Amados
hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En
este cuarto domingo después de Pascua de Resurrección, tiempo que es de
consolidación de la Iglesia, antes de la Ascensión de nuestro Señor, después de
los cuarenta días de su Resurrección, los apóstoles y la Iglesia reciben la
consolidación que culminará con la venida del Espíritu Santo.
En
el Evangelio de hoy veremos, pues, que los apóstoles están tristes porque
nuestro Señor ya los estaba instruyendo sobre su Pasión, su muerte, su agonía.
Y les anuncia la conveniencia de que Él se vaya al Padre para enviar al
Espíritu Santo, al Espíritu de Verdad, al Paráclito, el consolador. Pero con
esta palabra no está exactamente expresado el término, ni lo que quiere decir
paráclito, que más que consolador, como dice el venerable padre Castellani,
quiere decir: el que sostiene, nos reafirma, nos consolida desde adentro.
O
sea, que no es ese sentido sentimental de consolación, de paño de lágrimas,
sino de esa fortificación interna, espiritual, de solidez, firmeza de
afianzamiento interior; eso es lo que traduce el término paráclito, la verdad,
la palabra de Dios y que se manifestará en el Espíritu Santo. Nuestro Señor quiere disipar esa tristeza
pasajera de los apóstoles ante todo lo que Él les había anunciado. Pesar que de
paso es inútil y malo, sobre todo cuando es profundo; la única aflicción buena
y que viene de Dios es por el pecado, el dolor, el arrepentimiento de haberlo
ofendido; toda otra viene del demonio y es mala, como la producida por cosas de
este mundo, por no poseer bienes materiales, y una tristeza honda puede llegar
a la misma muerte.
Debemos
entender esta lección para no dejarnos llevar en este mundo por cosas inútiles,
por el mismo demonio que nos vuelve tristes y nos deprime; y vaya si el diablo
no aprovecha las depresiones para desequilibrar a la gente; de allí la necesidad
de esa consolidación y afianzamiento interior más que consolación sentimental,
que el hombre necesita y que Dios nos promete a través del Espíritu Santo, y
con esa garantía darnos la alegría no solamente a los apóstoles sino también a
nosotros.
Porque mucho más que decir
nuestro Señor, pero no las dice, sino que las señalará a través del Espíritu
Santo; por eso la urgencia de la Iglesia. No es como los protestantes, que
cuentan solamente con la Biblia, pero no todo está en ella, en el Evangelio, sino
también lo que se dirá a través del tiempo por medio del Magisterio infalible
de la Iglesia, no para que nos hablen de lo que no es de la competencia de la
Iglesia, sino de la Palabra de Dios y de allí la infalibilidad de la Iglesia
cuando la transmite y para eso ha sido instituida en ese Espíritu de verdad,
como dice Santiago apóstol en la epístola de hoy: “Nos ha engendrado con la
palabra de la verdad”, la palabra divina.
Por eso el católico es
verdadero, tiene que serlo, tiene que ir con la verdad por delante y por eso la
mentira es odiosa a Dios y aun la venial porque falsifica la veracidad y nos
prepara para que seamos de un espíritu falso como lo es el mundo, el demonio.
Antaño, un hombre se
caracterizaba por ser una persona de honor, es decir, que se sostenía en la
exactitud de su palabra, porque era palabra de hombre. Hoy eso no existe porque
no hay verdaderos hombres, todo el mundo miente, disimula y eso no puede ser.
Es faltar a la verdad y lo que es peor, cuando esos que mienten y disimulan son
los investidos con la autoridad de Dios, como el clero, los curas, los
sacerdote. Entonces, ¿qué se va a esperar de los fieles? Por eso no es
admisible la mentira, ni aun la pequeña, descartando la mal llamada mentira
piadosa, que no existe; distinto es que uno no pueda decir toda la verdad y
entonces haga una restricción mental sin mentir. No dice todo o dice algo que
es ambiguo, pero no una mentira que falsea la relación humana y la relación con
Dios. Porque hemos sido engendrados en el Espíritu y en la palabra de verdad y
por eso la asistencia y la necesidad del Espíritu Santo.
Pero
para que viniera el Espíritu Santo nuestro Señor tenía que marchar, ascender de
nuevo a los cielos, subir al Padre llevando su naturaleza humana en estado
glorioso. El Evangelio nos dice que así el mundo se convencerá de la
injusticia, o mejor dicho, de la justicia, porque va al Padre, porque Él es
justo, es decir, es santo. Y los judíos no querían reconocer esa santidad, esa
equidad de nuestro Señor. Entonces se convencerá el mundo de ello, porque va al
Padre y lo que está con el Padre es justo y santo como el Padre eterno. Se
convencerá de su pecado, de su iniquidad por no haber creído en nuestro Señor,
por no haberlo aceptado, por no haberlo reconocido.
Ese
es el pecado del mundo, el de los judíos, la perfidia judaica, el asesinato más
grande, el de deicidio, matar a Dios por no haberlo reconocido. Y por ese yerro
Satanás ya está juzgado. Muestra así nuestro Señor la victoria sobre el
maligno, aunque a nosotros nos toque sufrir los coletazos diabólicos del
infierno, pero sabemos que la victoria ya la obtuvo nuestro Señor.
Y
entonces con esto no solamente anima a los apóstoles sino a nosotros durante
todo el transcurso de este peregrinar, porque es un viaje. Ese el significado
de las procesiones, no es dar el paseo por ahí para salir con banderas, sino
para manifestar la fe en que vive el católico en este mundo, en esta tierra,
porque la verdadera patria está en el cielo, donde está el Padre eterno, donde
está nuestro Señor Jesucristo.
Nuestro
caminar en la tierra tiene que estar entonces en consonancia con Dios, con su
palabra, que hoy está siendo tergiversada, adulterada, profanada, violada y he
ahí el gran drama de estos tiempos. Pero la verdadera Iglesia, el católico
auténtico, conserva el espíritu de la verdad en el cual fue engendrado, como
nos lo recuerda Santiago apóstol hoy en la epístola. Por eso hay que meditar,
hay que leer el Evangelio, las Escrituras, o, por lo menos, reflexionar
sobre esos trozos o pasajes que corresponden
a la Santa Misa, para que así nuestra espiritualidad se afiance y nos afirmemos
en la verdad y no en la bobería, en la tontería; que tengamos legítimo espíritu
conforme al Evangelio porque allí está la Palabra de Dios y así podamos
atravesar este largo peregrinar que nos parecerá corto cuando haya acabado,
cuando hayamos llegado al término.
Pidamos
a nuestra Señora, a la Santísima Virgen, que nos conserve hoy y siempre en este
espíritu de verdad, en ese espíritu de Dios, en el Espíritu Santo que es el
alma que vivifica a la auténtica Iglesia. +
P. BASILIO MERAMO
18
de mayo de 2003