San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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domingo, 14 de abril de 2013

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

 
Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este Evangelio escuchamos a nuestro Señor decir a los fariseos que Él es el buen Pastor. Aún más, como aclara el padre Castellani remitiéndose a Fray Luis de León, dice que utilizó el término kalos, que no es propiamente bondadoso sino hermoso, el Pastor hermoso; lo cual implica también la bondad, lo bueno. Se definió nuestro Señor Jesucristo como el Pastor, término que en el Antiguo Testamento dan los Profetas a Jehová, a Dios, Yahvé o Jehová, “el que es”.

Por cierto, en esas cuatro letras: yod, he, vav y he estaban presagiadas y contenidas: en las tres primeras, el misterio de la Santísima Trinidad; y en la cuarta, que se repetía con la segunda del tetragrama, estaba contenida la Encarnación. Los dos grandes misterios de la religión católica que contenía y contiene el nombre de Yahvé y que hizo convertir a un rabino estudioso que encontró allí la luz para pasar del judaísmo al cristianismo y escribió un libro intitulado “De la armonía entre la sinagoga y la Iglesia”, para mostrar cómo estaba contenido en el Antiguo Testamento el misterio de la Santísima Trinidad y de la Encarnación del Mesías rechazados por los judíos.

El término de Pastor era el que se asignaba a Dios, con lo cual nuestro Señor, al aplicárselo a sí mismo, también reivindicó su divinidad de acuerdo con las profecías, con el Antiguo Testamento, definiéndose como el Pastor bueno, como el Pastor hermoso. Mientras que los otros pastores, los malos, son mercenarios. Qué reproche para los fariseos, la elite, lo más granado del pueblo elegido. Por lo menos en su orgullo se tenían por los más religiosos y, sin embargo, eran los más corruptos.

Fenómeno para tener en cuenta ya que se da en la Iglesia, entre nosotros, entre los tradicionalistas. Porque es condición de la naturaleza humana que cuando corrompe la religión surge en su lugar el fariseo; esa es la putridez específica de lo religioso. El falso se queda con el follaje, la apariencia, toda la pompa sin que haya verdadera religión, verdadero espíritu religioso.

Eso era lo que reprochaba nuestro Señor a esa clase dirigente de los fariseos, los escribas. Por eso, entonces, les enrostra su error en contraposición a Él que es el Buen Pastor y describe a los mercenarios que desatendían a las ovejas, que no las apacentaban, que huían cuando veían venir al lobo, es decir, cuando venía la tribulación, la persecución. Mientras que la característica del buen pastor es defenderlas, no sólo apacentarlas sino cuidarlas, lo cual hoy brilla por su ausencia en el clero, en la jerarquía de la Iglesia, semejando a los fariseos, como mercenarios.

La característica fundamental del buen Pastor es que da la vida por sus ovejas como de hecho Él la dio en la Cruz muriendo por nosotros, para salvarnos, sin tener pecado, ni culpa, siendo inocente, más que un tierno niño que muere; a veces los padres y la sociedad se rebelan porque, ¿cómo muere un niño inocente?; pero se olvidan de que infinitamente más inocente era nuestro Señor y murió en la Cruz. De eso no nos percatamos y caemos en las sensiblerías del mundo moderno, un sentimentalismo tonto. Pues bien, todos esos sufrimientos de esa gente, de esos niños inocentes no hacen sino simbolizar, significar la inocencia de nuestro Señor; así que es un mérito sufrir de esta forma, y lejos de hacernos rebelar contra los designios de Dios, hay que mirarlos con fe.

Pero el mundo de hoy no lo puede hacer porque es ateo y esa impiedad se nos transmite en un sentimentalismo sensiblero que vibra ante las estupideces de novelas de pacotilla, sin argumento. Eso encanta, mientras la fe languidece, se corrompe, por culpa principalmente de los malos pastores, de los mercenarios, de los ministros de la Iglesia que no cumplen con su sacrosanto ministerio ni hacen el esfuerzo de apacentar las ovejas. ¿Cómo se las debe apacentar? Con la doctrina revelada, de la verdad. Esa es la función privilegiada del episcopado, de los obispos, quienes brillan por su ausencia; no pastorean las ovejas, están como los asalariados por la prebenda, el puesto, quieren el honor sin el sacrificio que el cargo conlleva, olvidan que la nobleza obliga, pues quieren ser ilustres sin sus responsabilidades, sin las obligaciones del cargo, y por eso las ovejas se dispersan.

Qué ejemplo nos está dando nuestro Señor en este Evangelio si lo comparamos con la situación de la Iglesia, del clero, de su misma jerarquía, que claudica en su deber. Nuestro Señor lo presagia, lo vaticina para que recordemos, para que el rebaño no se disperse, para que se congregue allí donde haya alguien que en el nombre de Dios, en representación de la Iglesia, no deje al rebaño regado. Eso fue lo que hicieron monseñor Lefebvre y monseñor De Castro Mayer quien acaba de ser vilmente traicionado por sus discípulos. Da vergüenza ver la carta a todo color, ese abrazo entre el Cardenal Castrillón y monseñor Lisinio (se va a publicar en la cartelera no para hacer apología, sino para mostrar a dónde se llega si no se tiene una clara visión de las cosas).

A eso podemos llegar si no tenemos esa sagacidad. Hay que ser prudentes como serpientes y sencillos como palomas nos dice nuestro Señor. El hombre religioso no es bobo, es manso; pero nuestro Señor, que era manso, sacó en dos ocasiones a los mercaderes del templo a latigazos y quién se imagina a nuestro Señor, iracundo, a fuete limpio, por defender el honor de Dios; cuando está en juego su honra, la mansedumbre es cobardía. Habría que rugir como león; eso fue lo que hicieron monseñor Lefebvre y monseñor De Castro Mayer, hoy traicionado. Sirva eso de ejemplo, no seamos asalariados, no estemos por la paga, por el sueldo, por vil interés, sino por la verdad y nada más que por ella. Aunque a veces cueste el decir la verdad, porque la condición humana es que a nadie le gusta que se le diga, porque ésta desafortunadamente ofende el orgullo, la maldita soberbia; cuando la verdadera humildad haría que la aceptásemos así fuera contra nosotros mismos.

Es la verdad la que nos juzgará y es la verdad divina, Dios, que es la suma y primera, objeto de la fe, como dice Santo Tomás, y tengámoslo en cuenta; el problema es de fe, no es ni de jurisdicción ni de otra cosa; por eso cayeron los padres de Campos, gran tentación de los acercamientos imprudentes con Roma, no la eterna, no la católica sino la revolucionaria, moderna, natural y progresista invadida por todos los enemigos de la Iglesia que no salen de ella sino que quedan dentro para destruirla, como ya lo dijo hace casi un siglo San Pío X.

Ahí están los mercenarios, y nuestro Señor nos deja en este Evangelio esa gran promesa de un solo pastor bajo un mismo rebaño, que sería el ecumenismo bien entendido; un solo rebaño bajo un solo pastor, Cristo, y no como se quiere hacer en la actualidad, la universalidad de una Iglesia sincretista, sin dogmas que dividan y que por eso se convoca a todos los representantes de las falsas religiones del mundo. Es el caos, pero como no hay fe, nadie se da cuenta o nadie se quiere saber de tamaña herejía o apostasía. Ese es el resorte del pontificado de Juan Pablo II, la inversión, la carnalización a la manera judaica; allí está la impronta de esa promesa, de esa profecía, un solo pastor con un solo rebaño, lo cual invierte el actual ecumenismo apóstata, por eso no quiere dogmas que dividan; los únicos que separan, los únicos que molestan, somos nosotros, los que guardamos la fe, la tradición de la Iglesia católica, apostólica y romana y por eso nos quieren dar el abrazo de una reconciliación en el error y que no los juzguemos, que no los señalemos, que no los combatamos.

No hay término medio, combatir hasta morir o sucumbir en la prostitución religiosa más grande que se haya visto a lo largo de toda la historia de la Iglesia. Porque no se trata de un solo cardenal o de un solo obispo, no son cuatro ni cinco, son la gran mayoría, por no decir la totalidad, salvo uno que otro; y ese lo será allí, en el rincón de su habitación, porque públicamente no hay un solo cardenal que eleve la voz, aparte de los cuatro únicos obispos tradicionalistas que quedan, de los cinco que habían con Monseñor Lisino, que claudicó; no hay, y si los hay ¿por qué no hablan? Quien no habla en público es como si no existiera, por eso se puede decir que todos temen, menos cuatro obispos, y se acabó; esa es la triste realidad.

Contamos con la gran promesa de nuestro Señor que sigue en pie aunque no sepamos cómo se verifique. Se realizará según la voluntad de Dios y no según esta inversión que hoy conocemos con el nombre de ecumenismo, de libertad religiosa, cuyas banderas ondean en las manos no de los buenos pastores sino de estos mercenarios. Y si no les gusta que les digan mercenarios pues que obren en consecuencia como buenos pastores, porque tampoco hay término medio, sí, sí, no, no, así son las cosas de Dios, así son las cosas de la religión, las exigencias de la verdad divina.

No se puede confundir la religión con las cosas externas, ni aun las buenas, como sacrificios u oraciones; todo eso vale nada si no se defiende la verdad, Dios, que es nuestro Señor Jesucristo. De nada me vale rezar, comulgar en la nueva misa y tragarme todo este falseamiento de la religión católica. No olvidemos el ejemplo de San Hermenegildo, cuya fiesta es el día trece de abril, contra su padre arriano, el rey visigodo en España. Este santo prefirió morir antes que comulgar de las manos de un obispo arriano en el día de Pascua. Gracias a él se convirtieron los visigodos, con su hermano Recaredo, y quedó como ley oficial de España la religión católica en el III Concilio de Toledo. Todo eso por obra de San Leandro, seguido de San Isidoro, su hermano, oriundos de Cartagena, en España.

Cuánta gente cree que hace un acto de piedad comulgando de mano de cualquiera y en cualquier misa, cuando lo que hay ahora es un neoarrianismo; el de antaño negaba la divinidad de nuestro Señor, el de ahora niega la divinidad de nuestro Señor en su Iglesia, en su cuerpo místico, como alguna vez lo dijo un sacerdote jesuita en España, pero que lamentablemente después no obraba en consecuencia; qué lucidez para catalogar de neoarrianismo lo que hoy vemos.

Sirva de ejemplo San Hermenegildo, pues gracias a su sangre derramada España llegó a ser la nación más católica del mundo, de la cual aquí en estas tierras somos herederos; no perdamos esa identidad cultural y religiosa como de hecho la estamos descuidando; que haya buenos pastores, santos obispos que apacienten la grey con la verdad de la divina palabra que está siendo pisoteada.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, perseverar sin olvidar esa gran promesa, por terribles que sean los acontecimientos que nos toca vivir y que se acrecentarán. Tarde o temprano habrá un solo redil bajo un solo pastor, promesa de nuestro Señor; por eso habla de otras ovejas que no son de este aprisco. Que la Santísima Virgen nos ayude para que todos podamos persistir en la verdad y salvar nuestras almas. +

P. BASILIO MERAMO
14 abril de 2002