Amados
hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Este
Domingo de Resurrección, Domingo de Pascua, es el día más solemne, la fiesta
más importante de todo el año litúrgico; aunque quizás no sea la más popular
como lo es la Navidad, pero en sí misma es la principal y por eso está rodeada
de la octava, de las pocas octavas que han quedado, dado el recorte litúrgico
que hacía de las éstas el esplendor de la fiesta, pero con la modernización se
fueron recortando.
Por
eso este día queda aún, a pesar de todo, con su octava, es decir, el festejo
reiterado durante ocho días consecutivos. Es una lástima, dicho sea de paso,
ver que aquí en Colombia y sobre todo en Santander la Pascua no tiene ninguna
impronta familiar, no hay una reunión, un agasajo, una comida, nada que de modo
un poco más ordinario y explícitamente así lo demuestre, como sí lo hay en
Europa y me duele decirlo, a mí, que me ha tocado pasar muchos años la Pascua
en el viejo continente. Allí, en
Francia, en Italia, en España, existe la costumbre, muy arraigada, de festejar
la Pascua. Claro está que aquí la gente vive la Semana Santa, pero ésta queda
trunca sin el Domingo de Resurrección. Toda nuestra religión quedaría en el
vacío sin la Resurrección de nuestro Señor. Toda su divinidad queda consignada,
afirmada, proclamada, evidenciada y demostrada con la Resurrección.
Nadie es capaz de resucitar de la muerte; por
eso el Único que podía decir que iba a morir y a resucitar por sus propios y
exclusivos medios es Cristo nuestro Señor, porque es el Dios Encarnado, hecho
carne, hecho hombre; por eso es verdadero Dios y verdadero hombre.
Toda
su persona es divina, es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad la que se
ha encarnado y, por eso, no obstante el estar muerto como hombre, separándose
su alma de su cuerpo, Él es y sigue siendo el Dios vivo; porque ese cuerpo
humanamente muerto, sin alma, era sustentado por la persona divina, por eso no
era un cadáver como acontece con nosotros; no era un cuerpo en estado de
putrefacción sino que en ese cuerpo estaba presente la divinidad aun en la
tumba durante los tres días, y por eso su alma también estaba sustentada en su
existir por el Verbo. Si bajó a los infiernos, es decir, al seno de Abraham,
allí donde iban los justos del Antiguo Testamento para abrirle las puertas del
cielo que estaban cerradas, su alma tenía la presencia de la divinidad de la
Segunda Persona de la Santísima Trinidad; misterio que no entendemos pero que
conocemos por la revelación, por la fe.
Por
eso en el Domingo de Resurrección de nuestro Señor, es el día más importante de
la semana, justamente, y por eso se le llama al domingo día del Señor, porque
fue el día en que se reúne su alma nuevamente con su cuerpo, con la
manifestación y el esplendor del cuerpo glorioso. Sin embargo, nuestro Señor
resucita y se queda durante un tiempo, cuarenta días, instruyendo a sus
discípulos, adoctrinando a sus apóstoles, instituyendo las bases de su Iglesia
católica, consolidándola, dándole toda su estructura sobrenatural hasta que
venga a coronarla, a completarla, a perfeccionarla la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad, el día de Pentecostés a los cincuenta días de la
Resurrección de nuestro Señor. Díez días después de su Ascensión a los cielos,
porque para que bajara el Espíritu Santo, tenía que enviarlo nuestro Señor
junto con el Padre Eterno y por eso tenía que elevarse a la gloria.
Es
muy importante que lo tengamos, porque la Iglesia católica no está en el aire;
está fundada sobre la piedra angular que es nuestro Señor y por eso no todo
está en las Escrituras sino que la Revelación está también en esa transmisión
oral y por tanto ésta no puede ser desechada, pues es la mitad de la verdad
revelada, si así se puede decir. Esto lo hacen los protestantes, que tienen una
revelación amputada por la mitad porque desprecian la Tradición, y sin ésta, la
revelación escrita queda mal interpretada, distorsionada, por lo que ellos
predican un Cristo mutilado, cercenado.
Debemos,
pues, hoy más que nuca, meditar siempre en estos principios, en estas verdades,
porque están siendo sacudidas al igual que Iglesia, como no lo ha sido nunca ni
lo será jamás. Por tanto, para mantenernos firmes en la fe y en los fundamentos
de la doctrina católica, apostólica y romana, tenemos que instruirnos y meditar
en la oración, para que vivamos de estas verdades sobrenaturales como católicos
y cristianos que somos.
Aunque
también los protestantes han usurpado el nombre de cristianos, no lo son;
protestan contra la enseñanza de la Iglesia; ese es su nombre, no lo olvidemos.
La meditación de estos principios fundamentales, de estas verdades, nutre
nuestras almas para que vivamos de la fe y la esperanza sobrenatural, bajo la
coronación de la caridad sobrehumana; que no que sea filantrópica, masónica,
terrena, como una cruz roja, un Gandhi, unas Naciones Unidas o Unesco, que no
sirve para nada, porque esa es una parodia de altruismo, ya que la única
caridad entre los hombres está fundamentada en el amor a Dios. No hay amor
entre los hombres si no lo hay a Dios; ese es un principio categórico.
Por
lo tanto, fuera de la religión católica no hay amor entre los hombres como no
lo hay entre los judíos, entre los musulmanes, entre los protestantes, entre
los budistas, ni entre ningún miembro de esas falsas creencias y religiones que
ni lo son, porque religión es lo que religa, lo que une a Dios; el error de
esas falsas creencias no puede jamás unir al hombre con Dios.
Pidamos
a nuestra Señora, a la Santísima Virgen, que tengamos presente el significado
de la Resurrección para que nosotros, con la mirada puesta en lo de arriba, en
lo de Dios, podamos transitar a lo largo de esta corta o larga vida que nos toque
a cada uno, sin perder la finalidad y el motivo de ella, que no está aquí en la
tierra sino en Dios, que es Cristo nuestro Señor resucitado. +
P. BASILIO MÉRAMO
20 de abril de 2003
20 de abril de 2003