La
Roma pagana imperial y señora del universo logró su apogeo y hegemonía
universal
gracias a su política ecuménica al tener lazos religiosos con todas las
divinidades
y cultos más importantes del mundo antiguo, que eran el único vínculo
entre
los antiguos pueblos. No había otros lazos que los religiosos y Roma se
aprovecha
de esto para su expansión y gloria, es la primera en hacer de la religión,
del
vínculo religioso un factor (el principal) para el dominio político, por curioso
y
extraño
que nos parezca hoy, pero que era normal según la mentalidad del hombre
antiguo.
Baste sólo recordar que en las guerras eran invocados los dioses, los
oráculos,
etc. El mundo pagano era religioso por asombroso que nos parezca. El
pagano
no es un ateo, de aquí el culto tan prolífico en divinidades, que intervenían
en
toda la vida de la sociedad pagana de la antigüedad.
Por
esto decía el gran historiador Fustel de Coulanges: «Uno de los rasgos notables
de
la política de Roma consistía en atraer hacia sí todos los cultos de las
ciudades
vecinas,
se preocupaba tanto de conquistar a los dioses como a las ciudades». (La
Ciudad
Antigua, Ed. Porrúa, México 1989, p. 270). La táctica de Roma es muy
importante
tenerla en cuenta pues esto le permitió fundar el imperio más poderoso
en
toda la historia de la humanidad.
Roma
como dice Fustel: «era la única que se servía de la religión para su
engrandecimiento.
Mientras que la religión aislaba a las otras ciudades, Roma tuvo
la
habilidad o la buena fortuna de emplearla para absorberlo todo y todo
dominarlo».
(p. 271). El ecumenismo de Roma pagana la llevó a forjar el imperio
más
grande del mundo: «Pues era costumbre de Roma –dice un antiguo- el
introducir
en ella las religión de las ciudades vencidas.» (Ibídem, p. 270).
«Quería
poseer más cultos y más dioses titulares que cualquier otra ciudad».
(Ibídem,
p. 270). «Por otra parte, como la mayoría de esos cultos y dioses se
tomaba
a los vencidos, Roma estaba en comunión religiosa, por medio de ellos, con
todos
los pueblos». (Ibídem, p. 270). Aquí se ve con claridad la política y el genio
romano
que le permitió ser el mayor imperio del universo gracias a la modalidad
religiosa
ecuménica, y de su espíritu ecuménico.
Esto
es importantísimo considerarlo y retenerlo pues la Roma católica al perder la
fe
que la llevó al apogeo espiritual universal, como lo expresó San León Magno: «
Roma
maestra del error se hizo discípula de la verdad» (Maitines, Lectura IV, 29 de
junio
Fiesta de San Pedro y San Pablo), y por un misterio de profunda iniquidad
hoy
cae en su ancestral barbarie pero sin perder su característica de la cual se
valió
para
forjar su imperio universal, que será la gloria del Anticristo-Pseudoprofeta
para
propagar su falsa paz ecuménica religiosa, como está anunciado en las
Escrituras.
Para
poder entender y ver esto es necesario recordar lo que ya decía el Papa San
León:
«Esta ciudad ignorando al autor de su elevación, mientras dominaba por
sobre
casi todas las naciones, servía los errores de todas ellas, y por eso creía
tener
una
gran religión puesto que no había rechazado ningún error». (Ibídem, Maitines, Lectura
VI). Roma pagana así, reputábase grande cual Babilonia asumiendo toda
religión,
pues no rechazaba ninguna.
El
Panteón representaba bien este espíritu ecuménico de Roma pagana, reuniendo
en
un magnífico e inmenso templo todas las religiones más importantes, cada una
con
su altar. Y retornará a esto cuando deje de imperar la verdad como luz del
mundo
y de su Iglesia.
Roma
modernista y Apóstata sede del Anticristo como dijo Nuestra Señora en La
Salette,
se caracterizará por aglutinar, cual Panteón, todas las falsas religiones en
su
seno, y su poder será el absorber todos los cultos no rechazando ninguno, como
la
Antigua Roma Pagana, poniendo en ello su grandeza y señorío; ésta será la gran
obra
del Pseudoprofeta (el Anticristo religioso) y la Gloria del Olivo, el triunfo
de la
Sinagoga
de Satanás en la Iglesia, triunfo que nadie sospechaba que llegaría incluso
a
destruir, reabsorbiendo maquiavélicamente, la resistencia tradicionalista
aglutinada
alrededor de Monseñor Lefebvre, al punto de desactivar magistralmente
a
la Fraternidad por él fundada, con un «abrazo paternal y magnánimo».
Luego
ante tal situación fina y sutilmente orquestada, no queda otra cosa que
seguir
el consejo de San Jerónimo: «huir de la perversión judaica y refugiarnos en
las
montañas eternas, de lo alto de las cuales Dios hace brillar su admirable luz»
al
hablar
de la «abominación de la desolación que se puede entender también de toda
doctrina
perversa. Pues si vemos el error establecerse en lugar santo, es decir en la
Iglesia,
y hacerse pasar por Dios, debemos huir de Judea hacia las montañas, es
decir
abandonar la letra que mata y la perversidad judaica y refugiarnos sobre las
montañas
eternales». (Maitines, Lectura IX, Domingo XXIV y último después de
Pentecostés),
esto es de la Verdad Eterna, o con palabras del Apocalipsis de San
Juan
invitando a salir de Roma convertida en una Babilonia: «Babilonia la grande,
la
madre de los fornicarios y de las abominaciones de la tierra». (Ap. 17,5);
pues:
«Ha
caído, ha caído Babilonia la grande, y ha venido a ser albergue de demonios y
refugio
de todo espíritu inmundo y refugio de toda ave impura y aborrecible… Salid
de
ella, pueblo mío, para no ser solidario de sus pecados y no participar en sus
plagas».
(Ap. 18, 2-4).
Y
nadie puede dudar cual sea esta Babilonia apocalíptica, pues San Pedro mismo lo
dice
cuando desde Roma envía sus saludos junto con San Marcos su discípulo: «Os
saluda
la (Iglesia) que está en Babilonia, partícipe de vuestra elección, y Marcos, mi
hijo».
(1 Pedr. 5, 13), al igual que así lo entienden también los exégetas: «Por
Babilonia
se entiende Roma que constituía el centro del paganismo. La Roma
pagana
significaba para los cristianos el mismo peligro antes Babilonia para los
judíos».
(Biblia comentada por Monseñor Straubinger, nota 13).
Esta
es hoy, la astuta maniobra de la dialéctica vaticana, cual Roma pagana, que
con
el pretexto de los dos presupuestos falsos: el motu proprio sobre la Misa, y la
remisión
(levantamiento) de las excomuniones, se reabsorbe en magnífica y
magistral
coagulación sintética o amalgama, insertando la Tradición con su altar en
el
gran Panteón Universal (ecuménico) cual la Roma anticristo, tal como la designa
Monseñor
Lefebvre en su famosa carta del 29 de junio de 1988 a los cuatro
candidatos
al episcopado. Pues con el motu proprio se enmascara la escisión
(ruptura)
reconociendo que la Misa Tridentina nunca fue abrogada, y la Nueva
Misa
es el desarrollo homogéneo (evolución homogénea y no heterogénea como
pretende
el modernismo) de la liturgia antigua, y ambos ritos, tanto el tradicional
como
el modernista, son dos expresiones válidas, legítimas y genuinas del culto
romano
de la Iglesia, siendo la Misa Tradicional el rito extraordinario (el ocasional)
y
la Misa Nueva el rito ordinario (el principal); lo cual es el culmen genial,
sutil y
perverso
(diabólico) de la síntesis dialéctica gnóstico cabalística que nutre el ser y
el
pensar
del mundo moderno, y con la remisión de la censura (pena) de las
excomuniones
a los cuatro obispos, que así lo pidieron con muestra filial y
reconocimiento
de la magnánima y benigna paternidad de Benedicto XVI,
desistiendo
por lo mismo de su pertinacia, y como lógica y natural consecuencia, se
levantan
las excomuniones (exclusiva y solamente a ellos que así lo solicitaron),
aunque
sin embargo no están total e íntegramente aceptados pues siguen
suspensos
(al igual que todos los sacerdotes de la Fraternidad), sin «posición
canónica»,
y sin «ejercer legítimamente ministerio alguno en la Iglesia» (Carta de
Benedicto
XVI a los Obispos de la Iglesia del 10 de marzo de 2009), hasta tanto se
limen
(superen) las asperezas y reticencias aceptando el Concilio Vaticano II,
aunque
esto será gradual y paulatinamente mediante el diálogo doctrinal que al fin
y
al cabo dará el deseado resultado que espera pacientemente Roma modernista y
apóstata,
tal como lo afirma Benedicto XVI en la carta ya citada: «Con esto se
aclara
que los problemas que deben ser tratados ahora son de naturaleza
esencialmente
doctrinal, y se refieren sobre todo a la aceptación del Concilio
Vaticano
II y del magisterio postconciliar de los Papas».
Así
se llega incluso a hablar reconociendo, como lo hace Monseñor Fellay, que la
situación
de la Fraternidad si se mira según el derecho de la Iglesia es imperfecta, o
también
cuando se refiere a las necesarias conversaciones (diálogo) referentes al
Concilio
Vaticano II y sus novedades (Carta del 24 de marzo de 2009), del cual
acepta
el 95% (Entrevista a Monseñor Fellay publicada en Dici n°. 8). Ante todo lo
cual
se olvida la espantosa advertencia de Nuestra Señora de La Salette cuando
afirma
que: «Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo», quedando con esto
la
Iglesia totalmente eclipsada, como luz del mundo, ya que ha acontecido el
eclipse
del
sol cual fue el significado de la divisa, de San Malaquías, del anterior
pontificado
«De Labore Solis» bajo Juan Pablo II, y ahora tenemos el triunfo de la
Sinagoga
de Satanás en la Iglesia, con la divisa del actual pontificado de Benedicto
XVI
«De Gloria Olivae». Este es el famoso misterio de Roma que «de maestra del
error
se convirtió en discípula de la verdad» como señala el papa San León Magno
(Ibídem,
Maitines, Lectura VI), pero que por su apostasía como señala Nuestra
Señora
en La Salette retornará, evidentemente, al error del que fuera antaño
liberada.
Este es el misterio de la Gran Ramera escarlata, cabalgando sobre la
bestia,
el Anticristo, que estremeció al puro y virginal San Juan Evangelista, el
discípulo
más amado, y por esto el apóstol San Judas en su epístola (17, 21)
advertía:
«Vosotros empero, carísimos, acordaos de lo que ha sido preanunciado
por
los apóstoles de Nuestro Señor Jesucristo que os decían: en los últimos tiempos
vendrán
impostores que se conducirán según sus impías pasiones, éstos son los que
disocian,
hombres naturales, que no tienen el Espíritu. Vosotros, empero,
carísimos,
edificándoos sobre el fundamento de la santísima fe vuestra, orando en
el
Espíritu Santo, permaneced en el amor de Dios, esperando la misericordia de
Nuestro
Señor Jesucristo, para la vida eterna».
P.
Basilio Méramo
Orizaba,
25 de marzo de 2009
Fiesta de la
Anunciación.