Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Con este primer domingo de Adviento, se inicia el año litúrgico en torno al ciclo de Navidad, en torno al misterio de la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Ya sabemos que hay dos grandes ciclos en el año litúrgico, el de la Navidad y el de la Pascua y así, alrededor de estos dos grandes misterios gira la liturgia de la Iglesia católica. Con estos cuatro domingos de Adviento nos preparamos, a través del sacrificio y la oración, de un modo más intenso para festejar la Navidad o la Natividad de nuestro Señor Jesucristo; a eso se debe el color morado de los ornamentos, que indican mortificación, sacrificio y penitencia; son como una especie de Cuaresma alrededor de la fiesta de Navidad, para que nos preparemos espiritualmente y así podamos festejar santa y cristianamente la Navidad, que es la fiesta más popular para los católicos.
Cuatro domingos que presagian el tiempo de espera que tuvo la humanidad desde Adán, después de haber pecado, hasta que se cumpliera la Encarnación. Cuatro domingos que simbolizan aproximadamente cuatro mil años de espera, con lo cual vemos cuán opuesto a la Iglesia es el absurdo evolucionismo que hace datar miles y miles de años no solamente al mundo, sino la edad del hombre, lo cual es absolutamente falso, a lo que San Juan Crisóstomo llamaba “fábulas”, como de hecho también llama San Pablo en más de una ocasión a todos esos errores.
Cuatro mil años esperando al Altísimo, al Mesías, al Ungido, al Enviado de Dios. Y la mejor manera de prepararnos a la Navidad es teniendo el espíritu que tuvieron aquellos fieles del Antiguo Testamento esperando la venida del Mesías. Esto fue lo que esperó el pueblo judío, pero que por culpa de sus dirigentes religiosos desviaron las profecías, tergiversándolas y en vez de reconocerlo, lo crucificaron, lo mataron. Ese es el drama, y en eso consiste el dilema teológico religioso del pueblo judío: en no haber sido fieles a las profecías sobre el Mesías y en no haberlo reconocido cuando vino. Con este desconocimiento de la jerarquía de la sinagoga, que era hasta entonces la verdadera Iglesia de Dios, pasa a convertirse en sinagoga de Satanás; y no hay que olvidarlo, porque lo mismo nos puede pasar a nosotros que somos el injerto, que somos los gentiles, para que no nos creamos mejores, porque sólo Dios sabe si no está aconteciendo exactamente lo mismo: el desconocimiento de la segunda venida de nuestro Señor en gloria y majestad, tal como anuncia el evangelio de hoy al comenzar el año litúrgico.
Y no nos debe asombrar que la Iglesia termina y comienza el año litúrgico con una alusión directa a la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo; lo comprobamos en la liturgia de la Iglesia, para que tengamos presente que la gran profecía del Nuevo Testamento es la segunda venida de nuestro Señor en gloria y majestad. Gran revelación es la Parusía, la manifestación de nuestro Señor; de ese dogma de fe han salido, pululan por ahí montones de herejías y errores hasta por simple ignorancia, dentro del mismo clero, dentro de la misma teología. Ese ha sido el motivo de la venida frecuente de la Santísima Virgen a recordárnoslo de manera notable con las apariciones de La Salette y de Fátima y ese es el único motivo por el cual el tercer secreto de Fátima no se ha querido revelar, por culpa de la jerarquía de la Iglesia, por la ignorancia y la desidia de muchos clérigos, porque cuando no hablan los que debieran, entonces hablan otros en su lugar. Eso es lo que explican las apariciones de nuestra Señora.
La Iglesia asocia pues la primera venida de nuestro Señor, su Encarnación y Natividad con la segunda venida, sin la cual la primera quedaría trunca, sin la cual la obra de la Redención quedaría sin su acabamiento y sin su coronación; por eso inicia el año litúrgico con el evangelio de la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo anunciando por consiguiente la catástrofe cósmica universal, que las virtudes del universo tambalearán, ya que todos esos hechos acompañarán esa segunda venida. Pero será también el epílogo, el final sublime de todo el desastre que el hombre en el ejercicio de su libertad, no cumpliendo la voluntad de Dios, ha ocasionado llevando a la humanidad por caminos contrarios a los designios de Dios; Él vendrá a juzgar, a ordenar y a reinar. Por eso reza el Padrenuestro, “venga a nos tu reino y que se haga tu voluntad así en la tierra como en el cielo”, y de ese reino, erróneamente entendido, las sectas protestantes sacan la fuerza y vitalidad de su herejía.
Nosotros los católicos debemos tener viva la esperanza en ese reinado de nuestro Señor Jesucristo que sin entrar en detalles sabemos que será un reino de gloria y de paz; será el resurgir de su Iglesia que ha sido y está siendo ultrajada, todo permitido por aquellos mismos que debieran defenderla. Preparemos bien la Navidad y no olvidemos que así como Él vino una primera vez, volverá una segunda. No caigamos en el error invertido en el que cayó el judaísmo, el gran error del pueblo elegido de los judíos, ¿cuál fue? Un error exegético; se quedó con las profecías del segundo advenimiento de Cristo glorioso, del Cristo vencedor desconociendo la primera venida de nuestro Señor no gloriosa sino en la humildad, en el anonadamiento, en el sufrimiento; ellos no aceptaban esa primera venida. Se erigían en los todopoderosos y liberadores del género humano, idea judaica de toda revolución basada en la liberación, tanto la revolución comunista, la protestante, la francesa y todas las revoluciones que tienen por ley motivar ese ideal de liberación del judaísmo, carnalizando esas profecías.
Entonces, el mismo error a la inversa sería quedarnos con la primera venida y olvidarnos paladinamente de la segunda y por eso la Iglesia quiere recordárnoslo, para que lo tengamos presente y guardemos nuestra fe y nuestra esperanza, que es la esperanza de los fieles de la primitiva Iglesia, a tal punto que San Pablo tuvo que intervenir y decirles que hasta que no desapareciera el obstáculo no vendría nuestro Señor; nosotros no sabemos cuál es ese obstáculo, podrían ser varios, uno de ellos la civilización cristiana o el orden romano continuado espiritualmente por la Iglesia; otra el Mysterium Fidei, el misterio de la Santa Misa, que es el que Satanás ha querido siempre destruir, porque ha sido a través del sacrificio del Calvario que Cristo le derrotó; y si bien miramos, todas esas cosas están de lado, el obstáculo puede ser la fe y ésta, como la vemos hoy, arrinconada en un mundo impío, que cree en el hombre, pero que no cree en Dios; que glorifica al hombre, pero no glorifica a Dios.
Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que Ella nos ayude a comprender en nuestros corazones todas estas cosas guardadas en el suyo, motivo de su oración y meditación para que, a su imitación, nos preparemos bien en esta Navidad, y a la vez para la segunda venida de nuestro Señor glorioso y majestuoso; aunque nadie pueda precisar el día ni la hora, saber que está cerca por los signos que nuestro Señor nos da, así como la higuera y los árboles cuando comienzan a dar fruto porque ya pronto está el verano. Roguemos a nuestra Señora que nos ayude y nos asista para acrisolar nuestras almas y crecer en fe, esperanza y caridad, en esta gran tribulación de la Iglesia. +
BASILIO MERAMO PBRO.
3 de diciembre de 2000