Amados hermanos en nuestro Señor
Jesucristo:
En el Evangelio de hoy vemos la
advertencia que nuestro Señor hace a la Iglesia, a sus discípulos y a sus
fieles. Advertencia que debe ser criterio de discernimiento para conocer a los
verdaderos pastores. Criterio de verdad y de doctrina que hoy es más necesario
que nunca, en medio de esta confusión espantosa de orden religioso, teológico y
doctrinal con el consiguiente coletazo de derrumbe moral que no es más que la
expresión de la corrupción doctrinal y conceptual que hoy impera.
Hay que hacer hincapié en esta
advertencia de nuestro Señor, porque desde la Revolución francesa el liberalismo
imperante en los corazones no ha hecho más que debilitar la capacidad de
reacción y de combate del católico; es como un sida espiritual que destruye el
aparato inmunológico del espíritu católico para combatir el error y la herejía.
Lo típico del liberalismo es diluir toda capacidad de resistencia y de combate,
de verticalidad y de ahí el odio entrañable a todo aquello que sea dogmático y
vertical, tajante, porque se quiere vivir en un espíritu de acomodamiento al
mundo, configurándose con él; la divisa de San Pablo era “no os configuréis con
este siglo”, con este mundo, hacer entonces desaparecer el antagonismo entre el
bien y el mal, entre la verdad y el error, ese es el espíritu del cual estamos
imbuidos.
La gran diferencia está en querer
combatirlo; el liberal propiamente dicho es el que no quiere contender en sí
mismo ese espíritu, que es el arma de Satanás para poder así dispersar el
rebaño. Ese es el mal que afecta a la jerarquía de hoy, a los pastores; por eso
monseñor Lefebvre insistía contra el liberalismo que desgraciadamente aquí en
Colombia se convierte en un tema político, y antes de ser un tema político o de
partido, es una concepción teológica y filosófica en contra de Dios que
reivindica la libertad del hombre ante Dios y ante la Iglesia, ante los
principios que limitan al hombre y que por eso tergiversan la libertad. Vemos,
por tanto, al hombre de hoy queriendo ser libre sin que nada lo limite en el
sentido de restricciones de los apetitos, sean cuales fueran las exigencias; por
eso cada uno pretende hacer lo que le dé la gana y no hay principio de autoridad
en la sociedad ni en la Iglesia; está destruido.
Y la advertencia de nuestro Señor es
que se juzgue al árbol por sus frutos. El mal árbol no puede dar buenos frutos y
el bueno no los puede dar malos. Eso nos lo dice para que juzguemos dentro de la
misma Iglesia quiénes son los falsos profetas; es una realidad que nuestro Señor
quiere poner en evidencia, la prueba que habrá y que hay en la Iglesia por los
fingidos pastores. ¿Qué es un profeta dentro del contexto de la Iglesia?, pues
un hombre que habla en lugar de Dios y da luz. Y un falso profeta es justamente
lo contrario, aquel que usurpa el nombre de Dios no para dar luz sino para
confundir y destruir; eso acontece hoy de un modo excepcional, porque lo general
es que haya verdaderos profetas, doctores, prelados que defiendan la verdad y a
las ovejas y no como el lobo rapaz disfrazado de oveja.
Hasta dónde llega nuestro Señor para
que no pequemos de bobería, de estulticia, porque vienen con apariencia de
oveja, con la zamarra, es decir que no se presentan como irreligiosos impíos o
abominables degenerados, sino como muy piadosos, religiosos, bondadosos,
hablándonos en forma halagüeña y fácil para hacer vibrar el corazón sentimental
que cada uno tiene y por eso a veces a la gente se le cae la baba por puro
sentimentalismo. Por eso nuestro Señor advierte la gran argucia y astucia de ese
cinismo terrible, ocultarse bajo la piel de oveja, de cordero, que simbolizan la
mansedumbre, sobre todo a la hora del holocausto, de la ofrenda, por eso
representa a nuestro Señor inmolado, que se deja sacrificar sin rechistar. Con
esa apariencia de Cristo opera el mal. Hay que tenerlo presente en las actuales
circunstancias de la Iglesia y de Roma; es un hecho.
Nuestro Señor habla de los frutos, de
los hechos y no de las palabras pues éstas se dicen pero son las acciones las
que demuestran cuál es el buen y cuál el mal pastor, el buen y el mal prelado.
Porque dice Santo Tomás que esos malos pastores, esos falsos profetas son los
doctores, los prelados, los obispos, los que tienen prelatura, es decir, un
cargo importante en la Iglesia: monseñor, obispo y cardenal. A eso se refiere
nuestro Señor, a que habrá obispos y cardenales, prelados que son falsos
profetas. Podrían hasta citarse los nombres, pero “ante las circunstancias,
abstente”, pues hay gente que se hace una imagen errónea de alguien en
particular y aceptan la cuestión en abstracto, pero cuando se les apunta con el
dedo afinando la puntería hasta el caso concreto hasta allí se llega, se resiste
y se cierra el oído a la verdad buscando aquellos falsos doctores que dicen
cosas halagüeñas, como la sirena que susurra al oído.
Es muy distinta la actitud católica y
piadosa. Se trata de una santa intransigencia, santa intolerancia del organismo
sano que rechaza los virus deletéreos de la enfermedad; sólo en un organismo
viciado, corrompido, hace mella la enfermedad, porque no la resiste, no la
combate, no la expulsa. Ya decía Menéndez y Pelayo que la intolerancia era lo
propio del católico sano y es justamente el liberalismo masón el que nos habla
de tolerancia para todo menos para el bien y la verdad y, por tanto, el mundo de
hoy no gusta de aquellos que hablan un poco duro, porque sólo quieren palabras
aduladoras. Esa es la dificultad, no se quiere oír y mucho menos
pensar.
Impera, por tanto, lo “light”, lo suave, lo dulce,
cuando es tan otra la realidad; nuestro Señor mismo advierte que no todo aquel
que dice ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, que quienes den
malos frutos entrarán al fuego del infierno, que hoy ha sido públicamente
negado.
Nadie se debe asombrar. Ha sido el
cardenal Castrillón quien ha publicado una carta escrita al superior de la
Fraternidad, monseñor Fellay, con una apariencia de autoridad bondadosa, en la
que impugna en el fondo la actitud de la Fraternidad. Eso exige una respuesta
porque es un gran ingenuo o un falso profeta con apariencia de oveja, para
desgracia, colombiano; hay que leer la carta ya que él mismo la hizo pública y
al ser tal abre tema al debate también público. Cualquiera, en defensa de la
verdad y honor de la Iglesia, está facultado para responder, porque no es mal de
una sola persona, cardenal o fiel, sino que es un mal que está afectando a la
Iglesia universal y ella es inconsútil, no tiene remiendos, costuras,
divisiones, es una y santa; su doctrina es una y es santa, luego no se puede
pontificar en el error. Vaya si lo hay tanto en prelados como en fieles que se
dicen todavía católicos.
La fe de la Iglesia no puede
claudicar en el error; iría contra el dogma de la indefectibilidad doctrinal de
la Iglesia. Eso debe hacernos reaccionar, reflexionar, pues no es la primera vez
que se cae en error y herejía. Casi todo el Imperio romano cayó en el arrianismo
y algo igual ocurrió con Inglaterra y el protestantismo, y la mitad de Europa
apostató con la Reforma Protestante y ¿acaso no advierte Nuestra Señora en
Fátima que se perderá la fe no ya de una nación o un continente sino en el
mundo? ¿Entonces qué pasará?, ¿o es que no se es capaz de intuir para poder
encontrar el contexto que nos da la luz para seguir la verdad?, porque el
verdadero católico, hijo de la luz, posee la fe y por eso no puede vivir en la
duda; tiene que vivir en la verdad y el fiel que duda no lo es, puede dudar un
momento pero no puede vivir en la duda, tiene que vivir en la certeza de la
verdad poseída por la fe. Ese es el dogma católico y no el relativismo doctrinal
predicado hoy por doquier.
Si verdaderamente somos católicos
tenemos que saber dónde está la verdad y con certeza de fe doctrinal; y si vemos
que algún fiel no la tiene, se le ayuda, pero no por eso se va a dejar arrastrar
en esa duda que es claudicar en la posesión de la verdad, de esa veracidad que
posee íntegra y totalmente la Iglesia católica, única arca de salvación. Este es
un dogma negado hoy por el ecumenismo, negada la exclusividad de la Iglesia como
arca de salvación y como poseedora exclusiva de la verdad
sobrenatural.
Es un nuevo arrianismo el que niega
la divinidad del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. Antaño el
arrianismo negaba la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, admitía que era un
buen profeta y un gran hombre, pero no Dios y hoy se niega la divinidad de la
Iglesia, su exclusividad, y se la coloca en plano de igualdad con falsas
religiones que tienen por autor a Satanás, como reza el Salmo 95, “Los dioses de
los gentiles son demonios”, es la palabra de Dios, todo ello perpetrado por
falsos profetas imperantes y gobernantes dentro de la Iglesia. Por tanto, hay
que contestar esta carta al cardenal Castrillón porque esto no es posible, si
realmente es un verdadero pastor, que no siga en el error, o que no use la
zamarra de oveja. Cosa difícil.
Por tanto, atenernos a los frutos
para poder discernir la verdad del error, el bien del mal y dentro de la
Iglesia. Misterio de iniquidad. Uno de los cinco grandes misterios de los cuales
habla San Pablo, como lo advierte monseñor Straubinger, el misterio de iniquidad
que en general es el mal, el pecado, pero de modo particular es la gran
apostasía que culminará con el anticristo, que pisoteará a Roma y se sentará en
la cátedra de Pedro. Ya la Virgen, en La Salette, dijo: “Roma perderá la fe y
será sede del anticristo”. Si esto es mentira, entonces tampoco es verdad La
Salette; pero si lo de La Salette es cierto, entonces hay que abrir los ojos
para no sucumbir bajo las doctrinas deletéreas de los falsos
profetas.
Eso es lo que nuestro Señor en todo
tiempo dice y se aplica hoy como nunca, para no transigir en la fe, para
permanecer fiel a su depósito, al revelado y que no se diluya en medio de las
falsas doctrinas y falsos credos, como lo quiere el ecumenismo. Esa es la
realidad. Hay que pedir, pues, a nuestra Señora de La Salette y de Fátima nos dé
la fe profunda para permanecer fieles a la verdad y no flaquear en nombre de
Dios y de la autoridad.
Pidamos a la Santísima Virgen María
nos dé esa fe y ese amor a la verdad para, si es necesario, morir por la verdad,
poder ofrecer en holocausto de expiación por nuestros pecados y los de los demás
esa sangre como lo hizo nuestro Señor en la Cruz. Ese es el espíritu católico y
cristiano, esa es la verdadera devoción. Tengamos presente todo esto para
profesar a nuestro Señor Jesucristo, unidos en la verdad. +
PADRE BASILIO MERAMO
7 JULIO 2002
7 JULIO 2002