¿A caso nadie le dijo nada acerca del Apocalipsis?, ¿A caso no sabe cosa alguna de Fátima o de la Sallette?
quien no quiere Ver, simple y llanamente NO VE, o quien quiere pretender presentar el Virgen traje del emperador a los "amigos y benefactores" y este tampoco quiere ver la verdad, no espere muchas mas oportunidades. Con mucho dolor me recuerda a la última emisión, de la Otrora Radio católica, en la que el Flamante Locutor, confunde Humildad con valentía, o incluso hace humilde al mismo Mehmet Alí Agca ya que entonces el asesino mencionado "Fue mas humilde al enfrentar a todo el mundo, y se atrevió a decir, No que era una especie de sedevacnte ligth, sino que no se explicaba como podía haber fallado (según las Faisanas Conjeturas, ya muy desvirtuadas.
En fin, estamos en la recta final, con todo, aquí transcribimos la burlesca epístola de marras:
CARTA A LOS AMIGOS Y
BENEFACTORES – MARZO 2013
BENEFACTORES – MARZO 2013
Queridos
amigos y benefactores:
Hace
mucho tiempo que esta carta se hacía esperar, y es con alegría, en este tiempo
pascual, que quisiéramos hacer un balance y exponer algunas reflexiones sobre
la situación de la Iglesia.
Como
ustedes saben, la Fraternidad se halló en una posición delicada durante gran
parte del año 2012, a resultas del último movimiento hecho por Benedicto XVI
que intentaba normalizar nuestra situación. Las dificultades provenían, por un
lado, de las exigencias que acompañaban la proposición romana – a las que no
pudimos y seguimos sin poder suscribir–, y por otro, de una falta de claridad
de parte de la Santa Sede que no permitía conocer exactamente la voluntad del
Santo Padre, ni qué estaba dispuesto a concedernos. El problema causado por
esta incertidumbre se disipó desde el 13 de junio de 2012, con una confirmación
neta el 30 del mismo mes, mediante una carta del propio Benedicto XVI que
manifestaba claramente y sin ambigüedades las condiciones que se nos imponían
para una normalización canónica.
Estas
condiciones son de orden doctrinal. Recaen sobre la aceptación total del
Concilio Vaticano II y la misa de Pablo VI. Por otra parte, como escribió Mons.
Augustine Di Noia, vice-presidente de la Comisión Ecclesia Dei en una carta
dirigida a los miembros de la Fraternidad San Pío X a fines del año pasado, en
el plano doctrinal seguimos estando en el punto de partida, tal como estaba en
los años 70’. Lamentablemente no podemos hacer más que suscribir a esta
comprobación de las autoridades romanas y reconocer la actualidad del análisis
de Mons. Lefebvre, fundador de nuestra Fraternidad, que no ha variado en las
décadas que siguieron al Concilio hasta su muerte. Su percepción muy justa, a
la vez teológica y práctica, sigue teniendo vigencia, cincuenta años después
del inicio del Concilio.
Deseamos
recordar este análisis que la Fraternidad San Pío X siempre hizo suyo y que
sigue siendo el hilo conductor de su posición doctrinal y de su acción: reconociendo
que la crisis que sacude la Iglesia también tiene causas exteriores, el
Concilio mismo es el agente principal de su autodestrucción.
A
fines del Concilio Monseñor Lefebvre expuso al Cardenal Alfredo Ottatiani en
carta del 20 de diciembre de 1966, los daños causados por el Concilio a toda la
Iglesia. Yo ya la citaba en la Carta a los Amigos y Benefactores n° 68 del 29
de septiembre de 2005. Es conveniente releer hoy en día algunos pasajes:
“Mientras
el Concilio se preparaba para proyectar un haz luminoso en el mundo de hoy si
se hubiesen utilizado los esquemas preparados, en los que se encontraba una
profesión solemne de doctrina segura frente a los problemas modernos, se puede
y se debe desgraciadamente afirmar:
“Que
de una manera casi general, cuando el Concilio ha innovado, ha hecho tambalear
la certeza de verdades enseñadas por el Magisterio auténtico de la Iglesia como
pertenecientes definitivamente al tesoro de la Tradición.
“Ya
se trate de la transmisión de la jurisdicción de los obispos, de las dos
fuentes de la Revelación, la inspiración de la Escritura, de la necesidad de la
gracia para la justificación, de la necesidad del bautismo católico, de la vida
de la gracia en los herejes, cismáticos y paganos, de los fines del matrimonio,
de la libertad religiosa, de los novísimos, etc. Sobre estos puntos
fundamentales la doctrina tradicional era clara y enseñada unánimemente en las
universidades católicas. Ahora bien, numerosos textos del Concilio acerca de
estas verdades permiten que ahora se dude.
“Las
consecuencias han sido rápidamente extraídas y aplicadas en la vida de la
Iglesia:
“-
Las dudas sobre la necesidad de la Iglesia y de los sacramentos implican la
desaparición de las vocaciones sacerdotales.
“-
Las dudas sobre la necesidad y la naturaleza de la ‘conversión’ de toda alma
implican la desaparición de las vocaciones religiosas, la ruina de la
espiritualidad tradicional en los noviciados y la inutilidad de las misiones.
“-
Las dudas sobre la legitimidad de la autoridad y la exigencia de la obediencia
provocadas por la exaltación de la dignidad humana, de la autonomía de la
conciencia y de la libertad, conmueven todas las sociedades, comenzando por la
Iglesia, las congregaciones religiosas, las diócesis, la sociedad civil y la
familia.
“-
El orgullo tiene por consecuencia natural todas las concupiscencias de los ojos
y de la carne. Quizá una de las comprobaciones más horribles de nuestra época
es ver a qué degradación moral llegó la mayor parte de las publicaciones
católicas. Se habla sin ningún pudor de la sexualidad, de la limitación de los
nacimientos por todos los medios, de la legitimidad del divorcio, de la
educación mixta, del coqueteo, de los bailes, como medios necesarios para la
educación cristiana, del celibato sacerdotal, etc.
“-
Las dudas sobre la necesidad de la gracia para ser salvados provocan la
desestima del bautismo, ahora relegado para más tarde, y el abandono del
sacramento de la penitencia. Además, se trata sobre todo de una actitud de los
sacerdotes, no de los fieles. Lo mismo sucede con la presencia real: son los
sacerdotes los que actúan como si ya no creyesen, escondiendo el Santísimo
Sacramento, suprimiendo todas las muestras de respeto hacia el Santísimo y
todas las ceremonias en su honor.
“-
Las dudas sobre la necesidad de la Iglesia como única arca de salvación, sobre
la Iglesia católica como la única verdadera religión, provenientes de las
declaraciones sobre el ecumenismo y la libertad religiosa, destruyen la
autoridad del Magisterio de la Iglesia. En efecto, Roma ya no es la Maestra de
Verdad única y necesaria.
“En
consecuencia, impulsado por los hechos, hay que concluir que el Concilio ha
favorecido de una manera inconcebible la difusión de los errores liberales. La
fe, la moral y la disciplina cristiana son conmovidas en sus fundamentos, tal
como lo predijeron todos los Papas.
“La
destrucción de la Iglesia avanza a paso rápido. Gracias a una autoridad
exagerada concedida a las conferencias episcopales el Sumo Pontífice se ató de
pies y manos. ¡Cuántos ejemplos dolorosos en un sólo año! Sin embargo, el
Sucesor de Pedro y sólo el Sucesor de Pedro puede salvar la Iglesia.
“Que
el Santo Padre se rodee de vigorosos defensores de la fe, que los nombre en las
diócesis importantes. Quiera a través de documentos importantes proclamar la
fe, perseguir el error, sin temer las contradicciones, sin temer los cismas,
sin temer desafiar las disposiciones pastorales del Concilio.
“Quiera
el Santo Padre alentar a los obispos a recuperar la fe y la moral
individualmente, cada uno en sus diócesis respectivas, como conviene a todo
buen pastor; sostener a los obispos valientes, incitarlos a reformar sus
seminarios, a restaurar los estudios según Santo Tomás; alentar a los
superiores generales a mantener en los noviciados y en las comunidades los
principios fundamentales de toda la ascesis cristiana, sobre todo la
obediencia; alentar el desarrollo de las escuelas católicas, la prensa de buena
doctrina, las asociaciones de familias cristianas; en fin, reprender a los
fautores de errores y reducirlos a silencio. Las alocuciones de los miércoles
no pueden remplazar las encíclicas, las directivas y las cartas a los obispos.
“¡Sin
duda soy muy temerario expresándome de esta manera! Sin embargo, compongo estas
líneas movido por un amor ardiente, amor por la gloria de Dios, amor por
Jesucristo, amor por María, por su Iglesia, por el Sucesor de Pedro, obispo de
Roma, Vicario de Jesucristo”.
El
21 de noviembre de 1974, tras la visita apostólica hecha al seminario de Ecône,
Mons. Lefebvre juzgó necesario resumir su posición en la célebre declaración
que tendrá como consecuencia, algunos meses más tarde, la injusta supresión
canónica de la Fraternidad San Pío X, que nuestro fundador y sus sucesores
siempre consideraron nula. Este texto capital se abría con esta profesión de
fe, que es la de todos los miembros de la Fraternidad:
“Adherimos
de todo corazón y con toda nuestra alma a la Roma católica, guardiana de la fe
católica y de las tradiciones necesarias para mantener esta fe; a la Roma
eterna, maestra de sabiduría y de verdad.
“Rechazamos
en cambio, y hemos siempre rechazado, seguir la Roma de tendencia
neo-modernista y neo-protestante que se manifestó claramente en el Concilio
Vaticano II, y después del Concilio, en todas las reformas que salieron de él.
“Todas
estas reformas, en efecto, han contribuido y contribuyen aún a la demolición de
la Iglesia, a la ruina del sacerdocio, a la aniquilación del Sacrificio y de
los sacramentos, a la desaparición de la vida religiosa, a una enseñanza
naturalista y teilhardiana en las universidades, en los seminarios, en la
catequesis; enseñanza salida del liberalismo y del protestantismo condenados
repetidas veces por el magisterio solemne de la Iglesia”.
Y
esta declaración concluía con las siguientes líneas:
“La
única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica, para nuestra
salvación, es el rechazo categórico de la aceptación de la reforma.
“Por
eso, sin ninguna rebelión, sin ninguna amargura, sin ningún resentimiento,
proseguimos nuestra obra de formación sacerdotal bajo la égida del magisterio
de siempre, persuadidos de que no podemos hacer un servicio más grande a la
Santa Iglesia católica, al Sumo Pontífice y a las generaciones futuras”.
En
1983, recordando el sentido del combate por la Tradición, Mons. Lefebvre
dirigía un manifiesto episcopal a Juan Pablo II, firmado junto a Mons. Antonio
de Castro Mayer, en el que denunciaba una vez más, la devastación causada por
las reformas postconciliares y el espíritu nefasto que se difundió por todas
partes. Subrayaba en particular los puntos siguientes en relación al falso
ecumenismo, la colegialidad, la libertad religiosa, el poder del papa y la
nueva misa:
-
El falso ecumenismo:
“Este
ecumenismo también es contrario a las enseñanzas de Pío XI en la encíclica Mortalium
animos: sobre este particular es oportuno exponer y rechazar cierta opinión
falsa, que está en la raíz de este problema y de este movimiento complejo por
medio del cual los no-católicos se esfuerzan por realizar la unión de las
iglesias cristianas. Los que adhieren a esta opinión citan constantemente las
palabras de Cristo: “Que sean uno… y que no exista más que un sólo rebaño y un
sólo pastor” (Jn. 17,21 y 10,16) y pretenden que a través de estas palabras
Cristo manifiesta un deseo o una plegaria que nunca fue realidad. Pretenden de
hecho que la unidad de la fe y de gobierno, que es una de las notas de la
verdadera Iglesia de Cristo, prácticamente hasta hoy en día nunca ha existido y
actualmente no existe.
“Este
ecumenismo, condenado por la moral y el derecho católicos, llega a permitir la
recepción de los sacramentos de la penitencia, de la eucaristía y de la
extremaunción de manos de «ministros no-católicos» (Canon 844 N. C.) y favorece
la «hospitalidad ecuménica» autorizando a los ministros católicos a dar el
sacramento de la eucaristía a los no-católicos”.
-
La colegialidad:
“La
doctrina ya sugerida por el documento Lumen gentium del Concilio Vaticano II
será retomada explícitamente por el nuevo Derecho Canónico (Can. 336); doctrina
según la cual el colegio de los obispos junto al Papa goza igualmente del poder
supremo en la Iglesia y ello de una manera habitual y constante.
“Esta
doctrina del doble poder supremo es contraria a la enseñanza y a la práctica
del magisterio de la Iglesia, especialmente del Concilio Vaticano I (DZ. 3055),
y de la encíclica de León XIII Satis cognitum. Sólo el Papa goza del poder
supremo, que él comunica en la medida que juzga oportuno y en circunstancias
extraordinarias.
“A
este grave error está ligada la orientación democrática de la Iglesia; los
poderes residen en el «pueblo de Dios», tal como es definido en el nuevo
Derecho. Este error jansenista ha sido condenado por la Bula Auctorem fidei de
Pío VI (DZ. 2602)”.
-
La libertad religiosa:
“La
declaración Dignitatis humanæ del Concilio Vaticano II afirma la existencia de
un falso derecho natural del hombre en materia religiosa, contrariamente a las
enseñanzas pontificias, que niegan formalmente semejante blasfemia.
“Así,
Pío IX en la encíclica Quanta cura y en el Syllabus, León XIII en sus
encíclicas Libertas praestantissimum e Immortale Dei, Pío XII en su alocución
Ci Riesce a los juristas católicos italianos, niegan que la razón y la
revelación funden semejante derecho.
“El
Vaticano II cree y profesa, de una manera universal, que «la verdad no puede
imponerse más que por la fuerza propia de la verdad», lo cual se opone
formalmente a las enseñanzas de Pío VI contra los jansenistas del conciliábulo
de Pistoya (DZ. 2604). El Concilio llega al absurdo de afirmar el derecho a no
adherir y a no seguir la verdad, a obligar a los gobiernos civiles a ya no
hacer discriminaciones por motivos religiosos, estableciendo la igualdad
jurídica entre las falsas y la verdadera religión (…).
“Las
consecuencias del reconocimiento del Concilio de este falso derecho del hombre
destruye los fundamentos del reino social de Nuestro Señor, conmueve la
autoridad y el poder de la Iglesia en su misión de hacer reinar Nuestro Señor
en los espíritus y en los corazones, llevando adelante el combate con las
fuerzas satánicas que subyugan las almas. Es espíritu misionero será acusado de
proselitismo exagerado.
“La
neutralidad de los Estados en materia religiosa es injuriosa para Nuestro Señor
y su Iglesia, cuando se trata de Estados con mayoría católica”.
-
El poder del Papa:
“Por
cierto, el poder del Papa en la Iglesia es un poder supremo, pero no puede ser
absoluto y sin límites, dado que está subordinado al poder divino, que se
expresa en la Tradición, en la Sagrada Escritura y en las definiciones ya promulgadas
por el magisterio eclesiástico (DZ. 3116).
“El
poder del Papa está subordinado y limitado por el fin para el cual su poder le
ha sido dado. Este fin ha sido claramente definido por el Papa Pío IX en la
Constitución Pastor æternus del Concilio Vaticano I (DZ. 3070). Sería un abuso
de poder intolerable modificar la constitución de la Iglesia y pretender
invocar el derecho humano contra el derecho divino, como en la libertad
religiosa, como en la hospitalidad eucarística autorizada por el nuevo Derecho,
como en la afirmación de los dos poderes supremos en la Iglesia.
“Está
claro que en estos casos y otros semejantes, es un deber de todo clérigo y fiel
católico resistir y rehusar la obediencia. La obediencia ciega es un
contrasentido y nadie está exento de responsabilidad por haber obedecido a los
hombres más que a Dios (DZ. 3115); y esta resistencia debe ser pública si el
mal es público y es un objeto de escándalo para las almas (Suma teológica, II,
II, 33, 4).
“Estos
son principios elementales de moral, que regulan las relaciones de los sujetos
con todas las autoridades legítimas.
“Esta
resistencia encuentra además una confirmación en el hecho que actualmente son
castigados los que se aferran firmemente a la Tradición y a la fe católica, y
que aquellos que profesan doctrinas heterodoxas o realizan verdaderos
sacrilegios en modo alguno son inquietados. Esa es la lógica del abuso de
poder”.
-
La nueva misa:
“Contrariamente
a las enseñanzas del Concilio de Trento, en su sesión XXIIª, contrariamente a
la encíclica Mediator Dei de Pío XII, se ha exagerado el lugar de los fieles en
la participación en la misa y se ha disminuido el lugar del sacerdote,
convertido en simple presidente. Se ha exagerado el lugar de la liturgia de la
palabra y se ha disminuido el lugar del sacrificio propiciatorio. Se ha
exaltado la comida comunitaria y se ha laicizado, a expensas del respeto y de
la fe en la presencia real por la transustanciación”.
“Suprimiendo
la lengua sagrada, se han pluralizado al infinito los ritos, profanándolos con
aportes mundanos o paganos, y se han difundido falsas traducciones a expensas
de la verdadera fe y de la verdadera piedad de los fieles”.
En
1986, a propósito del encuentro interreligioso de Asís, que constituía un
escándalo inaudito en la Iglesia católica, y sobre todo una violación del
primero de todos los mandamientos –“tú adorarás un único Dios”–, durante el
cual se vio al Vicario de Cristo invitar a los representantes de todas las
religiones a que invocasen a sus falsos dioses, Monseñor Lefebvre protestó
vehementemente. Dirá incluso haber visto en este acontecimiento insoportable
para todo corazón católico uno de los signos que había pedido al Cielo antes de
poder proceder a las consagraciones episcopales.
En
la Carta a los Amigos y Benefactores n° 40 del 2 de febrero de 1991, el Padre
Franz Schmidberger, segundo Superior general de la Fraternidad San Pío X,
retomó el conjunto de la cuestión y recordó la posición católica en un pequeño
compendio de los errores contemporáneos opuestos a la fe. Y nosotros hemos
pedido a algunos sacerdotes resumir en una especie de vademécum el conjunto de
estos puntos en diversos escritos después publicados, uno de los cuales es el
notable Catecismo de la crisis de la Iglesia del Padre Matthias Gaudron.
Actualmente,
siguiendo la misma línea, no podemos hacer más que repetir lo que afirmaron
Monseñor Lefebvre y el Padre Schmidberger en pos de él. Todos los errores que
ellos denunciaron, nosotros los denunciamos. Nosotros suplicamos al Cielo y a
las autoridades de la Iglesia, en particular al nuevo Sumo Pontífice, el Papa
Francisco, Vicario de Cristo, sucesor de Pedro, que no dejen que las almas se
pierdan por no recibir más la sana doctrina, el depósito revelado, la fe, sin
la cual nadie puede salvarse y agradar a Dios.
¿De
qué sirve dedicarse a los hombres si se les oculta lo esencial, el fin y el
sentido de sus vidas, y la gravedad del pecado que los aleja de aquello? La
caridad por los pobres, los más desfavorecidos, los relegados, los enfermos,
siempre ha sido una verdadera preocupación de la Iglesia y no hay que
prescindir de ello; pero si esto se reduce a la pura filantropía y al
antropocentrismo, entonces la Iglesia ya no cumple su misión, no conduce las
almas a Dios, lo cual no puede hacerse realmente más que a través de medios
sobrenaturales, la fe, la esperanza, la caridad, la gracia; y por tanto,
denunciando todo lo que se le opone: los errores contra la fe y contra la
moral. Porque si ante la ausencia de esta denuncia los hombres pecan, se
condenan para toda la eternidad. La razón de ser de la Iglesia es salvarlos y
hacerles evitar la desgracia de su eterna condena.
Evidentemente,
esto no será del agrado del mundo, que entonces se volverá contra la Iglesia,
frecuentemente con violencia, como nos lo muestra la historia.
Estamos,
pues, en Pascua de 2013 y la situación de la Iglesia está prácticamente sin
cambios. Las palabras de Monseñor Lefebvre tienen un acento profético. Todo se
ha verificado y todo continúa para gran desgracia de las almas que ya no
escuchan de sus pastores el mensaje de salvación.
Sin
dejarnos abrumar, ya sea por la duración de esta crisis terrible o bien por la
cantidad de prelados y de obispos que prosiguen la autodestrucción de la
Iglesia, como lo reconocía Pablo VI, nosotros continuamos proclamando, en la
medida de nuestros medios, que la Iglesia no puede cambiar sus dogmas ni su
moral. Porque sus venerables instituciones no se tocan sin provocar un
verdadero desastre. Si ciertas modificaciones accidentales que recaen sobre la
forma exterior deben ser hechas –como se produce en todas las instituciones
humanas– ellas no pueden ser hechas en ningún caso en oposición a los
principios que han guiado a la Iglesia en todos los siglos precedentes.
La
consagración a San José, decidida por el Capítulo general de julio de 2012,
sucede justo en este momento decisivo. ¿Por qué San José? Porque es el Patrono
de la Iglesia católica. Él continúa teniendo para con el Cuerpo místico el
papel que Dios Padre le había confiado respecto a su Hijo divino. Siendo Cristo
el jefe de la Iglesia, cabeza del Cuerpo místico, de allí se sigue que aquel
que tenía el cargo de proteger al Mesías, al Hijo de Dios hecho hombre, vea
extenderse su misión a todo el Cuerpo místico.
Así
como su papel fue muy discreto y en gran parte oculto –pero al mismo tiempo
perfectamente eficaz–, así también este rol protector –igualmente eficaz para
con la Iglesia– se realiza hoy en día en una gran discreción. Sólo con el paso
de los siglos se fue manifestando más y más clara la devoción a San José. Uno
de los santos más grandes, uno de los más discretos. Siguiendo a Pío IX, que lo
declaró Patrono de toda la Iglesia, sobre los pasos de León XIII, que confirmó
este papel y que inauguró la magnífica Oración a San José, Patrono de la
Iglesia universal –que nosotros rezamos todos los días en la Fraternidad–,
siguiendo a San Pío X, que profesaba una devoción especial por San José, cuyo
nombre llevaba, queremos hacer nuestras, en este momento dramático de la
historia de la Iglesia, esta devoción y este patronazgo.
Queridos
amigos y benefactores de la Fraternidad San Pío X: los bendigo de todo corazón,
expresándoles mi gratitud por vuestras oraciones y vuestra generosidad en favor
de la obra de restauración de la Iglesia iniciada por Mons. Lefebvre. Más aún,
pido a San José que les obtenga las gracias divinas que vuestras familias
necesitan para permanecer fieles a la Tradición católica.
+ Bernard FellaySEA PARA GLORIA DE DIOS
MARANATHA
Alberto González