Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
La liturgia de este domingo quiere prepararnos como siempre para la Natividad de nuestro Señor Jesucristo. Es una especie de Cuaresma, como bien se explica en los misales de Dom Gaspar Lefebvre, gran liturgista. Y la Iglesia nos presenta en este tiempo de Adviento a San Juan Bautista, ese gran profeta que señaló el advenimiento de nuestro Señor en persona: “Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, “Yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia”, señalando el Bautista con el dedo al Mesías anunciado, los tiempos de salvación, este Mesías que haría milagros evangelizando a los pobres, resucitando a los muertos, haciendo ver a los ciegos, caminar a los cojos; que por eso nuestro Señor les dice a los discípulos para que le dijeran eso a San Juan, para que ellos se dieran cuenta de que el Mesías estaba allí, que Él era el anunciado.
Pero surge un inconveniente, porque el Evangelio nos dice que San Juan Bautista, estando en la cárcel próximo ya al martirio (por recriminar y no aceptar el contubernio a Herodes con la esposa de su hermano), mandó a preguntar quién es Él. ¿Cómo, pues, va a mandar él a sus discípulos a preguntar quién es, si él sabía muy bien quién era? Y tanto lo sabía que desde el vientre de su madre, a los seis meses, fue santificado, es decir, quitado el pecado original, y que por eso saltó de gozo. ¿Cómo es que ahora va a mandar a sus discípulos a que le pregunten quién es? Pues sencillamente para que ellos supieran quién era Él, pues San Juan lo sabía muy bien, para que sus discípulos ya se destetasen de él y siguieran a nuestro Señor, puesto que San Juan gozaba de gran autoridad.
Tanto así, que nuestro Señor le pidió que lo bautizara, a lo que San Juan responde que quién era él para bautizarlo, que Él no tiene necesidad. Y nuestro Señor le dice con el gesto: “Calla y haz lo que te digo”, para mostrar la autoridad religiosa de la tradición, que aunque nuestro Señor no lo necesitaba, pero sí para que el pueblo viera, los discípulos y la gente supieran que nuestro Señor no era un advenedizo y que había una continuidad religiosa.
Así, entonces, San Juan, sabiendo próxima su muerte, quería que por fin sus discípulos dejaran de ser los suyos para que siguiesen al Señor y la mejor manera era mandándolos a que preguntasen y entonces entendieran por la respuesta; más que para San Juan, era para los discípulos. Y nuestro Señor comienza después a elogiar a San Juan: “¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña mecida por el viento? ¿Un hombre que viste fina y delicadamente?”. Todo lo contrario, un hombre que vive en el desierto, que viste sencillamente, que come poco, un hombre que se sacrifica, no un burgués que está en un palacio cómodamente, sino alguien que como buen profeta lleva una vida de sacrificio y penitencia, tan elevado que ha sido puesto como un ángel delante de nuestro Señor para que vaya señalando el camino. Esa es la grandeza de San Juan el Bautista como profeta del Nuevo Testamento, que señala al Señor en su primera venida, mientras que San Juan Evangelista, como profeta del Nuevo Testamento, señala la segunda venida de nuestro Señor en gloria y majestad. Dos Juanes que señalan los dos eventos de nuestro Señor, el de su primera y el de su segunda venida.
Y al decir nuestro Señor que “no hubo hombre más grande que él”, se refiere a los hombres del Antiguo Testamento, pues a continuación dice: “Y el más pequeño en el reino de los cielos es mayor”, con lo cual nuestro Señor balancea esa grandeza de San Juan Bautista, es decir, que lo pone como el santo más grande del Antiguo Testamento, nada más. De allí han salido muchas discusiones, una de ellas es si San Juan Bautista era el santo más grande de todos. Como dice el padre Castellani, es inútil discutir sobre ello, pero sí queda muy difícil dejar eclipsar la imagen de San José como santo del Nuevo Testamento.
Podemos resumir así: San Juan Bautista como hombre es el más grande santo del Antiguo Testamento, mientras que como profeta se inserta en el Nuevo Testamento tocando con el dedo a nuestro Señor en su primera venida. Luego sigue siendo como profeta del Antiguo Testamento Moisés, mientras que San Juan Evangelista es el profeta más grande del Nuevo Testamento al señalar la segunda venida de nuestro Señor o Parusía. San José sería el santo más grande del Nuevo Testamento por su virtud y pureza. Por eso la Iglesia nos presenta a San Juan Bautista como ejemplo de santidad, de abnegación, de sacrificio, de firmeza, para que nos preparemos en esta pequeña Cuaresma a festejar santamente la Natividad de nuestro Señor Jesucristo.
Por otra parte, en la epístola San Pablo nos exhorta a recibirnos los unos a los otros con caridad, sabiéndonos soportar, perdonándonos, aceptando los defectos del prójimo para que no caigamos en lo mismo o quizás en un defecto peor; que tengamos esa armonía tratando de ser mejores, corrigiéndonos, no pensando que somos así y que así seguiremos. Es un grave error pensar que Dios nos ha hecho como somos, pues traemos el lastre del pecado original, toda la maldad, la miseria, los defectos que nos quedan después del bautismo, que Dios deja para con su gracia adquirir la virtud combatiendo esas miserias; esa es la obra de santidad que cada uno tiene que realizar a lo largo de toda la vida: lograr la virtud y la verdadera santidad.
Debemos leer las Escrituras, que son objeto de consolación y de esperanza, para que no vivamos distraídos con tanto periódico y televisión, que no hacen más que fomentar lo impúdico, pues la inmoralidad no es normal, como ver novelas en las que se estén besando; dos esposos que se besen en la vía pública pecan aunque sean esposos, porque hay cosas que son lícitas pero en privado (nadie hace una necesidad en la vía pública a menos que esté loco), y porque lo veamos en la televisión y en la calle, ya lo aceptemos como costumbre y pensemos que no pecamos.
En pecado no podríamos comulgar; y si creemos que sí podemos hacerlo es porque hemos perdido la sensibilidad frente a lo malo, a lo impúdico, indecente, pecaminoso, por el bombardeo permanente que nos cambia el pensamiento de cristiano a pagano.
Nuestro entretenimiento no debe ser pecaminoso, lujurioso; si se ven durante horas esas cosas, cómo van a decir que no hay complacencia y por placer se peca aunque no se lo quiera. Y eso que no me refiero a las atrocidades que salen en televisión y en los medios de comunicación, que dan vergüenza, ofenden la moral y la inocencia de los niños. Porque, ¿cómo los vamos a educar? Por cierto hoy que ya no se educa a los niños en la virtud, sino en el capricho, que haga lo que quiera: --le compro esto para que esté entretenido, contento--. Debe ser todo lo contrario, hay que enderezar al niño como a un animalito, al principio domesticarlo, que aprenda a no alimentar el su egoísmo, su voluntad, su capricho.
Qué virtud se le puede enseñar si es un caprichoso que se cree un Napoleón, que todo se somete a su voluntad y a su imperio y si no, llora, les hacen una caricia y lloran y el papá se ofende; es un niño que no está de acuerdo con el medio ambiente y la culpa es de los padres y el niño, pobrecito; porque estamos muy lejos de la virtud; totalmente sumergidos en un mundo adverso y contrario a Dios y a la Iglesia. Por eso los consejos de San Pablo, la lectura de la Sagradas Escrituras, objeto de consolación y de esperanza, para que el Dios de la esperanza nos proteja y así poder vivir cristianamente en un medio que cada vez es más anticatólico y demoníaco.
A propósito de demoníaco, hoy, para ser un buen literato hay que ser brujo, como la tonta que hizo los libros de “Harry Potter”, vendidos por millones. Así, que si me convierto en bruja como ella, iniciada en los misterios de la magia y de cuanta cosa hubo en el paganismo y en la gnosis, soy la persona más rica de Inglaterra y que gana más premios y vendo más libros, literatura que los niños devoran porque hay un encantamiento, una sugestión del demonio. No creamos que hay cosas que porque atraen son buenas; el demonio tiene también su seducción; así que si un libro de cuatrocientas páginas no le aburre y sí le aburre leer una página de cualquier texto más o menos decente y no nos damos cuenta, es una prueba de lo demoníaco hecho obra de literatura, de alabanza y de riqueza.
Tengamos en cuenta esto para no caer y saber explicarles a los niños y a los no tan niños, porque también los jóvenes y los adultos caen. Lo peor es que los niños quedan iniciados en la magia, en la brujería, en el misterio de lo satánico. Esta mujer quién sabe qué pacto ha hecho con el demonio para que le dé toda esa ciencia del mal o es que es boba y deja inspirar su pluma directamente por el demonio, lo que también puede ser. Pues bien, en vez de tener ese tipo de lectura literatura, tengamos cosas buenas, santas y empecemos por la Sagrada Biblia, la palabra de Dios que consuela y da esperanza.
Pidamos a nuestra Señora para que Ella nos asista, nos ayude a perseverar en el bien y la verdad y lograr así la santidad. +
PADRE BASILIO MERAMO.
9 de diciembre de 2001
9 de diciembre de 2001