Epifanía quiere decir manifestación de nuestro Señor a los gentiles, al mundo entero en las personas de los tres reyes magos, que no eran magos, sino astrónomos, sabios y probablemente también reyes de algún sitio o ciudad; por ese estudio de las estrellas al cual estaban ellos acostumbrados, les llamó la atención una estrella en particular, la cual no obedecía ninguna ley de los astros y siguiéndola fueron a parar a Belén. Instruidos a lo largo del camino reconocen a nuestro Señor y le adoran; a eso corresponde esta fiesta. Incluso en Oriente se festejaba la Navidad el día de hoy hasta que en el siglo IV Roma obligó a que en todas partes se festejara la Natividad el 25 y que se dejara exclusivamente el 6 para la Epifanía.
Esa gran fiesta que los orientales llamaban la Teofanía, quiere decir la manifestación de Dios. Verdadera expresión de Dios en la plenitud de los tiempos a todos los gentiles, no ya únicamente para el pueblo elegido, para los judíos, sino para todo el mundo; con lo cual quedaba ya deshecho la exclusividad que había en el Antiguo Testamento, esa revelación de lo oculto que se hace manifiesto en el Nuevo Testamento; esa es la distinción que hay entre los dos testamentos. No es como erróneamente se cree: que en el Antiguo Testamento no se sabía de la Santísima Trinidad; eso es un error, pues ya era conocida, pero no por todos, no era un conocimiento público porque el pueblo, que no estaba instruido, no lo conocía explícitamente, se necesitaba una fe implícita como la de aquellos que tenían a su cargo el cuidado de la doctrina de la fe, y eran llamados los mayores porque eran los profetas, los patriarcas.
Pero en eso consiste la distinción, en ese conocimiento claro en que en el Antiguo Testamento la revelación no está explícita, mientras que en el Nuevo Testamento ese conocimiento es claro y manifiesto para todos.
Porque en el Nuevo Testamento ya había venido el Mesías y con la Epifanía vemos una prueba de ello en estos astrónomos, en estos tres reyes magos venidos de Oriente. San Juan Crisóstomo dice que venían de Persia, y de hecho de allá fueron traídos sus restos (a partir de la Edad media) hasta que llegaron a Colonia donde están ahora, pasando por Constantinopla y Milán, si no recuerdo mal. Y la prueba está en que cuando los persas musulmanes invadieron Tierra Santa respetaron en Belén el lugar donde se conmemora la Natividad en una iglesia de nuestro Señor. No lo destruyeron, fue el único sitio que no ultrajaron porque vieron las imágenes de los reyes magos que eran persas y se conocía esa tradición, guardando respeto, y gracias a eso se salvó. Y así estos tres reyes magos que fueron adoctrinados a lo largo del camino vieron la estrella mucho antes de los doce días, que hay entre el nacimiento de nuestro Señor y el seis de enero.
Y por eso San Juan Crisóstomo dice que la vieron con dos años de anticipación, lo cual explica que el rey Herodes mandó matar a todo niño de hasta dos años de edad, habiendo averiguado el tiempo en que los reyes magos habían visto esa estrella en Oriente que los condujo hasta Belén. Porque de no ser así era imposible llegar en tan poco tiempo viniendo desde tan lejos y por eso muchos encuentran una contradicción: cómo iban a venir a adorar los magos si nuestro Señor duró aproximadamente cuarenta días en Belén, como también lo dice San Juan Crisóstomo, y después fue la huida a Egipto, y tampoco en cuarenta días uno atraviesa esas distancias tan largas y no sería entonces tampoco el seis de enero y por eso es que en este día de hoy, seis de enero, a los pocos días de nacer nuestro Señor, pudieron estar presentes los reyes magos.
También, como dice Santo Tomás, este seis de enero tiene otras dos grandes manifestaciones de nuestro Señor aparte de la Epifanía: una, a los treinta años, cuando fue bautizado por San Juan Bautista en que el cielo y Dios Padre aclaman a nuestro Señor como a su Hijo bien amado en quien ha puesto todas sus complacencias. La otra, un año después de bautizado, el mismo seis de enero, las bodas de Caná, gran manifestación de nuestro Señor en su primer milagro convirtiendo el agua en vino; desde ahí comenzó públicamente a predicar, después de haber preparado a sus discípulos durante casi un año para después de dos años y medio, aproximadamente, morir en la Cruz.
Según el mismo Santo Tomás, esas bodas en Caná fueron de San Juan evangelista que se casó y que en esa misma boda nuestro Señor le hace sentir su llamado y él sigue a nuestro Señor siendo virgen, y esto no es invento, lo puede leer cualquiera que tenga un comentario a San Juan hecho por Santo Tomás que lo explica en el prólogo.
No nos debe de extrañar. Lo que pasa es que Santo Tomás es muy poco leído por los predicadores, y por eso jamás se ha oído decir que esas bodas de Caná fueran las de San Juan. Como prueba mayor vemos la confianza que tiene nuestra Señora en la casa, que manda, dice a los sirvientes que hagan lo que su hijo les dijera. ¿Le van a hacer caso a cualquier invitado si no es de la familia? Sólo a alguien con autoridad, con prestancia, sencillamente porque San Juan evangelista era familiar de nuestro Señor y de Nuestra Señora, que era lo que comúnmente se llamaban hermanos hasta inclusive los primos, grado de parentela próximo sin ser hermanos carnales.
Por eso nuestra Señora se aflige y se preocupa porque a cualquier otro invitado que no sea de la familia próxima y estrecha, no le importa si hay vino o no. Ese es el primer milagro de nuestro Señor, con lo cual quedan descartados todos esos escritos apócrifos que hablan de nuestro Señor haciendo prodigios desde bebé o desde niño, por la sencilla razón de que si nuestro Señor hubiera comenzado a hacerlos desde tan temprana edad, quién iba a creer que se había encarnado y era un hombre. Con toda la mitología pagana haría un efecto contrario al de producir la fe y creer que nuestro Señor era verdadero Dios y verdadero hombre Encarnado y no uno de esos dioses de la mitología idólatra de que estaba lleno el mundo entonces, lo cual era además duramente combatido por el pueblo elegido, por los judíos.
Por eso el primer milagro de nuestro Señor fue en las bodas de Caná, en las bodas de San Juan evangelista a instancias de nuestra Señora; lo cual nos muestra que nuestro Señor hace su primer milagro a instancias de su madre, por deseos de ella.
Y así, entonces, este seis de enero se festejan esas tres grandes manifestaciones que tuvieron lugar el mismo día en diferente tiempo: la adoración, el bautismo y las bodas de Caná. En esta exaltación de los reyes magos al llevarle a nuestro Señor incienso, oro y mirra, estaban manifestando el triple significado de ese niño recién nacido; como rey le ofrecían oro, rey del Universo, y por eso la fiesta de Cristo Rey que es relativamente reciente, pues se festejaba también el seis de enero. Desde 1925 es la fiesta de Cristo Rey, y no nos debe extrañar que la festejemos el último domingo de octubre. Celebración que comienza prácticamente en el siglo XX; no quiere decir que esa fiesta no fuese antiquísima.
A raíz del paganismo, su santidad Pío XI quiso ponerla casi al final del ciclo litúrgico para contrarrestar el laicismo impío y ateo que negaba justamente la realeza de nuestro Señor, la misma que los tres reyes magos proclaman regalándole el incienso, ya que el incienso se le tributa a Dios, a la Divinidad, lo cual hacían también los idólatras a sus falsos dioses. Pues bien, al verdadero Dios se le ofrece incienso y mirra, ¿para qué? Para manifestar su humanidad, porque si bien era verdadero Dios también era verdadero hombre. Y así vemos cómo con estos tres dones los reyes magos profesan esa fe en los misterios que se condensan en nuestro Señor Jesucristo.
Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nosotros, al igual que estos tres reyes magos (que fueron los padres de la Iglesia como dice San Juan Crisóstomo, y pregonaron al mundo el misterio de Dios Encarnado) podamos así tributarle a Dios nuestro corazón de un modo especial en el día de hoy en acto de adoración como a Cristo Rey. +
BASILIO MERAMO PBRO.
6 de enero de 2002