San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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jueves, 23 de abril de 2009

SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA 29 de abril de 2001

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

En este segundo domingo después de Pascua el evangelio nos muestra a nuestro Señor ante los fariseos definiéndose a sí mismo como el buen Pastor.

Es impresionante ver a través de todo el evangelio la disputa, dialéctica y oposición permanente, constante e insidiosa hasta el odio, de parte de los fariseos, de parte de los superiores y quienes guiaban al pueblo judío, y cómo nuestro Señor no rehuye, sino que siempre va directo al grano: “Yo soy el buen Pastor”. Solamente Dios es bueno, la bondad por esencia, todo lo demás es bueno por una participación de la bondad de Dios, pero lamentablemente el hombre, los ángeles, espíritus puros, con la libertad que tanto los ángeles y nosotros tenemos, conculcamos, contradecimos esa bondad y he ahí el origen del mal y del pecado.

Nuestro Señor además les dice que solamente Él es el buen Pastor que da su vida por sus ovejas y que Él conoce a sus ovejas y ellas lo conocen a Él, como Él conoce al Padre y como el Padre le conoce a Él. De ahí la importancia de conocer a Dios, de conocer a nuestro Señor, de reconocerlo, y ese conocimiento y reconocimiento se hace por la fe y Dios se da a conocer por la revelación que Él hace de sí mismo a través de la palabra, del Verbo y ese Verbo es Cristo. Así como el hombre se da a conocer a través de la palabra, Dios se da a conocer a través de su palabra que es el Verbo Encarnado, que es nuestro Señor Jesucristo. En ese conocimiento mutuo que hay en Dios entre el Padre y el Verbo, nos reconocemos nosotros también, y esta es la importancia de conocer a Dios a través de la revelación. Esa revelación se encuentra en las Sagradas Escrituras y en la Tradición de la Iglesia, revelación escrita y revelación oral y aun la revelación escrita fue primeramente oral y después escrita; de ahí la importancia de la Tradición, de la revelación oral que no se puede dejar de lado.

Pero, desafortunadamente, esa Tradición oral hoy es dejada de lado como la dejaron de lado los judíos, tanto la oral como la escrita, para seguir su propia tradición, sus propias costumbres, sus propias tradiciones, sus propias cábalas y estupideces. Si el hombre no sigue a Dios y sigue a su propia estulticia, su propia estupidez es el castigo por no seguir la divina sabiduría, que es la palabra de Dios.

La estupidez es un pecado grave, es un pecado contra la verdad, contra la luz, contra el don más excelso del Espíritu Santo, que es el de la sabiduría. Por lo que en este mundo impío y alejado de Dios y que conculca los derechos de Dios y proclama los derechos del hombre, no hay sabiduría. Y donde no hay sabiduría no puede haber ni inteligencia ni ciencia, otros dos dones del Espíritu Santo y allí donde no hay ciencia ni inteligencia ni mucho menos sabiduría, ¿qué otra cosa puede haber? Caos, la estupidez del hombre endiosado, pues no pasamos de ser imbéciles, peores que animales.

Esa es la triste realidad del mundo y de nosotros si nos alejamos de la sabiduría divina; de ahí tantas injusticias y calamidades. No se puede rechazar la verdad, no se puede conculcar la verdad y en eso consiste el gran pecado contra el Espíritu Santo: impugnar la verdad conocida, revelada, manifestada, y esa luz es nuestro Señor que ilumina a todo hombre que viene a este mundo si el hombre no conculca y no rechaza esa luz; pero vemos en la historia de la humanidad el continuo y permanente rechazo a la luz, el mismo pecado de los fariseos que eran los pastores, los dirigentes de la sinagoga, de la verdadera Iglesia del Antiguo Testamento.

Nuestro Señor les reprocha a los fariseos que sean unos mercenarios, asalariados, es decir, que no apacientan desinteresadamente al pueblo manifestándole la verdad, sino que lo hacen por vil interés en la prebenda o el provecho, o para decirlo más vulgarmente, para satisfacer los propios apetitos como comer, beber, vivir bien. “¡Mercenarios!”, les reprocha en la cara nuestro Señor. En cambio, el buen pastor da la vida por sus ovejas, no huye cuando ve que viene el lobo, cuando hay dificultad, sino que afronta y defiende al rebaño. ¿Y acaso no sucede eso con el clero, con la jerarquía en general de la actual Iglesia católica, los obispos, los cardenales, los prelados, los príncipes de la Iglesia? ¿Qué hacen, no son hoy unos mercenarios? ¿No están allí por vil interés de la prebenda, del beneficio, del usufructo y menos por enseñar la verdad que rechazan y no conocen? Son unos brutos, lo que les interesa es el puesto como a los políticos.

Es un hecho, estimados hermanos, los obispos debieran ser la luz del mundo, que conozcan la doctrina y la defiendan y no esa sarta de interesados que no saben dónde están parados, lo único que les interesa es vivir bien; el mismo pecado de los dirigentes del pueblo elegido y que lo comete hoy la jerarquía en general, sin negar la excepción que confirma la regla. Pero ¿dónde está el clero? ¿Dónde la jerarquía de la Iglesia católica que defienda el rebaño y lo apaciente con la luz y si es necesario muera con las ovejas? Brillan por su ausencia; de allí el estado calamitoso y deplorable de la Iglesia católica hoy, por esa deserción de la jerarquía ante la verdad.

Por no seguir el ejemplo del buen pastor, convirtiéndose así en fariseos, cuánta gente no se pierde por el mal ejemplo de los sacerdotes corruptos, degenerados, homosexuales; porque hay que decirlo, eso es lo que se ve y da vergüenza. Por lo mismo, debemos pedir a nuestro Señor que haga algo prontamente, porque esto es el colmo como consecuencia de haberse alejado de la verdad, por haber perdido el interés en las cosas de Dios; cuando se pierde el interés por las cosas de Dios, queda todo lo ancho del mundo, con las facilidades que hoy otorga para hacer lo malo, lo perverso, lo corrompido; por radio, televisión, periódico o cine se transmite cuanta porquería se ocurra publicar; y para Dios, el olvido. Así va el mundo, todas estas abominaciones claman a Dios porque se ven dentro del clero y dentro de la jerarquía.

También hace nuestro Señor en este evangelio la gran promesa que no debemos olvidar: “Tengo también otras ovejas que no son de este aprisco, las cuales debo recoger; y oirán mi voz, y se hará un solo rebaño y un solo pastor”. No debemos olvidar esta promesa. Ese es el verdadero ecumenismo y no esa aberración que quieren llevar a cabo hoy: reunir a todos los hombres, mas no en la verdad, no bajo el mismo redil, no bajo el nombre de Cristo. Es una pantomima, una parodia, cuando no la antítesis de esta gran promesa; de ahí la herejía del ecumenismo que como toda herejía es la transposición de una verdad sobrenatural llevada al plan terreno y natural, naturalizando esa realidad sobrenatural.

Ese es el actual ecumenismo: una parodia. No necesariamente se puede estar conscientes de eso, pero la realidad objetiva y el trasfondo son así, porque no puede haber unidad fuera de nuestro Señor. Esa es la gran promesa que se realizará tarde o temprano en el reino de Dios, cuando “venga a nosotros tu reino y se haga tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo”, y consta en el Padrenuestro. Esa fue la gran esperanza de los primitivos cristianos, por eso esperaban ansiosos el reino de nuestro Señor, ese reino que los judíos quisieron hacer carnal convirtiéndolo en un dictador mucho más prepotente que los emperadores del imperio romano y al estilo del orgullo de los hombres, error del cual nacen también las sectas protestantes.

El verdadero reino de Dios en esta tierra es el que los hombres de Iglesia han dejado de predicar hace ya mucho tiempo, a pesar de las palabras de Papas como San Pío X, o el mismo Pío XII quien en más de una ocasión llegó a alzar sus ojos esperando el reino de nuestro Señor y no para miles de años después. Nuestro Señor quiere reunir a todos los hombres bajo su cetro, reunirlos en su Iglesia, reunirlos en su verdad, porque Él es Rey y porque tiene otras ovejas que no son de este aprisco; esa es la gran promesa que debemos tener siempre presente y a la cual colaboramos todos aquellos que permanecemos fieles a nuestro Señor, fieles a la Iglesia católica, apostólica y romana, rechazando el ecumenismo herético y el progresismo igualmente herético, para ser fieles a nuestro Señor, esperando que más pronto que tarde se realice esa gran promesa.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos ayude a consolidarnos en la fe, a robustecernos en la fe para poder permanecer fieles a nuestro Señor Jesucristo y a su santa Iglesia.

BASILIO MERAMO PBRO.

PRIMER DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA 22 de abril de 2001

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Nos encontramos en este Domingo de Quasimodo o in Albis, después de Pascua. Por seguir al sábado in Albis, que era el día en que los catecúmenos, después de misa, dejaban los vestidos blancos que como muestra de esa pureza bautismal habían recibido el sábado en la noche de la vigilia de la Resurrección, durante toda la octava permanecían con esas vestiduras que dejaban allí mismo donde las habían recibido.

Hoy la Iglesia nos exhorta a permanecer en esa pureza y santidad que evoca la Pascua, mirar hacia el cielo, que si bien vivimos en esta tierra es de paso, como un puente que hay que pasarlo y que sería locura hacer morada en él. El mensaje de la Pascua es ese paso de la muerte a la gloria de nuestro Señor, la manifestación de su divinidad, la prueba de la divinidad de la Iglesia católica, apostólica y romana, con exclusión absoluta de todo falso credo o versión. Hay que profesarlo públicamente en este tiempo de apostasía ecuménica, de herejía ecuménica, que conculca la divinidad de la Iglesia católica por una aberración y falta de fe, tanto en la jerarquía como en el clero.

No se proclaman estas verdades solemnemente en la Pascua, y para mí sería una claudicación y un grave error no hacer el debido llamado de atención, que es lo que deben hacer cardenales y obispos, proclamar la Pascua de nuestro Señor, su victoria, su resurrección, lo que implica que todo lo demás en materia de religión es falso, como lo son todas las otras religiones y credos y creencias que hoy se propagan en nombre del ecumenismo y de la libertad religiosa.

Hay una falta de fe profunda y una falta también de virilidad para defender la fe en medio de estos errores y tinieblas que socavan las verdades esenciales de la doctrina católica y que por no afirmarlas, por no recordarlo, por no tenerlo presente se va perdiendo la fe y nadie dice absolutamente nada. “Todos somos hermanos, todos somos buenos, todos nos salvamos”. ¡Qué herejías! Una detrás de la otra. No somos todos hermanos en la fe, solamente es hermano en la fe el católico, el que tiene a Dios por Padre y a la Virgen por Madre y los protestantes no tienen a la Virgen por Madre. ¡Cuáles hermanos mayores los judíos! Si son deicidas que persiguen a nuestro Señor. Cuántos errores y poca luz; eso un católico no lo puede aceptar y lo debe manifestar so pena de claudicar.

Hoy vemos en el evangelio cosas sorprendentes, los apóstoles encerrados en el cenáculo, con miedo, con pavor ante los judíos malvados que los querían matar y ellos escondidos; tenían fe, pero una fe débil; no habían sido confirmados en esa fe porque no habían recibido la plenitud del Espíritu Santo. Por eso tenían miedo. Esa es la fe que tenemos nosotros, una fe de timoratos. No era sólida en la gracia, en la plenitud del Espíritu Santo, de la confirmación. ¡Qué vergüenza! Una fe endeble. Deberíamos tener una fe fortalecida, como de confirmados, pero hay una claudicación en la confirmación de la fe.

Y vemos que después, cuando los apóstoles fueron confirmados, salió San Pedro y ya no tenía miedo, tampoco los otros apóstoles temían ni a los judíos ni a nadie. Esto nos sirve de ejemplo, porque si los apóstoles tuvieron miedo, cuánto más nosotros que somos más insignificantes que ellos; de ahí la necesidad de recordarlo para mantenernos firmes y fieles como le dice nuestro Señor al incrédulo Santo Tomás: “¿Si no metes tu dedo en mi llaga, no crees?”. ¡Qué cabeza dura! Es decir, si no veo, si no palpo no creo; el mismo que antes de la captura de nuestro Señor había dicho que iría a Jerusalén y moriría con Él. Qué valiente fue; quizás en gracia de eso nuestro Señor le perdonó y le dijo ocho días después: “Mete tu mano en mi costado y no seas incrédulo, sino creyente”.

Y él reconoció allí la divinidad de nuestro Señor e hizo una proclamación de fe: “Señor mío y Dios mío”. Esta misma proclamación la debemos hacer nosotros cada día para no perder la esencia de la religión católica que está en nuestro Señor y de un modo único y exclusivo como lo dice la epístola de hoy, como lo dice el evangelio de hoy, y que es la condenación de los protestantes, ellos que solamente hablan de las Escrituras y este evangelio les da de bofetones a ellos que se creen sabios y que son brutos e ignorantes, que convencen a personas más brutas y más ignorantes que ellos, como dice el dicho “católico ignorante, seguro protestante”.

Por tal ignorancia religiosa, hoy Colombia está invadida de protestantismo; ignorancia católica en el pueblo a través de los años, sin predicadores que despierten esa conciencia católica basada en la verdad. Está bien hacer novenas, pero la religión no se compone sólo de novenarios, se compone de la doctrina católica, porque si no, terminando una novena le colocan otra vela al diablo valiéndose del indio amazónico, el brujo y el curandero, santerías con ungüentos de lo uno y lo otro, pirámides de buena suerte, ignorancia crasa que se paga con infidelidad y apostasía; católico ignorante es seguro protestante, por culpa de un clero mediocre y sin teología.

El sacerdote tiene el deber de estudiar, porque la Iglesia es luz, eso significa el cirio pascual, la luz de Cristo que debe iluminar al mundo. ¿Pero si el clero no ilumina con la verdad cómo entonces el mundo y la gente van a mantenerse en la verdad? El principal deber de la Iglesia y del clero es ser la luz de Cristo, luz sobrenatural. ¿Y qué es lo que vemos sino un clero decadente, que Dios vomita porque no es ni frío ni caliente, sino tibio? Esto forma parte de la crisis desoladora en la cual un pequeño rebaño tendrá que mantenerse fiel como un faro, dando luz en medio de la tempestad.

Dice también el evangelio leído hoy, que solamente se perdonan los pecados con el sacramento de la penitencia o confesión, cosa que niegan los protestantes; ellos que “saben tanto”, que lean a San Juan, a ver qué hacen con ese sacramento: “Se perdonarán los pecados a aquellos a quienes los perdonéis; y se les retendrán a aquellos a quienes se los retengáis”. ¿Qué respondería Lutero o cualquier otro protestante contra estas palabras textuales? Esto lo tienen que saber bien los fieles para defenderse. No todo lo que hizo nuestro Señor está escrito, porque muchas cosas hizo el Señor y solamente se escribieron algunas para que den luz y verdad, luego no solamente es la Biblia o las Sagradas Escrituras, sino también la palabra que no está escrita y que es la Tradición, son las Escrituras y la Tradición, la revelación escrita y la revelación oral. La Tradición de la Iglesia conculcada y rechazada hoy por el modernismo de cuño protestante que impera dentro de la Iglesia o de lo que cree denominarse Iglesia, pues al profesar tales herejías deja de ser Iglesia.

La Iglesia es santa y pertenecemos a ella por la fe, pero si perdemos la fe, dejamos de pertenecer a ella; no todo el que dice “Señor, Señor” se salva ni es de Dios, porque la fe de nuestro Señor es lo que da testimonio en nosotros, como dice San Juan; ese testimonio tiene que darse proclamando la fe, pero para proclamarla hay que tenerla y no puede ser una fe cualquiera, tiene que ser una fe firme, consolidada en el Espíritu de Dios, en el Espíritu Santo. Esa es la fe que puede vencer al mundo y no lo que quiere hacer hoy la falsa Iglesia atribuyéndose las prerrogativas de la verdad y de Dios para destruirla; no una Iglesia que se convierte al mundo sino que vence al mundo con la fe. Pero se ha claudicado en esa fe, por eso insisten en hacer desaparecer toda distinción entre Iglesia y mundo y vemos cómo contradicen las Escrituras, tanto en la epístola como en el evangelio de hoy.

No es ningún invento, son deducciones de una simple lectura de los hechos con un poco de fe en lo que hoy acabamos de leer. Si queremos vencer al mundo tendrá que ser con la fe, porque no será con otra cosa, dinero, armas o violencia que se nos prometió, sino con la fe y la fe en Cristo Jesús, el Verbo de Dios, la Palabra del Padre Eterno. Que nos queden grabadas estas verdades para mantenernos fieles y podamos, aun viviendo en este mundo, no estar adheridos a él, sino con la mirada puesta en el cielo, en las cosas de Dios, en las cosas del Padre Eterno y poder sufrir con paciencia toda esta miseria; iniquidad ya anunciada por las verdaderas apariciones de nuestra Señora, en La Salette, Fátima, Lourdes y Siracusa; no debemos perder el horizonte, el norte, nuestra mirada en Dios, en el cielo y no en tan miserable y efímera tierra, y vivamos desprendidos de todo lo terrenal deseando y anhelando las cosas de Dios por encima de todo.
Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos ayude a perseverar en el amor a nuestro Señor y que conservemos en nuestro corazón todas estas cosas que son para nuestra salvación y para la mayor gloria de Dios.

BASILIO MERAMO PBRO.

DOMINGO DE PASCUA 15 de abril de 2001

Antes que nada una feliz Pascua a todos los fieles en este día tan solemne, fiesta de fiestas, porción más sagrada del año litúrgico de la Iglesia, la Pascua, la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, la prueba de su divinidad, de su palabra, de su testimonio. Prueba de la divinidad de la Iglesia, de estar dentro de los cánones de la Revelación divina, por eso es solemnidad de solemnidades y la parte más sagrada del tiempo Pascual.

Celebramos a nuestro Señor, no ya derrotado y vencido como lo encontramos el Viernes Santo, o simplemente el Emmanuel con nosotros de la Navidad el día de su nacimiento, sino el vencedor. Cristo Rey, vencedor de la misma muerte; esa es la victoria que venció a la muerte, hija del pecado. Así entonces, Dios nos creó para la vida y para la vida de la gracia sobrenatural. El primer día de la creación, domingo en el que Dios comienza a crear todas las cosas, y que según San Agustín, creó todo en un solo acto omnipotente, reflejando de una manera más sublime todo su poder divino.

Creó todas las cosas, pero no todas en acto, sino muchas en potencia, que fueron aflorando con el transcurso del tiempo y que sería la mejor interpretación aunque sea la única y exclusiva la de San Agustín, en oposición a todos los otros Santos Padres, pero la que mejor combatiría incluso hoy día ese falso evolucionismo que no quiere reconocer que Dios creó cada cosa bajo su especie, pero que no todas las especies encontrando su hábitat normal se manifestaron al mismo tiempo.
San Agustín ve en seis días el desarrollo que hace Dios en su creación y se lo da a conocer a los ángeles, y que por eso habla del conocimiento vespertino y del conocimiento matutino; y es más, no nos escandalicemos, si tan seguros estamos de que el primer día es de veinticuatro horas; mis estimados hermanos, estamos más trasnochados que los soldados que vigilaban a nuestro Señor y que no supieron cómo se les escapó de la tumba, porque el sol fue creado el cuarto día, lo cual vendría a darle más peso a esa tesis de San Agustín que Santo Tomás cita y que la pone con el mismo valor que la de los otros Santos Padres; pero ese primer día fue conculcado cayendo en pecado y antes que el pecado del hombre, la apostasía de los ángeles, revolucionándose todo el cosmos, el universo; y nuestro Señor, en el día de hoy, regenera ese primer día de luz y de creación que desplaza la importancia del antiguo sábado, considerado el último día de la creación.

Así que en el día de hoy nuestro Señor restituye, pasa de la muerte a la vida y esa es la gloria del día de hoy, la Resurrección, el paso de la muerte a la vida y la derrota definitiva de la muerte, hija del pecado. Por eso la Pascua debe ser esa luz que nos ilumina cada día para recordarnos que también nosotros hemos resucitado en nuestro Señor. Esa resurrección en la Pascua de nuestro Señor es la que nos atribuimos sacramentalmente en el bautismo, en el cual hay una inmolación mística y, en consecuencia, una resurrección mística y espiritual, que es el fundamento de toda nuestra vida religiosa, y también de toda nuestra vida de santidad, aun como simples fieles que llevamos esa santidad en nosotros por la gracia del bautismo y que debe fructificar, desarrollarse, no quedarse allí como una semilla, sino crecer como un árbol frondoso.

A esto estamos llamados, a hacer nuestra esa realidad espiritual, sobrenatural, para poder atravesar lo efímero y caduco del tiempo y del mundo. Aun el tiempo es absurdo en sí mismo si no está respaldado por la eternidad; todo lo que es finito, temporal, mortal, no tiene su explicación sino en Dios, que es infinito, eterno e inmortal. Él es quien sustenta todo en el Ser y le da la vida, la vida natural y la vida sobrenatural. De ahí la gran misión de la Iglesia católica, apostólica y romana: ser la luz del mundo; ese es el significado del cirio pascual; significa a Cristo luz del universo y no como los masones que se dicen a sí mismos iluminados, cuando viven en las tinieblas del error y del infierno.

El verdadero iluminado con la luz de la fe y de la gracia es el católico, no lo podemos olvidar; la gracia es una participación de la naturaleza divina de Dios en el misterio de su Trinidad y esa será la felicidad eterna en el cielo. Dios nos participa, nos anticipa, para que la vivamos de algún modo en el tiempo a través de la fe, de la luz de la fe, de la luz de la Iglesia. Lamentablemente hoy está eclipsada; cada vez se hacen más densas y espesas las tinieblas del error, pero esa llama nunca será apagada, porque aun en medio de la persecución siempre se conservará esa luz de la fe en un pequeño rebaño fiel a Dios. Debemos permanecer fieles a esa luz, fieles a la Iglesia, participar de esa luz, para salvar nuestras almas y poder salvar las almas de los demás. De ahí la importancia de este solemne día.

Pascua Florida se decía antaño, porque en algunos lugares de Europa coincide con el tiempo de las flores, por la misma razón también se llama Florida a ese territorio de los Estados Unidos, por haber sido descubierta un domingo de Pascua. Esto nos muestra el espíritu misionero de España, que ha sido el imperio más católico del universo, gústeles o no a los franceses e ingleses, pero esa gloria misionera no la ha tenido ningún otro imperio sino el español al cual pertenecemos. No caigamos en un indigenismo ridículo; todo lo que tenemos hoy de fe, de cultura y de civilización católica, apostólica y romana proviene del imperio español; no sería digno entonces renegar de esa historia y de ese pasado español, como se hace hoy en día.

El mismo Simón Bolívar, que fue un revolucionario, en su juventud se casó en España, en la iglesia de San José, no en Colombia ni en Venezuela. Se dejó influir por las ideas de la revolución francesa, o mejor dicho judeomasónica y después se arrepintió. Por lo que Santander, masón de pura cepa, y quien lideraba aquí, lo mandó matar: hizo morir a Bolívar, que huía como un perro, perseguido por esa misma revolución de la que había sido un hijo retractado. Esto demuestra cómo un verdadero prócer no lo puede ser, si no reviene a la tradición y a la fe, si no reafirma lo que ha recibido a través de la Historia; por eso un pueblo que no conoce su historia, no puede saber para dónde va. Nosotros tenemos que saber muy bien de dónde venimos y para dónde vamos y nuestro camino se dirige hacia el cielo.

San Pablo nos exhorta a dejar la vieja levadura, el viejo hombre, para vivir en la verdad y en la sinceridad en Cristo nuestro Señor, para vivir de la fe y la fe es una sola como uno es Dios. Es una herejía y una falsedad abominable el falso ecumenismo, la homologación de la libertad religiosa, la proclamación de otras religiones como supuestas vías de mayor o menor salvación; eso es atroz, abominable e impío, intolerable a los ojos de la fe. Y eso es lo que se proclama hoy desgraciadamente y lo que eclipsa a la verdad, la falta de sinceridad por parte de aquellos que tendrían que defender y hasta morir por decir la verdad. Esa es la responsabilidad del clero, ser luz del mundo para que el mundo crea y se salve, esa es la misión y el apostolado de la Iglesia y esa luz es la que simboliza durante todo el tiempo pascual el cirio encendido, porque no somos luz por nosotros mismos sino por la gracia de Dios.

San Juan dice que nuestro Señor es el principio, estaba en el principio y es la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo; y de ahí el gran compromiso del hombre con nuestro Señor Jesucristo, nazca donde nazca, esté en donde esté, y de la raza que fuere, cada uno tendrá que responder en un momento de la vida con un “sí” o con un “no” a nuestro Señor, reconocerlo como a Cristo Rey o rechazarlo; ese es el gran problema de la libertad del hombre y de esa respuesta dependerá la salvación o la condenación en definitiva. Si nosotros hemos conocido por la gracia de Dios a nuestro Señor, no seamos apóstatas, no le reneguemos, más bien manifestémoslo con nuestra fe y con nuestros actos siendo consecuentes con la verdad y la sinceridad que nos pide San Pablo en la primera epístola a los Corintios.

Pidamos a la Santísima Virgen María. Ella, mejor que cualquier otra criatura, comprendió todas estas cosas que meditaba en el silencio de su corazón, que las contemplaba y entendía de ello, para que nosotros la imitemos, y así contemplando también todas estas cosas de Dios, las amemos más y podamos dar testimonio de ellas a los demás para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.

Basilio Meramo Pbro.

DOMINGO DE PENTECOSTÉS 19 de mayo de 1991

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

En este domingo celebramos la fiesta de Pentecostés. Los cincuenta días después de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, de la Pascua; todo este tiempo seguido integraba, por así decirlo, la fiesta de la Pascua, desde la Resurrección de nuestro Señor, pasando por la Ascensión, hasta el día de Pentecostés.

Fiesta sublime del día en el cual la Iglesia celebra su nacimiento, su pleno nacimiento con el advenimiento del Espíritu Santo. Así como nuestro Señor tuvo su misión de la Redención cuando se encarnó y murió en la cruz por redimirnos a todos, así con Pentecostés se manifiesta entonces la misión del Espíritu Santo, la misión de santificación y de salvación de los hombres. No de todos, desgraciadamente.

No todos nos salvamos, porque no todos respondemos con amor al llamado de Dios, no todos morimos con la gracia santificante, no todos morimos en el amor de Dios, en ese amor que es el Espíritu Santo, amor consubstancial, el amor por esencia, ese amor sublime de Dios que se manifiesta en la tercera persona con el Espíritu Santo; de allí que es un grave error el que en la liturgia moderna se cambien las palabras de la consagración para decir, “por todos” en vez de “por muchos”, cuando nuestro Señor Jesucristo en ese momento hace alusión al efecto, a la eficacia, a la eficiencia de su Redención, a la salvación, que con pesar de Él no llega a todos los hombres; porque no todos desgraciadamente queremos salvarnos, recibiendo la condenación eterna. Hay que tener esa vida de comunión en la gracia del Espíritu Santo, esa gracia de amor que nos trae el Espíritu Santo en este día de Pentecostés y así entonces está con nosotros la plenitud de Dios, la plenitud de Dios en la Iglesia y para su Iglesia. Esa plenitud colma la Iglesia y la perfecciona, no faltándole absolutamente nada, esa Iglesia que comenzó a gestarse en la cruz y que se completa con el advenimiento del Espíritu Santo.

Tenía entonces nuestro Señor que subir a los cielos, precisamente para mandar, junto con el Padre, al Espíritu Santo. Los dos tenían que enviarlo, puesto que el Espíritu Santo es ese amor mutuo entre el Padre y el Hijo. El Espíritu Santo tenía que ser enviado por el Padre y por el Hijo de los cuales procede, de Ellos dos; esa plenitud es la que colma a la Iglesia, la Iglesia naciente, con ciento veinte discípulos nada más. Y, sin embargo, a la Iglesia no le faltaba absolutamente nada, la Iglesia católica apostólica romana estaba plenamente reunida el día de Pentecostés, comprendidos los ciento veinte discípulos incluyendo a nuestra Señora, en el cenáculo; no le hacía falta ya nada más para ser la Iglesia. Es, por tanto, un error creer que a la Iglesia le falta algo, como hoy en día se nos quiere hacer creer hablándonos de un “nuevo Pentecostés”, de una ‘“nueva venida” –por así decirlo– del Espíritu Santo, cuando ya el Espíritu Santo se posee dentro de la Iglesia; la Iglesia tiene el Espíritu Santo en toda su plenitud y no le falta absolutamente nada.

Somos nosotros entonces quienes tenemos que permanecer en la Iglesia y no separarnos de ella, para que esa obra de santificación y de salvación se aplique a cada uno de nosotros en particular. Si los hombres no se convierten a la Iglesia y se sumergen en el ateísmo, no es culpa de la Iglesia como hoy se quiere hacer creer; es culpa de los hombres que prefieren el mundo, que se prefieren a sí mismos; quizás sea culpa de los malos pastores, de los malos feligreses que no sabemos dar el ejemplo, pero no de la Iglesia que es Una y que es Santa.

Y la Iglesia es santa justamente porque recibe esa plenitud de santidad de Dios que envía al Espíritu Santo. La venida del Espíritu Santo, Pentecostés, hace que hoy sea un gran día. El día de Pentecostés siempre se celebró con gran pompa para recordar esa misión del Espíritu de Dios en la Iglesia y por eso nosotros debemos, una vez más, meditar estos misterios no solamente para que ello sea el sostén cotidiano de nuestra vida católica, sino también para poder perseverar en la contemplación de las cosas de Dios y en esa contemplación, entonces, elevar el alma a Dios en la oración. Y así, de paso, no caer en los errores que hoy pululan por doquier; esos errores que carcomen a la Iglesia, que le van haciendo perder su identidad, no a la Iglesia en sí misma, puesto que ella no tiene nada que perder, pero sí en sus miembros, en sus feligreses. Decía San Agustín que así como un cuerpo cuando recién nace se ve joven y después con el pasar de los años se le ve en decrepitud, en vejez, la Iglesia al final de los tiempos se verá decrépita, envejecida. Es justamente por lo que está pasando hoy, la pérdida de la fe, el abandonar a nuestro Señor Jesucristo, la apostasía de las naciones, el ecumenismo que la destruye. Por eso la contradicción de las cosas humanas, que justamente cuando se quiere dar un nuevo reverdecer a la Iglesia, un nuevo Pentecostés –que por eso se reunió el Concilio Vaticano II–, pasa todo lo contrario, en vez de reverdecerla, prácticamente se la disuelve, se la disgrega cumpliéndose entonces esas palabras proféticas de San Agustín que deben ser para todos un aliento y, por tanto, lejos de disgregarnos, lejos de dividirnos, congregarnos, aunarnos en el amor de Dios, pues el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia que la vivifica dándole ese amor de Dios y de ese amor debemos vivir todos nosotros, amando a Dios y por amor a Dios amar al prójimo, amar a nuestros semejantes.Invoquemos a nuestra Señora sobre todo en este día, en el que Ella presidía en el cenáculo la Iglesia naciente, como Madre de la Iglesia; pidámosle permanecer aunados en el amor del Espíritu Santo, en ese amor consubstancial de Dios del cual nosotros participamos a través de la gracia santificante; pidámosle la fortaleza para perseverar hasta el final en el amor a Dios sobre todas las cosas.

BASILIO MERAMO PBRO.

DOMINGO DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN 12 de mayo de 1991

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

En este domingo después de la Ascensión, que no se puede dejar pasar sin hacer alusión a la manera cómo desafortunadamente se va marginando a nuestro Señor de la España supuestamente católica, ya no se festejan esos jueves más refulgentes que el sol, ya no reluce nuestro Señor en el mundo católico, no hay naciones católicas; la apostasía de las naciones es evidente para quien quiera ver, y quien no lo quiera, pues que continúe en la ceguera. Y pareciera ser que la Providencia permite que se le ultraje, así como permitió que nuestro Señor fuese ultrajado en su propio cuerpo; permite también que se le ultraje en su culto al relegar a nuestro Señor, como si ya no tuviese ningún interés para nuestra sociedad; así pasa el día de la Ascensión en el pueblo, como un día de trabajo más, sin glorificar a nuestro Señor.
En este domingo después de la Ascensión, nuestro Señor, a través del evangelio, nos dice que no nos escandalicemos de dar testimonio de Él, que sube al cielo y nos envía el Espíritu Santo que viene a dar Su testimonio, testimonio de nuestro Señor Jesucristo, y que ese testimonio que viene a dar el Espíritu Santo también lo darán los apóstoles, porque estuvieron desde el principio con Él; aquellos que no le traicionaron, que no le abandonaron, sino que desde el principio creyeron en Él y rindieron su testimonio. No escandalizarnos entonces, en primer lugar de dar testimonio y como consecuencia de ese testimonio, no escandalizarnos tampoco de las persecuciones que ese testimonio de nuestro Señor acarree; es decir, nuestro Señor prevé para sus apóstoles y para toda la historia de la Iglesia una persecución a causa del testimonio que dé Él a quien con Él esté, aquellos verdaderos discípulos, no el de los traidores, no de quienes le reniegan o quienes le dejan a mitad del camino, sino de quienes permanecen con Él desde el principio hasta el final, apoyados por el Espíritu Santo.

Ese testimonio acarreará indefectiblemente persecución por parte de los judíos quienes los echarán de la sinagoga, Iglesia de entonces y presagio de lo que sería después. Si hoy en día se nos persigue por dar fiel testimonio de nuestro Señor Jesucristo, no nos escandalicemos de ser excomulgados de la Iglesia. El ser echados de la sinagoga era ser excomulgados y eso ¿acaso no es lo que pasa hoy día?; parece ser que el evangelio va dirigido de una forma muy particular a nosotros que permanecemos fieles dando testimonio de nuestro Señor. Lo peor del caso es que nuestro Señor dice que: “Aquellos que os echaren de la sinagoga creerán hacer un favor a Dios”, o sea que la causa, según aquellos que echaren a los verdaderos testigos que dan testimonio de nuestro Señor, es que creerán hacer un favor a Dios. Debemos suponer entonces que es por Dios que lo hacen, es decir, tendrán un motivo religioso, un motivo teológico, modo de actuar típico del fariseísmo: perseguir la verdad en nombre de Dios; lo que ocurre hoy, excomulgar la Tradición en nombre de Dios, echarnos fuera de las iglesias en nombre de Dios. Ya nuestro Señor, entonces, muy claro lo advirtió, no nos escandalicemos cuando veamos que estas cosas ocurran, que se nos echa de la Iglesia, que se nos excomulga y todo esto en honor al nombre de Dios.
“Y obrarán así, por no conocer ni al Padre ni a Mí”. Aquellas personas que excomulgaron a los apóstoles y las que nos excomulgan a nosotros no conocen ni al Padre ni parecen conocer a nuestro Señor Jesucristo, ya que el Espíritu de Verdad no está en ellos aunque invoquen la autoridad y a nuestro Señor; es decir, a Dios, no le conocen. Es lo que pasa hoy de una manera patética, claramente se ve para aquellos que quieren ver; quien no quiere ver, porque tiene miedo de la luz, seguirá ciego, con una ceguera voluntaria, culpable. Por eso, de una forma u otra todos los que colaboran con la demolición de la Iglesia, persiguiendo a la Tradición y que no están plenamente con la Tradición, no dan testimonio de nuestro Señor Jesucristo y en definitiva no conocen al Padre, porque por no conocer al Padre persiguen a nuestro Señor Jesucristo a través de aquellos discípulos fieles que dan testimonio.

Con el evangelio de hoy, entonces, nuestro Señor pone de manifiesto una contradicción tremenda, monstruosa, esa monstruosidad se llama fariseísmo: aplicar con todo el rigor la Ley de Dios contra Dios; es un pecado de la inteligencia contra el Espíritu Santo, la impugnación de la verdad. Fue ese el pecado del pueblo elegido, pecado del judaísmo y es el pecado que comete la actual jerarquía de la Iglesia, que ha condenado a Monseñor Lefebvre y a través de él, no a personas por él representadas, sino a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Y esa persecución es la que hoy por hoy está vigente, con una vigencia atroz: libertad para todo, menos para la verdad; todo se cambia, todo se permite, únicamente no es permitido el ser fieles testigos de nuestro Señor Jesucristo. Se cambia hasta el Vía crucis –por no corresponder al rigor exegético o histórico de lo que la ciencia hoy entiende por exegesis o por historia–, así que todos aquellos que durante años se han santificado haciendo el Vía crucis, hoy ya no; se cambia sistemáticamente todo porque Satanás es el fondo, inspira esta revolución, odia todo lo que sea de Dios y todo lo que sea la imagen de Dios, hasta en las cosas más insignificantes; por eso hay que subvertir, cambiar, revolucionar todo, poco a poco, pero de manera segura y a todos aquellos que han aceptado ese cambio, pues hacen de su vida una continua y permanente claudicación, pequeña, gota a gota, pero claudicación.

Frente a todo lo anterior tenemos que mantenernos firmes, sin ceder, firmes pase lo que pase. Persecuciones, todas las que hubiere, ya lo tenemos advertido: no nos escandalicemos, no nos preguntemos el por qué. Es lógico, es hasta en cierta forma natural que se nos persiga. Permanezcamos entonces fieles en ese testimonio de nuestro Señor Jesucristo, fieles al Espíritu de Verdad, como llama nuestro Señor al Espíritu Santo y fiel en definitiva al Padre Eterno; “aquel que conoce al Padre me conoce también a mí”, dice nuestro Señor, entonces no le reneguemos, y no solamente en el plano doctrinal, en el plano teológico, en el plano de la fe, sino también en el orden cotidiano de nuestra vida, en nuestro actuar, en definitiva. Seamos fieles a nuestro Señor con nuestras inteligencias y con nuestros corazones, deseando verdaderamente la santidad, esa santidad que nos traerá el Espíritu Santo en plenitud; por eso nuestro Señor sube al cielo, para que el Espíritu Santo, el Espíritu de Verdad venga sobre nosotros, venga sobre la Iglesia, la Iglesia fundada por nuestro Señor Jesucristo con la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés.

Pidamos a nuestra Señora. A Ella, que en cierta forma presidía ese cónclave que hubo en el cenáculo esperando durante este tiempo, justamente entre la Ascensión y Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, para que reine en nosotros, para que reine en nuestros corazones. Aboguemos siempre con espíritu de verdad, nada de engaños, nada de mentiras, nada de claudicaciones, testimonio fiel sin escándalo de la persecución, sin escándalo de las excomuniones, sin escándalo incluso de todo lo que veamos de malo en nuestro derredor.

BASILIO MERAMO PBRO.

martes, 14 de abril de 2009

Carta a Monseñor Fellay en respuesta a mi expulsión

Acabo de recibir, el 7 de abril, en mano propia, como era de esperar, ateniéndose a la lógica
consecuencia de las cosas, después de dos amonestaciones canónicas, la notificación de mi
expulsión, que es desde luego injusta e inválida, jurídica y teológicamente considerada, pues las
moniciones eran de suyo inconsistentes siendo así repelidas inmediatamente, como consta en mis dos cartas en respuesta a las mismas.

De todos modos apelo a Roma Eterna interponiendo recurso contra el decreto de mi expulsión, a
tenor del derecho canónico (canon 647 § 2 n° 4), lo cual tiene efecto suspensivo y así, jurídicamente la expulsión queda en suspenso, sin efecto jurídico, hasta tanto el recurso esté
pendiente, y esto de modo indefinido, pues la Roma Eterna está hoy invadida por indignos
prelados que no cumplen con su deber, ex officio, confirmando a los fieles en la fe, sino que hacen
todo lo contrario, para corromper, prostituir la fe, el culto y la moral, violando la verdad, cuyo
imperio detestan, cual anticristos; y esto para colmo, como si fueran Dios, es decir, en el nombre
de Dios, de la santa obediencia a la autoridad y a la jerarquía de la Iglesia. Habrase visto mayor
abominación y desolación en lugar santo, haciéndose además adorar como si fueran Dios,
invocando la potestad divina, la cual pervierten e invierten. Y por esto Monseñor Lefebvre dijo que «Roma está ocupada por anticristos» en su declaración del 30 de junio de 1988. Y por irónico que suene el asunto queda como quien dice, pendiente hasta la Parusía de Cristo.

No obstante me toca soportar (sufrir) con paciencia e integridad la injuria recibida, permaneciendo firme en el combate frontal, como sacerdote católico, apostólico y romano, permaneciendo firme contra el modernismo de Roma anticristo, como una vez más Monseñor Lefebvre designa en la misma declaración mencionada a la Roma modernista y liberal que persigue a muerte la sacrosanta e infalible Tradición Católica, ante la cual hoy Usted junto con toda la cúpula directiva de la Fraternidad y los otros tres obispos de la misma, impune y cobardemente claudican entregándonos bajo apariencia de bien en los brazos del “magnánimo y paternal” Benedicto XVI que ha logrado seducirlos con hábil y sutil manipulación haciéndolos caer en la trampa.

Ahora, si Usted me lo permite, paso a hacer el descargo, de sus fulminantes (aunque absurdas)
acusaciones, al menos de las más relevantes y graves, dado el contexto teológico-doctrinal del
problema. Se me acusa de falsas y graves acusaciones contra el Superior General, de daño grave
por asumir una posición contraria, obstinación, rebelión contra la autoridad, escándalo, etc.

Quisiera saber, estimado y reverendísimo Monseñor, cuáles son las acusaciones falsas contra
Usted, graves sí, pero falsas no, si hay falsedad no es precisa y justamente de mi parte, sino (y
perdóneme) Usted, de la suya, dado que tiene un doble lenguaje, desde hace mucho tiempo y no
es porque Usted sea bilingüe, sino por su gran dilema, como llevarnos a un acuerdo sin que se
note la traición, encubierta bajo una falsa apariencia de bien.

Cómo es posible aceptar, lo que Usted mismo dijo hace ocho años, (en una entrevista al diario
valesano La Liberté, el 11 de mayo de 2001, y publicada en DICI n° 8, el 18 de mayo del mismo
año): «que nosotros guardamos en un 95% el Concilio Vaticano II», sin ser liberal y modernista; cuando hasta los mismos liberales y modernistas reconocen que el Concilio Vaticano II fue, como dice el Cardenal Suenens: «El Concilio es 1789 en la Iglesia», es decir, la Revolución Francesa de 1789 dentro de la misma Iglesia, o también como afirmó el entonces Cardenal Ratzinger y hoy Benedicto XVI: «El problema del Concilio fue asimilar los valores de dos siglos de cultura liberal» (Le destronaron, Monseñor Marcel Lefebvre, en la introducción).

Luego es claro y evidente que cualquiera que guarde o acepte el Concilio Vaticano II en un 95%
acepta en un 95% la Revolución Francesa dentro de la Iglesia, que asimila dos siglos de cultura
liberal en la Iglesia. Un 95% es un porcentaje altísimo estadística o matemáticamente considerado.

Entonces la gran pregunta es ¿que nos quiere decir? ¿qué pretende hacernos creer?, al decir que van a dialogar o a discutir con Roma doctrinalmente, ¿qué van a discutir, el 5% que resta? Esto
sólo prueba fehacientemente la parodia, el engaño, la mentira y la falsedad objetivamente
hablando, y esto por etapas con gran aparato de seriedad, mientras que de hecho todo se pudre
aceleradamente más.

Por si fuera poco, qué queda de la Fraternidad, de la resistencia ante el modernismo si se guarda, tiene, mantiene o acepta el 95% del nefasto y atípico Concilio Vaticano II, adogmático y por lo
mismo, absurdo, como el concebir un círculo cuadrado o un triángulo bilátero, un matrimonio
católico no indisoluble, pues como hace ver el teólogo dominico Marín Solá (sucesor en la cátedra
del eminente teólogo tomista en Friburgo, el Padre Norberto del Prado): «Está revelado que “todo Concilio ecuménico es infalible”, o lo que es lo mismo, está revelado que “todo Concilio es infalible si es ecuménico”.» (La Evolución Homogénea del Dogma Católica, Marín Sola, ed. BAC, Madrid 1963, p. 435); libro elogiado en 1923 cuando apareció por el Cardenal Merry del Val, quien fue Secretario de Estado de San Pío X, para combatir la herejía modernista que pretendía una evolución transformista y heterodoxa del dogma católico, tal cual hoy la concibe Benedicto XVI cuando dijo siendo Cardenal que «pone en duda que haya un magisterio que sea permanente y definitivo en la Iglesia» que «ya no hay una verdad permanente en la Iglesia, verdades de Fe, dogmas en consecuencia, se acabaron los dogmas en la Iglesia, esto es radical. Evidentemente esto es herético, está claro, es horroroso, pero es así». Tal como lo aseveró Monseñor Lefebvre en una de sus últimas conferencias espirituales en Ecône del 8 y 9 de febrero de 1991, pues murió el 25 de marzo de 1991.

Pero claro, ahora es según Usted “magnánimo”, “valiente”, “paternal”, le inspira confianza, es
conservador, y aún criticado por el ultraprogresismo como favorable a la Tradición, en resumen
casi un tradicionalista ante el cual Usted va a Roma «casi corriendo» y lo admira con ingenua
sonrisa como se puede apreciar en algunas fotografías en una de sus entrevistas, donde aparece
también el Cardenal Castrillón Hoyos y que adjunto para más pruebas de su inopinado y
comprometido proceder.

Monseñor Lefebvre denuncia un pacto de no agresión entre la Iglesia y la masonería, y Usted está dispuesto a pactar con él. «Un pacto de no agresión ha sido concertado entre la Iglesia y la masonería», A esto se lo ha encubierto con el nombre de «aggiornamento» de «apertura al
mundo»
, de «ecumenismo». (Un Évèque Parle, p. 97). «En adelante, la Iglesia acepta no ser ya la única religión verdadera, único camino de salvación eterna». (Ibid. p. 97).

Por esto, el entonces Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, llega a reconocer a las otras falsas
religiones como un camino o vías extraordinarias de salvación como se puede apreciar en este
texto de corte conservador pero profundamente y solapadamente herético: «…se ha llegado a
poner un énfasis excesivo en los valores de las religiones no cristianas, que algún teólogo llega a presentar no como vías extraordinarias de salvación, sino incluso como caminos ordinarios».
(Informe sobre la Fe, Ed. BAC Popular, Madrid 1985, p. 220 última página).
Por si fuera poco, Monseñor Lefebvre señala que: «Este concilio representa, tanto a los ojos de
las autoridades romanas como a los nuestros, una nueva Iglesia que ellos laman por otra parte “Iglesia Conciliar”.»
(Ibid. p. 97).

Monseñor Lefebvre afirma que es un Concilio cismático, y Usted guarda el 95%, es decir que es
cismático en un 95%, magnífico nivel, citemos el texto: «Creemos poder afirmar, ateniéndonos a la crítica interna y externa de Vaticano II, es decir analizando los textos y estudiando los pormenores de este Concilio, que éste, al dar la espalda a la Tradición y al romper con la Iglesia del pasado, es un Concilio cismático. Se juzga el árbol por sus frutos.» (Ibid. p. 97). Así tenemos paradójica y absurdamente que Usted acepta el 95% de la Nueva Iglesia postconciliar, cismática y apóstata, por lo cual, tendríamos en Usted, a un cismático y apóstata en un 95% (no está mal el porcentaje), que dice ser el fiel y digno sucesor de Monseñor Lefebvre, si esto no es una falsedad y una traición ¿dígaseme qué es?

Monseñor Lefebvre considera que: «Todos los que cooperan en la aplicación de este
trastrocamiento, aceptan y adhieren a esta nueva “Iglesia conciliar”… entran en el cisma»
(Ibid. p. 98). Y Usted hoy pretende obtener un acuerdo con esta nueva Iglesia conciliar cismática.

Por si fuera poco, Usted pretende un reconocimiento oficial o regularización de la Fraternidad con Roma modernista y su ecumenismo apóstata, tal como lo señaló Monseñor Lefebvre: «Los que estiman un deber minimizar estas riquezas e incluso negarlas, no pueden sino condenar a estos dos obispos y así confirman su cisma y su separación de Nuestro Señor y su reino, a causa de su laicismo y su ecumenismo apóstata.» (Itinéraire Spirituel, p.9).

Sí, ecumenismo apóstata, porque eso es, en lenguaje moderno lo que las Escrituras llaman Gran
Apostasía, es decir la apostasía universal o ecuménica. Y a esta apostasía ecuménica o
ecumenismo apóstata Usted nos quiere acercar. Luego, nos quiere hacer unos adúlteros,
cismáticos, puesto que como dijo Monseñor Lefebvre: «Esta apostasía convierte a estos miembros en adúlteros y en cismáticos opuestos a toda tradición, en ruptura con el pasado de la Iglesia, y por lo tanto, con la Iglesia de hoy en la medida en que permanece fiel a la Iglesia de Nuestro Señor. Todo lo que sigue siendo fiel a la verdadera Iglesia es objeto de persecuciones salvajes y continuas.» (Ibid. p. 70-71).

En la carta a los Obispos del 10 de marzo de 2009, Benedicto XVI afirma, después de hacer
alusión a la “remisión de la excomunión”, como un gesto de bondadosa y paternal misericordia,
para invitar al retorno (del hijo pródigo) a los cuatro obispos de la Fraternidad, pero recordando
clara y explícitamente que «no ejercen legítimamente ministerio alguno en la Iglesia», puesto que no tienen misión o posición canónica, ya que siguen suspensos a divinis hasta tanto su situación se regularice aceptando, después de las discusiones doctrinales, el Concilio Vaticano II, lo cual expresa en estos términos (mostrando con el dedo la luna llena de la Pascua): «con esto se aclara que los problemas que deben ser tratados ahora son de naturaleza esencialmente doctrinal, y se refieren sobre todo a la aceptación del Concilio Vaticano II y del magisterio postconciliar de los Papas. (…) No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año de 1962, lo cual debe quedar claro a la Fraternidad». Con esto se ve cual es el objetivo de Roma modernista y apóstata, y Usted y los otros tres Obispos de la Fraternidad nos dicen que van a Roma para predicar la verdad, para convertirlos, etc. Esto es engañarse y engañarnos a todos estulta e ingenuamente, como el tonto que se queda mirando el dedo cuando le señalan la luna con la mano. Pero para colmo, Usted mismo reconoce casi con las mismas palabras de Benedicto XVI, y en respuesta, que: «Lejos de querer parar la Tradición en 1962, nosotros deseamos considerar el Concilio Vaticano II y la enseñanza postconciliar» (Carta del 12 de marzo de 2009) con lo cual Usted responde prontamente (dos días después) al mensaje de Benedicto XVI, cuando le señala claramente la luna. Esto sólo muestra y demuestra, y perdóneme Monseñor, su doble lenguaje modernista y liberal, manifestándose su falsedad y traición.

Luego Monseñor, es absurdo e injusto que por resistirle pública y abiertamente a su siniestra
política de reintegración en el marco oficial de la Nueva Iglesia conciliar con su ecumenismo
cismático y apóstata, Usted se atreva, en el ejercicio abusivo de su autoridad, comprometida y
claudicante con los peores y principales enemigos de la Iglesia, expulsarme, acusándome falsa e
injuriosamente de rebeldía, insumisión, desobediencia, obstinación, escándalo, sublevación, falto
de enmienda, perjudicial o dañino para con el bien común de la Fraternidad, acusaciones todas
que muy fácilmente se las puedo endosar y restregárselas en la cara, pero de esto se encargará el Divino Juez cuando venga a juzgar a vivos y a muertos, en él pongo la suerte de mi causa y allí
nos veremos, y entre tanto pido por Usted, que Dios lo perdone, porque no sabe lo que hace, ni
con la Fraternidad, ni conmigo que me defenestra como a un vil delincuente a la calle, sin
recursos, con 55 años (al igual que aconteció con muchos sacerdotes reticentes a las innovaciones en la época del Concilio), y esto después de haber dado todo de mí con total y generosa entrega al servicio de la Fraternidad, a la que pertenecí durante 29 años, dejando todo, renunciando a todo para servir a la Santa Madre Iglesia en la Fraternidad, resistiendo y combatiendo contra el modernismo herético y apóstata, al cual hoy Usted nos conduce suave, dulce, pero seguramente.

Hoy Usted me excluye de la Nueva Fraternidad reciclada a los pies de la Nueva Iglesia conciliar,
Nueva Fraternidad y Nueva Iglesia a las cuales jamás pertenecí ni quiero pertenecer nunca, yo
seguiré perteneciendo a la verdadera Iglesia y a la verdadera Fraternidad. Usted me expulsa,
mejor dicho me excomulga de su Nueva Fraternidad, poco me importa, como poco le importó a
Monseñor Lefebvre que lo excomulgaran de la Nueva Iglesia, siendo ello, lejos de un estigma, de
una afrenta, una verdadera condecoración inmarcesible y una prueba de su ortodoxia, y no como Ustedes, los cuatro obispos, que avergonzados pedís que se os quite tal afrenta ante los ojos del
mundo, no queriendo seguir soportando la Cruz, considerándola ignominiosa, como sí Cristo
hubiera bajado de la Cruz (instrumento de máximo oprobio y sufrimiento), pero no lo hizo, prefirió morir crucificado, vejado, escupido, azotado y despojado de su vestimenta y por todos
abandonado, para fundar su divina Iglesia entregándole el testamento de su Sangre derramada
sobre la Cruz. Y este testamento firmado con su divina sangre, su cuerpo todo inmolado, es la
Santa Misa, que hoy Usted de algún modo desconoce como única y exclusiva, al aceptar la Nueva Misa espuria y bastarda (como la llamó Monseñor Lefebvre al igual que a todos los nuevos
sacramentos y a los sacerdotes) como rito principal (ordinario) y legítimo mientras que la Misa
Tridentina pasa a ser un rito ocasional (extraordinario) en la Nueva Iglesia, que es (o será) la sede del Anticristo-Pseudoprofeta, pues como dijo Nuestra Señora en la Salette: «Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo». El que tenga ojos que vea, y el que tenga oídos que oiga.

Por irónico que parezca, pero así son las cosas, Usted hoy me decapita, sin quizás recordarse que
gracias a mí, Usted aceptó el cargo de Superior General, dada mi intervención en el Capítulo
General de 1994, impidiendo así la reelección del Padre Schmidberger, que desde dos años antes
comenzó a disponerlo todo para ser reelegido y que casi lo logra, pues sorpresivamente Usted fue el elegido, en contra de sus planes, y que gracias a mi intervención al levantar mi voz para decirle que aceptara el cargo como una cruz, a imagen de San Pío X, que aceptó con pesar y hasta con
lágrimas el ser elegido milagrosamente en el cónclave, y así Usted después de retirarse unos
momentos a solas con el Padre Schmidberger en la habitación contigua (sala de grabaciones), a lo cual me opuse levantándome en medio de la concurrencia impávida y muda de los asistentes,
incluidos los otros tres obispos, para dirigirme al Padre Aulagnier, el entonces superior de Francia, y pedirle que interviniera impidiendo estos secretos, pero sin obtener ningún resultado; y así Usted al retornar a la gran sala aceptó su elección, concluido el breve entendimiento con el Padre Schmidberger.

Y para colmo de ironías después de saber esto, viendo como me trata (maltrato) algún ladino (cual abogado del diablo) podrá decir: «así paga el diablo a quien bien le sirve».

Todo este drama apocalíptico que vive la Iglesia está contenido proféticamente en toda la liturgia de la Cuaresma, de manera espacialísima y solemne en la Semana Santa y el Triduo Sacro que
nos muestra la Iglesia desolada, el altar desmantelado y el tabernáculo vacío, clara imagen de lo
acontecido no sólo hace 2000 años con la Pasión y muerte de Cristo en la Cruz, sino también de
lo que sucedería a la Iglesia, cuerpo místico de Cristo al fin de los últimos tiempos apocalípticos,
antes de su gloriosa Parusía, que todos debemos esperar y que pedimos incesantemente quizás
muchas veces sin darnos cuenta al pedir en el Padrenuestro, venga nos el tu reino (adveniat
regnum tuum), o como dice también San Juan Evangelista al finalizar el libro del Apocalipsis: Ven Señor Jesús, Maranatá.

Que Dios lo perdone, Monseñor, con todo su Capítulo, que cual concilio sanedrita me condena y
excluye, recordándome lo que hiciera con Nuestro Señor Jesucristo quien fuera el pueblo elegido, pero después corrompido, resonando en mis oídos las palabras de la liturgia: «Dijeron los impíos
oprimamos al varón justo porque es contrario a nuestras obras.» (5ª antífona de Laudes de Martes Santo). Pero también vienen a mi mente las reconfortantes palabras del Profeta: «El Señor Dios es mi protector, por eso no seré avergonzado; y así he presentado mi rostro como una piedra durísima, y sé que no quedaré confundido». (Is. 50, 7).
Así pues no quedándome otra alternativa que la de callar y claudicar en el vil silencio ante lo que
veo, o la de hablar claro y firmemente al precio de la exclusión, he cumplido con mi deber
sacerdotal sin traicionar a Dios ni a mi conciencia. Ahora no me queda sino deambular con la
cabeza entre las manos cual aconteció a San Dionisio cuando le decapitaron, antes de caer y
morir.

Me despido de Usted en este patético y significativo Triduo Sacro de la solemne Semana Mayor,
lleno de profética alusión a lo que acontecería con la Iglesia en los últimos tiempos apocalípticos,
pero que es el necesario preludio para la futura y gloriosa Pascua de Resurrección.

Basilio Méramo Pbro.
Orizaba, Jueves Santo, 9 de abril de 2009




sábado, 4 de abril de 2009

Sobre el libro del P. Barbará (La Bergerie du Christ et le Loup dans la Bergerie)

Índice.
Introducción.
Magisterio e Infalibilidad mal entendidos.
Un solo Magisterio Infalible del Papa solo.
El Papismo no es Católico.
Las Tres modalidades infalibles del Magisterio.
Falsa Noción de Obediencia.
Conclusión.
Anexo.


Al leer el libro del Padre Barbará hemos visto la necesidad de aclarar y precisar algunos conceptos de orden teológico que no podemos dejar pasar de largo.

En primer lugar no se trata de refutar la tesis sobre la Sede Vacante, la cual es defendible teológicamente, sino de evitar el error (o los errores) sobre el cual el P. Barbará se basa para defender esta tesis.

Se trata en consecuencia de corregir los fundamentos en los cuales se basa el P. Barbará para defender (o apoyar) una tesis como la Sede Vacante que por otro camino (medio) es teológicamente defendible.

Básicamente toda la argumentación sobre la Sede Vacante se funda para el P. Barbará en la noción que tiene sobre el Magisterio y la Infalibilidad de la Iglesia.

Pues bien, nosotros trataremos de analizarlos, para luego mostrar el defecto de la argumentación sobre el cual el P. Barbará se apoya para probar (o demostrar) la Sede Vacante.

Toda la prueba de la Sede Vacante se reduce para el Padre Barbará a la falsa noción que él tiene sobre lo que es el Magisterio Infalible de la Iglesia, y en consecuencia del Magisterio del Papa y de la obediencia al mismo.

Veamos algunas de las afirmaciones que tienen por base un error en la noción de Magisterio e Infalibilidad.

«El Vicario de Cristo no puede equivocarse cuando enseña la religión» (Ibid p. 184). «...se ha enseñado siempre que el Papa es infalible para todo lo que concierne a la religión» (Ibid. p. 184).

El P. Barbará no hace ninguna distinción entre Magisterio Ordinario Universal de la Iglesia y el Magisterio extraordinario del Papa (solo) o ex cathedra.

Si bien el Magisterio Infalible de la Iglesia es uno solo, no obstante hay dos modos (vías) de realizarse: el uno el Magisterio Ordinario Universal; el otro, el Magisterio Extraordinario o Solemne. A su vez el Magisterio Extraordinario tiene una doble versión: la de los Concilios Ecuménicos y la del Papa solo cuando habla ex cathedra.

Pero para el P. Barbará el Papa (solo) es infalible tanto en su Magisterio extraordinario cuando habla ex cathedra, como en su Magisterio Ordinario, confundiendo ambos modos, en una sola cosa, diciendo categórica e irreflexivamente que: «la infalibilidad del magisterio ordinario del Papa es una doctrina de fe definida con el mismo título que su magisterio extraordinario». (Ibid p. 195).

En primer lugar esto es falso, es no distinguir entre Magisterio Ordinario del Papa y Magisterio Universal Ordinario de la Iglesia, y por tanto no del Papa, ni de tal o cual obispo, sino de la Iglesia ( toda la Jerarquía docente) es decir todos los obispos con el Papa a la cabeza, enseñando unánimemente acerca de la fe y la moral, pues la Iglesia no puede equivocarse.

El Magisterio ordinario infalible es el Magisterio Universal de la Iglesia y no el Magisterio del Papa solo.

El Magisterio infalible del Papa solo, es el Magisterio Extraordinario o solemne del Papa cuando habla ex cathedra. Pues únicamente siendo cabeza de la Iglesia goza de la misma infalibilidad, tal como fue definido, cuando habla ex cathedra.

Sería un grave error de óptica confundir entonces Magisterio Ordinario Universal de la Iglesia toda, que es infalible, con Magisterio Ordinario del Papa solo, que no es infalible. Tan claro es que ni siquiera la Iglesia lo menciona en la definición que da del Magisterio del Papa cuando se pronuncia ex cathedra, es decir el Magisterio Extraordinario o Solemne del Papa cuando habla de fe y moral.

El P. Barbará confunde Magisterio infalible de la Iglesia con Magisterio Ordinario del Papa solo, por el hecho de que se equipara en la definición de Vaticano I la infalibilidad de que goza el Papa con la misma prerrogativa de infalibilidad de la Iglesia y como ésta, en definitiva, puede ser infalible tanto en su Magisterio Ordinario Universal como en su Magisterio Extraordinario, el P. Barbará (y no es el único) concluye simplístamente que el Papa también es infalible en su magisterio ordinario como en el extraordinario, cuando en realidad la definición del dogma de la infalibilidad del Papa equipara la infalibilidad del Papa a la infalibilidad de la Iglesia únicamente cuando habla ex cathedra (desde la catedra de Pedro) solemne o extraordinariamente, cuando reúne las tres o cuatro condiciones según se las clasifique.

De tal modo que el Papa solo es infalible cuando de modo extraordinario (y no ordinario) habla ex cathedra (desde lo alto de la Catedra o Sede de San Pedro), es decir: 1) como Pastor y Doctor de los católicos, 2) en virtud de su suprema autoridad apostólica, 3) definiendo una doctrina, 4) sobre la fe o la moral, que debe ser sostenida por la Iglesia Universal.

Si se considera la infalibilidad (tal como Umberto Betti señala) en relación al sujeto, al objeto y al modo, entonces tenemos: en cuanto al sujeto, cuando el Romano Pontífice habla como Doctor Universal y Supremo de toda la Iglesia; en cuanto al objeto, cuando tiene que ver con las cosas concernientes a la fe y la moral; y en cuanto al modo, cuando define lo que debe ser retenido por la Iglesia Universal. Definición que puede ser respecto al sentido (significado) o en cuanto al sentido y a las palabras o fórmulas. Aquí conviene hacer una pequeña aclaración con respecto al concepto de definición, pues es muy común que para muchos autores o teólogos la definición se reduzca únicamente al Magisterio Extraordinario quedando como excluido del Magisterio Ordinario Universal. Esto es un error, pues tanto el uno como el otro (ambos) definen. Esta definición puede ser de diversos grados, total o parcial, es decir con respecto al significado (ó sentido) de las palabras únicamente, o en cuanto al significado y las palabras (o términos). Sírvanos como prueba de lo que decimos, lo que sobre el tema dice el gran teólogo y maestro Marín-Sola: «Determinar o fijar infaliblemente el verdadero sentido del depósito revelado es lo que se llama definición de fe por la Iglesia. Pero este magisterio o definiciones de Fe pueden ejercerse, y de hecho se ejercen, por la Iglesia de dos modos: primero, por Magisterio Solemne, sea del Concilio Ecuménico, sea del Papa sólo hablando ex cathedra; segundo, por Magisterio Ordinario, esto es, por la enseñanza o predicación ordinaria de la Iglesia Universal. Ambos medios de ejercer el magisterio sobre el contenido y sentido del depósito revelado son de igual valor dogmático y ambas son verdaderas definiciones de fe. (...) Conviene tener muy presente estos dos modos diferentes de ejercer el magisterio doctrinal o de definir la verdad revelada, pues con frecuencia, cuando se habla de definiciones de fe, la mente tiende a fijarse solamente en las definiciones por magisterio solemne, sin fijarse suficientemente en que hay también definiciones por magisterio ordinario» (La Evolución Homogénea del Dogma, Católico, BAC 1963 p.p. 257-258).

Así tenemos que hay una doble definición (o determinación), la una que define el sentido (o significado) de las palabras, es decir, versa sobre el concepto o la idea, sin más; la otra que define el sentido e incluso determina (o fija) los términos mismos, esto es con palabras o fórmulas precisas e irreformables.

El Padre Barbará, entonces, se basa erróneamente en la definición de la Infalibilidad Papal, tomando las palabras que dicen que el Papa tiene la misma infalibilidad de la Iglesia sin más. Cuando en realidad la definición dice explícitamente dentro de qué límites el Papa es infalible.

Bástenos al respecto lo que dice Dublanchy en el Diccionario de Teología Católico cuando responde al siguiente interrogante: «¿Debemos concluir de esto que la infalibilidad del Papa es una infalibilidad absoluta y separada? Si, por la expresión infalibilidad absoluta se quiere únicamente decir que la infalibilidad pontifical no está en su ejercicio subordinada de ningún modo a la autoridad de un concilio general o a una aprobación ulterior de la Iglesia Universal, nada se opondría a que la expresión sea empleada. Pero es más justo decir, con Mons. Gasser, reportador de la Comisión de la Fe en el Concilio Vaticano, que la infalibilidad pontifical no es, en ningún sentido, absoluta, porque la infalibilidad absoluta pertenece sólo a Dios. Toda otra infalibilidad tiene sus límites y sus condiciones. La infalibilidad pontifical está restringida en su sujeto, que es el Papa enseñando a la Iglesia Universal en virtud de su poder supremo; está restringida en su objeto, que debe relacionarse con la fe y la moral; está restringida también en su ejercicio, porque supone una definición de lo que todos los fieles están obligados a creer, a tener o a rechazar» (D.T.C. Infaillibilité du Pape col. 1696).

Sólo la infalibilidad de Dios es sin limites y absoluta, toda otra infalibilidad es participada y por lo mismo limitada. La Iglesia es infalible en las cosas de fe y moral, por eso su Magisterio Universal Ordinario es infalible, igualmente lo es en su Magisterio Extraordinario cuando los obispos que están dispersos por el Mundo en sus diócesis, se reúnen en Concilio Ecuménico bajo la autoridad del Papa.

Con lo cual la definición de la infalibilidad del Papa viene a precisar que el Papa solo, también tiene en su Magisterio la misma infalibilidad de la Iglesia, cuando reúne las condiciones ya mencionadas y que se refieren bajo el nombre de Magisterio del Papa ex cathedra. Esto y solo esto es lo definido y nada más. De lo contrario es hacer del Papa un semidios infalible sin límites o condiciones en todo momento, como pretende en última instancia el P. Barbará
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Así, el P. Barbará afirma refiriéndose al Concilio Vaticano I: «Según el concilio, el Pontífice Romano es en efecto infalible, él también, tanto en su enseñanza ordinaria como en su enseñanza solemne extraordinaria. (Ibid p. 194).

Con la cual el P. Barbará hace de fe una cosa que no es tal, diciendo: «la infalibilidad del magisterio ordinario del Papa es una doctrina de Fe definida con el mismo título que su magisterio extraordinario». (Ibid. p. 195), lo cual es un absurdo si se reflexiona un poco.

Esta afirmación es teológicamente inaceptable pues es contradictoria, ya que habla de dos magisterios infalibles bajo el mismo título (condiciones) pero que en realidad se ejercen en condiciones diferentes.

Si el magisterio ordinario del Papa es infalible, a igual título que el Magisterio Extraordinario, entonces se identificarían ambos magisterios, pues no serían sino uno solo, el magisterio infalible del Papa solo, cuando habla ex cathedra, es decir, como doctor universal y juez supremo, habla sobre fe y moral, definiendo (estableciendo) lo que debe ser tenido o rechazado por todos los fieles.

Además para qué distinguir dos magisterios infalibles del Papa solo, si en realidad corresponden a uno solo cuando habla ex cathedra.

Por otra parte no sería lícito deducir la infalibilidad del magisterio ordinario del Papa solo, del magisterio extraordinario o solemne definido por el concilio Vaticano I, invocando el mismo título pero dándole otras condiciones. Pues si es lo mismo que el Papa solo, es infalible con la misma infalibilidad de la Iglesia, con las tres o cuatro condiciones señaladas bajo la expresión ex cathedra, con que fin se va a distinguir este Magisterio infalible con dos nombres distintos cuando en realidad son la misma cosa, teniendo las mismas condiciones ya definidas por la Iglesia.

Error sería, como hace el P. Barbará, que atribuye una infalibilidad (que no ha sido definida) al magisterio ordinario del Papa solo, sin las condiciones o límites del magisterio ex cathedra. No verlo es inventarse una infalibilidad que no existe, o de llamar con dos nombres distintos la misma realidad, lo cual es inútil y se presta a equívocos.

Hablar de la infalibilidad personal del Papa, requiere distinguir entre la persona privada y la persona pública (la función). Es esta última, la persona pública ejerciendo su oficio quien es infalible cuando habla ex cathedra.

Así distingue Dublanchy: «Si por infalibilidad personal se quiere expresar la infalibilidad que pertenece a la persona pública del Papa, en tanto que Pastor Supremo enseñando a toda la Iglesia, la expresión puede ser empleada. Esta expresión es de hecho aprobada en este sentido por muchos teólogos para oponerse a la distinción galicana entre Sede de Roma y el ocupante de esta Sede; (...). Pero la infalibilidad pontifical, al menos para lo que concierne al dogma definido por la Iglesia, no puede ser llamada personal en el sentido que pertenece al Papa considerado como persona privada.» (D.T.C. Infaillibilité du Pape col. 1696).

Por eso se pregunta Umberto Betti O.F.M. : «¿En qué sentido la infalibilidad es inherente a la persona del Papa? Decimos enseguida que no tiene nada que ver con la inmunidad del error en cuanto persona privada, por cuya virtud sería impecable de derecho, (impecabilidad) o de hecho (santidad). Como persona privada est{a sujeto a las debilidades de todos los hombres y si bien repugna al pío sentir de los fieles, no es una exigencia de la fe excluir que en esta condición puede caer aún en herejíía, porque no sería otra cosa que mantener al Papa impecable en este genero de culpa» (la Constituziones Dommatica ´Pastor Aeternus´del Concilio Vaticano I, ed. Pontificio Ateneo ‘Antonianum’, Roma 1961, p.. 630).

Hablar de Magisterio Ordinario infalible del Papa solo, es extender la infalibilidad extraordinaria y solemne del Papa solo, al Magisterio Ordinario Pontificial y equipararlo al Magisterio Ordinario Universal, es decir, el Magisterio infalible de la Iglesia de toda la Iglesia y no del Papa solo.

Umberto Betti dice al respecto: Se puede ser tentado de responder prontamente que el Romano Pontífice es infalible también en el magisterio ordinario,... Creemos poder decir que esta solución representa propiamente el ceder a una tentación. El concilio Vaticano, asimilando la infalibilidad pontificia a aquella de la Iglesia, ha querido solamente proclamar la identidad de naturaleza y de objeto, pero no del modo de ejercicio: aquella de la Iglesia puede ejercerse también en el magisterio ordinario, si es universal, la del Romano Pontífice solamente en el magisterio extraordinario o solemne. Con esto no se debe pensar que el Papa sea infalible únicamente si usa una forma de enseñanza de particular solemnidad exterior. Lo esencial es que se verifiquen las tres condiciones recordadas. En todo documento que las posea, cualquiera sea su forma, no se tiene magisterio ordinario, sino extraordinario, y solamente este está garantízado de infalibilidad». (Ibid. p.p. 646 - 647)

Las tres condiciones a que se refiere Betti, son: «El Romano Pontífice es infalible todas las veces y sólamente cuando se verifican conjuntamente las tres condiciones o requisitos establecidos por el Concilio con respecto al sujeto, al objeto y al modo de la enseñanza. Esto es: que él hable como cabeza de la Iglesia Universal; que su enseñanza verse sobre una doctrina acerca de la fe o las costumbres; y que quiera pronunciar sobre ellas un juicio definitivo.» (Ibid. p. 645).

De tal forma que con la definición de la infalibilidad del Papa, la Iglesia vino a dar la siguiente precisión: «A la precedente enseñanza vaticana que preveía dos expresiones del magisterio eclesiástico infalible, el solemne y el ordinario universal, la definición de la infalibilidad pontificia ha aportado unicamente este complemento y precisión: el magisterio solemne o extraordinario, distinto del colegialmente da toda la Iglesia docente, es ejercido también personalmente por el Papa solo.» (Ibid. p. 647).

La infalibilidad es la misma en cuanto a su naturaleza, la diferencia radica en el modo de recibirla el sujeto (Papa-Obispo) para ejercerla. El Papa solo recibe la infalibilidad cuando habla ex cathedra (magisterio Pontifical extraordinario o solemne); la Iglesia (todos los Obispos con el Papa a la cabeza) es infalible tanto en su Magisterio Ordinario Universal como en su Magisterio Extraordinario, es decir, sea que estén reunidos en Concilio Ecuménico o dispersos por el mundo.

Tenemos entonces «un triple modo de ejercicio de la infalibilidad: del Papa con los obispos en el concilio, del Papa con los obispos fuera del concilio, del papa solo» (Ibid. p. 410).

Lamentablemente la concepción del P. Barbará es la de un papismo radical, error que también cometen los liberales, con consecuencias distintas, pero el principio es el mismo: el Papa es infalible siempre, sea en su magisterio ordinario, sea en su magisterio extraordinario, luego, dicen unos, se equivocó, entonces no es Papa; lo dejó de ser y por eso cayó en el error y la herejía, no hay que obedecer. Los otros dicen, como es infalible no se puede equivocar, lo que dice no es herético, y hay que obedecer. Como vemos, estos dos errores opuestos se tocan en los extremos.

El P. Barbará llega así a afirmar: «Infalible para confirmar a sus hermanos, el Papa está preservado del error cada vez que enseña lo que los fieles deben creer o practicar. Y esto lo hace cotidianamente» (Ibid. p. 176). Esto va más allá de lo definido por la Iglesia. Es quitar todo límite a la infalibilidad del Papa, equiparándolo casi a Dios, es decir, infalibilidad sin ninguna limitación, sin ninguna condición. Significa además confundir el Magisterio del Papa solo, con el Magisterio de la Iglesia (Papa y Obispos). El Papa no es la Iglesia, ni es tampoco Cristo, sino que es cabeza visible de la Iglesia, y Vicario de Cristo. Cada cosa en su lugar. La papolatría y el papismo no son católicos.


El P. Barbará para apoyar su papismo, cita un texto en el cual se ve claramente la confusión teológica que tiene con respecto al Magisterio Universal de la Iglesia y al Magisterio del Papa solo, ex cathedra. El texto dice así: «El Magisterio de la Iglesia, establecido aquí abajo según el designio de Dios para guardar perpetuamente intacto el depósito de las verdades reveladas y de asegurar el conocimiento a los hombres, se ejerce cada día por el pontífice romano (Mortalium animos)». (Ibid. p. 176.). Si el texto de Pío XI dice esto sin más, el Padre Barbará tendría toda la razón, pero el texto está recortado, mal citado, el mismo P. Barbará más adelante cita el texto en su significado completo con las siguientes palabras: «...Y los obispos en comunión con él» (Ibid p. 194). Entonces el texto de Pío XI hace referencia no al magisterio infalible cotidiano del Papa solo, sino al Magisterio infalible cotidiano de la Iglesia (Papa y Obispos) esto es el Magisterio Ordinario Universal de la Iglesia.

Pero de esto no se da cuenta el P. Barbará, pues para él es todo igual, gracias a su ceguera causada por el papismo que ultranza predica.

Lo que el P. Barbará no puede comprender y con el todos los papistas, sean liberales o intransigentes, es precisamente lo que observa Umberto Betti en su tratado sobre la encíclica Pastor Aeternus: «...se afirma que la infalibilidad del Romano Pontífice es personal en el sentido que esta prerrogativa compete a todos y cada uno de los sucesores de Pedro por la promesa de Cristo. No compete sin embargo al Papa como persona privada ni aún como doctor privado; puesto que en cuanto tal, es igual a todos los otros doctores privados y, encontrándose de igual a igual, no tiene sobre ellos una autoridad obligante. La infalibilidad le pertenece en efecto, en cuanto es sumo Pontífice, persona pública, cabeza de la Iglesia, por consiguiente en su relación con la Iglesia universal. No es por esto infalible simplemente por fuerza del papado, sino únicamente cuando lo ejerce definiendo con solemne juicio cosas de fe y de moral válidas para toda la Iglesia.» (Ibid. p. 373).

Queda claro, entonces, que el Papa no es infalible por el hecho mismo del papado, sino solamente cuando ejerce el papado hablando ex cathedra.

Esto es lo que el P. Barbará y muchos con él, o contra él, no entienden. Es el problema del papismo o de la papolatría.

El papismo (exceso de infalibismo papal) anula la infalibilidad de la Iglesia, pues reduce o identifica esta con la infalibilidad del Papa. Llega incluso al extremo de equiparar la Iglesia al Papa, y de aquí se deriva necesariamente el hecho de negar, de una parte, que el Papa pueda ser hereje, cismático o apóstata; de otra parte y como reacción opuesta y extrema, afirmar a priori por la misma razón o principio la Sede Vacante; para ambas actitudes extremas y opuestas el principio es el mismo: el Papa es infalible tanto en su Magisterio Extraordinario (ex cathedra), como en su magisterio ordinario, luego no puede equivocarse y hay que obedecer siempre bajo pena de condenación eterna, salvo que no sea Papa por el cisma, la herejía o la apostasía.

Así, para el P. Barbará solamente se puede ( y debe) desobedecer porque en definitiva no es Papa, el Pontífice reinante.

Tenemos que para el P. Barbará no es una enseñanza formal y explícita la infalibilidad del Magisterio Extraordinario del Papa, lo cual viene a ser una herejía pues en el Concilio Vaticano I se definió la infalibilidad del Papa cuando habla ex cathedra, o sea, en su Magisterio Extraordinario; pero por increíble que parezca oigamos al P. Bárbara quien dice: «Convengo, la infalibilidad del magisterio ordinario del Papa no está enseñada formal y explícitamente. Pero nótese bien que la infalibilidad de su magisterio extraordinario no lo es tampoco». (Ibid. p. 205).

Esto es una herejía a la cual llega el P. Barbará por equiparar el Magisterio Extraordinario infalible del Papa con el magisterio ordinario (no infalible) del Papa.

Es una herejía porque la Iglesia definió formal y explícitamente: «enseñamos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra —esto es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, define por su suprema autoridad apostólica que, una doctrina sobre la fe y costumbres debe ser sostenida por la Iglesia Universal—, por la asistencia divina que le fue prometida en la persona del bienaventurado Pedro, goza de aquella infalibilidad de que el Redentor Divino quiso que estuviera provista su Iglesia en la definición de la doctrina sobre la fe y las costumbres; y, por tanto, que las definiciones del Romano Pontífice son irreformables por si mismas y no por el consentimiento de la Iglesia» (Dz. n° 1839).

Que no diga entonces el P. Barbará que la infalibilidad del Magisterio Extraordinario del Papa no es enseñada formal y explícitamente como una verdad de fe.

Y como ya dijimos al hablar de la «misma infalibilidad de la Iglesia» referida al Papa, se afirma no la doble infalibilidad de ejercicio del Papa (ejercicio del magisterio extraordinario y ejercicio del magisterio ordinario), sino la identidad de naturaleza y de objeto. Recordemos el texto ya citado de Umberto Betti: «El Concilio Vaticano, asimilando la infalibilidad pontificia a aquella de la Iglesia, ha querido solamente proclamar la identidad de naturaleza y de objeto, pero no del modo de ejercicio: la de la Iglesia puede ejercerse también en el magisterio ordinario, si es universal, la del Romano Pontífice solamente en el magisterio extraordinario o solemne.» (Ibid. p. 646-647).

Si el P. Barbará no ve en la expresión ex cathedra el magisterio extraordinario (solemne) del Papa, entonces el Papa siempre que habla por su magisterio sea ordinario, sea extraordinario, es infalible; es decir que siempre que enseñe, que ejerza el magisterio, es infalible por definición; lo cual es una vez más el error del papismo: el Papa es siempre infalible sin límites ni condiciones.

Contra este error la misma Iglesia enseña y advierte que: «No se ha de tener por declarada o definida dogmáticamente ninguna verdad mientras eso no conste manifiestamente» (Derecho Canónico de 1917 can. 1323§3). Esto se aplica también al Papa, luego para que el Papa sea infalible cuando enseñe, ello debe constar manifiestamente, de lo contrario no es infalible. Y únicamente consta la infalibilidad del Papa solo, cuando habla ex cathedra según la enseñanza de la Iglesia.

Además para que el P. Barbará vea que cuando la Iglesia habla de magisterio ex cathedra lo identifica al magisterio extraordinario (o solemne), citaremos el siguiente canon del Derecho Canónico 1917: «Hay que creer con fe divina y católica todo lo que se contiene en la palabra de Dios escrita o en la tradición divina y que la Iglesia, por definición solemne o por su magisterio ordinario y universal, propone como divinamente revelado.» Cannon 1323 §1. Precisando que: «El dar definiciones solemnes pertenece tanto al concilio Ecuménico como al Romano Pontífice cuando habla ex cathedra» Canon 1323 §2. Con lo cual queda claro que el Papa al hablar ex cathedra (pronunciando definiciones solemnes) lo hace según Magisterio Extraordinario del Papa solo, equiparado al Magisterio Extraordinario de la Iglesia en Concilio Ecuménico.

«El magisterio ordinario y universal de la Iglesia es ejercido por todos los Obispos del mundo en sus diócesis bajo la dependencia del Romano Pontífice», tal como dice la nota o comentario del canon 1323 del Derecho Canónico, señalando además que: «Las enseñanzas del magisterio ordinario tienen igual valor que las del solemne», entendiendo por Magisterio Ordinario el Magisterio Universal al cual se refiere el canon.

Luego queda muy claramente reflejado que hay dos grandes divisiones (clasificaciones) del Magisterio de la Iglesia: el Magisterio Ordinario Universal y el Magisterio Extraordinario, el cual a su vez se subdivide en: Magisterio Extraordinario de la Iglesia (en el Concilio Ecuménico) y Magisterio Extraordinario Pontificio del Papa solo, cuando habla ex cathedra.

Queda establecido entonces que hay tres modalidades del magisterio infalible de la Iglesia como ya habíamos visto.

Cuando se habla de la fe indefectible del Papa para confirmar a sus hermanos en la fe, se trata de la fe que confirma, de la fe infalible que puede confirmar a sus hermanos. Es la fe de Pedro en cuanto Pedro, cargo u oficio de su persona pública, no de su persona privada; oigamos al respecto el comentario de Da Silveira: «En cuanto al sentido exacto del texto de San Lucas, numerosos teólogos constatan que para el cumplimiento de la promesa de Nuestro Señor basta que no existan errores en los documentos infalibles. Así, concluyen que no hay razón suficiente para juzgar que la confirmación de los hermanos postule también la indefectibilidad de la fe del Papa como persona privada. He aquí como Palmieri, por ejemplo, expone este argumento: ‘...no es necesario que la fe indefectible sea en realidad distinta de la confirmación de los hermanos, basta que se distinga por la razón, pues si la predicación de la fe auténtica y solemne es infalible, puede confirmar a los hermanos, por eso, una única es la fe infalible y la que confirma; siendo infalible, goza ella también del poder de confirmar. La indefectibilidad del Pontífice en la fe fue pedida para que él confirmase a sus hermanos; luego de las palabras de Cristo, sólo se puede inferir como necesaria aquella indefectibilidad que es necesaria y suficiente para la consecución de ese fin; y tal es la infalibilidad de la predicación auténtica.’ « (Implicaciones Teológicas y Morales del Nuevo Ordo Missae, obra Mimeografiada en Sao Paulo - Brasil, Junio 1971. p. 147).
El Diccionario de Teología Católica reconoce lo mismo en el artículo «Infaillibilité du Pape» escrito por Dublanchy: «Ninguna de las pruebas invocadas en favor de la infalibilidad pontificia demuestra el privilegio en cuestión. Los dos textos escriturarios Mat. 16,18 y Luc. 22, 32, según la argumentación precedentemente establecida y según la interpretación constante de los teólogos, prueban únicamente la infalibilidad del Papa enseñando como pastor y doctor de la Iglesia entera, eso que los fieles están obligados a creer o admitir. Igualmente esto es todo lo que prueba, según nuestra exposición, el testimonio de la tradición católica.» (D.T.C. col 1717).

Entonces, nadie puede pretender basarse en la fe indefectible del Papa para confirmar a sus hermanos en la fe, según el texto de San Lucas 22, 22, para probar teológicamente la infalibilidad del Papa fuera del contexto preciso y definido de su magisterio ex cathedra.

Salaverri en su tratado De Ecclesia Christi dice lo mismo: «In virtute orationis suae, Christus promittit soli Petro indefectibilitatem in fide, ad hoc ut Petrus confirmet frates suos. Atqui talis promissio: a) est absoluta et eficax; b) importat infallibilitatem; c) fit Petro ut supremo Ecclesiae Capiti. Ergo apud Lc 22, 31s, Christus promittit supremo Ecclesiae Capitit infabillbilitatem.» (Sacrae Theologiae Summa vol 1. ed. B.A.C. Madrid 1962 p. 689).

Aclarando además: «Importat infallibilitatem, quia absoluta indefectibilitas in fide, et simpliciter efficax ad confirmados fratres virtus intelligi nequeunt nisi supposita infallibilitate.» (Ibid. p. 689).

Así también se lee en el Denzinger que la fe indefectible es la misma fe infalible que confirma únicamente cuando habla ex cathedra, pues poco antes de la definición de la infalibilidad del Romano Pontífice dice: «no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir el depósito de la fe. (...) esta sede de Pedro permanece siempre intacta de todo error, según la promesa de nuestro Divino Salvador hecha al príncipe de sus discípulos: Yo he rogado por tí, a fin de que no desfallezca tu fe y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos (Lc. 22, 32). Así, pues, este carisma de la verdad y de la fe nunca deficiente, fue divinamente conferido a Pedro y a sus sucesores en esta cátedra, para que desempeñaran su excelso cargo para la salvación de todos...» (Dz. n° 1836 - 1837).

Luego la fe indefectible del Papa, es la fe en el ejercicio de su cátedra enseñando (confirmando) la fe de modo infalible es decir cuando habla ex cathedra.

Todo lo demás son pías suposiciones que no son pruebas teológicas. De las pías suposiciones debemos recordar lo que tantas veces se dice sobre las buenas intenciones: que de pias intenciones está lleno el infierno. La teología es una ciencia divina, su fundamento es la fe, no bastan intenciones pías; para afirmar o negar, requiere de argumentos, de lo contrario dejaría de ser ciencia de Dios.

Por lo expuesto, resulta teológicamente infundando afirmar como lo hace el P. Barbará: «que la enseñanza del Papa, en su función de Papa, es igualmente infalible como lo es la Iglesia, cualquiera que sea el modo, ordinario o extraordinario» (Ibid. p. 206). Una afirmación como esta, corresponde a un error teológico, pues identifica totalmente el ejercicio de la infalibilidad de la Iglesia, de toda la Iglesia en pleno, es decir, todos los Obispos del mundo incluyendo al Obispo de Roma, por supuesto, (unánimemente concordes), con el ejercicio de la infalibilidad del Papa solo, unilateralmente. Resulta evidente además que si la Iglesia es infalible con un doble modo o ejercicio de infalibilidad, el Papa solo, sin tener en cuenta para nada los obispos del mundo entero para ejercer la misma infalibilidad de la Iglesia, debe efectuar un acto solemne o extraordinario de magisterio, pues un acto ordinario no bastaría ya que debería en tal caso ser un acto del Magisterio Ordinario Universal de la Iglesia (todos los Obispos) y no del Papa solo.

El Papa solo no puede realizar un acto del Magisterio Ordinario Universal de la Iglesia, pues este, por definición, exige el concurso de todos los Obispos unánimemente concordes, y no el acto de un solo obispo, aunque sea el Obispo de Roma.

Es por eso que la definición de la infalibilidad del Papa habla de ex cathedra, es decir, de un acto extraordinario o solemne del Papa solo, para que sea infalible.

Un acto del Papa solo, no puede abarcar (ser) la Iglesia Universal si está desprovisto del carácter extraordinario o solemne, no existe un acto del Papa solo, (sin los otros obispos) que sea Magisterio Ordinario Universal de la Iglesia, pues el Papa no es la Iglesia sino parte de la Iglesia: su cabeza visible. El hecho que se llame universal exige a todos los obispos y no a uno solo, aunque sea el Obispo de Roma.


Como consecuencia de su error el P. Barbará habla de una obediencia absoluta al Papa como si fuera Dios en persona. Una obediencia absoluta solo se tributa a Dios, al Ser Absoluto, jamás a una criatura, por muy representante que sea de Dios, porque aunque el Papa sea el Vicario de Cristo en la tierra, no es Dios, ni es un representante absoluto (aunque si supremo) de Dios, solo Dios es Absoluto, todo lo demás por muy sublime que sea, está condicionado a ciertos límites o restricciones. Además, la obediencia como virtud moral que es, no es absoluta, como si pueden serlo las virtudes teologales de Fe, Esperanza y Caridad, pues tienen a Dios mismo, por objeto, que es Absoluto.

Se podría hablar de obediencia absoluta al Papa cuando está en relación directa con la Fe, con la garantía de la infalibilidad. Obediencia absoluta no en si misma, sino por tratarse de la Fe infaliblemente expuesta. La Fe que tiene a Dios por autor.

Si el P. Barbará no hace ninguna distinción al predicar una obediencia absoluta al Papa, las afirmaciones de algunos santos serían un error evidente y manifiesto.

Por ejemplo, San Roberto Belarmino al decir: «...así como es lícito resistir al Pontífice que agrede el cuerpo, así también es lícito resistir al que agrede las almas, o que perturba el orden civil, o sobre todo a aquel que tratase de destruir a la Iglesia. Digo que es lícito resistirle no haciendo lo que manda e impidiendo la ejecución de su voluntad,...» (Da Silveira Op. Cit. p. 213).

El futuro Calixto II, Guido arzobispo de Vienne y legado de la Santa Sede para convocar el Concilio de Vienne (Francia) en 1112, junto con otros Obispos, entre ellos San Hugo de Grénoble y San Godofredo de Amiens, escribieron al Papa Pascual II la siguiente carta que entre otras cosas dice: «...pero si tomáis otro camino, cosa que de ninguna manera creemos, seríais vos, Dios nos libre, quien nos alejaríais de vuestra obediencia.» Rohrbacher Histoire Universelle de l’Eglise Catholique, 1903 T, VIII p. 38.

Basten estos ejemplos para rechazar la absurda y antihistórica afirmación del P. Barbará, respecto a la obediencia absoluta al Papa sin más.

La cita que el P. Barbará hace (p. 208) de Bonifacio VIII, quien dice: «Ahora bien, someterse al Romano Pontífice, lo declaramos, lo decimos, definimos y pronunciamos como toda necesidad de salvación para toda humana criatura» (Dz. 469) es lógico y evidente para el católico, pues quien la niegue, está negando el Primado de Pedro, está negando el Papado. Pero esta cita en nada afecta lo dicho, pues una cosa es que se debe sumisión al Papa, cosa que ningún católico puede negar sin dejar de ser cismático y herético, y otra es hablar de una obediencia absoluta al Papa en contra de la prudencia, de la fe y de la moral.

El P. Barbará no deja de esgrimir el mismo argumento sin distinguirlo: «Porque, cuando se trata del Vicario de Cristo, infalible para todo lo que concierne a lo que hay que creer y practicar, la fe nos asegura que no puede jamás, en su dominio, ordenar el pecado» (Ibid. p. 211). Esto es cierto cuando el Papa habla ex cathedra, cuando ejerce la infalibilidad en su dominio, tal como ha sido definido. Pero extender el dominio infalible del Papa más allá de lo expresa y formalmente definido, es quitar los límites (condiciones) inherentes a la infalibilidad Pontifical. Este es el error del P. Barbará.

Tal error lleva al P. Barbará a confundir entre obediencia al Papa y obediencia al Magisterio infalible de la Iglesia, todo es para él lo mismo sin ningún matiz, sin ninguna distinción, así trae la cita de San Pío X quien dice: «El primero y más grande criterio de la fe, la regla suprema e inquebrantable de la ortodoxia, es la obediencia al magisterio siempre vivo e infalible de la Iglesia establecido por Cristo, la columna y el sostén de la verdad» (Ibid p. 213).

Además el P. Barbará confunde paladinamente entre obediencia al Papa en general y obediencia al Magisterio Infalible del Papa cuando habla ex cathedra, lo cual se identifica con la obediencia al Magisterio Infalible de la Iglesia. Todo esto demuestra una idea obsesiva que es además errónea teológicamente.

Hay afirmaciones que deben precisarse para no engendrar confusión y caer en el error, por ejemplo cuando el P. Barbará declara: «Porque, cuando se trata del Vicario de Cristo, infalible para todo lo que concierne a lo que hay que creer y practicar, la fe nos asegura que no se puede jamás, en su dominio, ordenar el pecado» (Ibid p. 211).

Esto es verdad cuando el Papa habla ex cathedra, pero nada más. La fe nos asegura y afirma que el Papa es infalible en su dominio cuando habla ex cathedra, pero no afirma que es infalible en su dominio cuando no habla ex cathedra, como pretende a toda costa el P. Barbará, alegando la infabilidad para el Magisterio Ordinario del Papa, que no es ex cathedra

Además el P. Barbará sostiene que para resistir al Papa (o a cualquier superior) es necesario que el Papa (o ese superior), o bien no esté en su dominio, o que ordene el pecado, de lo contrario no se puede resistir o desobedecer (cf. Ibid. p. 210).

Una vez más hay que decir que el Papa es en su dominio infalible cuando habla ex cathedra, si no reúne las condiciones para hablar ex cathedra, no es infalible por más que esté en su dominio. A menos que por dominio del Papa se entienda exclusivamente cuando habla ex cathedra.

Otra de las afirmaciones que hay que sopesar es la siguiente: «Lo que siempre y en todas partes ha sido recibido por todos en la Iglesia de Cristo, quiere decir que el Papa reinante es la regla próxima y viviente de la fe» (Ibid. p. 174).

Afirmar que el Papa es la regla próxima y viviente de la fe, requiere o supone que se esté hablando del Papa cuando habla ex cathedra, de lo contrario el Papa solo, no podría ser regla (infalible) de la fe, pues no sería infalible.

Además el viejo adagio «Ubi Petrus ibi ecclesia» (donde está Pedro está la Iglesia) es válido siempre que el Papa se comporte como tal; es el mismo Cardenal Journet quien dice siguiendo al Cardenal Cayetano: «En cuanto al axioma ‘dónde está el Papa está la Iglesia’, vale cuando el Papa se comporta como Papa y Jefe de la Iglesia; en caso contrario ni la Iglesia está en él ni él en la Iglesia». (Da silveira, Implicaciones teológicas y Morales del Nuevo Ordo Missae, trabajo Mimeografiado en San Pablo, Brasil 1971, p. 185).


Teológicamente no podemos estar de acuerdo con los principios sobre los cuales el P. Barbará basa su Sedevacantismo. Son los mismos principios de los papistas. Él mismo en una entrevista en Madrid se confesó papista. El criterio es ser católico, apoyándonos en el Magisterio de la Iglesia y en la sana teología sublimemente expuesta y condensada por el Doctor Común de la Iglesia Católica, el Angélico Doctor, Santo Tomás de Aquino.
La cuestión teológica de la Sede Vacante es un problema que se plantea hoy más que nunca. El tema debe ser tratado teológica y doctrinalmente, como corresponde ser tratada toda cuestión teológica en la Iglesia.

No se puede tener la actitud del avestruz de esconder la cabeza para no ver, ni cerrar los ojos por miedo a la verdad. Debe rechazarse toda posición que al no enfrentar y asumir con inteligencia y sabiduría un asunto delicado, genera una gran confusión y crea un tabú que oculta la verdad e induce al error.

Hay que decirlo con toda firmeza y verdad. El Pontificado de Juan Pablo II (aunque no sea el único) plantea un grave interrogante como cabeza visible de la Iglesia, como Vicario de Cristo, que no se puede ocultar, eludir o esquivar.

Desde el punto de vista católico, es incompatible (repugna en los términos) que un Papa sea tal y que al mismo tiempo sea el principal destructor o demoledor de la Iglesia de la cual es cabeza.

Un Papa no puede ir de modo continuo y permanente contra el Bien Común de la Iglesia. No puede ir de modo habitual contra la Tradición (infalible) de la Iglesia. No puede ir contra la Doctrina, el Culto y la Moral. No puede, en definitiva, destruir la Fe Católica.

Tales obras y acciones son más bien de un antipapa que de un verdadero Papa. Conste que ha habido en la historia de la Iglesia más de 40 antipapas.

Teológicamente es posible que un «Papa», no lo haya sido nunca o que haya podido dejar de serlo. El Cisma, la Herejía y la Apostasía son causas que pueden explicarlo.

Personalmente hice un trabajo (tengo que decirlo por honestidad intelectual) sobre el tema, titulado: «Consideración Teológica sobre la Sede Vacante!» (en 1994) y en vez de haber sido refutado o aprobado fue estigmatizado y confinado en el archivo del silencio.

No se quiere hablar del tema como corresponde entre los que dicen que sirven y aman la verdad.
La Iglesia es esencialmente doctrinal y teológica y ante un problema teológico siempre hubo estudio y debate, la famosa «disputatio» de los medievales, y del Angélico.

Pero hoy el mundo se debate por todo, menos por Dios y la verdad.

Es para mí muy triste tener que decir estas cosas, pero sería más triste aún si dejara de decirlas, convencido y persuadido de que son así.

La verdad nos hará libres, dijo Nuestro Señor Jesucristo, luego toda libertad que no se funde en la verdad es falsa.

La verdad nos libera del error, de la ignorancia, del miedo, disipa las tinieblas, nos da luz y nos hace ser hijos de Dios, por eso Jesucristo dijo: «Yo soy la verdad, el camino y la vida».

Luego que el hombre no venga con su pequeñez y mediocridad a querer impedir el conocimiento de la verdad, por miedo, ignorancia o cobardía.

Si hay una cuestión que teológicamente se plantea, hay que abordarla con caridad y sabiduría, lo demás es cerrar los ojos a la verdad.


Para disipar cualquier duda o confusión acerca del Magisterio Infalible de la Iglesia nos remitiremos a lo expuesto por Salaverri en su tratado De Ecclesia Christi en el volumen I de Sacrae Theologiae Summa Ed. B.A.C. Madrid, 1962.

«Thesis: Christus Dominus instituit in Apostolis Magisterium: authenticum, perpetuo duraturum et infallibile» (Ibid p. 654).

Magisterium authecticum (ab á 9 íô á = auctoritas) est munus tradendi doctrinam a legitima autoritate institutum. (...) Magisterium, authenticum stricte dictum est illud quod talem se ipso vim habet ad doctrinam imponendam,...» (Ibid. p. 655).
«Magisterium infallibile es illud quod summum auctoritatis gradum obtinet. Infallibilitas enim est, ingenere, immunitas ab errore, quae disntingui solet duplex: a) Infabillibilitas facti, seu mera inerrantia, est simplex factum immunitatis ab errore; b) Infabillibitas iuris est impossibilitas errandi,...» (Ibid. p. 655).

«Magisterium dividi tandem solet in scriptum et vivum. (...) Vivum dicitur magisterium quod vitalibus et consciis hominum actibus exercetur, sive ope utatur magister dividi ultra potest in traditionale et non traditionale seu inventivum. (...) Traditionale vero est magisterium quod obiective clausum veritatum depositum custodire, declarare, explicare et tueri tatummodo debet.» (Ibid p. 656)

«Episcopi, Apostolorum successores, infallibiles sunt, quando concordes sub Romano Pontifice doctrinam definitive tenendam fidelibus imponunt, sive in Concilio sive extra Concilium.» (Ibid. p. 665).

«Modus exercendi magisterium alius est extraordinarius alius vero ordinarius. Extraordinarius est modus quo magisterium excercent Episcopi coadunati in Concilio sub Romano Pontifice. Ordinarius vero modus est quo Episcopi, in communione cum Romano Pontifice perseverantes, magisterium exercent per orbem dispersi in suis Diocesibus.» (Ibid. p. 666).

«Modi igitur exercendi Magisterium oecumenicum ordinarius, seu extra Concilium, et extraordinarius, seu in Concilio, essentialiter conveniunt in eo, quod uterque est actus universae Ecclesiae docentis sub Romano Pontifice;...» (Ibid. p. 667).

«In condicionibus, quas assignat thesis, Episcopi docent a) ut collegium, quia concordes sub Romano Pontifice, b) summo autoritatis doctrinalis gradu, quia definitive docent, c) obligatione imposibilita sub salutis discrimine, quia doctrinam omnino tenendam imponunt, d) universum fidelium gregem, quia Episcopi omnes residentiales sunt qui docent.» (Ibid. p. 670).

P. BASILIO MERAMO
SANTA FE DE BOGOTA, ABRIL 7 DE 1996
Fiesta de Pascua
2da Impresión, Diciembre de 2.000 Santa Fe de Bogotá