San Juan Apocaleta
Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.
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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.
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jueves, 31 de octubre de 2024
Rito Satánico del "Dia de las Brujas o Halloween"
Para Los WICAS, los Druidas, los Celtas, Las Brujas, Hechiceros y Satánicos. Esta es la noche más importante de sus sectas, debido a que es donde se Hacen Sacrificios específicos para Lucifer, ¿Que casualidad que sea precisamente en vísperas de una de las Fiestas Más importantes de la Iglesia Católica Apostólica Y Romana (Todos los Santos y Fieles Difuntos) y justo a unos días de la Fiesta de CRISTO REY (Ultimo domingo de Octubre)?
El enemigo, nunca a dejado la oportunidad (y así lo ha hecho por siglos) de inspirar a las gentes para que se celebren "festividades" que opaquen la Gloria de la Iglesia.
Si regalas dulces, decoras tu casa, disfrazas a tus hijos; en general das cabida a que "sin quererlo" estés participando de un algo, que puede ser de trascendencia Eterna y No precisamente para la salvación del alma, de un rito Satánico.
El truco o Trato, es una forma de "conciliar con el error" Si hay trato con Satanás para que no haga un daño menor (maldiga la casa, lance un hechizo o aviente huevos) es tanto como "vender el alma". Ese Desgraciado, algún día pretenderá cobrar el Favor del TRATO.
Y sus días están Contados, así que está ávido de más almas, porque ya esta condenado.
Alberto González
Editor
domingo, 27 de octubre de 2024
FIESTA DE CRISTO REY (ultimo domingo de Octubre, vigésimo tercer domingo después de Pentecostés)
Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
La Providencia divina ha querido que sin estar debidamente acabada esta capilla y a pesar de los trabajos, contratiempos y dificultades se pudiera realizar la ceremonia de hoy, se lleven a cabo estas primeras comuniones y también se celebre el aniversario de los diez años del Colegio en esta fiesta tan importante de Cristo Rey.
Festividad que proclama la realeza social de nuestro Señor Jesucristo, sobre todo en el mundo actual que da la espalda a la Iglesia, a Cristo y a Dios. Por eso su Santidad Pío XI, en 1925, la instituyó a instancias de los cardenales y de otros prelados, viendo la necesidad de concluir prácticamente el año litúrgico con una fiesta que proclamase la realeza de nuestro Señor en el mundo moderno, a pesar de la oposición de la Revolución francesa, de la protestante, de la comunista. Y no era que antaño no se festejara la realeza de nuestro Señor, el seis de enero en el día de la Epifanía de los Reyes magos. Pero era necesario darle más relevancia y por eso la necesidad de hacer una fiesta aparte y así fue que Pío XI quiso, como quien dice, hacer concluir el año litúrgico con esta celebración a nuestro Señor Jesucristo como a Cristo Rey en el último domingo del mes de octubre.
La divina Providencia ha querido que hoy esta capilla tradicional, apostólica y romana hasta los tuétanos y no protestante, no cismática como muchos enemigos quieren hacer ver sino católica, apostólica y romana, realice esa gran fiesta de la proclamación de la primacía universal de nuestro Señor Jesucristo, hoy combatida a la par que es atacada la Iglesia.
Porque la civilización moderna no quiere que Cristo impere, no quiere reconocer que Cristo es Rey del Universo y de las Naciones y ese es el Imperio que Satanás y sus secuaces que no quieren admitirlo; de ahí la pugna, la lucha, el combate que no se ha iniciado hoy sino que comenzó con la primera apostasía de los ángeles malos que no quisieron reconocer a nuestro Señor; esto lo dice el cardenal Pie resumiendo a los santos Padres de la Iglesia, porque les fue manifestado que nuestro Señor se encarnaría y la segunda persona del Verbo se haría hombre y eso fue lo que no pudo admitir Satanás, humillarse ante un hombre que también es Dios.
Ese combate continuó al rebelarse los hombres contra la revelación primitiva y por eso cayeron en el paganismo. Suscita entonces Dios un pueblo tenaz como el judío para que se mantenga esa promesa que sin embargo los judíos traicionan condenando a nuestro Señor y matándolo en la Cruz. Y la lucha continúa a través de los siglos: los mártires de la Iglesia primitiva y todas las revoluciones que se han sucedido con todas sus herejías, hasta la última, la gran apostasía para los últimos tiempos en los cuales ciertamente estamos viviendo y que por eso se da un combate tan atroz contra todo lo que se proclame verdaderamente católico, verdaderamente de Dios.
De ahí también, como lógica consecuencia, la batalla contra la Tradición de la Iglesia católica y contra nosotros, contra monseñor Lefebvre, que no hizo sino guardar el testimonio fiel de la Santa Misa, de la Santa Tradición de la Santa Iglesia católica, apostólica y romana aunque les pese a muchos obispos, a muchos cardenales y a muchos prelados que se dicen católicos pero que no profesan la doctrina de la religión católica. Uno de los dogmas de la religión católica que no profesan es precisamente el de la realeza universal y social de nuestro Señor Jesucristo. Por eso no quieren que las naciones se confiesen católicas y a eso se debe la libertad religiosa y el ecumenismo. Por lo mismo la igualdad con las falsas religiones; todo esto es una herejía, una apostasía a los ojos de la fe católica, apostólica y romana. Tengámoslo muy en cuenta, mis estimados hermanos, y no claudiquemos en la fe, para defender a Cristo, a la Iglesia, para ser los fieles testigos de nuestro Señor.
Nuestro Señor es aclamado también en el día de ramos, pero en el de la crucifixión fue incluso abandonado hasta por sus apóstoles más queridos; solamente estaban con Él nuestra Señora con algunas mujeres que la rodeaban y acompañaban junto con San Juan; pero nuestro Señor estaba allí solo.
Es muy fácil estar con la Iglesia y con nuestro Señor cuando todo va bien, cuando todo es gloria, pero cuando viene el combate, la lucha, la oposición, la contradicción y sobre todo la proclamación y la confesión íntegra de la fe rechazando todos los errores, entonces ¡ay, oh escándalo fariseo!, desaparecen los amigos, el clero, desgraciadamente para asociarse al mundo impío que reniega de nuestro Señor, que no quiere pertenecer a Cristo y no quiere pertenecer a Dios. Esa es obra de la judeomasonería, por eso las Naciones Unidas no quieren proclamar la realeza de nuestro Señor sino que están auspiciando el reinado del anticristo y eso hay que decirlo para que nosotros no nos añadamos a esas filas de apostasía que terminarán en el reinado del anticristo; por eso todos los gobiernos del mundo y de las grandes potencias no quieren ya ser el brazo de la Iglesia; peor aún, esos reyes y poderosos del mundo quieren que la Iglesia se haga su cómplice.
He ahí el drama, la división, la oposición que el mundo, que Satanás, que es el príncipe de este mundo gane para su causa al clero, a los ministros de la Iglesia y logre socavar desde dentro la Iglesia católica, apostólica y romana. De allí la gran importancia de defender la fe. La misma en la que hemos sido confirmados, la de la Iglesia. No creer como hoy se cree, que uno se salva en cualquier religión, que ya no hay infierno, que la Iglesia católica no es la única arca de salvación y tantas otras cosas que hoy parecieran dogmas comúnmente admitidos por todos, pero que son verdaderas herejías que conculcan la infalibilidad de la fe católica, apostólica y romana.
Por eso nosotros conservamos la santa liturgia tradicional, la Santa Misa de siempre, porque allí donde hay culto hay sacrificio y eso fue aun hasta en el paganismo, y ese sacrificio, ese verdadero culto es el de la Cruz, renovado sobre los altares; no es una sinapsis, no es una cena, por eso sacaron el altar y colocaron una mesa, sino el sacrificio de la Cruz renovado incruentamente, sacramentalmente bajo las especies del pan y del vino, que es el mismo de nuestro Señor en la Cruz.
Eso no puede cambiar y si sucede, es porque se ha alterado la Iglesia y la fe; se han renovado Cristo y Dios. Estos son inamovibles, son eternos. Por eso la Iglesia, aunque está en este mundo, vive en la eternidad de la verdad de Dios y de las cosas de Dios y en esa realidad debemos vivir y morir nosotros para ser de Dios. Por eso, estos niños que hoy van a hacer su primera comunión deben estar bien preparados sabiendo que reciben el cuerpo, sangre, alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo, que es la segunda persona de la Santísima Trinidad; no hay que olvidarlo, porque si uno sabe que cuando comulga recibe al Rey de los cielos y de la tierra, el cuerpo, sangre, alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo, ¿cómo es posible que le recibamos de pie, en la mano o en pecado mortal o viviendo en concubinato o creyendo que con el matrimonio civil se está casado? Eso es absurdo.
Todo esto pasa porque se está perdiendo la fe, mis estimados hermanos, la fe en las cosas esenciales de nuestra santa religión, de nuestra santa madre la Iglesia. Y eso es lo que nosotros queremos mantener y proclamar para seguir siendo fieles a nuestro Señor y a la santa madre Iglesia católica, apostólica y romana; no es más, simplemente eso. Y quizás nos cueste el martirio, porque proclamarlo y no callar ante un mundo como el de hoy no es posible sin que haya que verter la sangre. Por lo que todo católico fiel a nuestro Señor debe tener esa entrega de corazón a imitación de Él que dio su sangre en la Cruz por nosotros, y si es necesario, nosotros la demos para no claudicar en la fe y proclamar la realeza universal y primacía de nuestro Señor Jesucristo sobre todo el Universo.
Debemos, pues, pedir en esta Misa de primeras comuniones por estas almas tiernas que tienen la fe, para que conserven la pureza, para que no se manchen por el pecado, como lo deseó San Pío X cuando permitió que todo niño que tuviese entendimiento comulgara no un pedazo de pan sino el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, e hiciese la primera comunión para que antes de caer víctima de Satanás por el pecado, fuese primeramente nuestro Señor quien reinara en esa alma pura.
Si nosotros hemos perdido esa pureza, debemos encontrarla a través de la oración, de la penitencia, del sacrificio y no vivamos de placer en placer como quisiera el mundo de hoy, en que todo es sensual; para eso están la técnica, la televisión, el cine, la radio, los dineros, todo conspira para que vivamos como paganos pensando en la comodidad y no como católicos que estamos en esta tierra de paso para merecer el cielo a través del sacrificio, la oración, la abnegación; para eso es que vivimos aquí, no para ser artistas, no para ser grandes personajes, no para ser ricos, millonarios, famosos o poderosos o lo que fuere, sino para ser buenos hijos de Dios; eso es lo que siempre ha predicado y predicará la Iglesia católica.
Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, nos proteja, que nos conserve en el amor divino, en el verdadero y no en la falsa caridad filantrópica masónica que hoy se nos quiere imponer y que es un puro sentimentalismo pero que no es verdadero amor de Dios, al punto de sacrificar la vida si es necesario por nuestros amigos. Que sea nuestra Señora la gran protectora, porque Ella permaneció de pie en la crucifixión de nuestro Señor Jesucristo y estará de pie en esta segunda crucifixión de nuestro Señor en su Cuerpo Místico, la Iglesia hoy perseguida, combatida; será Ella entonces nuestro sostén y nuestra abogada. A la hora de la muerte, será también Ella la que nos procure la gracia de la perseverancia final que es lo que rezamos todos los días al decir el Avemaría y al decir el santo Rosario. Supliquemos entonces a Ella que nos mantenga en ese fervor y en esa verdadera caridad y amor de Dios. +
P. Basilio Méramo
26 Octubre de 2002
domingo, 20 de octubre de 2024
DOMINGO VIGÉSIMO SEGUNDO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Vemos en el Evangelio de hoy cómo los herodianos y los fariseos que eran, por así decirlo, los personajes principales de la comunidad judía, siempre estaban al acecho para prender a nuestro Señor y poder juzgarlo, querían matarlo y tener una excusa. Si lo querían matar, ¿por qué no lo mataban de una vez? Porque el mal siempre busca un pretexto, una careta, una apariencia de justicia, de verdad, para encubrir el odio que se sacia sólo con la muerte. Mandan pues a sus discípulos, a sus lacayos, porque tampoco son capaces de ir ellos personalmente y preguntarle a nuestro Señor, hacerle la pregunta que podría ser buena si fuese hecha con recta intención, para salir de la ignorancia; pero no, era todo lo contrario. Era una pregunta dolosa, capciosa, y por eso nuestro Señor les dice: “Hipócritas, ¿por qué me tentáis?”. Porque hipócrita, como lo eran estos fariseos, herodianos, es el que tiene en su boca una cosa distinta a la que tiene en el corazón.
Esa es la hipocresía, y la peor de las desgracias es acostumbrarse a ella, hablar distinto de lo que se siente en el corazón, mostrar estima y en el fondo destilar veneno, no tener la capacidad de ser veraz y decir al pan, pan y al vino, vino, adular con la boca y odiar y despreciar con el corazón, todo esto forma parte de la actitud del hipócrita. Y los judíos estaban llenos de tal falsedad; por eso nuestro Señor, que no era farsante, se los dice en la cara sin resquemor: ¡Hipócritas! Nosotros no conocemos la intención de corazón como bien la conocía nuestro Señor, pero quizás hubiese menos fingimiento en el mundo y haríamos un favor si detectásemos en alguien esa actitud, decírselo, para que esa persona, por lo menos no se engañe a sí misma, creyendo engañarnos.
Esa es la hipocresía, y la peor de las desgracias es acostumbrarse a ella, hablar distinto de lo que se siente en el corazón, mostrar estima y en el fondo destilar veneno, no tener la capacidad de ser veraz y decir al pan, pan y al vino, vino, adular con la boca y odiar y despreciar con el corazón, todo esto forma parte de la actitud del hipócrita. Y los judíos estaban llenos de tal falsedad; por eso nuestro Señor, que no era farsante, se los dice en la cara sin resquemor: ¡Hipócritas! Nosotros no conocemos la intención de corazón como bien la conocía nuestro Señor, pero quizás hubiese menos fingimiento en el mundo y haríamos un favor si detectásemos en alguien esa actitud, decírselo, para que esa persona, por lo menos no se engañe a sí misma, creyendo engañarnos.
Esa farsa se oculta con la adulación: “Sabemos, Maestro, que tú eres bueno y que llevas a la verdad”. Si sabían todo eso ¿para qué le tentaban? Si saben que es bueno, que es veraz, ¿para qué le preguntan? Pues con el ánimo de sorprenderlo en algo y condenarlo con justa causa. Cosa distinta sería si ellos preguntasen simplemente por querer conocer y saber lo que debía hacerse.
La pregunta era sobre algo muy crucial. Judea estaba bajo el Imperio Romano y debía tributo al César y quien se oponía al César cometía prácticamente un pecado por no saber distinguir bien, entre obedecer al César como gobierno temporal u obedecerle como a divinidad, por eso había que distinguir claramente en qué se le podía rendir tributo y honor al César y en qué no. En todo, menos como a Dios en lo de orden temporal; por eso nuestro Señor les pide la moneda con la que se pagaba el tributo y les responde a su vez, con otra pregunta: “¿De quién es la imagen?”. A lo que seguiría una sabia respuesta: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Esas dos espadas, esos dos órdenes: el temporal y el espiritual están separados porque Dios los quiso distinguir; lo que no quiere decir que no tenga nada que ver uno con el otro y que no haya una subordinación del orden temporal al orden espiritual. Por eso nuestro Señor les dice “...al César lo que es del César...”. Todo lo que es de orden temporal, como emperador que es, que tiene por deber proveer el bien común temporal, en eso le deben tributo y le deben sumisión y obediencia, pero no en el orden espiritual, que compete a la Iglesia. Por eso debemos dar a Dios lo que como a Dios corresponde, ya que nuestra alma es su imagen y semejanza; es espiritual y se debe a Él.
No es que Dios deje de ejercer su poder, mejor dicho, no es que no tenga poder sobre el orden temporal, es sencillamente que Dios nuestro Señor no quiere ejercerlo directamente, por eso los distinguió. ¿No es lo que quiere el laicismo, negar que Dios tenga ese poder sobre el orden temporal? De hecho se le niega, se le sustrae, corrompiendo la sumisión que se pretende debe tener el orden temporal a la Iglesia y a Dios. Laicismo que se introduce en la misma Iglesia, produciendo ese fenómeno de secularización que está destruyendo a la religión católica hoy mundanizada, secularizada en sus órdenes, en sus sacerdotes y en sus instituciones. Todo eso muestra que no se está dando ni al César lo que corresponde al César ni a Dios lo que es de Dios, sino que impera una gran confusión y un desequilibrio social, mundial, que afecta de modo directo los mismos fundamentos de la Iglesia católica.
No nos confundamos, no caigamos en el laicismo que le niega a Dios la subordinación del orden temporal y el origen y la fuente de toda autoridad, como la democracia moderna, que hace arbitrariamente al pueblo el origen de toda autoridad, el pueblo y no Dios, lo cual es una herejía; porque el pueblo puede designar la autoridad y ahí habría una verdadera democracia que sería una de las tres formas legítimas de gobierno, pero una cosa es que la designe, y otra muy distinta es que sea la fuente del poder, que sea el principio del mando. En ese pecado hemos caído casi todos, por eso hoy cuando se habla de democracia, más allá de que seamos o no democráticos, debemos aclarar que con la democracia moderna ningún católico puede estar de acuerdo, porque no es el pueblo el soberano sino Dios; algo muy diferente es que el pueblo designe al gobernante, pero no es el que le da la autoridad, pues de él no dimana como de su origen, esto es una herejía, porque atenta contra el derecho soberano de Dios. De ahí que las democracias modernas sean anticristianas, anticatólicas, usurpen la soberanía de Dios y proclamen los derechos del hombre. Dicho sea de paso y sin hacer propaganda comercial, a ese libro que habla de los derechos de Dios, escrito por una feligresa, se le abona el mérito de hablar de los derechos de Dios cuando todo el mundo está idiotizado argumentando los cacareados derechos del hombre, desconociendo los de Dios.
Por eso, es una gracia permanecer fieles a la única y auténtica Iglesia católica, apostólica y romana, esa Iglesia que no puede ser secular ni se puede secularizar en sus instituciones; es la única manera de perseverar en medio de esta destrucción, de esta revolución anticristiana directamente dirigida por Satanás desde el infierno, y que tiene hombres como lacayos que en este mundo no hacen la obra de Cristo, sino la obra del demonio, la obra del anticristo; de ahí, que más que nunca debemos tener presente cuál es la verdadera faz de la Iglesia, para no caer en ese escándalo, porque es un escándalo público, que en vez de una Iglesia veamos a una ramera pretendiendo ser la esposa de Dios. Es inadmisible y perdónenme mis estimados hermanos el ejemplo: es como si una prostituta se hiciese pasar por señora, como la reina, esposa del rey. La Iglesia católica, apostólica y romana es inmaculada en sus instituciones, en su moral, en su doctrina, en su evangelio. Otra cosa es que dentro de la Iglesia haya buenos y malos; santos y pecadores; píos e impíos; pero eso es en el ámbito personal que cada uno cumpla o no los mandatos y los preceptos de la Iglesia. Pero la Iglesia como institución divina, como obra de Dios, que no puede ser sino inmaculada y pura y verdadera Iglesia, es aquella que es una, santa, católica y apostólica aunque haya miembros que no sean puros ni inmaculados, porque caeríamos en el error de los jansenistas. Pero la Iglesia como institución es inmaculada. Una Iglesia que se presente en sus instituciones, en su doctrina y en el evangelio secularizada, prostituida por estar en connivencia con los reyes de esta tierra, esa no sería la Iglesia católica.
Nuestro Señor dice, y lo recuerdo con insistencia, que no todo el que dice “¡Señor, Señor!” entrará en el reino de los cielos; que quién es mi hermana o mi hermano, sino el que hace mi voluntad, el que guarda mi doctrina, el que guarda mi palabra, el que es fiel; por lo mismo, la incertidumbre de si cuando Él venga encontrará fe sobre esta tierra, y menciona la gran apostasía, corrupción generalizada, institucionalizada.
Preocupémonos de pertenecer a la verdadera Iglesia conformada por todos los que dispersos por el mundo permanecen fieles a Cristo. Por eso San Agustín decía que la Iglesia la conforman todos los fieles a Cristo, dispersos por el mundo entero y los que no son fieles a Cristo no pertenecen a la Iglesia, como no pertenecen a ella ni los herejes, ni los cismáticos, ni los excomulgados.
¿Y qué pensar de una Iglesia que excomulga a la Tradición y se abraza con el mundo? Eso es muy significativo; es imposible que se excomulgue a la Tradición, porque si se excomulga a la Tradición se está excomulgando a los apóstoles, a los Padres de la Iglesia y a todos los Santos. Más que nunca debemos tener cuidado de pertenecer no sólo de alma, sino también de cuerpo a la única y verdadera Iglesia inmaculada de Cristo nuestro Señor y dar con justicia al César aquello que es del César y a Dios lo que le pertenece y es de Dios. +
BASILIO MERAMO PBRO.
12 de noviembre de 2000
12 de noviembre de 2000
domingo, 13 de octubre de 2024
El milagro del Sol en Fátima, conmemoración de 107 años
A ciento seis años del gran milagro del sol , anunciado con antelación por la Santísima Virgen María a los tres pastorcillos en Fátima, todo esta a punto para la gloriosa Parusía de Nuestro Señor JesuCristo.
NOTA: Recomendamos el video de este link: https://youtu.be/RFlhwStkbqk
DOMINGO VIGÉSIMO PRIMERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
En este domingo vigésimo primero después de Pentecostés, el Evangelio nos ofrece una parábola que podemos denominar parábola del deudor desaforado. Comenta San Jerónimo que en Siria y Palestina, de modo particular en la provincia de Siria, lugar donde nació Nuestro Señor, la gente era muy dada a comprender las cosas más que por la enunciación de un precepto, por comparaciones con imágenes de la vida real; por eso Nuestro Señor, para demostrar el principio que quiere enseñar a sus discípulos y a todos aquellos que lo seguían, en vez de formularlo, relata esa parábola que al conocerla queda grabada en la mente del pueblo por su fácil comprensión.
El precepto consiste en perdonar a nuestros deudores, así como nosotros tenemos necesidad de ser perdonados por Dios. Es sencillamente lo que pedimos en el Padrenuestro: "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores"; seremos perdonados en la medida en que perdonemos y no seremos perdonados en la medida en que no perdonemos. Eso es lo que Nuestro Señor quiere mostrar en esta parábola. La desproporción entre la cantidad inmensa de los diez mil talentos que este hombre adeudaba al rey y el rey por pura misericordia le perdona toda la deuda y lo deja libre. Y éste a su vez al consiervo, que le debía una pequeña suma, casi lo estrangula y lo manda apresar para que le pague.
Esa es la moraleja: la imagen muestra la misma situación de cada uno de nosotros con respecto a Dios cuando no perdonamos a nuestros hermanos que nos adeudan poca cosa. Por mucho que consideremos se nos ha hecho en contra, de palabra, obra o como fuere, no sería nada comparado con la inmensa deuda que tenemos con Dios. Deuda inmensa contraída por nuestros pecados y que tiene que ser pagada. Y lo que Dios nos pide es la cancelación de la mínima deuda que tengamos con nuestros posibles acreedores, nuestros prójimos. ¡Qué sencillo es ser perdonado! Y, sin embargo, que difícil es que perdonemos de corazón a los demás, sin rencores, sin que guardemos en el repliegue de nuestra alma el recelo, el resentimiento, y hasta el odio hacia los demás. Esos sentimientos conculcan incluso la paz social, la paz familiar y la convivencia de la sociedad; todo el mal se podría centrar allí en ese odio, en ese resentimiento, en esa falta de perdón; y ¿cómo pretendemos ser perdonados, si no perdonamos? Es absolutamente imposible, porque tendríamos la misma actitud ruin de este deudor desaforado.
Hay que ser ruin para no perdonar al que nos debe poco, cuando nosotros debemos mucho más a Dios y le pedimos clemencia y misericordia. Este es el estado del alma de este deudor que no quiso perdonar a su hermano, y ese estado de ruindad lo ejercemos nosotros cuando guardamos rencor, cuando guardamos odio, cuando no perdonamos de corazón. Y hay que aclarar una cosa: el perdón no es no ver la injusticia; sino el perdonar el mal cometido, lo que se perdona es al pecador, lo que se perdona no es el error, es a quien yerra; se perdona al pecador pero no se hace desaparecer la injusticia ni el pecado ni el mal. Es cosa muy distinta. Y como todos somos pecadores, entonces todos debemos perdonar para merecer en retribución el perdón. Dicho sea de paso, con respecto a la traducción del "Padrenuestro" al español, que expresa con claridad, lo cual por cierto carece el francés, ya que nuestra lengua es mucho más rica y, por tanto, más precisa, cuando en español decimos "perdónanos nuestras deudas" y que ahora erróneamente,
contraviniendo la precisión de una verdad teológica, se reemplaza por "ofensas"; esta nueva versión no especifica con exactitud el sentido que tiene la deuda. Una deuda es un débito que hay que retribuir y la ofensa se perdona pero si no se retribuye el débito queda, aunque la ofensa sea perdonada queda el débito y por eso en la sana teología de la Iglesia siempre se ha distinguido entre la culpa y la deuda, entre la culpa o la ofensa y el débito o deuda que queda. Una persona que muere en estado de gracia, ¿por qué va al purgatorio si están perdonadas sus ofensas? Porque le quedan todas las deudas contraídas por los pecados mortales y veniales; a esto se atribuye la existencia del purgatorio, porque no se ha saldado la deuda, no se es digno todavía de entrar en el cielo, se necesita purificar en el purgatorio la deuda, no la ofensa, a no ser la ofensa de los pecados veniales no perdonados aún.
Vemos, pues, cómo se van borrando en esas malas traducciones las verdades esenciales de la fe católica, se va quitando precisión y no por simple descuido, que ya sería una estupidez, sino porque en el fondo también la nueva teología niega el purgatorio y hasta el infierno. ¡Qué les va a importar ya hablar de deudas! ¿Cuáles deudas? Si "todos somos libres", nadie le debe nada a nadie, si con "la dignidad del hombre", "la libertad del hombre", "el hombre es soberano", "los derechos del hombre", "el hombre con su libertad", ¿qué deudas? Ninguna deuda, toda deuda quedó cancelada. Eso es lo que enseña la teología liberal; barre con las deudas, con el débito que nos obliga a pedirle a Dios, para que a través de los sacrificios, la abnegación y las penalidades, purguemos en la tierra y purifiquemos nuestras almas aquí y no en el purgatorio que será mucho peor. Pero como el mundo de hoy es sordo a lo que no sea confort, goce, sensualidad; nada que comporte sacrificio, abnegación, renuncia; ese es el ideal del hombre moderno: "vivir para gozar", tal es el ideal pagano, ideal del renacimiento, que se llamó Renacimiento porque era el
paganismo que renacía después de la Edad Media; cuando el ideal del cristiano, del católico, es todo lo contrario: merecer el cielo a través del sacrificio, un programa muy distinto.
Para que paguemos, pues, nuestras deudas con Dios, perdonemos las ofensas y las deudas de nuestro prójimo y seremos perdonados. Así cumpliremos con el Padrenuestro, para rezarlo verdaderamente en paz, porque si dejamos esa ruina en el alma y guardamos ese egoísmo, esa falta de perdón, esa falta de generosidad, no podemos rezar en paz con Dios y dignamente el Padrenuestro.
Roguémosle a Nuestra Señora, la Virgen María, que nos dé la capacidad de perdonar a nuestros hermanos y que así Dios perdone nuestros pecados.
PADRE BASILIO MERAMO
5 de noviembre de 2000
lunes, 7 de octubre de 2024
7 Octubre Batalla de Lepanto
La batalla de Lepanto fue un combate naval de capital importancia que tuvo lugar el 7 de octubre de 1571 en el golfo de Lepanto, frente a la ciudad de Naupacto (mal llamada Lepanto), situado entre el Peloponeso y Epiro, en la Grecia continental.
Se enfrentaron en ella los turcos otomanos contra una coalición cristiana, llamada Liga Santa, formada por los reinos de las Españas, Venecia, Génova y los Estados Pontificios. Los cristianos resultaron vencedores, salvándose sólo 30 galeras turcas. Se frenó así el expansionismo turco por el Mediterráneo occidental. En esta batalla participó Miguel de Cervantes, que resultó herido, sufriendo la pérdida de movilidad de su mano izquierda, lo que valió el sobrenombre de «manco de Lepanto». Este escritor, que estaba muy orgulloso de haber combatido allí, la calificó como «la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros».
Antecedentes de la Liga SantaEn 1570, después de unos años de tranquilidad, los turcos inician una expansión atacando varios puertos venecianos del Mediterráneo Oriental. Atacan Chipre con 300 naves y ponen sitio a Nicosia.
Venecia pide ayuda a las potencias cristianas, pero sólo el papa Pío V les responde. El Papa consigue convencer al rey de España para que también ayude, y se forma una armada para enfrentarse a los turcos. Esta armada se reúne en el puerto de Suda, en la isla de Candia (Creta).
Por parte veneciana hay 136 galeras, 11 galeazas y 14 naves, al mando de Jerónimo Zanne, Antonio de Canale y Jacobo Celsi.
Las fuerzas pontificias constan de 12 galeras al mando de Marco Antonio Colonna.
Felipe II aporta 50 galeras mandadas por Juan Andrea Doria (sobrino del fallecido Andrea Doria), que debía ponerse a las órdenes de Colonna.
En total suman 187 galeras, 11 galeazas, un galeón, 7 naves más, con un total de 1.300 cañones y 48.000 hombres, de los que sólo 16.000 son gente de guerra.
Mientras los generales cristianos discuten la forma de hacer frente a la situación, el 9 de septiembre los turcos toman Nicosia. Juan Andrea Doria, al ver que no hay acuerdo posible entre las fuerzas cristianas, decide volverse a Sicilia el 5 de octubre.
En su regreso a sus bases, las fuerzas venecianas y pontificias sufren un temporal en el que se pierden 14 de las galeras venecianas.
El Papa y Venecia culpan al almirante español del fracaso de la operación.
Los motivos de Juan Andrea Doria para no emprender un ataque contra fuerzas turcas superiores se basaban en el mal estado de las dotaciones y del armamento de las galeras de Venecia.
La Liga Santa
La armada aliada estuvo al mando de don Juan de Austria, secundado en la armada real por Álvaro de Bazán, Luis de Requesens y Juan Andrea Doria, mientras que la veneciana iba capitaneada por Sebastián Veniero y la pontificia por Marco Antonio Colonna. Entre todos reunían más de 200 galeras, 6 galeazas y otras naves auxiliares. La escuadra turca —al mando de Alí Bajá (señor de Argel y gran marino a las órdenes del sultán turco Selim II)— contaba con 260 galeras.
Ante el fracaso de esta expedición, Pío V reúne a plenipotenciarios reales y venecianos para tratar de tomar medidas efectivas contra la expansión turca por el Mediterráneo. Las discusiones se centran sobre las misiones de la Liga y la duración de la concentración de fuerzas, con posturas encontradas entre venecianos y de las españas. Los primeros quieren restringir su ámbito al Mediterráneo Oriental, mientras que los españoles quieren incluir las costas del norte de África.
Gracias al empeño personal del papa, el 24 de mayo de 1571 se llega a una solución de compromiso:
La duración será ilimitada.
Servirá tanto para atacar a Turquía como para atacar las plazas turcas del norte de África.
La armada estará formada por 200 galeras, 100 naves, 50.000 infantes y 4.500 jinetes.
Esta armada deberá estar preparada para entrar en acción en abril de cada año.
España sufragará tres sextos de los gastos, Venecia dos sextos y la Santa Sede el sexto restante.
El generalísimo de la liga será Juan de Austria, y cada nación aportará un Capitán General. Estos tres capitanes generales, reunidos en consejo, acordarán el plan anual de operaciones.
Ninguna de las partes podrá ajustar tregua ni paz con el enemigo sin participación y acuerdo de las otras dos.
El generalísimo no llevará estandarte propio ni de su nación, sino el especial de la Liga.
Una vez aprobado el tratado, el Papa intenta que se unan al mismo Portugal, Francia y Austria, sin conseguirlo. Francia incluso pactó con los turcos.
Mientras tanto, los turcos continúan con su campaña de conquista de Chipre, y forman una escuadra de 250 velas y 80.000 hombres para devastar y saquear algunos de los puertos venecianos del Adriático.
El 4 de agosto, por falta de vituallas, cae Famagusta, con lo que se completa la conquista turca de Chipre.
Reunión de las escuadras
Una vez escogido el puerto de Mesina como punto de reunión de las escuadras, comienzan a llegar al mismo las diferentes escuadras.
Los primeros son los venecianos, que llegan el 23 de julio y traen, por ahora, 48 galeras y cinco galeazas.
Poco después arriban las 12 galeras del Papa bajo el mando de Colonna.
Juan de Austria y Sancho de Leiva salen de Barcelona el 20 de julio con las galeras del rey. Recalan en La Spezia para recoger tropas alemanas e italianas, y llegan a Nápoles el 9 de agosto, donde el 14 recibe Juan de Austria el estandarte y las insignias de la Liga Santa, diseñados por el Papa y en el que aparecen los símbolos de las tres comandos. Arriban a Mesina el 23 de agosto.
Faltan por llegar las escuadras de Álvaro de Bazán, Juan Andrea Doria, Juan de Cardona y 60 galeras venecianas. A primeros de septiembre ya está toda la flota reunida, y su composición es:
Reinos de las españas:
90 galeras
24 naves
50 fragatas y bergantines.
Venecia:
6 galeazas
106 galeras
2 naves
20 fragatas.
Estados Pontificios:
12 galeras
6 fragatas.
Las galeazas eran los navíos más potentes gracias a su gran aportación artillera. Las galeras eran impulsadas por remeros profesionales o por «chusma», gente que había sido condenada, por cualquier delito, a este duro trabajo.
Las piezas artilleras de toda la escuadra eran 1.250.
Pese a la gran cantidad de navíos reunidos, a Juan de Austria le preocupaba el mal estado de muchos de ellos, debido a que muchas de las galeras italianas se habían construido rápidamente y otras tenían los espolones desgastados o podridos a causa de sus largas esperas en los puertos de amarre. Pese a ello se decidió que podrían aguantar.
La Liga Santa logró reunir un total de 91.000 soldados, marineros y chusma. 34.000 soldados, 13.000 tripulaciones y 45 galeotes. Por la parte real eran 20.231 los soldados, de los cuales sólo 8.160 eran nativos de la penínsual Ibèrica, italianos 8.160 y alemanes 4.987. Además se unieron 1.876 caballeros y aventureros.
A causa de la escasez de gente en las galeras venecianas, Juan de Austria decide embarcar en ellas a 4.000 infantes españoles1, para reforzar su guarnición. También embarca a 500 arcabuceros españoles en cada galeaza.
1. Al decir infantes o arcabuceros españoles se quiere decir «al servicio de España», ya que parte de ellos eran italianos o alemanes.
Salida a la mar de la flota cristiana
El 15 de septiembre salen las naves de Cesar Ávalos para esperar al resto de la flota en el Golfo de Tarento.
El 16, sale el resto de la flota cristiana. En vanguardia van 8 galeras exploradoras, al mando de Juan de Cardona, general de la escuadra de Sicilia. Sus órdenes son ir 8 millas por delante del grueso de la fuerza. El resto de la fuerza va dividido en cuatro cuerpos. Su formación era la del águila, pero sin pico.
El primero, que será el cuerpo derecho en combate, lo manda Juan Andrea Doria, con 54 galeras. Llevan grímpolas verdes.
El segundo, que será el centro en combate, lo manda Juan de Austria, y lleva 64 galeras con grímpolas azules.
El tercero, cuerpo izquierdo en combate, lo manda Agustino Barbarigo y son 53 galeras con grímpolas amarillas.
Y el cuarto, que es la escuadra de socorro o de reserva en combate, lo manda Álvaro de Bazán. Está formado por 30 galeras con grímpolas blancas.
Cada uno de estos cuerpos lleva dos galeazas, que en caso de combate se pondrán por delante de la formación principal. Los cuerpos están formados sin tener en cuenta la procedencia de los buques, intercalando buques venecianos, reales y pontificios.
Encuentran tiempo borrascoso y vientos contrarios, lo que les impide pasar Otranto hasta el 24 de septiembre, dejando atrás a las naves de vela.
Gil de Andrade, que lleva con sus galeras la exploración lejana, informa de que la flota turca se encuentra en el golfo de Lepanto, al resguardo de sus castillos.
Juan de Austria decide dirigirse a Corfú, convocando consejo de guerra, ya que, al haber dejado atrás a las naves de vela, no disponen de medios de sitio para atacar los fuertes de Lepanto. Deciden embarcar seis piezas gruesas de artillería de la defensa de Corfú, y salen a la mar el 30 de septiembre.
Se plantea un problema de competencias entre don Juan y los venecianos. El problema se origina en una galera veneciana, donde por defender cada uno a su gente, se enfrentan con las armas el capitán de la galera y el capitán de los soldados embarcados, resultando herido el veneciano. El almirante veneciano, Veniero, hace ahorcar al capitán de los soldados puestos por don Juan, por lo que éste convoca consejo de guerra, del cual excluye a Veniero, llamando a Barbarigo en su lugar. Juan Andrea Doria se manifiesta partidario de volverse a las españas y dejar solos a los venecianos, a los que considera poco de fiar, dada su experiencia anterior.
Los generales al servicio del rey que hablan después de él, defienden esta postura, pero Álvaro de Bazán opina lo contrario. Dice que el hecho de que Veniero haya hecho un disparate no es motivo para tirar por la borda todo el esfuerzo hecho hasta el momento. Los que hablan después de don Álvaro apoyan su postura. Cierra el consejo don Juan, diciendo «Adelante, sigamos el parecer del marqués», y deciden salir a la mar muy de mañana, formar línea de combate a 15 millas de las bocas de Lepanto y esperar 2 horas, y, si no saliese el enemigo, disparar sus cañones y volverse.
LA BATALLA
Preparativos de los cristianos
Estos fueron según consta en la orden general de navegación y combate dada por D. Juan de Austria, capitán general de la armada combinada de la Liga Santa o Santa Liga Cristiana, en el puerto de las Leguméniças el 9 de septiembre de 1571:
Deben tener mucho cuidado los que gobiernan la Armada de mantener vivo en sus gentes el espíritu religioso «á tal que Dios nuestro Señor nos ayude en la santa y justa empresa que llevamos».
También se ordena que la flota viajará con una avanzadilla 20 ó 30 millas delante de la Armada, a cargo de "Fray Pedro Justiniano, Prior de Mecina y Capitán general de las galeras de San Juan de Jerusalén, con seis galeras y dos galeotas".
En la misma orden de navegación, se ordena que la 4.ª escuadra llamada "el Socorro", y que estará compuesta por 29 galeras, y «por Capitán de ella ha de ir Don Juan de Cardona, Capitán general de las galeras de Sicilia» ha de ir en retaguardia de toda la Armada recogiendo las galeras que se queden retrasadas evitando que ninguna se quede atrás. Las galeras de la escuadra el Socorro llevaban un «gallardete de tafetán blanco con un asta de pica, cuatro brazas encima del fanal».
Se ordena así mismo que toda la Armada debe proveerse de abundante agua «donde se hubiere de hacer aguada», que se almacene en las galeras y que no se gaste más que para lo necesario. Ya que ha ser tan grande la Armada, se teme tener dificultades para conseguirla en un único punto, y ordena por tanto que intenten aprovisionarse con una distancia de cinco o seis millas una escuadra de la otra y, en caso de tener por necesidad que hacerlo toda la Armada en el mismo punto, se hará toda la Armada junta.
La orden dice que la escuadra de vanguardia debe retrasarse a los lugares ordenados y las dos galeotas de Fray Scipion Ursino y Francisco de Mecina han de acudir al marqués de Santa Cruz a recibir órdenes.
Las galeazas, según la previsión de la orden de navegación y combate de 9 de septiembre de 1571, cuando llegue el momento de la batalla se distribuirían de la siguiente manera: La galeaza Capitana y la de Andrea de Pessaro con la escuadra de batalla siendo remolcadas por ésta, y en el momento preciso se colocarían delante de la escuadra «en derecho de la Real á tiro de cañón», esperando la orden para que se sacaran fuera de la batalla. Las dos del Duque de Florencia, Capitana y Patrona irían al ritmo de la batalla y lucharían en la parte derecha (Capitana) e izquierda (Patrona) de la Real. Las galeazas de Don Ambrosio Bragadini y Jacobo Gozo irían con el cuerpo derecho de la Armada a cargo del Marqués de Santa Cruz, posicionándose para la batalla delante a la misma distancia; el Marqués se tenía que hacer cargo de remolcarlas y pasarlas delante. Las dos galeazas de Antonio ragadini y Vicencio Quirini irían en el cuerpo izquierdo a cargo del Proveedor Soranzo, encargándose el Proveedor Sorano de remolcarlas y posicionarlas para la batalla.
El 30 de septiembre partió la Armada de los molinos (cerca de Corfú) y llegó a Leguminici (Albania) llamado antiguamente Epiro, un puerto con abundantes suministros. Llegó una de las fragatas que había llevado Gil de Andrade, avisando que el turco se encontraba en el puerto de Lepanto, antiguo Naupacto y que había enviado 60 navíos de remo y dos naves a Corn con enfermos para dejarlos allí.
Ordenó Don Juan de Austria a los que estaban retrasados en Corfú que se dieran prisa y que pusieran orden, pues el tiempo era de suma importancia. La Armada siguió en Leguminici, incluso después de llegar Antonio Colona (los retrasados en Corfú), por el mal tiempo reinante, saliendo del puerto el miércoles 3 al amanecer, si bien llevaban preparándose para la batalla desde el día 1.
Al llegar ese mismo día 3 a las 9 de la mañana al Cabo Blanco, cerca de Chafalonia, ordenó Don Juan de Austria prepararse para la batalla a toda la Armada. Don Juan personalmente fue por un lado de la Armada poniendo en orden de batalla y por la otra, el Comendador mayor de Castilla. Navegaron toda la noche hasta las 4 de la mañana y llegaron al puerto de Fiscardo en el canal de Chafalonia. Llegó ese mismo día un barco desde Candia y les contó que Famagusta había caído en manos del turco y que todos habían sido degollados.
Durante los siguientes días hasta el de la batalla, fueron aproximándose al puerto de Lepanto, enviando Don Juan vigías por mar y tierra para descubrir la armada turca. El domingo, la guardia que estaba en los calces de la Real, avisó que había descubierto una vela latina, y al poco toda la Armada turca. Don Juan ordenó subir vigías a los calces y que trataran de contar. Al poco llegaron los vigías de tierra confirmando que se trataba de la armada enemiga.
Mandó Don Juan disparar una pieza de artillería y otras señales previstas para avisar de la batalla. Se embarcó en una fragata con Don Luis Cardona, caballerizo mayor y con su secretario Juan Soto, y fue animando a sus soldados hablándoles de la victoria segura, pues iban a pelear por Dios, afirmando que lucharían hasta perder la vida, pues si la perdían, la ganarían.
Poco antes de la batalla, se puso Don Juan de rodillas y oró a Dios pidiéndole la victoria para los suyos. Lo mismo hicieron todos los de la galera Real y del resto de la Armada. Tras esto les fue dada la absolución por los padres jesuitas y capuchinos enviados por su Santidad con el jubileo. Cuenta Don Juan que en ese momento «fue el mar aquietado de tanta bonanza, cuanta se pudo desear y forzó a la armada enemiga a plegar su velas y venir a remo», lo que permitió a la Armada cristiana ponerse en orden de batalla, especialmente el cuerpo izquierdo.
Según lo acordado, el «Balsâ» disparó una pieza para pedir batalla, que fue contestada por Don Juan con otra aceptando. Tras navegar una o dos millas en dirección al «Balsâ», «mandó Don Juan segundar otra vez significando que aseguraba la batalla».
A la vista de la cantidad de velas, algunos propusieron reunión del consejo de guerra, a lo que don Juan responde: «Señores, ya no es hora de deliberaciones, sino de combatir».
Preparativos de los turcos
Alí había llamado a todos sus almirantes para concentrar sus fuerzas en Lepanto. El último en llegar fue Mahomet, rey de Negroponte, con 60 galeras y 3.000 soldados.
En total reunieron 210 galeras, 63 galeotas y 92.000 combatientes, de los cuales 34.000 eran soldados, 13.000 tripulaciones y 45.000 galeotes. La «chusma» estaba compuesta de prisioneros cristianos capturados en distintas batallas o asedios. Además, las piezas artilleras ascendían a 750, menos que las cristianas, aunque los arqueros llevaban flechas envenenadas y fueron muy útiles en los abordajes.
Al igual que la flota cristiana, están divididos en cuatro cuerpos. Su formación era de media luna.
El primero, cuerpo derecho, al mando de Mahomet Siroco, gobernador de Alejandría, formado por 54 galeras y 2 galeotas.
El segundo, centro, mandado por Alí Bajá, general en jefe, con 87 galeras y 32 galeotas.
El tercero, cuerpo izquierdo, lo manda el corsario Cara Hodja (Kodja) con 61 galeras y 32 galeotas.
El cuarto, o escuadra de reserva o socorro, lo manda Murat Dragut, y tiene 8 galeras y 21 galeotas y fustas.
Las órdenes eran terminantes. El gran señor Selim II ordenó a Alí salir a la mar en busca de los cristianos y combatirlos donde los encontrara.
Cuando avistan a la flota cristiana, Pentev y Uluch Alí recomiendan retroceder y ponerse bajo la protección de los castillos, pero Alí, cumpliendo órdenes, manda atacar.
El combate
Fresco de la batalla en el museo del VaticanoA las 7 de la mañana las dos escuadras se divisan. En el lado cristiano, Barbarigo, al mando del cuerpo izquierdo, recibe órdenes de pegarse a la costa todo lo que le sea posible, para evitar que las galeras turcas lo sobrepasen y hagan una maniobra envolvente. El centro se coloca a su lado, pero el cuerpo derecho, al mando de Juan Andrea Doria, tarda en incorporarse a la formación, dejando un espacio libre entre el centro y el ala derecha.
Las galeazas, fuertemente armadas y artilladas, están situadas una milla por delante de la formación cristiana.
Los turcos tienen el viento en popa, pero, cuando están aproximándose, cambia el viento, lo que les obliga a emplear los remos.
Al llegar las primeras galeras turcas a la altura de las galeazas, éstas abrieron un nutrido fuego de artillería y fusilería, lo que hizo que algunas naves turcas empezasen a hacer ciaboga. Alí aceleró su ritmo de boga, para así estar menos tiempo sometido al castigo, y los demás le imitaron.
Pero al acelerar la boga, el cuerno derecho turco se adelantó sobre el resto de la formación, por lo que entabla el combate contra el cuerpo izquierdo cristiano. Algunas galeras turcas consiguen pasar entre las fuerzas de Barbarigo y la costa, y la galera de Barbarigo, la capitana del cuerpo izquierdo cristiano, es atacada por varias galeras turcas. Barbarigo muere en el combate de un flechazo en un ojo, y, cuando su nave está a punto de ser apresada, todas las demás galeras de su grupo acuden en su auxilio, dando la vuelta a la situación y haciendo que los turcos se retiren. Varias galeras turcas varan en la costa, y sus tripulaciones huyen por tierra.
En el centro, la capitana de Alí (la Sultana) embiste, proa con proa, a la de don Juan (la Real), dejando unidas a las dos embarcaciones en una plataforma de 110 metros. Al embicar con el golpe, recibe en su cubierta todo el fuego de artillería y fusilería de que es capaz la galera de don Juan, lo que le produce muchas bajas, repuestas inmediatamente desde otras galeras. Las galeras de Colonna, Veniero, el Duque de Parma y Urbino se ponen al costado de la de don Juan, con lo que se forma una piña de galeras cristianas y turcas en las que se lucha cuerpo a cuerpo. Álvaro de Bazán, con sus naves de socorro, interviene impidiendo que otras galeras turcas puedan unirse a esa piña, y envía 200 hombres de apoyo a la galera de don Juan. Cae rendida la galera capitana turca y los cristianos se apoderan de su estandarte. La lucha duró una hora y media. Con esto, el centro de la flota turca queda deshecho, al igual que antes su flanco derecho. Alí Baja fue abatido por siete disparos de arcabuz y un soldado de los Tercios, Andrés Becerra, descolgó el estandarte otomano y un galeote cortó la cabeza de Alí ofreciéndosela a Juan de Austria. Éste la despreció con gesto de asco y ordenó que la arrojase al mar.
En el ala izquierda turca, Uluch Alí ve que hay un hueco entre el centro y el ala izquierda cristianos, por lo que hace ademán de apartarse del centro turco, para que Juan Andrea Doria le siga y así aumentar la brecha. Cuando ve que ésta es suficiente, se lanza contra el costado derecho del centro cristiano, con sus 93 buques y la gente fresca, produciendo grandes daños a la capitana de Malta, a 10 galeras venecianas, a dos del Papa y a otra de Saboya. Juan de Cardona acude con 8 galeras y el de Bazán con la escuadra de reserva, consiguiendo detener el ímpetu del ataque turco, que estuvo a punto de cambiar la suerte del combate.
Uluch Alí, viendo que todo el centro cristiano se dirige a atacarle y que las galeras de Doria están a punto de llegar, corta los remolques de las galeras que había apresado y consigue huir con 16 galeras.
Juan de Austria sufrió una herida en un pie.
Hasta la puesta del sol continúa el combate a base de escaramuzas entre galeras aisladas, y, al anunciarse mal tiempo, ordena don Juan reunirse y marchar con las presas al puerto de Petala.
Al día siguiente volvieron los cristianos al campo de batalla para recoger y auxiliar a los buques desmantelados y a los náufragos.
Resultados de la batalla
En Petala los cristianos efectúan el recuento de bajas. Se contabiliza la pérdida de 12 galeras cristianas (aunque luego ascendieron a 40 por los graves daños sufridos) y de 7.600 hombres, de los que 2.000 eran españoles, 880 de la escuadra del Papa y 4700 venecianos. Hubo 4.000 heridos.
Se cuentan «170 galeras y 20 galeotas de 12 bancos arriba» apresadas a los turcos, de las que sólo 130 estaban útiles, quemándose las otras 60. Se hicieron 5.000 prisioneros y se liberaron 12.000 cautivos cristianos. Se estimaron entre 20.000 y 30.000 los muertos del bando turco.
Conmemoración de Fiesta de Nuestra Señora del Rosario
Un creciente número de hombres se unió a la obra apostólica de Domingo y, con la aprobación del Santo Padre, Domingo formó la Orden de Predicadores. Con gran celo predicaban, enseñaban y los frutos de conversión crecían. A medida que la orden crecía, se extendieron a diferentes países como misioneros para la gloria de Dios y de la Virgen.
El rosario se mantuvo como la oración predilecta durante casi dos siglos. Cuando la devoción empezó a disminuir, la Virgen se apareció a Alano de la Rupe y le dijo que reviviera dicha devoción. La Virgen le dijo también que se necesitarían volúmenes inmensos para registrar todos los milagros logrados por medio del rosario y reiteró las promesas dadas a Sto. Domingo referentes al rosario.
Promesas de Nuestra Señora, Reina del Rosario, tomadas de los escritos del Beato Alano:
1. Quien rece constantemente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.
2. Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.
3. El Rosario es el escudo contra el infierno, destruye el vicio, libra de los pecados y abate las herejías.
4. El Rosario hace germinar las virtudes para que las almas consigan la misericordia divina. Sustituye en el corazón de los hombres el amor del mundo con el amor de Dios y los eleva a desear las cosas celestiales y eternas.
5. El alma que se me encomiende por el Rosario no perecerá.
6. El que con devoción rece mi Rosario, considerando sus sagrados misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá de muerte desgraciada, se convertirá si es pecador, perseverará en gracia si es justo y, en todo caso será admitido a la vida eterna.
7. Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los Sacramentos.
8. Todos los que rezan mi Rosario tendrán en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia y serán partícipes de los méritos bienaventurados.
9. Libraré bien pronto del Purgatorio a las almas devotas a mi Rosario.
10. Los hijos de mi Rosario gozarán en el cielo de una gloria singular.
11. Todo cuanto se pida por medio del Rosario se alcanzará prontamente.
12. Socorreré en sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.
13. He solicitado a mi Hijo la gracia de que todos los cofrades y devotos tengan en vida y en muerte como hermanos a todos los bienaventurados de la corte celestial.
14. Los que rezan Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.
15. La devoción al Santo rosario es una señal manifiesta de predestinación de gloria.
REFLEXIONES DE SOR LUCÍA SOBRE EL SANTO ROSARIO:
Creo que, después de la oración litúrgica del Santo Sacrificio de la Misa, la oración del Santo Rosario, por el origen y sublimidad de las oraciones que lo componen y por los misterios de nuestra redención que recordamos y meditamos en cada decena, es la oración más agradable a Dios que podemos ofrecer y de mayor provecho para nuestras almas. Si así no fuese, Nuestra Señora no la habría recomendado con tanta insistencia.
La oración del Santo Rosario es la que más ha sido recomendada por todos los Sumos Pontífices que en los últimos siglos, sirvieron a la Iglesia, comenzando por Gregorio X_111, que en la Bula "Monete Apostolos", lo llama "Salterio de la Santísima urgen que rezamos para aplacar la ira de Dios e implorar la intercesión de la Santísima Virgen" (1 de abril de 1573). También Sixto V, en la Bula "Dum ineffabilis", el 30 de enero de 1586, llama al Rosario "el Salterio de la Gloriosa y siempre Virgen María, Madre de Dios, instituido por inspiración del Espíritu Santo".
Antes de estos dos Papas gobernó la iglesia San Pío V. Éste atribuyó a la oración del Rosario la victoria de Lepanto, obtenida por los cristianos contra los turcos, el 7 de octubre de 1571. En acción de gracias, mandó celebrar anualmente, en ese día, la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias, fiesta que su sucesor vino a designar como Nuestra Señora del Rosario.
Cerca de trescientos años después de esta guerra, servía a la Iglesia el Papa Pío IX. Éste, en su lecho de muerte dijo a los que lo rodeaban: "El Rosario es un evangelio compendiado y dará a los que lo recen aquellos ríos de paz de que nos habla la Escritura; es la más hermosa devoción, la rnás abundante en gracias, y agradabilísima al Corazón de María. Sea éste, hijos míos, mi testimonio para que os acordéis de mi en la tierra" (febrero de 1878). Es maravilloso cómo el gran Pontífice unió la oración del Rosario al Corazón Inmaculado de María. ¡O no fue, acaso, él, el Pontífice de la Inmaculada que hiciera la proclamación dogmática de la Inmaculada Concepción de María por la Bula "Ineffabilis Deus", en 1854!
León XIII, en la Encíclica "Fidentem plumque", de 20 de septiembre de 1896 dice: "En la devoción del Rosario, Cristo ocupa el lugar principal (...) por medio de las oraciones vocales de que está formado, podemos expresar- profesar la fe en Dios, nuestro Padre providentísimo, en la vida eterna, en el perdón de los pecados, -y también en los misterios de la Augusta Trinidad, del Verbo Encarnado, de la maternidad divina, y en otros. Ahora bien, nadie ignora el gran valor y mérito de la fe. La fe, efectivamente, no es otra cosa que una escogida simiente que, en el presente, produce flores de todas las virtudes que nos vuelven agradables a Dios y dan frutos que duran hasta la vida eterna: puesto que «conocerte es justicia consumada y el reconocer Tu justicia y virtud, es la raíz de la inmortalidad» (la cita es del Libro de la Sabiduría, 15, 3)".
Admirable es la afirmación del Papa León XIII según la cual la Santísima Trinidad es la obra de salvación realizada por Cristo que está en el centro de esta gran oración que es el Rosario, constituyendo éste una gran profesión de fe en aquellos misterios centrales de la Doctrina Católica. Es de gran valor espiritual la fe que en la referida oración profesamos y ejercitamos. Por eso el mismo Pontífice valiéndose de las palabras del Apóstol San Pablo dice: "Porque con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confesa la fe perra la salvación " (Romanos, 10, 10). Por eso, el Rosario nos ofrece la oportunidad para esta profesión externa de fe.
Su Santidad Pío XI nos dijo en la Encíclica "lngravescentibus malis". del 9 de septiembre de 1937: "El Santo Rosario no es solamente arma para derrotar tilos enemigos de Dios v de la Religión. sino. sobretodo. promueve y fomenta las virtudes evangélicas. Yen primer lugar, reanima la fe católica con la contemplación de los divinos misterios .y eleva el entendimiento al conocimiento de leas verdades reveladas por Dios" Y se dignó conceder la indulgencia plenaria para el rezo del Rosario delante del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. El Santo Padre Pío XII, el 16 de octubre de 1940. dijo: "El Rosario es, por el significado de su nombre, un collar de rosas; no de aquellas roscas con las cuales los impíos se adornan con petulancia, según la palabra de la Escritura -«Coronémonos de rosas antes de que se marchiten» (Sab. 2. 8)-. sino de rosas cuya frescura es incesantemente renovada en las manos de los devotos de María" (...)
A los que dicen que el Rosario es una oración anticuada y monótona debido a la repetición de las oraciones que lo componen yo les pregunto si hay alguna cosa que viva sin ser por la repetición continuada de los mismos actos.
Dios creó todo lo que existe de modo que se conserva por la, repetición continuada e ininterrumpida de los mismos actos. Así, para conservar la vida natural, inspiramos y expiramos siempre del mismo modo; el corazón golpea continuamente siguiendo siempre el mismo ritmo; los astros como el sol, la luna los planetas, la tierra, siguen siempre la misma ruta que Dios les marcó. El día sucede a la noche, año tras año, siempre del mismo modo_ La luz del sol nos alumbra y calienta siempre de la misma forma. En tantas plantas, brotan las hijas de la primavera, se visten después de flores, dan fruto y vuelven a perder las hojas en el otoño o invierno. Y, así, todo lo demás sigue la ley que Dios le marcó y todavía a nadie se le ocurrió decir que era monótono. y por lo tanto prescindible: ¡es que necesitamos de eso para vivir! Pues bien, en la vida espiritual tenemos la misma necesidad de repetir continuamente las mismas oraciones, los mismos actos de fe, de esperanza y de caridad, para tener vida, visto que nuestra vida es una participación continuada de la vida de Dios.
Cuando los discípulos pidieron a Jesucristo que les enseñase a orar, Él les enseñó la bella fórmula del Padrenuestro, diciendo: "Cuando oréis, decid: Padre..." (San Lucas, 11, 4). El Señor nos mandó rezar así, sin decirnos que, pasado un cierto número de años, buscásemos nueva fórmula de oración, porque ésta habría pasado a ser monótona. Cuando los enamorados se encuentran, pasan horas seguidas repitiendo la misma cosa: "Te amo!" Lo que les falta a los que hallan la oración del Rosario monótona es Amor; y todo lo que no está hecho por amor no tiene valor. Por eso, nos dice el Catecismo que los diez mandamientos de la Ley de Dios se encierran en uno sólo, que es amar a Dios sobre todas las cosas Y al prójimo como a nosotros mismos.
Los que rezan diariamente su Rosario son como los hijos que todos los días disponen de algunos momentos para ir junto a su padre, para hacerle compañía, manifestarle su agradecimiento, prestarle sus servicios, recibir sus consejos y su bendición. Es el intercambio y el cambio de amor del padre para con el hijo y de éste para con el padre, es la dádiva mutua.
HERMANA LUCÍA (Tomado de su libro "Llamadas del Mensaje de Fátima")
REVELACION DE NUESTRA SEÑORA A SANTO DOMINGO DE GUZMAN:
"Viendo Santo Domingo que los crímenes de los hombres obstaculizaban la conversión de los albigenses, entró en un bosque y pasó en él tres días y tres noches en continua oración y penitencia. Un día, se le apareció la Santísima Virgen acompañada de tres princesas del cielo y le dijo:
- ¿Sabes tú, mi querido Domingo, de qué arma se ha servido la Santísima Trinidad para reformar el mundo?
- Oh, Señora — respondió él — vos lo sabéis mejor que yo, porque después de vuestro Hijo Jesucristo fuisteis el principal instrumento de nuestra salvación.
Ella añadió: - Pues sabes que la pieza principal de la batalla ha sido la salutación angélica, que es el fundamento del Nuevo Testamento. Por tanto si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos, reza mi salterio.
La Virgen reveló: - Sólo si la gente considera la vida, muerte y gloria de mi Hijo, unidas a la recitación del Avemaría, los enemigos podrán ser destruidos. Es el medio más poderoso para destruir la herejía, los vicios, motivar a la virtud, implorar la misericordia divina y alcanzar protección. Los fieles obtendrán muchas ganancias y encontrarán en mí a alguien siempre dispuesta y lista para ayudarles.
El Santo se levantó muy consolado y abrazado de celo por el bien de estos pueblos, entró en la Catedral y en ese momento sonaron las campanas (por intervención de los ángeles) para reunir a los habitantes. Al principio de la predicación se levantó una espantosa tormenta, la tierra tembló, el sol se nubló y los repetidos truenos y relámpagos hicieron estremecer y palidecer a los oyentes. El terror de éstos aumentó cuando vieron que una imagen de la Santísima Virgen, expuesta en un lugar prominente, levantaba por tres veces los brazos al cielo para pedir a Dios venganza contra ellos si no se convertían y recurrían a la protección de la Santa Madre de Dios. Quería el cielo con estos prodigios promover esta nueva devoción del santo rosario y hacer que se la conociera más. La tormenta cesó al fin por las oraciones de Santo Domingo. Continúo su discurso y explicó con tanto fervor y entusiasmo la excelencia del Santo Rosario, que casi todos los moradores de Tolosa le abrazaron, renunciando a sus errores, viéndose en poco tiempo, un gran cambio en la vida y costumbres de la ciudad".
Historia de la festividad:
En el siglo XVI, San Pío V instauró su fecha el 7 de octubre, aniversario de la victoria en la Batalla de Lepanto, donde las fuerzas cristianas derrotaron a los turcos que invadían Europa (atribuida a la Virgen), denominándola Nuestra Señora de las Victorias; además, agregó a la letanía de la Virgen el título de Auxilio de los Cristianos. Su sucesor, Gregorio XIII, cambió el nombre de su festividad al de Nuestra Señora del Rosario.2 A causa de la victoria en la batalla de Temesvár en 1716, atribuida por Clemente XI a la imagen, el papa ordenó que su fiesta se celebrase por la Iglesia universal. León XIII, cuya devoción por esta advocación hizo que fuera apodado el Papa del Rosario, escribió unas encíclicas referentes al rosario, consagró el mes de octubre al rosario e incluyó el título de Reina de Santísimo Rosario en la letanía de la Virgen.
domingo, 6 de octubre de 2024
VIGÉSIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Este pasaje del Evangelio nos relata la curación del hijo de uno de los oficiales del Rey. Este oficial se entera de que nuestro Señor iba a Judea y pasando por allí fue a pedirle que le hiciera ese milagro por su hijo que estaba muriendo. Nos puede sorprender la respuesta de nuestro Señor que en primera instancia dice que, “si no veis milagros y prodigios no creéis”. Lo decía por estar en Galilea, en su tierra, en medio de su pueblo, para hacerles ver que ellos debían creer sin necesidad de los milagros que pudiera hacer, puesto que ellos tenían las Escrituras y los profetas; que si creían en las Escrituras y los Profetas, es decir en el Antiguo Testamento, creerían en Él, por lo que no había necesidad de hacer milagros para que creyesen como si fuesen paganos que no conocieran la Ley y los Profetas; los paganos, si de algún modo necesitaban ser atraídos, sería por los milagros y las obras de nuestro Señor.
Ellos, los judíos, conocían las Escrituras, las profecías, los Profetas que anunciaban al Mesías que iba a venir, al Hijo de Dios, al Enviado de Dios, y por eso el tono de la respuesta en primera instancia de nuestro Señor que nos puede parecer un poco duro o chocante. Sin embargo, ante la insistencia de este oficial que le pide que vaya a su casa para que cure a su hijo, nuestro Señor le dice que se quede tranquilo, que su hijo está sano, que vaya en paz a su casa. En efecto, este buen hombre creyó en la palabra de nuestro Señor, creyó en Él sin necesidad de que fuese con él a su casa para que obrase allí el milagro, creyó en este milagro a distancia, a lo lejos y se encaminó; cuando sus siervos ven llegar le comunican con alegría que su hijo está sano y él pregunta a qué hora sanó, y vio que era la misma en la cual nuestro Señor le había dicho que su hijo estaba sano. Nos demuestra la fe de este oficial del Rey que confió en la palabra de nuestro Señor.
No así los judíos; duros de corazón no creyeron en nuestro Señor. Ese es el gran drama existencial, si así se lo quiere llamar, de todo hombre nacido, aquí, en la China, en el Japón, o en la selva. Ese es el drama de cada hombre, creer o no creer en Cristo, en nuestro Señor.
Dice por eso Santo Tomás que Dios no niega a nadie los medios para salvarse, y para salvarse son necesarias la gracia y la fe, no basta una buena voluntad en un orden puramente natural que sería simplemente una condición, una preparación del terreno, sino que hace falta, además de esa buena voluntad natural, la fe. Porque si no, caeríamos en el naturalismo, como de hecho caen algunos predicadores y teólogos cuando dicen que para salvarse no hace falta nada más que ser un hombre de buena voluntad; eso es mentira y es absurdo; hace falta además la fe, la gracia que Dios da al que tiene buena voluntad, que es muy distinto. No se salvan porque tengan buena voluntad.
Santo Tomás afirma que como Dios no niega a nadie lo necesario para salvarse, si éste no pone obstáculo a Dios, Dios le da lo necesario y para eso hace falta la buena voluntad, para no poner trabas a la gracia de Dios pero no para salvarse por su propia voluntad. Eso sería el más aberrante naturalismo herético, porque en materia de fe no hay términos medios; sí, sí, no, no, es verdad o es mentira, no caben medias tintas ante Dios. Y de ahí la tragedia de cada hombre de querer la verdad primera que es Dios por encima de todo y que ese es el objeto de la fe; la Verdad Primera que es Dios, no cualquier verdad o la verdad en general, sino la Verdad Primera que es Dios, objeto de la fe sobrenatural sin la cual no se salva nadie.
A este respecto dice también Santo Tomás que si una persona sin culpa ninguna no conocía la revelación porque, supongamos, estuviera metida en una selva o en una cueva, perdida, Dios mismo le enviaría a un ministro suyo, a un misionero para que lo adoctrine en la fe o le enviaría un ángel del cielo o Él mismo le revelaría eso en lo profundo de su corazón, para que así, aceptando libremente a Dios se salve, o libremente también rechazándolo se condene.
Hoy se exalta la libertad como si fuese una varita mágica, sin darnos cuenta de esa ambivalencia terrible, de esa libertad defectible como la nuestra, que puede no elegir el bien que debe, sino el mal que no debe y el mal ante Dios es el rechazo de Él y el este rechazo es el infierno. He ahí el gran drama, el gran misterio y la necesidad de que la Iglesia se propague y sea misionera, manteniendo la verdadera doctrina, la Verdad Primera que es Dios.
No nos debemos olvidar de que la fe es una relación trascendental de adhesión a la Verdad Primera, que no es un sentimiento, que no es una pasión ni es un capricho, es una adhesión del hombre a través de su inteligencia, movido por la voluntad libre a Dios, conocido como Verdad Primera, como Verdad Suma, como única verdad, sin lo cual se destruye toda otra apariencia de verdad o de divinidad; se destruye toda otra creencia o credo.
Por eso el ecumenismo de hoy es aberrante, es contra Dios, contra la verdad, porque no se excluye el error que pueda haber en el hombre al no identificarse con la verdad que es Dios y que tome algún ídolo, garabato o lo que sea y lo tome por Dios, como el dios de los budistas, de los musulmanes, de los judíos, o de cualquier brujo o hechicero; eso es inadmisible. La verdad suma no admite esa posibilidad de error y por eso lo excluye al igual como la luz a las tinieblas y por eso la religión católica, apostólica y romana es la única que detenta con exclusividad la verdad de Dios y es ese el dogma de fe negado y conculcado por casi todos, tanto en la jerarquía, es decir, en el clero, como en los fieles. No se proclama la exclusividad de la verdad religiosa como patrimonio de la Iglesia, sino como de la humanidad o de cada hombre y eso es un error porque Dios se reveló a su Iglesia y esa revelación nos es transmitida por ella, no por los protestantes, no por los judíos, no por los musulmanes o los budistas. Aunque en un momento, a través de los judíos, Dios se manifestó en el Antiguo Testamento y los que verdaderamente eran buenos judíos se convirtieron al cristianismo como los apóstoles y todos los primeros cristianos y quedaron como malos judíos los que conocemos hoy que son los descendientes de los que no aceptaron a los Profetas ni a las Escrituras, que no aceptaron la Ley de Moisés y que por eso crucificaron a nuestro Señor. De ahí la importancia de la fe, de reconocer a nuestro Señor como a Dios. Y a nadie, absolutamente a nadie le falta lo necesario para ese conocimiento, aunque no sepamos el cómo o el medio de que Dios se valga; si no le llega es porque pone obstáculo a Dios.
Es así entonces, que cuando nos preguntamos cómo se salva fulano, que no conoce, que nació en el error. Pues si él no opone resistencia a la gracia de Dios, Él le dará absolutamente todo lo necesario para que crea y se salve y eso en nombre de la Iglesia, de Cristo, no en nombre de cualquier falsa religión sino de la única verdadera, la revelada por Dios mismo que se la revelaría a esa persona a través de un misionero, de un ángel o de Dios mismo en lo profundo de su corazón.
Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen, el conservar esa fe, de ser fieles perseverando en la verdadera doctrina y que de este modo podamos dar mayor gloria a Dios y poder también ayudar a que los demás se salven. +
BASILIO MERAMO PBRO.
21 de octubre de 2001
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