Amados
hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
La Misa
que hoy celebramos corresponde al quinto domingo después de Epifanía. Como todos
saben, los domingos después de Pentecostés varían entre 23 y 28 domingos,
entonces esos 24 domingos después de Pentecostés se completan con los domingos
de Epifanía y la razón es debida a la fiesta de Pascua, que es una fiesta móvil
y de acuerdo con esa movilidad acontece esta variación.
En el
evangelio de hoy vemos cómo está la cizaña en medio del trigo. Santo Tomás de
Aquino, en su comentario al Evangelio de San Mateo, dice que en la otra parábola
anterior a ésta nuestro Señor quería mostrar la causa, el origen del mal,
ab extrínseco, es decir, el origen del mal desde
afuera y que con la parábola de hoy, de la cizaña, porque la otra era la del
sembrador, quiere mostrar el origen, la causa del mal desde adentro,
ab intrínseco.
Es una
gran lección. El mal siempre ha sido motivo de discurso filosófico y también por
desgracia lo ha sido de escándalo; no olvidemos que la interpretación que se
hacía del origen del mal produjo esa gran herejía maniquea que perduró hasta la
Edad Media con los albigenses, con los cátaros. Los maniqueos hacían del
principio del bien a Dios y del principio del mal al demonio o a un origen
maligno, estableciendo esa dualidad, por decir un poco grotescamente, un Dios
comienzo del bien y un dios comienzo del mal; o un demonio tan poderoso como el
Dios del bien, tanto, que la materia era producida por el mal y, por lo mismo,
no podía ser bueno lo que proviniese de la materia.
Muchos
entonces conculcaban el matrimonio y la procreación legítima; era imposible que
Dios se encarnase porque cómo iba a tomar un cuerpo humano si esa carne era
mala; y qué se diría de la comunión, que vamos a comulgar un cuerpo, la sangre
de nuestro Señor, si eso entonces también es malo y así sucesivamente se
destruiría toda la realidad sobrenatural y sacramental de la fe católica. Todo
lo anterior por no tener una concepción verdadera del origen del
mal.
Y
nuestro Señor quiere mostrar, primero, que existe el mal, que es una realidad y
quiere exponernos su causa. Éste existe de mil y una formas. El mal no se
origina en Dios sino que es introducido por el maligno, Satanás, que como
criatura espiritual libre, reniega y apostata de Dios y quiere que todo el
cosmos, que todo el universo que está por debajo de esa realidad angélica,
también haga el mismo acto de repudio de Dios. Ahí se inicia el mal en oposición
al bien que de suyo es difusivo, porque el bien se difunde por sí mismo. Por eso
el bien es caritativo, se da, se entrega, mientras que el mal quiere negar el
bien. Si vemos a nuestro alrededor el mal a través de las enfermedades, a través
de la muerte, es por el pecado y no solamente el de los ángeles malditos, sino
el de cada uno de nosotros que se suma en ese acto de repudio.
De allí
vienen las secuelas de ese mal que se va multiplicando porque va deteriorando
nuestro universo, va corrompiendo la materia, por eso hoy vemos tantas
enfermedades degenerativas como el cáncer, que es una descomposición de los
tejidos. Ya las enfermedades no son las mismas de antaño, sino más bien una
putrefacción, para mostrar cómo se acrecienta ese mal a través de las
generaciones. Por eso no debemos escandalizarnos cuando vemos a un niño que nace
sin culpa o que muere inocentemente, porque mucho más lo fue nuestro Señor y
murió en la Cruz.
Dios
deja el mal también como un modo de manifestar el bien si se lo asocia a la
Cruz, si se lo acepta. Por eso la Cruz es un escándalo para los paganos y para
el mundo de hoy. En cambio, para nosotros, lejos de ser un escándalo es una
gloria, es un triunfo, porque todo mal que suframos va asociado a la Cruz
redentora de nuestro Señor Jesucristo. El mundo de hoy, pagano e impío, no
quiere que se le hable del mal, quiere negarlo; aunque lo tiene a su alrededor
lo ahoga y lo aprisiona, quiere rechazar esa realidad; cuando alguien se muere,
nadie quiere velarlo en casa; cuando alguien tiene una enfermedad pretende que
el médico haga milagros, que se le alargue la vida de un modo inhumano, pero hay
que saber dejar fallecer a la gente y hay que saber hacerlo.
El
mundo de hoy no sabe morir, no quiere, está lejos hoy el sacrificio, la
abnegación. Por eso la separación de los matrimonios que no saben sufrir, no
saben soportar y mucho menos ofrecer ese padecimiento como un medio de merecer
el cielo. Muy al contrario, se gusta de la televisión, de la pornografía, de
todo aquello que exalte los apetitos y las pasiones; se quiere tener libertad
sin freno para todo aquello que caprichosamente se nos venga en gana, cuando es
otra la realidad que la Iglesia y Dios nos proponen. De igual manera se quiere
una religión que no hable de sacrificios, que vaya en consonancia con ese ideal
mundanal, que no se nos mencione el infierno, el pecado, una religión donde todo
sea lícito, según el parecer o conciencia de cada uno.
Pues
bien, esa religión ya existe y usurpa el nombre de católica pero no es la
verdadera que está en la Tradición de la Iglesia católica, apostólica y romana.
Por supuesto entonces hay una nueva misa que no es católica y sin embargo es la
que hoy la gente está obligada a escuchar. Quiere oírla pero no es misa sino que
es una synaxis sin altar, una mesa como quería Lutero, sin sacrificio, sin
calvario, sin cruz. Esa nueva religión sin Cruz es la que hoy está destruyendo a
la Iglesia y que será la religión del anticristo, mis estimados hermanos. Porque
no puede existir una religión católica sin Cruz. Y el sacerdote que predique un
cristianismo sin Cruz es un agente camuflado del anticristo, no es un sacerdote
de Dios.
Ese es
el drama de la hora presente que no me cansaré de advertir porque vivimos muy
distraídos, no queremos que se nos recuerde el Apocalipsis, como no nos gusta
que se nos recuerde que nos tenemos que morir. Pues todo lo contrario, hay que
tener presente la muerte y muy presente el Apocalipsis para tener la
inteligencia de los acontecimientos que hoy nos fustigan y que culminarán en la
gran apostasía del anticristo, pero que gracias a Dios, como dice San Pablo en
su carta a los Tesalonicenses, será destruido por la presencia de nuestro Señor,
por la Parusía de nuestro Señor. Satanás no quiere que se hable de la Parusía
porque sabe que será destruido el anticristo, el lugarteniente del demonio aquí
en la tierra con la presencia y majestad de Cristo Rey, bajando del cielo. Lo
dicen las Escrituras, pero desgraciadamente no lo queremos tener presente, ni
tenerlo en cuenta, ni que se nos recuerde.
Lamentablemente la mala formación del clero, no de hoy sino de
muchos años atrás, ha hecho que todas esas verdades no sean firmemente
recordadas a los fieles por lo que parecería un loco aquel que lo haga pues
estaría fuera de contexto. Personalmente, me importa muy poco estar fuera de la
moda; es más, si queremos conservar nuestra fe, la fe católica, apostólica y
romana, si queremos morir en la verdadera Iglesia de Dios en los momentos
actuales que nos toca vivir, debemos tener una espiritualidad profundamente
apocalíptica para defendernos del mal que destruye la Iglesia, brindándonos una
religión sin Cruz.
Esa es
la misión de todo sacerdote modernista, propagar una religión sin Cruz, una
religión sin dogma de fe; eso es el ecumenismo, mancomunar a todos los hombres
en un credo sin dogmas que dividan, es una realidad. ¿Qué pasa con ese proceso
sino la judaización de la Iglesia católica? El baluarte de la verdad está en la
sacrosanta religión católica que se conserva en la Tradición. Ahora bien, no
puede haber Iglesia Católica sin tradición, que no es de hombres sino divina y
no es más que la transmisión del depósito de la fe desde nuestro Señor
Jesucristo y los apóstoles; es la que nos da la garantía de la verdad, aunque
seamos una ínfima minoría. Y como minoría tenemos que ser valientes para
defendernos de cara al mundo, porque en el nombre de Dios se nos cortará la
cabeza. Vaya si no habrá peor fariseísmo, pero esa será la
realidad.
“No
todo aquel que dice ¡Señor, Señor! se salvará”, no todo el que dice ¡Dios, Dios!
se salvará, porque Dios, el Dios verdadero es Uno y Trino y no es el falso dios
de los mahometanos, de los judíos, de los testigos de Jehová, de los
protestantes, de los budistas, de los animistas, sino el de la revelación. Ese
es nuestro Dios que se hizo carne para redimirnos y salvarnos del mal. Ese mal
que debemos tener presente existe, al igual que el enemigo, pero no debemos
escandalizarnos y, eso sí, cuando lo detectemos, cercenarle la cabeza; por eso
la Iglesia tiene el arma de la excomunión que es guillotinarle la cabeza a
cualquier miembro que está pudriendo desde dentro la fe. También hay que saber
sufrir el mal porque no siempre es fácil detectarlo y al arrancarlo, porque
podemos también arrancar trigo; esa es la espera de la parábola de hoy, espera
hacia el final para que sin confusión ni error se separen los buenos de los
malos y que mientras tanto sepamos padecer a los malos y rezar por su conversión
para que también se salven, para que no rechacen a Dios ni a la Iglesia; por eso
la Iglesia es misionera.
Pidamos
a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que podamos perseverar en el bien y
la verdad para que proclamemos siempre en alto esa profesión de fe y así ser
fieles testigos de la verdad que es Dios nuestro Señor. +
PADRE BASILIO MERAMO
10 de noviembre de 2002
10 de noviembre de 2002