Amados Hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:
En este Evangelio vemos llorar a Nuestro Señor, llora
ante lo que Él veía que le ocurriría a la Ciudad Santa a Jerusalén, esa ciudad que Él tanto
quería. Y nos puede asombrar el hecho de que un hombre llore, por que equivocadamente creemos que son únicamente las mujeres las que lloran, no quizá como las
mujeres por fragilidad, por sentimentalismo, sino por una realidad dura y
cruel. Realidad dura de lo que le iba a acontecer a Jerusalén, por no haber aceptado y
reconocido al Mesías Prometido, por no haber visto la presencia de Dios para abrirle sus puertas y, ante ese pecado, ante esa dureza del pueblo judío, Nuestro Señor con la
sentencia que Él tenía y el don de ver tanto lo pasado como lo futuro, vio esa destrucción de la Ciudad como castigo a la
incredulidad del pueblo judío; La ciudad Santa, ahí donde había el pueblo
verdadero, único templo donde se adoraba verdaderamente a Dios en toda la tierra.
Por eso
llora Nuestro Señor, con ese dolor, ese llanto de misericordia, de conmiseración por lo que luego aconteció con Vespaciano y Tito que destruyeron completamente la ciudad; del templo no quedó piedra sobre piedra y lo que queda del muro de las lamentaciones es la hondonada, como cuando alguien
construye el borde de un precipicio y hace en ese borde un muro de contención,
pero sobre la explanada no queda ni quedo piedra sobre piedra. Cumpliéndose literalmente lo anunciado por Nuestro Señor como
castigo por no haber reconocido al Mesías, por
eso lloró Nuestro Señor.
No
podemos imaginar a las mujeres que se comieron a sus hijos para poder sobrevivir cuando Jerusalén fue sitiada por los romanos para
obligarlos a rendirse o a morir, durante meses en los cuales se agotaba el
alimento, como se lee en la historia de Flavio Josefo. Eso nos da una idea del horror
de la situación como justo castigo por no haber reconocido a Nuestro Señor y eso le arrancó lágrimas de dolor, de conmiserción, de compasión ante esa dureza que caracteriza al
pueblo elegido, los judíos, pueblo de dura cerviz.
El otro razgo que también nos puede sorprender es la
actitud de Nuestro Señor cando entra al templo y con un látigo, a fuete limpio, sacuda a esas alimañas, los
ladrones que profanaban su templo convirtiéndolo en cueva de ladrones en lugar de ser una casa de oración.
Esto que Nuestro Señor hace al comenzar y al finalizar su vida publica, esta es
la segunda expulsión que nos relata San Lucas y San Juan, nos relata poco después de
las bodas de Caná antes de iniciase la vida pública de Nuestro Señor. No tengamos un imagen muy
pueril de Nuestro Señor, muy boba, muy de
mejillas coloradas, ojos azules y
cara de niño bonito, No; Nuestro Señor es la virilidad; Esas imágenes medio
afeminadas no son la expresión de la virtud, de la virilidad de la hombría de Nuestro Señor, por eso no nos debe
sorprender ese gesto como de gladiador, de domador de leones con un látigo
sacando a fuete del templo a esos personajes que se
valían del templo para hacer negocios corrompiendo el lugar Santo.
No
tengo nada en contra del arte, pero este debe expresar la realidad y desgraciadamente a los
Santos los pintan muy mujeriles y afeminados, ellos no son señoritas de salón. San Juan
el Bautista no era una caña que llevaba el viento, para mostrarnos que era
gente aguerrida, firme, viril y
aun las mismas mujeres la virilidad de Santa Teresa o de una Santa Teresita que jamás se apoyó al respaldo de una
silla por hacer mortificación; No
nos dejemos engañar con esas imágenes todas coloreteadas que no expresan verdaderamente eso que los santos internaron y que
desgraciadamente muchas veces, hasta los curas quieren imitar para parecer
buenos, hablando suave como si fuesen niñas de quince años y de pura
apariencia. Por eso no nos debe asombrar el gesto incluso violento de Nuestro Señor
llorando, pero también por otro lado dando fuete;
este es el celo que Él tiene por las cosas de Dios
¡Qué no haría hoy! Nos sacaría a todos
zumbando a latigazos por lo mal que anda el clero en la Iglesia, y los fieles
que son los menos culpables por que siguen el mal ejemplo que dan los
sacerdotes, los monjes, los prelados, la jerarquía; Todo se deteriora, todo se
corrompe, se convierten los templos en Museos (En Europa se pueden ver los grandes templos convertidos en museos donde
incluso ay que pagar para entrar a ver la parte donde están los tesoros, es decir, donde esta
las cosas pertenecientes al culto debido a Dios (Nota del editor del libro))
Dios
destronado del altar para colocarlo en un rincón, son todas cosas que muestran
el grado de deterioro que padece actualmente la religión y no nos damos cuenta.
Esa es
la razón de nuestra existencia. Mantener la Pureza de la
fe, de la religión, de la Iglesia, de la santidad, y que la Iglesia no se nos
convierta en una cueva de ladrones, en un lugar de
comercio,sino que sea un lugar santo, la casa de Dios, donde se reactualiza el Santo Sacrificio de la Misa, no una
cena, una ágape, no la conmemoración de la pascua, SINO
LA RENOVACION INCRUENTA DEL SACRIFICIO DE NUESTRO SEÑOR EN EL CALVARIO
PRODUCIDO SACRAMENTALMENTE SOBRE EL ALTAR; y a eso comulgamos no un pedazo
de pan, no a una galleta, sino AL CUERPO Y LA SANGRE DE
NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, PRESENTES BAJO LA APARIENCIA DEL PAN Y DEL VINO, al cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor
junto con su Aloma y Divinidad.
Por lo
mismo, no se puede comulgar de cualquier forma
ni tampoco se lo recibe de cualquier modo, como quien reparte pan sino con un
acto de adoración, de rodillas, en la boca, en estado de gracia, con el ayuno
debido, ; y que recuerdo el ayuno, lo ha repetido Monseñor Lefebvre, debe ser de tres horas y no
de una, por respeto a Nuestro Señor; esa es la norma que nos debe
regir. Otra cosa es que por una hora; nadie, después de haber comido, ha hecho
la digestión en una hora, entonces va a recibir de postre a Nuestro Señor.
Hasta donde llegan la profanación y la desacralización,
la pérdida del sentido de lo sagrado que que hasta los paganos tenían; peor que pagano esta el mundo
hoy, no hay sentido ni sentimiento de lo sagrado, de lo sacro, de lo Divino,
todo es el hombre.
¡Maldito
y condenado hombre que te vas a pudrir en el infierno! "Humanidad
condenada", decía San Agustín. Esa es nuestra condición ; Si Nuestro Señor
no hubiera muerto en la cruz estaríamos irremisiblemente y eternamente condenados en el infierno, n0o lo
olvidemos y veamos esa misericordia,
ese amor, esa caridad.
Pero no
olvidemos, no nos creamos más de lo que somos; delante de Dios somos nada, la
criatura es nada delante de Dios; no tenemos ningún derecho delante de Dios y Él tiene
todos los derechos. Entonces dejémonos de estupideces con Dios, de proclamar
nuestra dignidad, nuestra libertad, debemos proclamar nuestro estado de
criaturas, de siervos inútiles delante de la Divina Majestad; esa es la humildad y dejemos de ser pavo reales, pura pluma en la cola y pavoneando estúpidamente mientras el tiempo transcurre y no lo
aprovechamos para la eternidad. Así como Nuestro Señor lloró sobre Jerusalén, ha llorado Nuestra Señora
en Siracusa; No ha hecho más que
llorar viendo el estado de la humanidad y de la Iglesia y no hoy sino desde
hace cincuenta años. De Nuestra Señora de Siracusa,
en Sicilia, poco se habla, pero
esa fue la realidad, durante tres o cuatro días lloró ininterrumpidamente verdaderas lágrimas, analizadas,
reconocido por el obispo del lugar y el Papa Pio XII.
No
hagamos llorar más a Nuestra Señora, no obliguemos a
Nuestro Señor a sacarnos a fuetazos.
Eso sería lo menos que hiciera, porque en aquel templo todavía no estaba su
presencia real como lo debería estar en los templos católicos, en las iglesias Católicas donde está la presencia real, el
verdadero culto que es el que los modernistas han destruido con la nueva misa.
Por eso la nueva misa no se define, no se considera, no se reputa como un
sacrificio, sino como una syntaxis, como una cena, como un ágape, como un
recuerdo, no ya de la pasión sino de la pascua y aleluya. "No todo el que
dice ¡Señor, Señor, Aleluya!" Aleluya quiere decir alabado sea Dios. Pero
"no todo el que dice ¡Señor, Señor entrará en los cielos!", no todo
el que dice "aleluya" entrará en los cielos.
Supliquemos
a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María,que conservemos por lo
menos nosotros la fe, la religión, el verdadero culto; que no perdamos el sentido de
lo sacro, de la divinidad de Dios y de la miseria y la indigencia que nos
caracteriza a nosotros como seres humanos y como criaturas. Para que as{i, en
esa verdadera humildad, podamos invocar santamente el nombre de Dios, salvarnos y salvar
a los demás, ayudándolos a que salven sus almas con la gracia de Dios. Pidamos
todas estas cosas a Nuestra Señora y que comprendamos, manteniéndonos firmes en la Tradición de la Iglesia,
que no es facultativa; no se viene a esta capilla por que sea bonita o fea,
sino por que se viene a adorar a Dios, a Nuestro Señor, no de cualquier manera.
Venimos a pedierle a Él esa
ayuda, para así santificarnos y que nos salvemos en la hora de
nuestra muerte.+
BASILIO MÉRAMO PBRO.
5 de
Agosto de 2001.