San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 24 de diciembre de 2017

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO Y VIGILIA DE NAVIDAD


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Nos encontramos en el cuarto domingo de Adviento. Estos cuatro domingos presagian los cuatro mil años que van desde la creación de Adán y su contiguo pecado, a la espera y venida del Salvador. Digo cuatro mil años, porque eso es lo que poco más o menos atribuye la Tradición de la Iglesia, desechando las fábulas, mitos y estupideces, como decía San Juan Crisóstomo, el patrón de los predicadores, que desde aquella época ya refutaba esa idea infundada de atribuirle miles y millones de años al universo y la creación del hombre. Cuatro domingos que nos preparan para la Natividad de nuestro Señor.

Por lo mismo, la Iglesia en su liturgia durante este tiempo de Adviento nos presenta la figura de San Juan Bautista, precursor del Señor, comparado a los ángeles no porque fuese un ángel en su naturaleza sino por la misión que tuvo; porque ángel es aquel que tiene la misión de anunciar a los hombres las cosas de Dios. Y él fue quien anunció y más que anunciar, señaló con el dedo la presencia de nuestro Señor, el Verbo Encarnado del cual él “no era digno ni aun de atar la correa de sus sandalias”. Figura que nos prepara para ese espíritu de Navidad tal como él preparó para que el pueblo elegido aceptara la predicación de nuestro Señor Jesucristo y a nuestro Señor mismo ya que era su precursor, el gran pregonero y la voz de aquel que clamaba en el desierto, que era nuestro Señor Jesucristo en persona y San Juan su portavoz. Predicaba el bautismo de mortificación, es decir, la penitencia, la conversión de corazón hacia Dios y la negación de todo aquello que se opone a Dios, y que se cifra en el pecado.

El pecado está arraigado en una triple raíz, en una triple concupiscencia y de ahí provienen todas las malas inclinaciones, que si no las atacamos a tiempo, se convierten en perversión; eso es lo que genera los crímenes y abominaciones que vemos y que con un espíritu a veces impío, se le atribuye a Dios ese mal, cuando Él es la Bondad Suma, la Misericordia Infinita. El corazón perverso del hombre no se convierte y se sede no sólo por la triple concupiscencia, sino también como ministro del demonio que siempre trama el mal, por ser el gran enemigo del hombre y de Dios; el demonio nos odia como imagen y semejanza de Dios. Por tal razón quiere destruirnos y que nos condenemos eternamente en el infierno. Esa es la obra de Satanás, el maldito, por no querer servir a Dios; esa es su desgracia, ese fue el primer pecado y la primera apostasía y Dios le quitó la sabiduría pero no el poder, ese poder que ostenta porque Dios se lo ha dejado justamente para que sirva de acicate, de espuela para el bien, para la virtud, para la santidad.
El mal coadyuva para aquellos que aman a Dios, quien saca del mal un bien para aquellos que son de Él, para los que se transforman a Dios. Esa es la conversión, el bautismo de penitencia que predicaba San Juan Bautista.

Y la Iglesia presenta al Bautista en este tiempo de Adviento para que nos convirtamos a Dios. La conversión tiene muchas etapas en nuestra vida y si no nos decidimos, cada vez retrocederemos más en la vida espiritual; si no se avanza se retrocede; y esa transformación culmina en la santidad sublime de la cual nos han dado ejemplo los santos. Por eso requiere y tiene muchas etapas. No creamos entonces que se trata simplemente del cambio del infiel, del ateo, del que odia y se opone a Dios, sino también la transfiguración del cristiano, del bautizado, del fiel, para que quite todo escollo u obstáculo, todo aquello que imposibilita la gracia para fructificar o producir sus efectos.

Por eso hay que allanar todo monte que dificulta en nuestra alma esa acción de la gracia. Nuestra soberbia, orgullo, vanidad, odio, rencor, envidia, todas esas pasiones que hacen que no nos adhiramos a Dios totalmente porque impiden que la gracia produzca plena en nuestro corazón y nos impide de verdad amar de todo corazón a Dios.

Insiste pues el Evangelio con el ejemplo de San Juan Bautista para que alise todos esos repliegues de nuestra alma, del corazón y que habite plenamente Dios en nosotros como templos sagrados del Espíritu Santo, como tabernáculo que es nuestra alma en estado de gracia; teniendo así esa participación; no lo olvidemos, la gracia como una colaboración de la Naturaleza Divina y por eso nos asemeja a Dios.

Esa fue la gran tentación del Paraíso: que el hombre quiso procurársela por sí mismo dictaminando qué era lo bueno y lo malo para sí, como acontece hoy. El mal y el bien ya no son una cosa objetiva, sino que en este modernismo apóstata cada uno es doctor y maestro de su moral, de lo bueno y de lo malo; por eso ya nadie se avergüenza de besuquearse y de amancebarse en público, porque cada uno determina en el fuero de su conciencia si está bien o está mal; una libertad absurda, de pecado.

Esa es la moral del mundo moderno y la que desgraciadamente predican hoy los falsos profetas que invaden la Iglesia Sacrosanta de Cristo. Tragedia por la cual no debemos claudicar; todo lo contrario, nuestro deber es recordar que el bien y el mal son cosas objetivas en sí mismas. Tan objetivas que por eso se va al cielo o al infierno eterno. Tan objetivo es que si para ir al cielo hay que creer con fe, para irse al infierno no hace falta la fe; de ahí el peligro, la facilidad y la puerta ancha para condenarse, porque para salvarnos necesitamos la e y ésta con la gracia santificante; pero para condenarnos no la necesitamos; por eso es ancho el camino que lleva al infierno, camino adornado hoy con flores, perfumes y halagos para que la gente se deslice tontamente y Satanás se salga con la suya.

Es necesario recordar estas cosas por el bien de nuestras almas y que ese bien lo tengamos presente en esta Navidad; para eso ha venido el Señor, para eso se Encarnó. No echemos a perder el fruto de su Encarnación y Redención que es el de salvarnos, no condenarnos, y así amemos eternamente a Dios en el cielo después del transcurso de esta vida una vez que hayamos muerto en estado de gracia. Ese es el propósito de la verdadera Iglesia. No la falsa Iglesia de los pseudoprofetas, de los anticristos, sino la Iglesia de Cristo y ya sabemos que la verdadera Iglesia se reconoce por la fidelidad a la Sacrosanta Tradición, a la revelación de hoy. Por eso en la Epístola San Pablo dice que lo que se requiere de los dispensadores de las cosas de Dios, de los Ministros de Dios es la fidelidad y no sólo a sus ministros sino también a los fieles.

De ahí viene el nombre de fieles, fidelidad a nuestro Señor, a su Palabra, al Verbo de Dios y a la Iglesia de Dios. Luego ese es el signo infalible para detectar la verdad y distinguirla del error: la fidelidad, esa es nuestra misión y por eso la gran persecución de todo lo que no es la Iglesia de Cristo contra los que son de Cristo por fidelidad.

Seamos fieles y pidámosla a Dios nuestro Señor en estas Navidades. Tengamos presente la lealtad de la cual Nuestra Señora dio prueba al pie de la Cruz; que Ella sea nuestra sustentadora, nuestra fortificadora para permanecer siempre devotos en ese amor del cual Ella nos dio ejemplo. Pidámosle entonces a Ella ese apego y ese amor hacia su amado Hijo. +

BASILIO MERAMO PBRO.
23 de diciembre de 2001




Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

En este domingo festejamos la Vigilia de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, y narra el Evangelio la duda que embarga a San José ante el gran misterio de la Encarnación, misterio que él desconocía; por tanto, tenía el propósito de abandonar secretamente a su legítima esposa, abandonarla en secreto porque los judíos acostumbraban repudiar a la mujer adúltera y para evitar ese escándalo, pensaba, sin difamarla, dejarla en silencio, viéndola encinta y sabiendo por demás, que era una santa mujer y que se habían casado prometiéndose mutua virginidad.

La ley natural nos dice que si una mujer está encinta, es porque ha tenido relación marital con un hombre; la Santísima Virgen no podía revelar lo acontecido en Ella porque era a Dios a quien correspondía anunciarle a su esposo; Ella debía guardar silencio sabiendo que Dios proveería lo que fuese necesario, incluso, el hecho de advertir al casto, puro y virtuoso San José, quien según la Tradición de la Iglesia era primo hermano de la Virgen María. San José, pues, ante aquel misterio decide abandonarla en secreto para no hacerle daño, para que los judíos no la lapidasen;
no difamarla, pues le constaba que era pura y santa; sin embargo, ya que no puede entender, con virilidad decide distanciarse, hasta que un ángel del cielo le aclara el misterio anunciándole que aquello era obra del Espíritu Santo y que recibiese a la Virgen en su casa como a su legítima esposa.

Esta actitud de San José, que nos puede extrañar, incluso escandalizar, si somos piadosos en apariencia, porque la verdadera piedad es viril (fuerte) también en la mujer, como la piedad de Santa Teresa la grande, porque la virtud da esa fortaleza de espíritu tanto en el hombre como en la mujer; la misma palabra virtud quiere decir fuerza, vigor, uirtus. San José, entonces, en lugar de hacer consideraciones aparentemente piadosas "... como es una santa mujer, eso será hinchazón, será inflamación u otra cosa...", no entiende y decide tomar distancia.

Esa actitud tendríamos que tenerla en cuenta estimados hermanos, a lo largo de toda nuestra vida, para esas ocasiones difíciles, sobre todo en épocas como en la que nos ha tocado vivir. Cuando no entendamos y estemos ante una contradicción o un misterio, y más aún, cuando estemos ante un misterio de iniquidad como el que realmente se vive, nos sirve ser viriles y adoptar el ejemplo de San José: ante el error introducido en la Iglesia -preñada de errores cuando no de herejías-, siendo un contrasentido, ya que la Iglesia es santa, es pura e inmaculada, pasando por alto los errores personales que tengan sus miembros. Los errores doctrinales que afectan a la institución en sí misma constituyen un misterio de iniquidad en la Iglesia. El católico, si ama a Nuestro Señor debe tomar distancia, alejarse en silencio para conservar la fe y no excusar el error ni aceptarlo, como desgraciadamente hacen muchas personas encubiertas con apariencia de piedad, como les pasa a muchos sacerdotes que justifican el error y la contradicción.

Y este ejemplo de San José: él, que no podía pensar mal de la Santísima Virgen María; él, que sabía que era una mujer inmaculada, la ve encinta y decide dejarla, y lo hubiera hecho, pero el ángel le retiene. Entonces, ¿cómo es que nosotros - católicos- que sabemos que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, como institución divina no puede enseñar el error y menos la herejía?, aceptemos esa contradicción, esa infamia, esa blasfemia, la de cohonestar con una Iglesia que no es ni pura ni santa ni inmaculada. Hay que imitar a San José.

Y esa fue la actitud que asumió Monseñor Lefebvre: tomó distancia, no aceptó bajo ningún concepto el error y la contradicción, se adhirió a la Tradición para mantenerse fiel y fundó una asociación de sacerdotes fieles a la verdadera Iglesia, porque la verdadera y única Iglesia no puede como institución albergar ni enseñar el error en su doctrina, en sus sacramentos y en su moral. Otra cosa son los errores humanos de sus miembros, pero ya no es la institución quien falla sino los hombres, la parte humana. Nosotros no podemos aceptar lo que actualmente se presenta ante nuestros ojos como Iglesia oficial henchida de errores y herejías. Por esto, la valentía de San José viene a servirnos de ejemplo para mantenernos fieles al Evangelio, para que Nuestro Señor Jesucristo reine en su Iglesia y en nuestros corazones; aunque nos consideren cismáticos, o como ellos quieran considerarnos, ya que "cisma", como decía Monseñor Lefebvre, "si es que lo hay, no soy yo el cismático sino aquellos que no son fieles a la Tradición de la Iglesia siendo la innovación la que posibilita, y de hecho así lo ha sido, el error, llevando a los fieles a
la apostasía".

Por lo mismo, debemos cuidarnos de organizaciones que parecieran responder a mensajes del cielo y que pueden no ser verdad, porque son susceptibles de adulteración en el camino; me refiero al Movimiento Mariano del padre Gobbi, Movimiento Sacerdotal Mariano, suscitado aparentemente por Nuestra Señora quien revela cosas muy ciertas con las cuales estoy de acuerdo, salvo en un punto que me parece esencial, fundamental: ¿cómo es que Nuestra Señora no diga nada de la Santa Misa? Que ellos se mancomunen en concelebraciones y celebraciones de la nueva misa, teológicamente es absurdo. Entonces, ese es un punto clave. Otro es el siguiente: ¿cómo es posible que reconociendo, por ejemplo, que en la Iglesia hay una gran confusión, desobediencia, error y herejía, incluso apostasía, cubra las espaldas a los principales responsables de esa apostasía? Eso no puede ser.

Necesitamos más que nunca manejar un concepto sobrenatural claro de lo que es la Iglesia y su doctrina y necesitamos también el virtuosismo de San José ante el error que la invade y que bajo el peso de la obediencia a la jerarquía y a la autoridad, quieren hacer prevalecer por encima de la verdad. Ese es el gran misterio de iniquidad y por eso digo que Nuestra Señora no puede ocultarlo.

Pablo VI firmó todos los decretos y declaraciones del Concilio Vaticano II, no se le puede eludir la responsabilidad que le corresponde; o también a Juan Pablo II, que no ha hecho más que favorecer el error difundiendo el Vaticano II, mientras que reprime y estrangula la verdad y la tradición de la Iglesia. No puede haber plena unión en la verdad en aquellas cosas que parecen correctas y con las que podríamos estar muy de acuerdo, si no se dice toda la verdad y, más aún, cuando se encubre con el manto de la Virgen a los culpables. La autoridad tiene una obligación y se peca no solamente por acción sino también por omisión; la autoridad que no reprime al mal se convierte en su cómplice, hace que el mal se vuelva impune y, así, es más condenable que el mismo criminal. Y si eso acontece en el orden natural, cuánto más en el orden sobrenatural de la Iglesia, estando la autoridad para combatir el error y para enseñar y afianzar la verdad infaliblemente y si eso no lo hace un Papa, peca con un pecado de lesa majestad contra la Iglesia y la verdad, que es Dios, y eso no lo puede encubrir Nuestra Señora.

Monseñor Lefebvre, ese santo Obispo, y santo no solamente por decirlo para significar una gran vida de santidad, sino santo con todas las características de aquellos santos dignos del altar, porque incluso por su intercesión se han hecho algunos milagros, pero que ha sido vilmente atacado por haber cometido el gran pecado de ser fiel a la Santa Madre Iglesia Católica, siguiendo él ese ejemplo de firmeza y de virilidad de San José al no querer aceptar el error.

En estos momentos de la Vigilia de Navidad, en que esperamos nazca nuevamente Nuestro Señor, esperamos también su segunda venida. La Navidad carecería de sentido si no tuviésemos presente cada año en esta fecha la segunda aparición de Nuestro Señor glorioso y majestuoso con la cual completa y corona su primera venida y toda la obra de la Redención.

Pidámosle a la Santísima Virgen María que nos ayude a festejar una Navidad en paz con Dios y con los que están a nuestro alrededor si eso es posible, manteniendo la fe pura, la fe inmaculada cual pura e inmaculada fue la Santísima Virgen María que albergó la palabra de Dios en su seno.



BASILIO MERAMO PBRO.
24 de diciembre de 2000