San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












Website counter Visitas desde 27/06/10



free counters



"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





Link para escuchar la radio aqui

domingo, 26 de julio de 2020

OCTAVO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Se nos muestra hoy en el evangelio al mayordomo infiel. Parábola que no deja de presentar cierta dificultad. Por un lado –aparentemente– hay una acción mala y sin embargo, nuestro Señor alaba esa perspicacia del administrador desleal. A primera vista podríamos pensar que se trata de un robo, de una falsificación que hace el trabajador hipócrita al rebajar la cuenta y estaríamos muy mal parados porque sencillamente nuestro Señor no podría alabar algo que fuese en sí malo, con un ejemplo malo, de robo o de falsificación, como desgraciadamente algunos predicadores ligeramente se han aventurado a decir; y por eso el padre Castellani, eminente exegeta, esclarece estos puntos.

Y así otra cosa es que el mayordomo tenga facultad en nombre de su amo, para hacer y deshacer dentro de ciertos límites, como pasa con un administrador de amplias facultades, que se aprovecha abusando, estira un  poco más la manga y así se beneficia. Era lo que hacía este mayordomo, que sin robar, sin falsificar, aprovechaba, como aquel que parte y reparte se queda con alguna parte. Pudo de esta manera condonar parcialmente su deuda, porque si no, no sería válida esa escritura, ese papel, si no hubiera tenido esa facultad. La cuestión está en que lo hizo no en beneficio de su amo, sino para el suyo propio, para granjearse la amistad cuando no tuviera ya aquel trabajo. 

Por eso alaba nuestro Señor la sagacidad de ese mayordomo infiel, en el sentido que acabo de decir, y lo pone de ejemplo para que los hijos de la luz seamos más perspicaces que los hijos de este mundo, los hijos de las tinieblas.


Vemos cómo nuestro Señor excluye la estulticia, que en lenguaje vulgar es la estupidez. Mucha gente cree que la religión nos vuelve tontos, imbéciles. ¡No señor! La religión nos dignifica, nos cultiva todas las potencias del alma, entre ellas la inteligencia, y tanto es así que hay un don de inteligencia, un don de sabiduría, un don de ciencia. Lejos entonces de la religión y de la Iglesia esa santa bobería, esa estupidez que no es característica de la sabiduría divina ni de la de la Iglesia, ni de la sabiduría de los santos.

Otra cosa es la mansedumbre, la bondad, la paciencia, pero un santo jamás será un tonto, un bobo o estúpido, un estulto. En eso quieren convertir la religión los enemigos, Satanás. El católico no es un castrado espiritual, que no ve, que no oye, ¡No señor! Tiene la luz de la fe y los dones del Espíritu Santo, para que combata al mal y sea más sagaz, más perspicaz que los hombres de este mundo en sus negocios. Y es una vergüenza que esto suceda. Pero nuestro Señor sabía que iba a pasar y por eso nos pone el ejemplo, para que no nos dejemos sacar ventajas.

¿Cómo es posible que el avaro piense y gaste más su tiempo contando las monedas de su negocio que nosotros, por lo menos lo mismo, en los negocios y en las cosas de Dios? Le pone mucho más amor el hombre de este mundo a sus negocios, en los que tiene puestas la fe y su esperanza, que el católico en Dios y en la Iglesia. Nuestro Señor nos advierte, para que tengamos, por lo menos, esa misma sagacidad e intuición, y así poder defender el patrimonio divino de la Iglesia y la fe contra los enemigos, contra todo aquello que ataca a la Iglesia. Lo vemos hoy de una manera más evidente; faltan esos hombres sagaces que defiendan a la santa madre Iglesia para no dejarnos aventajar por el enemigo que está muy bien organizado y muy bien guiado, porque hay una gran inteligencia en los misterios del mal, y esa gran inteligencia es la de Satanás, la de Lucifer, uno de los ángeles más poderosos y brillantes que había creado Dios, y que le dio la espalda por puro orgullo.

Y si la Iglesia y la santa religión están en situación tan calamitosa, no es tanto por la culpa del maligno, de los malos hombres de este mundo, sino por la culpa de aquellos que nos decimos católicos y que no tenemos esa inteligencia, esa agudeza para defendernos de los malos, para defendernos del mal. Es una actitud que claudica, es como el cuerpo que no tiene vigor para repeler el virus, la enfermedad, y toda enfermedad hace mella en el cuerpo que no es vigoroso; entonces, si el mal entra en la Iglesia es por la falta de fuerza de sus miembros, de ingenio, de inteligencia, de espíritu de combate, y éste ha sido viciado por el pecado del liberalismo; por eso San Ezequiel Moreno Díaz, patrono de este Priorato, hizo escribir en el sarcófago ese epitafio magnífico con letras grandes, para que quedara definido cuál era el problema: “El liberalismo es pecado”.

Y ese liberalismo es el que nos hace claudicar, no ver enemigos, no ver el mal que nos quita la energía de combatir como un organismo sano y nos hace tolerantes, pacifistas, para que así el virus encuentre facilidad en destruir el organismo; eso pasa en la Iglesia. Y todo aquel que de algún modo lo combate es automáticamente puesto en un rincón, desechado; por eso hoy abundan en la Iglesia esos obispos y cardenales tolerantes, pacíficos, sin espíritu de combate por la verdad y el amor a la santa Iglesia.

Entonces, no es de extrañar que estemos en esta situación, con la religión en flagrante decadencia; pero Dios permite todo eso para mostrar que aun así su Iglesia es divina, aunque sufra acrisolada, como el oro en el fuego, para que se purifique. Permite que haya esa angostura, esa estrechez que nos toca sufrir si somos fieles y perseverantes en nuestro Señor y en la santa Iglesia, en la Iglesia católica, apostólica y romana, aunque de Roma nos vengan hoy la herejía y el error por vía de autoridad.

Ese es el gran misterio de iniquidad anunciado mil y una veces por tantas profecías, por nuestra Señora en La Salette, en Fátima, en Siracusa, donde no hizo más que llorar, llorar y llorar. ¿Y cuándo una madre llora sin parar, sin decir palabra? Cuando ve el estado infeliz de sus queridos hijos; pues bien, ese estado triste fue el que Ella manifestó con un llanto incesante durante tres o cuatro largos días, en 1953, durante el pontificado del papa Pío XII.

 ¿Y qué no diría hoy cuando ya han pasado cincuenta años y la cosa es mucho más grave? Debemos por eso ser sagaces también en las cosas de Dios, como por lo menos lo son los hombres con los asuntos de este mundo. Esa es una parte de la moraleja de esta parábola que encontramos en el evangelio de hoy.


La otra parte es que ese dinero inicuo, no robado, no ha sido obtenido según la moral, porque yo puedo hacer que un objeto sea mío, pero de un modo moralmente aceptable.

Cuánta gente hace dinero con trabajos que hacen daño, como lo puede hacer un farmacéutico vendiendo drogas abortivas, o como lo puede hacer una gran empresa haciendo películas malas; no está robando, pero sí está obteniendo un dinero, aunque propio, mal habido, dinero inicuo, de iniquidad. El dinero ganado con la prostitución, clásico ejemplo del dinero mal habido. Sin embargo, no es robado, le pertenece en justicia a la persona, por eso no debe reintegrarlo. ¿Qué hacer con ese dinero? Granjearme el favor de Dios haciendo limosna con él, porque si fuera dinero hurtado debería restituirlo en justicia a su legítimo dueño y si no lo puedo hacer para no delatarme, sí debo darlo de limosna a los pobres, pero eso es otra tema.


Lo que quiere decir nuestro Señor es que con todo ese dinero mal habido, si nos arrepentimos de haberlo obtenido de un modo inmoral y si hacemos limosna con él, nos ganamos el cielo. Qué esperanza se nos abre ante un mundo que no hace más que pensar en ganar dinero sin importar de qué manera. Y así, entonces, tenemos la segunda parte que nos ofrece nuestro Señor, para que con ese dinero mal habido, una vez arrepentidos, aunque nos pertenezca, se nos abran las puertas del cielo si lo empleamos bien dándolo al necesitado.

Esa es la enseñanza que nuestro Señor nos deja en este pasaje del evangelio de hoy, en esta parábola que nos ayuda a tener más confianza en Dios y a ser más generosos, sabiendo que ese altruismo será retribuido con la gloria del cielo.

Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que tengamos esas disposiciones de corazón, para poder ganarnos el cielo a pesar de los dineros mal habidos y que no nos dejemos aventajar por los hombres de este mundo, que no sean más sagaces en sus negocios que nosotros en defender nuestra santa religión y la santa madre Iglesia. +

P. BASILIO MERAMO
14 de julio de 2002

domingo, 19 de julio de 2020

SÉPTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
El Evangelio de este domingo tiene una aplicación sorprendente: la alerta en la cual nos pone nuestro Señor mismo, sobre todo en estos días, en esta época, en este tiempo en el que se presagian para aquellos que son fieles a Dios, las profecías anunciadas con todas sus advertencias; tenemos que tomar conciencia cada día de que vivimos en ellos de un modo cada vez más palpable y evidente, porque de ello dependerá la salvación de nuestra alma. No será difícil nuestra redención si perseveramos en la Iglesia católica, en la fidelidad a nuestro Señor Jesucristo.

Muchos de los errores que comete la gente de buena voluntad se debe a que no saben situar el mal de la crisis presente dentro de ese contexto apocalíptico y piensan que es pasajera; dificultad la ha habido siempre en la Iglesia, pero pasa. Y por eso entonces esperan que amaine la tormenta quedándose encerrados en casa. Pero eso no sucederá con la última gran crisis universal, que no será superada sino que será final, la última. Como en la vida nuestra, en la cual podemos tener muchas enfermedades y pasan, pero habrá una última que será la mortal, y qué mal haría un médico que le diga que esa es otra enfermedad sin importancia cuando es terminal y lo enviará al fondo del sepulcro. Así acontecerá al fin de los momentos finales, en esta crisis de los últimos tiempos apocalípticos. Y por eso nuestro Señor dice en el evangelio hoy, ¡cuidado con los falsos profetas!

¿Quiénes son los falsos profetas? En el Antiguo Testamento eran los hombres de Dios los encargados de dirigir al pueblo elegido y hablaban en el nombre de Él para manifestar las cosas de Dios, y bajo su inspiración divina les hacía ver y así presagiaban el futuro. Eran los dirigentes, los encargados de conducir, de dirigir al pueblo elegido, de enseñar la religión. Por eso dice Santo Tomás de Aquino en su comentario al evangelio de San Mateo, que los profetas son los prelados de la Iglesia, los doctores de la Iglesia. Eso dice el gran doctor Santo Tomás de Aquino acerca de los profetas, lo cual se ve muy bien porque son los conductores, los guías espirituales de la Iglesia, los que enseñan la religión y la doctrina, los que cuidan el rebaño; son entonces los prelados, es el clero, es todo predicador que hay en nombre de Dios. Si eso es el verdadero enviado, entonces, ¿cuál es el falso? Es todo lo contrario, es un hombre que hipócritamente ejerce ese ministerio, falsifica la doctrina, la la religión, la palabra de Dios. Eso han hecho muchos herejes, muchos cismáticos que toman una parte del dogma para negarlo o para exagerarlo, buscando que así se pierda el equilibrio de ese conjunto arquitectónico que es nuestra santa religión con su teología y sus principios.

Por eso los falsos profetas, como lo han sido todos los herejes, vacían, adulteran el contenido sobrenatural para meter uno humano y natural, para cambiar el significado. Esto lo hace ver el padre Castellani citando un proverbio francés: que sólo se destruye lo que se sustituye. Entonces el falso profeta cambia la verdadera religión por una falsa, y de ahí el grave peligro.

Por eso la advertencia de nuestro Señor para todos los tiempos de la Iglesia, y con mayor necesidad para los últimos que nos toca vivir; eso es lo que se ha significado con todas las señales religiosas del cielo desde hace dos siglos, comenzando con nuestra Señora en la Rue de Lubac en Francia, con la medalla Milagrosa, pasando por Lourdes, por Fátima, Siracusa y todo para mostrar la gravedad del momento. Nuestra Señora en La Salette llora, pero también habla; en Siracusa no habla sino que llora por uno, dos, tres y cuatro días consecutivos, sobre este mundo que ya no tiene solución y que ha caído bajo la égida del demonio, de Satanás y de sus supósitos.
Eso dentro de la Iglesia, con el mal que causa dentro de ella, para que así se conviertan en falsos profetas que tergiversan, que adulteran, que vacían la religión dándole un contenido natural y quitándole el sobrenatural. Así se adultera y lo vemos hoy, estimados hermanos. Esa adulteración, esa remedo de la religión católica. El que no lo vea está ciego, no tiene fe. Porque no hay más que pensar en la crisis universal, porque no está aquí en Bogotá o en Colombia o en un país determinado, sino que es en todo el orbe católico, es universal y viene desde arriba; el error viene de la cabeza, por vía de autoridad, con el peso y el sello de la jerarquía y nosotros sabemos que ésta puede traicionar su sagrado ministerio; siempre ha pasado en la historia política y social de los pueblos, que han sido traicionados por su gobierno.

Nosotros también podemos ser vendidos por la autoridad dentro de la Iglesia. El judaísmo es una claudicación por culpa de la autoridad que engañó al pueblo, cambió las Escrituras para no basarse en ellas, en la Ley de Moisés, en la Ley que está contenida en el Pentateuco y en todo el Antiguo Testamento, en los profetas, para crear una tradición humana contenida en el Talmud y en la Cábala; eso pasó con el pueblo elegido, esa fue su desgracia y también puede ser la nuestra.

Y ¿qué pasa con Iglesia católica? Duele decirlo, pero hay que hacerlo y si yo supiera que me fuera a morir hoy, diría muchas otras cosas que no las quiero mencionar, pero me las guardo porque a veces pienso que es como a un bebé a quien no se le puede dar la comida sólida de sopetón, pues hay que esperar para cambiar la leche por el puré; y ya después cuando salgan los dientes ya darle lo menos líquido. Pero ya es hora de que nos salgan los dientes, que dejemos de ser bebés, que no sea únicamente con leche y puré que se nos tengan que decir las cosas, y más teniendo el Evangelio que nos advierte de esos falsos profetas que son los prelados.

Dice Santo Tomás que el verdadero profeta es el prelado, el doctor, el hombre que habla por Dios en su lugar, y Él le ha hecho revelaciones para que las manifieste al pueblo en su nombre sin halagar, sin seducir, sin importarle lo que piense la gente sino que sea fiel a la palabra de Dios. Esa es la característica del del verdadero discípulo de Dios que no le interesa adular los corazones de los hombres para cautivarlos, porque sabe que los atrae, o los debe ganar con la palabra de la verdad pronunciada fielmente en el nombre de Dios; la verdad que es Dios es lo que seduce. No cautiva el ser diplomático, halagüeño, el acomodarse, el hablar de cosas bonitas pero que son una vil mentira, un engaño, como una novela romántica donde todo es color de rosa. Esa no es la historia de la humanidad y mucho menos de la Iglesia que nació en la Cruz, en el Calvario, de la sangre, de la muerte; esa es la vida de la Iglesia, sacrificio, oblación y muerte de cruz.

Entonces los falsos profetas predican algo diferente. Hoy vemos a la humanidad embobada con la libertad, con la paz, con el progreso, todo esto mentiras y engaño si no se es fiel a la palabra de Dios. Porque al que hay que agradar es a Dios y no a los hombres. Al enviado impostor le interesa lisonjear los corazones y por eso es astuto y diplomático, por eso tiene tacto, porque lo que le interesa es estar bien con los hombres, no siendo un profeta de desgracias, como lo dijo Juan XXIII: “Yo no quiero ser un profeta de desgracias”. Entonces, hablo bonito para que la gente sonría y así más rápido se los trague el lobo como a Caperucita; es decir, el diablo.

¿Es que acaso vamos a ser tan tontos, tan estúpidos para que nos engulla el lobo como a la niña del cuento? No creo, mis estimados hermanos, que debamos ser comparados con ella, pues si ven bien el mundo entero, al no ser fiel a nuestro Señor estamos a punto de ser devorados por el lobo, por Satanás. Todo ello por culpa de los falsos profetas que no predican la palabra tremenda y terrible de Dios, que lo hace como un buen Padre, para que reaccionemos y salgamos del error, del vicio, del pecado, del mal, y no nos condenemos eternamente, miserablemente en el infierno. Por eso hoy se niega que haya un lugar con fuego, para que la gente no se asuste; el temor es el último freno que nos puede parar para no caer en el abismo del vicio y del pecado; y si no es por amor de Dios, al menos que sea por el susto, por el miedo, como decía San Ignacio de Loyola.
Esos falsos profetas como los de todos los tiempos, tienen una misma característica: la de adular, la de congraciarse, pero ¿al precio de qué? Al de falsificar la verdad, por eso nuestro Señor nos incita a tener cuidado.

Y ¿cómo distinguiremos entonces el buen profeta del falso, del pseudoprofeta? Por sus frutos. En esto es categórico nuestro Señor cuando habla. Y ¿cuáles son los frutos?, hoy vemos qué hechos desastrosos hay dentro de la Iglesia, como la pérdida de fe, la desmoralización, la desintegración de la sociedad y familia católicas para que todos sean seducidos por la dignidad y la libertad del hombre, de la persona humana con sus derechos.

Y por si fuera poco, también como si los niños no fueran personas, ya que tienen que agregar el derecho de ellos; y así se endiosa al hombre. El hombre moderno, que exaltado con la técnica y ciencia actuales, cree que con todo el progreso científico y tecnológico ya llega al cielo, cuando no es capaz de ir más allá de la luna. Y ¿qué es un hombre que no vive en la realidad? Un loco, un lunático, o, por lo menos, un distraído. Pero se endiosa la ciencia, como un arma de poder, de dominio sobre la naturaleza, y sobre todo como un niño que con un revólver se cree ya el dueño del mundo. De lo que no se da cuenta es de que se puede dar un balazo porque no lo sabe usar.
Eso es lo que pasa con la ciencia y técnica de hoy, que no se sabe cómo usarla para que no acarree la destrucción y la hecatombe del universo, porque eso es la bomba atómica. El mismo Einstein, científico judío y el más metafísico de los físicos, confesó que hubiera preferido ser un plomero, cuando vio a lo que se llegó con su teoría, con su ciencia, con su física, con su aporte. ¿Qué quiere decir todo eso? Que este mundo peligra por donde se lo mire.

Pero el peor riesgo, mucho peor que mil guerras y mil bombas atómicas es la pérdida de la fe, la desintegración de la Iglesia, porque Iglesia quiere decir los reunidos bajo el llamado de Dios, los agrupados, no los dispersos. Por eso cuando nuestro Señor congregó alrededor de Él para fundar la Iglesia, dispersó a los judíos en la diáspora; cuando ellos vuelvan de ella a la tierra prometida, estará pronto el fin, y eso ya pasó hace más de cuarenta años.

Hoy, Jerusalén es la capital de los judíos después de dos mil años de historia, esos son signos evidentes del final de los tiempos. Y más claro es la gran apostasía que vivimos, que no se ha formalizado todavía pero que es una deserción práctica bajo la conducción de los falsos profetas, de la autoridad que no quiere ser enviada de desgracias sino que quiere congraciarse con el mundo; entonces habla de libertad, de igualdad, de fraternidad, de paz, de progreso.

Ese es el mensaje de los masones, de las Naciones Unidas, de la política internacional y de la misma Iglesia hoy, no de la verdadera, sino de esa parte humana que ha caído seducida en el error y que se convierte así de verdadero profeta en falso. El infiel enviado va a decir ¡Señor, Señor! ¡Dios, Dios! Pero nuestro Señor lo dice en el mismo pasaje de hoy, “Cuidado, no todo el que dice ¡Señor, Señor! es de Dios sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Entonces hay que hacer el mandato del Padre eterno y no encubrirse como lo hace todo falso profeta con la piel de oveja siendo un lobo rapaz, mostrando una piedad que es falsa, invocando a un dios que no es el verdadero.

Y eso está pasando hoy, mis estimados hermanos, ¡cuántos lobos rapaces vestidos de oveja hay! La oveja que simboliza a nuestro Señor porque es un animal tierno ante el sacrificio, ante la muerte y no se mueve, se deja inmolar; por eso el cordero representa a nuestro Señor, y el falso profeta es eso, aparece con piel de cordero pero no lo es. Es un lobo que se quiere comer a Caperucita Roja, es un seductor, un falsificador. Hoy vemos cómo se adultera la doctrina y cómo se dispersa la Iglesia, que debiera ser la congregación de los fieles a Cristo.

La prueba está en que tantos católicos, para poner un ejemplo, en Colombia hoy son protestantes, porque hay muchas sectas en nuestro país, eso debido a toda esta desorganización, a una verdadera dispersión. Por eso debemos tener cuidado para que haya verdaderos profetas, verdaderos prelados, verdaderos doctores en la Iglesia. ¿Y cuántos estudiosos vemos que invocan públicamente la verdadera doctrina? Cardenales no vemos ninguno, obispos había dos y ya murieron, monseñor Lefebvre y monseñor De Castro Mayer, aunque a veces mucha gente piensa que esos dos eran los malos. Y después de ellos dos, cuatro obispos que son los de la Fraternidad. Y ¿dónde más hay obispos, prelados que digan la verdad, dónde? todos disimulan, se escudan, en definitiva falsifican y corrompen y le hacen el juego al demonio; para justificarse hablan de Dios, pero “no todo el que dice ¡Señor, Señor!” es de Dios, lo dice nuestro Señor ahí mismo en el evangelio de hoy.

Espero no desconcertar a nadie por ignorancia. Porque el escándalo del fariseo me importa muy poco, ya que éste siempre se va a sorprender porque se le toca el punto en que es vulnerable. En el fondo de todo falso profeta hay una profunda dosis de fariseísmo que es la corrupción de la religión, ya que el hipóscrita es el que vive hablando de Dios, de la religión, pero ésta es en sus manos se corrompe, pierde su esencia, su especificación y lo que queda es una pantalla, una apariencia, justamente lo mismo que hace el falso profeta, adulterar y aparentar con piel de oveja lo que no es.

Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, que nos dé prelados, pero que sean inteligentes y virtuosos, porque uno bruto, por muy piadoso que sea no sirve; se necesita inteligencia, luz, porque el intelecto solo tampoco sirve. Se puede tener luz, pero si falta la virtud, la voluntad, la valentía para decir lo que se ve, de nada sirve.

Como le pasó al cardenal Siri, que vio todo esto y lo condensó magistralmente en su libro “Getsemaní”, para ponerse luego a llorar como una Magdalena más cuando tuvo que coger la espada y ser un Cid Campeador, un Pelayo, un Hernán Cortes y no una penitente llorando; porque está muy bien para ella sollozar, pero no para un prelado de la Iglesia. Por eso, entonces, se necesitan también sacerdotes inteligentes y virtuosos que hoy precisamente no abundan y si no, miremos los que tenemos a nuestro alrededor, de qué se ocupan, de qué hablan, de nada importante. Les interesa vivir bien, pasarla bien, ser uno más del montón, ser un hombre más y si tienen mujer, mejor, y como ahora hay libertad para todo, si no les gustan las mujeres pues que entonces con los hombres, no es relevante; ahí va y si lo podemos hacer obispo bien, y cardenal aún mejor y así es como se pudre la Iglesia en la parte humana. Eso es lo que produce tanto escándalo, tanta miseria. Pero Dios permite ese colmo, a ver si se dan cuenta, a ver si reaccionan aquellos pocos que buscan y aman la verdad; por eso me toca decirlo, mis estimados hermanos.

No sé cuánto tiempo voy a durar aquí, es posible que el Superior General me traslade a Portugal, pero lo importante es que ustedes sepan defenderse; monseñor Castrillón está haciendo hasta lo imposible por destruir la Fraternidad, y él como colombiano no va a permitir que ésta progrese aquí en Colombia. Si me voy, a ustedes les corresponderá ampararse, proteger esta capilla y su religión. Les tocará a ustedes como a los cristeros, quizás, ser unos mártires, porque él va a hacer todo lo posible por destruir, por eso viene tras él, como está ahora presente aquí en Colombia, la Fraternidad San Pedro, de quienes han sido los sacerdotes ordenados por monseñor Lefebvre, quienes por no tener esa virtud, esa firmeza para perseverar en la fidelidad en la verdad, claudicaron y Roma los cobija, los respalda, los abraza, los congrega para destruirnos.
Entonces les corresponde a ustedes preservar la integridad de la religión, de la verdad y que sean fieles y fuertes porque hoy estamos aquí y mañana no sabemos dónde estaremos; el justo vive por la fe, en la fe, de la fe y morirá en ella, y si no, no es justo, no es de Dios. No es un juego, es una realidad de vida o muerte; de ser o no ser; de cielo o infierno; no es un carnaval o un desfile. Esa es la gravedad del ser, del nacer, de existir en este mundo. Dios nos crea para Él pero que no le hacemos caso y nos dejamos seducir por el bullicio de este mundo; nos perdemos y nos traga el diablo como a Caperucita Roja que se la come el lobo. Por eso hay que estar vigilantes.

Si la posibilidad de irme se llega a concretar, siempre estaré presente con ustedes espiritualmente; en lo que de mí dependa trataré de ayudar y de colaborar para que estas dos capillas crezcan y sean un reducto de verdadera fe y sean como un faro, como el de Alejandría, una de las siete maravillas del mundo, que ya no existe. Que seamos como un faro sobrenatural, una verdadera llama luz y de verdad y que así podamos morir en la fidelidad de la santa Iglesia católica, aunque la autoridad, lo repito, nos traicione, porque, “Roma perderá la fe y será la sede del anticristo”, lo dice nuestra Señora en La Salette y lo he señalado más de una vez aquí.

Y también, por si fuera poco, es el mismo San Juan, en concomitancia con nuestro Señor en el Evangelio de hoy, quien nos habla del pseudoprofeta, de ese animal de la tierra con apariencia de oveja, que tiene dos cuernos como de cordero pero que está al servicio de la bestia, del anticristo. Dios no lo permita, pero es muy probable que haya, para engañarnos, en la cabeza de ese pseudoprofeta no solamente un obispo o un cardenal sino hasta un Papa. Por eso muchos comentadores venerables como Holzhauser de Alemania habla de ese falso enviado en la persona de un Papa adulterado, de un antipapa; sabemos que halaga, que es amado del mundo, que es querido por el mundo, que es humanista, que habla de paz, de progreso, de fraternidad y es aupado por la prensa y por la televisión.

Todo eso no lo vemos y ni siquiera lo sospechamos, pero si no es éste podrá ser otro peor todavía; en nombre del Papa podemos claudicar miserablemente, eso es lo que quieren decir La Salette, San Juan y nuestro Señor: que tengamos cuidado con los falsos profetas y principalmente con el último gran pseudoprofeta del Apocalipsis.

Es mi deber en conciencia delante de Dios, si es que me trasladan, advertir a mis fieles que estén al pendiente, vigilantes porque “no todo el que dice ¡Señor, Señor!” es de Dios; no todo lo que viene de Roma, proviene de la autoridad del Papa ni es de Dios. Debe estar claro, es de Dios el que hace la voluntad del Padre. Y por eso la Iglesia es reducida a su mínima expresión hacia el final de los tiempos, a un pequeño rebaño, como decía San Lucas,pusillus grex; por eso nuestro Señor decía: “Si acaso encontraré fe sobre la tierra cuando vuelva”.

Son todas realidades que hoy de algún modo palpamos y por eso no debemos ceder ni dejarnos engañar con firmas de concordatos, de contratos y de acuerdos, que son seducciones de los pseudoprofetas. Y ojalá que las autoridades de la Fraternidad así lo vean, porque si no, me corresponderá gritar como una voz que clama en el desierto, para que lo vean los otros que son seducidos o engañados. No puede ser que nos hagamos los desentendidos y por miedo de hablar y por falta de luz o por falta de fuerza no se diga la realidad y dejemos que el lobo se coma al rebaño, a las ovejas, porque el verdadero fiel conoce la voz de su Pastor. Es más, el verdadero fiel sabe que lo que yo estoy diciendo es verdad y si es mentira, yo les invito a que públicamente, o en privado, o como quieran, me lo hagan ver; y si me equivoco, estoy dispuesto a retractarme, pero entonces tendrían que cambiar todos estos acontecimientos históricos que vivimos, que son incontrovertibles porque los hechos hablan por sí mismos sin necesidad de argumento.

Pidamos a la Santísima Virgen María que tengamos ese sumo cuidado. Lo único que les pido es que se no alarmen ni se asusten pero sí que estén vigilantes, que sean precavidos, que sean prudentes como la serpiente, pero sencillos como la paloma; que no se dejen engañar, que no caigan en la seducción tan tremenda que se ejerce sobre nosotros. Desgraciadamente tenemos ejemplos de sacerdotes buenos pero que se han ido, como el padre Navas, como el padre Barrero, que los conocemos porque son colombianos, y tantos otros en otros lugares, que fueron buenos, como los de Campos que cayeron, que claudicaron. No se sabe qué va a pasar con el padre Aulagnier, pues está a punto de ser seducido por el error; le he escrito y todavía es de la Fraternidad. Cuántos hay en esta fundación que con buena intención se acercan al error por la presión; por ellos debemos rezar, al igual que por los superiores de la Fraternidad para que tengan inteligencia y virtud, para que los cuatro obispos permanezcan firmes, y para que los sacerdotes también así lo sean y que podamos así, unidos como verdadera Iglesia, permanecer fieles esperando la pronta venida de nuestro Señor en gloria y majestad. +

PADRE BASILIO MÉRAMO
27 de julio de 2003


domingo, 12 de julio de 2020

SEXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este domingo tenemos el relato de la segunda multiplicación de los panes que llevó a cabo nuestro Señor. Milagro que repite en dos ocasiones como también repitió la pesca. Estas reiteraciones, como lo dice el gran glosador del siglo XX, desafortunadamente no reconocido como tal, el padre Castellani, eminencia de la Compañía de Jesús y expulsado vilmente habiendo sido el doctor más eximio, si se quiere, que haya tenido esta Compañía en América, pues su diploma lo hacía predicador y exegeta sin tener que someter sus escritos a la aprobación del nihil obstat cuando ésta existía, titulo otorgado por el papa Pío XII y que pocos en un siglo tienen. El padre Castellani decía que los milagros son parábolas en acción; y cuando Cristo repetía un prodigio era porque había un contenido y un significado y por eso no era el mismo milagro; nos advierte en esta ocasión que el doble prodigio invita a mirar la proporción inversa que hay: a mayor número de gente, menos panes y más sobras; a menor gente más panes y menos sobras. En una multiplicación había siete panes y comieron cuatro mil personas y sobraron siete canastos; en la segunda había cinco panes, comieron cinco mil personas, sobrando doce canastos.

Se debe hacer la siguiente reflexión, muy justa, que muestra que con menor cantidad de materia obra mayor efecto, hace más. Sabemos que la multiplicación de los panes no sólo significa la multiplicación de la eucaristía sino también la palabra de Dios y la predicación, y que a través de esa predicación y esa eucaristía nuestro Señor incrementa humildemente su reino, acrecienta su reino y que ese reino no necesita de muchas cosas, como podemos creer los hombres para difundirlo, sino que incluso con menos y con medios más pobres Dios puede obtener una difusión mucho más amplia como la que hizo en la segunda multiplicación, en la cual comió más gente y sobraron más canastos.

Comúnmente creemos que para predicar la palabra de Dios, hacer crecer su reino y convertir almas se necesitan grandes cosas. Es todo lo contrario, menos necesita Dios. Esos medios en los que estamos tentados a pensar que necesita la Iglesia y que han hecho mella en ella, son: la astucia política, el poder, la influencia, las riquezas. Mucha gente está tentada a creer que si tuviéramos esos recursos convertiríamos al mundo, y eso es un error, porque el mundo no se transformará por la política, el poder o la influencia ni las riquezas, sino por la táctica pobre y humilde de la predicación fiel del Evangelio. Lo único que sí necesita la Iglesia para evangelizar son los sacerdotes bien formados.


Por lo mismo, el padre Castellani decía que lo primero que necesita la Iglesia son sacerdotes bien instruidos para que puedan predicar fielmente la palabra de Dios; lo demás, como el prestigio, el poder, las riquezas y la diplomacia sobran, como también sobrarían la radio y la televisión. No convertiríamos a nadie por la televisión, la radio, las revistas y los medios de comunicación, como muy tentados estaríamos a caer. Otro asunto es utilizar esos medios como católicos en la difusión de nuestra cultura religiosa; pero la religión católica, la fe y la conversión de las almas se opera por la prodigiosa multiplicación de la palabra de Dios fielmente transmitida a lo largo de la tradición. Tal es el error y la confusión con respecto a la propagación de la palabra de Dios que vemos a la Iglesia aturdida en una propaganda estéril por la fe, absolutamente estéril.


Nuestro Señor se valió de sus doce apóstoles, pobres pescadores, ignorantes, pero hombres de principios, leales y nobles, porque se puede ser pobre y pescador pero noble, la virtud del hombre de bien. Así eligió a sus discípulos para que distribuyeran la palabra de Dios. Nos muestra en estas dos multiplicaciones de los panes cómo en las manos de los apóstoles se multiplicaba el pan y cómo no solamente de pan vive el hombre sino también de toda palabra de Dios. Entonces así se difundiría la palabra de Dios, por esa transmisión fidedigna que hoy no se tiene en cuenta y por eso la gran ruptura que hay al no darle importancia a la tradición, porque no se puede dar lo que no se tiene y no se puede tener lo que no se ha recibido; si los apóstoles no hubieran obtenido el pan de las manos de nuestro Señor no se hubiese multiplicado; para dar hay que recibir, y tiene que ser de Dios para poder dar transmitiendo fielmente las cosas de Dios.

Ahí está el problema cuando se origina una ruptura, un rechazo, un corte vertical con la Tradición. Monseñor Lefebvre, cuando era vil e insidiosamente atacado por la prensa o por los obispos que le reprochaban cínicamente el cisma, lo dijo en varias ocasiones: “Si hay un cismático no soy yo, son ellos; si hay un cisma no soy yo, son ellos quienes crean el cisma porque no puede haber una ruptura, ni una escisión en la transmisión fiel de la palabra y de la doctrina de Dios y de la religión de Dios que es la religión católica; el solo hecho de no tener en cuenta la Tradición y atenerse a ella origina esa ruptura, ese cisma”. Por eso Monseñor Lefebvre siempre se sintió el fiel transmisor de lo que había recibido y en su tumba y en su lecho de muerte mandó escribir: “He transmitido lo que recibí,como un simple y humilde siervo de Dios”.

Así debe ser todo sacerdote y todo obispo, todo el que ocupe un lugar en la jerarquía de la Iglesia para que así se multipliquen el reino y la palabra de Dios, la santa Eucaristía. Porque si estoy en ruptura con la tradición, con la concepción católica de la santa Misa, ¿cómo se consagraría?, ¿con qué intención?, si no es la santa Misa sino una cena donde se reúnen los amigos, y Dios está presente allí donde hay dos o tres reunidos en su nombre; eso no es la misa. Aquí estamos reunidos y sin embargo hasta que no se pronuncien las palabras de la consagración no hay misa, no hay presencia real y sin embargo aquí está presente Dios porque estamos más de dos o tres reunidos o en cualquier otro grupo, en la calle o en una plaza; pero esa presencia universal de nuestro Señor allí donde están sus discípulos no es la presencia sustancial que hay en su cuerpo eucarístico.


Ahí está el riesgo de invalidez de la nueva misa, que no es otra opción como creeríamos; hay riesgo porque no hay la garantía de la confesión sacramental justamente por tener otro concepto distinto al de la Tradición sobre la Misa y sobre el sacrificio. Tanto es así que no se lo ha querido definir como un sacrificio propiciatorio sino de alabanza, eucarístico, pero no donde hay inmolación.

La Misa se define como la renovación incruenta del mismo sacrificio del Calvario, la inmolación, pero no realizada físicamente sino incruenta y sacramentalmente. Acerca de esa tercera dimensión podríamos así decir: la dimensión natural, la dimensión sobrenatural y la tercera que es la sacramental, que conjuga esas otras dos dimensiones y que están en todos los sacramentos; por eso hay elementos del orden natural y elementos del orden sobrenatural que están conjugados en el sacramento; por eso se bautiza con agua, se consagra con pan y vino, pero también está la gracia del bautismo; pero asimismo está la presencia real y substancial de nuestro Señor en las especies del pan y del vino que ya no lo son sino que se convierten en el cuerpo y la sangre de nuestro Señor, junto con su alma y divinidad.

Es importante recordarlo para no dejarse llevar por el error y caer en cisma, en el cual automáticamente se cae si me sustraigo de la Tradición católica que es la que hace que la Iglesia de hoy sea la de mañana y no que haya una nueva Iglesia y una nueva religión que adulteran la palabra y el nombre de Dios, pues se valen de Dios para destruir su reino. Eso es lo satánico, lo terrible y lo difícil de entender y discernir; solamente a los ojos y a la luz de la fe se pueden sopesar y ver esto. Si no las vemos es porque nuestra fe es poca. Misterio de fe, hay que vivirlo, y éste se resume y sintetiza en la santa Misa y por eso esas palabras que estuvieron desde el principio, desde los apóstoles, han sido quitadas de la santa Misa –misterio de fe– ,por eso estaban incluidas dentro de las palabras de la consagración del vino, para expresar, para manifestar esa realidad.


Nuestro Señor necesita esa fidelidad de los apóstoles para que el reino de Dios se propague por su palabra y por su sacrificio. Esa es la explicación del doble milagro de la multiplicación de los panes, para que no creamos que necesitamos grandes cosas, sino que con las más humildes, con las más pequeñas se puede convertir al mundo si éste y los hombres quieren y si los apóstoles son fieles. Lo que se necesita es la fidelidad de los apóstoles bien instruidos; pero hoy falta educación religiosa, formación teológica y dogmática en el clero y, por tanto, pulula el error por doquier.


Desde luego que el pueblo se confunde si no hay doctores en la fe que por oficio son los obispos, los catedráticos de Dios. Los sacerdotes son auxiliares, ayudantes de esos doctores y catedráticos en la fe. El que predica en nombre propio es el obispo, mientras que el sacerdote, con su permiso, lo hace como un auxiliar. Faltan esa luz, esos doctores, esos obispos; por eso vemos el mundo que se cree católico sin esa luz de la fe, porque no hay doctores.


Son cuatro o cinco obispos fieles (cuatro, pues ya claudicó monseñor Lisinio quien era el quinto obispo consagrado junto con los cuatro de la Fraternidad); cuatro obispos para dar luz al mundo en la fe. Peor que la época de San Atanasio, porque este santo no estaba tan solo, se encontraba con San Hilario, San Basilio, San Gregorio y otros. Y es mucho peor que la herejía arriana que negaba la divinidad de nuestro Señor; hoy se refuta la santidad de la Iglesia católica, eso es lo que hace el ecumenismo, al colocarla en igualdad con las otras religiones. Es un nuevo arrianismo, mucho peor porque contamos con menos defensores de la fe y es mucho más universal el mal porque ahora abarca todo el mundo.


No por eso debemos claudicar en la multiplicación del reino y de la palabra de Dios, sino seguir siendo fieles a la sacrosanta tradición católica y propagar el reino de Dios y procurar no sólo nuestra salvación sino la de todas las almas.


Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, mantenernos fieles a la Tradición, salvar nuestras almas y las de todos los demás. +

PADRE BASILIO MERAMO30 de junio de 2002

domingo, 5 de julio de 2020

QUINTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

El Evangelio de hoy nos muestra el reproche que hace nuestro Señor a los escribas y fariseos, impugnadores y enemigos. Nos dice a los presentes que si nuestra justicia no es más acabada que la de los escribas y fariseos, no entraremos en el reino de los cielos. Reproche que nos atañe a cada uno de nosotros si queremos entrar al reino de los cielos. Que nuestra justicia no sea mera apariencia de moral, de virtud, de santidad, de perfección, como la que tenían los fariseos; la justicia resume la santidad, la perfección. El hombre justo es, por antonomasia, santo.

Nuestro Señor nos incita a no ser como la orgullosa elite de los fariseos del pueblo elegido que se creía santa y perfecta cuando en realidad era todo lo contrario, solamente apariencia, follaje, exteriorización de virtud, de santidad, de justicia, de perfección. Eso no lo quiere nuestro Señor. Dios quiere la sinceridad de corazón frente a Dios y a los hombres; que no seamos hipócritas, de doble faz, que no guardemos una apariencia de virtud cuando en el fondo nuestra alma está corrompida. Esa es la recriminación de nuestro Señor a los escribas pero que también nos cae a nosotros.

Dios sabe si toda esta crisis la ha permitido por causa de esa falsa apariencia y falta de virtud pero disimulada en el exterior; por eso consiente el flagelo de todos los errores que ahora vemos; puede ser un justo castigo por la exteriorización de la religión católica quedando en mera apariencia pero desvirtuada de su verdadero contenido religioso. Hasta el rigor con el cual muchos fueron criados o educados, pero ahora se ve todo lo contrario, de un extremo se pasó al otro. La virtud es un equilibrio entre dos extremos y por encima, como la cima de una montaña a cuyos lados puede haber grandes abismos, y es claro que desde la cúspide sería peor la caída si se perdiese el equilibrio.

No debe sorprendernos lo que pasa en el mundo y la Iglesia vaciada de su contenido si no obramos bien como lo dice San Pedro en su epístola: huir del mal y hacer el bien; no devolver maldición por maldición sino  bendecir; no maldecir aunque nos maldigan. En eso también consiste la virtud y la santidad cristiana, católica, y no en ser un baúl lleno de rencor, odio y venganza; todo eso se traduce y genera violencia física que es la manifestación de la furia interior, del encono y recelo llevados en el corazón. Y nuestro Señor lo advierte. No presentar el sacrificio y mucho menos comulgar si tenemos algo contra uno de nuestros hermanos, primero reconciliarnos y después ofrecer el sacrificio, ese es el ejemplo que debemos dar.

De qué sirve ir a Misa y comulgar si me peleo con el vecino, lo detesto y lo odio, o con cualquier familiar o conocido. No sirve de absolutamente nada, por eso quizás la ineficacia de tantas Misas mal oídas y comuniones mal hechas. A todo eso se refiere nuestro Señor en el Evangelio, para que verdaderamente vivamos el espíritu católico y cristiano, la verdadera virtud, no la de sepulcros blanqueados por fuera y con la podredumbre del alma y del corazón por dentro. A la virtud y no a la apariencia de religiosidad que podamos tener o que hubo antaño, no solamente en Colombia sino en el mundo, adorando a Dios con la boca y no con el corazón. Es, entonces, una invitación a obrar realmente una interiorización, a un balance económico del alma delante de Dios; que recapacitemos para que nuestra alma sea cristiana, no infiel, para que tengamos un corazón cristiano. Un corazón que no sabe perdonar y que guarda rencor es pagano, no cristiano. Que el corazón no esté imbuido de paganismo al no obrar en consecuencia con lo que nuestro Señor nos pide, con lo que nos pide San Pedro en su epístola para ser un poco mejores y salvar nuestra alma y la de otros dando buen ejemplo.


Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos ayude a reflexionar todo esto como Ella las conservaba y meditaba en su corazón, para que a imagen de Ella nos santifiquemos y correspondamos cada vez más al amor de nuestro Señor. +


P.BASILIO MERAMO
23 de junio de 2002