San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 18 de septiembre de 2016

DOMINGO DECIMOCTAVO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Vemos en este evangelio cómo nuestro Señor hace el milagro del paralítico en presencia de todos y cómo los judíos siempre estaban protestando, al asecho, en oposición a nuestro Señor, mientras que el pueblo de algún modo le era favorable y le pedía sus favores y sus milagros.

Según algunos buenos predicadores y exegetas, con este milagro nuestro Señor manifiesta por primera vez implícitamente su divinidad, porque ¿quién sino sólo Dios puede perdonar los pecados? Y eso fue lo que hizo nuestro Señor habiéndoles dicho que era muy fácil decir, “levántate y anda” o decir “tus pecados te son perdonados”, pero lo difícil es hacerlo. Nuestro Señor demostró al curar al paralítico que podía decirlo y hacerlo. Por eso los judíos le impugnan de blasfemo, porque solamente Dios podía perdonar los pecados, y ellos ante lo que veían y oían, en vez de ser cautos y prudentes, acusándolo, hacían, hacen todo lo contrario. 

Podemos preguntarnos la razón por la cual nuestro Señor no afirma su divinidad de una manera explícita desde el primer instante de su vida pública, y en vez, hace esta revelación implícita, gradual, progresiva. Sencillamente debemos recordar que en el mundo pagano los dioses eran moneda corriente, las divinidades que bajo formas humanas se vengaban de los hombres o traficaban con los hombres. Nuestro Señor no podía de primer momento ser confundido con ninguno de esos dioses de la mitología y mucho menos cuando el pueblo judío luchaba encarnizadamente contra esos dioses paganos.

Nuestro Señor va revelándose poco a poco para ir preparando así las mentes y los corazones y no ser confundido con uno de esos dioses paganos del Olimpo que eran asiduamente combatidos. Esa es la razón por la cual nuestro Señor se va manifestando poco a poco, va mostrando su divinidad hasta que después, al fin, lo dice claramente, explícitamente, para que creyesen tanto los judíos como los paganos.

Y esa relación trascendental del pecado, como nuestro Señor al perdonarle los pecados al paralítico nos muestra, nos hace ver nuestra condición pecaminosa, condición que tiene toda criatura por el hecho de haber sido hijos de Adán. El pecado que es delante de Dios, el pecado contraviene el orden de las cosas, el orden que Dios ha establecido según su sabiduría; el mal moral no es malo porque Dios lo diga por un acto de su voluntad, sino que es malo porque no corresponde a la naturaleza de las cosas que están en consonancia con su sabiduría. Por eso el pecado es contra Dios, delante de Dios.

Conculcamos ese orden, aunque muchas veces, cuando se peca, no se piensa en eso, y aquí podríamos decir que ese grave error de una moral o de una concepción que ya Santo Tomás tildaba de herética, era atribuir a la voluntad de Dios y no a la sabiduría divina lo bueno y lo malo. Un gran filósofo como Occam –que es un desastre– decía: “Si Dios me manda a adorar una burra como si fuera Él, yo tendría que obedecer y agradaría a Dios”; decía él, el muy burro; imposible que Dios me mande adorar a una burra, es absurdo, pues el voluntarismo consistía en eso, en hacer depender toda la moral, el orden de las cosas, de la voluntad de Dios, porque Dios era libre y todo se sometía a su libertad y a su voluntad. Ya Santo Tomás había dicho que era una herejía y no sólo una impiedad atribuir estas cosas a la voluntad y no a la sabiduría de Dios que es el que le da peso y medida a todas las cosas, el que les da una naturaleza, y que el orden moral se basa en esa relación que hay entre la naturaleza de esa cosa y su fin.

Dios entonces prohíbe algo no porque dictamine que sea malo, sino porque es malo en ese orden de cosas conforme a la naturaleza, según su sabiduría. Y por eso todo pecado vulnera esa relación de las cosas entre sí y relacionadas con Dios, con la sabiduría de Dios, con el orden impuesto por Dios. El pecador es un disociador y esa es nuestra condición, lamentable, al ser pecadores. Cada vez que pecamos vulneramos el orden de la sabiduría divina impuesto a las cosas; de ahí el gran error del indiferentismo de quitar esa idea, esa noción del pecado, cuando se piensa que uno puede salvarse en cualquier religión, creer que todas las religiones son buenas y otro, afirmar que todas son malas.

Finalmente dicen que no hay pecado. Como hoy acontece, eso es una realidad, la gente hoy se besuquea en la calle, , como si fuera lo más normal del mundo, y así otros pecados que se cometen en la vida pública y ¡ay del que diga algo!, ¡ay del que recrimine!, porque se ha perdido la noción de pecado. “Yo hago lo que me da la gana”, en definitiva esa es mi voluntad, no la voluntad de Dios; lo cual es un error como lo acabamos de ver. Tenemos así la voluntad del hombre, entonces es bueno o malo de acuerdo con mi voluntad, o a mi parecer, y si tengo ganas de salir desnudo, así salgo, porque la gente sale hoy desnuda a la calle; no me digan que va vestida una mujer con el ombligo al aire o con medio seno afuera o como fuese, porque si eso es andar vestido... ¡Válgame Dios!

No es una exageración ni una consideración de un cura beatongo, porque yo no soy tal, ni me voy a escandalizar por ver una mujer desnuda; pero sí me doy cuenta de que eso no es acorde con la naturaleza decaída... que tenemos, porque no es normal que el hombre vea a una mujer en cueros y no tenga tentaciones; ; las cosas como son. Debe haber un poder social, una moral, y que eso hoy se conculque es la prueba de que no hay noción de pecado, que no existe, está abolido.

¿Y si no existe el pecado qué queda? No hay orden, no hay sabiduría, mejor dicho, se destruye todo el orden que Dios ha puesto en las cosas. De ahí la gran revolución que hay en la sociedad moderna con toda esta inmoralidad pública que vemos y que corresponde a ideas falsas y nociones falsas y que atentan contra la religión, contra Dios. De ahí la gravedad de todo esto, porque se vicia toda nuestra relación con Dios, que debe ser una relación ordenada y debida como Él lo ha querido según su divina sabiduría.

En definitiva, en este estado de las cosas se conculca, se ofende la sabiduría divina, el orden que Dios ha impuesto a todas las cosas y el hombre se convierte en un revolucionario; así nos demos o no cuenta, el hecho es objetivo. Con este milagro del paralítico, queda establecida esa relación de pecado afirmada por el Evangelio y que nosotros no debemos olvidar hoy día viviendo en un mundo donde reina el indiferentismo.



Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos ayude a perseverar y aunque seamos pecadores no pequemos tanto o por lo menos no gravemente para que nuestra vida sea más de santidad que de pecado. +

P. BASILIO MERAMO
6 de octubre de 2001

domingo, 11 de septiembre de 2016

DOMINGO DECIMOSÉPTIMO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Vemos en este evangelio la permanente dialéctica, la permanente disputa entre la élite religiosa del pueblo elegido, los doctores de la Ley y nuestro Señor. Cómo estos doctores siempre estaban al asecho buscando a través de preguntas capciosas argumentos para apresarlo. Este doctor de la Ley le pregunta a nuestro Señor para tentarlo, cuál es el mandamiento más importante. Y nuestro Señor le responde: “¿Qué está escrito en la Ley?”. Este hombre, que conocía muy bien la Ley como perito, respondió magistralmente diciendo: “Amarás al Señor tu Dios con toda tu alma, con todo tu espíritu, con todo tu corazón”; es decir, con todo tu ser “y al prójimo como a ti mismo”. La respuesta fue excelente, nada más que los judíos entendían por prójimo a los suyos, a los familiares, a los allegados, pero no al resto de los hombres, y así todo lo echan a perder.

Y como la caridad exige la fe, vemos entonces la importancia de la fe como fundamento de todo el orden sobrenatural que tiene la virtud. Porque, podrá haber virtudes naturales, necesarias, para que sean el soporte de la gracia y sobre naturalicen toda nuestra vida, pero si no hay virtudes sobrenaturales, si no hay fe, nos quedamos en el orden pura y meramente natural. Se socava el fundamento sobrenatural de la caridad viniendo a ser una caridad adulterada, profanada, viciada como la que se predica hoy, no ya en el nombre de Dios sino en el nombre del hombre. La caridad exige la fe, exige la verdad; porque la fe, como lo define Santo Tomás de Aquino, tiene por objeto la verdad primera que es Dios, luego todo el orden sobrenatural consiste en esa relación trascendental ante Dios como verdad primera y que conculcada esa verdad primera, constituye lo que es el pecado contra el Espíritu Santo, la impugnación de la verdad conocida.

Por lo mismo nuestra relación está fundamentada en la verdad. No lo olvidemos, sobre todo hoy, cuando el combate es cruel, duro, tenaz y prolongado. Si no nos sostenemos en el orden trascendental de la verdad y digo trascendental, porque es directamente con Dios y ante Dios que nos juzgará a todos y a cada uno de acuerdo con esa respuesta y conformidad de nosotros con la verdad. Sin esa relación trascendental con la verdad no hay fe, no hay esperanza, no hay caridad, no hay virtud sobrenatural y eso, desgraciadamente, lo tenemos olvidado. Y esa es la causa por la que claudican todos aquellos que de algún modo se dejan llevar de falsos espejismos, por no centrarse en esa relación de verdad sin la cual no hay caridad, no hay orden sobrenatural. Porque las virtudes morales, las virtudes cardinales sobrenaturales, no se pueden dar sin el fundamento sobrenatural de la fe y sin la caridad que las corona, las nutre y las vivifica a todas.

La fe no es un sentimiento, no es un deseo, es una adhesión de nuestra inteligencia movida por la voluntad bajo la gracia de Dios, del Espíritu Santo a esa verdad primera, a Dios como Él se conoce, como Él se nos revela. De ahí la necesidad de la revelación para tener el cabal conocimiento de Dios dentro de lo que cabe en el orden humano en el que nos encontramos. No es pues una cuestión de sentimiento, ni de deseos ni de capricho y aun me atrevería a decir, ni de los piadosos, de los cuales está lleno el infierno.
Ser católico implica esa postura doctrinal, de respuesta a Dios como verdad primera de nuestra fe. Porque Dios se nos manifiesta a través del conocimiento que podamos tener y ese entendimiento se adquiere por inteligencia de la verdad, sentido de inteligencia que no tienen los seres que no son racionales y por no ser racionales no tienen libertad ni son susceptibles del orden sobrenatural de la gracia y de la virtud. Una piedra, un perro, un gato, no tienen el privilegio que tenemos como seres racionales capaces de poder conocer a Dios como se nos manifiesta y se nos ha manifestado. Por eso precisamente, se nos enseña en el catecismo que hemos nacido para conocer, amar y servir a Dios y para verle y gozar de Él después, eternamente, en el cielo.

Ese es el gran error, el grave error, la gran confusión, no solamente del mundo, que ya de por sí ha ido lejos de Dios, de los principios del Evangelio, de la verdad primera, de la verdad suprema y por eso lejos de la moral, sino que lo peor de esa confusión y de ese error, campea hoy dentro del ámbito de la Iglesia. El misterio de iniquidad de los hombres de Iglesia que no tienen esa respuesta ante la verdad primera, por lo que la fe se pierde cada vez más camino de la gran apostasía a la que nos dirigimos.


Vemos que la única manera de protegernos de ese error es permanecer firmes en la fe, como dice san Pedro, “porque el diablo anda a nuestro alrededor como león rugiente buscando a quién devorar”; de ahí la necesidad de esa adhesión a la verdad de la fe sobrenatural. Ser testimonios como un faro, como una antorcha en medio de esta oscura tempestad y del gran peligro que es Roma invadida por el  error y la confusión.

Personalmente me avergüenza que un cardenal colombiano, el cardenal Castrillón, zorro viejo, sea el encargado actualmente de homologarnos al error que hoy campea dentro de la Iglesia en contra de la fe y de los derechos de Dios. Digo que es un zorro viejo porque él tuvo a su cargo servir de intermediario entre el gobierno de entonces y el narcotraficante más poderoso del mundo, Pablo Escobar, para llegar a un acuerdo, con el que se entregara protegiéndole su integridad y su vida y lo logró, claro está; la cárcel fue hecha enteramente por él y donde quisiera, más bien fue un búnker de protección para él y en esa entrega mediaba nuestro cardenal, que si lo veo se lo digo en la cara porque si engaña a los españoles y a los europeos, a mí no, ni como católico ni mucho menos como colombiano, porque es más astuto de lo que parece.

Tampoco nos debe extrañar que se nos halague por todos los medios para que dejemos de ser esa antorcha de luz, de fe y de verdad; debemos tener muy claro cuál es la misión fundamental: ser los testigos fieles a Dios, a la Iglesia católica, apostólica y romana. Aunque por otra parte se nos tilde de lo peor, de herejes, de cismáticos o de lo que fuese, sabiendo que somos los hijos más sumisos, más obedientes y más fieles de la Iglesia católica, apostólica y romana. Somos más romanos que ellos mismos que están en Roma. O ¿qué habrá más de romano que la Misa tridentina, la llamada Misa de San Pío V, que es la Misa romana, la de todos los Papas, el misal romano que ellos han desterrado? Somos mucho más romanos que ellos. Ellos usurpan el nombre de romanos porque si lo fueran verdaderamente dejarían no solamente que la Misa romana se diga por todo el mundo, sino que dejarían de perseguirnos.

Nos persiguen por no claudicar, por no abandonar la verdad, por no perder la fe sin la cual no hay caridad, no hay amor ni a Dios ni al prójimo. Por tanto, lo que se predica hoy es una falsa caridad, cuando no una filantropía filosófica de corte masón, pero no ese amor sobrenatural a Dios y a nuestro prójimo. De ahí la gran obra misionera de amor, de convertir a los infieles, a los herejes,a los cismáticos, a todos aquellos que están en el error porque no conocen ni aman a Dios. Por esto la ley de la caridad que corona todo el orden sobrenatural y que hace a la santidad de la Iglesia y de nuestras vidas, no puede existir sin esa conexión a la verdad primera de la fe, sin esa sujeción a Dios.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que manifestemos firmes nuestra fe como Ella la sostuvo al pie de la Cruz viendo al Hijo muerto, como hoy podríamos nosotros ver a la Iglesia. Aunque la Iglesia jamás morirá, sí sufrirá su pasión y cruel reducción. Que no perdamos la fe en la Iglesia católica, apostólica y romana fuera de la cual no hay salvación. Que podamos ser testigos de la Iglesia, los testigos de nuestro Señor, de la fe, como lo fueron los mártires si fuese necesario. Esa adhesión a la verdad implica tal pasión, ser capaces de dar generosamente nuestra sangre si Dios así lo exige; eso hicieron los primeros cristianos, esa fue la simiente de la sangre de los mártires.

Tenemos que estar preparados doctrinal y moralmente, porque cualquier cosa puede pasar. Quien está con Dios nada teme porque vive de la fe, vive de la esperanza y vive de la caridad, esas tres grandes virtudes teologales, y así podemos marchar mientras dure nuestra vida en esta tierra con la vista puesta en el cielo, y no aburguesarnos, no aflojar, no desesperanzarnos, y con ánimo siempre valiente como guerreros hacer de nuestra vida una cruzada espiritual por Dios y la Iglesia hasta que Él quiera y como quiera. De ahí entonces, poder vivir para la verdad, vivir de la fe, por la fe y con el misterio de fe.

Pidamos a nuestra Señora que haga enriquecer en nuestras almas y en nuestros corazones esas cosas elementales para que nosotros las valoremos y vivamos de ellas y sean nuestro sagrado tesoro, la fe en Dios, la fe en la Iglesia. +

PADRE BASILIO MERAMO
30 de septiembre de 2001

domingo, 4 de septiembre de 2016

Domingo décimo sexto después de Pentecostés.


Tomado del MISAL DIARIO COMPLETO por el P. Luis Ribera CMF, España 1954:

Directorio de la misa.-
1. Domingo menor, pagina 86, Doble. Verde.
2. Admite una sola conmemoración. OCM (49.I.)


Epístola de San Pablo a los Efesios, 3, 13-21.- Hermanos: Os ruego que no os desaniméis en cuanto yo tengo que sufrir por vosotros, porque gloria vuestra es.  Por esta causa doblo mis rodillas ante el acatamiento del Padre de Nuestro Señor Jesucristo, del cual toma su nombre toda la familia en el Cielo y en la tierra, para que os conceda, según las riquezas de su gloria, que estéis, firmes por la acción de su Espíritu en lo interior del hombre;   que habite Cristo por la fe en vuestros corazones,  arraigados y cimentados en la caridad;    para que podáis comprender qué cosa sea la anchura y longitud, la profundidad y alteza de la caridad de Cristo, que sobrepuja todo conocimiento, para que conociéndola, seáis colmado de ella hasta su plenitud en DIOS.    Al que es poderoso para hacer todas las cosas mas cumplidamente de lo que pedimos o entendemos, según el poder con que obra en nosotros;;  a Él sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús para siempre. Amén.

+Evangelio según San Lucas, 14, 1-11.-  En aquel tiempo, al entrar nuestro Señor Jesucristo en casa de cierto príncipe de los fariseos a comer en día de sábado, ellos  le estaban asechando.  Y he aquí que se presentó delante de Él un hombre hidrópico.  Nuestro Señor Jesucristo, vuelto a los doctores de la ley y los fariseos, les dijo:  ¿Es lícito curar en día de sábado?  Mas ellos callaron.  Él, pues, habiendo tomado al hidrópico, le curó.    Y les dijo entonces: ¿Quién de vosotros, si su asno o su buey cae en algún pozo, no le sacará luego, aunque sea en día de sábado?  Y a esto no sabían que contestar.
      Y viendo como los convidados iban escogiendo los primeros puestos en la mesa, les propuso esta parábola:  Cuando fueres invitado a las bodas, no te pongas en primer puesto, no sea que haya otro convidado más distinguido que tú, y viniendo el que a ti y s él convidó, te diga:  Amigo, haz lugar a este;   y entonces con sonrojo te veas obligado a ponerte en el último.   Ahora bien, cuando fueres convidado, vete a poner en el último lugar, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:  Amigo, sube más arriba.  Esto te arrancará mucha gloria delante de los comensales.   Así es que cualquiera que se ensalza, será humillado;  y cualquiera que se humillare, será ensalzado. - Credo.

-Laus tibi Christe