San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 29 de noviembre de 2020

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

 

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Con este primer domingo de Adviento, se inicia el año litúrgico en torno al ciclo de Navidad, en torno al misterio de la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Ya sabemos que hay dos grandes ciclos en el año litúrgico, el de la Navidad y el de la Pascua y así, alrededor de estos dos grandes misterios gira la liturgia de la Iglesia católica. Con estos cuatro domingos de Adviento nos preparamos, a través del sacrificio y la oración, de un modo más intenso para festejar la Navidad o la Natividad de nuestro Señor Jesucristo; a eso se debe el color morado de los ornamentos, que indican mortificación, sacrificio y penitencia; son como una especie de Cuaresma alrededor de la fiesta de Navidad, para que nos preparemos espiritualmente y así podamos festejar santa y cristianamente la Navidad, que es la fiesta más popular para los católicos.

Cuatro domingos que presagian el tiempo de espera que tuvo la humanidad desde Adán, después de haber pecado, hasta que se cumpliera la Encarnación. Cuatro domingos que simbolizan aproximadamente cuatro mil años de espera, con lo cual vemos cuán opuesto a la Iglesia es el absurdo evolucionismo que hace datar miles y miles de años no solamente al mundo, sino la edad del hombre, lo cual es absolutamente falso, a lo que San Juan Crisóstomo llamaba “fábulas”, como de hecho también llama San Pablo en más de una ocasión a todos esos errores.

Cuatro mil años esperando al Altísimo, al Mesías, al Ungido, al Enviado de Dios. Y la mejor manera de prepararnos a la Navidad es teniendo el espíritu que tuvieron aquellos fieles del Antiguo Testamento esperando la venida del Mesías. Esto fue lo que esperó el pueblo judío, pero que por culpa de sus dirigentes religiosos desviaron las profecías, tergiversándolas y en vez de reconocerlo, lo crucificaron, lo mataron. Ese es el drama, y en eso consiste el dilema teológico religioso del pueblo judío: en no haber sido fieles a las profecías sobre el Mesías y en no haberlo reconocido cuando vino. Con este desconocimiento de la jerarquía de la sinagoga, que era hasta entonces la verdadera Iglesia de Dios, pasa a convertirse en sinagoga de Satanás; y no hay que olvidarlo, porque lo mismo nos puede pasar a nosotros que somos el injerto, que somos los gentiles, para que no nos creamos mejores, porque sólo Dios sabe si no está aconteciendo exactamente lo mismo: el desconocimiento de la segunda venida de nuestro Señor en gloria y majestad, tal como anuncia el evangelio de hoy al comenzar el año litúrgico.

Y no nos debe asombrar que la Iglesia termina y comienza el año litúrgico con una alusión directa a la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo; lo comprobamos en la liturgia de la Iglesia, para que tengamos presente que la gran profecía del Nuevo Testamento es la segunda venida de nuestro Señor en gloria y majestad. Gran revelación es la Parusía, la manifestación de nuestro Señor; de ese dogma de fe han salido, pululan por ahí montones de herejías y errores hasta por simple ignorancia, dentro del mismo clero, dentro de la misma teología. Ese ha sido el motivo de la venida frecuente de la Santísima Virgen a recordárnoslo de manera notable con las apariciones de La Salette y de Fátima y ese es el único motivo por el cual el tercer secreto de Fátima no se ha querido revelar, por culpa de la jerarquía de la Iglesia, por la ignorancia y la desidia de muchos clérigos, porque cuando no hablan los que debieran, entonces hablan otros en su lugar. Eso es lo que explican las apariciones de nuestra Señora.

La Iglesia asocia pues la primera venida de nuestro Señor, su Encarnación y Natividad con la segunda venida, sin la cual la primera quedaría trunca, sin la cual la obra de la Redención quedaría sin su acabamiento y sin su coronación; por eso inicia el año litúrgico con el evangelio de la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo anunciando por consiguiente la catástrofe cósmica universal, que las virtudes del universo tambalearán, ya que todos esos hechos acompañarán esa segunda venida. Pero será también el epílogo, el final sublime de todo el desastre que el hombre en el ejercicio de su libertad, no cumpliendo la voluntad de Dios, ha ocasionado llevando a la humanidad por caminos contrarios a los designios de Dios; Él vendrá a juzgar, a ordenar y a reinar. Por eso reza el Padrenuestro, “venga a nos tu reino y que se haga tu voluntad así en la tierra como en el cielo”, y de ese reino, erróneamente entendido, las sectas protestantes sacan la fuerza y vitalidad de su herejía.

Nosotros los católicos debemos tener viva la esperanza en ese reinado de nuestro Señor Jesucristo que sin entrar en detalles sabemos que será un reino de gloria y de paz; será el resurgir de su Iglesia que ha sido y está siendo ultrajada, todo permitido por aquellos mismos que debieran defenderla. Preparemos bien la Navidad y no olvidemos que así como Él vino una primera vez, volverá una segunda. No caigamos en el error invertido en el que cayó el judaísmo, el gran error del pueblo elegido de los judíos, ¿cuál fue? Un error exegético; se quedó con las profecías del segundo advenimiento de Cristo glorioso, del Cristo vencedor desconociendo la primera venida de nuestro Señor no gloriosa sino en la humildad, en el anonadamiento, en el sufrimiento; ellos no aceptaban esa primera venida. Se erigían en los todopoderosos y liberadores del género humano, idea judaica de toda revolución basada en la liberación, tanto la revolución comunista, la protestante, la francesa y todas las revoluciones que tienen por ley motivar ese ideal de liberación del judaísmo, carnalizando esas profecías.

Entonces, el mismo error a la inversa sería quedarnos con la primera venida y olvidarnos paladinamente de la segunda y por eso la Iglesia quiere recordárnoslo, para que lo tengamos presente y guardemos nuestra fe y nuestra esperanza, que es la esperanza de los fieles de la primitiva Iglesia, a tal punto que San Pablo tuvo que intervenir y decirles que hasta que no desapareciera el obstáculo no vendría nuestro Señor; nosotros no sabemos cuál es ese obstáculo, podrían ser varios, uno de ellos la civilización cristiana o el orden romano continuado espiritualmente por la Iglesia; otra el Mysterium Fidei, el misterio de la Santa Misa, que es el que Satanás ha querido siempre destruir, porque ha sido a través del sacrificio del Calvario que Cristo le derrotó; y si bien miramos, todas esas cosas están de lado, el obstáculo puede ser la fe y ésta, como la vemos hoy, arrinconada en un mundo impío, que cree en el hombre, pero que no cree en Dios; que glorifica al hombre, pero no glorifica a Dios.

Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que Ella nos ayude a comprender en nuestros corazones todas estas cosas guardadas en el suyo, motivo de su oración y meditación para que, a su imitación, nos preparemos bien en esta Navidad, y a la vez para la segunda venida de nuestro Señor glorioso y majestuoso; aunque nadie pueda precisar el día ni la hora, saber que está cerca por los signos que nuestro Señor nos da, así como la higuera y los árboles cuando comienzan a dar fruto porque ya pronto está el verano. Roguemos a nuestra Señora que nos ayude y nos asista para acrisolar nuestras almas y crecer en fe, esperanza y caridad, en esta gran tribulación de la Iglesia. +

BASILIO MERAMO PBRO.
3 de diciembre de 2000

domingo, 22 de noviembre de 2020

DOMINGO VIGÉSIMO CUARTO Y ÚLTIMO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS (o vigésimo quinto después de Pentecostés)



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

En este último domingo después de Pentecostés, la Iglesia nos recuerda, reafirma siempre al cerrar el año litúrgico con el mismo evangelio que nos vaticina la Parusía de nuestro Señor viniendo a la tierra en gloria y majestad con todas las calamidades, abominación y gran tribulación cual no se ha visto ni se verá jamás. Y debe servirnos esto para recapacitar en el espíritu de la Iglesia católica que es un espíritu parusíaco, apocalíptico, aunque ello no nos guste por deformación espiritual y por falta de predicación, por falta de énfasis y descuido de aquellos que tienen el deber de apacentar a los fieles. Sin embargo, la Iglesia quiere cada año concluir, terminar, finalizar el año litúrgico recordándonos la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo.

La Iglesia es y está siempre expectante hacia la Parusía de nuestro Señor, hacia el Apocalipsis que es el último y el único libro del Nuevo Testamento que tiene por objeto específico la segunda venida de nuestro Señor; por eso mismo es un libro de esperanza. Esperanza que tuvieron viva en la primitiva Iglesia aquellos primeros cristianos, manteniéndose en el fervor. Y sabrá Dios si es que no se ha perdido el fervor a lo largo de los siglos por no tener esa expectación y esa presencia apocalíptica que la Iglesia quiere que tengamos.

Tanto es así, que no sólo quiere terminar, culminar el año litúrgico con el Apocalipsis, con la Parusía de nuestro Señor que quiere decir su presencia, su manifestación, sino que al comenzar el año litúrgico con el primer domingo de Adviento vuelve a recalcar sobre el mismo tema. Entonces, el deseo de la Iglesia no solamente es finalizar, sino también comenzar el año litúrgico recordándonos la Parusía. Y eso teniendo en cuenta que el año litúrgico comienza con el primer domingo de Adviento que nos recuerda y nos prepara para la Natividad de nuestro Señor, su primera venida, la cual venida inconclusa sin la segunda y eso establece la armonía y la relación entre ambas.

Desdichadamente se ha olvidado tener en cuenta estas verdades, estas revelaciones de fe expresadas en la liturgia de la Iglesia. Y nos asombramos cuando oímos que los judíos teniendo las profecías de la revelación divina no hayan entendido, no hayan comprendido. Pero, ¿acaso no nos pasa peor que a ellos, teniendo nosotros todas las Escrituras completas y sin embargo no entendemos absolutamente nada? Peor aún, se calumnia, se condena y se tilda de loco a quien trata de hacer énfasis en esto. ¡Qué abominación!

Vemos cómo la epístola de hoy en consonancia con el evangelio nos habla de tener la inteligencia de las cosas de Dios. Es que la fe no es la ignorancia, las tinieblas y la oscuridad, sino que es la luz de la verdad sobrenatural; es la ciencia y la sabiduría de Dios; es la iluminación verdadera. Por eso es ignominioso un católico ignorante de su religión; es un indigno católico porque él debe ser luz del mundo y cada uno de nosotros debe serlo porque si no, seremos hijos de las tinieblas.

Esa es la gran abominación de la cual hoy se nos advierte; esa aberración espantosa de la cual habló por tres veces consecutivas el profeta Daniel y al cual se remite el evangelio de hoy. Y ¿qué nos dice el profeta Daniel cuando nos habla de la gran abominación de la desolación en el lugar santo en los capítulos IX, XI y XII? Allí, por tres veces consecutivas, él relaciona esa abominación desoladora, espantosa y repulsiva a los ojos de Dios, con la profanación del templo y la cesación del sacrificio perpetuo. Éste es la santa Misa Tridentina. Y si por tres veces Daniel relaciona esa abominación, ¿qué no diríamos hoy cuando vemos profanado el culto católico? Dicen los Padres de la Iglesia, que está relacionada con el culto de idolatría y por eso es detestable; por eso se profana el templo ya más de una vez con la imagen de Júpiter, con la del César, con la de Adriano, imágenes que son ídolos y no Dios.

Hoy se ve cómo se puso hace algún tiempo sobre el tabernáculo en Asís, en la Iglesia de San Pedro, el ídolo detestable de Buda, hecho de oro, sobre el tabernáculo, mucho peor que esa abominación de idolatría del Antiguo Testamento ¡mucho peor!

Observamos cómo hoy se está realizando ante nuestros ojos toda esa profanación de lo sagrado, de lo más sacro y de ahí la necesidad de estar vigilantes para no claudicar y para que no dejemos corromper la religión, el culto. Porque el culto católico, con la nueva misa y la nueva liturgia, corrompe el sacrificio perpetuo de la Cruz. Es un hecho evidente que tenemos que comprender a los ojos del misterio de la fe y si no comprendemos, no seremos católicos, seremos una pantalla, una apariencia, pero no católicos. Y ese dogma de fe encerrado en la fórmula de la consagración del cáliz ha sido desechado por la nueva liturgia profanadora, como han sido desechadas las palabras sagradas que constituían la esencia del sacrificio de la misa.

Esa adulteración no es impune, no puede quedar impune. No puede pasar desapercibida y por eso la necesidad de permanecer fieles a la Misa Tridentina, a la Misa de San Pío V, a la Misa Romana, so pena de no claudicar, de no apostatar, de no participar en un culto sacrílego, porque son sacrilegios los que hoy se cometen y todo esto en el nombre de Dios.

Pero, ¿de cuál dios? El dios de los judíos, el de los musulmanes, el de los budistas, pero no el Dios católico de la revelación católica, apostólica y romana que excluye los falsos dioses de los gentiles. Éstas son cosas que debemos manejar y recordar para no transigir y poder defender la verdad hoy, en medio de esta gran tribulación que, como recuerda Santo Tomás en el comentario al evangelio de hoy, “esa gran tribulación es una gran crisis doctrinal donde se claudica en la profesión de la doctrina católica”. La única manera de reconocer la doctrina católica, como dice San Agustín, es que ella es la misma en todas partes y es públicamente profesada y guarda la armonía, la concordancia con lo que siempre se ha dicho desde el origen.

Y ¿qué concordancia hay con lo que hoy se nos enseña como si fuese la religión católica y no lo es? Porque el ecumenismo no lo es, la libertad religiosa no es católica, los derechos del hombre no son católicos, el negar el infierno no es católico, el negar el pecado no es católico, son todos errores y herejías, uno detrás de otro. La misa no es una cena, es un sacrificio. Lutero fue quien quiso reducir la misa a una cena, Satanás es el que quiere reducir el santo sacrificio de la misa porque le recuerda su derrota.

Entonces no dejemos socavar la religión católica en la que hemos nacido y en la que tenemos que morir para salvarnos. Por eso la gran abominación de la que habla el evangelio de hoy, esa gran tribulación que si no se abrevian estos tiempos y su duración en honor a los elegidos, hasta estos caerán. ¡Terrible! ¿No es eso lo que está pasando hoy? Pues claro que está sucediendo. ¿Quiénes son los pocos obispos que se mantienen fieles, verticales en la verdad y en la santa intransigencia que no tolera el error? Distinto es tolerar al miserable pecador, pero no su error, no su pecado, es diferente y hay que saber analizar.

Los falsos profetas, ¿quiénes son?, ¿los marcianos? ¡No señor! Los falsos profetas son los obispos y los cardenales, los sacerdotes y el clero, quienes no son fieles; no son los chinos, ni los japoneses, ni los comunistas; son ellos, los malos prelados de la jerarquía de la Iglesia católica; es fuerte la comparación pero es nuestro Señor quien la prodiga, y ¡ay del que no la pregone así!; ese es el gran problema: que son muy pocos quienes hoy predican como debieran hacerlo. Porque no se trata de difundir sino aquello que está en el Evangelio, lo que es doctrina de la Iglesia, lo que es necesario para que nosotros perseveremos en la verdad y para que así podamos profesar públicamente la fe católica, apostólica y romana, sin innovación, sin cambio.

Ahora bien, nuestro Señor mismo nos da el ejemplo de la higuera, para que así, cuando se ve le reverdecer, se sabe, se conoce que el verano está cerca, lo mismo nosotros, cuando viéramos todas estas cosas, estos signos, para aquellos que tienen fe e inteligencia: “Sabed que Mi venida está pronta, está a las puertas mismas”; para que no lo olvidemos y para que eso sea el objeto de nuestra esperanza, de nuestra fortaleza, para que no claudiquemos ante la gran persecución. De ahí debemos sacar nosotros, mis estimados hermanos, la fuerza sobrenatural, la perseverancia y el espíritu verdaderamente católico y combativo en estos últimos tiempos que nos toca vivir y que no sabemos hasta cuándo se prolongarán porque la crisis dura y perdura y la carne se fatiga, el hombre se cansa.

Fue esto lo que pasó a los padres de Campos; creían que pronto todo se tendría que arreglar y al ver que pasaban los años y no era así entonces viene el desastre, o el contubernio, la componenda y a cuántos de los tradicionalistas no les pasa lo mismo, ¿“cuándo se arreglará esto, cuando se acabará esto”?; cuando Dios quiera. Lo importante es que si yo tengo que morir sin ver el cuándo y por defender la fe, lo haga como soldado de Cristo, sin cansarme a mitad del camino, ni estar creando falsas expectativas.

Pues así es, mis estimados hermanos, y los fieles que vengan deben tener muy claro que es un compromiso. Que cada uno debe defender la Tradición católica, apostólica y romana. Que fuera de ésta no hay fe ni Iglesia católica, y que no creamos a los falsos profetas y más aún, que no vamos a ser reconocidos; como dicen los Padres de la Iglesia: “Los mártires de los últimos tiempos serán mayores que los del principio por la sencilla razón de que tendrán que luchar directamente con Satanás”. San Agustín dice que: “Peor aún porque no serán ni siquiera reconocidos como mártires sino que serán despreciados”, a tal punto llegará la corrupción dentro de la Iglesia católica, no como Institución divina, sino en su parte humana que es vulnerable.

Esa es la advertencia apocalíptica con la cual finaliza la Iglesia el año litúrgico pero que nos invita a la esperanza de ver de nuevo aparecer a nuestro Señor, verlo venir en gloria y majestad; esa será la única consolación del verdadero católico en nuestros tiempos.

Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, a Ella, que está íntimamente asociada a esa gloria, a esa presencia, a esa manifestación de nuestro Señor; será esa la verdadera victoria de los Sagrados Corazones de Jesús y de María cuando nuestro Señor vuelva glorioso y majestuoso. 

P. BASILIO MERAMO 
27 de noviembre de 2002.

 

domingo, 15 de noviembre de 2020

SEXTO DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA o EQUIVALENTE AL VIGÉSIMO CUARTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 


ADVERTENCIA: Si los domingos después de Pentecostés son más de 24, se toman después del 23 las Misas que quedaron sin decir después de Epifanía, por este orden:
Si son 25 los domingos se toma para el 24 la del 6° de Epifanía (como en este caso)
Si son son 26 se toman los del 5° y 6° de Epifanía

Si son 27 se toman del 4°, 5° y 6° de Epifanía
Si son 28, se toman del 3°, 4°, 5° y 6° de Epifanía.
El domingo 24 siempre se lee el ultimo.  Las Misas de los domingos de Epifanía que pueden necesitarse se ponen a continuación (en el misal)

Nota tomada del Misal Diario Romano, Edición Manual para uso de los fieles por el R.P. Gregorio Martinez de Antoñara, séptima edición Editorial y librería Co. Cul SA Madrid, 1960, pp. 282 y 283



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

En el Evangelio de este Domingo vemos cómo nuestro Señor habla al pueblo en parábolas. Las parábolas, como ya sabemos, son semejanzas, comparaciones, imágenes sensibles tomadas de la vida común que significan, representan o simbolizan una verdad, un misterio sobrenatural. Nuestro Señor hablaba en parábolas para de algún modo hacerse comprender, por la dificultad que tiene nuestro entendimiento de percibir esa realidad y esas cosas celestiales, sublimes, del orden sobrenatural, esos misterios divinos de las cosas de Dios. Se vale entonces de este lenguaje en parábolas para que el pueblo capte las realidades gloriosas por medio de lo sensible.

Compara a la Iglesia, al reino de Dios que se inicia en esta tierra con el grano de mostaza, que es la más pequeña de todas las semillas, pero que después crece y se hace mayor que todas las legumbres convirtiéndose en árbol y anidando en él las aves del cielo. Vemos en ese crecimiento el progreso de la Iglesia militante en esta tierra, ese desarrollo permanente hasta el fin de los tiempos. Y con la levadura que desde adentro hace crecer la masa por un fenómeno químico, no físico, no violento; nos muestra también cómo el crecimiento de la Iglesia no se opera por la revolución, como cree la teología de la liberación, por la violencia, por la acción física o política, sino desde adentro como la pasta que crece por el fermento de la levadura, por la gracia del Espíritu Santo, por la vida sobrenatural, por la virtud y por la oración. Eso es lo que hace expandir, crecer y progresar a la Iglesia hasta el fin de los tiempos.

Podríamos decir que con estas dos parábolas tenemos la explicación del verdadero progreso sobrenatural de la Iglesia católica, apostólica y romana; pero el modernismo ha confundido, ha tergiversado, ha invertido, ha carnalizado para promover un falso progreso, humano, material y no el verdadero de la Iglesia que consiste en la conversión de las almas que se adhieren a Dios, que abandonan la idolatría y que esperan la segunda venida de nuestro Señor. Como lo escuchamos en la epístola de hoy y que también comenta el famoso exegeta Fillión: la conversión de las almas, que en el comienzo de la Iglesia implicaba abandonar la idolatría, el paganismo, los falsos dioses, adherir al verdadero Dios, al único Dios Uno y Trino, no a cualquier dios representado en un Buda, en un Mahoma o en lo que sea, sino en Dios Uno y Trino de la revelación cristiana, de la revelación católica.

Implicaba también tener la esperanza del advenimiento de nuestro Señor Jesucristo, dogma de fe, ese es el comentario que hace este sabio exégeta Fillión a la epístola de San Pablo a los Gálatas 5, 16-24 y que pueden encontrarla en la Biblia de Monseñor Straubinger en la nota de los comentarios que él hace a esta epístola. Luego, hay un verdadero progreso sobrenatural de la Iglesia, progreso que pasa por la persecución y por la muerte de los mártires; hay un crecimiento incesante, aunque en apariencia fuera vencida la Iglesia, como nuestro Señor que humana y naturalmente murió y fue derrotado en la Cruz, pero sobrenaturalmente venció al demonio, a Satanás, al mal y al pecado y ese es el misterio de la Iglesia, el misterio de la conversión de las almas.

No se puede entonces caer en este absurdo progresismo judaico que no hace más que invertir y carnalizar el verdadero progreso sobrenatural de la Iglesia, el pueblo judío que como pueblo elegido tuvo la misión de proporcionar la carne, la humanidad de nuestro Señor a través del seno virginal de la Santísima Virgen María para que el Verbo, haciéndose carne, haciéndose hombre, cumpliera el misterio de la Redención en su Encarnación. Pero ellos no fueron fieles y por eso el judaísmo tiene esa tónica, esa característica de carnalizar todo lo divino, porque no entiende para bien –como era su misión primitiva– sino para destruir la Iglesia, para destruir a nuestro Señor.
Por eso, toda obra de materialización de lo sobrenatural, de inversión de los misterios y de los dogmas, son en el fondo ese proceso del judaísmo pervertido por no haber reconocido a su Dios. Y por eso, además, el progresismo actual es de características netamente judaicas, es un hecho, y en consecuencia la Iglesia sufre hoy esa aberración, endiosando no al Dios hecho hombre, sino al hombre que se hace dios por su propia libertad. Esa es la dignidad del hombre moderno, la libertad del hombre moderno, ese absurdo, esa usurpación del lugar que tiene Dios y que culminará con la aparición del Anticristo, no dicho por mí, sino por los comentadores sacros como San Hilario, explicación que pueden ver también en la Biblia comentada por Monseñor Straubinger.

Debemos pues, creer en el verdadero progreso sobrenatural de la Iglesia, progreso que a veces no se ve, o se ve detrás de un grave mal, de una muerte; pero en realidad el misterio de la Cruz es a través de esa derrota, de esa muerte natural que opera la resurrección sobrenatural de nuestras almas, la conversión de los infieles, la conversión nuestra que cada día debe ser mayor y no creernos unos católicos de pura cepa y dormirnos en los laureles, porque ¿cuántas veces nos encontramos en los laureles de la ignorancia religiosa, no sabiendo siquiera los elementos rudimentarios básicos de nuestra fe? Somos incapaces, entonces, de defendernos de los protestantes, de los testigos de Jehová, de cuanta secta pulula, aceptando oraciones y bendiciones de esos herejes que han abandonado el seno de la Iglesia católica.

No hay que cansarse de repetir “católico ignorante, seguro protestante”, y entre más protestantismo veamos a nuestro alrededor es porque mayor ignorancia religiosa hay y ella viene de la misma falta de predicación del clero, que no enseña la verdad, que convierten el púlpito en vez de trono de sabiduría, en cuentos, en fábulas, en anécdotas, en chistes y peor a veces, en cuanta estupidez les pasa por la cabeza. Falta de teología, de preparación, de amor a la verdad y eso a lo largo de los años acarrea la ignorancia religiosa que aprovecha el demonio, Satanás, para enviar a sus ministros todas las falsas religiones del protestantismo que nos invaden desde esa gran Babilonia que son los Estados Unidos, donde campea la libertad, pero no la verdad que nos hace libres, y nosotros incapaces de defender la religión con el arma de la confirmación como soldados de Cristo; esa es la tragedia y es una vergüenza; somos culpables por eso, cada uno en la medida en que coopera por su negligencia, por su error, por su ignorancia o lo que fuera con todo aquello que hace desaparecer a Dios, que lo excluye, que lo niega, a Él y a su Iglesia, destronándolo.

Ese derrocamiento lo vemos hoy incluso materialmente en las iglesias que se dicen católicas, en donde el tabernáculo está colocado no ya en el sitio de honor, en el centro del recinto del templo, sino en un rincón, en una capilla lateral, allí donde no incomode, donde no se lo vea; esos son los hechos. Las iglesias convertidas en panteón de falsos dioses, donde se alaba a cualquier ídolo y no al verdadero Dios, Uno y Trino; ese es el ecumenismo aberrante que ha convertido a las iglesias en el panteón donde se adora a cualquier dios o a cualquier divinidad. Como antaño pasaba en Roma, se produce el fenómeno contrario, inverso y esa inversión es producto de la obra del enemigo, de Satanás, de sus agentes aquí en esta tierra, el pueblo judío que no ha querido reconocer a su Dios. Esa lucha existirá hasta que ese pueblo se convierta y acepte a nuestro Señor, pero hasta que no lo haga será su enemigo y ya que no han aceptado a Cristo, aceptarán, entronizarán en su puesto al Anticristo y ese éste necesita una anti-Iglesia, una anti-religión y eso es lo que hoy sucede.

Vemos cómo la Iglesia católica, apostólica y romana, por la defección de la jerarquía, poco a poco se va convirtiendo en la anti-Iglesia del Anticristo, repudiando a Cristo para entronizar al Anticristo, a la anti-religión por una falsificación, por una tergiversación de la verdad, de la doctrina y del dogma católico y aquel que ose proclamar la verdad católica será excomulgado, por ese misterio de iniquidad que no acepta el misterio de sabiduría. Y todo esto ocurre en el lugar santo. Eso es lo que profetizó nuestra Señora en La Salette: “Roma perderá la fe y será sede del Anticristo”. ¿Lo dijo o no nuestra Señora? Entonces los verdaderos devotos de la Santísima Virgen María deben tener presente esto, porque nos están advirtiendo esta transformación de la verdad en el error y esa invasión producida en el lugar santo, la abominación de la desolación en el lugar santo que está profetizada en las Escrituras.

Sin embargo, la Iglesia progresa sobrenaturalmente, porque siempre habrá hasta el fin de los tiempos hombres que se conviertan, hombres de la Iglesia. Ese es el verdadero progreso de la Iglesia, aunque materialmente pasen por el martirio, la persecución y la muerte como pasó nuestro Señor; a eso debemos la muerte de los mártires, santos y cristianos. Por tanto, también nosotros debemos estar dispuestos a inmolar el alma cada día acercándonos a la Cruz de nuestro Señor, para que se conviertan y se salven las almas, para que se conviertan los judíos, los infieles, y si es necesario pasar por el derramamiento de la sangre; que se haga la voluntad de Dios pero defendiendo y diciendo la verdad, para poder morir por ella, ya que somos hijos de la luz y no de las tinieblas; de la luz que es nuestro Señor, esa luz que es la Iglesia católica, apostólica y romana fuera de la cual no hay salvación.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, nuestra Madre del cielo, de la Iglesia, de todos nosotros por ser la Madre de Cristo nuestro Señor, que nos proteja con su manto para que no sucumbamos ante el error y las tinieblas y podamos mantener la verdad, la fe, y así salvar el alma y dar buen ejemplo a los demás y ellos también puedan conocer la verdad y salvarse. +

BASILIO MERAMO PBRO.
18 de noviembre de 2001.

domingo, 8 de noviembre de 2020

DOMINGO VIGÉSIMO TERCERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:


Escuchamos en este evangelio el relato de los dos milagros que hace nuestro Señor Jesucristo, el de la mujer que padecía flujo después de muchos años y el de la resurrección de una niña. Muestra ese poder que tiene incluso sobre la muerte, Él mismo que ha dicho que resucitaría y que nos prometió la resurrección universal de todos los hombres; que resucitaríamos con nuestros propios cuerpos, unos para bien y otros para mal, manifestando así el poder sobre la misma muerte, mostrando así que Él es el camino, la verdad y la vida. La vida tanto natural como eterna, tanto del orden natural como sobrenatural, la del alma, la resurrección del alma que revive cada vez que arrepentida se confiesa; hay una resurrección sobrenatural de esa alma a la gracia de Dios y por eso nuestro Señor hizo tres milagros de resurrección y con la de Él, el cuarto.


Resucitó a la niña de la que la tradición dice que era hija de Jairo, la del hijo de la viuda de Naím, un joven, y la de Lázaro, un hombre mayor, y con estas tres resurrecciones dice San Agustín que muestra así los tres grandes estadios de la vida espiritual, los que comienzan como niños, las que continúan como adolescentes o jóvenes y la de los que culminan como hombres ya maduros.


Así invita nuestro Señor a que tengamos en Él esa fe que, como vemos, a veces pedía para hacer sus milagros y a veces no; en ocasiones la exigía como una concausa o causa moral para hacer el milagro, pero otras no. A Lázaro no le preguntó si quería ser resucitado o no, si tenía fe o no, sino que lo resucitó, tampoco al hijo de la viuda de Naím. Pero la fe siempre está implícita, sea antes, cuando la pide, o si no después, para que creyendo vean y tengan fe y crean que Él es el Cristo, el Mesías. Pero lo que más le importaba a nuestro Señor no era tanto hacer el milagro sino la predicación del evangelio, y los prodigios que hacía eran como para que a aquella gente le fuera más fluida su conversión y creyeran así en su predicación del Evangelio. El Evangelio que fue predicado por los apóstoles y que será enseñado hasta el fin del mundo; de ahí lo esencial en la Iglesia, la exhortación que no puede faltar; podrán faltar los milagros, pero no la predicación de la palabra de Dios y esa es la obra misionera de la Iglesia.


En la resurrección que hace nuestro Señor de esta niña nos muestra que Él tiene ese poder sobre la vida y sobre la muerte. La hora suprema que no podemos olvidar; nacemos para morir pero morimos para vivir eternamente en Dios si fallecemos en su gracia. Que la pereza carnal no nos impida pensar en la muerte, nos haga tenerla allá, alejada, sino que cada día estemos conscientes de ella; es más, aun sabiendo que vamos a morir tener presente esa inmolación de cada día, ofreciéndosela a Dios y así sacrificando nuestra vida y no viviendo como aquellos a los cuales alude San Pablo que su dios es el vientre, el placer, que son enemigos de la Cruz de Cristo y que sufren pero no saben inmolarse ofreciendo ese sufrimiento.


El cristianismo nos enseña a ofrecer los padecimientos y esa ofrenda es justamente la inmolación que hizo nuestro Señor de su propia vida, la que nos deja su testamento en la Santa Misa, la que tenemos que hacer nosotros voluntariamente cada día y así vivir católicamente, no como vive el mundo que quiere alejar la muerte a todo precio; no se quiere hablar de ella, se la quiere apartar, hacer desaparecer, ocultarla; no se quiere velar un muerto en su casa, les da miedo, asco, pánico, cuando es saludable despedirse de los seres queridos rezando por ellos y no que queden abandonados en esos sitios velatorios. Puede haber necesidad, pero que no sea esa la costumbre, porque nadie quiere en definitiva tener el muerto en casa cuando eso forma el espíritu cristiano, da ejemplo a toda la familia, hace recapacitar y también ayuda para implorar por el alma del ser querido.


Hoy no se entierra sino que se crema; la cremación siempre ha sido condenada por la Iglesia ya que es antinatural; el cadáver debe corromperse naturalmente, no violentamente; esa es una costumbre masónica y de paganos, todo lo demás hay que dejárselo al proceso natural de aquello que fue tabernáculo del Espíritu Santo y por eso no debemos olvidar que incluso nuestra vida en esta tierra es una lenta muerte para resucitar en Cristo nuestro Señor; sólo eso nos hace alejar de los gozos y de los placeres terrenos, del mundanal ruido, como aquellos que dice San Pablo que “viven para el vientre, para el placer y son enemigos de la Cruz de Cristo”. La gente pidiendo las cenizas de lo que no es más que un chicharrón o las cenizas del curpo que fue cremado antes, porque no se crea que le van a guardar a la familia, y dar pulcra y santamente lo que quedó allí cremado.


No reflexionamos ni razonamos como deberíamos en esas cosas es saludable pensar en la muerte y ofrecer cada día ese lento acercarnos a ella con la esperanza en la resurrección, en Jesucristo, en la de resucitar en cuerpo glorioso como nuestro Señor Jesucristo, a su imagen. Tengamos esa fe profunda en Él y en la resurrección a través de Él.


Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen, que está en los cielos; a Ella, asunta después de su resurrección anticipada sin pasar por la corrupción cadavérica, pues su cuerpo era inmaculado por lo que se habla de una dormición, porque fueron muy breves los instantes de su muerte siendo elevada a los cielos como Reina de todo lo creado, pero queriendo asociarse a los sufrimientos y a la muerte de nuestro Señor que era inocente, inmolado, para redimirnos de la muerte.


Ella quiso ser corredentora muriendo por amor a nuestro Señor, por eso Santo Tomás y toda la escuela tomista fieles a él hablan de la muerte de nuestra Señora de una manera que la gente no se escandalice con una mala explicación o idea inexacta. Claro está que cuando Santo Tomás habla de la muerte de nuestra Señora no la asemeja en nada a nuestra muerte ya que nosotros sí sufrimos corrupción; Ella quedó incorrupta, su muerte fue breve y solamente para asociarse más a la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo, demostrándonos así su amor a Dios y a nosotros como hijos suyos y también su amor a la Iglesia.

Pidamos a Ella, a nuestra Madre, que nos cobije y nos proteja bajo su manto y que podamos vivir una vida cristiana; que nos socorra en el momento culminante de nuestro paso por la tierra que será la hora y el día de nuestra muerte. +

PADRE BASILIO MERAMO
11 de noviembre de 2001


lunes, 2 de noviembre de 2020