Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Festejamos hoy la Misa de la Infraoctava de Navidad que corresponde al domingo que cae dentro de los ocho días siguientes a la Navidad. Con esta octava la Iglesia quiere mostrar la importancia de la fiesta de Navidad que se celebra el 25 de diciembre con tres Misas, con lo cual desde la tierra la Iglesia responde con tres sacrificios a la Santísima Trinidad en retribución al Padre Eterno que envía a su Hijo. Tres Misas que tienen un triple significado en el nacimiento de nuestro Señor. La primera, el nacimiento carnal; la segunda, el nacimiento en nosotros a través de la gracia; y la tercera, el nacimiento eterno, el Verbo del Padre eternamente engendrado y la manifestación inefable de la Santísima Trinidad que en mutuo amor el Padre y el Hijo se prodigan amor consubstancial en el Espíritu Santo. Y la Iglesia quiere que nosotros meditemos estos misterios, pues nuestra Redención se inicia con la Encarnación y el Nacimiento de nuestro Señor.
Por eso, el Evangelio de hoy está tomado de la parte de la presentación de nuestro Señor en el templo y la purificación de la Santísima Virgen María. Presentación que se hacía como rescate del hijo primogénito que pertenecía a Dios y que como le corresponde en cierta forma, se le inmolaba. Pero no como interpretaron los paganos matando muchas veces los hijos, inmolándolos a Moloc, sino que se reconocía en el primogénito ese objeto, esa cosa que le pertenecía a Dios por ser la primicia, por ser lo mejor y que se rescataba por medio de ese óbolo que se ofrecía de acuerdo a la riqueza o pobreza de los padres. Nuestro Señor, en ese acto de la presentación en el templo, fue rescatado, cumpliendo con esa ceremonia; recobrado con dos tórtolas o palomas que era lo propio de los pobres. Quiso entonces remarcar ese rescate y mostrar que las primicias son de Dios, son para Dios.
Y la purificación de nuestra Señora a los cuarenta días, que era cuando se producía la parte ritual de esa limpieza que presagiaba la mancha del pecado original, pero nuestra Señora no tenía de qué depurarse no obstante quiso cumplir con el rito religioso y ceremonial del Antiguo Testamento, en el que todas las mujeres parturientas debían purificarse ya que quedaba, de algún modo, consignada esa imagen del pecado original que se transmite por vía de generación. Vemos cómo estaba en la figura del Antiguo Testamento, en el bautismo, que como bien sabemos son éstas, prefiguraciones de lo que más adelante sería la realidad del misterio del sacramento; por eso nuestra Señora va a purificarse siendo que Ella, era la toda pura, la tota pulchra, sin mancha original y sin ningún pecado venial o mortal, como bien lo explica en la salutación angélica Santo Tomás.
Vemos en el Evangelio de hoy, además, cómo San Simeón profetiza que nuestro Señor será signo de contradicción, de salvación para unos y de condenación para otros, porque ante Dios no hay sino dos actitudes fundamentales de todo ser libre: respuesta de aceptación o de rechazo. Con Dios o contra Dios, no hay término medio y ese es el acto de la elección fundamental de nuestra vida, de nuestra libertad. Aquel que elige bien, está con Dios y el elige mal, está contra Dios. Esa elección que hace y que la hacemos cada uno de nosotros debemos renovarla para vivir siempre en adhesión libre y amorosa a Dios que es la que nutre todos nuestros actos religiosos para que no caigan en rutina, en vacío, en aburrimiento, en ceremonias sin sentido; que así esa elección de Dios sea un acto de fe, de esperanza y de amor ya que tenemos la gracia, sin la cual sería imposible pronunciar el nombre de Dios con fe, con amor. Es lo que dice la Epístola de hoy “Abba”, Padre; así, todos nuestros actos quedan vivificados por el espíritu interior y siendo un acto de la libertad, es un acto virtuoso.
Drama de cada hombre frente a esa elección trascendental, frente a Dios, frente a nuestro Señor que es signo de contradicción para aquellos que le rechazan. Que si ese rechazo dura hasta la hora de la muerte es lo que desencadena el infierno, la condenación eterna y de ahí que nosotros podamos ayudar como instrumentos a convertir a aquellos que a nuestro alrededor no quieren adherirse a Dios, que no quieren adherirse plenamente, o que retardan esa adhesión; poder ayudarles a través del ejemplo, de la profesión de la fe en la verdad y en el espíritu de Dios, con sencillez, no con violencia, no con presiones, sino con el espíritu de verdad que se impone por sí mismo, si es que aquella alma es tocada por la gracia de Dios.
En eso debe consistir no sólo el apostolado de la Iglesia, sino el de cada fiel. Que dicho sea de paso, me asombra ver cómo los fieles, no digo los recientes, sino los antiguos, cuando quieren convertir a alguien y sobre todo a la verdadera Iglesia, no los preparan, no hacen una catequesis sino que los traen como quien conduce animales llevándolos al monte, dejándole el problema al sacerdote, sin la mínima disposición de aprovechar ese conocimiento, esa amistad para evangelizarlos, sobre todo hoy, en la Tradición.
Si alguien viene a bautizarse o casarse en esta capilla que lo haga con el convencimiento de una catequesis tradicional; es un deber de cada fiel, eso es lo que significa el padrino; ese trabajo lo hace el padrino y atestigua la fe del otro, y muchos se extrañan cómo es que el padre no le da los sacramentos, y es que no se les pueden dar si no saben por qué vienen aqui; si les da lo mismo otra parroquia que esta capilla, pues que lo hagan en la otra, porque sencillamente uno tiene que saber en dónde pisa, a dónde va y cuál es la diferencia. Qué tal si una persona que se bautiza o se casa aquí , después tiene problemas con la partida de bautismo o de matrimonio; se la rechazan por los motivos de
ser quienes somos. Después nos vienen con el problema como si en este lugar estuviéramos engañando a la gente y de hecho ha pasado; no exagero, y ¿de quién es la culpa? Del sacerdote que imparte el sacramento sin suficiente catequesis y de aquellos que traen a esas personas y las dirigen a la capilla sin tomarse el trabajo de adoctrinarlos, creándose toda una situación de compromiso en la que no se gana nada y por eso Monseñor Lefebvre pedía y decía que los sacramentos son para los tradicionalistas porque se requiere un mínimo de conocimiento de lo que está pasando hoy en la Iglesia para recibir dignamente los sacramentos conforme los imparte la Iglesia y no que les dé lo mismo aquí que Allá
. Eso forma parte del apostolado que cada uno debe hacer cuando la ocasión se presenta y no pensar que ese es el trabajo exclusivo de los sacerdotes. El catecismo comienza en la casa, es deber del papá y de la mamá enseñárselo a los hijos, y el sacerdote lo que hace es reforzar, perfeccionar o corregir en el supuesto caso de que haya algún error; la educación comienza en casa y la educación católica mucho más; no lo olvidemos. Ese es el trabajo de los padres con sus hijos y de las familias con sus familiares y de los amigos con sus conocidos; es un deber de religión, es un deber de caridad.
Aprovechemos para reforzar nuestra fe en estas Navidades, para que el Niño Dios nazca, se consolide en nuestros corazones, para que nuestra fe crezca, sea lúcida, no sea la del carbonero, que sea una fe inteligente, que se ilumine en las cosas y los misterios de Dios, para que vivamos de esa fe, de esos misterios y podamos de algún modo irradiarlos a los demás y convertir las almas y llevarlas a Dios.
Que meditemos todas estas cosas como lo hacía nuestra Señora, quien conservaba y guardaba todos estos misterios en su corazón, de los cuales se nutría su alma y vivía así inmersa en la apreciación de las cosas de Dios, para que nosotros podamos también contemplarlas y no las del mundo que nos incita a la rebelión, al orgullo y al pecado. Hagamos estos votos en estas Navidades y pidámosle a nuestra Señora ser fieles a Cristo nuestro Señor. +
PADRE BASILIO MERAMO
31 DE DICIEMBRE DEL 2001
31 DE DICIEMBRE DEL 2001