San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 4 de marzo de 2012

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA




Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Nos encontramos en el segundo domingo de Cuaresma. Durante todo este tiempo la Iglesia quiere que nos preparemos con ayunos, sacrificios, penitencias, mortificaciones y limosnas. Que nos alistemos bien para festejar la Resurrección de nuestro Señor el día de Pascua, de ahí el carácter penitencial de toda esta época que es una antesala, una purificación, una enmienda y corrección de nuestros defectos, de nuestros pecados, para ser más gratos a Dios. Si esto parece difícil es por la poca fe y el escaso fervor, ya que Dios siempre da la gracia para aquello que es necesario para la salvación. De allí que en este tiempo cuaresmal se debe intensificar la oración para prepararnos bien y purificarnos.



El Evangelio relata la transfiguración de nuestro Señor; poco antes, Él había manifestado a sus apóstoles su Pasión y ellos quedaron sin entender; mucho después de oírlo de boca de nuestro Señor, quedaron inquietos y por eso Él, de algún modo entresacó a los preferidos, para que cuando llegara la hora estos se acordaran de su gloria, y fortalecidos pudieran sostener a los otros. Sin embargo, sabemos que los apóstoles abandonaron a nuestro Señor, habiendo tenido San Pedro esta visión de la transfiguración de nuestro Señor.



¿Por qué elige a estos tres apóstoles? A San Pedro lo elige porque era quien más amaba a nuestro Señor y por esto mismo fue elegido como piedra de la Iglesia, como Sumo Pontífice, como Papa; a Santiago lo elige porque había demostrado tanto valor como para ser llamado hijo del trueno, y a San Juan porque era el discípulo amado por su virginidad angelical que lo hacía grato a nuestro Señor. Los lleva entonces a un monte alto, no se sabe qué monte es, se dice que el Tabor, otros dicen que no sino el Hermón, porque en griego dice Epsilón katidian, es decir un monte alto y solitario y el Tabor tiene 400 metros aproximadamente desde la planicie, mientras que el otro tiene unos dos mil metros. Y como la Escritura no dice el nombre, y la mayoría dice que es el Tabor, conviene hacer la aclaración porque es bueno saber que hay otra opinión válida basada en la letra del texto griego de la Escritura, según el padre Castellani.



Les manifiesta nuestro Señor esa redundancia de su divinidad sobre la carne, sobre su humanidad; en eso consiste esa transfiguración, dejar traslucir la superabundancia de divinidad en su cuerpo, que era como debía ser desde el mismo momento de su Encarnación; el cuerpo glorioso, radiante, impasible, ligero, bello, luminoso, pero Él reprimió esos efectos para que ese cuerpo pudiese servir de materia al sacrifico en la Cruz. Es por eso justamente que se anonadó y no como dicen lamentablemente muchos teólogos y exégetas, que se anonadó porque al Encarnarse se rebajó; eso es absurdo. Dios no se rebaja al hacerse hombre ni mucho menos; la Encarnación manifiesta el esplendor de su omnipotencia divina; no es ningún sobajamiento, sino que consiste en no dejar que ese cuerpo se glorifique por el contacto divino y que sea así pasible de sufrimiento y muerte; pero eso ya no es la Encarnación sino que es reprimir esa redundancia de la gloria divina a la humanidad, a la carne para que sea posible padecer y morir.



No es pues la Encarnación un hecho de anonadamiento sino de poder de Dios. Del mismo modo que Dios no está prisionero en el sagrario como muy devotamente dicen incluso los santos, esa expresión es una alegoría para mover los corazones, pero teológicamente no es cierto; lo que la presencia real de nuestro Señor en el sagrario manifiesta es el poder de su divinidad. Él no está prisionero como un reo en una cárcel esperando la liberación, sino que está ahí mostrando el esplendor de su poder que es muy distinto; que por eso debemos cuidar las emociones, porque como una mujer enamorada dice tonterías por amor, esas cosas no serían teología sino delirios de amor y como tales se entienden.



Nuestra devoción debe fundarse en la teología, en la doctrina que nos muestra el esplendor y la grandeza de Dios y, por ende, nuestra miseria. Eso nos debe hacer humildes y prontos a rendir culto a Dios. Otra cosa es que en un arrebato de locura digamos cosas por amor, pero eso es diferente.



Nuestro Señor se transfigura, deja relucir eso que debió ser su cuerpo, para mostrar a los apóstoles su gloria y que así en el momento de su Pasión no sucumbieran, no desfallecieran. Les daba con eso una esperanza de su triunfo a pesar de esa derrota tremenda, humana y naturalmente vista. En la aparición de la transfiguración están a su lado los representantes sublimes de todo el Antiguo Testamento, Moisés y Elías. Moisés como el representante de la Ley y Elías como garantía de los profetas y las profecías del Antiguo Testamento, con lo cual se les muestra a los judíos su continuidad con él y que culmina en nuestro Señor. Por eso, los judíos tampoco siguen a Moisés, ni a Elías, sólo al Talmud, a la Cábala, que son la tergiversación de los preceptos de la Ley; ellos no son fieles al Antiguo Testamento, he allí su pecado: no aceptan a nuestro Señor.



Entonces, con la presencia de Moisés y Elías garantiza nuestro Señor todo el Antiguo Testamento, el cual culmina en Él y muestra esa continuación que Él viene a completar y a perfeccionar. Lo mejora, porque todas las cosas de este Testamento que prefiguraban, desaparecen ante la realidad. Nadie está mirando la foto de la novia cuando ella está presente, y si lo está, desaparece la foto; del mismo modo se esfuman todas esas prefiguraciones, sobre todo cultuales y de ceremonias del Antiguo Testamento que se perfeccionaron y completaron con los sacramentos y el culto de la liturgia de la Iglesia.



Da ánimo nuestro Señor a estos discípulos predilectos para que no sucumban en la hora de la prueba. Transfiguración que en esta hora de la prueba de la Iglesia y de nosotros como parte integrante de ella, no nos deja desfallecer. A pesar de los curas, del clero y del mismo Papa, la Iglesia es divina. Ningún hombre debe eclipsar la divinidad de la Iglesia aunque caiga en la más tremenda apostasía, como ya se nos tiene anunciado; no perder la fe en la Iglesia católica, apostólica y romana. Aunque la Roma de hoy esté en la apostasía, como lo dice monseñor Lefebvre, como dijo hace mucho tiempo, trece, catorce o quince años al regreso de un viaje después de hablar con el cardenal Ratzinger. (Esa conferencia dictada por monseñor está a disposición de los fieles para leerla y meditarla). Así, aunque veamos esos males, la Iglesia, que antaño era esplendorosa como la vid en verano, con follaje y fruto, la vemos ahora reducida, como la vid en invierno, un tallo sin verdor, esperando el florecer; así será reducida la Iglesia a un pequeño rebaño regado por el mundo.



Pero no por eso se debe perder la concepción católica de la Iglesia y del papado, aunque el Papa sea hereje, o antipapa; yo no digo que lo sea, pero se han dado cuarenta y tantos antipapas en la historia de la Iglesia y para los últimos tiempos están señalados algunos más.

En el Apocalipsis aparecen dos bestias que configuran el anticristo, la bestia de la tierra y la del mar. Pero la de la tierra tiene apariencia de cordero, se parece a él, a Nuestro Señor. No solamente tiene apariencia religiosa sino poder, los dos cuernos de Moisés, los dos cuernos de la mitra que llevan los obispos. Qué más obispo que el obispo de los obispos, el de Roma, el Papa, al cual el demonio apunta, porque él no va a elegir a cualquier obispo sino que va a la cabeza; eso ya lo tenía presente León XIII al decir en el exorcismo que Satanás intentará apoderarse de la cátedra de Pedro y que hay que rezar para que eso no acontezca; ese pedacito ha sido suprimido hace tiempo, con lo cual se hace evidente y cabe la posibilidad que un Papa caiga y se convierta en agente del demonio; es una probabilidad teológica que nadie puede negar.



Luego hay que estar atentos, vigilantes, muy alertas, no claudicar bajo el peso de la autoridad que sabotea su misión, su oficio. El mismo derecho canónico contempla que el papado se puede perder no solamente por la muerte física del romano Pontífice, sino también por la muerte espiritual, por la herejía, el cisma, o la apostasía y estas no son cosas que quedan en la pura teoría como antaño, sino que parecen hacerse realidad. Por eso hay que predicarlas y decirlas para que el pueblo esté vigilante, no sea un pueblo dormido, e ignorante de la situación que le toca vivir, para defender la fe, la Iglesia, para protegerse de los falsos pastores, de los falsos cristos.



Lamentablemente son pocos los sacerdotes que predican así lo que sucede; pero es hora de clamar en voz alta aunque se grite desde el desierto, para que no se pierda la fe y saber que todo esto ha sido profetizado, más aún, vislumbrado por la teología; que antaño no se veía todavía venir, no era patente, luego no era preocupante, como nadie hace su testamento en plena juventud, pero luego, cuando ya se acerca a viejo piensa en él.



Pues así mismo estas cosas tan difíciles y duras, debemos tenerlas presentes para no claudicar tontamente como han claudicado los sucesores de Monseñor de Castro Mayer, que se debe estar retorciendo en su santa tumba con lo que ha hecho el padre Rifan en representación de todos ellos, bajo el peso de argumentos de autoridad y de jurisdicción. Todo eso nada vale si no está sustentado por el bien común, por la verdad. La obediencia y la autoridad no tienen valor cuando no son para el bien; es una falsa obediencia, una falsa autoridad. Es lamentable que no haya obispos a la altura de las circunstancias para que denuncien estos problemas, y quien quiera oír que oiga; pero este atropello no puede pasar sin que salga un doctor de la Iglesia, que al menos con su autoridad episcopal lo advierta.



Los obispos de la Tradición aunque buenos, parecen no dar la talla, tal vez por culpa nuestra, por ser nosotros unos tradicionalistas comodones, aburguesados en nuestras costumbres; quizás por eso falta esa categoría de obispos como monseñor Lefebvre, o como monseñor De Castro Mayer, que si había que golpear con el báculo en la mano lo hacían. No digo que estos sean malos; son muy buenos, pero les falta tenacidad, combatividad para sostener el pequeño rebaño diseminado por el mundo; el obispo es el ministro ordinario de la confirmación en la fe, y cómo es posible entonces confirmar en la fe, si no defiende a los fieles como un león con báculo y mitra de aquello que está destruyendo la fe.



Debemos rezar y ser católicos consecuentes, a no ser que sigamos por el ancho camino de todos aquellos que se creen católicos sin serlo. Si somos católicos de veras, asumamos todo y no sólo aquello que nos gusta. Dejemos la tibieza; quizás sea así como dice el adagio que “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”; si es aplicable a la Iglesia no sé, pero tenemos los gobernantes que nos merecemos y aun en la Tradición católica.



Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen, ser consecuentes, firmes, tal como Ella demostró serlo al pie de la Cruz, para reasumir esa fe, ese ardor y celo sobrenatural, y ser dignos discípulos de nuestro Señor Jesucristo. +

PADRE BASILIO MERAMO
24 de febrero de 2002