Amados hermanos en nuestro Señor
Jesucristo:
En este domingo vemos el milagro que hizo nuestro
Señor con el sordomudo; en otras ocasiones nuestro Señor hizo milagros e incluso
curó a un mudo sin hacer ningún gesto, como vemos que lo hace según el relato de
hoy; lo lleva aparte, le introduce los dedos en los oídos, le toca la lengua con
su saliva, gime, y dice además “éphetha” que quiere decir abríos o ábrete. Y nos podemos
preguntar por qué nuestro Señor hace todo esto, esa especie de curanderismo,
podríamos incluso pensar o creer, para qué todo este ritual, si como en otras
ocasiones ya lo había hecho, bastaba con una simple palabra o un gesto, sin
hacer tanto aspaviento y, más aún, después de hacerlo le pide que no lo
comunique, que no lo propague, aunque más se dan a conocer
milagros.
Nuestro Señor claramente quiere acentuar un símbolo,
una enseñanza con estos ademanes, tanto es así, que en el rito del bautismo que
nos da la fe, se toman casi todos estas señas que hizo nuestro Señor en este
milagro. Y ¿cuál es la razón? Dejarnos una lección, no tanto con la palabra sino
con los actos, porque los milagros de nuestro Señor también son parábolas o
enseñanzas en acción, como han dicho y hecho ver muchos santos. Así quiere
mostrar la génesis, el origen de la fe, que es tan importante, que es esencial
en la vida sobrenatural, en la de la Iglesia, en la nuestra, en la del mundo. El
mundo sin fe sería diferente y de ahí la necesidad de ella para
salvarnos.
Así que nuestro Señor quiere mostrar cómo esa fe se
origina en nosotros por medio de la intervención de Dios, porque es un dony una
gracia de Dios; viene por el oído, el oído de la palabra de Dios.
Por eso la urgencia de la predicación de la palabra de
Dios, del Evangelio, para que oyendo el relato de la vida de nuestro Señor,
creamos en Él, que es Dios, el Mesías, el Hijo de Dios, y no seamos
infieles.
Por eso hizo todas estas señales, estas
gesticulaciones y ordenó que no se dijera, porque la fe no es una cuestión de
propaganda, de publicidad, como se vende cualquier producto, sino que es una
conversión interior del alma que se transforma y se adhiere a Dios; la fe es un
don sobrenatural que nos hace unir nuestra inteligencia a la verdad revelada, a
la verdad primera que es Dios bajo el influjo de la voluntad que con la gracia
de Él nos mueve.
Por ello hay un acto libre, y el que no tiene fe,
libremente la repudia, la rechaza, no quiere someterse, no quiere que su
inteligencia se adhiera a la verdad revelada; de ahí el choque frontal del
rechazo de la fe, del repudio de nuestra inteligencia a aceptar la verdad
revelada por Dios, que es el mismo nuestro Señor, es el Verbo de Dios, la
Palabra de Dios, su revelación y manifestación hecha carne. Eso es lo que el
mundo no acepta, se opone y de ahí el estado de permanente lucha, oposición y
contradicción mientras exista, no solamente de cada alma frente a Dios sino de
todo el mundo frente a Él y su Iglesia.
Por eso la gravedad de la hora presente en la cual el
hombre moderno por decisión propia no busca la adhesión a la verdad y mucho
menos primera revelada que es Dios; lo que quiere es sumarse a lo terrenal y por
eso aplica la inteligencia a la técnica, al progreso y a las riquezas
materiales, al poder y al dominio, pero no busca lo de Dios. Al buscar a Dios
todo lo demás vendrá por añadidura; hasta la misma política no puede prescindir
de Dios y si lo hace es mundana, y es lo que está pasando, cuando los intereses
políticos, económicos y sociales no son los del amor a la verdad. Hay que
buscarla y encontrarla y una vez que la hallemos unirnos a ella y
amarla.
Siempre ha sido lo misma, el maldito naturalismo, esa
rebelión de la criatura y del hombre contra Dios, aún más, de la natura angélica
que se rebela, que no se somete y que por eso no acepta otra verdad que el
hombre; hoy se predica la dignidad y libertad del hombre y sus derechos, la
persona humana; el culto y la religión giran en torno a esa maldita y apostática
libertad del individuo. Esa es lo detestable del mundo moderno y será la
condenación de cada uno de nosotros si apostatamos de ese sacrosanto deber como
criaturas, de adorar, de conocer y de rendir culto al verdadero y único Dios de
la revelación, y no confundirlo miserable y diabólicamente con cualquier fetiche
o ídolo de nuestra imaginación. Es un absurdo y es en el fondo una apostasía que
culminará con el rechazo pública y oficialmente de Cristo instaurado dentro de
la Iglesia que es el anticristo, el que se opone y disuelve a Cristo; que no
quiere someterle, ligarle ni subyugarle su corazón. Es por lo mismo que San Juan
dice que el anticristo es el espíritu que se desune y se aleja de Cristo, que
quiere estar libre de Él.
Y ¿qué libertad no vemos hoy en nombre del hombre, de
los derechos humanos, de las naciones unidas en contra de Cristo y de la
Iglesia? Maldito y condenado mundo y por eso camina al suicidio; ese será el
trágico final del hombre ensoberbecido que no quiere adorar y aceptar a su único
y verdadero Dios. Ya no son solamente los reyes de esta tierra, los poderosos,
los gobernantes, las naciones que se oponen a Cristo, sino que de la misma
Iglesia la jerarquía, sus cardenales, sus obispos, sus sacerdotes, sus
religiosos, sus religiosas, sus monjes y monjas en la gran mayoría o totalidad,
excepto un pequeño rebaño copulan, fornican con los reyes de la tierra,
bebiéndose la sangre de los mártires. ¿Habrase visto mayor postración y
desolación en el templo sacrosanto de Dios?
Pues eso es lo que está sucediendo, eso es lo que
quiere el cardenal Castrillón Hoyos, que ceda ese pequeño rebaño, la tradición
liderada por monseñor Lefebvre y por la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, que
fornique así con los reyes de la tierra, de este mundo, para sojuzgar la
Iglesia, y que el poder espiritual quede en las manos de los poderosos de este
mundo. Y eso lo harán no a través de una persecución violenta que generaría
mártires, sino de la locuacidad del pseudoprofeta, la bestia de la tierra, que
con su lengua diabólica y perversa habla como el dragón pero tiene imagen de
cordero, y llevará a los fieles a la apostasía.
Es mi deber, sobre todo ahora, cuando me voy, que por
lo menos les quede eso de recuerdo, para que cada uno de ustedes sepa defender
su fe, a pesar de la jerarquía que nos va querer hacer apostatar, claudicar. Por
eso es deber de cada fiel conocer su religión para poder sostenerse cuando no
haya quien predique, cuando no haya sacerdotes valientes, obispos o cardenales
que así lo hagan, porque hoy no vemos ni un solo cardenal, y obispos muy
pocos.
De cinco obispos tradicionalistas quedan cuatro; esos
cinco eran los sucesores de monseñor Lefebvre y de monseñor De Castro Mayer. No
hay que olvidar que los sucesores de monseñor De Castro Mayer en Brasil
claudicaron; el cardenal Castrillón les endulzó el oído, les compró la
conciencia y los amedrentó bajo excomunión, bajo herejía, bajo cisma. ¿Cuál
excomunión, cuál herejía, cuál cisma? Si los hay, son ellos quienes los producen
en la Iglesia miserablemente, y somos nosotros, los fieles a la Tradición de la
Iglesia, los que preservamos la verdadera autoridad, la verdadera jerarquía, la
verdadera obediencia, el verdadero amor a la verdad y no en lo que están
convirtiendo a la Iglesia, en un lupanar de corrupción.
Ese es el gran escándalo que hay y la gran persecución
contra aquellos que, como nosotros, nos esforzamos humildemente en querer acatar
la verdad, en querer obedecer a la Iglesia, en querer ser fieles a nuestro
Señor. Por eso se nos acosa inmisericordemente mientras que el resto vive sin
problemas, sin hostigamiento; porque pareciera que no hay peor cuña que la del
mismo palo.
Eso lo tienen que tener presente, mis estimados
fieles, si quieren salvar sus almas, porque lo más fácil es seguir la corriente,
dejarse arrastrar y pintarlo todo con el rótulo de obediencia que es una
traición a Dios. Primero hay que someterse a Dios. ¿Con qué derecho un padre
puede corromper a sus hijos en nombre de la obediencia, en nombre del cuarto
mandamiento? Absurdo sería porque el acatamiento exige la autoridad y ésta
reclama que sea participada de Dios que es el Creador de todo.
Luego, para demandar subordinación hay que tener esa
autoría de Dios, en su nombre y no para combatirlo. Eso es lo que hace legítima
la autoridad y la obediencia que se pide en consecuencia, y sin eso no hay
acatamiento sino obsecuencia o servilismo; y donde hay sumisión no hay
subordinación, porque no hay virtud allí donde no hay libertad. Las piedras y
los animales no son libres, no obedecen, cumplen con instintos la ley de la
vida, pero en el hombre, que tiene libertad, es todo lo contrario y esa es la
verdadera libertad que nos hace independiente, la libertad en la verdad; por eso
la fe (dice Santo Tomás de Aquino), tiene por objeto la verdad primera que es
Dios revelado y por eso el deber trascendental de cada uno de nosotros, de cada
hombre, de cada criatura inteligente de adherirse a esa verdad, reconocerla,
aceptarla y no liberarse de ella y negarla para autoafirmarse como lo hizo
Satanás con su “non
serviam”, no serviré, no me
someto, no me adhiero a la verdad en nombre de mi naturaleza, de mi excelencia,
de mi personalidad, de mis derechos.
He ahí el primero y gran pecado de herejía, de
apostasía, del naturalismo que va cambiando de nombre pero que es en esencia
siempre lo mismo y por eso tenemos que estar muy atentos para que no nos
engañen, para que no nos dejemos estafar y para que podamos defender nuestra
religión como lo hicieron tantos mártires en la soledad, en el abandono, en el
arrinconamiento, cuando lo más fácil era seguir a los demás.
Por eso, todo verdadero católico y más hoy día, es un
mártir, en potencia al menos, y eso es lo que exige nuestro Señor, esa capacidad
de inmolación; es decir, que si es su voluntad estemos dispuestos a morir por la
verdad, así como Él lo hizo en la Cruz. Nuestra religión es de sacrificio, eso
significa la Cruz y por eso nos la quieren quitar para que haya una religión sin
Cruz. Ésta nos la recuerda la Santa Misa, por eso la gravedad de la nueva aunque
muchos fieles no se den cuenta, porque justamente se trata de camuflar, de
disfrazar, que es lo que en realidad está pasando.
Debemos pedirle a nuestro Señor cada día la fe, para
permanecer firmes en ella, porque el diablo anda a nuestro alrededor viendo a
quién va a devorar y por eso hay que permanecer de pie, como nuestra Señora en
el Calvario. Mientras los apóstoles huyeron despavoridos, cobardemente, Ella se
quedó allí con algunas piadosas mujeres y San Juan, pero ninguno por mérito
propio, sino por estar al lado de la Santísima Virgen María.
De allí la necesidad imperiosa y categórica, sobre
todo en estos últimos tiempos, de recurrir a la Santísima Virgen María, para que
no transijamos y podamos subir al Calvario como Ella, en esta segunda
crucifixión de nuestro Señor en su cuerpo místico, que es la Iglesia. Por eso la
Iglesia sufre hoy una verdadera pasión, un desgarramiento profundo que se quiere
ocultar, pero que vemos con toda la corrupción existente en el mundo y dentro de
la Iglesia, en sus ministros. Esta perversión nos puede afectar si no nos
mantenemos alertas y vigilantes a buena distancia y en la humildad que es en el
reconocimiento de la verdad. Santa Teresa decía que la humillación está en la
verdad, sin ésta no la hay, no hay la virtud, no hay fe y, desde luego, sin fe
no puede haber esperanza ni caridad.
Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María,
que nos conserve en esa fe pura de la Iglesia, in-contaminada, sin error, porque
así es la fe de la Iglesia, y en esa pureza poder vivir y en la medida de lo
posible transmitirla a los demás para la salvación nuestra y la del prójimo y de
esta forma hacer verdaderamente la voluntad de Dios auxiliados por nuestra
Señora, la Santísima Virgen, que también es nuestra Madre, porque es Madre de la
Iglesia. Roguémosle siempre a Ella para que nos mantenga en ese fervor y así
podamos responder con verdadero amor a nuestro Señor Jesucristo.
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P. BASILIO MERAMO24 de agosto de 2003