Amados hermanos en nuestro
Señor Jesucristo:
Hoy conmemoramos la fiesta de
San Pedro y San Pablo. El martirio de San Pedro y de San Pablo en Roma el mismo
día. ¡Qué pérdida tan grande para la Iglesia!
Perder a San Pedro, el primer
Papa, sobre quien nuestro Señor funda la Iglesia, no por la persona privada de
Pedro que era Simón hijo de Jonás Barjona sino por Petrus, cambiándole el
nombre como piedra fundamental de ella, por haber confesado la divinidad de
nuestro Señor Jesucristo.
Es por esta confesión que Pedro
es piedra y fundamento de la Iglesia; de ahí la necesidad de la confesión, de
él no solamente como sumo pontífice con poder de atar y desatar en la tierra,
sino también de todos nosotros como hijos de la Iglesia, la profesión de la fe.
Y de fe sobrenatural, porque la misma profesión materialmente también la hizo
Natanael, exacta, idénticamente y sin embargo, no fue sobre él sino sobre
Pedro. ¿Por qué? Porque Natanael lo hizo como una deducción de orden natural,
como hijo adoptivo de Dios, pero no como el hijo de Dios, pues la confesión
materialmente fue la misma. La una era por revelación de Dios, por vía divina,
que fue la de Pedro, “eso no te lo ha revelado hombre ni carne alguna, sino mi
Padre que está en los cielos”. Mientras que a Natanael se lo reveló su propio
ingenio, su propia deducción, naturalmente, no sobrenaturalmente, lo cual nos
muestra que aun con la misma o parecidas fórmulas, si no es por el medio
sobrenatural de la fe, no tiene el mismo valor.
En el mismo día, San Pedro,
cabeza de la Iglesia, fundamento de la Iglesia, muere. Sí, muere el primer
Papa, y el gran apóstol de los gentiles, que no era uno de los doce. En
realidad apóstoles hubo trece, no doce, de los cuales uno fue un traidor y San
Pablo, que fue el último, se convirtió, por así decirlo, en el primero, el
primer apóstol de los gentiles, de las naciones, el gran perseguidor convertido
en gran predicador. Y estas dos eminencias de la Iglesia naciente sucumben,
mueren dando testimonio de nuestro Señor el mismo día. Cuánta consternación no
habría en la Iglesia, en la misma Roma, en los fieles, al ver que estos dos
pilares morían el mismo día, y sin embargo, ellos sabían que “... las puertas
del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia”. ¿Qué quiere decir eso? Que a
pesar de las persecuciones, por atroces, crueles y sangrientas que sean,
siempre quedará al fin y al cabo, vencedora la Iglesia. Y es por eso que la fe
de aquellos fieles crecía en esa hora de prueba, del martirio de estos dos
egregios personajes cuya fiesta celebramos hoy. San Pedro fue sepultado en la
Colina Vaticana cerca del circo de Nerón y San Pablo fue sepultado cerca de
donde fue decapitado en la vía Ostiense y el lugar es justamente donde se
encuentra la Iglesia dedicada al apóstol.
En este mismo día
tradicionalmente se llevan a cabo las ordenaciones sacerdotales en Ecône, en el
seminario de Suiza. Digo normalmente porque algunas veces si cae domingo, por
razones de apostolado, se adelanta para poder permitir que todos los fieles
puedan asistir juntos con los sacerdotes a esas ordenaciones. Hoy hubo
ordenaciones en Ecône, con lo cual también debemos tenerlo presente para
unirnos de todo corazón, ya que es la misma Fraternidad. Estar unidos en el
mismo espíritu y en la misma fe que defendemos, la misma fe por la que murieron
San Pedro y San Pablo. Los ornamentos rojos significan la sangre derramada de
los mártires, que son los testigos de nuestro Señor Jesucristo en la fe y que
por Él mueren dando testimonio.
Pidamos a nuestra Señora, la
Santísima Virgen María, que nos ayude a guardar ese testimonio de la fe y que
podamos perseverar en la fe de la Iglesia, en esa fe de San Pedro, en esa fe de
San Pablo, esa fe que está siendo adulterada, tergiversada, diluida como hoy se
diluye todo, incluso la fe, se cambia todo. Los productos hoy día sufren una
transformación en su sustancia y todo es “light”; lo mismo acontece con
la fe, se la adultera en su sustancia convirtiéndola en una religión “light”.
Eso no puede ser; de ahí la necesidad de recordar los principios, el
fundamento, no olvidar que la Iglesia se fundamenta sobre la fe y los
sacramentos, que son la base, el sostén y de allí la confesión de Pedro, por la
que es elegido y se convierte en el primer Papa. Y todos los Papas que le
sucedieron en su gran mayoría fueron mártires en la Iglesia primitiva y todos
santos sin interrupción hasta la condena de San Atanasio por Liberio. Este fue
el primer Papa no santo por condenar injustamente al gran paladín de la fe,
paladín del concilio de Nicea, que nos dejó en el Credo o símbolo Atanasiano lo
esencial de la fe, que debemos recordar y tener presente para no sucumbir hoy
ante el ecumenismo que destruye y socava nuestra fe, la fe de la Iglesia
Católica, por la cual murieron San Pedro y San Pablo y todos los mártires que
hoy están en el cielo.
Y quién sabe si nos corresponda
también a nosotros morir por lo mismo, si así Dios lo quiere, porque se
avecinan tiempos cada vez más difíciles, tiempos eminentemente apocalípticos,
de eso no hay duda. Quien dude de esto, está verdaderamente fuera del contexto
histórico y religioso de la historia de la Iglesia y de los acontecimientos
profetizados por las Sagradas Escrituras, por Dios mismo. Pidamos pues a
nuestra Señora que nos fortifique, que nos mantenga unidos en la misma y única
profesión de fe, la fe de la Iglesia católica, apostólica y romana fuera de la
cual no hay salvación. Que este sea el propósito, que ese sea el ejemplo que
nos den los mártires en esta fiesta de San Pedro y San Pablo, dos pilares de la
Iglesia primitiva que han derramado su sangre por proclamar su fe. +
P.BASILIO MERAMO
29 de junio de 2001
29 de junio de 2001