San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 30 de agosto de 2020

DOMINGO DECIMOTERCERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

En el evangelio de hoy vemos la curación de los diez leprosos y el reproche que nuestro Señor hace ante la ausencia de los otros nueve, dado que sólo uno de los diez vino a agradecerle y a reconocerle como Dios. Todos los santos padres interpretan, como señala el padre Castellani, que es el evangelio de la gratitud y la ingratitud, y por eso nuestro Señor en cierta forma reprocha esa ingratitud de los otros nueve que no vinieron a presentarse.

No obstante, queda la dificultad, ya que fue nuestro Señor mismo quien les dijo que fueran a los sacerdotes, cumpliendo ellos lo que Él mismo les dijo y por lo cual el padre Castellani dice que además de ingratitud hay otro plano que apunta a la religión, a la conversión, a la fe; y ante ella no hay otro mandato, otro precepto, otro afán, otra obligación, nada. Porque a Dios no se le puede anteponer ninguna otra relación, ningún otro fin, ningún otro interés. Y por eso no es solamente la ingratitud lo que reprocha nuestro Señor, sino el no reconocer que el bien lo habían recibido a través de la mano de Dios.

El único leproso que se dio cuenta fue el que regresó a darle gracias y a adorar a Dios, por eso se postró sobre sus pies; es el gesto de adoración a Dios en Oriente y como antiguamente se estilaba, y es ese el otro aspecto que recalca y hace notar el padre Castellani, completando la exegesis común que hacen todos los padres refiriendo este milagro de hoy a la agradecimiento y desagradecimiento. ¿Y por qué es tan importante la gratitud? Porque todo lo que recibimos de Dios en el orden sobrenatural es gratis, no es debido. Y el mundo de hoy en su impiedad, en su herejía, hace de la gracia algo exigido por el hombre, por la dignidad del hombre, he ahí el Concilio Vaticano II.

Y todo es gracia, todo es regalado en el orden sobrenatural, y en el orden natural la vida, la existencia, etcétera; también son gratis, como muchas cosas que Dios nos da, no hay una exigencia, no hay una obligación de Dios, es completamente de balde, y eso hay que reconocerlo delante de Dios. No nos es debido, no hay una exigencia, y si la hubiera, entonces ya no sería gracia, ya no sería reconocimiento, gratitud.

Eso es lo que el hombre de hoy exige a Dios en su orgullo cuando reconoce la gracia, porque cuando no la reconoce simplemente le da la espalda. Teólogos como el cardenal de Lubac, honrado con ese título cardenalicio, fue quizás uno de los primeros herejes en ese sentido, en hacer de la gracia una cosa debida a la exigencia de la dignidad del hombre, eso es lo que enseña el Vaticano II. Luego rompe esa relación de lo gratuito de todo el orden sobrenatural, de lo gratuito de la gracia. Y por eso la importancia del reconocimiento; Santa Teresita del Niño Jesús decía: “Nada atrae tanto las gracias de Dios como el ser agradecido”. Y el mundo de hoy es desagradecido, nadie da las gracias, todo le es debido al dios hombre: mis derechos, y eso comenzando desde los niños; los derechos de los niños que ya no le dan el asiento a un mayor, que no se saben retirar ante la conversación de un mayor si no se los llama, que no saben estar en su puesto, todo les es debido, y se convierten para colmo en las mascotas del papá o la mamá.

Por eso la mala educación del mundo moderno y toda la falta del principio de autoridad. El niño o el hijo no es agradecido con sus padres, con sus mayores, con sus maestros. No, es el rey, todo le es debido y es poco. Es un hecho palpable, y así no solamente con la juventud y los niños, sino también con los mayores, nosotros mismos creemos que todo se nos debe, nuestros derechos, sin deberes. Y ante Dios también estamos exigiéndole, y nos asemejamos así a la oración del fariseo y no a la del publicano que se reconoce indigno pecador.

Los Santos Padres interpretan y relacionan el Evangelio de hoy con la gratitud y la ingratitud, porque la ingratitud seca la simiente de donde emanan los bienes. ¿Cómo alguien va a dar a otro algo si al dárselo el otro piensa que le es debido y no que es simplemente una merced, una gracia? Y mucho más, si el que nos da es Dios, ¿cómo le vamos a exigir? Es un orgullo profundo.

Y el otro aspecto del que habla el padre Castellani, es el de la religión. ¿Por qué no vinieron los otros nueve sino nada más que uno sólo? Es el reproche que hace nuestro Señor, porque es mucho más importante que ir y tener el certificado legal que los incorporaba a la sociedad, pues los leprosos eran excluidos del comercio social con los demás, vivían por las afueras con una campanilla para que nadie se les acercase si no se daban cuenta de su proximidad; vivían excluidos, como excomulgados.

La lepra se podía sanar al comienzo (también podía haber falsa lepra), y si así sucedía, eran los sacerdotes los que certificaban que esos individuos podían volver a vivir en sociedad; pero nuestro Señor hace ver que todo eso queda de lado porque a Dios sólo hay que reconocerlo como tal y adorarlo, amarlo. A Dios se le alaba reconociendo sus beneficios, ¿y cómo se van a considerar sus beneficios, si los reconocemos como una exigencia? He ahí la contradicción; por eso es absurdo que el hombre moderno exija a Dios un beneficio, eso rompe toda alabanza; no puede alabar a Dios porque no lo puede reconocer como un beneficio sino como una obligación.

Eso es lo que hoy enseña la falsa religión instaurada dentro de la Iglesia, con ropaje de cordero, de oveja, para que el pueblo fiel no se dé cuenta y así el error circule; pero si vemos las cosas como son, deberíamos darnos cuenta. Debemos tener presente esa necesidad de reconocer con gratitud los beneficios de Dios para alabarlo reconociendo los beneficios que Él nos prodiga y así verdaderamente adorarlo. No como hoy que es un falso culto, es el hombre el que prima y no Dios; por eso la insistencia que vemos en la enseñanza de Juan Pablo II cuando va a todas partes diciéndole a la gente que Cristo vino para revelar al hombre, para mostrar lo que es el hombre, cuando es todo lo contrario. ¿Quién dice algo, quién osa decir que esa doctrina no es evangélica, no es de Cristo, no es de Dios, no es de la santa madre Iglesia? Cristo no viene a revelar al hombre ni a señalarle su dignidad, viene a mostrar la miseria del hombre, y viene a evidenciarnos su divinidad para que le adoremos y para que adorándole una vez convertidos, nos salvemos.

Hay una tergiversación profunda del mensaje evangélico y solamente se puede explicar en lo que éste anuncia, la pérdida de la fe, la gran apostasía, la falta de religión y la adulteración de la Iglesia católica. Hay una verdadera adulteración y por eso la necesidad de guardar el testimonio fiel de la sacrosanta tradición católica, apostólica, romana. Aunque muchos fieles, desgraciadamente, no se dan cuenta hasta dónde llega la lógica consecuencia, pero hay que insistir en ello, para mantenernos con una fe pura, inteligente para no caer en el error. Porque si los tiempos no son abreviados, aun los que poseen la buena doctrina caerían; tal es la presión. Y ésta es grandísima; es necesario advertir y alertar a los fieles.

No es que yo hable mal del Papa, como algunos fieles han pensado y no han tenido la valentía de decírmelo. Un católico jamás está en contra del Papa ni en contra del papado, pero también hay que tener claro que puede haber una usurpación, una inversión, una infiltración. El Apocalipsis habla de un pseudoprofeta que tiene la apariencia de cordero pero que habla como el dragón. Es más, si nos remitimos a lo que dice el venerable Holzhauser, gran exegeta reconocido por la Iglesia, que ya en los siglos XV y XVI, cuando escribió el comentario al Apocalipsis, advierte que hacia el final de los tiempos habrá un falso Papa; misterio, pero así habla él.

Ahora bien, no es a mí a quien toca determinar esas cosas, pero sí advertir, como lo han hecho los grandes exegetas que han vislumbrado la posibilidad de que haya un antipapa en la Iglesia; es lo único que trato de advertir sin hacer ningún juicio sobre la persona, prevenir para cuidarnos porque no es posible pontificar en el error. Eso lógicamente no es posible, la Iglesia es infalible en su enseñanza, en su fe y yo como católico, apostólico, romano, no puedo admitir que desde la cátedra de Pedro se pontifique en la herejía.

Ahora, ¿cuál es la explicación? ¿cuál es la solución? Yo no lo sé. Si al verdadero lo mataron y pusieron a otro, si hay un sosias o lo que sea, o un infiltrado; muchas son las posibilidades y es muy difícil saberlo, pero lo que sí tengo que saber como católico es que un Papa verdadero no puede pontificar en el error, tergiversando el evangelio y la palabra de Dios. Su misión es la de confirmar a sus hermanos en la fe y no en el error. En consecuencia, el gran desconcierto de los fieles es qué hacer ante esa patraña. Es muy difícil. Pero ahí está la sacrosanta Tradición, lo que siempre la Iglesia en materia de fe ha enseñado, lo que siempre enseñó, la fidelidad a sus dogmas. Dogmas que hoy están negados, cuando no puestos en duda y la Iglesia excluye la sospecha. Dudar de un dogma de fe ya es ser hereje; Dios es absoluto, no permite el recelo, no permite ese relativismo.

Por eso nuestro Señor hace ese reproche a los otros nueve: ¿dónde están? Como diciendo, ¿por qué no han venido también ellos a adorarme y agradecerme como tú lo has hecho? De ahí el significado, el sentido del evangelio de hoy. Nos demuestra, entonces, la responsabilidad de cada uno ante Dios: el cielo o el infierno. Porque de acuerdo con esa respuesta categórica se definirá por siempre nuestra existencia y hoy vemos que hasta al infierno se lo pone en duda o se lo niega, como se lo ha rechazado diciendo que es simplemente un estado del alma, pero que no es un lugar donde hay fuego.

¿Dónde queda el dogma de la Iglesia que dice que es un estado y que también hay un fuego eterno? Es evidente, y sin embargo, estas cosas que antes eran comúnmente aceptadas hoy son paladinamente cambiadas, puestas en duda. Nosotros no tenemos otro recurso más que el de la fidelidad a la sacrosanta Tradición de la Iglesia, y saber que ningún Papa, ningún cardenal, ningún obispo, ningún sacerdote, ni un ángel del cielo, como dice San Pablo, puede enseñar otro evangelio, otra doctrina. Eso dijo San Pablo, aun si uno de nosotros, es decir, uno de los apóstoles o un ángel del cielo viene y les algo distinto, sea anatema, sea excomulgado, queda fuera de la Iglesia. La garantía para pertenecer a la Iglesia Católica es mantenernos en la fe y la fe me la da la Iglesia, la de siempre, la de todos los Papas, y no la nueva que ha comenzado con Vaticano II, desconociendo la sacrosanta Tradición. Y no creo que nadie deba escandalizarse porque yo hable claro y diga la verdad a la luz de la fe y si me llegase a equivocar, pues que por lo menos, en honor a la caridad, tengan a bien venir y decirlo, pero no hacer labor de zapa, de socavar cuando se trata de dar la luz para que no caigamos en el error.

Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, porque Ella es también la garante de la fidelidad a nuestro Señor, la verdadera devoción a la Santísima Virgen María, que hasta eso el demonio trata de eclipsar, de variar, de cambiar. Aun los gnósticos, aun los de la Nueva Era también hablan de nuestra Señora, y hasta los protestantes, cosa curiosa que nunca antes habían hecho. Pero no es la verdadera devoción, es la mentira mezclada con el error, y eso es muy difícil de detectar; tenemos que pedir la luz del cielo y agradecer cuando haya un sacerdote que con valentía y con toda sinceridad hable a los fieles, porque eso también es una gracia de Dios.

Por eso Dios les dijo a sus apóstoles que cuando no sean aceptados lo que queda por hacer es sacudir el polvo de sus pies e irse, pero no claudicar en su misión, no acomodarse al mundo, ni aun al gusto o al capricho de los fieles que están peor de lo que piensan, influidos y bombardeados trágicamente por un mundo impío y adverso a Dios. Ese siempre ha sido el lenguaje de los profetas, no el que halaga sino el que dice la verdad, pero ésta es de difícil aceptación.

De diez, uno solo reconoció la verdad y los otros nueve, ¿dónde están? Esperemos que en la hora de la muerte sigamos el ejemplo de este pobre leproso, que reconozcamos a nuestro Señor para que le adoremos en espíritu de verdad, en espíritu de fe y que este mundo corrompido que ha entrado en la Iglesia no nos destruya la fe y así podamos salvar nuestras almas. Es un problema de salvación, de santificación y no como algunos creen que “esto no es conmigo; total, yo me voy a salvar si sigo tranquilamente el camino más fácil”; seguir el camino más cómodo, sí, cuando todo anda bien en la Iglesia, pero cuando todo está al revés, ya es distinto y todo cambia; estos son los tiempos difíciles que nos toca vivir y que estamos viviendo.

Tenemos que recurrir de un modo mucho más intenso a nuestra Señora para que Ella nos proteja como a hijos pequeños suyos, porque todo es por gracia de Dios, no por exigencia. Reconocer los beneficios de Dios, por ejemplo, los de tener la Santa Misa tradicional, esta capilla y eso hay que reconocerlo y agradecerlo, ¿cuántos no andan por ahí buscando sin saber a dónde ir? Agradecer que somos católicos, que hemos nacido en tierras católicas, ¿qué tal haber nacido en China o en Japón, o en Suecia? Es un privilegio que hay que reconocer y más aún, mantenernos en lo que hemos recibido y no desperdiciar la gracia de Dios, que debemos transmitirla a los demás en la medida de nuestras posibilidades, y así ser más aceptos a Dios en medio de este acrisolamiento de la Iglesia, de la verdadera Iglesia reducida a un pequeño rebaño de Dios, como dice San Lucas.

Pidámosle a nuestra Señora para que seamos los fieles hijos de la Iglesia católica, apostólica, romana y así podamos permanecer leales a Ella y a Dios nuestro Señor. +

P. BASILIO MERAMO
18 de agosto de 2002

domingo, 23 de agosto de 2020

DOMINGO DÉCIMO SEGUNDO DESPUÉS DE PENTECOSTES

 


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

El evangelio de hoy nos relata cómo nuestro Señor le dice al pueblo que le escuchaba que muchos habían deseado ver lo que ellos veían y oír lo que ellos oían y no lo vieron ni lo oyeron, como algunos reyes y profetas del Antiguo Testamento. Reyes entre los que podíamos contar al Rey David, que quizás fue el que mejor vaticinó de nuestro Señor. Profetas que conocían por revelación al Mesías ya que el pueblo no lo entendía explícitamente, sino los profetas, los mayores, como dice Santo Tomás, que comprendían los dogmas de la Santísima Trinidad y de la Encarnación porque sustancialmente es la misma fe, aunque no por todos explícitamente conocidos pero sí por aquellos que tenían a cargo instruir al pueblo religiosamente pero que no había llegado la hora de la manifestación pública de ese misterio que hacía la esencia de la fe del Antiguo Testamento. Por eso nuestro Señor les dice que muchos hubieran deseado ver lo que ellos veían y oían. Ver y oír al Verbo de Dios encarnado, a nuestro Señor Jesucristo, al Mesías esperado por todos.

Y un doctor de la Iglesia de aquel entonces, es decir, doctor de la Sinagoga, le pregunta para tentarlo, no para saber, que es muy distinto, interrogar para conocer la verdad para la cual hemos sido hechos, es el primer deber de cada hombre y por eso los niños cuestionan, son preguntones, porque están ávidos de la verdad. Pero muy distinto es interpelar para tentar. Y nuestro Señor contestándole a su cuestionamiento de qué era lo necesario para salvarse, le hace a su vez la pregunta en consonancia con su estatus: “¿Qué es lo que se halla escrito en la Ley?”. Doctor de la Ley que parece que se la conociera al dedillo porque no titubeó en contestar prontamente con esa sentencia: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo”, en eso se resumían los diez mandamientos.

Sin embargo, teniendo ese conocimiento al pie de la letra no comprendían su significado porque enseguida replica como doctor pero también como ignorante: ¿Quién es mi prójimo? Para los judíos que se habían convertido prácticamente en una secta y para los fariseos, elite de la secta, el prójimo eran los amigos, los familiares, los allegados, en definitiva todo aquel que podía formar parte o de la familia, o de la estima de uno, pero no todo el mundo, mucho menos los demás hombres; con lo cual destruían ese mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas. Por eso, como lo dice la segunda epístola de San Pablo a los Corintios, “La letra mata y el espíritu vivifica”.

Casi todos los domingos vemos esa concordancia entre la epístola y el evangelio, y en este caso es patente, ¿qué quiere decir en la epístola cuando se menciona que “La letra mata y el espíritu vivifica”? Pues tenemos un ejemplo en el evangelio, como el doctor de la ley que conocía y responde bien y sin embargo no conocía el significado, la extensión, la profundidad, la aplicación de eso que él sabía y por eso la letra mata; de nada me sirve conocer el decálogo, toda la teología, todas las verdades, toda la ciencia habida y por haber como la tuvo Adán por un privilegio especial, si todo eso no está vivificado por el espíritu de Dios, por el Espíritu Santo, por el amor de Dios, por la verdad.

Dios es amor y es verdad, y si eso pasa con las cosas de Dios como la revelación divina, como son las Sagradas Escrituras, ¿qué no pasará con todos aquellos preceptos humanos legales civiles que hacen la convivencia de los pueblos? La letra mata mientras que el espíritu vivifica.

Discernir que esa letra, esa ley, esa norma, ese decálogo o lo que sea debe estar animado del espíritu de Dios, del espíritu de fe, del espíritu de verdad, porque sin ese espíritu de fe no hay nada y eso es justamente lo que el mundo hoy ha perdido en su incredulidad, en su neopaganismo, en su impiedad, bajo una falsa civilización. No queda nada de la verdadera civilización en la cual se cultiva todo aquello que da cultura al pueblo, a los hombres y a las cosas del espíritu. Pero hoy eso es nulo completamente, en las escuelas, en las universidades, en los púlpitos hay el vacío de luz, por falta del espíritu de fe, del espíritu de la verdad y eso aun en hombres de Iglesia. Por eso, monseñor Lefebvre insistía siempre en sus conferencias espirituales ante los seminaristas, en que es el espíritu de fe quien anima toda la doctrina, toda la verdad, todo el evangelio, todo el decálogo y si no se tiene ese espíritu, esa letra mata. Y mata doblemente porque nos hace culpables de aquello que sabemos pero que no cumplimos.

Por lo mismo en el Antiguo Testamento se le llamaba ley de muerte, porque le mostraba al pueblo su pecado pero todavía no le manifestaba de un modo explícito su redención, su salvación. En cambio, en el Nuevo Testamento que es el testamento del amor de Dios, se nos muestra el pecado pero también en el mismo momento se nos manifiesta la obra de misericordia, la obra de la redención, la obra de la salvación y por eso es más perfecta y completa al primero.

Por eso también se puede decir que todo el Antiguo Testamento, sin el nuevo, es letra muerta, que mata; de allí que el judaísmo sea una religión muerta, porque se queda con el Antiguo Testamento sin el nuevo; con la pura letra sin el Espíritu. Para colmo con un Antiguo Testamento que ya no corresponde tampoco a la interpretación según Moisés y los patriarcas sino a la obra de aquellas entelequias que tergiversaron las revelaciones antiguas y de allí fueron a dar a esos libros que son para los judíos mucho más importantes, como la Cábala y el Talmud, al no tener el verdadero espíritu; aun aquello que tienen de verdad lo tienen con otro espíritu y ese espíritu malo es lo que ha dado la Cábala y el Talmud; por tanto, tampoco son fieles, ni aun en cuanto a la letra, a Moisés y al Antiguo Testamento.

Ahora bien, lo mismo nos puede pasar, y de hecho está pasando hoy en la Iglesia, por no tener ni guardar ese espíritu de fe y de verdad y quedarnos con una palabra, con una moral, con una religión muertas y de ahí la necesidad de la sacrosanta Tradición católica, apostólica y romana que nos da y nos transmite el verdadero espíritu de fe, el verdadero espíritu de verdad para que nos salvemos; de ahí su importancia.

No es facultativo; uno puede al principio venir atraído por la capilla o por una Misa, o por lo que fuere, pero después que se pasa de ese primer contacto ya no se es libre de darle la espalda a Dios, a la Tradición, o decir que eso no es conmigo, porque si Dios me muestra cuál es la verdad y yo la desdeño, cometo un pecado contra el Espíritu Santo impugnando la verdad conocida.

Y cuánta gente pasa, se emociona y sigue de largo y creen que así se van a salvar; claro está que la misericordia de Dios es muy grande pero hay una responsabilidad por parte de cada uno y Dios nos pedirá cuentas a cada uno de nosotros.

Por eso la exigencia de perseverar y no ser aves de paso. La necesidad de profundizar en ese espíritu de fe, de verdad que nos lega la Santa Madre Iglesia, contenido en la Tradición sacrosanta de la Iglesia católica, y esa Tradición que ha sido hoy desdeñada, desechada, tirada por la borda; la barca de Pedro bota, tumbada, repudiada esa Tradición; esa es la imagen que nos podríamos hacer si queremos calcular qué pasaría en la Iglesia sin la Tradición. Pues dejaría de ser sencillamente la Iglesia; eso es lo grave, lo tremendo, que al dar la espalda a la sacrosanta Tradición apostólica y romana se tiene una nueva Iglesia que usurpa el nombre, el prestigio y la fama de la verdadera pero que ya no lo es.


Eso es lo terrible que estamos viendo y viviendo y por eso “no todo aquel que dice ¡Señor, Señor! se salva”. De ahí la necesidad del verdadero culto, de la verdadera misa, del verdadero catecismo, de los verdaderos sacramentos, de la verdadera doctrina católica; esto no es un juego, no es un pasatiempo y menos un club ni de lectores ni de lo que fuere. Es responsabilidad de cada uno de nosotros responder a la verdad y responder al amor de Dios y por eso es necesario conservar ese espíritu para que la letra no mate y así el espíritu nos vivifique y nos salve.

No limitemos, como los fariseos, el concepto de prójimo a lo que a ellos les convenía. Nuestro Señor muestra que el prójimo es cualquiera con el que yo me tope en la calle, lo conozca o no lo conozca, lo distinga o no lo distinga, así que es todo aquel con el cual me tope, lo conozca o no, y a él lo tengo que amar como a mí mismo por amor a Dios; eso es lo que nos pide el Señor al contestarle así a este doctor de la ley que le preguntó para tentarle.

No le tentemos entonces cuando destruimos el término de prójimo aplicándolo a aquellos que nos conviene porque son nuestros amigos y el resto como si no existiera. Reconozcamos como prójimo a todo hombre que esté a nuestro alrededor (que, entre más cerca, más prójimo). +

Padre Basilio Méramo
11 Agosto de 2002

domingo, 16 de agosto de 2020

UNDÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este domingo vemos el milagro que hizo nuestro Señor con el sordomudo; en otras ocasiones nuestro Señor hizo milagros e incluso curó a un mudo sin hacer ningún gesto, como vemos que lo hace según el relato de hoy; lo lleva aparte, le introduce los dedos en los oídos, le toca la lengua con su saliva, gime, y dice además “éphetha” que quiere decir abríos o ábrete. Y nos podemos preguntar por qué nuestro Señor hace todo esto, esa especie de curanderismo, podríamos incluso pensar o creer, para qué todo este ritual, si como en otras ocasiones ya lo había hecho, bastaba con una simple palabra o un gesto, sin hacer tanto aspaviento y, más aún, después de hacerlo le pide que no lo comunique, que no lo propague, aunque más se dan a conocer milagros.

Nuestro Señor claramente quiere acentuar un símbolo, una enseñanza con estos ademanes, tanto es así, que en el rito del bautismo que nos da la fe, se toman casi todos estas señas que hizo nuestro Señor en este milagro. Y ¿cuál es la razón? Dejarnos una lección, no tanto con la palabra sino con los actos, porque los milagros de nuestro Señor también son parábolas o enseñanzas en acción, como han dicho y hecho ver muchos santos. Así quiere mostrar la génesis, el origen de la fe, que es tan importante, que es esencial en la vida sobrenatural, en la de la Iglesia, en la nuestra, en la del mundo. El mundo sin fe sería diferente y de ahí la necesidad de ella para salvarnos.

Así que nuestro Señor quiere mostrar cómo esa fe se origina en nosotros por medio de la intervención de Dios, porque es un dony una gracia de Dios; viene por el oído, el oído de la palabra de Dios.

Por eso la urgencia de la predicación de la palabra de Dios, del Evangelio, para que oyendo el relato de la vida de nuestro Señor, creamos en Él, que es Dios, el Mesías, el Hijo de Dios, y no seamos infieles.

Por eso hizo todas estas señales, estas gesticulaciones y ordenó que no se dijera, porque la fe no es una cuestión de propaganda, de publicidad, como se vende cualquier producto, sino que es una conversión interior del alma que se transforma y se adhiere a Dios; la fe es un don sobrenatural que nos hace unir nuestra inteligencia a la verdad revelada, a la verdad primera que es Dios bajo el influjo de la voluntad que con la gracia de Él nos mueve.
Por ello hay un acto libre, y el que no tiene fe, libremente la repudia, la rechaza, no quiere someterse, no quiere que su inteligencia se adhiera a la verdad revelada; de ahí el choque frontal del rechazo de la fe, del repudio de nuestra inteligencia a aceptar la verdad revelada por Dios, que es el mismo nuestro Señor, es el Verbo de Dios, la Palabra de Dios, su revelación y manifestación hecha carne. Eso es lo que el mundo no acepta, se opone y de ahí el estado de permanente lucha, oposición y contradicción mientras exista, no solamente de cada alma frente a Dios sino de todo el mundo frente a Él y su Iglesia.

Por eso la gravedad de la hora presente en la cual el hombre moderno por decisión propia no busca la adhesión a la verdad y mucho menos primera revelada que es Dios; lo que quiere es sumarse a lo terrenal y por eso aplica la inteligencia a la técnica, al progreso y a las riquezas materiales, al poder y al dominio, pero no busca lo de Dios. Al buscar a Dios todo lo demás vendrá por añadidura; hasta la misma política no puede prescindir de Dios y si lo hace es mundana, y es lo que está pasando, cuando los intereses políticos, económicos y sociales no son los del amor a la verdad. Hay que buscarla y encontrarla y una vez que la hallemos unirnos a ella y amarla.

Siempre ha sido lo misma, el maldito naturalismo, esa rebelión de la criatura y del hombre contra Dios, aún más, de la natura angélica que se rebela, que no se somete y que por eso no acepta otra verdad que el hombre; hoy se predica la dignidad y libertad del hombre y sus derechos, la persona humana; el culto y la religión giran en torno a esa maldita y apostática libertad del individuo. Esa es lo detestable del mundo moderno y será la condenación de cada uno de nosotros si apostatamos de ese sacrosanto deber como criaturas, de adorar, de conocer y de rendir culto al verdadero y único Dios de la revelación, y no confundirlo miserable y diabólicamente con cualquier fetiche o ídolo de nuestra imaginación. Es un absurdo y es en el fondo una apostasía que culminará con el rechazo pública y oficialmente de Cristo instaurado dentro de la Iglesia que es el anticristo, el que se opone y disuelve a Cristo; que no quiere someterle, ligarle ni subyugarle su corazón. Es por lo mismo que San Juan dice que el anticristo es el espíritu que se desune y se aleja de Cristo, que quiere estar libre de Él.

Y ¿qué libertad no vemos hoy en nombre del hombre, de los derechos humanos, de las naciones unidas en contra de Cristo y de la Iglesia? Maldito y condenado mundo y por eso camina al suicidio; ese será el trágico final del hombre ensoberbecido que no quiere adorar y aceptar a su único y verdadero Dios. Ya no son solamente los reyes de esta tierra, los poderosos, los gobernantes, las naciones que se oponen a Cristo, sino que de la misma Iglesia la jerarquía, sus cardenales, sus obispos, sus sacerdotes, sus religiosos, sus religiosas, sus monjes y monjas en la gran mayoría o totalidad, excepto un pequeño rebaño copulan, fornican con los reyes de la tierra, bebiéndose la sangre de los mártires. ¿Habrase visto mayor postración y desolación en el templo sacrosanto de Dios?

Pues eso es lo que está sucediendo, eso es lo que quiere el cardenal Castrillón Hoyos, que ceda ese pequeño rebaño, la tradición liderada por monseñor Lefebvre y por la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, que fornique así con los reyes de la tierra, de este mundo, para sojuzgar la Iglesia, y que el poder espiritual quede en las manos de los poderosos de este mundo. Y eso lo harán no a través de una persecución violenta que generaría mártires, sino de la locuacidad del pseudoprofeta, la bestia de la tierra, que con su lengua diabólica y perversa habla como el dragón pero tiene imagen de cordero, y llevará a los fieles a la apostasía.

Es mi deber, sobre todo ahora, cuando me voy, que por lo menos les quede eso de recuerdo, para que cada uno de ustedes sepa defender su fe, a pesar de la jerarquía que nos va querer hacer apostatar, claudicar. Por eso es deber de cada fiel conocer su religión para poder sostenerse cuando no haya quien predique, cuando no haya sacerdotes valientes, obispos o cardenales que así lo hagan, porque hoy no vemos ni un solo cardenal, y obispos muy pocos.

De cinco obispos tradicionalistas quedan cuatro; esos cinco eran los sucesores de monseñor Lefebvre y de monseñor De Castro Mayer. No hay que olvidar que los sucesores de monseñor De Castro Mayer en Brasil claudicaron; el cardenal Castrillón les endulzó el oído, les compró la conciencia y los amedrentó bajo excomunión, bajo herejía, bajo cisma. ¿Cuál excomunión, cuál herejía, cuál cisma? Si los hay, son ellos quienes los producen en la Iglesia miserablemente, y somos nosotros, los fieles a la Tradición de la Iglesia, los que preservamos la verdadera autoridad, la verdadera jerarquía, la verdadera obediencia, el verdadero amor a la verdad y no en lo que están convirtiendo a la Iglesia, en un lupanar de corrupción.

Ese es el gran escándalo que hay y la gran persecución contra aquellos que, como nosotros, nos esforzamos humildemente en querer acatar la verdad, en querer obedecer a la Iglesia, en querer ser fieles a nuestro Señor. Por eso se nos acosa inmisericordemente mientras que el resto vive sin problemas, sin hostigamiento; porque pareciera que no hay peor cuña que la del mismo palo.

Eso lo tienen que tener presente, mis estimados fieles, si quieren salvar sus almas, porque lo más fácil es seguir la corriente, dejarse arrastrar y pintarlo todo con el rótulo de obediencia que es una traición a Dios. Primero hay que someterse a Dios. ¿Con qué derecho un padre puede corromper a sus hijos en nombre de la obediencia, en nombre del cuarto mandamiento? Absurdo sería porque el acatamiento exige la autoridad y ésta reclama que sea participada de Dios que es el Creador de todo.

Luego, para demandar subordinación hay que tener esa autoría de Dios, en su nombre y no para combatirlo. Eso es lo que hace legítima la autoridad y la obediencia que se pide en consecuencia, y sin eso no hay acatamiento sino obsecuencia o servilismo; y donde hay sumisión no hay subordinación, porque no hay virtud allí donde no hay libertad. Las piedras y los animales no son libres, no obedecen, cumplen con instintos la ley de la vida, pero en el hombre, que tiene libertad, es todo lo contrario y esa es la verdadera libertad que nos hace independiente, la libertad en la verdad; por eso la fe (dice Santo Tomás de Aquino), tiene por objeto la verdad primera que es Dios revelado y por eso el deber trascendental de cada uno de nosotros, de cada hombre, de cada criatura inteligente de adherirse a esa verdad, reconocerla, aceptarla y no liberarse de ella y negarla para autoafirmarse como lo hizo Satanás con su “non serviam”, no serviré, no me someto, no me adhiero a la verdad en nombre de mi naturaleza, de mi excelencia, de mi personalidad, de mis derechos.

He ahí el primero y gran pecado de herejía, de apostasía, del naturalismo que va cambiando de nombre pero que es en esencia siempre lo mismo y por eso tenemos que estar muy atentos para que no nos engañen, para que no nos dejemos estafar y para que podamos defender nuestra religión como lo hicieron tantos mártires en la soledad, en el abandono, en el arrinconamiento, cuando lo más fácil era seguir a los demás.

Por eso, todo verdadero católico y más hoy día, es un mártir, en potencia al menos, y eso es lo que exige nuestro Señor, esa capacidad de inmolación; es decir, que si es su voluntad estemos dispuestos a morir por la verdad, así como Él lo hizo en la Cruz. Nuestra religión es de sacrificio, eso significa la Cruz y por eso nos la quieren quitar para que haya una religión sin Cruz. Ésta nos la recuerda la Santa Misa, por eso la gravedad de la nueva aunque muchos fieles no se den cuenta, porque justamente se trata de camuflar, de disfrazar, que es lo que en realidad está pasando.

Debemos pedirle a nuestro Señor cada día la fe, para permanecer firmes en ella, porque el diablo anda a nuestro alrededor viendo a quién va a devorar y por eso hay que permanecer de pie, como nuestra Señora en el Calvario. Mientras los apóstoles huyeron despavoridos, cobardemente, Ella se quedó allí con algunas piadosas mujeres y San Juan, pero ninguno por mérito propio, sino por estar al lado de la Santísima Virgen María.

De allí la necesidad imperiosa y categórica, sobre todo en estos últimos tiempos, de recurrir a la Santísima Virgen María, para que no transijamos y podamos subir al Calvario como Ella, en esta segunda crucifixión de nuestro Señor en su cuerpo místico, que es la Iglesia. Por eso la Iglesia sufre hoy una verdadera pasión, un desgarramiento profundo que se quiere ocultar, pero que vemos con toda la corrupción existente en el mundo y dentro de la Iglesia, en sus ministros. Esta perversión nos puede afectar si no nos mantenemos alertas y vigilantes a buena distancia y en la humildad que es en el reconocimiento de la verdad. Santa Teresa decía que la humillación está en la verdad, sin ésta no la hay, no hay la virtud, no hay fe y, desde luego, sin fe no puede haber esperanza ni caridad.

Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, que nos conserve en esa fe pura de la Iglesia, in-contaminada, sin error, porque así es la fe de la Iglesia, y en esa pureza poder vivir y en la medida de lo posible transmitirla a los demás para la salvación nuestra y la del prójimo y de esta forma hacer verdaderamente la voluntad de Dios auxiliados por nuestra Señora, la Santísima Virgen, que también es nuestra Madre, porque es Madre de la Iglesia. Roguémosle siempre a Ella para que nos mantenga en ese fervor y así podamos responder con verdadero amor a nuestro Señor Jesucristo. +

P. BASILIO MERAMO
24 de agosto de 2003




sábado, 15 de agosto de 2020

ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

 


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

En esta fecha la Iglesia católica festeja el dogma solemnemente proclamado por el papa Pío XII en 1950. Dogma de la Asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma, al final de su vida terrena, sin determinar más, sino sencillamente, que nuestra Señora después de su vida terrena fue asunta a los cielos en cuerpo y alma, es decir gloriosa.
Hoy, pues, festejamos esa proclamación solemne del dogma de la traslación de nuestra Señora en cuerpo glorioso al cielo y digo resucitada, porque si bien el Papa no quiso hablar en la definición dogmática si había resucitado o no, en la misma bula hace alusión a la muerte de nuestra Señora, muerte que no debe sorprendernos. Aunque algunos teólogos dicen que no murió, otros, como Santo Tomás, dicen que murió no por causa del pecado, porque Ella era toda pulcra e inmaculada, sino para asociarse a la muerte de nuestro Señor, que tampoco tuvo ningún pecado y, sin embargo, murió; y por ser Ella corredentora al pie de la cruz, murió de amor, pero no sufrió corrupción.

Fue entonces una resurrección anticipada para ser glorificada en los cielos. Aunque esto de la muerte claramente no está definido, es una opinión teológica muy fundada y la más conveniente, pero quede claro que el mismo papa Pío XII sin comprometerse en definirlo, dice que los fieles no tenían inconveniente en admitir la muerte, para identificarse con nuestro Señor que también murió y padeció por nosotros. De todos modos, con este dogma se proclama solemnemente la Asunción, la traslación de nuestra Señora en cuerpo glorioso, en cuerpo y alma a la gloria de los cielos.

No creamos que es un dogma nuevo; hay muchos dogmas en la Iglesia que se creen con verdadera fe sin ser proclamados solemnemente; ya esta verdad era creída, casi práctica y unánimemente desde el siglo VII y creída por haber sido enseñada por el Magisterio Ordinario Universal de la Iglesia quien también define dogmas pero no solemnemente. El Magisterio Ordinario de la Iglesia define, determina, por lo menos, el sentido y así se creen muchas verdades y ellas pueden ser solemnizadas con fórmulas precisas y con una determinación más exacta que lo acaba, que lo circunscribe, si podemos decir así, de una manera que no se pueda vulnerar ni mejorar. Hay otras verdades que también están implícitamente contenidos en los dogmas; el de la Asunción está contenido en el dogma de la plenitud de gracia que nos trae la Inmaculada Concepción, plena de gracia, llena de gracia. Al ser llena de gracia no podía tener Ella ninguna mancha que borrar, ni el pecado original ni ningún otro pecado actual, ni venial ni mortal. Y esa plenitud de gracia desde el primer instante de su Inmaculada Concepción es una gracia que nosotros no nos podemos imaginar.

Para tener una idea, pensemos que la gracia de todos los santos y de todos los ángeles no llega a la inicial de nuestra Señora en el momento de su concepción; y esa plenitud de gracia inicial, después se acrecienta con la concepción del Verbo, cuando pronunció Ella su fiat y luego se acrecentó más, cuando fue asunta a los cielos; entonces ya esa gracia inicial es mayor que la de todos los santos y todos los ángeles juntos.

Vemos entonces cuán horroroso es que los protestantes nieguen esto por el perverso y sacrílego error de Satanás, que los tiene sujetos y obnubilados; pero lo digo para que se vea por contraste la depravación satánica del protestantismo y para que defendamos nuestra religión poniendo a la Santísima Virgen por delante, como un buen hijo que pone a su madre en alto y no se avergüenza de Ella como si fuese una mujer cualquiera. Esa plenitud de la gracia inicial que fue aumentando hasta la Asunción de nuestra Señora, es la consecuencia del privilegio de la maternidad divina, de la maternidad de nuestra Señora; de ahí deriva porqué es la Madre de Dios, deriva toda la plenitud de gracia y de gloria que Ella tiene mucho más excelsa que la de todos los santos y todos los ángeles juntos y deriva, también, todo su poder. Por la grande y sencilla razón de que Ella es la criatura que Dios más amó y ama. Por todo esto y por ser la más amada de Dios es la predilecta, y de ese privilegio que Ella tiene en su Inmaculada Concepción, de esa gloria que tiene en su Asunción, nosotros participamos en alguna medida como miembros de la Iglesia católica, teniéndola a Ella por nuestra Madre.

Ella es la antítesis de Eva, y cosa curiosa, Eva al revés es ave, ¡Ave María! Eva fue maldecida y por eso volvió a la tierra, volvía al origen de su procedencia por el pecado, por la mancha. Nuestra Señora es la antítesis, es el culmen de las bendiciones. La maldición de Eva entraña la muerte, porque Dios hizo al hombre naturalmente defectible y por lo mismo mortal, aunque fue elevado a la inmortalidad. Perdió esa eternidad por el pecado original de Adán y Eva. Hay dos linajes, el de Eva: un linaje maldito; y el de la Santísima Virgen: un linaje bendecido. En el linaje de Ella, están todos aquellos que la reconocen como madre, que pertenecen al seno de la Iglesia y más aún, aquellos que se consagran a Ella, que rezan el rosario y que llevan el escapulario, que la veneran de un modo especial por esa plenitud de gracia, por esa exaltación, por esa bendición, y porque también está profetizado que Ella aplastaría la cabeza de Satanás y del linaje de Ella saldría nuestro Señor que es Dios, que triunfa contra el mal.

Por lo mismo la Iglesia, aunque sufra, es una Iglesia llena de esperanza aun en medio del padecimiento, porque si la tenemos a Ella por Madre y somos de su linaje, vamos a ser odiados por el otro linaje antítesis de Ella. Los hijos de Eva, los que no reconocen a nuestra Señora, no reconocen a nuestro Señor, no reconocen a la Iglesia. Hay una enemistad hasta el fin de los tiempos, no nos extrañemos de que haya persecución, de que haya guerra religiosa, de que haya oposición; y no que ahora nos vengan a hacer bajar la guardia en el falso ecumenismo donde no hay enemigos, porque es mentira, el demonio existe y el mal existen, igual los malos hijos y combaten a los buenos, a los del linaje de nuestra Señora, como combatieron y mataron a nuestro Señor.

No hay peor ignorancia que la de ignorar el enemigo, y no hay peor burla del enemigo, que la de hacernos creer que no existe; por eso Satanás ríe haciéndole creer al mundo moderno que no existe y es hoy más satánico que nunca; los juguetes de los niños son diabólicos, esas figuras monstruosas, esos dibujos animados en la televisión también monstruosos, inculturizando a los niños para que cuando vean volar a los demonios los tengan por sus ídolos y sus héroes. No entiendo cómo hay padres de familia que les compran un juguete monstruoso a sus hijos; realmente no se piensa, eso demuestra hasta qué punto se nos enceguece con la propaganda, el bombardeo, la desfiguración del arte, la destrucción de la realidad que Dios ha creado y eso viene del odio del infierno. Desgraciadamente los secuaces de carne y hueso, los hombres que no pertenecen y no quieren pertenecer al linaje de nuestra Señora y que sí son del linaje de Eva, maldecida, corrupta. Nuestra Señora es la antítesis y en Ella están todas las bendiciones.
“Bendita eres entre todas las mujeres”. ¿Por qué esa bendición? Por ser la Madre de Dios, porque es “Bendito el fruto de tu vientre”, que es Jesús, Dios. Así que hoy, con la Asunción, nosotros podemos proclamar con gozo, con regocijo, que tenemos una madre en el cielo, coronada en el cielo, venerada por todos los ángeles, omnipotente ante los ángeles, omnipotente por participación porque sólo Dios es omnipotente absoluto; pero a Ella por ser la Madre de Dios, nuestro Señor le da todo ese poder de su gracia para que Ella sea el canal por el cual esas gracias nos lleguen, así como el agua nos llega a través del acueducto. Ella es así, el canal, el conducto por el cual nos llega esa agua pura del cielo, que nos salva y nos asemeja a Dios.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, ser sus verdaderos hijos, no como muchos que siguen falsas devociones, como lo dice San Luis María Grignión de Montfort, sino que seamos de los verdaderos y que podamos tenerle en nuestro corazón un altar privilegiado, para que Ella sea nuestro socorro y nuestro auxilio, sobre todo a la hora de nuestra muerte. +

BASILIO MERAMO PBRO.
15 de agosto de 2001.

domingo, 9 de agosto de 2020

DÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉSDÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

En el Evangelio de hoy tenemos la parábola que Nuestro Señor dirige a esos hombres que se tenían a sí mismos por buenos creyéndose mejores que todos los demás; se tenían por muy religiosos. Es la parábola del fariseo y el publicano y que nos viene muy bien para que no cometamos el mismo pecado de soberbia religiosa.

Los fariseos eran la elite social y religiosa del pueblo judío, que encarnaba el ideal nacional en contra del helenismo y del dominio romano. Defendían, por decirlo así, el patrimonio del pueblo elegido, sintiéndose los sucesores del espíritu de los macabeos quienes defendieron en un momento crucial el honor y la gloria de Dios, el culto verdadero, ante la profanación, y por esto murieron mártires cuando el emperador colocó una imagen, un ídolo, en el templo; pálida imagen de lo hecho en Asís con la imagen de Buda sobre el sagrario, de modo que si aquello fue profanación esto ya es apostasía.

Pues bien, los fariseos eran los guardianes del culto y de la religión, de las cosas de Dios y por eso se dedicaban a escudriñar las Escrituras y todo lo concerniente al culto. El publicano, un recaudador de impuestos, un “traidor” al servicio del César para recolectar los impuestos y así beneficiarse. Ser publicano entonces era lo más detestable que podían tener los judíos entre ellos y sin embargo, nuestro Señor muestra que la oración del fariseo no es escuchada y la del publicano sí.

El fariseo que en apariencia era excelente, “gracias te doy”; qué cosa mejor que dar gracias a Dios, pero, “... porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros”; “ni como este publicano”, o “como esta rata”, le faltaba decir. Sin embargo, nuestro Señor mismo nos dice que no le escuchó; daba el diezmo (que eso es lo que de limosna eclesiástica por ley siempre se ha estipulado y que la Iglesia no ha urgido), o sea la décima parte o dividendos, o rentas que tenía, y ayunaba dos veces a la semana y no un ayuno mitigado, un ayuno a medias como el que hoy se hace y que ni aun así se cumple, porque nos cuesta no comer carne, hacer abstinencia, ayunar dos o tres veces al año, y es un ayuno templado por la debilidad nuestra. Antes el ayuno era riguroso: absolutamente nada durante todo el día, y dos veces por semana, es lo que hace el fariseo; aparentemente era muchísimo mejor que cualquiera de nosotros, qué ejemplo. Sin embargo nada de eso le servía, su oración carecía de valor porque todas sus buenas acciones quedaban anuladas, sin valor sobrenatural por estar viciadas de soberbia, ¡la maldita soberbia! El maldito orgullo que todos llevamos dentro y peor, no cualquier soberbia, sino la peor que puede haber, la religiosa, la de los religiosos y de los fieles religiosos.

La palabra soberbia viene del latín superbia, supra, creerse por encima de los demás, mientras que humilde humilitas, humus del humus de la tierra, el humilde es aquel que se rebaja, que se siente poco, que se siente tierra porque venimos de la tierra, del limo de la tierra, del barro. Ese es nuestro origen material al cual Dios infunde el alma, y por eso la humildad es la verdad, reconocer lo que somos, criaturas hechas de barro, luego no tenemos nada de que enorgullecernos con respecto a los demás. Esa es la verdadera humildad y la verdadera oración: “Señor, soy un miserable pecador”, sea rico o sea pobre, rey o basurero; “soy un miserable pecador”, un hombre hecho de barro, de tierra. En cambio, el fariseo era soberbio religioso.

Esa soberbia religiosa la podemos tener todos nosotros y entre más religiosos peor aún, como en el clero; soberbia religiosa aun dentro del clero tradicionalista, y en los fieles; nosotros como tradicionalistas, en cierta forma como los fariseos detentores del verdadero culto, podríamos hacer esa comparación a muy justo título. Porque los fariseos no eran malos en su principio, degeneraron después; eso mismo nos puede acontecer, así que es grave peligro.

Dentro de la Tradición y aun dentro de la hermandad, Dios ha permitido la caída terrible de sacerdotes y de fieles para que no nos enorgullezcamos. Que si defendemos el verdadero culto y somos celosos de las cosas de Dios con santo celo, reconozcamos que no es por mérito propio sino que somos frágiles vasos de barro que guardan un tesoro, el tesoro de la liturgia, de la doctrina, de la fe, pero que somos barro; somos poca cosa, la verdad no nos pertenece. La verdad es para el bien común, como lo dice la epístola de hoy: la diversidad de espíritus, unos de profecía, otros de milagros, de doctrina, de interpretación, pero es el mismo espíritu para el bien común, para la verdad, no para que nos creamos los mejores, los santos; la verdad no está para que nos sirvamos nosotros de ella, sino para que sirvamos nosotros a la verdad.

Este es el pecado del fariseísmo religioso, convertir la religión en un medio de poder, de ambición de riquezas, de política; todo lo cual es costumbre en Colombia; politizar hasta la religión; ver la jerarquía de la Iglesia convertida al servicio de la política y peor, de la mala política, porque no sirve al bien común, y no es justa porque no tiene en cuenta los principios del evangelio que deben iluminar y dirigir toda verdadera política y aún más aquella que se estime como una política católica.

De ahí que si yo me sirvo de la religión para tener poder, riqueza y prestigio, estoy cometiendo el pecado de la soberbia religiosa, del fariseo, sea rico o pobre, pues se puede ser pobre y soberbio. Aunque es mucho más fácil ser humilde siendo pobre, porque los mismos golpes de la vida nos hacen sentir que somos poca cosa y si tenemos resignación nos vamos por el camino de la humildad; en cambio es mucho más difícil ser humilde siendo rico, porque la riqueza me sitúa en un nivel superior, más difícil despegarse de esa riqueza, de utilizarla para el bien común, por eso nuestro Señor deliberadamente decidió vivir pobre y no rico en un palacio, para darnos el ejemplo. Lo que no quiere decir que ya en la pobreza sea humilde, porque se puede seguir siendo muy soberbio; así pues, este país ha caído en la desgracia y aunque es un país potencialmente rico, somos pobres; aprovechemos esa penuria para despegarnos de lo material y así ayudarnos en la humildad, sentirnos poca cosa.

Hay un asunto lamentable que debo decir, porque muchas veces la gente nueva que viene, se siente rechazada ya que los fieles más antiguos en vez de hacer un verdadero apostolado y explicarles, lo primero que hacen es mirarlos de arriba abajo para ver quién es, qué hace, como si fuera publicano. No señor; si viene mal vestido, con paciencia explicarle, que entre, que conozca, que vea, que si llegó aquí por pura curiosidad o por lo que fuera, Dios escribe derecho sobre líneas torcidas; no cerrar la puerta, ese es el verdadero apostolado, la verdadera predicación. No olvidar que llevamos más de treinta años de errores y confusiones que se agravan y que no todos tienen la suerte de haberlo visto desde un principio, sin contar la gracia que se necesita. Entonces sepamos acoger a los demás y allá ellos si perseveran o no, pero que no sea nuestra actitud la que aleje a la gente para después quejarnos de que somos pocos.

Por muchos que seamos, siempre seremos pocos; por la misma situación de crisis, por el paganismo atroz del mundo; no nos hagamos ilusiones, nunca seremos multitud sino un pequeño rebaño fiel y en la medida que nos acerquemos al fin de los tiempos ese pequeño rebaño se irá reduciendo. “¿Acaso encontraré fe cuando vuelva?”. Es lo que dice Nuestro Señor, y “Las puertas del infierno no prevalecerán”. Dos afirmaciones aparentemente contradictorias; la Iglesia no será destruida, pero “¿cuando yo vuelva encontraré fe?”. ¿Cómo es eso? Sencillamente: gran apostasía, un pequeño rebaño fiel, a eso se reducirá la Iglesia y por eso no prevalecerá el infierno sobre la Iglesia, porque la Iglesia no es una cuestión de números ni de cantidad, no es una democracia, no es la mitad más uno ni lo que piense el pueblo, ni el rey, ni nadie.

La Iglesia es Dios, su santa doctrina, la jerarquía que Él instituyó y los fieles. Es más, decía San Agustín: “Allí donde haya un fiel, allí habrá Iglesia”, y no importa que sea cura, obispo o un simple fiel, es decir un bautizado que tenga la fe, allí estará la Iglesia. Dice con mayor razón nuestro Señor: “Allí donde dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estaré yo”, allí estará mi Iglesia. No interpretemos eso como definición de la Misa, porque una cosa es la presencia de nuestro Señor, allí donde dos o tres estén reunidos en su nombre, y otra es la presencia sacramental de nuestro Señor en el tabernáculo, son dos cosas distintas.

Aunque estemos en la tradición de la Iglesia, en medio de una apostasía como la que nos toca vivir, y aunque no sea evidente para todos y sí para nosotros, pues ¿qué es si no todo lo que hoy se vive en detrimento de la moral, de la fe, del culto, es decir, de la religión católica? Si bien se mira no queda ya nada en pie, nada es santo, nada es sagrado, todo profanado, la religión adulterada, del culto no quedan más que las formas, las cáscaras, no hay contenido. ¿Cuánta gente no va de buena fe a la nueva misa?. Si es que rinde culto a Dios verdaderamente, si comulga, ¿estará comulgando a nuestro Señor? No hay una mínima seguridad ni garantía de que esté rindiendo el verdadero culto a Dios, aun comulgando.

Y si nos atenemos a la definición de la Santa Misa que para ellos ya no es ni santa ni misa, ni tampoco un sacrificio, considerando que es simplemente un memorial, un recuerdo, y no el mismo sacrificio del calvario renovado sobre el altar sacramentalmente, pensando que es una reunión o conmemoración, como cuando yo festejo un cumpleaños: eso no es misa.

Y si consagro pensando que en la consagración no hay transubstanciación, no hay entonces la presencia real, no tengo la intención de la Iglesia. Todas estas cosas no me las garantiza la liturgia moderna, porque es una liturgia revolucionaria, contra la tradición, y yo no puedo ir contra la tradición sin caer por el mismo hecho en un cisma, en una ruptura. Hay un cisma en la Iglesia católica, nos guste o no. No todo lo que se dice Iglesia católica es católica; la Iglesia católica no puede estar dividida. Entonces, quien separándose de la tradición por seguir la revolución, aunque piense que no está en estado de cisma y de ruptura con la Iglesia católica, se divide. Esa es la teología, ser o no ser; diferente es que por ignorancia no me dé cuenta, sea o no sea culpable, esa es otra historia, si me doy cuenta o no, si tengo o no tengo la suficiente luz para ver las cosas como hay que verlas bajo la luz de la fe, sobrenaturalmente.

El simple hecho de oponerme a la tradición de la Iglesia católica, apostólica y romana, crea un estado de cisma y ese estado de cisma quedó formal y objetivamente confirmado, cuando Pablo VI firmó todos los decretos del Concilio Vaticano II. Los errores del Vaticano II no son de interpretación, sino que son errores de principios, y un Papa no puede firmar, rubricar como pontífice de la Iglesia católica lo que en principio se oponga a la tradición de la Iglesia: es inadmisible. Eso debería estar claro después de más de treinta años, si no fue claro en su momento.

Lo lamentable es que esto no lo diga quien debiera decirlo, al menos los obispos, pues tienen la responsabilidad de apacentar el rebaño con la verdad y no pueden tolerar un estado de ruptura con la tradición y no decirlo. Ya es hora de hablar claro –al pan, pan y al vino, vino– y que adoptemos una postura de verdad, de integridad y de fe delante de Dios, pues la religión no es una cuestión de sentimientos y de pareceres; yo no voy a la iglesia para sentirme bien, sino por un acto de fe para adorar a Dios en espíritu y verdad. No se viene a Misa para cumplir con una rutina o para ser niños buenos. Asistamos a Misa en un acto de profesión de fe católica, apostólica y romana de la única fe, de la fe sobrenatural, objetiva, y no de una fe subjetiva, sentimental, que nada tiene que ver con la adhesión de la inteligencia, movida por la voluntad bajo la acción de la gracia, a la verdad primera.

Pues bien, la Fraternidad enarbola la custodia de la tradición y todos los que venimos aquí queremos mantenerla, pero no por eso somos mejores que los demás. Dios nos exigirá más en la medida en que nos dé mayores gracias y la cuota de cada uno es la fidelidad como respuesta a esa verdad y respuesta categórica. No es una respuesta a medias tintas, no es un “sí” con un “no” ni es un “no” con un “sí”. “Sí sí, no no”, hay una decantación y en esa desviación de la fe, en la respuesta y en la fidelidad está la prueba por la cual cada uno de nosotros pasa y por la que está pasando la Iglesia en sus miembros, en sus fieles; ese dolor tan terrible del cual Dios sacará un gran beneficio. Por eso permite el mal, porque como Él es todopoderoso, del mal puede hacer surgir el bien, como triunfo del bien sobre el mal; ese es el ejemplo que nos da nuestro Señor en la Cruz, muriendo en ella nos da ejemplo de vida. De ahí la gran derrota del demonio, por derecho, porque todavía él sigue haciendo estragos hasta que Dios venga a ajustarle cuentas y por eso nosotros debemos aprovechar todas estas circunstancias y todos estos males.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen, nos dé la humildad con esa oración del publicano. Que esta misma crisis sea un medio que Dios nos permite para que nos santifiquemos y crezcamos en la fe. Dar verdadero testimonio de Dios con toda fidelidad y que esa fidelidad a la verdad, nos haga libres. “La verdad os hará libres”, somos libres, no en la democracia sino en la verdad, y la verdad es la santa Iglesia católica, apostólica y romana, la verdad en nuestro Señor Jesucristo, sintiéndonos como somos, pecadores, pero que llevamos un gran tesoro, el tesoro de la fe; dispuestos a defenderlo cueste lo que cueste sin caer en la soberbia del fariseo creyéndonos mejores. Sea nuestra Señora, ejemplo de humildad a imitar, Ella, que se consideró la sirvienta, la sierva de Dios y fue enaltecida por su profunda humildad. Sigamos su ejemplo de humildad y seamos fieles a Dios y a su santa Iglesia. +

BASILIO MÉRAMO PBRO.
12 de agosto de 2001

domingo, 2 de agosto de 2020

NOVENO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este noveno domingo después de Pentecostés vemos en el Evangelio que nuestro Señor Jesucristo llora al ver la ciudad de Jerusalén. Y es admirable saber, por la narración que hace el Evangelio, que por lo menos dos veces lloró nuestro Señor. En esta ocasión sobre Jerusalén, y la otra por la muerte de Lázaro. Sin embargo, jamás dice el Evangelio que reía, y aquí un paréntesis, ¿por qué? No quiere decir que no estuviese alegre o que no sonriese, pero no ríe como el mundo, a carcajadas, alocadamente, que lo menos que demuestra es un alma superficial que no está equilibrada y por eso prorrumpe en esa risotada, en esa desfachatez de la inestabilidad espiritual y psicológica; de ahí la gravedad en el rostro de nuestro Señor. Así mismo le siguieron los santos con alegría, sin tristeza, pero sin esas carcajadas estrepitosas.

El Evangelio hoy nos muestra a nuestro Señor llorando. No es que no lo hagan; claro que sí, pero no tan prontamente, tan rápidamente, tan sentimentalmente como a veces por su sensibilidad lo suelen hacer las mujeres. Y cuando un hombre se conduele es terrible, es grave, es serio. Por eso lloró nuestro Señor ante la ciudad sabiendo lo que le iba a ocurrir por su idolatría, por su abominación, por no haber estado a la altura del Mesías que profetizaban las Escrituras, los profetas y la Revelación del Antiguo Testamento. Llega el Mesías y Jerusalén, la ciudad santa, la ciudad de Dios no estaba preparada para recibirlo.

Por eso Él llora viendo lo que cuarenta años más tarde iba a ocurrir. La divina Providencia se valió de los romanos, de Tito y de Vespasiano para destruirla sin dejar piedra sobre piedra. Y el muro de las lamentaciones es un dique de contención, no es un paredón del templo propiamente dicho sino de un barrancón, de una cañada que hay allí, formando parte de las bases; por eso no se derrumbó, porque del otro lado hay tierra, hay una planicie.

Puede extrañarnos que haya ese muro, si lo que nos imaginamos es uno normal, mientras que las Escrituras dicen que no quedaba piedra sobre piedra y así ocurrió; fue atroz ese asedio de los romanos, muchas mujeres llegaron a matar a sus hijos y a comérselos, o a alimentarse de cosas podridas. Eso lo cuenta Flavio Josefo, gran historiador judío, ante el terror de ese asedio, de esa devastación de la ciudad santa en castigo por no reconocer y recibir al Mesías.

Llora nuestro Señor de lástima, de conmiseración, de dolor, al ver la gran catástrofe que estos ni sospechaban, ni se imaginaban. Esto nos debe servir para que no nos ocurra, para que no le suceda a la Iglesia de Dios, para que no nos caiga esa desgracia por no estar a la altura y no ya de la primera venida sino de la segunda de nuestro Señor; para que no nos acontezca lo mismo que a los judíos, que a los doctores, que a los escribas, que a los fariseos, grandes peritos de las Escrituras, pero para invertirlas, adulterarlas, mal interpretarlas.

Sólo Dios sabrá si eso no pasa hoy con las Escrituras, el Apocalipsis y el Nuevo Testamento, y en todos aquellos pasajes donde está anunciada claramente su venida gloriosa y toda la hecatombe que la antecede; hay apostasía, manipulación, abominación en el lugar santo; está el anticristo, el pseudoprofeta, porque entre los dos forman el anticristo total, es decir, el poder político y el religioso, todo eso está anunciado, prefigurado. Que no nos pase igual que a los judíos, que no nos demos cuenta y nos caigan el desastre y la catástrofe encima. Esa desgracia es parte de esa gran apostasía anunciada, de esa gran tribulación, de esa gran confusión, de esa persecución que más que material y física es espiritual, porque es contra contra la Iglesia en su espíritu de verdad, de vida sobrenatural, en su religión, en sus dogmas, en sus principios, en su culto, en su moral.

No es tanto el acoso físico como ocurría antaño que producía tantos mártires y acrisolaba a la Iglesia y era simiente de cristianos; la gran persecución que está anunciada es destruir toda verdad de Cristo y de su Iglesia y no tanto el encarcelamiento o la muerte, ya que eso no haría más que que avivar, atizar el fervor. En cambio, del otro modo lo que se procura es diluir, destruir corrompiendo desde adentro sin que se den cuenta, como un cáncer que cuando se manifiesta ya es tarde, y ya no hay nada qué hacer. Esto que digo de este mal ya lo mencionaba San Agustín, para que no crean los científicos modernos, que son unos ignorantes, que el cáncer es una enfermedad de los siglos XX y XXI.

En sus homilías, en sus narraciones dice San Agustín, para mostrar con una imagen, que es el cáncer en el orden físico, lo que era en el orden espiritual la corrupción de un alma, y eso que pensamos que hoy lo conocemos todo. No sabemos, muchas veces, ni dónde estamos parados y si lo estamos es en la luna; allí donde se concentró todo el poderío para ir y quedarse, sin tener los pies puestos en la tierra. Así nos pasará inadvertidamente, alegremente, tontamente, al igual que a Jerusalén, ciudad santa, la Iglesia de Dios del Antiguo Testamento; vean lo que sucedió, por eso nuestro Señor lloró de dolor y de pena de ver la ceguera de su pueblo tan querido y lo que les esperaba, y nos puede esperar.

No estoy inventando nada, la misma epístola de hoy nos dice que todo lo que se prefiguró en el Antiguo Testamento es figura de lo que va a venir. Dice San Pablo que no caigamos en la idolatría como lo hicieron los judíos en el desierto, que fueron exterminados más de veintitrés mil en un solo día por no permanecer fieles. Murieron por las mordeduras de las serpientes, y de ahí el símbolo de la medicina y de las farmacias, aunque también por la imagen de este reptil fueron curados los otros.

El mismo San Pablo se refiere a que todo esto era signo de lo que iba a venir; o sea, que también está apuntando a una gran idolatría por no permanecer fieles; he ahí lo que se ve y el consabido castigo que no será sino la confusión, la pérdida de la luz sobrenatural de la fe, las tinieblas donde reina el error, produciéndose la abominación en el Templo, es decir, en la Iglesia. El Templo de Dios no es el muro o los cuatro muros de la iglesia sino el cuerpo místico de Cristo conformado, configurado por todos los fieles a Cristo nuestro Señor; esa es la Iglesia.

Entonces vemos cómo las Escrituras son apocalípticas, aunque esa connotación es tergiversada sistemáticamente por una exegesis y teología que impera desde hace algún tiempo, más de doscientos años, para que cuando todo esto ocurra no las tengamos presentes y la gente no se dé cuenta, no reaccione; para que entonces los que hablen de eso sean los “Testigos de Jehová”, los protestantes, y lo hagan torcidamente y se produzca el círculo vicioso. Aquel que ose poner las cosas en claro es un loco o un protestante, igual que los judíos y que los fariseos.

Eso ya lo advirtió hace varios siglos el padre Lacunza que murió desterrado en Italia. Era un hombre que hacía cinco horas de oración diaria, postrado cabeza en tierra. Pero que por hablar claro incluyeron su libro en el Índice, porque era intolerable que él hablara con esa libertad y con esa franqueza. O sea que la eliminación viene desde lejos, insensiblemente, como el error del judaísmo, y muy pocos fueron los que realmente tuvieron un corazón puro por estar vigilando y esperando al Señor. Así pasará al final de los tiempos que estamos viendo y viviendo.

¿Acaso no se ve la corrupción del clero, de la verdad, del culto, de la moral? El que no lo vea está cegado y no hay peor ciego que el que no quiere ver. La persecución es abominable y desastrosa contra todo aquel que quiera seguir a nuestro Señor. Es el mismo acoso insidioso, diabólico contra monseñor Lefebvre y monseñor De Castro Mayer. Ese acosamiento continúa, no ha acabado ni acabará, por eso todos los intentos de la Roma moderna para tratar de homologar, de reducir, de absorber a la Fraternidad San Pío X y de querer excluir, dentro de ella a aquellas personas que representan un obstáculo a ese acercamiento paulatino y engañador.

Nos puede pasar lo que a Sansón, que cuando estemos bien amarrados ya no tengamos fuerzas para reaccionar. Esa es la peor corrupción y por eso me ha tocado denunciarlo más de una vez y escribir algunas cartas a monseñor Castrillón y a Juan Pablo II. Esta correspondencia muchas veces no ha sido bien recibida por el entorno eclesiástico aun tradicionalista.

Por eso está aquí en Colombia ese grupo que quiere destruir y que se asocia con la Fraternidad San Pedro, y quiere ahora aprovechar mi partida para estar a sus anchas; pues más difícil lo van a tener porque lo que hago aquí en Colombia lo haré desde Portugal y desde la China y desde donde esté. La palabra y la espada de la verdad no tienen dimensión cuantitativa como ellos se creen; ya amenazaron pensando que les va a quedar el campo libre, pues se equivocan. Y para que se den cuenta ustedes, incluso hasta vienen, y es un elogio para mí. No les gustan mis sermones, sin embargo los graban y saben a la hora lo que he dicho; por eso lo hago ahora a propósito; yo sé bien lo que hago y es públicamente; que le llegue a aquel que le debe llegar y si no les quedó claro se los repito para que se den por enterados, porque a los supósitos del demonio hay que irles de frente. Eso se los comento, mis estimados hermanos, para que ustedes también paguen su cuota de sufrimiento, de combate y de defensa por la verdad.

Escuchamos también en este Evangelio cómo nuestro Señor Jesucristo después de llorar entra al templo y a latigazos saca a los mercaderes ladrones y enseguida lo limpia. Ese gesto lo hace dos veces, al comenzar y al finalizar su vida pública, para mostrarnos que el mal hay que combatirlo de raíz, ir a su esencia, aunque la iniquidad no la tiene, pero sí ir a su fundamento, a su causa y no quedarse por las ramas como quien coge el perro por la cola. Por ello hay toda una figura de falso tradicionalismo que ataca solamente el follaje, las ramas, pero no va a la raíz y esas personas se encuentran dentro de la Fraternidad y fuera de ella; por eso han caído, porque no atacan la causa del mal, no van al templo como nuestro Señor y a latigazo limpio sacan toda la porquería que hay dentro. Por eso a azote limpio hay que sacar toda la podrido que hay en el Vaticano.

No soy ningún hereje, porque lo que digo es en el nombre de Dios y sino que me fulmine ya mismo, y a ver si ellos son capaces de hacer lo mismo. Ellos, con toda esa porquería que ha invadido la Iglesia prostituyéndola, corrompiéndola de todas las mil y una formas; ese es un hecho.

Por eso, debemos tener presente esa actitud viril de nuestro Señor, que fue al templo, no a otra parte, y allí señaló y eyectó el mal para que eso nos quedara de ejemplo. Ese mal en la Iglesia está imperando y reinando a causa de ese pseudoconcilio, porque no quisieron que allí reinara el Espíritu Santo. ¡Qué abominación, qué contradicción! Un Concilio ecuménico no infalible, porque no querían que lo fuera. De allí toda la persecución a todo aquel que como monseñor Lefebvre con el látigo en la mano fustigó contra el Vaticano II, contra la nueva misa, contra el ecumenismo, contra la corrupción de la Iglesia, y así le fue y así le irá a todo aquel que tenga y mantenga el mismo espíritu.

El cardenal colombiano Castrillón actuó con toda astucia, y quién sabe si sea un paisa judío, porque la sagacidad hebraica la tiene en las venas y en la sangre. ¿Acaso no fue él quien concertó la entrega del narcotraficante más grande del mundo, Pablo Escobar, para llegar a un acuerdo entre el gobierno y ese personaje? Fue él, quien lo supo lo recuerda y el que no, que lo sepa; ese es el hombre que hoy en nombre de la Iglesia invita a monseñor Fellay, Superior de la Fraternidad para dialogar.

Por eso hay que tener mucho cuidado, hay que ser prudentes como la serpiente y sencillos como la paloma. Por ello se los digo, estimados fieles, no puede haber en las circunstancias históricas actuales ningún acuerdo con Roma modernista. Es un engaño, porque para que haya un acuerdo tendría que haber un cambio y para éste se realice tendría que haber conversión y arrepentimiento y eso está muy lejos de los que representan hoy la autoridad de la Iglesia en Roma, muy lejos. Y es más, es imposible que se conviertan, podrá ser uno que otro, pero en bloque no es posible. Y ¿por qué? Sencillamente porque le faltaría un brazo al anticristo, al poder político le faltaría el brazo religioso, sencillamente.

Entonces, en este orden asuntos, que se irán agravando, jamás se podrá llegar a un acuerdo, a menos que se caiga estúpidamente, tontamente, ingenuamente, en ese error. Yo estaría dispuesto a dar mi vida para gritar que hay un error, y si el caso llegara a ocurrir, se acordarán de lo que hoy estoy diciendo, si Dios me da vida; porque hay conversaciones secretas que no se publican, que no se dicen y que yo no las puedo mencionar, aquí pero que sé por qué lo hago; en eso no hay nada gratuito. Pero si no me creen, por lo menos crean a los evangelios, a nuestro Señor, a San Pablo, a las Escrituras y limpien el templo, porque hay muy pocas personas que realmente quieran hacerlo; de no suceder así va a pasarle lo mismo que a Jerusalén.

Es bueno tener presente todo esto y estar vigilantes, muy cautos. Sé que hay fieles que han criticado una que otra vez mis sermones y eso me ha dolido muy profundamente, pero espero que se arrepientan, porque mi intención no ha sido la de atacar a nadie sino sencillamente hacerlos ver y que sean verdaderos católicos y no monigotes de figuritas; más vale oficiar la Misa con cuatro fieles firmes y no con diez mil que son una baba, que no saben dónde están parados, que oyen al uno y al otro, escuchan a Dios y al diablo; eso no puede ser. Y si en alguna predicación me he excedido, estaré siempre dispuesto a reconocerlo; si he dicho algún error lo reconozco y de antemano pido me perdonen. Recordemos entonces la gran lección que tenemos sobre todo para estos tiempos, la del llanto de nuestro Señor sobre Jerusalén y la limpieza del templo a latigazos, lo que hizo al iniciar su vida pública y al terminar; por ahí comenzó y por ahí terminó.

Pidamos a la Santísima Virgen María esa fortaleza, esa fe para que podamos soportar el sufrimiento crucificante de esta pasión, no ya de Jesucristo sino de su cuerpo místico, la Iglesia, y saber que por encima de todo dominará. Eso es lo que significa “al final triunfará mi Inmaculado Corazón”, al final vencerán los Corazones de Jesús y de María. Esa es la advocación de esta capilla, los Sagrados Corazones de Jesús y de María; tiene esa connotación con Fátima. Por eso veo muy providencial que yo vaya a Portugal, el único país, nación o pueblo que no apostatará de la fe, como lo dice allí en el tercer mensaje. Éste así comienza: “Portugal conservará el dogma de la fe”. Es una bendición, para mí, personalmente viéndolo, considerarlo sobrena-turalmente, no humanamente. Debemos por eso tenerlo presente y pedirle a nuestra Señora que nos ayude a conservar el dogma de la fe y su fortaleza. Pero tenemos que estar siempre vigilantes y dispuestos a morir por la verdad, por la Iglesia y por nuestro Señor Jesucristo. +

R.P. BASILIO MERAMO
10 de agosto de 2003