El
Milenarismo Patrístico de los cuatro o cinco primeros siglos de la Iglesia, se
inicia por
vía
apostólica y especialmente por el Apóstol más amado San Juan Evangelista y
además
autor del
Apocalipsis (o Revelación) único libo profético del Nuevo Testamento, tal como
dice Mons.
Straubinger: “Apocalipsis, esto es Revelación de
Jesucristo, se llama éste misterioso
Libro, porque en él domina la idea de la segunda Venida de Cristo. Es el último de
toda la Biblia y su lectura es objeto de una bienaventuranza especial…”. (Nota introductoria
al Apocalipsis). Sin olvidar la Didajé o sea la Doctrina de los Doce Apóstoles (70/80),
sobre la cual dice en resumen el P. Padre Castellani: “Así
que en la Didajé se afirma
el punto que hemos llamado capital, o más aún, esencial del milenismo: dos resurrecciones;
como dicen el Apokalypsi y san Pablo”. (Alcañiz - Castellani,
La Iglesia Patrística y
la Parusía, ed. Paulinas, Buenos Aires 1976, p.100).
San Papías y
San Policarpo fueron los discípulos directos de San Juan. San Papías Obispo
de
Hierápolis (alred. año 130) sucesor de San Juan cuya autoridad abarcaba toda el
Asia
Menor, pero
lamentablemente despreciado por Eusebio de Cesarea, el primer historiador
eclesiástico,
que como buen arriano que era, lo pinta como corto de inteligencia, al
respecto el
P. Castellani observa: “De las dotes de Papías dice aquí Eusebio
de Cesarea: ‘Fue
de muy cortos alcances, como de sus escritos se puede colegir’ (H. E. III, 39)”. (Ibídem,
p.109). Estos dos Padres de la Iglesia fueron además mártires; San Policarpo
tuvo por
discípulo a San Ireneo (140-202), que fue Obispo de Lion y aunque relegado en
el olvido, no
nos acordamos que además de Obispo y Padre de la Iglesia, fue mártir y discípulo en
segunda generación de San Juan, lo cual relata el mismo San Ireneo diciendo: “Mas
Policarpo no sólo fue adoctrinado por los apóstoles y vivió en compañía de
muchos que
habían visto a Nuestro Señor, sino también fue nombrado por los apóstoles
obispo de Esmirna
en Asia, al cual le vimos también nosotros en nuestra juventud, porque él vivió muchos
años y en una vejez avanzada, (…) él enseñó siempre lo que había aprendido de los
apóstoles, lo cual transmitió también a la Iglesia, y es lo único verdadero”. (San
Ireneo,
Contra las Herejías, ed. Apostolado Mariano, Sevilla 1994, lib. III, p.20).
De aquí
vemos la línea del Milenarismo viene por vía apostólica directamente conectada
con el
Apóstol San Juan de manera evidente y explicita, doctrina que fue sostenida
también
entre otros como San Justino (100-163), San Teófilo (+182) Obispo de Antioquía,
San Melitón
(+antes de 195) Obispo de Sardes, San Hipólito mártir, San Victorino mártir y
Obispo de
Panonia Superior, San Metodio (250-312) Obispo de Olimpia y mártir, San
Ambrosio
(333-397) y el mismo San Agustín (354-430) en su primera etapa, por
Tertuliano
(160-222), Lactancio (260-siglo IV), Sulpicio Severo (360-420), también lo
sostuvieron,
entre otros muchos más.
El
Milenarismo Patrístico fue corrompido casi desde el inicio por el sacerdote
alejandrino
de origen
judío Cerinto, en vida del mismo San Juan, quien dijo según el testimonio de
San
Ireneo tal
como él mismo refiere: “Hay quienes le oyeron decir a Juan,
discípulo del Señor,
yendo en Éfeso a bañarse, cuando vio dentro a Cerinto, salió de las termas sin bañarse
por temor, según él, de que se desplomaran las termas porque se hallaba dentro Cerinto
enemigo de la verdad. Y Policarpo mismo respondió así a Marción, que en cierta ocasión
le salió al encuentro y le decía: ‘Reconócenos’, ‘te conozco como primogénito
de Satanás’.
Tan grande era la circunspección que tenían los apóstoles y sus discípulos qué ni
de palabra se comunicaban con alguno de aquellos que tergiversaban la verdad…”. (Ibídem,
p.20-21).
Santo Tomás
dice que San Juan escribió su Evangelio para combatir las herejías que habían
surgido de los gnósticos que negaban la divinidad de Cristo, tales como Ebion y Cerinto: “Porque
así como los otros Evangelistas trataron principalmente de los misterios de
la humanidad de Cristo, Juan trata especial y principalmente de la divinidad de
Cristo en
su Evangelio, como se dijo arriba; sin embargo no dejó de lado los misterios de
su humanidad;
porque aconteció que, después de que los otros Evangelistas escribieron sus Evangelios,
surgieron herejías sobre la divinidad de Cristo, las cuales sostenían que Cristo
era puro hombre, como Ebion y Cerinto falsamente opinaron”. (In Com.
Evan. Joanem, ed.
Marietti, Taurini 1925, Prol. p. 3). Con viene subrayar que Ebion fue sucesor, en sus ideas
y errores, de Cerinto.
Después de
Cerinto tenemos a Nepote (S. II- III) con su milenarismo judaizante y más tarde a
Apolinar de Alejandría (310-390) Obispo de Laodicea, de quien dice el P.
Alcañiz: “Pero
por defender el Hijo-Dios niega al Hijo-Hombre y por eso le condenó el Concilio
de C0nstatinopla”.
(Los Últimos Tiempos…, p.112). Apolinar negaba el alma humana de Cristo para
defender su unidad, herejía conocida como apolinarismo, la cual dio pie a otra herejía
denominada monofisismo.
El P.
Lacunza califica a Nepote entre los principales milenaristas judaizantes junto
con
Apolinar: “Estos
son los que se llaman con propiedad los Milenarios Judaizantes, cuyas cabezas
principales fueron Nepos Obispo Africano contra quien escribió San Dionisio Alejandrino,
sus dos libros de Promisionibus, y Apolinar contra quien escribió San Epifanio,
Haeresi LXXVII”. (La Venida del Mesías en Gloria y Majestad, ed.
Carlos Wood, Londres
1816, T. I, p. 79).
La
decadencia del milenarismo comienza con la decadencia del Apocalipsis (de aquí
-dicho
sea de paso-
el escaso o ningún comentario al Apocalipsis por los santos en esa época) al
perder
interés y no ser aceptado por todos, dado que se comenzó a atribuírsele
erróneamente
a Cerinto y no a San Juan Evangelista, esto por obra e influencia del famoso
Orígenes
(186-254) que a su vez lo tomó de Cayo (siglo II-III) sacerdote en Roma y que
cayó en la
herejía de los Alogos (que niegan la divinidad de Cristo), y además afirmaba
que
el
Apocalipsis no es de San Juan sino de Cerinto, tal como hace ver el P. Alcañiz en
estos
dos textos,
el primero de ellos: “Presbítero que vivió en Roma, pero al
parecer de origen griego.
Se ve que cayó en herejía y ésta fue al parecer la de los Alogos, que negaban
la divinidad
de Cristo. Ataca el reino del hereje Kerinthos con bodas y embriagueces entre los
resucitados. Dice que el Apocalipsis no es de San Juan, sino de Kerinthos”. (Los Últimos
Tiempos, ed. Publicaciones de los Solitarios, Lima-Perú 1977, p.108). El
segundo texto: “Causa
importante de la decadencia de la doctrina del reino, fue la decadencia del Apocalipsis
en los siglos IV y V. Comenzó como hemos visto en el siglo III, con los ataques
de Cayo que atribuyó el Apocalipsis al hereje Kerinthos; esta idea cundió por
Oriente. San Dionisio de Alejandría desprecia el Apocalipsis y niega que sea de
San Juan Evangelista”.
(Los Últimos Tiempos…, p.117).
Orígenes
hace suya la falsa e impía idea de Cayo, y dada su fama fragua la idea de que
el
milenarismo
viene del hereje Cerinto, y esto como una consecuencia, ya que está contenido en
el Apocalipsis, cuyo autor es para ellos Cerinto: “Ahora
bien, en el siglo III viene
Orígenes y estampa la idea asombrosa de que no hay más milenarismo que el de Kerinto,
que ese es el defendido por los santos Padres antiguos. Realmente pasma que un doctor
que conocía todo lo escrito en la Iglesia, sostuviese ideas falsas”. (Ibídem,
p.55).
El P.
Castellani dice a su vez que tanto Cayo como Orígenes combatían nada más que el
milenarismo
craso, no otro: “Regresando otra vez de África a Roma, encontramos
por fin al
primer escritor antimilenarista. Cayo el Presbítero (siglo II y III) que
persigue al milenarismo;
al craso empero, el que Kerinthos había creado. Del otro empero no dijo cosa,
importante por lo menos; pues Eusebio, celoso en recoger testimonios antimilenistas
y transcribirlos, sólo transcribe de Cayo lo contra Kerinthos y no hubiese omitido
lo que más hubiese. Sabemos sin embargo que Cayo no fue en forma alguna Kiliasta,
porque atribuye la paternidad del Apokalypsi a Kerinthos; más aún parece que hizo
sustraer a Juan Evangelista su Evangelio, por la afirmación de la divinidad de Cristo
que el él se contiene”. (Iglesia Patrística…, p. 308).
Uno de los
motivos, tal como hace ver también el P. Alcañiz, fue el error de atribuir el
Apocalipsis
a Cerinto y esto fue refrendado por un santo como San Dionisio de Alejandría
(200-265)
discípulo de Orígenes: “San Dionisio dice: ‘No me atrevo a
rechazar del todo ese
librejo pero excede del todo mi comprensión’… ‘Y que sea del apóstol -San Juan-
no lo concederé fácilmente’. Como el Apocalipsis era entonces la fuente capital
del reino mesiánico,
no es extraño que San Dionisio no lo admita, como por su oposición a Nepote se
colige”. (Los Últimos Tiempos…, p.108).
El P.
Castellani confirma que San Dionisio fue discípulo de Orígenes: “Dionisio
nació
probablemente
en Alejandría de padres paganos cerca del año 200. Adherido al cristianismo
y hecho discípulo de Orígenes, presidio la escuela catequística alrededor del 232
y más tarde de la misma Iglesia Alejandrina”. (La Iglesia
Patrística…, p.191). Y más adelante
recalca lo mismo: “Pero tanto Cayo en Roma como Orígenes en
Alejandría impugnaban
solamente el kiliasmo kerinthiano, sin decir nada del otro. No así San Dionisio
(alred. 200-alred. 265), obispo de la misma urbe alejandrina y discípulo de Orígenes”.
(Ibídem, p. 309).
De Eusebio
de Cesarea (265-340) primer historiador de la Iglesia y por lo mismo considerado
el Padre de la Historia Eclesiástica, el P. Castellani hace la siguiente reseña que conviene
tener muy en cuenta: “Nacido en Palestina, estudió letras en
Cesarea, siendo su
maestro el mártir Pánfilo y fue creado Obispo de Cesarea el 331. Largo tiempo
ejerció
no
leve influencia sobre el Emperador Constantino vuelto arriano, suscribió empero
al Concilio
Niceno, pero como parece, sólo de labios afuera para complacer al Emperador; pues
ni se alejó de los Arrianos ni empleó jamás la palabra prescripta ‘omoúsios’
respecto al
Hijo de Dios; ‘connatural’ al Padre. El segundo Niceno, o sea el Concilio
Ecuménico séptimo,
reprende severamente a Eusebio: ‘¿Quién ignora -se dice en la sesión sexta- que
Eusebio el de Pánfilo, arrebatado de réprobo ánimo haya consentido y colaborado
con la opinión de aquellos que siguen la impiedad de Arrio? Si alguno quisiera
defenderlo recordando
que firmó en el Primer Sínodo, concedemos que así fue; pero con la boca confesó,
su corazón anduvo lejos … Si con el corazón creyera, ciertamente se hubiera disculpado
de sus escritos y los hubiese corregido; y hubiese dado satisfacción de sus cartas;
cosas todas que no hizo. Quedó no más el negro debajo del vestido blanco…’. Eusebio
es empero un notable y erudito escritor, que había sido llamado el ‘Padre de la
Historia
Eclesiástica’. Que fue antimilenista parece de inmediato del hecho de que en
sus libros
recoge con gran solicitud todo lo que al milenismo o a los milenistas deshonra;
y calla
lo que podría favorecerlos; de donde casi todos los testimonios en contra del milenismo
en los primeros siglos, nos han sido suministrados por Eusebio”. (La Iglesia Patrística…
p. 325-326).
¡Qué se
puede esperar! con semejante Padre de la Historia Eclesiástica que
obligadamente
es la fuente
y referencia universal de la historia de la Iglesia; nada de raro tiene que el
Antimilenarismo
quedase asentado y proyectado hacia las generaciones futuras, como de
hecho ha
sido el caso hasta hoy día, con semejante primer historiador de la Iglesia,
antimilenarista
y arriano.
Para ser
exactos, hay que precisar en el texto anteriormente citado, donde el P.
Castellani
pone
‘connatural’ hay que decir consubstancial, pues no es lo mismo ser connatural o
de la
misma
naturaleza, que ser consubstancial o de la misma substancia, es evidente que el
término homoúsios
en griego es ambiguo y no tiene la misma precisión que el término
latino
consubstancial, ya que ousía (ουσία) significa
en griego tanto la esencia o la naturaleza
(substancia segunda), como la substancia primera, el supuesto, el subsistente,
el ente. El
término latino consubstantialiter, tiene una
precisión metafísica-teológica que no tiene el
término griego homoúsios, dado que el
término ousía del cual proviene, es ambiguo o
equivoco en griego, pues puede significar tanto la esencia o naturaleza como la substancia
como ya se dijo. Un ejemplo para que se vea la enorme diferencia es que todos los hombres
son de la misma esencia o naturaleza pero no son de la misma substancia, son entitativa y
numéricamente distintos (son cosas distintas), son connaturales pero no son consubstanciales.
Luego queda claro que dos hombres son de la misma naturaleza, pero no de la misma
substancia, no son idénticos, son dos seres distintos, no son un hombre, son
dos hombres
distintos.
Dada la
importancia de esto y para que se vea que no es una cosa en el aire sino que es
algo
real, triste
y heréticamente un hecho, el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica
(Posconciliar),
ed. Paulinas, Bogotá 2000, n°467, p.157, citando el Concilio de Calcedonia
(451), pero
traduciendo mal el término griego homousios, dice así la
siguiente herejía:
“Siguiendo,
pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que confesar a un
solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad y
perfecto en la humanidad;
verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional
y cuerpo; consubstancial con el Padre según la divinidad y consubstancial con nosotros
según la humanidad”. Pero para mayor asombro de la mala fe de estos
perversos herejes que
saben muy bien la que hacen, al exponer el Credo si traducen el mismo término homousios
en el otro sentido que les conviene según su mentalidad herética, pues
podrían haberlo
traducido en el mismo sentido suponiendo que fue un error de simple traducción inadvertido,
pero no, como no les conviene a su mentalidad neo-arriana o neo-alogos (niegan la
divinidad de Cristo y su consubstancialidad con Dios-Padre), dicen así refiriéndose
a Nuestro Señor Jesucristo: “de la misma naturaleza del Padre”, cuando deberían
decir: consubstancial al Padre, máxime
cuando más adelante sí ponen consubstancial
al hombre traduciendo el mismo término según su conveniencia.
No se trata,
entonces de un error de traducción sino de un designio fríamente calculado
como consta.
El Concilio de Calcedonia correctamente traducido del griego, lo que dice es:
“consubstancial
con el Padre según la divinidad, y connatural con nosotros (con el hombre)
según la humanidad”. Los arrianos no aceptaban la
consubstancialidad de Cristo, pues negaban
la divinidad de Cristo, la identidad divina con el Padre. La consubstancialidad
es lo único que garantiza la unidad y la unicidad Absoluta de Dios uno y único (un
solo Dios verdadero y no tres dioses) en la relatividad trinitaria de las Tres Personas
divinas realmente distintas según el origen. La Absoluta Unidad en la Relatividad
Personal Trinitaria. Es el Misterio de la Santísima Trinidad, el Misterio de
los Misterios de
la fe católica.
Esta parece
ser la razón profunda y última del antimilenarismo: la herejía, la negación de
la divinidad
de Cristo, el alogos niega tanto la divinidad de
Cristo como el Arrianismo, el
cual nace en
Alejandría con Arrio en la misma ciudad de donde proviene Orígenes, pues
para
sorpresa de mucho o quizá de todos, pasó desapercibido lo que dice Santo Tomás
respecto de
Orígenes, cuando niega la divinidad del Verbo: “Debe
saberse también que, con
respecto a esta expresión, Orígenes erró torpemente, por el modo de hablar que
se tiene
en griego, teniendo así ocasión su error. Pues es costumbre entre los griegos
que a cualquier
nombre, anteponen el artículo, para designar cierta diferencia. (…) Orígenes blasfemó
[al decir] que el Verbo no sería Dios por esencia, aunque sea esencialmente el Verbo;
sino que es llamado Dios por participación: puesto que sólo el Padre es Dios
por esencia;
y así sostenía que el Hijo era menor que el Padre”. (In Com. Evang. S. Joannem, c.I, lec. 1,
p.17). Y este otro texto donde, además, niega Orígenes la divinidad del
Espíritu Santo: “En
segundo lugar, hay que evitar el error de Orígenes, el cual dice que el
Espíritu Santo
entre todas las cosas, ha sido hecho por el Verbo, de lo que se sigue que Él es
una criatura,
lo cual sostuvo Orígenes. Pero esto es herético y blasfemo; puesto que el
Espíritu Santo es de la misma gloria, sustancia y divinidad con el Padre y con
el Hijo, (…) En tercer lugar, debe evitarse otro error del mismo Orígenes. Pues
él dijo que de tal manera ha sido hechas las cosas por el Verbo, como algo es
hecho por lo mayor a través de lo menor, como si el Hijo fuera menor, y como un
instrumento del Padre”. (Ibídem, p.20). Lo cual es un precedente del
arrianismo que ha pasado desapercibido. Es curioso ver como el antimilenarismo
en el fondo gira en torno a la negación de la divinidad de Cristo, tanto al
rechazar o desconfiar del Apocalipsis como del milenarismo allí contenido.
Queda claro
que el problema básicamente viene por no admitir la divinidad de Cristo, y por
eso, tanto
Cayo como Orígenes, niegan en última instancia que el Apocalipsis sea de San
Juan, el
cual expresa la divinidad de Cristo como Rey Universal cuando vuelva a
instaurar
su reino en
esta tierra con todo el poder de su Gloria y Divina Majestad, y en
consecuencia,
niegan
también el milenarismo allí contenido, puesto que no hay más milenarismo que el
craso y
carnal del hereje Cerinto. Eusebio de Cesarea combate el milenarismo por igual
motivo, ya
que como arriano niega la divinidad de Cristo; qué se puede esperar para el
futuro con
un historiador arriano y para colmo el primer historiador de la Iglesia. No es
de
extrañar,
que el Milenarismo Patrístico cayera en el olvido. Claro que hay también otras
razones como
hace ver el P. Lacunza como más adelante veremos.
Tanto Cayo
como Orígenes, los primeros impugnadores del Apocalipsis y del Milenarismo,
condenan el
milenarismo craso-carnal sin decir nada del Milenarismo Espiritual o Patrístico,
(aunque este tampoco les interesa mucho que digamos, ya que es la expresión
culminante
de la divinidad de Cristo como Rey Universal Todopoderoso, y esto se interpreta
posteriormente como una condena a todo milenarismo o lo que huela a tal, pasma tal
mediocridad y falta de discernimiento, si es que no hay detrás un secreto odio diabólico
escondido. Tal mediocridad (en el caso que lo sea) es hoy imperdonable, y no tiene
presentación. Que haya habido un desliz de parte de San Jerónimo al involucrar falsamente a
los que como San Ireneo profesaban el Milenarismo Patrístico (por el motivo que fuera)
no justifica que semejante miopía, perdure hasta hoy con todas las pruebas que así lo de
muestran.
El error de
San Jerónimo no fue el de combatir el falso milenarismo herético de Cerinto, ni
el
milenarismo judaizante de Nepote y Apolinar, eso se tenía que hacer, el error
fue asociar
o involucrar
el milenarismo de los Santos y Mártires con el que con energía combatía. No
distinguió,
los metió en el mismo saco, pero sin atreverse a condenarlo por los santos y
mártires que
lo profesaron. Pero esto puede tener un atenuante digno de considerar, en lo
que dice el
P. Alcañiz del confusionismo de Kerintho y de Apolinar: “Esta
fue otra causa
del
descrédito de la doctrina del reino. No se conservan los escritos de ninguno de
esos dos
escritores, pero según lo que ellos dicen, negaron el reino de los viadores, y
por consiguiente,
aplicaron a los resucitados todo lo que la Biblia atribuye al Reino mesiánico,
incluso la fecundísima procreación de hijos, además todos los puntos del Levítico,
aún la circuncisión también. (…) Creyeron ésos que, los Padres atrás enumerados,
ninguno de ellos admitía viadores en el reino, y por consiguiente, los identificaron
con Kerintho y Apolinar. Véase a San Jerónimo que fue quien con más furia y
pertinacia atacó la doctrina del reino terrestre”. (Los Últimos
Tiempos…, p.116-117).
Y más
adelante recalca: “Los Padres de los siglos IV y V, opuestos
a la doctrina del reino, no
entendieron que en él habría viadores o mortales. Faltando estos falta la razón
capital de
tal reino. ¿Para qué ha de venir? ¿Para los resucitados?, para eso ya está la
gloria eterna”.
(Ibídem, p.118).
Dada la
admiración que San Jerónimo (342-419) le tenía a Orígenes, hace suya la idea errónea de
éste, y se puede apreciar cómo pudo prosperar el Antimilenarismo, entre otras razones, tal
como señala el P. Alcañiz: “San Jerónimo, un idólatra de Orígenes, se
tragó
los
infundios origenistas sobre el milenarismo, con su estilo violentísimo machacó
tan furiosamente
sobre el reino milenario, que toda la Iglesia de Occidente, trastornada por la
enorme autoridad del dálmata, abominó del milenarismo. Queda uno asombrado de que
el eruditísimo San Jerónimo, que había estudiado los escritos de todos los
Santos Padres
sobre el milenarismo, no viese que este de los Santos Padres, no es el del
hereje Kerintos”.
(Ibídem, p.55). Y he aquí el reproche que el P. Alcañiz le hace a San
Jerónimo: “Realmente
estos dos grandes doctores de la Iglesia procedieron con ligereza inexcusable, tratándose
de dogma tan capital, como lo es el plan divino, tocante a la redención en el orden
social, en los bienes del cuerpo y el mundo material; precisamente en aquello
que hoy más preocupa al mundo; y tratándose de una cuestión muy delicada para
el honor del Verbo Encarnado, a saber: si ha de tener en la tierra un reino
típico suyo sólo o he de tener solamente el reino de la bienaventuranza eterna,
común a las tres Personas Trinitarias. Este fallo de la Iglesia no podía quedar
impune en el futuro”. (Ibídem, p. 56.). Léase o entiéndase fallo de los
hombres de la Iglesia, para evitar confusiones o errores, pues son errores de
los hombres de Iglesia y no de la Iglesia, que no es lo mismo.
La gran
admiración de San Jerónimo por Orígenes queda evidenciada por sus propias palabras: “Tenía
tal autoridad que escribe San Jerónimo: ‘cuando Orígenes habla, los
demás
callan’ ”. (Ibídem, p.107).
No hay que
olvidar que Orígenes dado su rigorismo exegético, tomando al pie de la letra
las
Escrituras,
se llegó a mutilar castrándose, por interpretarlas cruda y bárbaramente, por un
sentido
literal crudo; claro está que después de haber cometido tan evidente y craso
error,
si seguía en
esa tónica, lo más seguro es que se tendría que cortar la cabeza, no quedándole
entonces
sino como opción, el alegorizar para no terminar decapitándose.
Al respecto
dice el P. Lacunza que Orígenes: “Siendo joven tuvo la desgracia de
entender y
practicar
en sí mismo un texto del Evangelio, no digo ya según su sentido obvio y
literal, que
esto es falsisísimo, sino un sentido grosero, ridículo, ajeno del espíritu del
Evangelio, y
de la letra misma, que no dice, ni aconseja tal cosa. Como esta mala
inteligencia le costó tan cara, empezó desde luego a mirar con otros ojos toda
la estructura, inclinando siempre
su inteligencia, no ya a lo que decía, sino a alguna otra cosa distintísima,
que no decía.
Casi cada palabra debía tener otro sentido oculto, que era preciso buscar, o adivinar;
y la Escritura en sus manos, ya no era otra cosa que un libro de enigmas. Alegaba
para esto el texto de San Pablo (2 Cor. c.3, v.6) ‘la letra mata, el espíritu vivifica’;
el cual entendía del mismo modo y con la misma grosería, con que había entendido
aquel otro: hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el reino de los cielos
(Mat. c.19, v.12.). Fundado en un principio tan falso, como era la inteligencia
de ‘la letra
mata’, ¿qué maravilla que errase tanto? Maravilla hubiera sido lo contrario;
como lo
es que sus errores no fuesen más y mayores de los que se hallan en sus
escritos. (Si acaso
son suyos, y no prestados, por los infinitos enemigos, que tuvo, con todos los errores,
que corren en su nombre, que esto no está todavía bien decidido)”. (La Venida
del Mesías en Gloria y Majestad, ed. Carlos Wood, Londres 1816, p. 22-23).
Aunque Santo Tomás como
vimos le imputa a Orígenes su blasfemia y error por negar con los gnósticos ebionitas la
divinidad de Cristo.
Con relación
a la mutilación que Orígenes se autopropinó, el P. Castellani dice: “Orígenes
nació
en Egipto, Alejandría probablemente, entre el 183 y 186 del griego Leónida que
el año
202 padeció el martirio. Fue el director de la Escuela Alejandrina a los 17
años de edad.
Después de la persecución en la que fue ejecutado su padre, Orígenes se entregó
a un ascetismo austerísimo, y se cuenta dél que interpretando crudamente una
palabra de Cristo,
se hizo castrar”. (La Iglesia Patrística…, p. 185).
Aunque fue
un genio no hay que olvidar que Orígenes cayó, además de las herejías
mencionadas
contra la divinidad del Verbo y del Espíritu Santo, en la herejía de redimir a
todos los
condenados en el infierno: Satanás y todos sus secuaces, y de todos los hombres
(apocatástasis
o palingenesia final de toda creatura), otorgándoles una especie de felicidad
natural
(limbo) anulando o suprimiendo el infierno. Pasa de una apocatástasis
escriturística
de renovación o restauración producida por la Parusía a una restauración
exagerada y
herética, en la cual no hay más infierno (o queda vacío), pues ya no hay
condenados.
Quizás por
todo esto, aunque Orígenes murió a causa de las heridas recibidas, la Iglesia
nunca lo
consideró ni lo veneró como mártir: “Tanta autoridad adquirió en ese tiempo dentro
de la Iglesia que San Jerónimo testifica: cuando habla Orígenes, los demás se
dan por
mudos (apud Rufinum, M.L. XXII, 599). Encendida la persecución de Decio,
Orígenes sufrió
torturas tamañas, testífice Eusebio, que rindió su alma al poco tiempo exhausto,
a los
69 años de edad”. (Alcañiz - Castellani, La Iglesia Patrística y
la Parusía…, p.186).
Se ve como,
entonces, a causa de la autoridad y la fama de Orígenes y la gran admiración
que le tenía
San Jerónimo, surge una errónea apreciación sobre el milenarismo que se
acredita en
la Iglesia a tal punto que aun hoy en día esa es la idea que impera erróneamente,
aunque hubo otros motivos que coadyuvaron.
El P.
Lacunza da como causa del desprestigio y del olvido del milenarismo, el combate
contra la
herejía del milenarismo carnal de Cerinto: “Esta llave
preciosa, e inestimable, tuvo
la desgracia de caer casi desde el principio en las manos inmundas de tantos herejes,
y aún no herejes pero ignorantes, y carnales; y esta parece la verdadera causa de
haber caído con el tiempo en el mayor desprecio, y olvido el reino de Cristo en
su segunda
venida, glorioso y duradero, quedando como confundida en el polvo, y escondida
como margarita perdida en estiércol. Es verdad, que no por esto ha estado del todo
invisible; la han visto y observado bien aunque algo de lejos, por no
contaminarse, los
que debían abrir ciertas puertas, hasta ahora absolutamente cerradas en la
Escritura Santa;
mas no atreviéndose a tomarla en la mano, han porfiado y porfiarán siempre en
vano,
pensando abrir aquellas puertas con violencia, o con maña, o con otras llaves extrañas,
que ciertamente no se hicieron para ella. Los padres y doctores Milenarios antiguos
de que hablamos, no tuvieron esas delicadezas; tomaron la llave con fe
sencilla, y
con valor intrépido, la limpiaron de aquel lodo e inmundicia, que tanto la
desfiguraba, y
con esta sola diligencia abrieron las puertas con gran facilidad. Esta es toda
su culpa y todo
su delito. No obstante es preciso confesar (pues aquí no pretendemos hacer la apología
de estos doctores, ni defender todo lo que dijeron, ni pensamos fundarnos de modo
alguno sobre su autoridad) es innegable, digo, que a lo menos no se explicaron
bien,
y habiendo abierto las puertas, no abrieron las ventanas; quiero decir, no se detuvieron
a mirar despacio, y a examinar con atención todas las cosas particulares que había
adentro. Pasaron la vista sobre todo muy de prisa, y muy superficialmente,
porque tenían
muchas otras cosas para aquellos primeros tiempos de mayor importancia, que les
llamaban toda la atención. Esto mismo observamos en los doctores más graves del
IV y
V siglo, que aunque sapientísimos y elocuentísimos, no siempre se explicaron en algunos
puntos particulares, cuanto ahora deseamos y habíamos menester. También es innegable,
que muchos Milenarios aún de los católicos y píos, pero poco espirituales, abusaron
no poco del cap. XX del Apocalipsis, añadiendo de su propia fantasía, cosas que
no dice la Escritura y pasando a escribir tratados, y libros que más parecían
novelas sólo buenas para divertir a los ociosos. Mas al fin esas novelas, esas
fábulas, esos errores groseros, e indecentes, o de herejes, o de Judíos, o de
Judaizantes, o de católicos ignorantes,
y carnales (por cuanto se quieran abultar, y ponderar) no son del caso. ¿Por qué?,
porque ninguna de estas cosas se lee en las Escrituras”. (La Venida
del Mesías…, p.82-83-84).
“Mas
no solamente San Basilio, sino también San Justino, San Ireneo, San Victorino, Sulpicio
Severo, Tertuliano, Lactancio, y otra gran muchedumbre de doctores católicos y santos,
que fueron Milenarios, podrán quejarse, y con mucha mayor razón, por lo que tocaba
a ellos mismos, de Apolinar, de Nepos, y de todos los secuaces; pues los despropósitos
que estos añadieron fueron la causa, o la ocasión, mucho más que las groserías
de Cerinto de que al fin todo se confundiese, y que por castigar y aniquilar a
los culpados,
no se reparase en tantos inocentes, que con ellos comunicaban únicamente en el asunto
general. En efecto estas dos legiones de Milenarios Judaizantes partidarios de Nepos
y de Apolinar, y los libros que salieron contra ellos así de San Dionisio como
de San
Epifanio, parece que forman la época precisa de la mudanza entera, y total de
ideas sobre
la venida del Señor en gloria y majestad. Hasta entonces se había entendido la Escritura
Divina como suena según su sentido propio, obvio y literal; por consiguiente se habían
creído fiel, y sencillamente todas las cosas, que sobre esta venida del Señor,
nos dice
y anuncia la misma Escritura Divina; y si había habido algunas disputas, estas
no tanto
habían sido sobre las cosas mismas, sino sobre el modo indecente y mundano con que
hablaban de ellas, los herejes y los Judíos. Mas habiendo llegado después de
esto las legiones de Judaizantes, se tomaba mucho de los unos y de los otros y
que eran mucho más doctos, o más disputadores que ellos, todo se empezó luego a
desordenar, a obscurecer,
y a confundir la verdad con el error. (…) En estos tiempos de obscuridad se hallaban
los doctores católicos ocupados enteramente en resistir y confutar a los Arrianos
infinitamente más peligrosos que todos los Milenarios; pues tocaban inmediatamente
a la persona misma del Mesías y a la sustancia de la religión. Por tanto no
les era posible, aplicarse de propósito al examen formal y circunstanciado de
este punto,
ni tomar sobre sí un trabajo tan grande, como era separar, según las Escrituras, lo
precioso de lo vil, que en los Milenarios Judaizantes estaba tan mezclado. No
obstante deseando
alejarse y alejar a los fieles así del Judaísmo, como de las ideas indecentes
de los
herejes (pues ambas cosas parece que adoptaban en gran parte los Judaizantes)
les
pareció
por entonces lo más acertado, no consentir con ellos en cosa alguna, sino
cortar el
nudo con la espada de Alejandro, negándolo todo, sin distinción ni
misericordia”. (Ibídem,
p.99–100-101).
Anteriormente
a San Jerónimo hubo dos Santos Padres de la Iglesia que combatieron el
milenarismo
judaizante, San Dionisio (contra Nepote) y San Epifanio (contra Apolinar).
Sobre San
Dionisio de Alejandría, el P. Lacunza dice: “Este santo
doctor escribió una obra
dividida
en dos libros, que intituló De Promisionibus, en ella impugnó así los errores groseros
de Cerinto, como principalmente un libro que andaba por entonces en manos de todos,
cuyo autor era un Obispo de África llamado Nepos (…) Se conoce evidentemente que
San Dionisio no tuvo en mira otra cosa, que los excesos ridículos de Nepos, sus pretensiones
particulares sobre la circuncisión, y la observancia de la ley de Moisés, a que
se añadían otros errores muy parecidos a los de Cerinto”. (Ibídem,
p.88-89). Y agrega: “Si
el libro de San Dionisio no contenía otra cosa, que la irrisión, y la impugnación
de todo esto que acabamos de decir, cierto que no habla en modo alguno de los
Milenarios Inocuos, sino con los Judíos, o Judaizantes”. (Ibídem, p.
90-91).
Queda más
que claro como dos Santos Padres, como San Dionisio y San Epifanio, combaten el
milenarismo craso o carnal (herético) y el milenarismo judaizante, y por seguir a
Orígenes no hacen distingos cual si no hubiera más; pues para Orígenes no había sino un
único milenarismo, el del Hereje Cerinto, y que el Apocalipsis tiene por autor
a Cerintio: “Yo
sin embargo no oso del todo rechazar el librillo, principalmente viendo que muchos
hermanos lo tienen en mucho; pero del he concebido la siguiente opinión; que como
quiera que excede del todo mi comprensión, juzgo que debe esconder alguna del todo
peculiar y arcana inteligencia y misterio de las cosas. Pues aunque yo no lo entiendo,
sospecho sin embargo que algún significado superior subyace en sus palabras. Así
no quiero medirlo con mis mientes, pero concediendo más a la fe, lo reputo más sublime
de lo que yo sabría entender. Y no condeno las cosas que no puedo entender,
sino al contrario, tanto más las admiro cuanto menos las capto … Así que no
dudo de que Juan
se llamó su autor y por Juan fue escrito; y confieso que fue necesario a eso un
varón inspirado
del Espíritu Santo, pero que él haya sido el apóstol, hijo de Zebedeo, hermano de
Yago, de quien es el Cuarto Evangelio y la Epístola llamada Católica, eso no lo concederé
fácilmente; pues del mismo genio y giro del habla y de toda la composición y condición
de ambos libros conjeturo no son de un solo y mismo escritor… (Eus. H.E. VII, 25)”. (La
Iglesia Patrística…, p.192-193).
San Dionisio
fue el primer santo que impugnó el Apocalipsis por seguir el parecer de su
maestro
Orígenes, no considerándolo escrito por San Juan aunque sí un libro inspirado
por otro
autor (lo cual hoy sería herético), así Mons. Straubinger dice en su traducción
de
la Biblia de
los Textos Originales: “Vigouroux, al refutar a la crítica
racionalista, hace notar
cómo éste reconocimiento del Apocalipsis, como obra del discípulo amado fue unánime
hasta la mitad del siglo III, y sólo entonces ‘empezó a hacerse sospechoso’ el divino
Libro a causa de los escritos de su primer opositor Dionisio de Alejandría, que dedicó
todo el capítulo 25 de su obra contra Nepos a sostener su opinión de que el Apocalipsis
no era de San Juan ‘alegando las diferencias de estilo que señalaba con su sutileza
de alejandrino entre los Evangelios y Epístolas por una parte y el Apocalipsis
por la
otra’. Por entonces la opinión de Dionisio era tan contraria a la creencia
general que no
pudo tomar pie ni aún en la Iglesia de Alejandría, y San Atanasio, en 367,
señala la necesidad
de incluir entre los Libros santos al Apocalipsis, añadiendo que allí están las
fuentes
de la salvación’. Pero la influencia de aquella opinión, apoyada y difundida
por el historiador
Eusebio, fue grande en lo sucesivo y a ella se debe el que autores de la importancia
de Teodoreto, S. Cirilo de Jerusalén y S. Juan Crisóstomo en todas sus obras no
hayan tomado en cuenta ni una sola vez el Apocalipsis (véase en la nota a 1, 3
la queja del 4° Concilio de Toledo). La debilidad de esa posición de Dionisio
Alejandrino la señala el mismo autor citado mostrando no solo la ‘flaca’ obra
exegética de aquél, que cayó en el alegorismo de Orígenes después de haberlo
combatido, sino que también, cuando el cisma de Novaciano abusó de la Epístola
a los Hebreos, los obispos de África adoptaron nuevamente como solución el
rechazar la autenticidad de ese Libro y Dionisio estaba entre ellos (cf.
Introducción a las Epístolas de S. Juan). ‘S. Epifanio, Durand había de llamarlo
sarcásticamente (a esos impugnadores) los Alogos, para expresar en una sola palabra,
que rechazaban el Logos (razón divina) ellos que estaban privados de la razón humana
(a-logos)’. Añade el mismo autor que el santo les reprochó también haber atribuido
el 4° Evangelio al hereje Cerinto (como habían hecho con el Apocalipsis), y que más
tarde su obra fue repetida por el presbítero romano Cayo, ‘pero el ataque fue
pronto rechazado
con ventaja por otro presbítero romano mucho más competente, el célebre S. Hipólito
mártir’ ”. (Nota Introductora).
Sobre San
Epifanio, el P. Lacunza dice: “El segundo Santo Padre que se cita es San Epifanio,
que escribió cien años después de San Dionisio de Alejandría. Este santo doctor en
su libro Adversus Haereses, es cierto que habla dos veces de los milenarios, y
contra ellos.
La primera, Haeresi XXVIII solamente habla de Cerinto, y habiendo propuesto sus particulares
errores, los confuta fácilmente con el Evangelio y con San Pablo; la segunda, Haeresi
LXXVII, habla de Apolinar y sus secuaces”. (Ibídem, p.91-92). El tercero
fue San Jerónimo y
el cuarto San Agustín.
De otra
parte aunque el P. Lacunza trata de pasar por alto (disimula) el desliz o inadvertencia
de San Jerónimo diciendo que nada dice contra el Milenarismo Patrístico,
que lo único
que ataca y con razón es el milenarismo craso y herético de Cerinto: “Luego
es
claro
que San Jerónimo en este lugar habla solamente de Cerinto”. (La Venida
del Mesías…, T.
I p.95); sin embargo, no dice que San Jerónimo mete a todos en un mismo saco, es
decir, involucra, dentro de la misma perspectiva, a Cerinto y a los Padres milenaristas.
En cambio el P. Castellani muestra como San Jerónimo sin distinciones los equipara,
los asocia, pero por reverencia a los Santos y Mártires que fueron
milenaristas, aunque despotrica
contra ellos, no se atreve a condenarlos; este fue el doble error de San Jerónimo:
asociar (confundir) lo que es distinto, de una parte, y de otra parte la contradicción
de no condenar lo que era para él reprobable.
Tenemos aquí
el testimonio: “Se trata pues del milenismo craso, el
cual profesan según Jerónimo
‘los judíos y los judaizantes nuestros, no nuestros mientras judaícen’. Destas palabras
parece colegirse que Jerónimo incrimina de herejía a aquellos milenistas católicos
que se rehúsa a llamar ‘nuestros’. (…) Como se ve trata otra vez del milenismo carnal
atribuido por nuestro Doctor a los judíos y ‘nuestros judaizantes’. (…) De modo que
San Jerónimo moteja siempre el milenismo craso, opinión que atribuye a bulto y carga
cerrada a todos los milenistas. No menos que una docena de lugares más,
idénticos a estos, podrían aducirse del Comentario de Isaías (XIX, 22; XXV, 1;
XXXV, 3; LIV, 1; etc., etc.). (…) Como se ve San Jerónimo golpea acerbamente al
milenismo craso que atribuye a los judíos y a los que llama continuamente
‘nuestros judaizantes’ y ‘los semijudíos’.
¿Quiénes son estos semijudíos? Pues son los Santos Padres que vimos hasta ahora
y todos los fieles que los siguen. Como se ve por todas sus palabras, San
Jerónimo suncha juntos a todos los milenistas católicos en un paco sin que
nunca venga a sus mientes la distinción entre milenismo carnal y espiritual. Lo
cual para dejar fuera de duda,
transcribiremos un párrafo del Com. a Ezequiel (XXXVI, - M.L., XXV, 338) harto explícito.
‘Y
como sería enojoso ahora perseguir largamente el dogma judaico y la beatitud
del vientre
y del paladar judaico, que codicia todo lo terreno y dice: comamos y bebamos,
del cual
el apóstol dijo: pasto del vientre y vientres para el pasto (I Corintios, VI,
13), brevemente
pasemos al sentido espiritual, según el cual ya hemos interpretado gran parte
del Isaías. Puesto que no esperamos la Jerusalén de oro y gemas de las fábulas judaicas,
que ellos llaman ‘deutéroseis’ (o sea, tradicionales) ni vamos a soportar la injuria
de la circuncisión, ni sacrificar a Dios toros y borregos, ni dormir en ocio
todo el sábado.
Lo cual prometen muchos de los nuestros, y principalmente el libro de Tertuliano…
y Lactancio… y Victorino Petabionense… y nuestro Severo… etc. Y entre los
griegos
juntare al primero y al último nombre con Ireneo y Apolinar…’.
Más
claro no es posible. San Jerónimo atribuye al milenismo craso que tanto lo
irrita a los
grandes Padres de la Iglesia Latina, desde Tertuliano a Sulpicio Severo, de los
cuales menciona
a los principales y para que no haya resquicio de confusión en yunta al final
el milenismo
de San Ireneo con el grosero kiliasmo del hereje Apolinar”. (La Iglesia Patrística…,
p. 261-262-263-264-265).
Es evidente
y asombroso ver como un gran santo como San Jerónimo no haya hecho las
distinciones
pertinentes que el tema impone, porque esto daría la impresión que es como
aquel que
por querer espantar o matar la mosca que está sobre el pastel, de un manotazo
acaba con la
mosca y el pastel. Por esto el P. Castellani dice: “A
todos los milenistas católicos
atribuye pues Jerónimo el más crudo kerinthiano. Como a un toro el trapo rojo lo
saca de quicios el sólo nombre de sus adversarios. Esta inquina del santo causa principal
del abandono (hasta qué punto, más tarde veremos) del milenismo por San Agustín,
deberá ser explicada históricamente. No se trata de esas manías inocentes propiedad
de los escritores. ¿Habrá hecho estragos el kiliasmo carnal entonces en las Iglesias
conocidas por Jerónimo? ¿Será solamente el temperamento puritano y peleador del
tempestuoso friulano?
Aquí
San Jerónimo no dejaba de ver que se le alzaba una objeción grave: pues si a
una mano
tantos Padres y Doctores y aquella ‘ingente multitud’ de fieles abrazaba el milenismo
judaico: y a otra mano, esa doctrina era judaica, hay que decir que todos ellos cayeron
en herejía. ¿Qué responde Jerónimo a este obvio reparo? (…) ‘… Aunque es verdad
que los Judíos creen en la restitución de una Jerusalén de oro y gemas, y de
nuevo víctimas y holocaustos, y casamientos de los Santos y el Reino terreno de
Cristo Salvador:
cosas que, aunque no sigamos no podemos empero condenar, porque muchos de
los varones eclesiásticos y de los mártires las dijeron. Y así, cada cual
abunde en su sentido,
y a Dios se reserve la resolución’ (M.L. XXIV, 801). Esta solución enaltece la reverencia
de Jerónimo hacia los Padres y Mártires; pero espanta que no ose ‘condenar’ aquel
milenismo grosero y judaico de que habla, aquí como doquiera. Pues admitir
entre los
Santos resucitados ‘nupcias, francachelas, relleno de panzas y circuncisión y sacrificios
de toros’ y lo demás que el santo atribuye a los milenistas católicos ¿Quién no ve
que a orejas católicas rechina? Sin embargo, puesta la angostura en que el
Santo Doctor
se ha metido, la solución es un ten con ten pasable, sino muy airoso. El que considere
lo precedente verá fácil que la angostura en que se metió San Jerónimo, que lo lleva
a dar una conciliación contradictoria, es del todo irreal. Bien puede
‘condenar’ tranquilamente
el kiliasmo craso, sin empacharse en los ‘santos varones y mártires a
quienes
reverencia’, pues ellos jamás lo tuvieron ni enseñaron, sino otro muy diverso;
lo mismo
que la ingente multitud de fieles. Pues como hemos visto en el discurso de esta obrita
los Padres Milenistas jamás sostuvieron la doctrina que Jerónimo les cuelga.
Los matrimonios,
los sacrificios, circuncisiones y demás pertenencias de la ley judaica, ni a uno
solo de los Padres Milenistas ocurre atribuir a los santos resurrectos”. (Ibídem, p.266-267-268).
Retengamos
la sabia y ponderada actitud que excusa o al menos atenúa la postura de San
Jerónimo: “Cosas
que aunque no sigamos, no podemos empero condenar, porque muchos de los varones
eclesiásticos y de los mártires las dijeron. Y así, cada cual abunde en su sentido,
y a Dios se reserve la resolución”. Cosa que no es considerada ni tenida en cuenta por
todos los actuales antimilenaristas que no quieren ni oír hablar del milenio,
bajo ningún concepto ni distinción que se les proponga, y por lo mismo se hacen
condenables al no tener por lo menos la misma actitud del santo en el cual
pretenden basarse. Errar es humano, perseverar en el error, diabólico.
San Agustín
abandona sin condenar el milenarismo y se vuelve alegorista y además hace
suyo el
parecer del de Ticonio (hereje donatista), tal como se puede ver por lo que
dice el
P.
Castellani: “Hay que distinguir en San Agustín dos
tramos; en el primero profesó el milenismo,
en el segundo se retiró del sin condenarlo”. (La Iglesia Patrística…,
p.275). Y más adelante
leemos: “Después el Santo expone los capítulos del
Apokalypsi con criterio alegorista,
poniendo los pies en la huella del donatista Tyconio que fue el inventor de éste criterio”.
(Ibídem, p. 279). “Esta interpretación alegorista según
Vacant (D.T.C. I, 1472) tuvo
su origen en un hereje donatista llamado Tyconio que escribió un comentario del Apokalypsi.
Este método siguió San Agustín en su segunda época después de San Jerónimo…”.
(Ibídem, p.327).
Así que el
hereje donatista Ticonio inventó la idea bien alegórica, y después fue retomada
por el gran
San Agustín, tal como se puede observar por lo que dice aquí el P. Alcañiz:
“Tyconio,
hereje donatista, africano del siglo IV no admitió el reino terrestre de los Padres
antiguos. Inventó la exégesis de que el reino de los mil años de que habla el Apocalipsis
(c.20) es la Iglesia y su duración”. (Los Últimos Tiempos…, p. 124). Y aclarando
más el P. Alcañiz agrega: “Para eliminar el reino terrestre de
Jesucristo defendido
por los Padres antiguos, Tikonio, hereje, inventó la solución de que el reino
de los
mil años narrado por el Apocalipsis era la vida de la Iglesia, y la revolución
de Gog, que
el Apocalipsis sitúa después de los mil años era el Anticristo. Adoptó San
Agustín la solución
y hasta ahora sigue adoptada por los enemigos del reino milenario”. (Ibídem, p. 140).
Lamentablemente
ésta exégesis es la que hoy sigue imperando y como vemos aunque esté
respaldada
por el alegorismo de dos grandes santos S. Jerónimo y S. Agustín, viene de un
vil y
miserable hereje donatista como lo fue Ticonio y esto a nadie sorprende. El
donatismo
como se sabe
es la herejía que afirma la necesidad de rebautizarse, pues niega la validez
del
bautismo
hecho por los herejes cuya validez zanjó el Papa San Esteban I.
Y menos mal
que se curaron en salud San Jerónimo y San Agustín diciendo que, a pesar de
todo, no se
atrevían a condenar y eso les valió el llegar a ser santos, pero esta actitud
no la
tienen hoy
muchos de los que en ellos se apoyan y condenan sin distingos.
La causa del
abandono del milenarismo por parte de San Agustín la explica así el P.
Castellani: “¿Por
qué mudó de sentencia? Como vimos San Agustín abrazó primero la sentencia
milenista, porque creíblemente era general entonces en la Iglesia africana, o casi
general; ya que ningún antimilenista aparece por allí y por el contrario,
muchos milenistas,
como Tertuliano, Lactancio y Commodiano; y además habla del milenismo como
cuestión discutible. ¿Cuál fue la causa porque Agustín cambió su primera sentencia?
Con certidumbre no lo sabemos, porque él no lo dijo; conjeturamos que por doble
causa: Primera, por el peligro del milenismo carnal, que a causa de los
escritos del Obispo
Apolinar se extendía grandemente, arrastrando a muchos católicos a ‘judaizar’ como
decía Jerónimo, Segunda, la autoridad del anciano Jerónimo. Nos consta cuanta
deferencia
mostraba el joven Agustín a la exégesis del ermitaño de Palestina; ahora bien varios
años antes que el africano escribiera la Ciudad de Dios, circulaban ya los comentarios
a los Profetas, de Jerónimo; en el cual abundan las acerbas impugnaciones de
todo milenismo, que en la mente de San Agustín no pudieron menos de influir muchísimo”.
(Ibídem, p.280).
Ésta es la
causa principal por la cual el milenarismo fue silenciado o si se quiere
eclipsado
en la
exégesis posterior de la Iglesia, pero como se ve claramente está basado y
viene de
Orígenes,
que por su gran prestigio, otros después como S. Jerónimo (que lo admiraba
demasiado),
lo bautizan.
El
P.Castellani refiriéndose al siglo V resume así: “En
este siglo, después de las violentas y repetidas
sátiras de San Jerónimo contra el milenismo, su ingente autoridad, reforzada con
la de San Agustín más tarde, impuso silencio a los milenistas, pero las brasas
seguían bajo las cenizas pues testificantes el mismo Jerónimo, “enorme
multitud” de católicos adherían fuertemente a la doctrina tradicional o
antigua. Con el principio del siglo V comienzan los más grandes improperios de
San Jerónimo al milenismo que lo hacen sin dificultad
el príncipe de los antimilenistas que no se detiene ni ante la burla ni ante el insulto
ni ante la palabra cruda que hoy sería obscena; sin embargo eso mismo muestra que
es el kiliasmo judaico y carnal el que suscita sus santas iras. Ésta
vociferación tiene por
causa -excusable por otro lado- que estaba imbuido de que tanto los Padres como
los fieles
milenistas los de entonces y los anteriores, sostenían el milenismo carnal.
Para San
Jerónimo,
un solo milenismo existía en el mundo, y no una interpretación literal de la escritura,
una falsificación de ella y una exégesis alegórica. Por tanto el Santo doctor aunque
se arroja acerbamente contra el kiliasmo, confiesa que no se atreve a
condenarlo por
su reverencia a tantos ‘Santos Mártires’, reverencia que es muy de loar pero
que no resuelve
nada, a causa de un error histórico. (Llamamos ‘error de San Jerónimo’ no al que
haya sido antimilenista, pues cada uno tiene su alma en su almario y su libre albedrio
como el más pintado; sino el que haya confundido dos cosas diferentes y aún contrarias).
Bien se puede imaginar el efecto del campanazo de San Jerónimo en San Agustín
(354-430). El joven Agustín había naturalmente abrazado el milenismo común en
la Iglesia del África; pero en el libro XX de la ciudad de Dios escrito después
de los más
graves y ásperos comentarios antikiliastas de San Jerónimo, San Jerónimo se
retira del
milenismo y fragua la interpretación alegórica del Cap. XX del Apokalypsi que después
expondremos; pues se sabe cuanta deferencia demostró el Doctor africano a los comentarios
exegéticos del ermita palestinense que poseía las dos lenguas que él ignoraba,
griego y hebreo. (…) Mudó después de opinión; pero conociendo mejor que Jerónimo
la historia del kiliasmo, resolvió la cuestión, distinguiendo los dos
milenismos: el
craso que condena netamente, y el espiritual, que califica de ‘tolerable en
cierto modo…’ con tal que instituya gozos espirituales y no gozos carnales’ ”. (Ibídem,
p.315-316-317).
San Agustín
hace una aclaración que muchos no tienen en cuenta y es de capital importancia,
la cual el P. Castellani nos recuerda: “Además nota que el nombre kilastai o ‘milenista’
en su tiempo se daba solamente a los crasos; lo cual debe de tenerse muy ante los
ojos para entender bien a los autores que escribieron en ese tiempo y los subsiguientes”.
(La Iglesia Patrística… p.279-280).
Hay que
tener en cuenta que San Juan Evangelista escribe el cuarto Evangelio con el fin
de
manifestar
la divinidad de Jesucristo y para combatir los errores gnósticos y la gnosis
del
hereje
Cerinto que se había convertido en su enemigo personal, tal como hace ver San
Ireneo: “Esta
misma fe ha sido anunciada por Juan, discípulo del Señor. Quería éste, por medio
del anuncio del Evangelio, extirpar el error sembrado entre los hombres por Cerinto
y mucho antes que él, por aquellos que se denominan Nicolaítas, ‘son éstos una rama
desgajada del árbol del gnosticismo’. Quería Juan confundirlos y convencerlos
que no
existe más que un solo Dios que hizo todas las cosas por medio de su Verbo, y
no como ellos dicen…”. (Contra las Herejías, ed. Apostolado Mariano,
Sevilla 1994, L.III, p.48-49).
La advertencia
que hace San Ireneo sobre el milenio, sigue vigente y es hoy un imperativo
de fe y
esperanza: “Si alguien no acepta estas cosas como
referidas a los tiempos del Reino,
caerá en infinidad de contradicciones y dificultades, tal como los judíos caen
y se debaten”.
(Ibídem, L.V, p.120-121).
La traición
de Judas se debió a su Antimilenarismo, no creía en el Reino de Cristo después
de la
Parusía, se puede decir que fue el primer antimilenarista entre los discípulos
del Señor, y de
ahí la traición y apostasía. Esta es la reseña que hace San Ireneo: “He
aquí lo que
Papías, oyente de Juan, compañero de Policarpo, hombre venerable, atestigua por escrito
en su libro IV -pues hay cinco libros compuestos por él- : ‘todo esto es
creíble para los
que tienen fe. Porque, prosigue él, como Judas el traidor siguiese incrédulo y preguntase:
¿Cómo podrá Dios crear tales frutos? El Señor le respondió: Verán quienes vivan
hasta entonces’ ”. (Ibídem, L.V, p.122).
En fin, los
que pretenden impugnar el Milenarismo se equivocan basados en una visión miope de los
dos decretos del Santo Oficio, que tuvieron el efecto deseado por el
Antimilenarismo
que campeaba en Roma preconciliar soterradamente, produciendo el
efecto espantapájaros,
cual maniquí de trapo que hizo recular o silenciar a muchos y aplastar
cualquier intento de exponer la doctrina del Reino de Paz y Justicia de Cristo
Rey en esta
tierra después de su gloriosa y majestuosa Parusía, dentro del cual la voluntad
de Dios se
haría tanto en el cielo como en la tierra, y por lo cual pedimos que venga
su Reino, en la
Oración Dominical del Padre Nuestro, que Jesús mismo nos enseñó a rezar cada
día, para que se
cumpla la gran promesa y triunfo pleno en la esperanza de que “habrá
un solo rebaño
y un solo Pastor” (Jn. 10, 16).
De los dos
decretos, el primero de 1941 fue erróneo y hasta herético y por lo mismo fue hábilmente
modificado, pues se percataron de que habían escupido para arriba y eso
mismo les
caía encima, dado que habían puesto corporaliter (corporalmente),
y esto iba en
contra al
menos del reino corporal de Cristo en el sagrario, por lo cual, lo sustituyeron
por
visibiliter
(visiblemente). Este decreto se anulaba por sí mismo por erróneo
(herético) y
por el segundo
que se hizo que lo revoca.
“La
corrección del adverbio ‘corporaliter’, sustituído por ‘visibiliter’, es fácil
de comprender.
El alegorista que redactó el primer decreto, no advirtió quizás que sin querer
se condenaba a sí mismo. En efecto, los alegoristas o antimilenistas sostienen como
hemos dicho que el profetizado Reino de Cristo en el Universo Mundo es este de ahora,
es la Iglesia actual, tal cual ¿Y cómo reina Cristo ahora en este Reino? Reina
desde el Santísimo Sacramento. ¿Está allí ‘corporaliter’? Sí, habría que
corregir rápidamente esto”. (La Iglesia Patrística… p.350-351).
El segundo
decreto de 1944, en el mejor de los casos, condenaría supuestamente el milenarismo
mitigado, ya que precisa de qué milenarismo se trata, y digo en el mejor de los casos, pues
no es una condenación del milenarismo mitigado, sino una advertencia ad
cautelam,
pues dice: “systema millenarismi mitigati tuto doceri non posse” (D.S. 3839);
y si se
quiere, exagerando, una prohibición disciplinar (no dogmática) del milenarismo mitigado y
nada más.
Prohibición
que en realidad no hay; lo que hay es una recomendación, una advertencia, eso
es todo.
Además no toda prohibición es dogmática, como en este caso muchos creen o
pretenden,
hay prohibiciones disciplinares y aun doctrinales sin ser dogmáticas, y en este
caso no hay
ninguna prohibición sino advertencia, cautela, recomendación, cierto peligro
por lo cual
hay que tener cuidado, prudencia.
Otra cosa es
el efecto que produjo y cómo se manipuló, y así todos se espantaron con el tema
quedando en la práctica como condenado y prohibido dogmáticamente, aun hasta hoy, pero
sin serlo real y objetivamente, puesto que la expresión dice (Denzinger 2296) simplemente:
“El sistema del milenarismo mitigado no se puede enseñar con
seguridad”. Aunque ellos
estaban llamando milenarismo mitigado al del P. Lacunza por lo que en el primer
decreto se dice, se plantea que en éste, al no nombrarlo a él expresamente, se
puede objetar que
se equivocaron, pues no es el milenarismo mitigado, “teología
para negros, con
perdón de los negros”, como dice el P. Castellani, el que el P.
Lacunza profesa sino que es del
Milenarismo Espiritual o Patrístico de la Iglesia primitiva de los cuatro (por
lo menos)
primeros siglos; luego en nada afectaría a este milenarismo dicho decreto, ni
al del P. Lacunza,
puesto que su milenarismo no es mitigado sino el Milenarismo Patrístico, según los
Santos Padres y Mártires, como admiten San Jerónimo y San Agustín. Luego, para qué
gastar tanta tinta si jurídicamente dice el adagio: odiosa
sunt restringenda, como hace ver el
P. Castellani.
Una cosa
debe de quedar clara por encima de todo, y es que el Milenarismo Espiritual o
Patrístico
jamás podrá ser condenado, como lo advierte lúcidamente el P. Castellani. “El
milenismo
espiritual, por el contrario no ha sido condenado, ni jamás lo será: la Iglesia no
va a serruchar la rama donde está sentada; es decir, la Tradición”. (La Iglesia Patrística…,
p.350).
Como hace
ver el P. Castellani, hay un milenarismo mitigado que concibe a Jesucristo reinando
visiblemente desde un trono en Jerusalén sobre todas las naciones,
presumiblemente
con su ministro de agricultura, de trabajo, de previsión y hasta de guerra
si se
ofrece, cosa que ningún santo padre milenarista ha enseñado.
De otra
parte, conviene recordar que el Concilio Vaticano II tuvo su nacimiento con el
aggiornamento
de la Iglesia (ponerla al día con el mundo de hoy) y abrió las
ventanas cual
Nuevo
Pentecostés para que entrara un nuevo aire de renovación, y así con triunfal
optimismo
procurar una tierra transformada en un nuevo Paraíso Ecuménico sin dogmas
que dividan
en esta Ciudad del Amor, y como expresamente lo hiciera notar Juan XXIII en
el discurso
de inauguración, he aquí sus palabras: “Mas
nos parece necesario decir que disentimos
de esos profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos
como si fuese inminente el fin de los tiempos”. (Discurso de
inauguración del Concilio,
Juan XXIII, 11 de Octubre de 1962). Aquí se ve claramente el rechazo de todo lo que huela a
fin de los tiempos, Apocalipsis y Parusía. Luego había que abrir las ventanas y hasta las
puertas, ante un mundo con el que había que convivir para rato y lo que pasó
fue aquello que
Nicolás Gómez Dávila no titubeó en decir con cruda objetividad: “Pensando abrir
los brazos al mundo moderno, la Iglesia le abrió las piernas”. (Les
Horreurs de la Démocratie,
ed. Du Rocher, Mónaco 2003, p. 230).
Esto es todo
lo contrario de lo que dice San Juan en el Apocalipsis: “Bienaventurado
el que
lee
y los que escuchan las palabras de esta profecía y guardan las cosas en ella
escritas; pues
el momento está cerca”. (Ap. 1,3).
San Ireneo a
su vez nos dice: “Dichosos los siervos a quienes el amo
encuentre vigilantes a su llegada”. (Contra las Herejías…, L.V, p.124).
Todo esto no
es más que la bienaventurada esperanza apocalíptica de San Pablo: “Porque
se
ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, la cual nos ha instruido
para que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos sobria, justa
y piadosamente en este siglo actual, aguardando la dichosa esperanza y la aparición
de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo”. (Tit. 2,
11-13).
O como
también el mismo San Pedro: “Por lo cual ceñid los lomos de vuestro
espíritu y viviendo
con sobriedad, poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os traerá cuando
aparezca Jesucristo”. (I Ped., 1,13).
Y la Parusía
que debemos no solamente esperar sino incluso apresurar, según nos manda
San Pedro: “Si,
pues, todo ha de disolverse así ¿cuál no debe ser la santidad de vuestra conducta
y piedad para esperar y apresurar la Parusía del día de Dios…?”. (II Ped.
3,12).
Ser
antimilenaristas es ser milenaristas al revés, es decir, milenaristas
invertidos o judaizados,
tal como advierte el P. Castellani: “Estos son milenistas al revés. Niegan acérrimamente
el Milenio metahistórico, después de la Parusía que está en la Escritura, y ponen
un Milenio que no está en la Escritura, por obra de las solas fuerzas históricas,
o sea
una solución infrahistórica de la historia, lo mismo que los impíos
‘progresistas’ como Condorcet,
Augusto Comte y Kant; lo cual equivale a negar la intervención sobrenatural de
Dios en la Historia; y en el fondo la misma inspiración divina de la Sagrada Escritura”.
(El Apokalypsis…, p. 367).
El
Apocalipsis es lo que contrarresta toda esa mentalidad
antimilenarista-progresista y
acuerdista: “El
Apokalypsis es el único antídoto actual contra esos ‘pseudoprofetas’ ”. (Ibídem,
p.367).
Y como también
señala el P. Castellani: “Qué cosa más judaizante que ser antimilenarista”:
“Pero ¿Qué cosa más judaizante que esperar un gran triunfo terreno de la
Iglesia antes dela Segunda Venida de Cristo? (…) El actual socialismo
comunista, por ejemplo,
es netamente milenista carnal (y ateo), es decir, ‘judaizante’ ”. (Ibídem,
p.87).
Así muchos
antimilenaristas acérrimos creen en fábulas, como si fueran cuasi dogmas de
fe, y hacen
de ello su ilusoria esperanza en lo que no son más que fábulas judaicas, como
lo
es la
supuesta creencia medieval de un gran monarca emperador a lo judaico: “Desde
aquí
nos
separamos de Holzhauser, para quien Sardes duraría ‘desde Carlos V y León X,
hasta el Emperador Santo y el Papa Angélico’, que él esperaba vendría; por la
sencilla razón de que no vinieron; ni tenemos la menor esperanza de que vengan.
Esa leyenda medieval de que vendría un tiempo de ‘inimaginable’ esplendor y
triunfo de la Iglesia, por obra de un gran Rey un Pontífice, comparable a un
ángel, que inspiró numerosas profecías privadas, no tiene fundamento
escriturístico ni de ninguna clase, es una ilusión poética. Parece ser fue
inventada en el siglo XV por el monje Petrus Galatinus en su libro ‘De Arcanis
Fidei mysteriis contra Iudaeos’ ”. (Ibídem, p. 56-57).
Y describe,
el P. Castellani, la idea de esto que circula comúnmente, incluso hoy entre muchos
tradicionalistas (sacerdotes y fieles): “Doctores de
la fe se pretenden estos, y son
tenidos
de muchos por tales; incluso publican libros con aprobaciones episcopales, en gran
peligro de ser engañados andan hoy los fieles. Uno de ellos muy famoso del
siglo XIX
(y muchos dellos hoy día) enseñó que la Iglesia antes del Juicio Universal
tiene que llegar
a un triunfo y prosperidad completos en que no quedará sobre el haz de la
tierra un
solo hombre por convertir (‘un solo rebaño y un solo Pastor’) y sin más ni más
se cumplirán
todas las exuberantes profecías viejotestamentarias. De acuerdo a algunas profecía
privadas, se imaginan al Papa, (‘al Pastor Angelicus’ que debería haber sido
Pío XII)
reinando sobre todo el mundo apoyado en un Monarca Católico vencedor (que los franceses
dicen será francés ¡Enrique V¡ o ¡Luis Carlos I!, pues hasta el nombre le
saben, los
alemanes que será alemán,) el cual sin embargo mandará menos que el Papa, pues
el Papa
mandará en todo el mundo; y así en Santas Pascuas y grandes fiestas ¡hasta la resurrección
de la carne¡ y después a mayores fiestas… el mismo sueño carnal de lois judíos,
que los hizo engañarse respecto a Cristo. Estos son milenistas al revés”. (Ibídem, p.366-367).
Referente a
Petrus Galatinus (fraile franciscano llamado Pietro Colonna Galatino) del cual
hace mención
el P. Castellani, hay que saber que es uno de los cabalistas (gnosis judía) de
la edad de
oro de la Cábala dentro del cristianismo en Italia como hace ver el P.
Meinvielle:
“Con
Pico de la Mirándola y Reuchlin, a quienes no es posible separar, la Cábala
entra triunfante
en la Cristiandad. Pero con el De arte cabalístico estamos ya en 1517, cuando Italia
conoce la extraordinaria generación de Galatino (1460-1540), Justiniano (1470- 1536),
Jorge de Venecia (1460-1540), Pablo Ricci (+1541), Cardenal Gil de Viterbo
(1465- 1532),
para no citar sino los más eminentes representantes de la Cábala cristiana”. (De la Cábala al
Progresismo, ed. Calchaquí, Salta 1970, p.219).
Todo
converge en el mundo de la gnosis como se puede apreciar y el tema del milenio
de Cristo Rey
que es su corona en esta tierra viene a ser la piedra de escándalo para unos y
de salvación
para otros, de aquí todo el enfrentamiento, entre Cristo y el Anticristo,
Iglesia y
Contraiglesia,
fidelidad y traición (de Judas y sus seguidores). Pero el que persevere en la
Verdad hasta
el fin se salvará y el que no perecerá. Por eso la verdad os hará libres, dicen
las
Escrituras. De aquí el odio infernal como dice el P. Alcañiz: “Odio
misterioso del infierno.
Esta es la razón profunda de todas. Ese reino terrestre es el reino del Corazón de
Jesús. Ahora bien, consta por toda la historia el odio de Satanás a la devoción
al Corazón
de Jesús; el colmo de ese odio tenía que ser al reino del Corazón de Jesús,
aquí está
la verdadera clave del odio en la historia al reino milenario, es el odio al
reino del Corazón
de Jesús”. (Los Últimos Tiempos… p.120).
Estas
palabras son dignas de ser meditadas por todos aquellos que queriendo mantener
la
Tradición
Católica infalible de la Iglesia, siguen impugnando rechazando, despreciando o
relegando en
el mejor de los casos, el Milenarismo Patrístico.
Una última
advertencia en aras del bien y de la verdad, para todos y en especial para aquellos que
no quieren darse por vencidos; hay que distinguir tres clases de milenarismos como lo
expone el P. Lacunza: “Tres clases de Milenarios debemos
distinguir, dando a cada
uno lo que es propio suyo; sin lo cual parece imposible, no digo entender la Escritura
Divina, pero ni aún mirarla; porque estas tres clases juntas, y mezcladas entre sí
como se hallan comúnmente en las impugnaciones, forman aquel velo denso, y
obscuro que la tienen cubierta e inaccesible. En la primera clase entran los
herejes, y solo ellos deben entrar separados enteramente de los otros. (…) En
la segunda clase entrarán en primer lugar los doctores Judíos o Rabinos, con
todas aquellas ideas miserables funestísimas
para toda la nación, que han tenido y tienen todavía de su Mesías, a quien miran,
y esperan como un gran conquistador, como otro Alejandro, sujetando a su dominación
con las armas en la mano a todos los pueblos y naciones del orbe y obligando
a
todos sus individuos a la observancia de la ley de Moisés, y primeramente a la circuncisión,
etc. (…) Estos son los que se llaman con propiedad los Milenarios judaizantes,
cuyas cabezas principales fueron Nepos, Obispo africano, contra quien escribió
San Dionisio Alejandrino sus dos libros De Promisionibus; y Apolinar contra quien
escribió San Epifanio. (…) Nos queda la tercera clase de Milenarios, en la que entran
los católicos y píos, y entre estos aquellos santos, que quedan citados, y
otros muchos,
de quienes apenas nos ha quedado noticia en general: “multi ecclesiasticorum virorum
et mártires ita dixerunt: plurima multitudo”. (La Venida
del Mesías en Gloria y Majestad…,
T.I, p.76-78- 79-81).
Y como,
además, hace ver el P, Castellani: “… como creyeron los Santos Padres Apostólicos,
los cuales casi sin excepción fueron todos ‘milenistas espirituales”. (Ibídem, p.64).
Si real y
verdaderamente queremos ser tradicionalistas integérrimos, es decir, fieles a
la Infalible y
Sacrosanta Tradición Católica, Apostólica y Romana, para no dejarnos avasallar por el
progresismo modernista de la adúltera Nueva Iglesia Conciliar (o
Postconciliar), resistiendo
firmes en medio de esta Universal Apostasía y hecatombe eclesiástica cual jamás se ha
visto ni se verá, quedando la Iglesia constreñida a su mínima expresión, a un pequeño
rebaño disperso por el mundo y prácticamente sin pastores, ultrajado, desolado, abandonado
en el desierto en medio de lobos rapaces, rugientes a su alrededor, viendo a qué estulto
o imbécil pueden devorar, que duerme o descuida, no le queda otra salida que resistir con
heroica y perseverante fe, sustentados en la Bienaventurada Esperanza de los que esperan
la gloriosa y majestuosa Segunda Venida de Cristo Rey, el día de su Parusía y que de todo
corazón suspira aquella sagrada oración (la más corta y sublime) del discípulo amado que
expresa la triunfal e indefectible esperanza de Aquel que ha de volver pronto: “Ven
Señor Jesús, Maranatha” .
P. Basilio
Méramo
Bogotá, 24 de Noviembre de 2015