Amados hermanos en nuestro
Señor Jesucristo:
En este domingo después de
la Ascensión, que no se puede dejar pasar sin hacer alusión a la manera cómo
desafortunadamente se va marginando a nuestro Señor de la España supuestamente
católica, ya no se festejan esos jueves más refulgentes que el sol, ya no
reluce nuestro Señor en el mundo católico, no hay naciones católicas; la
apostasía de las naciones es evidente para quien quiera ver, y quien no lo
quiera, pues que continúe en la ceguera. Y pareciera ser que la Providencia
permite que se le ultraje, así como permitió que nuestro Señor fuese ultrajado
en su propio cuerpo; permite también que se le ultraje en su culto al relegar a
nuestro Señor, como si ya no tuviese ningún interés para nuestra sociedad; así
pasa el día de la Ascensión en el pueblo, como un día de trabajo más, sin
glorificar a nuestro Señor.
En este domingo después de
la Ascensión, nuestro Señor, a través del evangelio, nos dice que no nos
escandalicemos de dar testimonio de Él, que sube al cielo y nos envía el
Espíritu Santo que viene a dar Su testimonio, testimonio de nuestro Señor
Jesucristo, y que ese testimonio que viene a dar el Espíritu Santo también lo
darán los apóstoles, porque estuvieron desde el principio con Él; aquellos que
no le traicionaron, que no le abandonaron, sino que desde el principio creyeron
en Él y rindieron su testimonio. No escandalizarnos entonces, en primer lugar
de dar testimonio y como consecuencia de ese testimonio, no escandalizarnos
tampoco de las persecuciones que ese testimonio de nuestro Señor acarree; es
decir, nuestro Señor prevé para sus apóstoles y para toda la historia de la
Iglesia una persecución a causa del testimonio que dé Él a quien con Él esté,
aquellos verdaderos discípulos, no el de los traidores, no de quienes le
reniegan o quienes le dejan a mitad del camino, sino de quienes permanecen con
Él desde el principio hasta el final, apoyados por el Espíritu Santo.
Ese testimonio acarreará
indefectiblemente persecución por parte de los judíos quienes los echarán de la
sinagoga, Iglesia de entonces y presagio de lo que sería después. Si hoy en día
se nos persigue por dar fiel testimonio de nuestro Señor Jesucristo, no nos
escandalicemos de ser excomulgados de la Iglesia. El ser echados de la sinagoga
era ser excomulgados y eso ¿acaso no es lo que pasa hoy día?; parece ser que el
evangelio va dirigido de una forma muy particular a nosotros que permanecemos
fieles dando testimonio de nuestro Señor. Lo peor del caso es que nuestro Señor
dice que: “Aquellos que os echaren de la sinagoga creerán hacer un favor a
Dios”, o sea que la causa, según aquellos que echaren a los verdaderos testigos
que dan testimonio de nuestro Señor, es que creerán hacer un favor a Dios. Debemos
suponer entonces que es por Dios que lo hacen, es decir, tendrán un motivo
religioso, un motivo teológico, modo de actuar típico del fariseísmo: perseguir
la verdad en nombre de Dios; lo que ocurre hoy, excomulgar la Tradición en
nombre de Dios, echarnos fuera de las iglesias en nombre de Dios. Ya nuestro
Señor, entonces, muy claro lo advirtió, no nos escandalicemos cuando veamos que
estas cosas ocurran, que se nos echa de la Iglesia, que se nos excomulga y todo
esto en honor al nombre de Dios.
“Y obrarán así, por no
conocer ni al Padre ni a Mí”. Aquellas personas que excomulgaron a los
apóstoles y las que nos excomulgan a nosotros no conocen ni al Padre ni parecen
conocer a nuestro Señor Jesucristo, ya que el Espíritu de Verdad no está en
ellos aunque invoquen la autoridad y a
nuestro Señor; es decir, a Dios, no le conocen. Es lo que pasa hoy de una
manera patética, claramente se ve para aquellos que quieren ver; quien no
quiere ver, porque tiene miedo de la luz, seguirá ciego, con una ceguera
voluntaria, culpable. Por eso, de una forma u otra todos los que colaboran con
la demolición de la Iglesia, persiguiendo a la Tradición y que no están
plenamente con la Tradición, no dan testimonio de nuestro Señor Jesucristo y en
definitiva no conocen al Padre, porque por no conocer al Padre persiguen a
nuestro Señor Jesucristo a través de aquellos discípulos fieles que dan
testimonio.
Con el evangelio de hoy,
entonces, nuestro Señor pone de manifiesto una contradicción tremenda,
monstruosa, esa monstruosidad se llama fariseísmo: aplicar con todo el rigor la
Ley de Dios contra Dios; es un pecado de la inteligencia contra el Espíritu
Santo, la impugnación de la verdad. Fue ese el pecado del pueblo elegido,
pecado del judaísmo y es el pecado que comete la actual jerarquía de la
Iglesia, que ha condenado a Monseñor Lefebvre y a través de él, no a personas
por él representadas, sino a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Y esa
persecución es la que hoy por hoy está vigente, con una vigencia atroz:
libertad para todo, menos para la verdad; todo se cambia, todo se permite,
únicamente no es permitido el ser fieles testigos de nuestro Señor Jesucristo.
Se cambia hasta el Vía crucis –por no corresponder al rigor exegético o
histórico de lo que la ciencia hoy entiende por exegesis o por historia–, así
que todos aquellos que durante años se han santificado haciendo el Vía crucis,
hoy ya no; se cambia sistemáticamente todo porque Satanás es el fondo, inspira
esta revolución, odia todo lo que sea de Dios y todo lo que sea la imagen de
Dios, hasta en las cosas más insignificantes; por eso hay que subvertir,
cambiar, revolucionar todo, poco a poco, pero de manera segura y a todos
aquellos que han aceptado ese cambio, pues hacen de su vida una continua y
permanente claudicación, pequeña, gota a gota, pero claudicación.
Frente a todo lo anterior tenemos que
mantenernos firmes, sin ceder, firmes pase lo que pase. Persecuciones, todas
las que hubiere, ya lo tenemos advertido: no nos escandalicemos, no nos
preguntemos el por qué. Es lógico, es hasta en cierta forma natural que se nos
persiga. Permanezcamos entonces fieles en ese testimonio de nuestro Señor
Jesucristo, fieles al Espíritu de Verdad, como llama nuestro Señor al Espíritu
Santo y fiel en definitiva al Padre Eterno; “aquel que conoce al Padre me
conoce también a mí”, dice nuestro Señor, entonces no le reneguemos, y no
solamente en el plano doctrinal, en el plano teológico, en el plano de la fe,
sino también en el orden cotidiano de nuestra vida, en nuestro actuar, en definitiva.
Seamos fieles a nuestro Señor con nuestras inteligencias y con nuestros
corazones, deseando verdaderamente la santidad, esa santidad que nos traerá el
Espíritu Santo en plenitud; por eso nuestro Señor sube al cielo, para que el
Espíritu Santo, el Espíritu de Verdad venga sobre nosotros, venga sobre la
Iglesia, la Iglesia fundada por nuestro Señor Jesucristo con la venida del
Espíritu Santo en el día de Pentecostés.
Pidamos a nuestra Señora. A
Ella, que en cierta forma presidía ese cónclave que hubo en el cenáculo
esperando durante este tiempo, justamente entre la Ascensión y Pentecostés, la
venida del Espíritu Santo, para que reine en nosotros, para que reine en
nuestros corazones. Aboguemos siempre con espíritu de verdad, nada de engaños,
nada de mentiras, nada de claudicaciones, testimonio fiel sin escándalo de la
persecución, sin escándalo de las excomuniones, sin escándalo incluso de todo
lo que veamos de malo en nuestro derredor. +
P. BASILIO MÉRAMO 12 de
mayo de 1991