Non Possumus y el Padre René Trincado, que está detrás, como
no pueden (haciéndose
eco inconscientemente del nombre que llevan), publican muy
orondos el libro del P.
Emmanuel pretendiendo rebatir el Milenarismo Patrístico de
la exégesis común de la
Iglesia Primitiva, durante por lo menos los tres primeros
siglos de su historia y
pretenden hoy pisotearla, esos que dicen ser
tradicionalistas, sin percatarse que no
hacen más que alinearse en las filas del progresismo del
insigne modernista y apóstata
Lamennais, si juzgamos de acuerdo a lo expresado por el P.
Castellani en este texto:
“En suma: es la vulgar actitud conciliadora y
contemporizadora del ‘evolucionismo
teológico’, la herejía más difundida y menos conocida de
nuestros días: que tiene
como raíz el no pensar en la Parusía ni tenerla en cuenta,
ni creerla quizá, sin
negarla explícitamente; polarizando las esperanzas
religiosas de la humanidad hacia
el foco del ‘progresismo’ mennesiano”. (Los Papeles de
Benjamín Benavides, ed.
Dictio, Bs.As. 1978, p. 312).
Aunque el P. Emmanuel no es milenarista, como es de esperar
puesto que la escuela
francesa es muy reticente y hacia al milenarismo de modo
general, aunque haya
excepciones, sin embargo este autor una es aproximación
silenciosa al milenio, pues
mucho de lo que dice, se aplica literalmente al milenio con
el cual encaja, si bien se
mira. Claro está que esto es pedir mucho al P. René Trincado
que ni cuenta se da por
su escasa formación y estudio sobre el tema, como el mismo
lo admitió hace poco más
de un año, al decir que no sabía mucho del tema, pero vemos
que hoy lo impugna
acérrimamente, influido y respaldado quién sabe por qué mano
(o mente) siniestra.
Con este propósito cita el libro del P. Emmanuel que tiene
un prefacio de Mons.
Lefebvre, quien veía la realización profética de lo
anunciado por el Apocalipsis en
nuestros días, ante la crisis de la hora presente; pero de
esto ni cuenta se da el P. René,
dada su actual obcecación visceral antimilenarista.
Pareciera que es mucho pedirle al P. René que analice lo que
el P. Emmanuel dice:
“Hemos dicho y mantenemos como incontestable, que la muerte
del Anticristo será
seguida de un triunfo sin igual de la Santa Iglesia de
Jesucristo” (La Sainte Église, ed.
Clovis, 1997, p. 334), y se dé cuenta de lo que esto
implica.
Esta afirmación implica que el Triunfo de la Iglesia es
después de la Parusía, si no
retorcemos los argumentos y se tiene en cuenta lo que dicen
las Sagradas Escrituras,
que el Anticristo será destruido por Jesucristo, quien con
el soplo de su boca lo matará.
Y esto evidentemente sólo puede acontecer por su Parusía,
tal como lo afirma
expresamente la Escritura: “Y entonces se hará manifiesto el
inicuo a quien el Señor
Jesús matará con el aliento de su boca y destruirá con la
manifestación de su
Parusía” (II Tes. 2, 8).
El mismo San Agustín, que aunque cambió de parecer sobre el
Milenarismo Patrístico
que él profesaba, y sin condenarlo ni él ni San Jerónimo,
puesto que muchos santos
mártires lo habían enseñado, dice: “La última persecución
que ha de hacer el
Anticristo, la extinguirá con su presencia el mismo
Jesucristo, porque así lo dice la
Escritura: ‘Que le quitará la vida con el espíritu de su
boca y le destruirá con el solo
resplandor de su presencia’ ” (La Ciudad de Dios, cap. 53).
Luego, es evidente, nos
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guste o no nos guste, que la muerte del Anticristo será
producida por la intervención de
Cristo el día de su Segunda Venida o gloriosa Parusía,
bajando de los cielos con todo el
poder divino de su gloria y majestad.
Es más, esa gran unidad (como consecuencia del triunfo) de
la que habla el P. Emanuel
al decir: “… en una palabra, realizándose la gran unidad
comprada al precio de la
sangre de un Dios, un solo rebaño y un solo pastor” (Ibídem,
p. 335), sólo puede
realizarse cabal y plenamente en el milenio.
San Luis María Grignion de Montfort, en su famosa Oración
Abrazada dice: “Vuestra
divina Ley es trasgredida, vuestro Evangelio es abandonado,
los torrentes de
iniquidad inundan toda la tierra y arrastran hasta a
vuestros seguidores, toda la
tierra está desolada, la impiedad está sobre el trono,
vuestro santuario es profanado
y la abominación está hasta en el lugar santo. (…) ¿No
tendrá que hacerse vuestra
voluntad en la tierra como en el cielo y que vuestro reino
arribe? ¿No habéis
mostrado por adelantado a algunos de vuestros amigos una
futura renovación de la
Iglesia? ¿No es esto lo que la Iglesia espera?, ¿Todos los
santos del cielo no os gritan
justicia: vindicat? ¿Todos los justos de la tierra no os
dicen: amén, veni, Domine?
¿Todas las criaturas incluso las más insensibles gimen bajo
el peso de los pecados
innombrables de Babilonia y piden vuestra venida para
restablecer todas las cosas:
omnis criaturas ingemiscit, etc”. (Oeuvres Complètes de
Saint Louis-Marie Grignion
de Montfort, ed. du Seuil, 1966, p.677).
Esto es ni más ni menos que el Triunfo glorioso de Cristo
Rey el día de su Parusía
inaugurándose así el famoso Milenio o Reino de Cristo, el
Reino de los Sagrados
Corazones de Jesús y María, o también como dijo Nuestra
Señora en Fátima: “Al fin mi
Inmaculado Corazón triunfará”. Al fin significa: al fin y al
cabo o a pesar de todo y
contra todo, incluso después de lo que dijo en La Sallete,
que la Iglesia será eclipsada,
el clero será pestilente como cloacas de impureza y que Roma
perderá la fe y será la
sede del Anticristo. Pero así y todo, como está la promesa
infalible de que las puertas
del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia, se ve como
pudo afirmar Nuestra Señora
absolutamente y sin condiciones de ninguna clase, que al fin
su Inmaculado Corazón
triunfaría. ¡Qué gran y mayor esperanza bienaventurada para
la pobre Iglesia
perseguida y reducida a un pequeño rebaño disperso por el
mundo!
Esta es la bienaventurada esperanza de la que nos habla San
Pablo en la epístola a Tito,
“Para que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos
vivamos sobria, justa
y piadosamente en este siglo actual, aguardando la dichosa
esperanza y la aparición
de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo”
(Tito 2, 12-13), y esto es lo
único que hará resistir firmes en la fe a los pocos
católicos que se mantengan fieles a
Cristo y a su Iglesia en medio de la Gran Tribulación y de
la Apostasía Universal.
P. Basilio Méramo
Bogotá, 12 de Febrero de 2015