Amados
hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En
este domingo dentro de la octava y después de la Ascensión de nuestro Señor a
los cielos en cuerpo glorioso, habiendo preparado a sus discípulos durante esos
cuarenta días anteriores a su Ascensión, consolidándolos e instruyéndolos,
antes de partir a los cielos, promete nuestro Señor la venida del Paráclito,
del Espíritu Santo, del Consolador, como dice la Vulgata pero que, como
advierte el padre Castellani muy sabiamente, más que consolador (paño de
lágrimas) es el fortificado. Paráclito quiere decir en griego el que está
junto, como el que apuntala, el que sostiene y eso desde adentro. Por eso él es
el que nos confirma en la plenitud de la gracia septiforme que se recibe en la
confirmación y por eso tenía que venir para plenificar la Iglesia, consolidarla
en su gracia, para que persevere incólume hasta el fin de los tiempos; esa es
la obra del Espíritu Santo.
El
Espíritu Santo es el soplo divino del mutuo amor, entre el Padre y el Hijo, esa
Tercera Persona que se origina del amor que hay en Dios y que es Espíritu. Por
eso la Iglesia se consolida en el amor de Dios. Ese es el carácter sobrenatural
de nuestra religión, que no es una religión natural como hoy insensiblemente se
la está prodigando; nuestra doctrina es formalmente sobrenatural, no una simple
creencia en Dios infinito, omnipotente, bueno, providente, sino además un Dios
que se reveló como Uno y Trino, y que nos participa de su naturaleza divina,
que es la gracia santificante.
De
allí la gran promesa de nuestro Señor antes de partir a los cielos en cuerpo
glorioso; nos augura la venida del Espíritu Santo que Él enviará junto con el
Padre; esa es la misión del Espíritu Santo, del soplo de amor divino para que
permanezca en la Iglesia vivificándola como su alma y es Espíritu de verdad, no
de confusión, ni de oscuridad, ni de error, como dice nuestro Señor.
Así,
entonces, les dice a sus apóstoles que el Espíritu de verdad dará testimonio de
Él como los discípulos y todos sus descendientes tendrán que darlo de nuestro
Señor profesando públicamente la fe católica como fruto de esa revelación. Como
dice Santo Tomás citando a San Juan Crisóstomo, el fruto del Espíritu Santo es
la profesión de la fe en nuestro Señor Jesucristo dando testimonio de la
verdad, sin parte con ningún error; por eso la fe es infalible, por eso la
Iglesia inconsútil no acepta, no tolera el error, porque no sería la Iglesia de
Dios. Eso, mis estimados hermanos, debemos tenerlo en cuenta sobre todo hoy,
porque la comunión en la santa Iglesia católica es en la verdad, en el Espíritu
de verdad, que es espíritu de amor. Y no le busquemos una quinta pata al gato.
Por
eso no me cansaré de recordar lo que dice nuestro Señor: “No todo aquel que
dice ¡Señor, señor! entrará en el reino de los cielos, sino aquel que hace la
voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Y la voluntad del Padre, ¿cuál
es? Que se guarde su palabra, su Verbo. Y, ¿cuál es el Verbo del Padre, cuál su
palabra? El Hijo, y Éste se encarnó, se hizo hombre y a través de ese Verbo se
revela el Padre, se revela Dios como Uno y Trino y en la revelación de esa
doctrina, de esa palabra, está hacer la voluntad del Padre.
Esa
principios que nuestro Señor dice no son de Él, sino del Padre, porque Él es su
Verbo, su pensamiento. Eso es lo que sirve de característica fundamental para
tener en medio de la gran confusión que nuestro Señor predice en el evangelio
de este día, al advertir a sus discípulos que no se escandalicen cuando sean
echados de la sinagoga, es decir, excomulgados, porque serán antema-tizados los
verdaderos fieles de Cristo por mantener el testimonio real de Dios.
Y
eso, mis estimados hermanos, es hoy una realidad que se ha cumplido
literalmente, históricamente, con la condenación oficial que se hizo a monseñor
Lefevbre y a monseñor De Castro Mayer. Esos son hechos históricos y no nos
escandalicemos. He ahí en lo que no debemos caer, en el desconcierto de esa
falsa excomunión por mantenerse en la verdad de Dios y no claudicar como lo
hicieron los sucesores de monseñor De Castro Mayer en Brasil con el padre
Rifán, al cual le había dicho yo dos años atrás que tuviera cuidado porque, “no
es fiel a monseñor De Castro Mayer”; las cartas que le he enviado a él
públicamente no son las primeras, porque ya se le veía el caminado y por éste
se conoce al personaje.
Lo
mismo pasa, duele decirlo, con respecto al padre Aulagnier, uno de los
principales miembros de la Fraternidad, hablando de pluralismo litúrgico y de
catolizar la misa moderna, cuando monseñor Lefebvre dijo que era bastarda,
porque había nacido así en la cópula de ese acercamiento ecuménico entre
católicos y protestantes. Lo que sale de allí es una doctrina, una liturgia
falsa y eso no se puede legitimar; si hay un matrimonio legítimo no se puede
legalizar a los hijos nacidos fuera de él. Entonces, ¿cómo se puede legitimar
una misa de esas características? Eso es imposible. He estado esperando que me
conteste el padre Aulagnier, porque lo que no puede ser es que se propague el
error y los fieles estén sin directivas, sin saber qué hacer. Él, en los
comienzos, fue el brazo derecho de monseñor Lefebvre y empieza a caminar
torcido como el padre Rifán; lo digo con dolor porque lo que aquí menciono me
toca hacelo de puño y letra.
Y
para aumentar ese concierto musical carnavalesco, la misa del cardenal
Castrillón, después de más de treinta años sin decirse en la Basílica de Santa
María la Mayor. Claro que es muy fácil alegrarse, pero es también consecuencia
de la ignorancia y por eso es mi deber, mis estimados hermanos, como deber de
caridad, combatir la ignorancia.
No
es diciendo una Misa de Pío V, después de tanto tiempo, como se vuelve a la
Tradición. ¿Cuál dijo al otro día y cuál está diciendo hoy el cardenal
Castrillón? O acaso, ¿con decir una misa tradicional, con eso ya está bien y se
profesa toda la fe católica y no hay ningún problema? ¡No señor! Eso no es
ningún signo de acercamiento, no lo hay, lo que hay y lo que compete es la
profesión de la fe católica en toda su pureza, en toda su integridad, dando
testimonio del espíritu de verdad y no oficiando una misa como si fuese una
payasada de circo. Porque además han asistido todos los falsos tradicionalistas
liberales de Eclesia Dei de San Pedro, todos los que se han ido de la
Fraternidad y que critican tanto a monseñor Lefebvre como a nosotros y quieren
el contubernio con el error invocando la autoridad del Vaticano, la del Papa,
la de los obispos.
La
autoridad de la Iglesia es para dar testimonio de la verdad y no del error, y
nuestro Señor es categórico en eso. Él mismo nos dice, hablando de los falsos
profetas, que estarán dentro de la Iglesia con apariencia de virtud. San Juan
Crisóstomo nos advierte que son mucho peor que los que están fuera, porque son
los enemigos internos, ocultos, quienes solapadamente socavan los fundamentos
de la Iglesia católica. Así lo hizo ver hace un siglo su santidad Pío X cuando
dijo que los modernistas estaban socavando la raíz misma de la Iglesia católica
y que lo único que se esperaba, viendo los acontecimientos históricos de aquel
momento, era que el anticristo naciera. Son palabras del sumo Pontífice Santo y
Patrono de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Porque hay que estar en comunión
con la verdad.
Monseñor
Lefebvre fue excomulgado, cumpliéndose literalmente lo que dice nuestro Señor:
“Seréis expulsados de la sinagoga”, ésta en aquel entonces era la Iglesia del
Antiguo Testamento instituida por Dios. Por eso no debemos escandalizarnos
cuando nos echen de la Iglesia por defenderla. Hay que tener una fe muy firme,
una visión muy clara, hay que ser un católico instruido. En esta crisis no se
aceptan soldados de medio pelo; esos no le sirven ya. Se necesitan soldados de
Cristo y no católicos aburguesados y mediocres que todo les da igual, que les
da lo mismo prenderle una vela a Dios y otra al diablo.
“No
todo el que dice ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que
hace la voluntad de mi Padre celestial”. Es más, “pensarán hacerle un
servicio”, dice nuestro Señor. Agrega Santo Tomás, que se refiere a los judíos
porque los paganos no persiguen en el nombre de Dios sino en el de los dioses;
pero el judío acosa en el nombre de Dios y por eso pensarán hacerle un
servicio. Con lo cual nuestro Señor está también profetizando y señalando el
hostigamiento judaico que habrá a lo largo de los tiempos y que se acrecentará
hacia el final.
Lo
que está pasando hoy es la judaización de la Iglesia, son los judíos los que
gobiernan y dominan el mundo y entronizarán al anticristo, para lo cual
necesitan una Iglesia de acuerdo a sus
intereses, para que no haya resistencia.
Por
eso esa obra que está haciendo monseñor Castrillón es una obra típica de un
israelita; entonces, que no sea un idiota útil que se preste a ello. Y si es un
judío avispado entonces se le desenmascarará, pero lo que no puede ser es que
no veamos claro y que caigamos ingenuamente como una niña de quince años un
poco cándida y un poco pura, pero un poco tonta también, en las manos de su
seductor. Duele decirlo, pero es así.
El
Evangelio emplea las imágenes fuertes; el mismo casto San Juan, cuando muestra
el misterio de la mujer escarlata, simbolizado por una prostituta. Tengamos
cuidado, porque a una mala mujer uno no se acerca. ¿Y qué hace monseñor
Castrillón, que hoy oficia la misa tradicional y mañana la nueva, y que va con
el que primero le ofrezca más? Espero, mis estimados fieles, que ninguno se
escandalice y si se lo hacen, pues sacudo mis pies y me voy a otra parte.
No
puede ser que nos dejemos insensiblemente adormecer y que toda la prensa
internacional esté al unísono. Por eso es mi deber decirlo, porque aun dentro
de la Fraternidad no todos los sacerdotes lo comprenden, es un hecho, pero
aquellos que crean que sí lo entienden, tienen que alzar la voz en el nombre de
Dios y en del Espíritu Santo. Es muy fácil hablar de un San Atanasio hace
diecisiete siglos, pero lo que no puede ser es que empeorándose la situación no
haya Santos Atanasios hoy, eso no puede ser. Y si no existen, es porque no hay
Iglesia católica.
El
mismo monseñor Williamson me dijo un día: “Cayó Campos...”, es decir, los
sacerdotes que continuaron y se unieron a monseñor De Castro Mayer. “...¿caerá
la Fraternidad?”. Pidamos para que no claudique, no se escandalice de ser
señalada con el dedo como los desechos de la sociedad clerical, como lo
advierte San Pablo, “seréis señalados como la escoria de la sociedad”; y ahí
está nuestro honor, nuestra humillación y nuestra humildad. Porque hay que ser
modestos para dejarse escupir así la cara y mantenerla en alto, como un
verdadero soldado confirmado en la gracia del Espíritu Santo.
Si algún fiel no entiende esto, le pido me lo
diga para esclarecérselo y si no quiere comprender es que se equivocó de lugar.
Hay que saber que nos espera un combate rudo, cruel y que no es para muchos
sino para unos pocos predilectos y amados de Dios, que lo buscan en todas las
cosas y en primer lugar, y que Él para ellos no es un artículo de lujo de
segundo o tercer orden sino que es esencial,
fundamental. Donde no está Dios verdadero no hay nada, todo es
podredumbre y basura. Primero Dios, decía Santa Juana de Arco, y murió tildada
de loca, como engañadora y mala mujer por el obispo Cochón, que hasta ese
nombre tiene, pues quiere decir cochino, cerdo, y él era el miembro más
encumbrado de la universidad de La Sorbona, de París. Fueron algunos
integrantes de esta universidad los que persiguieron y mandaron ejecutar a
Santa Juana de Arco, que permaneció fiel a la palabra divina muriendo con gran
entereza.
Y
ahora, ¿cómo es posible que nosotros, siendo muchos más, vayamos a claudicar,
nos vaya a dar miedo? ¿De qué? ¿De que no nos den permiso? ¿De qué? ¡No señor!
Para ser católicos, nadie le pide autorización a la Iglesia para ser bautizado,
simplemente le manifiesta y le pide que le dé la fe en el bautismo. Nosotros no
necesitamos ningún permiso para decir la Misa de siempre; ninguno. Y no hay
ninguna excomunión, no existe. La Tradición no puede ser condenada. Por eso
monseñor Lefebvre decía que si había algún anatematizado serían ellos, los que
arrinconan y persiguen a la Tradición de la Iglesia, los que no la quieren y
desean una implantación de una Iglesia mancomunada, que cobije a todos los
hombres sin dogmas ni credos que dividan. Esa será la Iglesia del anticristo y
“a ese sí le recibiréis”, dice nuestro Señor, “pero yo, que no vengo en nombre
propio, sino en el de mi Padre, me rechazáis”; por eso le crucificaron. Por eso nosotros vamos a la
inmolación y no nos hagamos ilusiones de que así no sea.
Ahí
está la gloria, en poder soportar esa sacrificio como verdaderos católicos sin
escandalizarse, llenos del amor del Espíritu Santo que es el alma de la Iglesia
y no el espíritu de error y de mentira que entró con el Vaticano II como el
humo del infierno, como el mismo Pablo VI, siendo pontífice en aquella época,
lo dijo.
Por
eso el evangelio de hoy debe servirnos para que nos consolidemos en el espíritu
de verdad y no nos asombremos cuando seamos proscritos. Porque la Iglesia
católica, apostólica y romana no son los muros de piedra, no son los edificios,
es el alma de todo fiel a Cristo, los Cristifideles, que por un misterio
de iniquidad serán dispersados por el mundo. Ese es el gran misterio de
iniquidad de la Iglesia. La congregación de los Cristifideles al fin de
los tiempos sean dispersados físicamente, materialmente, pero unidos en la
verdad del Espíritu Santo, del soplo de amor del Espíritu de verdad de Dios.
Por eso el próximo domingo, que será Pentecostés, la Iglesia quedará definitivamente
consolidada, reafirmada, coronada en ese soplo de amor del Espíritu Santo que
es Espíritu de verdad y que durará hasta el fin de los tiempos.
Pidamos
a nuestra Señora que sepamos dar testimonio de nuestro Señor profesando la fe y
la verdad sobrenatural y eso con el amor, con el soplo de Dios, del Espíritu
Santo y así no tendremos miedo a nada ni a nadie, sólo a Dios. Él será lo único
que realmente nos interese, todo lo demás es secundario. Ese es el sentido
verdaderamente católico, en el que todo fiel debe vivir y morir y por eso hay
que recordarlo, sobre todo ahora, en esta hecatombe que estamos viviendo fuera
y dentro de la Iglesia. Pidamos al Espíritu de amor que ilumine nuestras
inteligencias y el corazón con su llama, con su fuego, para que así
permanezcamos en este testimonio fidedigno y veraz de Dios. +
P. BASILIO MERAMO
1 de junio de 2003
1 de junio de 2003