciliar’. Creemos poder afirmar, ateniéndonos a la
crítica interna y externa del Vaticano II, es decir, analizando los textos y estudiando los pormenores de este Concilio, que este, al dar la espalda a la Tradición y romper con la Iglesia del pasado, es un Concilio cismático. Se juzga el árbol por sus frutos”. (La Nueva Iglesia, ed. Iction Bs. As. 1983, p. 124).

Y más adelante recalca: “Todos los que cooperan en la aplicación de este
trastocamiento, aceptan y adhieren a esta nueva ‘Iglesia conciliar’ –como la designa
Su Excelencia Monseñor Benelli en la carta que me dirige en nombre del Santo
Padre, el 25 de Julio último-, entran en el cisma”. (Ibid. p. 125).

Esto le cae como anillo al dedo (a la medida) a Don Nicola Bux, en respuesta a su
empalagosa, por no decir babosa carta, invitando a Monseñor Fellay y a todos los
miembros de la Fraternidad San Pío X, a ir a Roma confiada y filialmente, para
entrar en la plena comunión, mientras, advierte a su vez, que un rechazo no haría
sino aumentar las tinieblas de un cisma irreparable.

Monseñor Lefebvre, hace una distinción que nunca jamás hay que olvidar y
siempre tener en cuenta, y quizás sea la afirmación más importante ante la Roma
apóstata: “Pero este último tiempo, se nos ha dicho que era necesario que la
Tradición entrase en la Iglesia visible. Pienso que se comete allí un error muy, muy
grande. ¿Dónde está la Iglesia visible?. La Iglesia visible se reconoce por las
señales que siempre ha dado para su visibilidad: es una, santa, católica y apostólica. Les pregunto: ¿dónde están las verdaderas notas de la Iglesia?. ¿Están más en la Iglesia oficial? (no se trata de la Iglesia visible, se trata de la Iglesia oficial) o en nosotros, en lo que representamos, en lo que somos?. Queda claro, que somos nosotros quienes conservamos la unidad de la fe, que desapareció de la Iglesia oficial”. (Fideliter nº 66 noviembre - diciembre 1988).

Sí, Monseñor Lefebvre afirmó categóricamente que la Iglesia visible no es la Iglesia
oficial actual, y lo podemos ver además en este otro pasaje: “Por supuesto, se podrá
objetársenos: ‘¿Es necesario, obligatoriamente, salir de la Iglesia visible para no
perder el alma, salir de la sociedad de los fieles unidos al Papa?’. No somos
nosotros, sino los modernista quienes salen de la Iglesia. En cuanto a decir ‘salir de la Iglesia visible’, es equivocarse asimilando Iglesia oficial, a Iglesia visible. (…) ¿Salir, por lo tanto de la Iglesia oficial?. En cierta medida, sí, obviamente”. (Fideliter nº 66 noviembre- diciembre 1988).

Queda claro con esto, que el oficialismo no es legitimismo, lo oficial no es
necesariamente lo legitimo, la legitimidad. El cisma queda claro que lo producen los modernistas, no nosotros los tradicionalistas; los cismáticos son ellos, es más,
son apóstatas, con y por su ecumenismo. Esto lo afirma Monseñor Lefebvre en su
último libro Itinerario Espiritual al denunciar el ecumenismo apóstata: “Los que
estiman un deber minimizar estas riquezas, incluso negarlas, no pueden sino
condenar a estos dos Obispos y así confirman su cisma y su separación de Nuestro
Señor y su Reino, a causa de su laicismo y ecumenismo apóstata”. (Itinéraire
Spirituel. Séminaire Internationale Saint Pie X, Ecône, 1990, p. 9).

Y no se diga que Monseñor Lefebvre no los señalaba como cismáticos y apóstatas,
pues este texto, que fue suprimido en la edición hecha en el Seminario de La Reja,
por el Padre Guillaume Devillers, así lo demuestra: “Esta apostasía, hace de sus
miembros unos adúlteros, unos cismáticos, opuestos a toda tradición, en ruptura
con el pasado de la Iglesia y luego con la Iglesia de hoy en día, en la medida en la
cual ella permanezca fiel a la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo. (Ibíd. p. 70).

Recordemos además lo que Monseñor Lefebvre dijo en una de sus conferencias
durante el retiro sacerdotal en Ecône, el 4 de septiembre de 1987, después de su
entrevista con el entonces Cardenal Ratzinger, del 14 de julio de ese mismo año:
“Lo que les interesa a todos ustedes, es conocer mis impresiones después de la
entrevista con el Cardenal Ratzinger el 14 de julio último. Lamentablemente debo
decir que Roma ha perdido la fe, Roma está en la apostasía. Estas no son palabras
en el aire, es la verdad: Roma está en la apostasía”.

Y en la misma conferencia más adelante, no titubea en darles el mote bien
merecido de anticristos: “Pienso que podemos hablar de descristianización y que
estas personas que ocupan Roma hoy, son anticristos. No he dicho ante Cristos, he
dicho anticristos, como lo describe San Juan en su primera carta: ‘ya el Anticristo
hace estragos en nuestro tiempo’. El Anticristo, los anticristos; ellos lo son, es
absolutamente cierto”.

Esto que dijo Monseñor Lefebvre hacia el final de su vida, en su último libro:
Itinerario Espiritual, que nos deja como herencia y testimonio, Monseñor Fellay, y
tras él, el nefasto Padre Franz Schmidberger (cual cerebro gris) y un grupito que les
entornan, adulteran el testamento espiritual del fundador en su afán de ser
reconocidos por Roma modernista y apóstata.

¿Qué se puede esperar?, no quedan sino dos caminos: o la afirmación de la fe,
condenando a su vez el error y la herejía, o la claudicación, ya sea solapada sin
acuerdo, o declarada con acuerdo, pero claudicación, al fin y al cabo.

P. Basilio Méramo
Bogotá, Marzo 29 de 2012

domingo, 25 de marzo de 2012

PRIMER DOMINGO DE PASIÓN 1 de abril de 2001

Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:


En este primer domingo de Pasión entramos en la etapa más profunda de la Cuaresma: la etapa de la Pasión de Nuestro Señor; por eso se velan las imágenes como signo del luto, signo de que se oculta Nuestro Señor, tal como lo expresa el Evangelio de hoy: Nuestro Señor huye, se esconde de los judíos que querían apedrearlo por haber afirmado que El era Dios. Es el modo de ocultarse Nuestro Señor, quien ciertamente pasó entre ellos haciéndose invisible para evitar se anticipase la hora que El tenía prevista, en la cual moriría por nosotros.

Deducimos entonces cuan encarnizada es la lucha, la antítesis entre los judíos perversos, pérfidos y apóstatas, ante Nuestro Señor; es una lucha ineludible, una lucha que no se puede desmentir como se hace hoy, que el judaísmo se opone intrínseca y categóricamente a la religión católica, a la divinidad de Nuestro Señor y esa oposición los hace llevarlo a sufrir la Pasión hasta su muerte. Y esa oposición no dejará de existir hasta que ellos se conviertan. Y no será para que como hoy digan desde Roma o toda la jerarquía desde el Vaticano, falseando la religión católica, queriendo hacer ver que no hay tal oposición entre cristianismo y judaísmo, y quien lo niegue, no será católico. Esto lo creerá un católico imbécil que no conozca su religión, y los imbéciles se condenan en el infierno, porque la estupidez culpable tiene su castigo.

La oposición debida al odio a la verdad y a la Verdad Encarnada que es Nuestro Señor, es un pecado contra el Espíritu Santo, porque Nuestro Señor se les proclama como Dios que conoce al Padre, enviado del Padre, que Abraham deseó ver su día; el día de Aquél: "Yo soy el que soy", Jehová, Yahvé, que significa eso precisamente y que en esa palabra de cuatro letras sin las vocales (ya que los judíos no las escribían), esas cuatro consonantes que nosotros decimos Yahvé o Jehová, las cuales contienen el misterio de la Trinidad y de la Encarnación.

Ese es el misterio de la Trinidad que conocían los mayores, como explica Santo Tomás, pero que el pueblo creía solamente de un modo implícito; entre esos mayores estaba Abraham, por eso dijo Nuestro Señor que: "Abraham deseó ver su día", porque evidentemente conocía la Encamación y para conocer la Encarnación hay que conocer la Trinidad.

No es como erróneamente dicen muchos catequistas, teólogos y predicadores, que el misterio de la Santísima Trinidad es exclusivo del Nuevo Testamento; esa es una torpeza teológica; la fe es una y la misma y para que la fe sea la misma, tiene que estar basada en los mismos misterios fundamentales, y éstos, en la religión católica son: la Santísima Trinidad y la Encarnación; si es la misma fe la del Antiguo Testamento, tenían que conocer de algún modo esos dos misterios. Pero vemos cuánta es la ignorancia, pues Santo Tomás lo enseña; pero, claro, si la gran mayoría de los teólogos no conoce a Santo Tomás y se dedican a repetir como maestras de primaria, sin profundizar, predicando tonterías acerca de lo que no saben.

Sería imposible que Nuestro Señor dijera que Abraham deseo ver su día si éste no conociese el misterio de la Trinidad y de la Encarnación; sería negar las palabras explícitas del Evangelio, que es inspirado e infalible.

Verificamos una vez más cuan esparcida está la ignorancia en aquellos que debieran ser luz del mundo, porque el primer deber de la Iglesia es dar luz, el primer deber del sacerdote es dar la luz de la fe, de los misterios de Dios, de la Revelación de Dios y no llenar de errores a la gente, no dedicarse a un apostolado que más tiene de turismo, paseo y diversión que de estudio, para poder llevarles luz a los fieles y cultivarles esa fe y que crezcan en la esperanza y puedan vivir en caridad, conociendo la Santa religión y defendiéndola. Definitivamente hay una claudicación que viene de siglos atrás y que se manifiesta en la mala formación del clero como lo demuestra la ignorancia aberrante del pueblo que por no saber ni conocer su religión cae en el fetichismo o en una religión de charlatanes y estafadores, como las que hoy pululan; santerías donde se vende desde la cruz hasta perfumes con poderes "mágicos". ¡Qué vergüenza!

Más bajo no puede decaer la luz espiritual cuando debería brillar en el mundo a través de la Iglesia, de los sacerdotes; pero, ¿cómo va a enseñar alguien si no aprende primero?; y por eso
la jerarquía ha claudicado su misión pues, ¿qué se puede esperar de un obispo que ha tenido
una mala formación sacerdotal, si es un ignorante? Nada justifica el ser bruto, es contradictorio y aberrante un sacerdote en estas condiciones, ya que se exige un mínimo de inteligencia y capacidad para poder instruir al pueblo y para que instruyéndolo en las cosas de Dios se santifique; porque la santificación de los fieles no es beatería, consiste primero en el conocimiento de la verdad que lleva a amarla hasta convertirse en una devoción y no en beaterías sentimentales, que no nutren, ni llegan al alma y nos engañan.

La verdadera devoción, la verdadera piedad está basada en una sólida doctrina de la verdad, en Dios, y aumenta la fe y nos hace vivir de las tres excelentes virtudes teologales: fe, esperanza y caridad; así se vive en el amor de Dios.

Eso es lo que quiere la Iglesia durante esta Cuaresma, que nos preparemos para la Pascua, viviendo sobrenaturalmente la Pasión de Nuestro Señor. De modo que si se habla de Pasión de Nuestro Señor, es porque alguien lo llevó a padecerla hasta matarlo; fue su mismo pueblo judío, deicida, que no quiso convertirse y en cambio conculcó la verdad; porque odiaban la luz pecaron contra el Espíritu Santo. A esto los llevó el odiar la verdad, impugnar la verdad, y no aceptar la verdad, la luz, a ser hijos de las tinieblas del infierno. Eso es el infierno hoy negado por Juan Pablo II, negación que sólo haría un hereje, ya que no se puede negar el infierno, diluirlo ni dudarlo, ya que es un dogma de fe y eso, que lo diga el Papa, es inadmisible.

Pues esa contradicción nos hace pensar que también esto forma parte, no solamente de la Pasión de Cristo sino también de la Iglesia, que a imitación de Nuestro Señor, su Cuerpo Místico sufrirá y está sufriendo su pasión y su agonía; por eso hoy, no debemos dudarlo, sufrimos la pasión de la Iglesia de la mano de la misma jerarquía así como fueron los jerarcas de la sinagoga, de la Iglesia del Antiguo Testamento los que crucificaron a Nuestro Señor; la Historia se repite en ese sentido, por mano de la misma jerarquía que vuelve a crucificar a Nuestro Señor en su Cuerpo Místico.

Con decir esto no invento nada nuevo, pues ya es tema ventilado en libros, incluso en idioma español hay uno titulado "La Pasión de la Iglesia", que narra lo que muy brevemente he dicho. Y es el mismo Nuestro Señor quien lo deja consignado en palabras de las Sagradas Escrituras... ¡misterio de iniquidad!

Imploremos, entonces, a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, poder permanecer de pie ante la crucifixión de Nuestro Señor y ante la crucifixión de la Iglesia hoy.

BASILIO MERAMO PBRO.

domingo, 18 de marzo de 2012

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este domingo debemos recordar especialmente el significado de la Cuaresma para que no pasemos de largo sin percatarnos del gran misterio que se celebra durante todo este periodo, como preparación para la Pascua. Preámbulo solemne de la Iglesia y por eso ella lo reviste de tan alta relevancia. Abre sus puertas para que se llene de pecadores para aque allí, una vez dentro, se purifiquen, para que la humanidad, los hombres, hagan penitencia, oración, ayuno, abstinencia y sacrificio. Por eso la Iglesia la solemniza de un modo muy especial. Sería un gran error no considerarlo así, no tenerlo en cuenta y no practicarlo como hijos que somos de ella.

La Iglesia se regocija en la misericordia de Dios para con el pecador, que somos todos, para que hagamos una verdadera reconciliación con Dios Padre y tomemos conciencia de nuestra maldad, de nuestros pecados, de nuestras miserias; para que así, con ese saco lleno de tanta podredumbre entremos en la Iglesia y allí lo dejemos al pie del sagrario, al pie del confesionario, y no sigamos odiando, siendo orgullosos, soberbios, vanidosos, y no seamos adúlteros, fornicarios. Eso es lo que quiere la Iglesia.

Y no hay pecado ni pecador arrepentido con un corazón contrito y humillado, al que Dios no lo perdone. Él no absuelve al soberbio, como no pudo perdonar a Satanás por ese orgullo diabólico; pero si nosotros, por muy culpables que seamos, nos acercamos con un corazón contrito y humillado, nos exonerará. Nos dejó el ejemplo de la Magdalena, la gran pecadora, la gran prostituida y que ha sido quizás una de las mujeres más santas y ciertamente una de las pocas que más cerca estuvieron de nuestro Señor.

Así como el apóstol virgen, San Juan evangelista, era el discípulo amado, se puede decir que María Magdalena fue entre las mujeres privilegiada, la discípula amada a pesar de haber sido una gran pecadora. Con eso, ¿qué nos muestra nuestro Señor? Justamente su gran misericordia. Y esa clemencia es la que la Iglesia prodiga a los hombres para que en este tiempo de la Cuaresma todos entremos en la Iglesia y nos santifiquemos, corrijamos nuestras vidas, que vivamos como católicos y no como paganos que es como lo propone la tecnología actualmentecon la radio y la televisión; estos son dos medios poderosos de fomentar el paganismo, la corrupción, la prostitución; ni aun las noticias a veces se pueden ver ¿por qué? Por todo el contexto.

No nos engañemos, seamos conscientes; hay toda una maquinaria a través de los medios de comunicación y no solamente la radio y la televisión, también las revistas, los periódicos, toda propaganda tiende a vender el ideal de vida pagano que es carnal, a hacernos hijos de la esclava, de la Jerusalén de aquí abajo, hijos de la carne, adúlteros, bastardos. Y la Iglesia no quiere hijos espurios, esclavos, infames, los quiere libres en Cristo, hijos legítimos de la Iglesia, de la promesa.

Significativa y muy fuerte es la comparación y, sin embargo, se aplica a la Iglesia que hoy se está volviendo ilegítima con sus hijos y no con hijos libres en Cristo, en la promesa. Debemos, por tanto, tener mucho cuidado, no solamente con todo aquello con que el mundo, por natural consecuencia, digámoslo así, trata de degenerarnos, de hacernos prostituir; si nos descuidamos nos absorbe, y para colmo de males la misma jerarquía de la Iglesia ha pactado explícita o implícitamente, poco importa, con ese ideal de paganismo, con el mundo, con la Jerusalén de aquí abajo, con los hijos de la carne; de allí deriva la falsificación de la doctrina y de la religión católica, haciéndola bastarda.

La nueva Misa, acerca de la cual monseñor Lefebvre no se equivocaba al calificarla de falsa por la unión adúltera de los hombres de Iglesia en nombre de Dios con los protestantes. De esa cópula cultual ideológica y religiosa nació una misa ilegítima, la nueva y por eso monseñor Lefebvre la calificó con ese término tan fuerte y tan duro, para mostrar que era producto de una cópula adúltera en el orden religioso. ¿Qué mayor profanación puede haber? A menos que no tengamos fe, que no tengamos ojos, que no tengamos inteligencia y sapiencia de las cosas de Dios es que podríamos no darnos cuenta, lo que sería grave.

Y ustedes que vienen aquí deben tenerlo muy claro ya que no venimos porque “sea mejor” o “porque me gusta”, no es facultativo, sino, simplemente para conservar la verdad del culto católico y para que no nos prostituyamos con uno bastardo y adúltero. Eso es lo que también tenemos que predicar a los demás con caridad, con paciencia pero con firmeza. Ahora bien, desafortunadamente aquí viene todo tipo de personas, pues no siempre todos lo comprenden y lo que quieren hacer entonces es un término medio, pero no lo hay con Dios, “Sí, sí; No, no”. Todo lo que excede a esto viene del maligno.

Todos aquellos que han conocido la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, a Monseñor Lefebvre, la Santa Misa de siempre, sean sacerdotes, fieles extranjeros y colombianos porque también los hay, y que se han ido, es porque no han resistido con integridad teológica y doctrinal la sugestión de esa fascinación adúltera que nos propone la nueva Iglesia y que se instituyó con el Concilio Vaticano II; como ellos tienen el respaldo del poder y la autoridad los utilizan, desde luego, para destruir a la Iglesia y en eso consiste la gran victoria de Satanás, en llevar a la desobediencia a Dios y a su Iglesia por el acatamiento a una jerarquía que claudica en su sacro deber.

Ahora bien, si hacemos una leve observación teológica, hay que reconocer que es una aberración el que un concilio ecuménico no sea “ipso facto”, por su propia esencia, infalible y, de hecho, teológicamente no puede existir un concilio verdaderamente ecuménico que no sea inequívoco, y si se quiso hacer un concilio ecuménico de esta forma, no es verdadero sino una simple reunión eclesiástica, aunque muy solemne, y eso es grave, muy grave. Para que nos hagamos una idea, es como si alguien se quiere casar y no quiere que ese matrimonio sea indisoluble; por el mismo hecho de quererse casar tiene que ser perdurable y si no quiere que lo sea no hay matrimonio; pues lo mismo pasa con un concilio ecuménico: o es infalible por su propia esencia y constitución, o no lo es y, peor aún, si seguimos con el rigor teológico.

¿Qué es entonces si no es un verdadero concilio ecuménico infalible? No es concilio y, entonces, ¿qué es? Precisamente podemos decir, una reunión eclesiástica. Y esto no queda allí. Si de ese concilio supuesto hay errores que conculcan los fundamentos de la Iglesia, de la fe, eso ya más que una reunión eclesiástica, es un verdadero conciliábulo; es decir, en verdad, una reunión totalmente opuesta a lo que debiera ser y en vez de estar allí el Espíritu Santo, quien está es Satanás; por lo que Pablo VI con toda la perfidia judaica (porque parece que era de origen judío), llegó a decir como la burra de Balaam, que el humo del infierno había entrado por alguna grieta en la Iglesia, y ese humo es el que están respirando la humanidad, los fieles, a través de todo lo que se predica en el nombre del Concilio; he ahí esos gases mortíferos que están matando la fe porque hoy no la hay; son muy pocos los que la conservan la fe católica, apostólica y romana.

La Iglesia es la reunión de todos los fieles en Cristo que profesan la fe católica y, díganme ustedes, ¿quién la profesa hoy íntegramente? Ni los cardenales, ni los obispos, ni aun Juan Pablo II; por eso tenemos que desobedecer, porque si nos subordinamos caemos en errores contra la fe y ni qué se diga de los fieles, al punto de que incluso lo más querido, a lo cual la gente tiene mucho sentimiento, ya empieza a tomar un matiz pagano; en la vida social se vuelve infiel el matrimonio con los concubinatos bajo una fórmula de enlace civil, cuando no de libre unión sin vínculo formalmente constituido y que da lo mismo. La cremación de los muertos, igual que los budistas, igual que los masones, sin respeto a ese cuerpo que es templo del Espíritu Santo; se lo quema violentamente en vez de dejar que naturalmente se destruya y se vuelva tierra porque: “a la tierra volverás”, no a las cenizas. Pero así, estúpidamente, la gente no se da cuenta.

En cambio en la Iglesia antiguamente quedaba excomulgado y no tenía sepultura eclesiástica quien dictaminara la cremación después de su muerte, porque hay que respetar ese cuerpo que fue templo y sagrario del Espíritu Santo; pero así es la estupidez que impera, y para colmo de males se agrega el pretexto del problema económico; claro, es más barato, pues muy bien lo saben los zorros judíos y masones y con ese propósito lo hacen para que cueste más caro el no incinerarlos. Por lo menos tengámoslo claro.

Entonces ese humo del infierno que ya Pablo VI lo señaló, es el que está matando la fe y por eso vemos las consecuencias trágicas de su pérdida y la consecuencia y desmoralización de la sociedad. No hay moral, no hay vergüenza y la mujer sin pudor se prostituye; se puede hablar de un hombre público, pero si se habla de una mujer pública, ¿en qué se piensa? Es de orden natural y por eso la mujer debe venir a Misa con el cabello y la cabeza cubiertos para mostrar sumisión y pudor y no la imagen de una mujer liberada que hace lo que le da la gana.

Las mujeres liberales no son católicas, aunque así se llamen. Y pena debería darnos el saber que es más pudorosa una mujer musulmana siendo pagana e infiel, que una católica, porque todavía no he visto a ninguna mujer musulmana con el pecho o con el ombligo al aire, o con minifalda; ¡qué vergüenza, maldita sea! No es posible que nos sigamos llamando católicos y nos comportemos peor que los musulmanes y los paganos. Debe haber siempre alguien en la Iglesia que lo diga, y me importa un comino si a alguien no le gusta; la verdad hay que señalarla y aceptarla con humildad y no rechazarla con orgullo y soberbia.

Ahora bien, si llega una mujer por primera vez a esta capilla vestida inadecuadamente no se debe cometer la estupidez de reprocharle; hay que ir también con suavidad y no con celo amargo como ha pasado con las personas más antiguas, que por su afán, no saben conducir a otra mujer a que poco a poco cambie el pantalón por la falda y se ponga velo. Quienes así actúan hacen el papel de brujas, y lo mismo algunos hombres. No se trata de criticar al recién venido, sino de ayudarlo con caridad y con paciencia y poco a poco se dará la transformación; pero si los antiguos no lo entienden, ¿cómo van a hacerlo los otros?

Estimados hermanos, aprovechemos, pues, esta Cuaresma para que rectifiquemos nuestra alma, nuestras acciones, nuestros sentimientos, nuestros corazones, porque de allí es de donde brota o todo el bien o todo el mal que hagamos y eso es lo que quiere la Iglesia, que éste sea un santo tiempo para todos, para seamos libres en Cristo y no en los derechos del hombre, ni en la ONU, ni en lo que sea, sino únicamente en Cristo, en la Iglesia, en la verdad. Esto es lo que nos hace libres, la verdad que es Cristo nuestro Señor y ante el cual todo el universo se arrodilla, en los cielos, en la tierra y en los mismos infiernos.

Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, que nos acerque más a nuestro Señor y a la Iglesia para que así seamos verdaderos hijos de Dios. +

P. Basilio Méramo
20 de marzo de 2003

domingo, 4 de marzo de 2012

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA




Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Nos encontramos en el segundo domingo de Cuaresma. Durante todo este tiempo la Iglesia quiere que nos preparemos con ayunos, sacrificios, penitencias, mortificaciones y limosnas. Que nos alistemos bien para festejar la Resurrección de nuestro Señor el día de Pascua, de ahí el carácter penitencial de toda esta época que es una antesala, una purificación, una enmienda y corrección de nuestros defectos, de nuestros pecados, para ser más gratos a Dios. Si esto parece difícil es por la poca fe y el escaso fervor, ya que Dios siempre da la gracia para aquello que es necesario para la salvación. De allí que en este tiempo cuaresmal se debe intensificar la oración para prepararnos bien y purificarnos.



El Evangelio relata la transfiguración de nuestro Señor; poco antes, Él había manifestado a sus apóstoles su Pasión y ellos quedaron sin entender; mucho después de oírlo de boca de nuestro Señor, quedaron inquietos y por eso Él, de algún modo entresacó a los preferidos, para que cuando llegara la hora estos se acordaran de su gloria, y fortalecidos pudieran sostener a los otros. Sin embargo, sabemos que los apóstoles abandonaron a nuestro Señor, habiendo tenido San Pedro esta visión de la transfiguración de nuestro Señor.



¿Por qué elige a estos tres apóstoles? A San Pedro lo elige porque era quien más amaba a nuestro Señor y por esto mismo fue elegido como piedra de la Iglesia, como Sumo Pontífice, como Papa; a Santiago lo elige porque había demostrado tanto valor como para ser llamado hijo del trueno, y a San Juan porque era el discípulo amado por su virginidad angelical que lo hacía grato a nuestro Señor. Los lleva entonces a un monte alto, no se sabe qué monte es, se dice que el Tabor, otros dicen que no sino el Hermón, porque en griego dice Epsilón katidian, es decir un monte alto y solitario y el Tabor tiene 400 metros aproximadamente desde la planicie, mientras que el otro tiene unos dos mil metros. Y como la Escritura no dice el nombre, y la mayoría dice que es el Tabor, conviene hacer la aclaración porque es bueno saber que hay otra opinión válida basada en la letra del texto griego de la Escritura, según el padre Castellani.



Les manifiesta nuestro Señor esa redundancia de su divinidad sobre la carne, sobre su humanidad; en eso consiste esa transfiguración, dejar traslucir la superabundancia de divinidad en su cuerpo, que era como debía ser desde el mismo momento de su Encarnación; el cuerpo glorioso, radiante, impasible, ligero, bello, luminoso, pero Él reprimió esos efectos para que ese cuerpo pudiese servir de materia al sacrifico en la Cruz. Es por eso justamente que se anonadó y no como dicen lamentablemente muchos teólogos y exégetas, que se anonadó porque al Encarnarse se rebajó; eso es absurdo. Dios no se rebaja al hacerse hombre ni mucho menos; la Encarnación manifiesta el esplendor de su omnipotencia divina; no es ningún sobajamiento, sino que consiste en no dejar que ese cuerpo se glorifique por el contacto divino y que sea así pasible de sufrimiento y muerte; pero eso ya no es la Encarnación sino que es reprimir esa redundancia de la gloria divina a la humanidad, a la carne para que sea posible padecer y morir.



No es pues la Encarnación un hecho de anonadamiento sino de poder de Dios. Del mismo modo que Dios no está prisionero en el sagrario como muy devotamente dicen incluso los santos, esa expresión es una alegoría para mover los corazones, pero teológicamente no es cierto; lo que la presencia real de nuestro Señor en el sagrario manifiesta es el poder de su divinidad. Él no está prisionero como un reo en una cárcel esperando la liberación, sino que está ahí mostrando el esplendor de su poder que es muy distinto; que por eso debemos cuidar las emociones, porque como una mujer enamorada dice tonterías por amor, esas cosas no serían teología sino delirios de amor y como tales se entienden.



Nuestra devoción debe fundarse en la teología, en la doctrina que nos muestra el esplendor y la grandeza de Dios y, por ende, nuestra miseria. Eso nos debe hacer humildes y prontos a rendir culto a Dios. Otra cosa es que en un arrebato de locura digamos cosas por amor, pero eso es diferente.



Nuestro Señor se transfigura, deja relucir eso que debió ser su cuerpo, para mostrar a los apóstoles su gloria y que así en el momento de su Pasión no sucumbieran, no desfallecieran. Les daba con eso una esperanza de su triunfo a pesar de esa derrota tremenda, humana y naturalmente vista. En la aparición de la transfiguración están a su lado los representantes sublimes de todo el Antiguo Testamento, Moisés y Elías. Moisés como el representante de la Ley y Elías como garantía de los profetas y las profecías del Antiguo Testamento, con lo cual se les muestra a los judíos su continuidad con él y que culmina en nuestro Señor. Por eso, los judíos tampoco siguen a Moisés, ni a Elías, sólo al Talmud, a la Cábala, que son la tergiversación de los preceptos de la Ley; ellos no son fieles al Antiguo Testamento, he allí su pecado: no aceptan a nuestro Señor.



Entonces, con la presencia de Moisés y Elías garantiza nuestro Señor todo el Antiguo Testamento, el cual culmina en Él y muestra esa continuación que Él viene a completar y a perfeccionar. Lo mejora, porque todas las cosas de este Testamento que prefiguraban, desaparecen ante la realidad. Nadie está mirando la foto de la novia cuando ella está presente, y si lo está, desaparece la foto; del mismo modo se esfuman todas esas prefiguraciones, sobre todo cultuales y de ceremonias del Antiguo Testamento que se perfeccionaron y completaron con los sacramentos y el culto de la liturgia de la Iglesia.



Da ánimo nuestro Señor a estos discípulos predilectos para que no sucumban en la hora de la prueba. Transfiguración que en esta hora de la prueba de la Iglesia y de nosotros como parte integrante de ella, no nos deja desfallecer. A pesar de los curas, del clero y del mismo Papa, la Iglesia es divina. Ningún hombre debe eclipsar la divinidad de la Iglesia aunque caiga en la más tremenda apostasía, como ya se nos tiene anunciado; no perder la fe en la Iglesia católica, apostólica y romana. Aunque la Roma de hoy esté en la apostasía, como lo dice monseñor Lefebvre, como dijo hace mucho tiempo, trece, catorce o quince años al regreso de un viaje después de hablar con el cardenal Ratzinger. (Esa conferencia dictada por monseñor está a disposición de los fieles para leerla y meditarla). Así, aunque veamos esos males, la Iglesia, que antaño era esplendorosa como la vid en verano, con follaje y fruto, la vemos ahora reducida, como la vid en invierno, un tallo sin verdor, esperando el florecer; así será reducida la Iglesia a un pequeño rebaño regado por el mundo.



Pero no por eso se debe perder la concepción católica de la Iglesia y del papado, aunque el Papa sea hereje, o antipapa; yo no digo que lo sea, pero se han dado cuarenta y tantos antipapas en la historia de la Iglesia y para los últimos tiempos están señalados algunos más.

En el Apocalipsis aparecen dos bestias que configuran el anticristo, la bestia de la tierra y la del mar. Pero la de la tierra tiene apariencia de cordero, se parece a él, a Nuestro Señor. No solamente tiene apariencia religiosa sino poder, los dos cuernos de Moisés, los dos cuernos de la mitra que llevan los obispos. Qué más obispo que el obispo de los obispos, el de Roma, el Papa, al cual el demonio apunta, porque él no va a elegir a cualquier obispo sino que va a la cabeza; eso ya lo tenía presente León XIII al decir en el exorcismo que Satanás intentará apoderarse de la cátedra de Pedro y que hay que rezar para que eso no acontezca; ese pedacito ha sido suprimido hace tiempo, con lo cual se hace evidente y cabe la posibilidad que un Papa caiga y se convierta en agente del demonio; es una probabilidad teológica que nadie puede negar.



Luego hay que estar atentos, vigilantes, muy alertas, no claudicar bajo el peso de la autoridad que sabotea su misión, su oficio. El mismo derecho canónico contempla que el papado se puede perder no solamente por la muerte física del romano Pontífice, sino también por la muerte espiritual, por la herejía, el cisma, o la apostasía y estas no son cosas que quedan en la pura teoría como antaño, sino que parecen hacerse realidad. Por eso hay que predicarlas y decirlas para que el pueblo esté vigilante, no sea un pueblo dormido, e ignorante de la situación que le toca vivir, para defender la fe, la Iglesia, para protegerse de los falsos pastores, de los falsos cristos.



Lamentablemente son pocos los sacerdotes que predican así lo que sucede; pero es hora de clamar en voz alta aunque se grite desde el desierto, para que no se pierda la fe y saber que todo esto ha sido profetizado, más aún, vislumbrado por la teología; que antaño no se veía todavía venir, no era patente, luego no era preocupante, como nadie hace su testamento en plena juventud, pero luego, cuando ya se acerca a viejo piensa en él.



Pues así mismo estas cosas tan difíciles y duras, debemos tenerlas presentes para no claudicar tontamente como han claudicado los sucesores de Monseñor de Castro Mayer, que se debe estar retorciendo en su santa tumba con lo que ha hecho el padre Rifan en representación de todos ellos, bajo el peso de argumentos de autoridad y de jurisdicción. Todo eso nada vale si no está sustentado por el bien común, por la verdad. La obediencia y la autoridad no tienen valor cuando no son para el bien; es una falsa obediencia, una falsa autoridad. Es lamentable que no haya obispos a la altura de las circunstancias para que denuncien estos problemas, y quien quiera oír que oiga; pero este atropello no puede pasar sin que salga un doctor de la Iglesia, que al menos con su autoridad episcopal lo advierta.



Los obispos de la Tradición aunque buenos, parecen no dar la talla, tal vez por culpa nuestra, por ser nosotros unos tradicionalistas comodones, aburguesados en nuestras costumbres; quizás por eso falta esa categoría de obispos como monseñor Lefebvre, o como monseñor De Castro Mayer, que si había que golpear con el báculo en la mano lo hacían. No digo que estos sean malos; son muy buenos, pero les falta tenacidad, combatividad para sostener el pequeño rebaño diseminado por el mundo; el obispo es el ministro ordinario de la confirmación en la fe, y cómo es posible entonces confirmar en la fe, si no defiende a los fieles como un león con báculo y mitra de aquello que está destruyendo la fe.



Debemos rezar y ser católicos consecuentes, a no ser que sigamos por el ancho camino de todos aquellos que se creen católicos sin serlo. Si somos católicos de veras, asumamos todo y no sólo aquello que nos gusta. Dejemos la tibieza; quizás sea así como dice el adagio que “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”; si es aplicable a la Iglesia no sé, pero tenemos los gobernantes que nos merecemos y aun en la Tradición católica.



Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen, ser consecuentes, firmes, tal como Ella demostró serlo al pie de la Cruz, para reasumir esa fe, ese ardor y celo sobrenatural, y ser dignos discípulos de nuestro Señor Jesucristo. +

PADRE BASILIO MERAMO
24 de febrero de 2002