San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 25 de julio de 2021

NOVENO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 


Amados Hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

En este Evangelio vemos llorar a Nuestro Señor, llora ante lo que Él veía que le ocurriría a la Ciudad Santa a Jerusalén, esa ciudad que Él tanto quería. Y nos puede asombrar el hecho de que un hombre llore, por que equivocadamente creemos que son únicamente las mujeres las que lloran, no quizá como las mujeres por fragilidad, por sentimentalismo, sino por una realidad dura y cruel. Realidad dura de lo que le iba a acontecer a Jerusalén, por no haber aceptado y reconocido al Mesías Prometido, por no haber visto la presencia de Dios para abrirle sus puertas y, ante ese pecado, ante esa dureza del pueblo judío, Nuestro Señor con la sentencia que Él tenía y el don de ver tanto lo pasado como lo futuro, vio esa destrucción de la Ciudad como castigo a la incredulidad del pueblo judío; La ciudad Santa, ahí donde había el pueblo verdadero, único templo donde se adoraba verdaderamente a Dios en toda la tierra.

Por eso llora Nuestro Señor, con ese dolor, ese llanto de misericordia, de conmiseración por lo que luego aconteció con Vespaciano y Tito que destruyeron completamente la ciudad; del templo no quedó piedra sobre piedra y lo que queda del muro de las lamentaciones es la hondonada, como cuando alguien construye el borde de un precipicio y hace en ese borde un muro de contención, pero sobre la explanada no queda ni quedo piedra sobre piedra. Cumpliéndose literalmente lo anunciado por Nuestro Señor como castigo por no haber reconocido al Mesías, por eso lloró Nuestro Señor.

No podemos imaginar a las mujeres que se comieron a sus hijos para poder sobrevivir cuando Jerusalén fue sitiada por los romanos para obligarlos a rendirse o a morir, durante meses en los cuales se agotaba el alimento, como se lee en la historia de Flavio Josefo. Eso nos da una idea del horror de la situación como justo castigo por no haber reconocido a Nuestro Señor y eso le arrancó lágrimas de dolor, de conmiserción, de compasión ante esa dureza que caracteriza al pueblo elegido, los judíos, pueblo de dura cerviz.

El otro razgo que también nos puede sorprender es la actitud de Nuestro Señor cando entra al templo y con un látigo, a fuete limpio, sacuda a esas alimañas, los ladrones que profanaban su templo convirtiéndolo en cueva de ladrones en lugar de ser una casa de oración. Esto que Nuestro Señor hace al comenzar y al finalizar su vida publica, esta es la segunda expulsión que nos relata San Lucas y San Juan, nos relata poco después de las bodas de Caná antes de iniciase la vida pública de Nuestro Señor. No tengamos un imagen muy pueril de Nuestro Señor, muy boba, muy de mejillas coloradas, ojos azules y cara de niño bonito, No; Nuestro Señor es la virilidad; Esas imágenes medio afeminadas no son la expresión de la virtud, de la virilidad de la hombría de Nuestro Señor, por eso no nos debe sorprender ese gesto como de gladiador, de domador de leones con un látigo sacando a fuete del templo a esos personajes que se valían del templo para hacer negocios corrompiendo el lugar Santo.

No tengo nada en contra del arte, pero este debe expresar la realidad y desgraciadamente a los Santos los pintan muy mujeriles y afeminados, ellos no son señoritas de salón. San Juan el Bautista no era una caña que llevaba el viento, para mostrarnos que era gente aguerrida, firme, viril y aun las mismas mujeres la virilidad de Santa Teresa o de una Santa Teresita que jamás se apoyó al respaldo de una silla por hacer mortificación; No nos dejemos engañar con esas imágenes todas coloreteadas que no expresan verdaderamente eso que los santos internaron y que desgraciadamente muchas veces, hasta los curas quieren imitar para parecer buenos, hablando suave como si fuesen niñas de quince años y de pura apariencia. Por eso no nos debe asombrar el gesto incluso violento de Nuestro Señor llorando, pero también por otro lado dando fuete; este es el celo que Él tiene por las cosas de Dios

¡Qué no haría hoy! Nos sacaría a todos zumbando a latigazos por lo mal que anda el clero en la Iglesia, y los fieles que son los menos culpables por que siguen el mal ejemplo que dan los sacerdotes, los monjes, los prelados, la jerarquía; Todo se deteriora, todo se corrompe, se convierten los templos en Museos (En Europa se pueden ver los grandes templos convertidos en museos donde incluso ay que pagar para entrar a ver la parte donde están los tesoros, es decir, donde esta las cosas pertenecientes al culto debido a Dios (Nota del editor del libro))

Dios destronado del altar para colocarlo en un rincón, son todas cosas que muestran el grado de deterioro que padece actualmente la religión y no nos damos cuenta.

Esa es la razón de nuestra existencia. Mantener la Pureza de la fe, de la religión, de la Iglesia, de la santidad, y que la Iglesia no se nos convierta en una cueva de ladrones, en un lugar de comercio,sino que sea un lugar santo, la casa de Dios, donde se reactualiza el Santo Sacrificio de la Misa, no una cena, una ágape, no la conmemoración de la pascua, SINO LA RENOVACION INCRUENTA DEL SACRIFICIO DE NUESTRO SEÑOR EN EL CALVARIO PRODUCIDO SACRAMENTALMENTE SOBRE EL ALTAR; y a eso comulgamos no un pedazo de pan, no a una galleta, sino AL CUERPO Y LA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, PRESENTES BAJO LA APARIENCIA DEL PAN Y DEL VINO, al cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor junto con su Alma y Divinidad.

Por lo mismo, no se puede comulgar de cualquier forma ni tampoco se lo recibe de cualquier modo, como quien reparte pan sino con un acto de adoración, de rodillas, en la boca, en estado de gracia, con el ayuno debido, ; y que recuerdo el ayuno, lo ha repetido Monseñor Lefebvre, debe ser de tres horas y no de una, por respeto a Nuestro Señor; esa es la norma que nos debe regir. Otra cosa es que por una hora; nadie, después de haber comido, ha hecho la digestión en una hora, entonces va a recibir de postre a Nuestro Señor. Hasta donde llegan la profanación y la desacralización, la pérdida del sentido de lo sagrado que que hasta los paganos tenían; peor que pagano esta el mundo hoy, no hay sentido ni sentimiento de lo sagrado, de lo sacro, de lo Divino, todo es el hombre.

¡Maldito y condenado hombre que te vas a pudrir en el infierno! "Humanidad condenada", decía San Agustín. Esa es nuestra condición ; Si Nuestro Señor no hubiera muerto en la cruz estaríamos irremisiblemente y eternamente condenados en el infierno, no lo olvidemos y veamos esa misericordia, ese amor, esa caridad.

Pero no olvidemos, no nos creamos más de lo que somos; delante de Dios somos nada, la criatura es nada delante de Dios; no tenemos ningún derecho delante de Dios y Él tiene todos los derechos. Entonces dejémonos de estupideces con Dios, de proclamar nuestra dignidad, nuestra libertad, debemos proclamar nuestro estado de criaturas, de siervos inútiles delante de la Divina Majestad; esa es la humildad y dejemos de ser pavo reales, pura pluma en la cola y pavoneando estúpidamente mientras el tiempo transcurre y no lo aprovechamos para la eternidad. Así como Nuestro Señor lloró sobre Jerusalén, ha llorado Nuestra Señora en Siracusa; No ha hecho más que llorar viendo el estado de la humanidad y de la Iglesia y no hoy sino desde hace cincuenta años. De Nuestra Señora de Siracusa, en Sicilia, poco se habla, pero esa fue la realidad, durante tres o cuatro días lloró ininterrumpidamente verdaderas lágrimas, analizadas, reconocido por el obispo del lugar y el Papa Pio XII.

No hagamos llorar más a Nuestra Señora, no obliguemos a Nuestro Señor a sacarnos a fuetazos. Eso sería lo menos que hiciera, porque en aquel templo todavía no estaba su presencia real como lo debería estar en los templos católicos, en las iglesias Católicas donde está la presencia real, el verdadero culto que es el que los modernistas han destruido con la nueva misa. Por eso la nueva misa no se define, no se considera, no se reputa como un sacrificio, sino como una syntaxis, como una cena, como un ágape, como un recuerdo, no ya de la pasión sino de la pascua y aleluya. "No todo el que dice ¡Señor, Señor, Aleluya!" Aleluya quiere decir alabado sea Dios. Pero "no todo el que dice ¡Señor, Señor entrará en los cielos!", no todo el que dice "aleluya" entrará en los cielos.

Supliquemos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María,que conservemos por lo menos nosotros la fe, la religión, el verdadero culto; que no perdamos el sentido de lo sacro, de la divinidad de Dios y de la miseria y la indigencia que nos caracteriza a nosotros como seres humanos y como criaturas. Para que asi, en esa verdadera humildad, podamos invocar santamente el nombre de Dios, salvarnos y salvar a los demás, ayudándolos a que salven sus almas con la gracia de Dios. Pidamos todas estas cosas a Nuestra Señora y que comprendamos, manteniéndonos firmes en la Tradición de la Iglesia, que no es facultativa; no se viene a esta capilla por que sea bonita o fea, sino por que se viene a adorar a Dios, a Nuestro Señor, no de cualquier manera. Venimos a pedierle a Él esa ayuda, para así santificarnos y que nos salvemos en la hora de nuestra muerte.+

BASILIO MÉRAMO PBRO.
5 de Agosto de 2001.

domingo, 18 de julio de 2021

OCTAVO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Se nos muestra hoy en el Evangelio al mayordomo infiel. Parábola que no deja de presentar cierta dificultad. Por un lado –aparentemente– hay una acción mala y sin embargo, nuestro Señor alaba esa perspicacia del administrador desleal. A primera vista podríamos pensar que se trata de un robo, de una falsificación que hace el trabajador hipócrita al rebajar la cuenta y estaríamos muy mal parados porque sencillamente nuestro Señor no podría alabar algo que fuese en sí malo, con un ejemplo malo, de robo o de falsificación, como desgraciadamente algunos predicadores ligeramente se han aventurado a decir; y por eso el padre Castellani, eminente exegeta, esclarece estos puntos.

Y así otra cosa es que el mayordomo tenga facultad en nombre de su amo, para hacer y deshacer dentro de ciertos límites, como pasa con un administrador de amplias facultades, que se aprovecha abusando, estira un  poco más la manga y así se beneficia. Era lo que hacía este mayordomo, que sin robar, sin falsificar, aprovechaba, como aquel que parte y reparte se queda con alguna parte. Pudo de esta manera condonar parcialmente su deuda, porque si no, no sería válida esa escritura, ese papel, si no hubiera tenido esa facultad. La cuestión está en que lo hizo no en beneficio de su amo, sino para el suyo propio, para granjearse la amistad cuando no tuviera ya aquel trabajo. 

Por eso alaba nuestro Señor la sagacidad de ese mayordomo infiel, en el sentido que acabo de decir, y lo pone de ejemplo para que los hijos de la luz seamos más perspicaces que los hijos de este mundo, los hijos de las tinieblas.


Vemos cómo nuestro Señor excluye la estulticia, que en lenguaje vulgar es la estupidez. Mucha gente cree que la religión nos vuelve tontos, imbéciles. ¡No señor! La religión nos dignifica, nos cultiva todas las potencias del alma, entre ellas la inteligencia, y tanto es así que hay un don de inteligencia, un don de sabiduría, un don de ciencia. Lejos entonces de la religión y de la Iglesia esa santa bobería, esa estupidez que no es característica de la sabiduría divina ni de la de la Iglesia, ni de la sabiduría de los santos.

Otra cosa es la mansedumbre, la bondad, la paciencia, pero un santo jamás será un tonto, un bobo o estúpido, un estulto. En eso quieren convertir la religión los enemigos, Satanás. El católico no es un castrado espiritual, que no ve, que no oye, ¡No señor! Tiene la luz de la fe y los dones del Espíritu Santo, para que combata al mal y sea más sagaz, más perspicaz que los hombres de este mundo en sus negocios. Y es una vergüenza que esto suceda. Pero nuestro Señor sabía que iba a pasar y por eso nos pone el ejemplo, para que no nos dejemos sacar ventajas.

¿Cómo es posible que el avaro piense y gaste más su tiempo contando las monedas de su negocio que nosotros, por lo menos lo mismo, en los negocios y en las cosas de Dios? Le pone mucho más amor el hombre de este mundo a sus negocios, en los que tiene puestas la fe y su esperanza, que el católico en Dios y en la Iglesia. Nuestro Señor nos advierte, para que tengamos, por lo menos, esa misma sagacidad e intuición, y así poder defender el patrimonio divino de la Iglesia y la fe contra los enemigos, contra todo aquello que ataca a la Iglesia. Lo vemos hoy de una manera más evidente; faltan esos hombres sagaces que defiendan a la santa madre Iglesia para no dejarnos aventajar por el enemigo que está muy bien organizado y muy bien guiado, porque hay una gran inteligencia en los misterios del mal, y esa gran inteligencia es la de Satanás, la de Lucifer, uno de los ángeles más poderosos y brillantes que había creado Dios, y que le dio la espalda por puro orgullo.

Y si la Iglesia y la santa religión están en situación tan calamitosa, no es tanto por la culpa del maligno, de los malos hombres de este mundo, sino por la culpa de aquellos que nos decimos católicos y que no tenemos esa inteligencia, esa agudeza para defendernos de los malos, para defendernos del mal. Es una actitud que claudica, es como el cuerpo que no tiene vigor para repeler el virus, la enfermedad, y toda enfermedad hace mella en el cuerpo que no es vigoroso; entonces, si el mal entra en la Iglesia es por la falta de fuerza de sus miembros, de ingenio, de inteligencia, de espíritu de combate, y éste ha sido viciado por el pecado del liberalismo; por eso San Ezequiel Moreno Díaz, patrono de este Priorato, hizo escribir en el sarcófago ese epitafio magnífico con letras grandes, para que quedara definido cuál era el problema: “El liberalismo es pecado”.

Y ese liberalismo es el que nos hace claudicar, no ver enemigos, no ver el mal que nos quita la energía de combatir como un organismo sano y nos hace tolerantes, pacifistas, para que así el virus encuentre facilidad en destruir el organismo; eso pasa en la Iglesia. Y todo aquel que de algún modo lo combate es automáticamente puesto en un rincón, desechado; por eso hoy abundan en la Iglesia esos obispos y cardenales tolerantes, pacíficos, sin espíritu de combate por la verdad y el amor a la santa Iglesia.

Entonces, no es de extrañar que estemos en esta situación, con la religión en flagrante decadencia; pero Dios permite todo eso para mostrar que aun así su Iglesia es divina, aunque sufra acrisolada, como el oro en el fuego, para que se purifique. Permite que haya esa angostura, esa estrechez que nos toca sufrir si somos fieles y perseverantes en nuestro Señor y en la santa Iglesia, en la Iglesia católica, apostólica y romana, aunque de Roma nos vengan hoy la herejía y el error por vía de autoridad.

Ese es el gran misterio de iniquidad anunciado mil y una veces por tantas profecías, por nuestra Señora en La Salette, en Fátima, en Siracusa, donde no hizo más que llorar, llorar y llorar. ¿Y cuándo una madre llora sin parar, sin decir palabra? Cuando ve el estado infeliz de sus queridos hijos; pues bien, ese estado triste fue el que Ella manifestó con un llanto incesante durante tres o cuatro largos días, en 1953, durante el pontificado del papa Pío XII.

 ¿Y qué no diría hoy cuando ya han pasado cincuenta años y la cosa es mucho más grave? Debemos por eso ser sagaces también en las cosas de Dios, como por lo menos lo son los hombres con los asuntos de este mundo. Esa es una parte de la moraleja de esta parábola que encontramos en el evangelio de hoy.


La otra parte es que ese dinero inicuo, no robado, no ha sido obtenido según la moral, porque yo puedo hacer que un objeto sea mío, pero de un modo moralmente aceptable.

Cuánta gente hace dinero con trabajos que hacen daño, como lo puede hacer un farmacéutico vendiendo drogas abortivas, o como lo puede hacer una gran empresa haciendo películas malas; no está robando, pero sí está obteniendo un dinero, aunque propio, mal habido, dinero inicuo, de iniquidad. El dinero ganado con la prostitución, clásico ejemplo del dinero mal habido. Sin embargo, no es robado, le pertenece en justicia a la persona, por eso no debe reintegrarlo. ¿Qué hacer con ese dinero? Granjearme el favor de Dios haciendo limosna con él, porque si fuera dinero hurtado debería restituirlo en justicia a su legítimo dueño y si no lo puedo hacer para no delatarme, sí debo darlo de limosna a los pobres, pero eso es otra tema.


Lo que quiere decir nuestro Señor es que con todo ese dinero mal habido, si nos arrepentimos de haberlo obtenido de un modo inmoral y si hacemos limosna con él, nos ganamos el cielo. Qué esperanza se nos abre ante un mundo que no hace más que pensar en ganar dinero sin importar de qué manera. Y así, entonces, tenemos la segunda parte que nos ofrece nuestro Señor, para que con ese dinero mal habido, una vez arrepentidos, aunque nos pertenezca, se nos abran las puertas del cielo si lo empleamos bien dándolo al necesitado.

Esa es la enseñanza que nuestro Señor nos deja en este pasaje del evangelio de hoy, en esta parábola que nos ayuda a tener más confianza en Dios y a ser más generosos, sabiendo que ese altruismo será retribuido con la gloria del cielo.

Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que tengamos esas disposiciones de corazón, para poder ganarnos el cielo a pesar de los dineros mal habidos y que no nos dejemos aventajar por los hombres de este mundo, que no sean más sagaces en sus negocios que nosotros en defender nuestra santa religión y la santa madre Iglesia. +

P. BASILIO MERAMO
14 de julio de 2002

domingo, 11 de julio de 2021

SÉPTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

En el Evangelio de hoy vemos la advertencia que nuestro Señor hace a la Iglesia, a sus discípulos y a sus fieles. Advertencia que debe ser criterio de discernimiento para conocer a los verdaderos pastores. Criterio de verdad y de doctrina que hoy es más necesario que nunca, en medio de esta confusión espantosa de orden religioso, teológico y doctrinal con el consiguiente coletazo de derrumbe moral que no es más que la expresión de la corrupción doctrinal y conceptual que hoy impera.

Hay que hacer hincapié en esta advertencia de nuestro Señor, porque desde la Revolución francesa el liberalismo imperante en los corazones no ha hecho más que debilitar la capacidad de reacción y de combate del católico; es como un sida espiritual que destruye el aparato inmunológico del espíritu católico para combatir el error y la herejía. Lo típico del liberalismo es diluir toda capacidad de resistencia y de combate, de verticalidad y de ahí el odio entrañable a todo aquello que sea dogmático y vertical, tajante, porque se quiere vivir en un espíritu de acomodamiento al mundo, configurándose con él; la divisa de San Pablo era “no os configuréis con este siglo”, con este mundo, hacer entonces desaparecer el antagonismo entre el bien y el mal, entre la verdad y el error, ese es el espíritu del cual estamos imbuidos.

La gran diferencia está en querer combatirlo; el liberal propiamente dicho es el que no quiere contender en sí mismo ese espíritu, que es el arma de Satanás para poder así dispersar el rebaño. Ese es el mal que afecta a la jerarquía de hoy, a los pastores; por eso monseñor Lefebvre insistía contra el liberalismo que desgraciadamente aquí en Colombia se convierte en un tema político, y antes de ser un tema político o de partido, es una concepción teológica y filosófica en contra de Dios que reivindica la libertad del hombre ante Dios y ante la Iglesia, ante los principios que limitan al hombre y que por eso tergiversan la libertad. Vemos, por tanto, al hombre de hoy queriendo ser libre sin que nada lo limite en el sentido de restricciones de los apetitos, sean cuales fueran las exigencias; por eso cada uno pretende hacer lo que le dé la gana y no hay principio de autoridad en la sociedad ni en la Iglesia; está destruido.

Y la advertencia de nuestro Señor es que se juzgue al árbol por sus frutos. El mal árbol no puede dar buenos frutos y el bueno no los puede dar malos. Eso nos lo dice para que juzguemos dentro de la misma Iglesia quiénes son los falsos profetas; es una realidad que nuestro Señor quiere poner en evidencia, la prueba que habrá y que hay en la Iglesia por los fingidos pastores. ¿Qué es un profeta dentro del contexto de la Iglesia?, pues un hombre que habla en lugar de Dios y da luz. Y un falso profeta es justamente lo contrario, aquel que usurpa el nombre de Dios no para dar luz sino para confundir y destruir; eso acontece hoy de un modo excepcional, porque lo general es que haya verdaderos profetas, doctores, prelados que defiendan la verdad y a las ovejas y no como el lobo rapaz disfrazado de oveja.

Hasta dónde llega nuestro Señor para que no pequemos de bobería, de estulticia, porque vienen con apariencia de oveja, con la zamarra, es decir que no se presentan como irreligiosos impíos o abominables degenerados, sino como muy piadosos, religiosos, bondadosos, hablándonos en forma halagüeña y fácil para hacer vibrar el corazón sentimental que cada uno tiene y por eso a veces a la gente se le cae la baba por puro sentimentalismo. Por eso nuestro Señor advierte la gran argucia y astucia de ese cinismo terrible, ocultarse bajo la piel de oveja, de cordero, que simbolizan la mansedumbre, sobre todo a la hora del holocausto, de la ofrenda, por eso representa a nuestro Señor inmolado, que se deja sacrificar sin rechistar. Con esa apariencia de Cristo opera el mal. Hay que tenerlo presente en las actuales circunstancias de la Iglesia y de Roma; es un hecho.

Nuestro Señor habla de los frutos, de los hechos y no de las palabras pues éstas se dicen pero son las acciones las que demuestran cuál es el buen y cuál el mal pastor, el buen y el mal prelado. Porque dice Santo Tomás que esos malos pastores, esos falsos profetas son los doctores, los prelados, los obispos, los que tienen prelatura, es decir, un cargo importante en la Iglesia: monseñor, obispo y cardenal. A eso se refiere nuestro Señor, a que habrá obispos y cardenales, prelados que son falsos profetas. Podrían hasta citarse los nombres, pero “ante las circunstancias, abstente”, pues hay gente que se hace una imagen errónea de alguien en particular y aceptan la cuestión en abstracto, pero cuando se les apunta con el dedo afinando la puntería hasta el caso concreto hasta allí se llega, se resiste y se cierra el oído a la verdad buscando aquellos falsos doctores que dicen cosas halagüeñas, como la sirena que susurra al oído.

Es muy distinta la actitud católica y piadosa. Se trata de una santa intransigencia, santa intolerancia del organismo sano que rechaza los virus deletéreos de la enfermedad; sólo en un organismo viciado, corrompido, hace mella la enfermedad, porque no la resiste, no la combate, no la expulsa. Ya decía Menéndez y Pelayo que la intolerancia era lo propio del católico sano y es justamente el liberalismo masón el que nos habla de tolerancia para todo menos para el bien y la verdad y, por tanto, el mundo de hoy no gusta de aquellos que hablan un poco duro, porque sólo quieren palabras aduladoras. Esa es la dificultad, no se quiere oír y mucho menos pensar.

Impera, por tanto, lo “light”, lo suave, lo dulce, cuando es tan otra la realidad; nuestro Señor mismo advierte que no todo aquel que dice ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, que quienes den malos frutos entrarán al fuego del infierno, que hoy ha sido públicamente negado.

Nadie se debe asombrar. Ha sido el cardenal Castrillón quien ha publicado una carta escrita al superior de la Fraternidad, monseñor Fellay, con una apariencia de autoridad bondadosa, en la que impugna en el fondo la actitud de la Fraternidad. Eso exige una respuesta porque es un gran ingenuo o un falso profeta con apariencia de oveja, para desgracia, colombiano; hay que leer la carta ya que él mismo la hizo pública y al ser tal abre tema al debate también público. Cualquiera, en defensa de la verdad y honor de la Iglesia, está facultado para responder, porque no es mal de una sola persona, cardenal o fiel, sino que es un mal que está afectando a la Iglesia universal y ella es inconsútil, no tiene remiendos, costuras, divisiones, es una y santa; su doctrina es una y es santa, luego no se puede pontificar en el error. Vaya si lo hay tanto en prelados como en fieles que se dicen todavía católicos.

La fe de la Iglesia no puede claudicar en el error; iría contra el dogma de la indefectibilidad doctrinal de la Iglesia. Eso debe hacernos reaccionar, reflexionar, pues no es la primera vez que se cae en error y herejía. Casi todo el Imperio romano cayó en el arrianismo y algo igual ocurrió con Inglaterra y el protestantismo, y la mitad de Europa apostató con la Reforma Protestante y ¿acaso no advierte Nuestra Señora en Fátima que se perderá la fe no ya de una nación o un continente sino en el mundo? ¿Entonces qué pasará?, ¿o es que no se es capaz de intuir para poder encontrar el contexto que nos da la luz para seguir la verdad?, porque el verdadero católico, hijo de la luz, posee la fe y por eso no puede vivir en la duda; tiene que vivir en la verdad y el fiel que duda no lo es, puede dudar un momento pero no puede vivir en la duda, tiene que vivir en la certeza de la verdad poseída por la fe. Ese es el dogma católico y no el relativismo doctrinal predicado hoy por doquier.

Si verdaderamente somos católicos tenemos que saber dónde está la verdad y con certeza de fe doctrinal; y si vemos que algún fiel no la tiene, se le ayuda, pero no por eso se va a dejar arrastrar en esa duda que es claudicar en la posesión de la verdad, de esa veracidad que posee íntegra y totalmente la Iglesia católica, única arca de salvación. Este es un dogma negado hoy por el ecumenismo, negada la exclusividad de la Iglesia como arca de salvación y como poseedora exclusiva de la verdad sobrenatural.

Es un nuevo arrianismo el que niega la divinidad del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. Antaño el arrianismo negaba la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, admitía que era un buen profeta y un gran hombre, pero no Dios y hoy se niega la divinidad de la Iglesia, su exclusividad, y se la coloca en plano de igualdad con falsas religiones que tienen por autor a Satanás, como reza el Salmo 95, “Los dioses de los gentiles son demonios”, es la palabra de Dios, todo ello perpetrado por falsos profetas imperantes y gobernantes dentro de la Iglesia. Por tanto, hay que contestar esta carta al cardenal Castrillón porque esto no es posible, si realmente es un verdadero pastor, que no siga en el error, o que no use la zamarra de oveja. Cosa difícil.

Por tanto, atenernos a los frutos para poder discernir la verdad del error, el bien del mal y dentro de la Iglesia. Misterio de iniquidad. Uno de los cinco grandes misterios de los cuales habla San Pablo, como lo advierte monseñor Straubinger, el misterio de iniquidad que en general es el mal, el pecado, pero de modo particular es la gran apostasía que culminará con el anticristo, que pisoteará a Roma y se sentará en la cátedra de Pedro. Ya la Virgen, en La Salette, dijo: “Roma perderá la fe y será sede del anticristo”. Si esto es mentira, entonces tampoco es verdad La Salette; pero si lo de La Salette es cierto, entonces hay que abrir los ojos para no sucumbir bajo las doctrinas deletéreas de los falsos profetas.

Eso es lo que nuestro Señor en todo tiempo dice y se aplica hoy como nunca, para no transigir en la fe, para permanecer fiel a su depósito, al revelado y que no se diluya en medio de las falsas doctrinas y falsos credos, como lo quiere el ecumenismo. Esa es la realidad. Hay que pedir, pues, a nuestra Señora de La Salette y de Fátima nos dé la fe profunda para permanecer fieles a la verdad y no flaquear en nombre de Dios y de la autoridad.

Pidamos a la Santísima Virgen María nos dé esa fe y ese amor a la verdad para, si es necesario, morir por la verdad, poder ofrecer en holocausto de expiación por nuestros pecados y los de los demás esa sangre como lo hizo nuestro Señor en la Cruz. Ese es el espíritu católico y cristiano, esa es la verdadera devoción. Tengamos presente todo esto para profesar a nuestro Señor Jesucristo, unidos en la verdad. +
 
PADRE BASILIO MERAMO
7 JULIO 2002

domingo, 4 de julio de 2021

SEXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este domingo tenemos el relato de la segunda multiplicación de los panes que llevó a cabo nuestro Señor. Milagro que repite en dos ocasiones como también repitió la pesca. Estas reiteraciones, como lo dice el gran glosador del siglo XX, desafortunadamente no reconocido como tal, el padre Castellani, eminencia de la Compañía de Jesús y expulsado vilmente habiendo sido el doctor más eximio, si se quiere, que haya tenido esta Compañía en América, pues su diploma lo hacía predicador y exegeta sin tener que someter sus escritos a la aprobación del nihil obstat cuando ésta existía, titulo otorgado por el papa Pío XII y que pocos en un siglo tienen. El padre Castellani decía que los milagros son parábolas en acción; y cuando Cristo repetía un prodigio era porque había un contenido y un significado y por eso no era el mismo milagro; nos advierte en esta ocasión que el doble prodigio invita a mirar la proporción inversa que hay: a mayor número de gente, menos panes y más sobras; a menor gente más panes y menos sobras. En una multiplicación había siete panes y comieron cuatro mil personas y sobraron siete canastos; en la segunda había cinco panes, comieron cinco mil personas, sobrando doce canastos.

Se debe hacer la siguiente reflexión, muy justa, que muestra que con menor cantidad de materia obra mayor efecto, hace más. Sabemos que la multiplicación de los panes no sólo significa la multiplicación de la eucaristía sino también la palabra de Dios y la predicación, y que a través de esa predicación y esa eucaristía nuestro Señor incrementa humildemente su reino, acrecienta su reino y que ese reino no necesita de muchas cosas, como podemos creer los hombres para difundirlo, sino que incluso con menos y con medios más pobres Dios puede obtener una difusión mucho más amplia como la que hizo en la segunda multiplicación, en la cual comió más gente y sobraron más canastos.

Comúnmente creemos que para predicar la palabra de Dios, hacer crecer su reino y convertir almas se necesitan grandes cosas. Es todo lo contrario, menos necesita Dios. Esos medios en los que estamos tentados a pensar que necesita la Iglesia y que han hecho mella en ella, son: la astucia política, el poder, la influencia, las riquezas. Mucha gente está tentada a creer que si tuviéramos esos recursos convertiríamos al mundo, y eso es un error, porque el mundo no se transformará por la política, el poder o la influencia ni las riquezas, sino por la táctica pobre y humilde de la predicación fiel del Evangelio. Lo único que sí necesita la Iglesia para evangelizar son los sacerdotes bien formados.

Por lo mismo, el padre Castellani decía que lo primero que necesita la Iglesia son sacerdotes bien instruidos para que puedan predicar fielmente la palabra de Dios; lo demás, como el prestigio, el poder, las riquezas y la diplomacia sobran, como también sobrarían la radio y la televisión. No convertiríamos a nadie por la televisión, la radio, las revistas y los medios de comunicación, como muy tentados estaríamos a caer. Otro asunto es utilizar esos medios como católicos en la difusión de nuestra cultura religiosa; pero la religión católica, la fe y la conversión de las almas se opera por la prodigiosa multiplicación de la palabra de Dios fielmente transmitida a lo largo de la tradición. Tal es el error y la confusión con respecto a la propagación de la palabra de Dios que vemos a la Iglesia aturdida en una propaganda estéril por la fe, absolutamente estéril.

Nuestro Señor se valió de sus doce apóstoles, pobres pescadores, ignorantes, pero hombres de principios, leales y nobles, porque se puede ser pobre y pescador pero noble, la virtud del hombre de bien. Así eligió a sus discípulos para que distribuyeran la palabra de Dios. Nos muestra en estas dos multiplicaciones de los panes cómo en las manos de los apóstoles se multiplicaba el pan y cómo no solamente de pan vive el hombre sino también de toda palabra de Dios. Entonces así se difundiría la palabra de Dios, por esa transmisión fidedigna que hoy no se tiene en cuenta y por eso la gran ruptura que hay al no darle importancia a la tradición, porque no se puede dar lo que no se tiene y no se puede tener lo que no se ha recibido; si los apóstoles no hubieran obtenido el pan de las manos de nuestro Señor no se hubiese multiplicado; para dar hay que recibir, y tiene que ser de Dios para poder dar transmitiendo fielmente las cosas de Dios.

Ahí está el problema cuando se origina una ruptura, un rechazo, un corte vertical con la Tradición. Monseñor Lefebvre, cuando era vil e insidiosamente atacado por la prensa o por los obispos que le reprochaban cínicamente el cisma, lo dijo en varias ocasiones: “Si hay un cismático no soy yo, son ellos; si hay un cisma no soy yo, son ellos quienes crean el cisma porque no puede haber una ruptura, ni una escisión en la transmisión fiel de la palabra y de la doctrina de Dios y de la religión de Dios que es la religión católica; el solo hecho de no tener en cuenta la Tradición y atenerse a ella origina esa ruptura, ese cisma”. Por eso Monseñor Lefebvre siempre se sintió el fiel transmisor de lo que había recibido y en su tumba y en su lecho de muerte mandó escribir: “He transmitido lo que recibí, como un simple y humilde siervo de Dios”.

Así debe ser todo sacerdote y todo obispo, todo el que ocupe un lugar en la jerarquía de la Iglesia para que así se multipliquen el reino y la palabra de Dios, la santa Eucaristía. Porque si estoy en ruptura con la tradición, con la concepción católica de la santa Misa, ¿Cómo se consagraría?, ¿con qué intención?, si no es la santa Misa sino una cena donde se reúnen los amigos, y Dios está presente allí donde hay dos o tres reunidos en su nombre; eso no es la misa. Aquí estamos reunidos y sin embargo hasta que no se pronuncien las palabras de la consagración no hay misa, no hay presencia real y sin embargo aquí está presente Dios porque estamos más de dos o tres reunidos o en cualquier otro grupo, en la calle o en una plaza; pero esa presencia universal de nuestro Señor allí donde están sus discípulos no es la presencia sustancial que hay en su cuerpo eucarístico.

Ahí está el riesgo de invalidez de la nueva misa, que no es otra opción como creeríamos; hay riesgo porque no hay la garantía de la confesión sacramental justamente por tener otro concepto distinto al de la Tradición sobre la Misa y sobre el sacrificio. Tanto es así que no se lo ha querido definir como un sacrificio propiciatorio sino de alabanza, eucarístico, pero no donde hay inmolación.

La Misa se define como la renovación incruenta del mismo sacrificio del Calvario, la inmolación, pero no realizada físicamente sino incruenta y sacramentalmente. Acerca de esa tercera dimensión podríamos así decir: la dimensión natural, la dimensión sobrenatural y la tercera que es la sacramental, que conjuga esas otras dos dimensiones y que están en todos los sacramentos; por eso hay elementos del orden natural y elementos del orden sobrenatural que están conjugados en el sacramento; por eso se bautiza con agua, se consagra con pan y vino, pero también está la gracia del bautismo; pero asimismo está la presencia real y substancial de nuestro Señor en las especies del pan y del vino que ya no lo son sino que se convierten en el cuerpo y la sangre de nuestro Señor, junto con su alma y divinidad.

Es importante recordarlo para no dejarse llevar por el error y caer en cisma, en el cual automáticamente se cae si me sustraigo de la Tradición católica que es la que hace que la Iglesia de hoy sea la de mañana y no que haya una nueva Iglesia y una nueva religión que adulteran la palabra y el nombre de Dios, pues se valen de Dios para destruir su reino. Eso es lo satánico, lo terrible y lo difícil de entender y discernir; solamente a los ojos y a la luz de la fe se pueden sopesar y ver esto. Si no las vemos es porque nuestra fe es poca. Misterio de fe, hay que vivirlo, y éste se resume y sintetiza en la santa Misa y por eso esas palabras que estuvieron desde el principio, desde los apóstoles, han sido quitadas de la santa Misa –misterio de fe– ,por eso estaban incluidas dentro de las palabras de la consagración del vino, para expresar, para manifestar esa realidad.

Nuestro Señor necesita esa fidelidad de los apóstoles para que el reino de Dios se propague por su palabra y por su sacrificio. Esa es la explicación del doble milagro de la multiplicación de los panes, para que no creamos que necesitamos grandes cosas, sino que con las más humildes, con las más pequeñas se puede convertir al mundo si éste y los hombres quieren y si los apóstoles son fieles. Lo que se necesita es la fidelidad de los apóstoles bien instruidos; pero hoy falta educación religiosa, formación teológica y dogmática en el clero y, por tanto, pulula el error por doquier.

Desde luego que el pueblo se confunde si no hay doctores en la fe que por oficio son los obispos, los catedráticos de Dios. Los sacerdotes son auxiliares, ayudantes de esos doctores y catedráticos en la fe. El que predica en nombre propio es el obispo, mientras que el sacerdote, con su permiso, lo hace como un auxiliar. Faltan esa luz, esos doctores, esos obispos; por eso vemos el mundo que se cree católico sin esa luz de la fe, porque no hay doctores.

Son cuatro o cinco obispos fieles (cuatro, pues ya claudicó monseñor Lisinio quien era el quinto obispo consagrado junto con los cuatro de la Fraternidad); cuatro obispos para dar luz al mundo en la fe. Peor que la época de San Atanasio, porque este santo no estaba tan solo, se encontraba con San Hilario, San Basilio, San Gregorio y otros. Y es mucho peor que la herejía arriana que negaba la divinidad de nuestro Señor; hoy se refuta la santidad de la Iglesia católica, eso es lo que hace el ecumenismo, al colocarla en igualdad con las otras religiones. Es un nuevo arrianismo, mucho peor porque contamos con menos defensores de la fe y es mucho más universal el mal porque ahora abarca todo el mundo.

No por eso debemos claudicar en la multiplicación del reino y de la palabra de Dios, sino seguir siendo fieles a la sacrosanta tradición católica y propagar el reino de Dios y procurar no sólo nuestra salvación sino la de todas las almas.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, mantenernos fieles a la Tradición, salvar nuestras almas y las de todos los demás. +

PADRE BASILIO MERAMO
30 de junio de 2002