Amados
hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En
este quinto y último domingo después de Pascua, vemos en el Evangelio cómo
nuestro Señor les dice a sus discípulos, y a nosotros también, que hasta ahora
nada se le ha pedido al Padre en su nombre. Ha mostrado la importancia de cómo
se ha de implora, es decir, de orar, de rogar, de rezar en el nombre de nuestro
Señor Jesucristo. Y hacerlo en el nombre de Jesús es pedir la salvación. Jesús,
quiere decir salud, dador, el Salvador; el que da la salud eterna y la
salvación. Y por eso dice San Agustín que para pedir en el nombre de Jesús a
Dios Padre hay que suplicar en lo concerniente a la salvación de nuestras almas,
así se le implora nuestra salvación.
De
modo que si le estamos rogando ganar la lotería, ser ricos o famosos o tener
éxito, es evidente que esto no nos las va a dar y peor si no nos vamos a salvar
sino a condenar por medio de ellas. Cuánta gente es buena sólo cuando vive en
la lucha y sufre, pero cuando tiene dinero se corrompe; a cuántas almas
pervierte la abundancia, la prosperidad y no solamente las seduce con una mala
vida sino también a veces con el simple orgullo de creerse poderosos, más fuertes
y así oprimen y no les importa el débil y necesitado, el que llora, el que
sufre.
Si
vemos, esa es la historia de la humanidad: el que está arriba pisotea al que
está abajo, cuando debería ayudarlo; y el inferior cuando asciende no debería
vengarse. Eso es lo que sucede aquí en Colombia y en todo el mundo, pero aquí
de un modo desastroso, donde no se es superior para mandar bien, para ayudar,
para gobernar, sino para oprimir y sacar ventaja; eso es lamentable.
Es
una concepción completamente anticatólica de la vida y de la superioridad en
cualquier orden que sea. El patrón es el que guía, el que dirige a los otros a
su fin, y les ayuda y los sostiene, les da ánimo y trata de algún modo de
paliar las dificultades que puedan tener los otros. Lo demás es una concepción
falsa de la superioridad, de la autoridad, del mando, del poder, tanto dentro
de la Iglesia como fuera de ella, en la vida social como en la familiar.
Nuestro
Señor nos dice que siempre debemos pedir en su nombre, en nombre del Salvador,
la redención de nuestras almas y lo que es necesario para que no nos
condenemos; no lo que nos puede parecer indispensable, como como pueden serlo
algunas comodidades. El sentido de pobreza que hay que tener aunque se sea
multimillonario, es de renuncia, de desapego. ¿Por qué creen ustedes que
nuestro Señor nació en un pesebre y vivió pobremente? Porque era mucho más
perfecto vivir con poco en la renuncia, aun de lo necesario, para que
floreciera la virtud. Claro está que Dios no quiere que vivamos en la miseria pero
sí en la pobreza o, por lo menos, con sentido de pobreza a lo cual ayuda la
limosna. Ésta, que como el agua, apaga el fuego, los pecados o las deudas por
ellos.
Si
verdaderamente se hiciera caridad estarían más compensados la sociedad y el
mundo, no existiría la rapiña y la injusticia hoy legalizada, porque las leyes
ya no son católicas, no tienen que ver con la justicia y con la equidad y por
eso la falta de virtud en el orden social que genera la injusticia, la
iniquidad. El equilibrio está en la virtud, en el servicio y las obras que se
hacen por ella; pero como cuesta, entonces no nos gusta. Por ello los santos
son quienes han vivido en el heroísmo de la virtud, es decir, en su
permanencia, llegando así a la osadía de una vida santa y virtuosa en unión con
Dios. No debe ser a ratos solamente cuando comulgamos, queremos ir a Misa, o
cuando rezamos el rosario, y después, el resto de las veinticuatro horas del
día y de la noche qué, “hacer lo que se me da la gana”; por eso el mundo y los
católicos andan como andan, porque no permanecemos en ese espíritu de Dios
durante todo el santo día, sino de ratos cuando nos acordamos, y aún así
creemos que ya hemos hecho mucho.
Y
vemos también que en el evangelio de hoy nuestro Señor no solamente nos enseña
a pedir nuestra salvación sino que nos muestra el amor que nos tiene el Padre
eterno, a tal punto que no hace falta que le pidamos, le manifestemos nuestras
necesidades porque Él, que nos ama, las conoce; pero la condición, el soporte,
el fundamento de ese amor es nuestro Señor, “el mismo Padre os ama, porque
vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios. Salí del Padre y
vine al mundo; otra vez dejo el mundo y voy al Padre”. Entonces dicen los
discípulos que ahora sí les habla claro y no en parábolas, en imágenes, en
semejanzas, sino directa y abiertamente. Pero lo que pasa es que a veces es
difícil hablar abierta y directamente. Cuántas veces nos pasa eso con el
prójimo; entre más clara y abiertamente se hable, peor, hay que ir con rodeos o
con una comparación, con una semejanza.
Nuestro
Señor es el fundamento del amor del Padre, esto ya nos demuestra que cualquier
otro es falso, que no hay amor a Dios que no esté fundamentado en Jesucristo; y
ahí claudican todas las creencias y religiones que no se basan en Cristo y que
no conservan la doctrina de nuestro Señor Jesucristo. No hay que olvidar ese
carácter revelado de nuestra santa religión. No es una doctrina natural que
existiría si Dios no se hubiese revelado. Dios se reveló en nuestro Señor como
Él es, Uno y Trino, y por eso toda otra creencia, credo o religión transigen,
no existen delante de Dios, son inútiles; como ejemplo tenemos el judaísmo, el
mahometismo, el budismo, el protestantismo, porque aunque ellos vivan hablando
de Cristo no conservan su doctrina sino lo que a ellos les viene en gana; lo
mutilan como de hecho los mahometanos hacen, creen en Él pero como lo hacía
Arrio: que Cristo es un gran profeta, un gran personaje, pero que no era Dios,
que no salió del Padre.
Nos
damos cuenta entonces de la importancia de la divinidad de nuestro Señor y de
creer en ella, pues allí está el fundamento del amor que nos tiene el Padre y
si no, no nos puede amar como a hijos suyos sino como a réprobos, a condenados
y eso siempre lo predicó la Iglesia católica, apostólica y romana. Pero hoy no
se pregona eso; entonces ¿es que la Iglesia dejó de serlo? O, por lo menos,
¿esos que catequizan en nombre de la Iglesia no son de ella? ¡Claro que no!,
son usurpadores, protestantes que se quedan dentro de la Iglesia apoderándose
de su nombre, del de Cristo, del de Dios; esa es parte de la gran crisis que
hay hoy dentro de la Iglesia, porque el demonio se dio cuenta que hay que
atacar desde el interior, ya no desde el exterior.
El
gran papa San Pío X al inicio, al alba del siglo XX, dijo en su primera
encíclica que el anticristo no tenía otro trabajo que el de nacer. ¿Qué diría
cien años después? Porque fue en 1903 y estamos en el 2003, ¿qué manifestaría
hoy? Por eso debemos estar prevenidos para cuando llegue ese día, la
entronización dentro de la Iglesia del anticristo, que se ha ido preparando y
que se está haciendo dentro y fuera de la Iglesia, para que venga y reine
usurpando el poder de Cristo.
Los
fieles o lo que quede de ellos, porque no todo el que dice “Señor, Señor” es
fiel, pero lo que reste, ese pequeño rebaño leal que heroicamente mantendrá la
fe cuando toda esa abominación que hoy
vemos culmine en el anticristo, debe estar preparado. Los profetas, o
los que lo han anunciado, han llegado a hablar para los últimos tiempos incluso
de antipapas, es decir, de usurpadores en el trono sacrosanto de San Pedro y
eso hay que señalarlo.
Ya
desde el siglo XVII, comentadores del Apocalipsis como el venerable beato
Holzhauser, hablaban de anti-papas, porque el anticristo no vendrá de golpe. Y
desde mucho antes, también Beato de Liévana, del siglo VIII, uno de los grandes
glosadores del Apocalipsis cuyo libro quedó perdido y se encontró y es una
joya, habla de lo mismo, de la defección del clero bajo la bestia de la tierra
en connivencia con la del mar del Apocalipsis. La terrenal, que tiene la
apariencia de cordero, simbolizada con los dos cuernos, de Moisés; los dos
cuernos de la mitra que representan el Antiguo y el Nuevo Testamento y el poder
de Dios; luego es algo que aparenta ser de Dios e incluso su poder, pero que no
le sirve, no sirve a la Iglesia.
Y
la imagen fuerte de la gran ramera, la religión prostituida, corrompida pero
vestida de púrpura y escarlata, todo eso ¿qué es?, ¿literatura? Es mucho más
que eso. Es una profecía apocalíptica para los últimos tiempos de la Iglesia,
antes del advenimiento de nuestro Señor en gloria y majestad, cuando venga a
destruir toda esa usurpación de Satanás, de los infiernos, dentro de la
Iglesia.
Hay
que estar apercibidos si es que nos toca estar vivos, para salvar nuestras
almas, para pedir en el nombre de nuestro Señor, porque yo no puedo hacerlo en
el nombre de Cristo, de nuestro Señor, la salvación en el ecumenismo igualando
a todas las creencias y religiones que niegan la exclusividad de la Iglesia
católica apostólica y romana, que proclaman la libertad de cultos y de
creencias en el corazón endiosado del hombre moderno. Todas estas son herejías,
una detrás de otra; todo eso camina hacia la apostasía y eso hay que decirlo,
es mi deber, para que roguemos por la salvación de nuestras almas y para que
sigamos creyendo en la divinidad de nuestro Señor, en la de su santa Iglesia y
no en la prostitución de la jerarquía de hoy, que la tiene sumida, sumergida,
en esta espantosa y abominable crisis.
Duele
decirlo, pero hay que hacerlo, que el cardenal Castrillón, se deje de hacer el
payaso diciendo la Misa tridentina. Ayer dice la tridentina, y hoy ¿cuál? ¡La
moderna! Como una mala mujer que va con el que mejor le pague hoy para irse
mañana con el otro; ¿esa es la religión católica? Que deje esa payasada
circense que no hace más que convertir la Iglesia en el Panteón donde anidaba
en cada rincón un altar para el dios de cada uno y dentro de él nos quieren
meter hoy. Que gente como el padre Aulagnier, que durante tantos años ha sido
Superior de Francia, ahora se desvíe hablando de pluralismo litúrgico, diga
estupideces, hable de la catolización de la nueva misa que es protestantizante,
y eso que es uno de los más antiguos de la Fraternidad; ¿a dónde nos quiere
llevar?
Y
digo el padre Aulagnier porque si nadie en la Fraternidad va a alzar la voz lo
haré yo, pero primero espero que lo haga la autoridad de la Fraternidad, que lo
hagan los obispos, pero si no lo hacen, me tocará a mí. Porque no puede ser que
uno de entre los primeros miembros y brazo derecho de monseñor Lefebvre haga
también esa estupidez, esa claudicación y que haya alabado sin transigir ese
desistimiento de los padres de Campos, para que entraran al panteón del
pluralismo religioso, que digan la Misa de San Pío V en medio de las otras
religiones, en medio de la reforma litúrgica, que es revolucionaria.
No
queda más que la santa intransigencia de la verdad y donde no la haya, es una
posición exclusiva, es un solo punto el que me da la verticalidad, ya lo demás
no lo es; no hay otra alternativa, lo único que resta es mantenernos en esa
santa inflexibilidad, y el que no lo entienda, claudicará tarde o temprano.
Sometimiento que será uno tras otro, lo malo es que no se la advierta por miedo
de asustar a los fieles. La verdad no asusta, salva, porque si nos atemoriza,
es para nuestra salvación si respondemos a ella. Es un deber para mí el hacerlo
y el decirlo, para que ustedes aprendan a defenderse, porque no se sabe hasta
cuándo nos sea permitido tener la libertad de predicar, de decir la Santa Misa
y de que los fieles tengan el apoyo de los sacerdotes. Y, ¿qué irá a pasar si
los creyentes en esa soledad del desierto no han aprendido y no se les ha
enseñado a defenderse para que así salven sus almas?
Pidamos
a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, que guardemos estas cosas y las
meditemos y las tengamos presentes. No nos olvidemos de pedir siempre en el
nombre de nuestro Señor, en el de Jesús, la salvación de nuestras almas, ya que
el fundamento de nuestra salvación es la divinidad de nuestro Señor y en esa
aceptación tenemos la garantía del amor del Padre eterno. ¿Qué más queremos? Ya
tenemos la seguridad de nuestra salvación, pero está basada en nuestro Señor y
por eso es importante tenerlo presente y por eso la exclusión de todo lo que no
sea Cristo Redentor.
Pidamos,
pues, a nuestro Señor, mantener viva esa llama de la fe, aunque nos toque estar
solos. Pero que se conserve así en nuestro corazón para por lo menos salvarnos
nosotros si es que no podemos lograr socorrer a los demás. +
P.BASILIO MERAMO
25 de mayo de 2003
25 de mayo de 2003