San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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sábado, 22 de febrero de 2025

DOMINGO DE SEXAGÉSIMA

   

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Durante este preludio de la Cuaresma la Iglesia nos presenta en el Evangelio la parábola del sembrador que nuestro Señor mismo la explica a sus discípulos ya que no la comprendían. Nuestro Señor les dice irónicamente que habla en parábolas para que no entiendan. No es que nuestro Señor les hable así para que no capten como leemos en el evangelio si se le interpreta al pie de la letra, sino que Él lo dice de un modo irónico, un modo indirecto de decir las cosas al revés para que surtan el efecto deseado. Como aquel que por advertir a alguien, en vez de decirle: tenga cuidado no se le caiga tal cosa, directamente le dice que se le caiga. Ironía que no es burlesca o hipócrita, sino producida por el celo por las cosas de Dios. Nuestro Señor les hablaba en parábolas no para que no entendieran; cuando lo que Él quería, justamente, era que entendiesen a través de esas semejanzas o comparaciones naturales las realidades de orden sobrenatural que eran difíciles de interpretar normal y comúnmente.

Y con la enseñanza de hoy nuestro Señor quiere mostrarnos la suerte de la semilla de la Palabra de Dios esparcida en el mundo. La respuesta que tiene esa semilla como fruto es un verdadero misterio. Nosotros no sabemos quiénes se salvan ni quiénes se condenan; si nos vamos a salvar o a condenar. La salvación se debe al fruto que produce la semilla, la palabra de Dios en nuestros corazones, en nuestras almas. Pero no todos tenemos la misma disposición, no todos corren la misma suerte, hay una elección fundamental, elemental, que nos pone en consonancia o en disonancia con Dios, esa elección del libre albedrío, de la libertad, porque libremente nos salvamos o nos condenamos, y para ello necesitamos la gracia de Dios.

Hay, pues, una elección que cada uno hace con Dios o contra Él; he ahí el gran misterio de la libertad, del fuero interno de cada uno. De esa decisión que está en lo más profundo de nuestra alma viene la respuesta y según ésta se da esa disposición para que germine y dé fruto o no, esa semilla que debería crecer y fructificar en el alma.

Coloca entonces cuatro ejemplos: tres de ellos, en los cuales no hay fruto, porque cae en mal lugar, en mala tierra, en mal corazón. La semilla que cae a la orilla del camino pero que viene el diablo y arrebata la palabra de Dios y es como si resbalase. La segunda porción, la semilla que cae entre las piedras, que crece, germina, pero al no haber raíces sólidas se pierde. Y la tercera, la que cae entre espinas y que por esas espinas la semilla es sofocada. La cuarta parte, que cae en tierra buena y da fruto y de ese fruto sabemos en otros pasajes del Evangelio, que unos dan el treinta, otros el sesenta y otros el ciento por ciento, que podríamos decir son los incipientes, los píos y los perfectos según la clasificación de las tres edades de la vida interior. Hay entonces una gradación; siendo la misma palabra de Dios, no en todos da el mismo resultado. Esa es la gran moraleja, la gran lección.

Lo que quiere nuestro Señor es que seamos buena tierra, bien abonada para que la semilla dé fruto; que no seamos de los que reciben su palabra pero que se les resbala, que poco caso hacen de ella; viven en la superficialidad, en la vanidad; de pronto se entusiasman en un momento efímero, como los fuegos de artificio, que duran unos segundos y luego desaparecen, se acaban.

Cuántas almas fogosas, en un instante de entusiasmo oyen la palabra de Dios, pero a la vuelta de la esquina ya van como si no hubieran oído absolutamente nada. Otra clase de personas, quizás menos superficiales, menos casquivanas, logran que la palabra de Dios germine, pero ante la dificultad por falta de esfuerzo, por flojera, no perseveran y entonces la semilla que crece se marchita, no produce fruto ante la dificultad, ante la contradicción, no hay hondas raíces, sólidas, no ha penetrado; es como quien siembra una planta a flor de tierra, se cae, echa raíces pero éstas no mantienen esa planta en pie. Y a cuántas personas vemos, incluidos todos nosotros, en quienes la semilla, la palabra de Dios, no tiene ese arraigo, esa penetración que nos haga mantener firmes, de pie, sólidamente, sin sucumbir ante la adversidad, ante la contradicción, ante el esfuerzo, ante el sufrimiento que implica la vida presente y más si se quiere vivir cristianamente, católicamente, y mucho más si se vive en un mundo como el de hoy, adverso a Dios, a la virtud, al bien, donde el pecado, el mal, tiene carta de ciudadanía. Eso es lo que hacen los medios de difusión, introducir el mal como si fuese bueno, aceptable, y eso en todos los órdenes, aun en el artístico como los adefesios que hace Botero.

¿Quién se escandaliza hoy de ver una pareja manoseándose en plena esquina? La niña o la mujer se prostituyen públicamente, es lo más normal del mundo, ¿quién les dice algo? Cuando antes algo así era denunciado, intervenía la policía, hoy es lo más normal, como el nudismo en las playas, lo más normal del cuento; lo raro es quien no hace eso; lo común es abortar, usar anticonceptivos, y no terminaría si comenzara a enumerar. Todo es general, menos la virtud, el bien, la pureza, la castidad, la virginidad, la veracidad, la palabra, la honradez.

Se ha dado vuelta al mundo; nos han dado vuelta los principios, los conceptos y esto es por la maldita televisión que nos emboba, me entristece decirlo, pero eso demuestra la perversión de nuestro corazón que nos gusta lo malo, pues si no nos gustara, no tendríamos esa atracción por el maldito aparato; y no es por lo de las “noticias”, eso es mentira, pues éstas son el gancho, si es que noticias podemos llamar a ese bombardeo incesante de información sin ton ni son; porque no sabemos cuál es la causa ni las consecuencias, ni los efectos de aquello con que nos atiborran sin poder ni siquiera reflexionar.

Comprobamos, pues, que es difícil mantenerse hoy como buen católico; incluso, ser un hombre normal cuando hoy el lesbianismo, la homosexualidad y cualquier perversión, tienen estatus social legal; lo que es antinatural. Entonces, ¿qué debemos hacer para poder vivir cristianamente y aun si se quiere, vivir naturalmente como un hombre normal. Es casi imposible hoy en día, sin un esfuerzo prácticamente sobrehumano. Luego cuántos no dejan, abandonan y abandonamos el camino por la falta de esfuerzo; no solamente pasa eso en la gente, en los fieles, en los sacerdotes; cuántos no se cansan y nos cansamos de la dificultad. ¿Qué les ha pasado a los padres de Campos? ¿Por qué cedieron? Porque hay una fatiga. Hay un desgaste y eso hace que uno claudique habiendo oído la palabra de Dios sin echar raíces hondas, sólidas.

Las raíces sólidas consisten en la capacidad para el sufrimiento que el mundo moderno no nos da; hoy no se quiere sufrir, no se quiere el dolor; en cambio el cristianismo nos enseña que el dolor y el martirio son fuente de redención, eso es la cruz, y por eso nosotros tenemos que asumir nuestra cuota de calvario, de suplicio para asimilarnos y configurarnos en nuestro Señor. El mundo moderno eso no lo enseña, en cambio fomenta otra cosa: la diversión, la comodidad, lo placentero, todo lo que favorece la flojedad y por eso estamos espiritual y físicamente débiles, no tenemos espíritu aguerrido. Al contrario, estamos propensos a la depresión, a la neurosis, al estrés, sin culpa, como víctimas de un mundo que vive en el ruido, en la velocidad supersónica, que nos hace incapaces de adaptarnos a situaciones, porque cuando ya casi nos adaptamos a una viene otra, luego otra y otra. ¿Qué cuerpo aguanta?, ¿Qué nervios toleran?

Esa es la aceleración del mundo moderno que desquicia, que nos desquicia y de ahí el sumo cuidado que debemos tener para no sucumbir, la necesidad de soledad para la oración, para la contemplación, para refugiarnos en Dios. Por eso la semilla que cae entre las piedras, por falta de hondas raíces queda sin fruto, se pierde. Y la otra parte, la que cae entre las espinas es el mundo con toda esa lucha que acabamos de describir y que de pronto se vuelve en nosotros una agonía; porque somos, o nos creemos, incapaces de poder sobrellevar ese aguijón, esa espina, esa dificultad agudizada que no es de un modo general sino de un modo más particularizado y que hace que no dé fruto la palabra de Dios como aquel a quien se le amputa un miembro. Quedamos amputados, sofocados por esas dificultades graves que encontramos a lo largo de nuestro camino, de nuestra existencia. Cuánta gente es buena, muy buena, por un tiempo, incluso largo tiempo y de pronto una gran desgracia, inesperada, violenta, la hace sucumbir, al igual que al sacerdote o simple fiel, por las espinas del mundo, por no haber tenido cuidado con todo lo que el mundo prodiga. Aun siendo buenos, aunque no tan buenos, somos seducidos por las riquezas, por las cosas del mundo pero sin darnos suficiente cuenta, como aquel ejemplo de las vacas flacas y de las vacas gordas, cuando viene la dificultad ya no somos capaces. Hay que tenerlo presente mis estimados hermanos, para no sucumbir.

Sólo una cuarta parte cae en terreno fértil, y sin embargo, no todos responden ni respondemos de igual modo; no debemos escandalizarnos de que a veces la palabra de Dios no produzca los efectos que deseamos, y no es por culpa de Dios sino por el defecto de la tierra donde cae la palabra Divina.

Pidámosle a nuestra Señora que nos haga terreno fértil, para que la palabra divina produzca ese fruto generoso, para sufrir con paciencia perseverando en el bien; que podamos llegar a esa perfección y santidad a la que Dios nos llama. +


PADRE BASILIO MERAMO
3 de febrero de 2002

sábado, 15 de febrero de 2025

DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA

 

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Con este domingo de Septuagésima, se inicia el ciclo de la Pascua: segundo ciclo de la Pascua que gira alrededor de la Resurrección de nuestro Señor, y que es la fiesta más solemne, más importante del año litúrgico aunque no la más popular, como la Navidad. La fiesta más importante de todo el año litúrgico es el domingo de Pascua, el domingo de Resurrección y nos preparamos a esa Resurrección, a esa Pascua, con la Cuaresma: cuarenta días de ayuno, penitencia y oración. Con la Septuagésima nos introducimos levemente en esa preparación: mortificación del cuerpo como dice San Pablo, “yo someto mi cuerpo, mortifico mi carne para que después de haber predicado no sea yo inducido en tentación y sea réprobo”.

Todo católico debe mortificar su cuerpo, sus sentidos, sus apetitos y el mundo de hoy enseña lo opuesto totalmente: placer, gozo, diversión. Mientras que el cristianismo nos dice sujeción, represión, mortificación del cuerpo con todos sus sentidos, el mundo de hoy predica lo contrario. Lo que demuestra una vez más el carácter y el sello anticristiano de la civilización moderna. Mucho menos entonces se comprenderá el significado de la Semana Santa, de la Cuaresma y de este preludio a la preparación de la Cuaresma con estos domingos iniciados hoy con la Septuagésima, o setenta días de preparación antes de la Resurrección.

Así como setenta años estuvo el pueblo de Dios en el cautiverio de Babilonia, lo mismo estamos nosotros, como cautivos a lo largo de este mundo hasta que se produzca la Pascua de Resurrección de todos nosotros, cuando nuestro Señor venga a juzgar y culmine todas las cosas para la mayor gloria de aquellos que Él ama; esa es la motivación y la esperanza que tenemos: vamos a resucitar al igual que nuestro Señor y resucitar como bienaventurados, no como réprobos. El sentido de la Septuagésima y después de la Cuaresma es, pues, la mortificación y la penitencia simbolizadas con el color morado.

En el evangelio de hoy vemos la parábola de los obreros que reciben todos un denario. Esta parábola pertenece al género simbólico. Un símbolo es una cosa real que representa otra cosa real. Las imágenes de las parábolas a través de un ejemplo que podemos ver o entender representan, muestran, una realidad sobrenatural, espiritual de las cosas de Dios, que no son tan fáciles de inteligir, que son verdaderamente un misterio. En apariencia, si juzgamos por la parábola parecería injusto lo que hace este Paterfamilias, quien les paga a todos por igual, cuando unos habían trabajado todo el día y los últimos apenas un rato, y, sin embargo, no fue injusto, porque lo convenido había sido que por todo el día pagaría un denario.

No comprendemos la bondad de Dios y no comprendemos la gran moraleja de esta parábola llena de esperanza, para que no desesperen aquellos que son llamados al último momento, a la última hora, y no se enorgullezcan los que son llamados desde el primer instante. Ese denario en definitiva vendría a ser el cielo igual para todos, convertidos desde el primer instante o en el último. Qué gran esperanza nos transmite la parábola de hoy, que al mismo tiempo es una lección contra el orgullo. Aquellos que han sido convertidos desde la primera hora y aquellos que sean llamados tarde, si oyen el llamado de Dios se salvan igual que los otros que fueron llamados desde el principio. Vemos que la bondad de Dios está muy lejos de una interpretación puramente material, igual a como en apariencia se puede juzgar si miramos las cosas así, como juzgaron los obreros que trabajaron todo el día en la viña.

Esta parábola tiene una gran dificultad. Algunos, yo no lo creo así, dicen que es una “extrapolación”, para en cierta forma esquivar la dificultad que tiene al terminar: “Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros; muchos son los llamados y pocos los escogidos”. Que los primeros sean los últimos y los últimos sean los primeros, no habría mayor dificultad, viendo lo que aconteció con el pago igual para todos, la salvación igual para todos sin importar si fueron contratados temprano o tarde; en ese sentido quedaron igualados y así es la igualación de la vida eterna, el cielo de la salvación tanto para los primeros como para los últimos, todos quedan equiparados. Pero la dificultad sigue al decir que: “muchos son los llamados y pocos los escogidos”, y la mayoría tiende a mal interpretar diciendo que son pocos los que se salvan, cuando de eso precisamente nuestro Señor no quiso jamás manifestar ni una palabra. Respecto a la salvación, si son muchos o pocos quienes se salvan y quienes se condenan, es un gran misterio de Dios.

Aquellos exegetas y predicadores, que los hay muchos y no de ahora sino desde mucho antes de que se produjera esta crisis, la mayoría interpretaba que eran pocos los que se salvaban, y no se dan cuenta que por interpretar estas palabras tomadas al pie de la letra, caen en el error de la predestinación protestante, que dice que: Dios llama a unos para el cielo y a otros, para condenación, al infierno; es el gran error de la justificación protestante y calvinista. Dios no llama a la salvación a muchos, nos llama a todos y todos no son muchos; Dios llama al cielo a todos los hombres y por eso murió por todos los hombres. La obra de la Redención es para todos los hombres, aunque a la hora de la salvación ya no sean todos sino muchos, como cuando se dice en la consagración del cáliz “pro vobis et pro multis”, no son pocos, aunque eso tampoco nos permita decir que son muchos, sencillamente no hay que tomar al pie de la letra “muchos los llamados y pocos los escogidos” como si fueran muchos los llamados (no todos) y pocos los que se salvan, lo que sería un grave error.

Lo que nuestro Señor quiere hacernos ver es que son muy pocos los escogidos de Dios en el sentido de la perfección, de la santidad. Son pocos los que hacen buenas obras y esa es la interpretación que da Santo Tomás; dentro de ese número de hombres que hacen buenas obras pocos son los santos, pocos son los píos, pocos son los virtuosos. Hay una gradación en la perfección cristiana, una cosa es ser virtuoso, otra cosa es ser pío y otra cosa es ser santo, porque el camino que lleva al cielo es estrecho, pero es ancho el que lleva al infierno; así entonces, nuestro Señor pudo decir “muchos los llamados y pocos los escogidos”; pocos, muy pocos los que siguen esa vida de virtud, menos aún esa vida de piedad y mucho menos esa vida de santidad a la cual Dios nos llama.

Pidámosle a nuestra Señora, a la Santísima Virgen, que esta crisis que desola a la Iglesia nos sea provechosa en sus efectos purificadores. Así como los metales se purifican y como el oro se acrisola en el fuego, así nosotros y la Iglesia misma conformada por hombres se purifique con el fuego de esta crisis, ya que bien mirada y sobrenaturalmente llevada es una crisis purificadora para aquellos pocos escogidos que quieren seguir el buen camino, mientras la mayoría va por el ancho de las malas obras. Que sea Ella, la Santísima Virgen María, quien nos ayude a mantenernos firmes, de pie, sin escandalizarnos de lo que acontece con los hombres de Iglesia dentro de la Iglesia, con su jerarquía, y del peligro que corremos por la presión que se ejerce sobre ese residuo fiel ante la prostitución de los demás.

Hago referencia a las dos mujeres de las que habla San Juan en el libro del Apocalipsis: la mujer vestida de sol que pare en el dolor y que por eso no es la Santísima Virgen María, como creen muchos erróneamente, con falsa piedad y poco seso. La Virgen no alumbra en el dolor; otra cosa es que esta imagen de la mujer parturienta que representa la religión fiel y perseguida en los últimos tiempos sea un símbolo que se pueda aplicar a nuestra Señora, no textualmente, porque sería herejía pensar que nuestra Señora dio a luz en el dolor a nuestro Señor. Y la otra mujer, la ramera o prostituta que cabalga sobre la bestia, que es la misma bestia que salió del mar, el Anticristo, y vestida de color púrpura, llevando en la frente la palabra “misterio” y que asombró a San Juan, esa mujer ramera es la religión, esta mujer en el Antiguo Testamento ha sido el Israel de Dios, como buena esposa o como mala mujer, pura o adúltera, es toda la historia del Antiguo Testamento.

Por eso la mujer significa la religión y estas dos mujeres significan el estado de la religión y la Iglesia en esos dos polos, el de la corrupción, la prostitución y el de la fidelidad. De ahí la gran persecución de esa religión prostituida, la gran ramera que cabalga montada sobre el poder de este mundo bebiendo el cáliz de su prostitución, de su profanación, el cáliz lleno con la sangre de los santos y de los mártires, como acontece hoy con la Roma modernista, progresista, que se ha prostituido, que persigue a la Roma eterna, a la Roma fiel, a la Roma que representa la Tradición Católica y que enarboló monseñor Lefebvre; esa Roma prostituida, corrompida, quiere destruir a la que es fiel. Ese es el peligro que corremos dejándonos seducir y esa obra de seducción –hay que decirlo–, la lleva a cabo el cardenal monseñor Darío Castrillón, colombiano zorro; lo que los europeos no pudieron hacer con monseñor Lefebvre, lo encargan hoy a un colombiano.

Colombia da para lo bueno y lo malo y de ahí la insistencia con que este cardenal está llevando a cabo su tarea, hacernos sucumbir, no me cabe la menor duda. Quien se acerca a una mujer corrompida, si no es para convertirla como lo hizo nuestro Señor con la Magdalena, cae bajo su seducción, pagando el precio de la apostasía; por tal razón monseñor Fellay ha pedido que se rece durante un mes la oración de la consagración de la Fraternidad al Corazón Doloroso e Inmaculado de la Virgen María para que acelere su triunfo, el mismo que Ella prometió en Fátima, triunfo que no podrá darse sin la intervención de Dios; no será un triunfo por mano de elemento humano, será una intervención de Dios, que tenemos profetizada con el segundo advenimiento de nuestro Señor. Sobre esto hay gran confusión y poca luz.

Sin embargo, los Padres de la Iglesia, durante los primeros cuatro o cinco siglos, tenían estas cosas como predicación común, por lo cual San Pablo, como todos recordamos, les dice que todavía no es el advenimiento de nuestro Señor, les da los signos y les habla de un obstáculo que nosotros no sabemos cuál es concretamente, pero conjeturamos esto, para estar alertas, ya que vivimos un tiempo extraordinario, una situación extraordinaria. Pero la verdadera expresión, la verdadera palabra no es esa, esa expresión tiene validez en un lenguaje común, pero en el lenguaje exegético, bíblico y profético, quiere decir que vivimos tiempos apocalípticos, últimos tiempos; así denominan las Escrituras a esta época anunciada, y que lo menos que podríamos decir es que es sorprendente, pero que bien mirada es apocalíptica, es una situación completamente anormal, fuera de los cánones de la Iglesia. Nos toca vivirla, purificarnos y esperar el triunfo de nuestro Señor, el triunfo del Inmaculado Corazón cuando Él venga a juzgar, por su aparición y por su reino, como dice San Pablo.

Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen, que nos ayude a comprender todas estas cosas que se van aclarando a medida que los tiempos se van cumpliendo y que permanezcamos fieles a la Iglesia católica, apostólica y romana para salvar nuestras almas. +

BASILIO MERAMO PBRO
11 de febrero de 2001

martes, 11 de febrero de 2025

Conmemoración de Nuestra Señora de Lourdes

SU FESTIVIDAD ES EL 11 DE FEBRERO

3


 Del 11 de febrero al 16 de julio de 1858 plugo a la Bienaventurada Virgen María manifestarse a una joven piadosa y pura, nacida en una familia probada por la pobreza.

En Lourdes, la Santísima Virgen hizo de Bernardita su confidente, su colaborada, instrumento de su maternal ternura y de la misericordia divina.

La gruta de Massabielle era misteriosa, con leyendas siniestras. El bloque cuadrangular que se ve en el nicho es muy probable que sea una antigua piedra sacrificial, esculpida para los sacrificios paganos. San Pablo dice de éstos: “lo que ellos inmolan a los ídolos, lo inmolan a los demonios”. Por lo tanto, dicha piedra confirma la sentencia del Génesis: Ella te aplastará la cabeza.

La grutita de Lourdes, antiguo feudo del demonio, fue conquistada por la Inmaculada; allí proclamó su título de gloria: Yo Soy la Inmaculada Concepción.

Las 18 apariciones en Lourdes aparecen dispuestas providencialmente en un orden armonioso y simétrico. El cuerpo central, constituido por 14 apariciones, va precedido de una introducción (11 y 14 de febrero) y seguido de un epílogo (7 de abril y 16 de julio), las cuatro silenciosas.

El cuerpo central se compone de una convocatoria (18 de febrero), 12 apariciones casi seguidas (19, 20, 21, 23, 24, 25, 27 y 28 de febrero; y 1, 2, 3 y 4 de marzo) y una conclusión (25 de marzo).

Nada más sencillo que este mensaje de la Señora de Lourdes; consta apenas de algunas frases, una docena, poco más o menos. Sin embargo, su relación con el mensaje mismo del Evangelio y de la Iglesia es tan profunda que se le hace inseparable.

Consideremos, pues brevemente este anuncio de María Inmaculada en Lourdes.

La introducción o preparación se compone de las dos primeras apariciones silenciosas, inundadas sólo por la luz y la sonrisa de la Señora.

Para Bernardita tienen un valor educativo; para nosotros guardan, en forma visible, una profunda lección sobre el sentido de Dios, la oración de alabanza a la Santísima Trinidad, el valor del signo de la Cruz y el de los Sacramentales, especialmente el Agua Bendita.

El jueves 11 de febrero, Bernardita ve en la oquedad de la gruta a una joven, no más alta que ella, envuelta en un halo luminoso, vestida de blanco, ceñida de azul, con los desnudos pies cubiertos con dos rosas de oro y en las manos sosteniendo un Rosario.

El domingo 14 de febrero la Señora vuelve a aparecerse. Bernardita avanza unos pasos hacia ella y le grita: “Si viene de parte de Dios, ¡quédese!”, y rocía la roca con Agua Bendita. La Señora, por toda respuesta sonríe y se queda.

El jueves 18 de febrero tiene lugar la convocatoria: “¿Quieres tener la gentileza de venir aquí durante quince días?” Bernardita responde: “Volveré cuando haya pedido permiso a mis padres”.

La Señora añade: “No prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el otro”.

En Fátima dirá a Lucía: “Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá hacia Dios”.

Nuestra Señora habla claramente; no hace promesas temporales; sus palabras tienen en timbre y el tono de las Bienaventuranzas Evangélicas. Con una lucidez maravillosa, Bernardita conservará esta promesa de María Santísima y hará de ella un principio fundamental de su vida: “No espero ningún beneficio en esta vida”.

El viernes 19 de febrero hubo una reacción del demonio. Se escucharon voces horrendas y aullidos como de horda; la sonrisa de la Señora desapareció; una voz horrible gritó: “¡Vete! ¡Márchate!”; la Señora dirigió su mirada hacia el lugar de donde partía la infernal gritería, que al instante se apagó.

Durante el regreso de la aparición del sábado 20 de febrero Bernardita dijo que la Señora le había enseñado palabra por palabra una oración para ella sola, que tendría que rezar todos los días.

El domingo 21 de febrero comienzan las cinco apariciones en que María Santísima habla y pide penitencia. Bernardita declaró ese día que “la Señora, apartando de mí un instante su mirada, la dirigió a lo lejos, sobre mi cabeza, y en seguida, volviéndola hacia mí, me dijo: Ruega a Dios por los pecadores«.

El martes 23 de febrero sería el día de la manifestación de los tres secretos que la Señora confió a Bernardita.

El miércoles 24 de febrero, los que estaban cerca de la vidente pueden oír de sus labios temblorosos un nuevo capítulo del mensaje: “¡Penitencia!… ¡Penitencia!… ¡Penitencia!…”

El jueves 25 de febrero tuvo lugar un episodio central en las apariciones de Lourdes: el nacimiento de la fuente milagrosa.

El agua que brotó el escarbar Bernardita llegó a ser fuente abundante: 100.000 litros diarios. Es el agua milagrosa en la cual muchos han obtenido su curación. Sin embargo, la fuente tiene un simbolismo mucho más profundo: la Santísima Virgen dijo a Bernardita “Id a beber a la fuente”; y en la Sagrada Escritura la “fuente” significa Jesús, y más exactamente su costado abierto, su Sagrado Corazón.

El sábado 27 de febrero la Señora da la orden a Bernardita de “Besar la tierra en penitencia por los pecadores”. Luego la vidente bebió de la fuente milagrosa y se lavó en ella.

El domingo 28 de febrero, ante las insistencias del Párroco Peyramale, que había exigido a Bernardita que pidiese a la Señora su nombre, la Virgen contesta sólo con una sonrisa.

El lunes 1º de marzo, en presencia de su propio padre que asiste por primera vez, Bernardita reza en Rosario con el que le había dado Paulina Sans, que no podía asistir. Sin embargo, la Señora le manda usar el suyo, más pobre. Fue una lección de pobreza y humildad.

El martes 2 de marzo comienza la misión de Bernardita. La Señora le dice: “Ve a decir a los sacerdotes que hagan construir aquí una capilla”; y le añade su deseo: “Que se venga aquí en procesión”.

El miércoles 3 de marzo la Señora no se presenta por la mañana. Bernardita acude nuevamente por la tarde y luego explica la razón que le ha dado la misma Virgen: “Esta mañana no me has visto porque había personas que deseaban ver la compostura que adoptarías en mi presencia y eran indignas de ello: han pasado la noche en la gruta y la han profanado”.

El jueves 4 de marzo termina la quincena con el éxtasis más largo de Bernardita, que recita tres Rosarios con intervalos en los que penetra en la gruta.

A partir de ese día comienzan a aparecer velas, flores y grabados en la gruta; los visitantes rezan, besan la tierra y se llevan botellas y barriles del agua milagrosa.

El jueves 25 de marzo la Señora desciende del nicho en que ordinariamente se ha aparecido y se sitúa junto a la fuente milagrosa.

La vidente se dirige hacia Ella y le pregunta su nombre. Una sonrisa y un saludo son la respuesta.

Insiste de nuevo la niña, y la Señora vuelve a sonreír.

Tercera insistencia de la vidente, y llega el momento supremo del mensaje, el que le da su fuerza y su verdad, el que desvela su misterio y lo hace luz y vida para los hombres…

La Señora abre sus brazos, los deja caer un tanto, los eleva luego juntando las manos a la altura del pecho y, después de haber mirado al Cielo, pronuncia la ansiada palabra: Yo Soy la Inmaculada Concepción.

Sonríe y desaparece.

Se ha descubierto el centro del mensaje; el Nombre de la Señora ha establecido inmediatamente una corriente de relación entre Lourdes y Roma, entre la Virgen y la Iglesia.

La Señora ha terminado se mensaje; no dirá una palabra más. Ella es la Mujer que aplasta la cabeza de la serpiente infernal, la Mujer revestida del sol.

El miércoles 7 de abril tiene lugar un hecho prodigioso: Bernardita está en éxtasis y el cirio encendido que tiene en sus manos resbala poco a poco hasta quedarle la llama en el hueco de la mano, lamiéndole los dedos y pasando, movediza e impalpable, entre ellos, sin causarle el mínimo daño. Cuando el médico que observada el prodigio quiso repetir la experiencia en la niña después del éxtasis, ésta se quejó inmediatamente del dolor.

El viernes 16 de julio, día de la Virgen del Carmen, Bernardita que lleva su Escapulario ve por última vez a la Santísima Virgen durante apenas un cuarto de hora; confesará después: “Nunca la había visto tan hermosa”.

Aquella visión de hermosura inigualada en día del Carmen fue el sabor último que María Inmaculada quiso dejar a su vidente para que en el resto de sus días la nostalgia del Paraíso la consumiese en breve.

Las apariciones en Lourdes habían terminado, y su mensaje, esculpido en las rocas pirenaicas, quedaba allí perenne para lección de las generaciones.

Querido lector, como sabrás, en las 18 apariciones la Virgen se posa sobre un rosal salvaje, sobre cada uno de sus pies lleva una rosa y en sus manos porta el Rosario. Santa Bernardita recitó durante cada aparición el Salterio de María, mientras la Señora iba pasando las cuentas del suyo, pero sin mover los labios; solamente al fin de cada decena recitaba visiblemente el Gloria Patri, inclinando la cabeza.

Dos son, pues, las principales armas que nos proporciona Nuestra Señora de Lourdes: el Santo Rosario y el Santo Escapulario. Si has comprendido este mensaje, ya sabes lo que desea tu Madre del Cielo y lo que tú debes hacer.

sábado, 8 de febrero de 2025

QUINTO DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA

  


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

La Misa que hoy celebramos corresponde al quinto domingo después de Epifanía. Como todos saben, los domingos después de Pentecostés varían entre 23 y 28 domingos, entonces esos 24 domingos después de Pentecostés se completan con los domingos de Epifanía y la razón es debida a la fiesta de Pascua, que es una fiesta móvil y de acuerdo con esa movilidad acontece esta variación.

En el Evangelio de hoy vemos cómo está la cizaña en medio del trigo. Santo Tomás de Aquino, en su comentario al Evangelio de San Mateo, dice que en la otra parábola anterior a ésta nuestro Señor quería mostrar la causa, el origen del mal, ab extrínseco, es decir, el origen del mal desde afuera y que con la parábola de hoy, de la cizaña, porque la otra era la del sembrador, quiere mostrar el origen, la causa del mal desde adentro, ab intrínseco.
Es una gran lección. El mal siempre ha sido motivo de discurso filosófico y también por desgracia lo ha sido de escándalo; no olvidemos que la interpretación que se hacía del origen del mal produjo esa gran herejía maniquea que perduró hasta la Edad Media con los albigenses, con los cátaros. Los maniqueos hacían del principio del bien a Dios y del principio del mal al demonio o a un origen maligno, estableciendo esa dualidad, por decir un poco grotescamente, un Dios comienzo del bien y un dios comienzo del mal; o un demonio tan poderoso como el Dios del bien, tanto, que la materia era producida por el mal y, por lo mismo, no podía ser bueno lo que proviniese de la materia.

Muchos entonces conculcaban el matrimonio y la procreación legítima; era imposible que Dios se encarnase porque cómo iba a tomar un cuerpo humano si esa carne era mala; y qué se diría de la comunión, que vamos a comulgar un cuerpo, la sangre de nuestro Señor, si eso entonces también es malo y así sucesivamente se destruiría toda la realidad sobrenatural y sacramental de la fe católica. Todo lo anterior por no tener una concepción verdadera del origen del mal.

Y nuestro Señor quiere mostrar, primero, que existe el mal, que es una realidad y quiere exponernos su causa. Éste existe de mil y una formas. El mal no se origina en Dios sino que es introducido por el maligno, Satanás, que como criatura espiritual libre, reniega y apostata de Dios y quiere que todo el cosmos, que todo el universo que está por debajo de esa realidad angélica, también haga el mismo acto de repudio de Dios. Ahí se inicia el mal en oposición al bien que de suyo es difusivo, porque el bien se difunde por sí mismo. Por eso el bien es caritativo, se da, se entrega, mientras que el mal quiere negar el bien. Si vemos a nuestro alrededor el mal a través de las enfermedades, a través de la muerte, es por el pecado y no solamente el de los ángeles malditos, sino el de cada uno de nosotros que se suma en ese acto de repudio.

De allí vienen las secuelas de ese mal que se va multiplicando porque va deteriorando nuestro universo, va corrompiendo la materia, por eso hoy vemos tantas enfermedades degenerativas como el cáncer, que es una descomposición de los tejidos. Ya las enfermedades no son las mismas de antaño, sino más bien una putrefacción, para mostrar cómo se acrecienta ese mal a través de las generaciones. Por eso no debemos escandalizarnos cuando vemos a un niño que nace sin culpa o que muere inocentemente, porque mucho más lo fue nuestro Señor y murió en la Cruz.

Dios deja el mal también como un modo de manifestar el bien si se lo asocia a la Cruz, si se lo acepta. Por eso la Cruz es un escándalo para los paganos y para el mundo de hoy. En cambio, para nosotros, lejos de ser un escándalo es una gloria, es un triunfo, porque todo mal que suframos va asociado a la Cruz redentora de nuestro Señor Jesucristo. El mundo de hoy, pagano e impío, no quiere que se le hable del mal, quiere negarlo; aunque lo tiene a su alrededor lo ahoga y lo aprisiona, quiere rechazar esa realidad; cuando alguien se muere, nadie quiere velarlo en casa; cuando alguien tiene una enfermedad pretende que el médico haga milagros, que se le alargue la vida de un modo inhumano, pero hay que saber dejar fallecer a la gente y hay que saber hacerlo.

El mundo de hoy no sabe morir, no quiere, está lejos hoy el sacrificio, la abnegación. Por eso la separación de los matrimonios que no saben sufrir, no saben soportar y mucho menos ofrecer ese padecimiento como un medio de merecer el cielo. Muy al contrario, se gusta de la televisión, de la pornografía, de todo aquello que exalte los apetitos y las pasiones; se quiere tener libertad sin freno para todo aquello que caprichosamente se nos venga en gana, cuando es otra la realidad que la Iglesia y Dios nos proponen. De igual manera se quiere una religión que no hable de sacrificios, que vaya en consonancia con ese ideal mundanal, que no se nos mencione el infierno, el pecado, una religión donde todo sea lícito, según el parecer o conciencia de cada uno.

Pues bien, esa religión ya existe y usurpa el nombre de católica pero no es la verdadera que está en la Tradición de la Iglesia católica, apostólica y romana. Por supuesto entonces hay una nueva misa que no es católica y sin embargo es la que hoy la gente está obligada a escuchar. Quiere oírla pero no es misa sino que es una sinapsis sin altar, una mesa como quería Lutero, sin sacrificio, sin calvario, sin cruz. Esa nueva religión sin Cruz es la que hoy está destruyendo a la Iglesia y que será la religión del anticristo, mis estimados hermanos. Porque no puede existir una religión católica sin Cruz. Y el sacerdote que predique un cristianismo sin Cruz es un agente camuflado del anticristo, no es un sacerdote de Dios.
Ese es el drama de la hora presente que no me cansaré de advertir porque vivimos muy distraídos, no queremos que se nos recuerde el Apocalipsis, como no nos gusta que se nos recuerde que nos tenemos que morir. Pues todo lo contrario, hay que tener presente la muerte y muy presente el Apocalipsis para tener la inteligencia de los acontecimientos que hoy nos fustigan y que culminarán en la gran apostasía del anticristo, pero que gracias a Dios, como dice San Pablo en su carta a los Tesalonicenses, será destruido por la presencia de nuestro Señor, por la Parusía de nuestro Señor. Satanás no quiere que se hable de la Parusía porque sabe que será destruido el anticristo, el lugarteniente del demonio aquí en la tierra con la presencia y majestad de Cristo Rey, bajando del cielo. Lo dicen las Escrituras, pero desgraciadamente no lo queremos tener presente, ni tenerlo en cuenta, ni que se nos recuerde.

Lamentablemente la mala formación del clero, no de hoy sino de muchos años atrás, ha hecho que todas esas verdades no sean firmemente recordadas a los fieles por lo que parecería un loco aquel que lo haga pues estaría fuera de contexto. Personalmente, me importa muy poco estar fuera de la moda; es más, si queremos conservar nuestra fe, la fe católica, apostólica y romana, si queremos morir en la verdadera Iglesia de Dios en los momentos actuales que nos toca vivir, debemos tener una espiritualidad profundamente apocalíptica para defendernos del mal que destruye la Iglesia, brindándonos una religión sin Cruz.

Esa es la misión de todo sacerdote modernista, propagar una religión sin Cruz, una religión sin dogma de fe; eso es el ecumenismo, mancomunar a todos los hombres en un credo sin dogmas que dividan, es una realidad. ¿Qué pasa con ese proceso sino la judaización de la Iglesia católica? El baluarte de la verdad está en la sacrosanta religión católica que se conserva en la Tradición. Ahora bien, no puede haber Iglesia Católica sin tradición, que no es de hombres sino divina y no es más que la transmisión del depósito de la fe desde nuestro Señor Jesucristo y los apóstoles; es la que nos da la garantía de la verdad, aunque seamos una ínfima minoría. Y como minoría tenemos que ser valientes para defendernos de cara al mundo, porque en el nombre de Dios se nos cortará la cabeza. Vaya si no habrá peor fariseísmo, pero esa será la realidad.

“No todo aquel que dice ¡Señor, Señor! se salvará”, no todo el que dice ¡Dios, Dios! se salvará, porque Dios, el Dios verdadero es Uno y Trino y no es el falso dios de los mahometanos, de los judíos, de los testigos de Jehová, de los protestantes, de los budistas, de los animistas, sino el de la revelación. Ese es nuestro Dios que se hizo carne para redimirnos y salvarnos del mal. Ese mal que debemos tener presente existe, al igual que el enemigo, pero no debemos escandalizarnos y, eso sí, cuando lo detectemos, cercenarle la cabeza; por eso la Iglesia tiene el arma de la excomunión que es guillotinarle la cabeza a cualquier miembro que está pudriendo desde dentro la fe. También hay que saber sufrir el mal porque no siempre es fácil detectarlo y al arrancarlo, porque podemos también arrancar trigo; esa es la espera de la parábola de hoy, espera hacia el final para que sin confusión ni error se separen los buenos de los malos y que mientras tanto sepamos padecer a los malos y rezar por su conversión para que también se salven, para que no rechacen a Dios ni a la Iglesia; por eso la Iglesia es misionera.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que podamos perseverar en el bien y la verdad para que proclamemos siempre en alto esa profesión de fe y así ser fieles testigos de la verdad que es Dios nuestro Señor. +

PADRE BASILIO MERAMO
10 de noviembre de 2002

miércoles, 5 de febrero de 2025

San Felipe de Jesús Primer Santo Mexicano, y la burla de la masonería

   


Historia del Primer Santo Mexicano: 

"Felipe de las Casas Martínez nace en la Ciudad de México el primero de mayo de 1572, primogénito de once hijos del matrimonio español formado por honrados inmigrantes españoles: don Alonso de las Casas y doña Antonia Martínez. Su pila de Bautismo se conserva en la Catedral Primada Metropolitana.
En su niñez se caracterizó por su índole inquieta y traviesa. Se cuenta que su aya, una buena negra cristiana, al comprobar las diarias travesuras de Felipe, solía exclamar, con la mirada fija en una higuera seca que, en el fondo del jardín, levantaba a las nubes sus áridas ramas:
"Antes la higuera seca reverdecerá, a que Felipillo llegue a ser Santo"... El chico no tenía madera de Santo... Asistió al Colegio de San Pedro y San Pablo de donde sería expulsado debido a su carácter incontrolado y travieso.
Posteriormente es enviado al noviciado franciscano de Santa Bárbara en la Ciudad de Puebla, del cual escapa para regresar a su casa.
Don Alonso decide entonces, ponerlo a trabajar en un taller de platería en donde mostró habilidad para labrar la plata; sin embargo, su inconstancia y falta de disposición para trabajar entre cuatro paredes, llevó al fracaso este nuevo intento de forjarle un "porvenir" a Felipe.
Las cosas se habían puesto tensas en su casa y Felipe, de entonces 18 años, decide embarcarse hacia las filipinas para actuar como agente de compras en Manila para los negocios de su padre, corría el año de 1590. Manila, punto de confluencia de razas, de comercio, de tentaciones... Felipe se deja atraer por un tiempo por los juegos de azar, actividad muy popular entre los habitantes de aquellas tierras.
El joven Felipe gozó por un tiempo de los deslumbrantes atractivos de aquella ciudad; pero pronto se sintió angustiado: el vacío de Dios se dejó sentir muy hondo, hasta las últimas fibras de su ser; en medio de aquel doloroso vacío volvió a oír la llamada de Cristo: "Si quieres venir en pos de Mí, renuncia a ti mismo, toma tu cruz y sígueme" (Mt.16, 24).
Para el apuesto y próspero Felipe llegaba el momento de la decisión y escoge correctamente. Acude al convento franciscano de Santa María de los Ángeles en Manila en donde se entrega con fervor a la disciplina conventual y se prepara para la labor misionera que llevaba a cabo la orden y también, sin saberlo, se prepara para el martirio.
Profesó el 22 de mayo de 1594 con el nombre de Felipe de Jesús. Aparece así, el "hombre nuevo" de las cenizas del viejo; aparición que implica morir en cierto sentido, morir al mundo, implica dolor, dolor de "perder" nuestra vida cómoda.
Además de Felipe de Jesús, otros dos de los hijos de don Alonso y doña Antonia optaron por la vida religiosa: Juan, mártir también en las Islas Filipinas y Francisco, evangelizador agustino en México.
Y Felipe de Jesús volvió a tomar la cruz, y ahora si tomó muy en serio su conversión... Oró mucho, estudió, cuidó amorosamente a los enfermos y necesitados, y un buen día le anunciaron que ya podía ordenarse sacerdote, y que, por gracia especial, esa ordenación tendría lugar precisamente en su ciudad natal, en México, a la vista de sus Padres y amigos de la infancia...
En el siglo XVI, la aventura más espectacular era atravesar el inmenso Océano Pacífico de Asia a México; el viaje más arriesgado y largo que se hacía en el mundo era el de Manila al Puerto de Acapulco. Cada viaje iba acompañado de enfermedades, hambre y sed, inquietudes y desvelos.
El viaje de Manila a cualquier punto de América era, casi, un viaje a la Eternidad. Los navegantes sufrían por las tempestades que movían al galeón horriblemente, golpeándolo en forma espantosa. Muchos morían a consecuencia de los golpes, otros de miedo y algunos de mareo y debilidad.
La travesía duraba siete meses y a veces ocho meses. Felipe de Jesús empezó su viaje desde el Puerto de Cavite rumbo a su patria el 12 de julio de 1596, en un navío que tenía un nombre anticipatorio: el "San Felipe".
Dos fueron los tifones que golpearon al "San Felipe" de madera. Cuando el mar se serenó un poco se dieron a la tarea de reconstruir el "San Felipe", a curar las heridas y sepultar entre las bramantes olas a los muertos que la catástrofe había causado.
Siete días llevaban con tiempo sereno y mar en bonanza, cuando Fray Juan Pobre sugirió que se hiciese una arribada al Japón, lo que aceptó el General Matías Landecho, y cuando iban tomando rumbo hacia la costa les asaltó otro temporal más furioso que los anteriores, que duró 36 horas.
Era el 5 de octubre cuando ya el Galeón "San Felipe" se encontraba sin palo sano de Proa a Popa; y sin embargo, caminaba lentamente hacia el Japón.
Se dirigían al Gran Imperio del poderoso Taico Sama, la tierra de las ilusiones misioneras de Felipe de Jesús; él era el único que iba jubiloso, olvidado de todo, sólo pensaba en misionar. El cristianismo había entrado en Japón desde 1549, de la mano de San Francisco Javier S.J.
Felipe de Jesús se soñaba entre paganos alumbrándolos con la antorcha de la Fe y lavándolos con el agua regeneradora.
Soñaba que en Japón recibiría las Sagradas Ordenes de manos de un Obispo Misionero, y se quedaría en el fabuloso Japón, en el maravilloso Imperio del Sol Naciente, quemando su existencia en aras de un ideal sublime que llenaría toda su vida.
El Galeón "San Felipe" avanzaba sin cosa que para la navegación valiese y sin embargo, enfilaba derechamente al Japón. Todos palpaban que la navegación era milagrosa; hasta que por fin descubrieron tierra del Japón a la altura de Meaco, capital del Imperio.
Al intentar hacer tierra todavía correrían un último riesgo, temían chocar con alguna roca y destrozarse, pues el galeón no llevaba mando. Afortunadamente salieron del peligro y llegaron frente a las costas de Shikoku.
Todos los náufragos del "San Felipe", no se cansaban de dar gracias a Dios por aquel milagro y arrodillados en tierra japonesa entonaron el "TE DEUM LAUDAMUS". Felipe de Jesús besaba la tierra una y otra vez; tocaba ya no en sueños, sino despierto, la tierra de los mil atractivos y peligros.
El régimen político de Japón en la época de nuestro mártir se caracteriza por ser un gobierno militar presidido por un "Shogun", que de hecho controlaba y dirigía los destinos del país a espaldas del emperador, recluido en su palacio de Kyoto como figura decorativa.
Cinco ciudades del Imperio eran "shogunales", bajo el control directo del "generalísimo". Estas eran Kyoto, Tokyo, Osaka, Sakai y Nagasaki.
Oda Nobunaga fue el gran Shogun que comenzó el comercio con las potencias extranjeras; por ello favoreció el crecimiento del cristianismo. Toyotomi Hideyoshi cambió de actitud, y en 1587 publicó el "Edicto de expulsión de los misioneros". Taiko Sama dejó dormir su decreto pero seguía atentamente los movimientos de los misioneros por medio de espías.
Una delegación de los náufragos, incluyendo a Felipe de Jesús, decide viajar a la ciudad de Kyoto para encontrarse con otros franciscanos que predicaban ahí y solicitarle al embajador del gobernador de Filipinas, Fray Pedro Bautista, su intercesión ante el Shogun Taiko Sama para reparar la nave que había sido confiscada por el Shogun.
Pero el Shogun no quiso recibirlos; por el contrario, la mañana del 8 de diciembre de 1596 ordena la aprensión de los frailes del Convento de Santa María de los Ángeles en Kyoto "por haber desobedecido la orden para no predicar abiertamente". Aunque la verdadera razón de esta orden era el temor de los Shogun a ser dominados por las potencias extranjeras a través de la religión en un momento en que se estaba consolidando la unidad del país.
Felipe de Jesús pudo haberse sustraído al decreto de muerte: no había tenido tiempo de predicar y ni siquiera había elegido ir al Japón; era un náufrago, y como tal habría podido seguir su camino, como los otros náufragos lo hicieron, una vez reparado el barco.
Pero la puerta del Santo no es la puerta fácil... Siguió, pues, hasta el último suplicio a Fray Pedro Bautista y demás misioneros franciscanos que desde hacía años evangelizaban el Japón.
El 30 de diciembre, Taiko Sama decide trasladarlos a Nagasaki ubicada a 900 kilómetros, con el objeto de sacrificarlos en la única ciudad del Japón que había nacido cristiana.
Este recorrido tan largo, pensaba Taiko, serviría para erradicar la fe de aquellos japoneses que estuvieran tentados a acogerla por lo que durante todo el camino sometió a los prisioneros a innumerables afrentas.
El primero de enero se unen a los presos de Kyoto otros catequistas capturados en Osaka; más tarde se les unirían otros dos cristianos para completar el grupo de 26 prisioneros.
El 3 de enero se les mutila el lóbulo inferior de la oreja izquierda como forma de "marcar" a los que iban a morir. Este último hecho lleva a Felipe de Jesús a exclamar:
"Ya dimos la primera sangre; ya nadie nos quitará el gozo de darla toda por la fe".
26 cruces fueron dispuestas en la Colina de Nagasaki aquel 5 de febrero de 1597. Sus captores los crucificaron en una loma, la del Tateyama, que también era un trigal.
La cruz de Felipe de Jesús fue la del centro, la trece, como queriendo otorgarle a este extranjero que no hablaba japonés y con sólo unos meses en el Japón, el lugar más importante no sólo del Tateyama sino del comienzo de la evangelización del Japón.
Felipe de Jesús no podía hacer mucho por no tener las Sagradas Ordenes, ni dominar del todo la lengua. Lo que más hacía era orar, orar con fe pidiendo fortaleza para sí y para sus compañeros. Le parecía que no había hecho nada grande para merecer el martirio. 26 prisioneros sacrificados:
-Seis Misioneros Franciscanos: había cuatro españoles, fray Pedro Bautista Blásquez, fray Martín de la Ascensión, fray Francisco Blanco, y fray Francisco de Miguel. Y con ellos, fray Gonzalo García, indio portugués, y fray Felipe de Jesús, mexicano.
-Tres Jesuitas: Pablo Miki, un japonés de familia de la alta clase social, hijo de un capitán del ejército y muy buen predicador; Juan de Goto y Santiago Kisai, (dos hermanos coadjutores jesuitas).
-16 Cristianos Japoneses que eran catequistas y se habían hecho terciarios franciscanos. Entre ellos: un soldado: Cayo Francisco; un médico: Francisco (de Miako); Buenaventura y Matías (de Miako); Tomás Danki (de Ize); un enfermero: Juan Kisaka o Kinoia; Cosme y Máximo Takeya (padre e hijo); Joaquín Sakakibara, Pablo Suzuki, y tres muchachos de trece años que ayudaban a misa a los sacerdotes: Luis Ibarki, Antonio Deyman (de Nagazaki) y Tomás Kasaky, cuyo padre fue también martirizado.
-Un Coreano: León Karasuma.
Felipillo, Felipe de las Casas Martínez, se abrazó a la cruz de la cual fue colgado, suspendido mediante cinco argollas, pero las de sus tobillos estaban mal ajustadas, y sus pies resbalaron repentinamente del pedal de la cruz, quedando su garganta oprimida por el aro de acero puesto en su cuello.
Ahogándose, moviendo desesperadamente la cabeza, sólo pudo decir sus últimas palabras: "Jesús, Jesús, Jesús". A sus gritos corrieron los soldados y mirándole en agonía rematan al mártir clavando sus lanzas: dos lanzas atravesaron sus costados, una el costado derecho y otra en el corazón, y cruzándose en el pecho, salieron por sus hombros. Felipe de Jesús fue el primero en morir en medio de todos aquellos gloriosos mártires.
Era el 5 de febrero de 1597; muere el primer Santo Mexicano, San Felipe de Jesús, primer mártir del Japón, Mexicano Universal.
Cuenta la leyenda que ese mismo día la higuera seca de la casa paterna reverdeció de pronto y dio fruto. "¡Felipillo es santo, Felipillo es santo!", gritaba incrédula su nana en México al ver reverdecer la higuera muerta desde hace tiempo, mientras Felipe de Jesús cumplía con una misión, una misión grandiosa y que sin embargo pocos entendían en el lugar donde la llevaba a cabo.
"En la colina santa de Nagasaki había una selva de cruces y una turba de invictos mártires. Los cristianos se precipitaron a recoger sus vestidos para tenerlos consigo como reliquias y la sangre para humedecer paños llevados con esta finalidad. Entre tanto Dios glorificaba a sus mártires con ruidosos prodigios. Los cuerpos de los mártires difundían un delicioso perfume. Durante dos meses duraron colgados de las cruces sin dar signos de putrefacción. Las aves de rapiña que solían alimentarse de los cuerpos de los condenados en aquel lugar, dieron muchas vueltas alrededor de los cuerpos de los mártires sin tocarlos".
Felipe de Jesús fue beatificado, juntamente con sus compañeros Mártires de Nagasaki, el 14 de septiembre de 1627, por el Papa Urbano VIII. El Beato Felipe de Jesús fue canonizado el 8 de junio de 1862 por el hoy Beato Papa Pío IX, junto con sus 25 Compañeros Mártires de Nagasaki, Japón.
Sobre el frontispicio del Vaticano, junto al emblema del Pontífice reinante, lució el escudo mexicano y la imagen del Primer Santo Mexicano dentro de la imponente Basílica ante la regocijada y piadosa presencia, en Roma, de varios obispos mexicanos, entre ellos el de Guadalajara, don Pedro Espinoza y Dávalos. La Nación Mexicana declaró a San Felipe de Jesús su segundo Patrono, precedido, obviamente, por Santa María de Guadalupe. Y decretó el 5 de febrero como Fiesta Nacional. Sólo que el Congreso Constituyente en 1917, en esa fecha y en Querétaro, la hizo festividad en honor a la Carta Magna.(¿?) San Felipe de Jesús, el joven que supo convertirse hasta dar la vida por Cristo, ha sido declarado también Patrono de la Ciudad de México y de su Arzobispado. Don Francisco Orozco y Jiménez, quinto Arzobispo de Guadalajara, promovió, con el Obispo de Nagasaki, la construcción de una iglesia en el lugar del martirio de "San Felipito" (como él cariñosamente le llamaba), y en 1926 escogió el lugar en que habría de dedicarse un templo en el Sector Libertad tapatío. También escribió y difundió una obra sobre el Santo Protomártir, editada en español y en japonés.
(Lic. Juan Manuel Robles Gil en oremosjuntos.com)"
La burla de la Masonería ya infiltrada en México, asedió doblemente tan hermosa fecha, en la que los Mexicanos dedicaban el día al Culto del Patrono de la Ciudad de México: " Es tradición, en los oficios religiosos en la Catedral Metropolitana, en 5 de febrero, obsequiar higos a los fieles, en alusión al prodigio de la higuera.
En este 2017, sobreviven dos higueras nacidas, afirma la tradición oral, de un par de ramas arrancadas a la del milagro: una la tienen los padres jesuitas de la colonia Roma de la ciudad de México, y otra se encuentra en el atrio del templo de Santo Domingo de Guzmán, en el centro de lo que fue el pueblo de Mixcoac y que hoy es parte de la inmensa capital." (Bertha Hernández Cronica.com.mx)
Aqui la Historia de quien con Orgullo el pueblo mexicano honró hasta aquel fatídico año donde "La constitución liberal de 1857 fue promulgada un 5 de febrero"  ... 
"A los liberales de 1857 no les hizo el menor conflicto dar a la nación la nueva carta magna el día de la fiesta de uno de los símbolos más fuertes de “lo mexicano”
Sesenta años más tarde, el Constituyente de 1916-1917 eligió el 5 de febrero como la fecha en que se promulgaría la nueva carta magna. Otra vez los simbolismos: la nación se reconstruia en la misma fecha que se había elegido sesenta años antes. Y a Venustiano Carranza no le preocupaba mayormente el sentido estratégico con que se había determinado aquella fecha señera." (Bertha Hernández Cronica.com.mx)
"La constitución de 1917 proclama la separación de la Iglesia y el Estado, haciendo empero a aquella esclava de este. Proclama la libertad de conciencia y luego procede a imponer limitaciones tales, que nulifican dicha libertad." (México Tierra de volcanes, Joseph H.L. Shclarman, Cap. XXXIV, p.p. 572-573)

"En un México donde el 95% de la población era católica, al tiempo en que se escribió la constitución, esas incapacidades legales iban dirigidas en contra de la Iglesia Católica, sus instituciones y ministros" (México Tierra de volcanes, Joseph H.L. Shclarman, Cap. XXXIV, p.573)

Los Artículos 3, 24, 27 y 130 de la Constitución de 1917, son totalmente antiteos.

"Los obispos de México inmediatamente protestaron contra las injustas incapacidades a las que se sometía la Iglesia y a sus ministros e instituciones en la Constitución de 1917, pues alegaban que la Constitución debía reconocer el derecho de la Iglesia de fundar y regir seminarios, de crear órdenes y congregaciones religiosas y establecer casas para ellas, de abrir y regir organizaciones católicas, orfanatorios, escuelas de toda clase, hospitales y asilos para ancianos e instituciones benéficas.  La constitución debía reconocer el derecho de propiedad de la Iglesia a sus templos y capillas y salvaguardar los bienes que la Iglesia pudiera adquirir. Siendo México UNA NACIÓN PREDOMINANTEMENTE CATÓLICA, decían, la Constitución de la República habría de ser la de un ESTADO CRISTIANO, RECONOCIENDO A DIOS COMO SEÑOR DE TODO LO CREADO Y DANDO LEYES RESPETUOSAS DE LA CONCIENCIA DE LOS CATÓLICOS" (México Tierra de volcanes, Joseph H.L. Shclarman, Cap. XXXIV, p.p. 575-576)

Y todo esto gracias a que "A Carranza le halagaba sobremanera la idea de pasar a la historia como un "gran reformador" (¿?) (México Tierra de volcanes, Joseph H.L. Shclarman, Cap. XXXIV, p. 567)

Y para colmo hoy se encuentra en el Olvido la Verdadera Historia, y esta, es para hacer presentes las circunstancias en las que la Fe del pueblo mexicano, se ha entibiado con la presencia del anticristo en la Roma Actual

SEA PARA GLORIA DE DIOS

domingo, 2 de febrero de 2025

Fiesta de la Presentación del Niño Jesus en el templo, o Purificación de la Santísima Virgen María o de las Candelas

 


Tomado del MISAL DIARIO COMPLETO por el P. Luis Ribera CMF, España 1954:

    Esta fiesta nos recuerda la escena Evangélica de la Presentación de María en el Templo a los cuarenta días del alumbramiento, como ordenaba la ley a toda madre que daba a luz a un hijo.   El origen de la procesión es de las mas remota antigüedad  pero la bendición de las candelas es de época más posterior, o sea del siglo X.

EPÍSTOLA:

      De Malaquias Profeta 3, 1-4- Esto dice el Señor DIOS:  He aquí que yo envío a mi Ángel para preparar el camino delante de mi.    Y luego vendrá a su tiempo el dominador que vosotros buscáis, y el Ángel tan deseado de vosotros. Vedle ahí que viene, dice el Señor de los Ejércitos;    Y ¿Quien podrá pensar en lo que sucederá el día de su venida?, Y ¿Quien podrá pararse a mirarle?  Porque Él será como fuego que derrite y como la hierba jabonera de los bataneros.    Y sentarse ha como el que funde y purifica la plata;   Y de este modo purificará a los hijos de Leví, y los acrisolará como el oro y la plata;  Y así ofrecerán al Señor sacrificios con Santidad    Y entonces será grato al Señor el sacrificio de Judá y de Jersusalén.   Como en los siglos pasados y en los años antiguos:  dice DIOS omnipotente.

EVANGELIO:

      + Evangelio según San Lucas 2, 22-32.-  Cumplido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor:  todo primogénito varón serpa consagrado al Señor;   Y para presentar la ofrenda de un par de tórtolas, o dos palominos, como está ordenado en la Ley del Señor.   Había a la sazón en Jerusalén un hombre justo y temeroso de Dios, llamado Simeón, el cual esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo moraba en él.   Él Espíritu Santo le había revelado que no había de morir antes de ver al Cristo.   Así vino inspirado de Él al templo.    Y al entrar con el Niño Jesús sus padres, para practicar con Él lo prescrito por la Ley, tománmdole Simeón en sus brazos, bendijo a DIOS, diciendo:  Ahora, Señor, sacad en paz de este mundo a vuestro siervo, según vuestra promesa, porque ya mis ojos han visto al Salvador que nos has dado, para que, expuesto a la vista de todos los hombres, sea luz que ilumine a los gentiles, y gloria de Israel, vuestro pueblo.-