San Juan Apocaleta
Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.
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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.
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domingo, 15 de septiembre de 2024
DOMINGO DECIMOSÉPTIMO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
domingo, 8 de septiembre de 2024
MEDITACION PARA EL DOMINGO DECIMOSEXTO DESPUES DE PENTECOSTÉS
domingo, 1 de septiembre de 2024
DOMINGO DECIMOQUINTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
En el evangelio de hoy vemos la compasión de nuestro Señor por una mujer viuda a quien se le acaba de morir su único hijo. Conmovido ante el dolor de una madre, sin que nadie se lo pida, solamente por presenciar aquella escena, nuestro Señor le resucita a su hijo para consolarla, ya que siendo viuda perdía todo y lo único que tenía en el mundo; porque los hijos, no como mal se piensa ahora, son el único tesoro de una familia; en los hijos está la riqueza de una familia y el perdurar a través del tiempo la garantía de la ancianidad. Aunque también ahora, desgraciadamente, a los ancianos los encierran en las sociedades de la tercera edad para no ocuparse de ellos, lo cual muestra cuán bajo es nuestro nivel de cultura que desprecia a los ancianos, a los padres que nos han dado la vida. Nos preciamos de vivir en un siglo de ciencia y avance y lamentablemente es todo lo contrario.
Esa compasión de nuestro Señor, ese amor, esa caridad, nos hace recordar la deuda de amor que tenemos con Él que vino al mundo para redimirnos y que no escatimó su sangre para morir por nosotros. Ese amor se revela de manera concreta en la compasión que siente hacia esta pobre mujer resucitándole a su hijo, al único tesoro que tenía la viuda de Naím; por eso nuestro Señor le remedia su dolor volviéndole a la vida y manifestando con ese milagro su divinidad. ¿Por qué manifestando su divinidad? Porque dijo en nombre propio: “Yo te lo ordeno, Yo te lo digo”. Ese carácter personal es propio solamente de Dios, porque ningún enviado lo podría hacer sino invocando a Dios y no atribuyéndose poder divino como evidentemente lo hace nuestro Señor; así nos manifiesta su divinidad, en la cual debemos creer como católicos, porque siendo verdadero Hombre es verdadero Dios, y así ese Ser que es divino y que es humano, que se encarnó para salvarnos, para redimirnos del pecado, consuela a esta pobre mujer. La misericordia, el amor de Dios compadecido ante la miseria humana. Todos debemos tener ese amor, esa indulgencia con el prójimo y no faltar al mandamiento de la caridad que supera incluso al de la justicia; el de la estricta justicia que obliga en conciencia a retribuir a cada uno lo debido según el bien común; pero la caridad va mucho más allá, porque está por encima de la justicia.
También San Pablo, en la epístola de hoy, nos exhorta a hacer el bien a todos y en especial a los hermanos en la fe. Que no nos cansemos de hacer el bien y que no tengamos esa avidez, esa avaricia de vanagloria, de pretender y creernos mejores que los demás; eso es origen de disputas, de peleas y de odios. Que nos soportemos mutuamente es la Ley de Cristo. Y San Pablo nos dice que la Ley de la caridad, que es la Ley de Cristo, consiste concretamente en soportarnos mutuamente, y porque no nos toleramos, somos incapaces de tolerar a los demás que están a nuestro alrededor, porque de nada vale soportar a un chino, o a un japonés que está al otro lado del mundo que no nos afecta para nada, sino al que está viviendo bajo el mismo techo, al que vive al lado, al vecino de en frente, al que está próximo a nosotros.
De ahí viene la palabra prójimo, soportarnos y en ese soportarse mutuamente se ejerce la caridad, la Ley de Cristo, sabiendo que debemos tolerar los defectos inherentes a la miseria humana que tienen los que nos rodean, porque nosotros tenemos los mismos o quizá mayores o peores que ellos. Esto es un imperativo, no es facultativo, no es si me cae bien, si me hace un favor; no es si es agradable esa persona; es sin distinción, por encima de lo bueno o de lo malo que tenga, por encima de la simpatía o de la antipatía natural; la caridad no es un encanto natural, es, si pudiéramos decir, si quisiéramos usar la palabra simpatía, una simpatía sobrenatural por amor a nuestro Señor, por amor a Dios, porque Él murió en la cruz por todos y todos estamos obligados a amar al prójimo y en especial a los hermanos en la fe, es decir, a los católicos en primer lugar, en primer orden. Y veremos el fruto de la buena acción si no desfallecemos. De ahí surge la necesidad de la perseverancia, que es como una paciencia prolongada en el tiempo, para que veamos los frutos de las buenas obras hechas por amor a Dios.
Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que podamos cumplir con ese precepto de caridad, de amor, de compasión con el prójimo, soportándonos mutuamente y haciendo el bien a todos. +
PADRE BASILIO MERAMO
24 de septiembre de 2000
domingo, 25 de agosto de 2024
DOMINGO DECIMOCUARTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
En este domingo el Evangelio nos recuerda y nos exhorta a buscar, primero el reino de Dios, las cosas de Dios; todo lo demás se nos dará por añadidura, para que no hagamos de lo que no requerimos, que puede ser incluso muy necesario, el fin último de nuestra vida, para que no hagamos de ello nuestro falso dios.
El Evangelio comienza advirtiéndonos que nadie puede servir a dos señores porque amará a uno y detestará al otro, o servirá al otro y no al primero. No se puede servir a Dios y a las riquezas, o se sirve a Dios o se sirve a al dinero, pero servir a ambos al mismo tiempo es imposible. Sin embargo, eso es lo que hoy el mundo predica, el catolicismo liberal: tener a Dios con una vela y a las riquezas con otra; éstas, que representan o sintetizan todos los bienes de esta tierra, de este mundo y por eso nuestro Señor es categórico, es radical, es vertical, o lo uno o lo otro, y eso lo hace para la salvación de nuestras almas, para que no nos engañemos. No es que el patrimonio sea en sí malo, lo nefasto es hacer de él nuestro señor, nuestro dios; lo funesto es ser y vivir esclavos de esas riquezas de ese patrimonio, de lo que ellos proporcionan, como fama, poder, bienestar, influencias, honores y todo lo demás. Debemos vivir para Dios y Él nos dará lo que necesitamos por añadidura.
Y mal se podría interpretar este Evangelio de hoy, con la comparación que hace nuestro Señor de mostrarnos cómo las aves del campo no hilan, no tejen, no tienen graneros y son alimentadas por Dios, y cómo un lirio del campo viste mejor que Salomón en toda su opulencia. ¿Y cómo no se va a preocupar más Dios por nuestras almas que por las aves y los lirios del campo? Mucho más vale nuestra alma que es espiritual, con lo cual nuestro Señor quiere erradicar la solicitud terrena, esa preocupación desmedida por los bienes de este mundo que se adquieren y aseguran a través de las riquezas.
No es que nuestro Señor esté predicando la imprudencia, la pereza, la dejadez. Porque hay también esa tentación; las Escrituras mal entendidas nos llevan a herejías, y éstas tienen dos polos: los ebionitas, por ejemplo, predicaban que sólo se salvaban los pobres, en la Iglesia primitiva; los calvinistas predican que los que se salvan son los ricos y que las riquezas son una señal de la predestinación al cielo. Dos herejías que se identifican; ni ricos ni pobres, lo que quiere decir nuestro Señor no es que los pobres o los ricos se salvan o se condenan, no somos ni ebionitas ni calvinistas, como calvinistas son gran parte de los Estados de Europa y de los Estados Unidos. Por eso ese afán de poder y de éxitos en esta tierra como una garantía de la predestinación al cielo.
Sencillamente, nuestro Señor quiere mostrar que lo que interesa es la virtud, el desapego. Porque se puede ser pobre y ser tan miserable como un rico avaro apegado al poder y a las riquezas, que aunque no las posea, las desea en el corazón como a un dios omnipotente. Y Dios sabrá si no saldrán de ahí errores como la lucha de clases que ha sido agitada por el marxismo. Y al revés, tampoco quiere decir nuestro Señor, que los ricos se salvan o se condenan, porque se puede ser tan rico como un rey, el rey David, el rey san Luis, el rey San Fernando y no vivir apegados a esas riquezas sino que las utilizan para el bien de las almas y su salvación. También se puede ser rico y utilizar esas riquezas para el mal. Nuestro Señor quiere erradicar la solicitud terrena y que no invirtamos los términos, que no nos preocupemos demasiado ni aun por aquello que nos es necesario; que tengamos a Dios por Señor y no las riquezas de este mundo.
¿Cuánta gente, lamentablemente, ha vendido su alma al demonio haciendo pactos por ser grandes artistas, grandes millonarios, muy poderosos? No vendamos el alma al diablo, haciendo de los bienes de este mundo nuestro dios, nuestro fin último. Debemos buscar el reino de Dios en primer lugar y lo demás se nos dará por añadidura.
Otro error sería el de caer en la pereza, en la despreocupación, en la dejadez, en la falta de empeño o de trabajo, pensando que por rezar y orar no tengo que trabajar para ganarme el sustento, porque me va a caer del cielo, interpretando mal esa comparación que hace la Escritura con los lirios del campo y las aves del cielo. Y hay mucha gente inclinada a caer en ese error, ese es un extremo; el otro, diametralmente opuesto, que nuestro Señor quiere combatir, es la solicitud terrena. No podemos caer en la dejadez o en el abandono total esperando que todo nos llueva del cielo. Las Escrituras hay que interpretarlas correctamente, para eso está la santa madre Iglesia, para darnos el sentido a través de su Magisterio y de los Padres de la Iglesia.
De ahí la necesidad de leer la Biblia con abundantes comentarios. ¿Cuánta gente no saca errores sin malicia, y concepciones erróneas de las Escrituras por leerlas imprudentemente sin preguntarse antes qué dice la Iglesia, qué dicen los santos padres? No más por recordar, ¿cuántos errores sacados del Génesis? Por ejemplo, al interpretar quiénes son los hijos de los buenos, de los santos y quiénes son los de los malos. Algunos llegan hasta decir y creer que Eva concibió otros hijos, además de los que tuvo con Adán, con la serpiente; y de ahí siguen sacando cuentos y cuentos típicos de toda una gnosis cabalística que no es de hoy, sino tan vieja como el mundo. Y así se hace de las Escrituras una mitología, una fábula. Por nombrar un aspecto, un detalle de cómo es fácil que el error haga presa de nosotros si no nos preguntamos siempre qué es lo que nos dice la Iglesia, qué es lo que nos enseñan los santos Padres, qué es lo que dice la teología.
Por eso, del evangelio de hoy han nacido muchas herejías, cuando nuestro Señor lo que quiere es mostrarnos cuál es el camino para salvarnos, y sabiendo Él que necesitamos vestido, comida y los bienes que Él mismo ha creado para nuestro sustento, no quiere que esos recursos mal encaminados, mal queridos, mal deseados, sean un obstáculo para nuestra salvación, sean un impedimento para que consigamos el reino de los cielos, el reino de Dios que debe ser el primero y único de nuestros objetivos y todo lo demás es secundario, accidental. Y esto es difícil entenderlo en el mundo de hoy, porque es pagano, está judaizado; donde todo es dinero. Todavía aquí en Colombia nos salvamos porque gracias a la pobreza no tenemos esa contaminación del materialismo que se ve en Europa; es aterrador, trabajar para adquirir, para poseer, para vivir bien, pero se olvidan de vivir conforme a Dios. Así, entonces, tienen por señor no a Dios sino a las riquezas.
Por eso la gran tentación que hay de querer ver realizado en este mundo el paraíso, que es lo que promete falazmente el comunismo; éste no es más que el ideal judío, convertir esta tierra en un paraíso de bienes materiales donde ellos, por supuesto, sean los que gobiernen y manden. No en vano Marx era judío y por ende no hay una oposición entre el capitalismo liberal y el comunismo; son dos versiones de un mismo ideal que se pelean en la manera en que se va a producir, pero el objetivo final es siempre esta tierra, los bienes, el poder y las riquezas terrenales.
En cambio, la Iglesia nos dice: ¡no; es Dios, el reino de Dios! Y eso fue lo que le pasó a Maritain, casado con Raiza, una judía. Él fue un inteligente filósofo, al principio muy purista y a quien el gran padre Garrigou-Lagrange, teólogo en Roma, lo defendía y estimaba; el padre Meinvielle trató de abrirle los ojos a Garrigou-Lagrange en el Angélico, pues Maritain, queriendo instaurar un cristianismo terrestre, cae en la herejía de Lamennais, en esa gran herejía condenada, y él es así, el instigador del Vaticano II, amigo íntimo de Pablo VI y el padre de la libertad religiosa, para que todos trabajasen y viviesen en paz en medio de los bienes de este mundo sin importar que fuesen católicos, judíos, musulmanes o lo que fueran; ese es el humanismo integral, esa concepción católica reducida a esta tierra, en definitiva a buscar el ideal judío del paraíso perdido aquí y encontrado en esta tierra, olvidándonos del paraíso celestial del reino de los cielos.
Y de ahí todo el progresismo que comportan todas estas nociones, que todo lo que viene es mejor; ¿por qué? Porque aumenta la técnica, la ciencia, y entonces, eso debe hacer que los hombres vivan en un mundo mejor, con más bienes de consumo. Falso, eso es buscar primero lo de este mundo, las riquezas y no a Dios; en consecuencia vemos el gran error de Maritain y de todo el modernismo, que se infiltró en el Concilio Vaticano II y que sigue campeando hoy en la teología de la liberación y en toda la evangelización que, según vemos, se predica en las iglesias; por eso las monjas dejan la clausura y salen a la calle, los curas se vuelven como los demás hombres. Es la misma mentalidad y es la de un apostata del reino de Dios, la gran herejía del modernismo y el progresismo actual, impulsada por católicos de talla como Maritain.
Debemos tener esa vigilancia, para que realmente vivamos el espíritu del evangelio, y del evangelio correctamente interpretado, porque de él es muy fácil sacar herejías; el error es múltiple y diverso mientras la verdad es una. Es mucho más fácil, entonces, la propagación del mal que la del bien y por eso es más difícil el bien, porque el mal es como un cáncer. Todo esto quedaría lejos de nuestro corazón si tenemos en primer lugar el reino de Dios, si buscamos el reino de Dios y lo demás lo subordinamos. Ese es el mensaje que nos quiere dejar nuestro Señor en el Evangelio de hoy, para que no nos condenemos con los bienes y las riquezas de este mundo que Dios ha puesto para nuestro sustento y no para reemplazarlo a Él.
Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos ayude a buscar el reino de Dios, el de su divino Hijo en primer lugar, para que así impere en nuestros corazones, si es que no puede imperar más en la ciudad.+
jueves, 22 de agosto de 2024
FIESTA DEL INMACULADO CORAZON DE LA SANTISIMA VIRGEN MARIA
Esta fiesta del Inmaculado Corazón de María debería ser de primera clase, pero tal era la oposición alrededor de su santidad Pío XII, que no llegó a proclamarla de primera clase en honor a lo que nuestra Señora había pedido a sor Lucía en Fátima. Sin embargo, Pío XII manda a que se celebre la fiesta del Inmaculado Corazón de María, en plena guerra mundial, en el año 1944; guerra que no era más que el cumplimiento de lo anunciado por Fátima, si no se consagraba Rusia comunista al Inmaculado Corazón.
El comunismo es el humanismo ateo, hay que tenerlo claro. El comunismo no son los rusos ni sus cañones como le han hecho creer a Occidente, al ejército, a los militares y a todos los que se creen de derecha, sino que es el humanismo ateo. Y éste, ese antropocentrismo endiosa al hombre negando la divinidad de Dios. Es el materialismo más aberrante esparcido por el mundo, por eso ya no eran necesarios ni el muro de Berlín ni la U.R.S.S. o Unión Soviética. Porque el enemigo sabe muy bien que el comunismo hoy pulula por doquier, tanto en las izquierdas como en las derechas, falsas izquierdas y falsas derechas, y lo reinante es un ateísmo humanista.
No nos equivoquemos y caigamos en el error que se ha difundido por el mundo por no haber escuchado la voz del cielo. Es lamentable que Pío XII no llegase a enfatizar ni a ver esto; él, que había visto tres veces el milagro de Fátima reproducirse en el Vaticano y que a raíz de ello se movió a proclamar el dogma de la Asunción de nuestra Señora a los cielos, en cuya revelación se encontraba entre los obispos de aquel entonces monseñor Lefebvre, y su nombre permanece grabado en la piedra de una de las puertas de la entrada a San Pedro.
Era tal la presión, y hay que decirlo, de los jesuitas, que, como el padre Dhanis quien se oponía con todo el apoyo de la Compañía a que se le diera esa importancia a Fátima, para mantener así en la oscuridad ese mensaje del cielo, que no era el primero sino que vendría a ser parte de la sucesión de mensajes que se iniciaron en el siglo XIX en la Francia apóstata por la Revolución francesa.
Por eso san Luis María Grignón de Montfort dijo que así como Dios vino a través de la Santísima Virgen María y que a través de Ella nos vino la salvación, así llegará hacia el final de los tiempos en su segunda venida, a través de Ella para consumar su reino: “Al fin mi corazón triunfará”. Al fin, indica después de todo el desbarajuste, la apostasía, el cisma, la traición. ¿Por qué? Porque “las puertas del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia”, aunque ésta quede reducida a su mínima expresión; pero también quedará acrisolada, purificada por esa crisis que hará a los santos de los últimos tiempos mucho más grandes que los cedros del Líbano, en comparación con los otros santos.
No invento absolutamente nada, porque lo que estoy diciendo lo ha dicho incluso un monseñor colombiano, monseñor Cadavid, quien escribió sobre Siracusa y expresa mucho más de lo que yo podría decir aquí explicando y mostrando la importancia de nuestra Señora para los últimos tiempos, de los cuales, estos, los de ahora, que él mismo decía, ya eran parte. Es decir, que ya habían comenzado. Hacía resaltar que la aparición o la manifestación de ese cuadro que lloró durante tres y cuatro días ininterrumpidamente sin decir una palabra, en medio de un barrio de comunistas y protestantes, y no ya en medio de niños inocentes, con advertencias, sino llorando. Como para decir que no hay más nada que hacer sobre este mundo impío que no quiere oír la voz de Dios, y dentro de esa impiedad está involucrado el clero, porque es él en su conjunto, en primer lugar, quien no quiere que se hable.
Y los sacerdotes que cincuenta o sesenta años atrás hablaban, fueron perseguidos. Eso lo relata el padre Castellani; grandes sacerdotes jesuitas, como él mismo lo fue, perseguidos. Y uno de esos perseguidores es hoy cardenal en Roma, para que veamos hasta dónde llegan las cosas y no debemos extrañarnos de absolutamente nada. Pero como dice monseñor Cadavid, todo eso es el preludio del triunfo del Inmaculado Corazón, que podríamos así representarlo como la otra cara del Sagrado Corazón y mucho más cuando es la misma carne.
Nuestro Señor tomó toda su naturaleza humana, toda su carne, toda su sangre, todos sus huesos de las entrañas purísimas y virginales de la Santísima Virgen María. Y por eso, no hay mejor advocación que la conjugación de esos dos Corazones, que son los Sagrados Corazones, el de Jesús y el de María, como se llama esta capilla y que al hacer la nueva como verdadera capilla, conservará ese nombre. Y éste es muy importante, no es uno más, no es una advocación más, todo ello tiene una connotación apocalíptica. Repito: no lo digo yo, lo dice el mismo monseñor Cadavid. Lo dijo hace cincuenta años, no es de hoy ni de ayer.
El tiempo transcurre, pero la humanidad sigue su derrotero infiel, y nosotros, los que queremos de algún modo honrar a Dios, también vamos muy distraídos, demasiado distraídos y cuando nos pegan el sacudón chillamos. Hay demasiada televisión, por eso monseñor Lefebvre estipuló para la Tercera orden, como un requisito básico, que no hubiese televisión en la casa de sus miembros. Lo recuerdo porque hay una degeneración que se está introduciendo poco a poco. Diferente es que yo viva en casa ajena o en donde no poseo el poder y la potestad, pero si los poseo no puedo pertenecer a la Tercera orden teniendo allí la televisión. Monseñor Lefebvre ha prohibido terminantemente que haya la televisión en cada Priorato. ¿Por qué? Porque todo eso no solamente nos distrae, sino que nos corrompe, gústenos o no. Y después ¿de qué nos vamos a extrañar si perdemos el tiempo que Dios da para la eternidad, si por toda palabra ociosa seremos juzgados?, ¿cómo no vamos a ser juzgados por el tiempo perdido tan estúpidamente? Y así, después no hallamos medio para la oración, para la contemplación ni la meditación; leemos veinte mil periódicos y revistas y no somos capaces de leer una página de la Sagrada Biblia.
Entonces, todo esto debemos tenerlo en cuenta si queremos perseverar. Si nos cuesta mucho es porque tenemos demasiado mundo en nuestro corazón, por eso nos es difícil; por la comodidad, el mundo de hoy nos quita la capacidad de sacrificio, de abnegación, de penitencia. Nos gusta la vía ancha, fácil, pero no el rigor de la inclemencia del tiempo, del frío, del calor, del hambre, de la desnudez y mucho menos de la injuria y la calumnia. Debemos, si queremos realmente honrar a nuestra Señora y consolar de algún modo su Corazón doloroso, por lo menos tratar de ser un poquito mejores, un poquito más fieles y con menos mundo en nuestro corazón. Y así estar más dispuestos a las cosas y a la palabra de Dios para no ser arrollados por la actual apostasía de las naciones de los gentiles que terminarán adorando al anticristo.
Es una gracia que el cielo nos da al poder tener el verdadero culto, la verdadera Misa, la verdadera doctrina, la verdadera fe católica, apostólica, romana. Pero eso tiene un precio, y ese precio es la oración, el sacrificio, la renuncia a todo lo que no sea Dios. No le pongamos una vela a Dios y otra al diablo, por eso hay tantas falsas devociones, como anuncia el mismo san Luis María Grignón de Montfort, que utilizan la devoción a nuestra Señora como un escudo, una pantalla, una máscara, un disfraz para pasar por muy católicos cuando en el fondo no lo somos, porque no queremos comprometernos con las exigencias mínimas del evangelio. Y eso nos cae muy duro, pero es así, más cruel será el día del juicio, así que conviene que nos vayamos preparando, porque seremos juzgados tarde o temprano. Debemos tomar las precauciones para que no nos dejemos distraer en el camino hacia Dios, hacia la eternidad y podamos así verdaderamente comprender algo del misterio insondable de los Sagrados Corazones de Jesús y de María y poder perseverar y salvar nuestras almas y las de los demás.
Pío XII quiso instituir la fiesta de hoy para la paz de las naciones, para la libertad de la Iglesia y para el amor, la pureza y la virtud. Porque el mundo de hoy es impuro y vicioso, o si no díganme qué van a ver en el cine y en la televisión, ¿vidas de santos? La impureza y el vicio, pero no visto como tales, sino como lo más natural y lo más normal, sin el menor pudor, como animales.
Así que aprovechemos para pedirle a nuestra Señora configurarnos a su Corazón, para estar más cerca del Sagrado Corazón de su divino Hijo. Tengamos estas intenciones, para que la Santísima Virgen nos proteja como nuestra madre, lo dice el evangelio de hoy, dándole a San Juan como hijo, y en él estaba toda la Iglesia y, por ende, todos nosotros también, y dándole a este santo, de igual forma, a la Santísima Virgen como madre. Y por eso el que quiera tener a Dios por padre debe tener a María por madre. Que Ella sea nuestra madre y que nosotros podamos ser verdaderos y fieles hijos suyos. +
domingo, 18 de agosto de 2024
DOMINGO DECIMOTERCERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
No obstante, queda la dificultad, ya que fue nuestro Señor mismo quien les dijo que fueran a los sacerdotes, cumpliendo ellos lo que Él mismo les dijo y por lo cual el padre Castellani dice que además de ingratitud hay otro plano que apunta a la religión, a la conversión, a la fe; y ante ella no hay otro mandato, otro precepto, otro afán, otra obligación, nada. Porque a Dios no se le puede anteponer ninguna otra relación, ningún otro fin, ningún otro interés. Y por eso no es solamente la ingratitud lo que reprocha nuestro Señor, sino el no reconocer que el bien lo habían recibido a través de la mano de Dios.
El único leproso que se dio cuenta fue el que regresó a darle gracias y a adorar a Dios, por eso se postró sobre sus pies; es el gesto de adoración a Dios en Oriente y como antiguamente se estilaba, y es ese el otro aspecto que recalca y hace notar el padre Castellani, completando la exegesis común que hacen todos los padres refiriendo este milagro de hoy a la agradecimiento y desagradecimiento. ¿Y por qué es tan importante la gratitud? Porque todo lo que recibimos de Dios en el orden sobrenatural es gratis, no es debido. Y el mundo de hoy en su impiedad, en su herejía, hace de la gracia algo exigido por el hombre, por la dignidad del hombre, he ahí el Concilio Vaticano II.
Y todo es gracia, todo es regalado en el orden sobrenatural, y en el orden natural la vida, la existencia, etcétera; también son gratis, como muchas cosas que Dios nos da, no hay una exigencia, no hay una obligación de Dios, es completamente de balde, y eso hay que reconocerlo delante de Dios. No nos es debido, no hay una exigencia, y si la hubiera, entonces ya no sería gracia, ya no sería reconocimiento, gratitud.
Eso es lo que el hombre de hoy exige a Dios en su orgullo cuando reconoce la gracia, porque cuando no la reconoce simplemente le da la espalda. Teólogos como el cardenal de Lubac, honrado con ese título cardenalicio, fue quizás uno de los primeros herejes en ese sentido, en hacer de la gracia una cosa debida a la exigencia de la dignidad del hombre, eso es lo que enseña el Vaticano II. Luego rompe esa relación de lo gratuito de todo el orden sobrenatural, de lo gratuito de la gracia. Y por eso la importancia del reconocimiento; Santa Teresita del Niño Jesús decía: “Nada atrae tanto las gracias de Dios como el ser agradecido”. Y el mundo de hoy es desagradecido, nadie da las gracias, todo le es debido al dios hombre: mis derechos, y eso comenzando desde los niños; los derechos de los niños que ya no le dan el asiento a un mayor, que no se saben retirar ante la conversación de un mayor si no se los llama, que no saben estar en su puesto, todo les es debido, y se convierten para colmo en las mascotas del papá o la mamá.
Por eso la mala educación del mundo moderno y toda la falta del principio de autoridad. El niño o el hijo no es agradecido con sus padres, con sus mayores, con sus maestros. No, es el rey, todo le es debido y es poco. Es un hecho palpable, y así no solamente con la juventud y los niños, sino también con los mayores, nosotros mismos creemos que todo se nos debe, nuestros derechos, sin deberes. Y ante Dios también estamos exigiéndole, y nos asemejamos así a la oración del fariseo y no a la del publicano que se reconoce indigno pecador.
Los Santos Padres interpretan y relacionan el Evangelio de hoy con la gratitud y la ingratitud, porque la ingratitud seca la simiente de donde emanan los bienes. ¿Cómo alguien va a dar a otro algo si al dárselo el otro piensa que le es debido y no que es simplemente una merced, una gracia? Y mucho más, si el que nos da es Dios, ¿cómo le vamos a exigir? Es un orgullo profundo.
Y el otro aspecto del que habla el padre Castellani, es el de la religión. ¿Por qué no vinieron los otros nueve sino nada más que uno sólo? Es el reproche que hace nuestro Señor, porque es mucho más importante que ir y tener el certificado legal que los incorporaba a la sociedad, pues los leprosos eran excluidos del comercio social con los demás, vivían por las afueras con una campanilla para que nadie se les acercase si no se daban cuenta de su proximidad; vivían excluidos, como excomulgados.
La lepra se podía sanar al comienzo (también podía haber falsa lepra), y si así sucedía, eran los sacerdotes los que certificaban que esos individuos podían volver a vivir en sociedad; pero nuestro Señor hace ver que todo eso queda de lado porque a Dios sólo hay que reconocerlo como tal y adorarlo, amarlo. A Dios se le alaba reconociendo sus beneficios, ¿y cómo se van a considerar sus beneficios, si los reconocemos como una exigencia? He ahí la contradicción; por eso es absurdo que el hombre moderno exija a Dios un beneficio, eso rompe toda alabanza; no puede alabar a Dios porque no lo puede reconocer como un beneficio sino como una obligación.
Eso es lo que hoy enseña la falsa religión instaurada dentro de la Iglesia, con ropaje de cordero, de oveja, para que el pueblo fiel no se dé cuenta y así el error circule; pero si vemos las cosas como son, deberíamos darnos cuenta. Debemos tener presente esa necesidad de reconocer con gratitud los beneficios de Dios para alabarlo reconociendo los beneficios que Él nos prodiga y así verdaderamente adorarlo. No como hoy que es un falso culto, es el hombre el que prima y no Dios; por eso la insistencia que vemos en la enseñanza de Juan Pablo II cuando va a todas partes diciéndole a la gente que Cristo vino para revelar al hombre, para mostrar lo que es el hombre, cuando es todo lo contrario. ¿Quién dice algo, quién osa decir que esa doctrina no es evangélica, no es de Cristo, no es de Dios, no es de la santa madre Iglesia? Cristo no viene a revelar al hombre ni a señalarle su dignidad, viene a mostrar la miseria del hombre, y viene a evidenciarnos su divinidad para que le adoremos y para que adorándole una vez convertidos, nos salvemos.
Hay una tergiversación profunda del mensaje evangélico y solamente se puede explicar en lo que éste anuncia, la pérdida de la fe, la gran apostasía, la falta de religión y la adulteración de la Iglesia católica. Hay una verdadera adulteración y por eso la necesidad de guardar el testimonio fiel de la sacrosanta tradición católica, apostólica, romana. Aunque muchos fieles, desgraciadamente, no se dan cuenta hasta dónde llega la lógica consecuencia, pero hay que insistir en ello, para mantenernos con una fe pura, inteligente para no caer en el error. Porque si los tiempos no son abreviados, aun los que poseen la buena doctrina caerían; tal es la presión. Y ésta es grandísima; es necesario advertir y alertar a los fieles.
No es que yo hable mal del Papa, como algunos fieles han pensado y no han tenido la valentía de decírmelo. Un católico jamás está en contra del Papa ni en contra del papado, pero también hay que tener claro que puede haber una usurpación, una inversión, una infiltración. El Apocalipsis habla de un pseudoprofeta que tiene la apariencia de cordero pero que habla como el dragón. Es más, si nos remitimos a lo que dice el venerable Holzhauser, gran exegeta reconocido por la Iglesia, que ya en los siglos XV y XVI, cuando escribió el comentario al Apocalipsis, advierte que hacia el final de los tiempos habrá un falso Papa; misterio, pero así habla él.
Ahora bien, no es a mí a quien toca determinar esas cosas, pero sí advertir, como lo han hecho los grandes exegetas que han vislumbrado la posibilidad de que haya un antipapa en la Iglesia; es lo único que trato de advertir sin hacer ningún juicio sobre la persona, prevenir para cuidarnos porque no es posible pontificar en el error. Eso lógicamente no es posible, la Iglesia es infalible en su enseñanza, en su fe y yo como católico, apostólico, romano, no puedo admitir que desde la cátedra de Pedro se pontifique en la herejía.
Ahora, ¿cuál es la explicación? ¿cuál es la solución? Yo no lo sé. Si al verdadero lo mataron y pusieron a otro, si hay un sosias o lo que sea, o un infiltrado; muchas son las posibilidades y es muy difícil saberlo, pero lo que sí tengo que saber como católico es que un Papa verdadero no puede pontificar en el error, tergiversando el evangelio y la palabra de Dios. Su misión es la de confirmar a sus hermanos en la fe y no en el error. En consecuencia, el gran desconcierto de los fieles es qué hacer ante esa patraña. Es muy difícil. Pero ahí está la sacrosanta Tradición, lo que siempre la Iglesia en materia de fe ha enseñado, lo que siempre enseñó, la fidelidad a sus dogmas. Dogmas que hoy están negados, cuando no puestos en duda y la Iglesia excluye la sospecha. Dudar de un dogma de fe ya es ser hereje; Dios es absoluto, no permite el recelo, no permite ese relativismo.
Por eso nuestro Señor hace ese reproche a los otros nueve: ¿dónde están? Como diciendo, ¿por qué no han venido también ellos a adorarme y agradecerme como tú lo has hecho? De ahí el significado, el sentido del evangelio de hoy. Nos demuestra, entonces, la responsabilidad de cada uno ante Dios: el cielo o el infierno. Porque de acuerdo con esa respuesta categórica se definirá por siempre nuestra existencia y hoy vemos que hasta al infierno se lo pone en duda o se lo niega, como se lo ha rechazado diciendo que es simplemente un estado del alma, pero que no es un lugar donde hay fuego.
¿Dónde queda el dogma de la Iglesia que dice que es un estado y que también hay un fuego eterno? Es evidente, y sin embargo, estas cosas que antes eran comúnmente aceptadas hoy son paladinamente cambiadas, puestas en duda. Nosotros no tenemos otro recurso más que el de la fidelidad a la sacrosanta Tradición de la Iglesia, y saber que ningún Papa, ningún cardenal, ningún obispo, ningún sacerdote, ni un ángel del cielo, como dice San Pablo, puede enseñar otro evangelio, otra doctrina. Eso dijo San Pablo, aun si uno de nosotros, es decir, uno de los apóstoles o un ángel del cielo viene y les algo distinto, sea anatema, sea excomulgado, queda fuera de la Iglesia. La garantía para pertenecer a la Iglesia Católica es mantenernos en la fe y la fe me la da la Iglesia, la de siempre, la de todos los Papas, y no la nueva que ha comenzado con Vaticano II, desconociendo la sacrosanta Tradición. Y no creo que nadie deba escandalizarse porque yo hable claro y diga la verdad a la luz de la fe y si me llegase a equivocar, pues que por lo menos, en honor a la caridad, tengan a bien venir y decirlo, pero no hacer labor de zapa, de socavar cuando se trata de dar la luz para que no caigamos en el error.
Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, porque Ella es también la garante de la fidelidad a nuestro Señor, la verdadera devoción a la Santísima Virgen María, que hasta eso el demonio trata de eclipsar, de variar, de cambiar. Aun los gnósticos, aun los de la Nueva Era también hablan de nuestra Señora, y hasta los protestantes, cosa curiosa que nunca antes habían hecho. Pero no es la verdadera devoción, es la mentira mezclada con el error, y eso es muy difícil de detectar; tenemos que pedir la luz del cielo y agradecer cuando haya un sacerdote que con valentía y con toda sinceridad hable a los fieles, porque eso también es una gracia de Dios.
Por eso Dios les dijo a sus apóstoles que cuando no sean aceptados lo que queda por hacer es sacudir el polvo de sus pies e irse, pero no claudicar en su misión, no acomodarse al mundo, ni aun al gusto o al capricho de los fieles que están peor de lo que piensan, influidos y bombardeados trágicamente por un mundo impío y adverso a Dios. Ese siempre ha sido el lenguaje de los profetas, no el que halaga sino el que dice la verdad, pero ésta es de difícil aceptación.
De diez, uno solo reconoció la verdad y los otros nueve, ¿dónde están? Esperemos que en la hora de la muerte sigamos el ejemplo de este pobre leproso, que reconozcamos a nuestro Señor para que le adoremos en espíritu de verdad, en espíritu de fe y que este mundo corrompido que ha entrado en la Iglesia no nos destruya la fe y así podamos salvar nuestras almas. Es un problema de salvación, de santificación y no como algunos creen que “esto no es conmigo; total, yo me voy a salvar si sigo tranquilamente el camino más fácil”; seguir el camino más cómodo, sí, cuando todo anda bien en la Iglesia, pero cuando todo está al revés, ya es distinto y todo cambia; estos son los tiempos difíciles que nos toca vivir y que estamos viviendo.
Tenemos que recurrir de un modo mucho más intenso a nuestra Señora para que Ella nos proteja como a hijos pequeños suyos, porque todo es por gracia de Dios, no por exigencia. Reconocer los beneficios de Dios, por ejemplo, los de tener la Santa Misa tradicional, esta capilla y eso hay que reconocerlo y agradecerlo, ¿cuántos no andan por ahí buscando sin saber a dónde ir? Agradecer que somos católicos, que hemos nacido en tierras católicas, ¿qué tal haber nacido en China o en Japón, o en Suecia? Es un privilegio que hay que reconocer y más aún, mantenernos en lo que hemos recibido y no desperdiciar la gracia de Dios, que debemos transmitirla a los demás en la medida de nuestras posibilidades, y así ser más aceptos a Dios en medio de este acrisolamiento de la Iglesia, de la verdadera Iglesia reducida a un pequeño rebaño de Dios, como dice San Lucas.
jueves, 15 de agosto de 2024
ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
BASILIO MERAMO PBRO.15 de agosto de 2001.
domingo, 11 de agosto de 2024
DOMINGO DÉCIMO SEGUNDO DESPUÉS DE PENTECOSTES
El evangelio de hoy nos relata cómo nuestro Señor le dice al pueblo que le escuchaba que muchos habían deseado ver lo que ellos veían y oír lo que ellos oían y no lo vieron ni lo oyeron, como algunos reyes y profetas del Antiguo Testamento. Reyes entre los que podíamos contar al Rey David, que quizás fue el que mejor vaticinó de nuestro Señor. Profetas que conocían por revelación al Mesías ya que el pueblo no lo entendía explícitamente, sino los profetas, los mayores, como dice Santo Tomás, que comprendían los dogmas de la Santísima Trinidad y de la Encarnación porque sustancialmente es la misma fe, aunque no por todos explícitamente conocidos pero sí por aquellos que tenían a cargo instruir al pueblo religiosamente pero que no había llegado la hora de la manifestación pública de ese misterio que hacía la esencia de la fe del Antiguo Testamento. Por eso nuestro Señor les dice que muchos hubieran deseado ver lo que ellos veían y oían. Ver y oír al Verbo de Dios encarnado, a nuestro Señor Jesucristo, al Mesías esperado por todos.
Y un doctor de la Iglesia de aquel entonces, es decir, doctor de la Sinagoga, le pregunta para tentarlo, no para saber, que es muy distinto, interrogar para conocer la verdad para la cual hemos sido hechos, es el primer deber de cada hombre y por eso los niños cuestionan, son preguntones, porque están ávidos de la verdad. Pero muy distinto es interpelar para tentar. Y nuestro Señor contestándole a su cuestionamiento de qué era lo necesario para salvarse, le hace a su vez la pregunta en consonancia con su estatus: “¿Qué es lo que se halla escrito en la Ley?”. Doctor de la Ley que parece que se la conociera al dedillo porque no titubeó en contestar prontamente con esa sentencia: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo”, en eso se resumían los diez mandamientos.
Sin embargo, teniendo ese conocimiento al pie de la letra no comprendían su significado porque enseguida replica como doctor pero también como ignorante: ¿Quién es mi prójimo? Para los judíos que se habían convertido prácticamente en una secta y para los fariseos, elite de la secta, el prójimo eran los amigos, los familiares, los allegados, en definitiva todo aquel que podía formar parte o de la familia, o de la estima de uno, pero no todo el mundo, mucho menos los demás hombres; con lo cual destruían ese mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas. Por eso, como lo dice la segunda epístola de San Pablo a los Corintios, “La letra mata y el espíritu vivifica”.
Casi todos los domingos vemos esa concordancia entre la epístola y el evangelio, y en este caso es patente, ¿qué quiere decir en la epístola cuando se menciona que “La letra mata y el espíritu vivifica”? Pues tenemos un ejemplo en el evangelio, como el doctor de la ley que conocía y responde bien y sin embargo no conocía el significado, la extensión, la profundidad, la aplicación de eso que él sabía y por eso la letra mata; de nada me sirve conocer el decálogo, toda la teología, todas las verdades, toda la ciencia habida y por haber como la tuvo Adán por un privilegio especial, si todo eso no está vivificado por el espíritu de Dios, por el Espíritu Santo, por el amor de Dios, por la verdad.
Dios es amor y es verdad, y si eso pasa con las cosas de Dios como la revelación divina, como son las Sagradas Escrituras, ¿qué no pasará con todos aquellos preceptos humanos legales civiles que hacen la convivencia de los pueblos? La letra mata mientras que el espíritu vivifica.
Discernir que esa letra, esa ley, esa norma, ese decálogo o lo que sea debe estar animado del espíritu de Dios, del espíritu de fe, del espíritu de verdad, porque sin ese espíritu de fe no hay nada y eso es justamente lo que el mundo hoy ha perdido en su incredulidad, en su neopaganismo, en su impiedad, bajo una falsa civilización. No queda nada de la verdadera civilización en la cual se cultiva todo aquello que da cultura al pueblo, a los hombres y a las cosas del espíritu. Pero hoy eso es nulo completamente, en las escuelas, en las universidades, en los púlpitos hay el vacío de luz, por falta del espíritu de fe, del espíritu de la verdad y eso aun en hombres de Iglesia. Por eso, monseñor Lefebvre insistía siempre en sus conferencias espirituales ante los seminaristas, en que es el espíritu de fe quien anima toda la doctrina, toda la verdad, todo el evangelio, todo el decálogo y si no se tiene ese espíritu, esa letra mata. Y mata doblemente porque nos hace culpables de aquello que sabemos pero que no cumplimos.
Por lo mismo en el Antiguo Testamento se le llamaba ley de muerte, porque le mostraba al pueblo su pecado pero todavía no le manifestaba de un modo explícito su redención, su salvación. En cambio, en el Nuevo Testamento que es el testamento del amor de Dios, se nos muestra el pecado pero también en el mismo momento se nos manifiesta la obra de misericordia, la obra de la redención, la obra de la salvación y por eso es más perfecta y completa al primero.
Por eso también se puede decir que todo el Antiguo Testamento, sin el nuevo, es letra muerta, que mata; de allí que el judaísmo sea una religión muerta, porque se queda con el Antiguo Testamento sin el nuevo; con la pura letra sin el Espíritu. Para colmo con un Antiguo Testamento que ya no corresponde tampoco a la interpretación según Moisés y los patriarcas sino a la obra de aquellas entelequias que tergiversaron las revelaciones antiguas y de allí fueron a dar a esos libros que son para los judíos mucho más importantes, como la Cábala y el Talmud, al no tener el verdadero espíritu; aun aquello que tienen de verdad lo tienen con otro espíritu y ese espíritu malo es lo que ha dado la Cábala y el Talmud; por tanto, tampoco son fieles, ni aun en cuanto a la letra, a Moisés y al Antiguo Testamento.
Ahora bien, lo mismo nos puede pasar, y de hecho está pasando hoy en la Iglesia, por no tener ni guardar ese espíritu de fe y de verdad y quedarnos con una palabra, con una moral, con una religión muertas y de ahí la necesidad de la sacrosanta Tradición católica, apostólica y romana que nos da y nos transmite el verdadero espíritu de fe, el verdadero espíritu de verdad para que nos salvemos; de ahí su importancia.
No es facultativo; uno puede al principio venir atraído por la capilla o por una Misa, o por lo que fuere, pero después que se pasa de ese primer contacto ya no se es libre de darle la espalda a Dios, a la Tradición, o decir que eso no es conmigo, porque si Dios me muestra cuál es la verdad y yo la desdeño, cometo un pecado contra el Espíritu Santo impugnando la verdad conocida.
Y cuánta gente pasa, se emociona y sigue de largo y creen que así se van a salvar; claro está que la misericordia de Dios es muy grande pero hay una responsabilidad por parte de cada uno y Dios nos pedirá cuentas a cada uno de nosotros.
Por eso la exigencia de perseverar y no ser aves de paso. La necesidad de profundizar en ese espíritu de fe, de verdad que nos lega la Santa Madre Iglesia, contenido en la Tradición sacrosanta de la Iglesia católica, y esa Tradición que ha sido hoy desdeñada, desechada, tirada por la borda; la barca de Pedro bota, tumbada, repudiada esa Tradición; esa es la imagen que nos podríamos hacer si queremos calcular qué pasaría en la Iglesia sin la Tradición. Pues dejaría de ser sencillamente la Iglesia; eso es lo grave, lo tremendo, que al dar la espalda a la sacrosanta Tradición apostólica y romana se tiene una nueva Iglesia que usurpa el nombre, el prestigio y la fama de la verdadera pero que ya no lo es.
Eso es lo terrible que estamos viendo y viviendo y por eso “no todo aquel que dice ¡Señor, Señor! se salva”. De ahí la necesidad del verdadero culto, de la verdadera misa, del verdadero catecismo, de los verdaderos sacramentos, de la verdadera doctrina católica; esto no es un juego, no es un pasatiempo y menos un club ni de lectores ni de lo que fuere. Es responsabilidad de cada uno de nosotros responder a la verdad y responder al amor de Dios y por eso es necesario conservar ese espíritu para que la letra no mate y así el espíritu nos vivifique y nos salve.
No limitemos, como los fariseos, el concepto de prójimo a lo que a ellos les convenía. Nuestro Señor muestra que el prójimo es cualquiera con el que yo me tope en la calle, lo conozca o no lo conozca, lo distinga o no lo distinga, así que es todo aquel con el cual me tope, lo conozca o no, y a él lo tengo que amar como a mí mismo por amor a Dios; eso es lo que nos pide el Señor al contestarle así a este doctor de la ley que le preguntó para tentarle.
No le tentemos entonces cuando destruimos el término de prójimo aplicándolo a aquellos que nos conviene porque son nuestros amigos y el resto como si no existiera. Reconozcamos como prójimo a todo hombre que esté a nuestro alrededor (que, entre más cerca, más prójimo). +
11 Agosto de 2002
domingo, 4 de agosto de 2024
DOMINGO DECIMOPRIMERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Vemos cómo nuestro Señor no era un buscador de la fama, haciendo milagros para ganársela, como lo haría cualquier brujo de hoy, o cualquier charlatán. En consecuencia, nuestro Señor lo lleva aparte, fuera del gentío, del tumulto y pide que no lo cuente, que no lo diga a nadie; pero era en vano, porque entre más hacía esa recomendación, más se divulgaba ese milagro que había sorprendido al pueblo. Y con este milagro del que la Iglesia toma parte para el rito del bautismo, nuestro Señor quiere mostrar la génesis de la fe, el origen de la fe, cómo la fe entra por el oído, por la palabra de Dios.
Pero cómo van a tener fe si no oyen, y cómo van a oír si no predican. De ahí la esencia de la predicación del evangelio en manos de los apóstoles, de los obispos y de los sacerdotes como ministros auxiliares del obispo, que para eso están los obispos, para eso está la jerarquía de la Iglesia, para predicar la palabra de Dios que engendra la fe. Por tal motivo los predicadores de la Iglesia primitiva eran considerados padres de la Iglesia, porque engendraban en la fe, que no es primeramente algo natural, una creencia natural, tampoco es un sentimiento religioso natural que tengo en el fondo del corazón, no.
No es un sentimiento como pensaban los protestantes, un sentimiento vuelto confianza; ni como piensan los modernistas que es un sentimiento religioso del cual se tiene experiencia en el corazón, no. Tampoco es el sentimiento de la falsa beatería. Es una adhesión firme de la inteligencia a la verdad revelada. De ahí su importancia. Hay una relación de nuestro ser con la verdad. Por lo que Santo Tomás define el objeto de la fe diciendo que es la verdad primera, que es Dios, en cuanto Él es la verdad suma y primera. Esa adhesión de nuestro ser, de nuestra inteligencia a la verdad que es Dios veritas prima, a esa verdad primera de Dios, no natural sino sobrenatural, claro está, esa adhesión se opera por el movimiento de la voluntad guiado por la gracia, y es un misterio. Hay esa adhesión de la inteligencia a la verdad movida por la voluntad pero por la gracia de Dios, y es un misterio.
Mas no porque sea un misterio vamos a tener un concepto erróneo, como el de los protestantes que confunden fe con confianza, que a lo sumo sería esperar, pero la esperanza sobrenatural es otra virtud; tampoco se puede confundir con un falso sentimiento religioso que se experimenta en el fondo del corazón, sino que es una relación trascendental con Dios como verdad primera; ese es el objeto material de la fe. Y ¿por qué adherirnos?, ¿cuál es el motivo formal por el cual adherirnos? La autoridad misma de Dios que revela, que así lo dice, que así lo manifiesta realmente, testimonio de Dios, en cuanto es veraz y sabemos que es sabio.
Hoy en día, cuánta gente al hablar de la fe manifiesta un concepto protestante, la pierde volviéndose ateo teórico o práctico, o indiferente; hace de la fe una cuestión de sentimiento y como cada uno tiene lo suyo, entonces cada uno tiene su fe y qué grave error es eso. Si desobjetivizamos la fe, ya no es la verdad Dios, no se puede olvidar esa relación trascendental con Dios como verdad primera, suma, a la cual nos adherimos movidos por la gracia; por eso es un don infuso, un don sobrenatural, un regalo de Dios, que debemos conservar, mantenerlo siempre vivo, adhiriéndonos a Dios y creyendo en su palabra.
Tenemos el ejemplo de San Pablo, que creyó en nuestro Señor cuando Él le dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Y Saulo le responde: “Señor, ¿qué quieres de mí?”. Esa es la respuesta interna, íntima, interior, de aceptación, de adhesión a la autoridad, al testimonio, a la palabra de Dios, que es Él quien me está diciendo: “Soy Yo, ¿crees en mí?”. La otra respuesta es el rechazo, se cierra la puerta y no se quiere oír.
¡Maldito sea, entonces! Por eso la gente se condena, rechaza a Dios y hay que ver cuántos tienen bien trancado su corazón.
De ahí el misterio y la gracia de que nosotros tengamos la fe y que no la perdamos, que reconozcamos ese tesoro, que se mantenga en nuestro corazón, en nuestra inteligencia, esa verdad revelada y ese testimonio a la palabra de Dios y si no lo conservamos, en vano habremos creído, como dice San Pablo. Gran drama de la hora presente, en que no hay fe, en que la jerarquía de la Iglesia no profesa la fe católica, apostólica y romana; sencillamente no hay profesión de la fe, ni conservación ni custodia de la misma, porque para eso creó nuestro Señor a la Iglesia, para que ese tesoro sea guardado, custodiado, defendido y profesado, para que la Iglesia nos instruya en la fe, la proponga suficientemente y se adhiera a la autoridad divina de Dios.
Y en esa fe conservada en pocos corazones representando la verdadera Iglesia de Dios, dispersa por el mundo, en esas pocas almas fieles a Dios, allí estarán el testimonio y la visión y el verdadero amor a nuestro Señor; de ahí la importancia de esa fidelidad, de pertenecer a esa Iglesia reducida a un pequeño rebaño. Lo estamos viendo hoy cada vez más. ¿Qué es la Tradición? Un pequeño rebaño de fieles perseguidos, tildados de lo peor, excomulgados como rebeldes. Pidamos a Nuestra Señora su intercesión para permanecer siempre fieles a Cristo. +
Padre Basilio Méramo.
domingo, 28 de julio de 2024
DÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
En el Evangelio de hoy tenemos la parábola que Nuestro Señor dirige a esos hombres que se tenían a sí mismos por buenos creyéndose mejores que todos los demás; se tenían por muy religiosos. Es la parábola del fariseo y el publicano y que nos viene muy bien para que no cometamos el mismo pecado de soberbia religiosa.
Los fariseos eran la élite social y religiosa del pueblo judío, que encarnaba el ideal nacional en contra del helenismo y del dominio romano. Defendían, por decirlo así, el patrimonio del pueblo elegido, sintiéndose los sucesores del espíritu de los Macabeos quienes defendieron en un momento crucial el honor y la gloria de Dios, el culto verdadero, ante la profanación, y por esto murieron mártires cuando el emperador colocó una imagen, un ídolo, en el templo;
pálida imagen de lo hecho en Asís con la imagen de Buda sobre el sagrario, de modo que si aquello fue profanación esto ya es apostasía.
Pues bien, los fariseos eran los guardianes del culto y de la religión, de las cosas de Dios y por eso se dedicaban a escudriñar las Escrituras y todo lo concerniente al culto. El publicano, un recaudador de impuestos, un "traidor" al servicio del César para recolectar los impuestos y así beneficiarse. Ser publicano entonces era lo más detestable que podían tener los judíos entre ellos y sin embargo, Nuestro Señor muestra que la oración del fariseo no es escuchada y la del publicano sí.
El fariseo que en apariencia era excelente, "gracias te doy"; qué cosa mejor que dar gracias a Dios, pero, "... porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros"; "ni como este miserable publicano", o "como esta rata", le faltaba decir. Sin embargo, Nuestro Señor mismo nos dice que no le escuchó; daba el diezmo (que eso es lo que de limosna eclesiástica por ley siempre se ha estipulado y que la Iglesia no ha urgido), o sea la décima parte o dividendos, o rentas que tenía, y ayunaba dos veces a la semana y no un ayuno mitigado, un ayuno a medias como el que hoy se hace y que ni aun así se cumple, porque nos cuesta no comer carne, hacer abstinencia, ayunar dos o tres veces al año, y es un ayuno mitigado por la debilidad nuestra.
Antes el ayuno era riguroso: absolutamente nada durante todo el día, y dos veces por semana, es lo que hace el fariseo; aparentemente era muchísimo mejor que cualquiera de nosotros, qué ejemplo. Sin embargo, nada de eso le servía, su oración carecía de valor porque todas sus buenas acciones quedaban anuladas, sin valor sobrenatural por estar viciadas de soberbia, ¡la maldita soberbia! El maldito orgullo que todos llevamos dentro y peor, no cualquier soberbia, sino la peor soberbia que puede haber, la soberbia religiosa, la soberbia de los religiosos y de los fieles religiosos.
La palabra soberbia viene del latín superbia, supra, creerse por encima de los demás, mientras que humilde humihtas, humus del humus de la tierra, el humilde es aquel que se rebaja, que se siente poco, que se siente tierra porque venimos de la tierra, del limo de la tierra, del barro. Ese es nuestro origen material al cual Dios infunde el alma, y por eso la humildad es la verdad, reconocer lo que somos, criaturas hechas de barro, luego no tenemos nada de qué enorgullecemos con respecto a los demás. Esa es la verdadera humildad y la verdadera oración: "Señor, soy un miserable pecador", sea rico o sea pobre, rey o basurero; "soy un miserable pecador", un hombre hecho de barro, de tierra. En cambio, el fariseo era soberbio religioso.
Esa soberbia religiosa la podemos tener todos nosotros y entre más religiosos peor aún, como en el clero; soberbia religiosa aun dentro del clero tradicionalista, y en los fieles; nosotros como tradicionalistas, en cierta forma como los fariseos detentores del verdadero culto, podríamos hacer esa comparación a muy justo título. Porque los fariseos no eran malos en su principio, degeneraron después; eso mismo nos puede acontecer a nosotros, grave peligro.
Dentro de la Tradición Dios ha permitido la caída terrible de sacerdotes y de fieles para que no nos enorgullezcamos. Que si defendemos el verdadero culto y somos celosos de las cosas de Dios con santo celo, reconozcamos que no es por mérito propio sino que somos frágiles vasos de barro que guardan un tesoro, el tesoro de la liturgia, de la doctrina, de la fe, pero que somos barro; somos poca cosa, la verdad no nos pertenece. La verdad es para el bien común, como lo dice la epístola de hoy: la diversidad de espíritus, unos de profecía, otros de milagros, de doctrina, de interpretación, pero es el mismo espíritu para el bien común, para la verdad, no para que nos creamos los mejores, los santos; la verdad no está para que nos sirvamos nosotros de ella, sino para que sirvamos nosotros a la verdad.
Este es el pecado del fariseísmo religioso, convertir la religión en un medio de poder, de ambición de riquezas, de política; todo lo cual es costumbre en Colombia; politizar hasta la religión; ver la jerarquía de la Iglesia convertida al servicio de la política y peor, de la mala política, porque no sirve al bien común, y no es justa porque no tiene en cuenta los principios del Evangelio que deben iluminar y dirigir toda verdadera política y aún más aquella que se estime como una política católica.
De ahí que si yo me sirvo de la religión para tener poder, riqueza y prestigio, estoy cometiendo el pecado de la soberbia religiosa, del fariseo, sea rico o pobre, pues se puede ser pobre y soberbio.
Aunque es mucho más fácil ser humilde siendo pobre, porque los mismos golpes de la vida nos hacen sentir que somos poca cosa y si tenemos resignación nos vamos por el camino de la humildad; en cambio es mucho más difícil ser humilde siendo rico, porque la riqueza me sitúa en un nivel superior, más difícil despegarme de esa riqueza, de utilizar esa riqueza para el bien común, por eso Nuestro Señor deliberadamente decidió vivir pobre y no rico en un palacio, para darnos el ejemplo. Lo que no quiere decir que ya en la pobreza sea humilde, porque puedo seguir siendo muy soberbio; así pues, si este país ha caído en la desgracia y aunque es un país potencialmente rico, somos pobres; aprovechemos esa penuria para despegarnos de cosas y así ayudamos en la humildad, sentirnos poca cosa.
Hay un cosa lamentable que debo decir, porque muchas veces la gente nueva que viene, se siente rechazada ya que los fieles más antiguos en vez de hacer un verdadero apostolado y explicarles, lo primero que hacen es mirarlos de arriba a abajo para ver quién es, qué hace éste, como si fuera publicano. No señor; y si viene mal vestido, con paciencia explicarle, que entre, que conozca, que vea, que si llegó aquí por pura curiosidad o por lo que fuera, Dios escribe derecho sobre líneas torcidas; no cerrar la puerta, ese es el verdadero apostolado, la verdadera predicación. No olvidar que llevamos más de treinta años de errores y confusiones que se agravan y que no todos tienen la suerte de haberlo visto desde un principio, sin contar la gracia que se necesita. Entonces sepamos acoger a los demás y allá ellos si perseveran o no, pero que no sea nuestra actitud la que aleje a la gente para después quejamos de que somos pocos.
Por muchos que seamos, siempre seremos pocos; por la misma situación de crisis, por el paganismo atroz del mundo; no nos hagamos ilusiones, nunca seremos multitud sino un pequeño rebaño fiel y en la medida que nos acerquemos al fin de los tiempos ese pequeño rebaño se irá reduciendo. "¿Acaso encontraré fe cuando vuelva?". Es lo que dice Nuestro Señor, y "Las puertas del infierno no prevalecerán". Dos afirmaciones aparentemente contradictorias; la Iglesia no será destruida, pero "¿cuando yo vuelva encontraré fe?". ¿Cómo es eso? sencillamente: gran apostasía, un pequeño rebaño fiel, a eso se reducirá la Iglesia y por eso no prevalecerá el infierno sobre la Iglesia, porque la Iglesia no es una cuestión de números ni de cantidad, no es una democracia, no es la mitad más uno ni lo que piense el pueblo, ni el rey, ni nadie.
La Iglesia es Dios, su santa doctrina, la jerarquía que El instituyó y los fieles. Es más, decía San Agustín: "Allí donde haya un fiel, allí habrá Iglesia", y no importa que sea cura, obispo o un simple fiel, es decir, un bautizado que tenga la fe, allí estará la Iglesia. Y dice con mayor razón Nuestro Señor: "Allí donde dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estaré yo, allí estará mi Iglesia". No interpretemos eso como definición de la Misa, porque una cosa es la presencia de Nuestro Señor, allí donde dos o tres estén reunidos en su nombre, y otra cosa es la presencia sacramental de Nuestro Señor en el tabernáculo, son dos cosas distintas.
Aunque estemos en la Tradición de la Iglesia, en medio de una apostasía como la que nos toca vivir, y aunque no sea evidente para todos y sí para nosotros, pues ¿Qué es si no todo lo que hoy se vive en detrimento de la moral, de la fe, del culto, es decir, de la religión católica? Si bien se mira no queda ya nada en pie, nada es santo, nada es sagrado, todo profanado, la religión adulterada, del culto no quedan más que las formas, las cáscaras, no hay contenido.
¿Cuánta gente no va de buena fe a la nueva misa? Si es que rinde culto a Dios verdaderamente, si comulga, ¿estará comulgando a Nuestro Señor? No hay una mínima seguridad ni garantía de que esté rindiendo el verdadero culto a Dios, aun comulgando.
Y si nos atenemos a la definición de la Santa Misa que para ellos ya no es ni santa ni misa, ni tampoco un sacrificio, considerando que es simplemente un memorial, un recuerdo, y no el mismo sacrificio del calvario renovado sobre el altar sacramentalmente, pensando que es una reunión o conmemoración, como cuando yo festejo un cumpleaños: eso no es misa.
Y si consagro pensando que en la consagración no hay transubstanciación, no hay entonces la presencia real, no tengo la intención de la Iglesia. Todas estas cosas no me las garantiza la liturgia moderna, porque es una liturgia revolucionaria, contra la Tradición, y yo no puedo ir contra la Tradición sin caer por el mismo hecho en un cisma, en una ruptura. Hay un cisma en la Iglesia Católica, nos guste o no. No todo lo que se dice Iglesia Católica es católica; la Iglesia Católica no puede estar dividida. Entonces, quien separándose de la Tradición por seguir la revolución, aunque piense que no está en estado de cisma y de ruptura con la Iglesia Católica, se divide. Esa es la teología, ser o no ser, otra cosa es que por ignorancia no me dé cuenta, sea o no sea culpable, esa es otra historia, si me doy cuenta o no, si tengo o no tengo la suficiente luz para ver las cosas como hay que verlas bajo la luz de la fe, sobrenaturalmente.
El simple hecho de oponerme a la Tradición de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, crea un estado de cisma y ese estado de cisma quedó formal y objetivamente confirmado, cuando Pablo VI firmó todos los decretos del Concilio Vaticano II. Los errores del Vaticano II no son de interpretación, sino que son errores de principios, y un Papa no puede firmar, rubricar como Pontífice de la Iglesia Católica algo que en principio se oponga a la Tradición de la Iglesia: es inadmisible. Eso debería estar claro después de más de treinta años, si no fue claro en su momento.
Lo lamentable es que esto no lo diga quien debiera decirlo, al menos los obispos, pues tienen la responsabilidad de apacentar el rebaño con la verdad y no pueden tolerar un estado de ruptura con la Tradición y no decirlo. Ya es hora de hablar claro -al pan, pan y al vino, vino- y que adoptemos una postura de verdad, de integridad y de fe delante de Dios, que la religión no es una cuestión de sentimientos y de pareceres; yo no voy a la iglesia para sentirme bien, yo voy a la iglesia por un acto de fe para adorar a Dios en espíritu y verdad. No se viene a Misa para cumplir con una rutina o para ser niños buenos. Asistamos a Misa en un acto de profesión de fe Católica, Apostólica y Romana de la única fe, de la fe sobrenatural, objetiva, y no de una fe subjetiva, sentimental, que nada tiene que ver con la adhesión de la inteligencia, movida por la voluntad bajo la acción de la gracia, a la verdad primera.
Pues bien, la Fraternidad enarbola la custodia de la Tradición y todos los que venimos aquí queremos mantenerla, pero no por eso somos mejores que los demás. Dios nos exigirá más en la medida en que nos dé mayores gracias y la cuota de cada uno es la fidelidad como respuesta a esa verdad y respuesta categórica. No es una respuesta a medias tintas, no es un "sí" con un "no" ni es un "no" con un "sí". "Sí sí, no no", hay una decantación y en esa decantación de la fe, en la respuesta y en la fidelidad está la prueba por la cual cada uno de nosotros pasa y por la que esta pasando la Iglesia en sus miembros, en sus fieles; ese prueba tan terrible de la cual Dios sacará un gran beneficio. Por eso permite el mal, porque como Él es todopoderoso, del mal puede hacer surgir el bien, como triunfo del bien sobre el mal; ese es el ejemplo que nos da Nuestro Señor en la Cruz, muriendo nos da ejemplo de vida, muriendo en la Cruz. De ahí la gran derrota del demonio, por derecho, porque todavía él sigue haciendo estragos hasta que Dios venga a ajustarle cuentas y por eso nosotros debemos aprovechar todas estas circunstancias y todos estos males.
Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen, nos dé la humildad con esa oración del publicano. Que esta misma crisis sea un medio que Dios nos da para que nos santifiquemos y crezcamos en la fe. Dar verdadero testimonio de Dios con toda fidelidad y que esa fidelidad a la verdad, nos haga libres. "La verdad os hará libres", somos libres, no en la democracia sino en la verdad, y la verdad es la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, la verdad en Nuestro Señor Jesucristo, sintiéndonos como somos, pecadores, pero que llevamos un gran tesoro, el tesoro de la fe; dispuestos a defenderlo cueste lo que cueste sin caer en la soberbia del fariseo creyéndonos mejores. Sea Nuestra Señora ejemplo de humildad a imitar, Ella, que se consideró la sirvienta, la sierva de Dios y fue enaltecida por su profunda humildad. Sigamos su ejemplo de humildad y seamos fieles a Dios y a su Santa Iglesia.
BASILIO MERAMO PBRO.
12 de agosto de 2001