San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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lunes, 2 de marzo de 2009

BAJO LAS APARIENCIAS DE BIEN EL DEMONIO TIENTA COMO ÁNGEL DE LUZ.

Las Sagradas Escrituras nos advierten que Satanás muchas veces bajo aspecto de ángel de luz (bien aparentemente) seduce a los fieles buscando como un león rugiente a nuestro alrededor viendo a quien puede devorar por lo cual San Pedro nos exhorta a siempre vigilar.

Pues bien muchos (quizás la gran mayoría) de los defensores de la Tradición y de la Santa Misa de siempre, han visto en el Motu Proprio de Benedicto XVI un bien al afirmar (reconocer) que la Misa Tridentina o de San Pío V, nunca fue abrogada, y esto abre un horizonte de perspectivas de grandes esperanzas que desembocan en un optimismo halagador cual rocío al ávido y sediento terreno en un esperanzado reverdecer.

Pero si nos fijamos desapasionada y atentamente a la luz de la fe, nos percatamos del espejismo que nos presenta una volátil realidad que se esfuma y desvanece ante nuestros ojos.

No podía ser mejor, ni mas perspicaz el proponer un laudable reconocimiento conforme a la verdad que los tradicionalistas y Monseñor Lefebvre siempre afirmaron: que la Misa Tradicional nunca fue abolida de derecho aunque sí suprimida de hecho de modo abusivamente autoritario.

El sutil e inteligente reconocimiento de parte de Benedicto XVI afirmando que la Misa Antigua nunca fue abolida, a simple vista suena a triunfo, pero en realidad es el medio más audaz y efectivo para lograr su profundo y más querido anhelo de acuerdo a su óptica modernista, la más entrañable, cual ángel de luz bajo apariencia de bien, que ni aun muchos progresistas han sabido calibrar y apreciar en su fanático deambular.

La verdad es que si Benedicto XVI (de aguda y perspicaz inteligencia) pretende legitimar la Nueva Misa haciéndola pasar como una expresión fidedigna del rito romano de la Iglesia, no se podía continuar con el absurdo de seguir afirmando que la Misa Tridentina había sido abrogada, la cual por el simple hecho histórico y contenido dogmático fue a todas luces la expresión del rito romano (promulgada a perpetuidad), históricamente no se podía admitir como él mismo lo afirma en su propia biografía, una ruptura cismática como hasta ahora se venía haciendo, había que deshacer el entuerto; he aquí sus propias palabras: “El segundo gran evento al comienzo de mis años de Ratisbona fue la publicación del misal de Pablo VI, con la prohibición casi completa del misal precedente… Pero yo estaba perplejo ante la prohibición del misal antiguo, porque algo semejante no había ocurrido jamás en la historia de la liturgia… No se puede, por tanto, hablar de hecho de una prohibición de los anteriores y hasta entonces legítimamente válidos misales. Ahora por el contrario, la promulgación de la prohibición del Misal que se había desarrollado a lo largo de los siglos desde el tiempo de los sacramentales de la Iglesia antigua, comportó una ruptura en la historia de la liturgia cuyas consecuencias sólo podían ser trágicas.” (Joseph Ratzinger, Mi Vida, ed. Encuentro, Madrid 2005 pp. 148-149).

Con esto se ve claramente como para el Cardenal Ratzinger, desde entonces esto era una ruptura que históricamente no se podía sostener en pie y había que resolver el problema, máxime aún si con sibilina astucia y sagacidad su cometido era mostrar que la Nueva Misa es legítima continuación y expresión del rito romano de la Iglesia, no se podía permitir el estúpido lujo de una trágica ruptura, ni al menor de sus visos. Su ecumenismo inteligentemente dialéctico no se lo permitía, pues si él pretende hacer pasar la Nueva Misa como legítimamente romana, como su legítima expresión, cual cara de una misma moneda, no podía, ni puede seguirse afirmando que la otra cara de la misma moneda aunque no la principal (la Misa Tridentina) no lo es. Si ambas misas son la expresión de un mismo rito romano, es evidente que no se puede continuar con el estulto y tonto argumento de decir que la Misa antigua estaba prohibida o abolida, máxime si se quiere hacer pasar a la Nueva Misa (bastarda y protestantizante según el calificativo de Monseñor Lefebvre) como legítima expresión del rito romano al igual que la Misa Antigua históricamente (y además dogmáticamente) lo fue.

No se puede tolerar además en su cometido de amalgama (coagula) dialéctico ecuménico dejar el menor viso de ruptura (o cisma litúrgico histórico) que impida su síntesis dialéctica. Por esto el Cardenal Ratzinger se permite afirmar según su más profundo anhelo: “Para la vida de la Iglesia es dramáticamente urgente una renovación de la conciencia litúrgica, una reconciliación litúrgica que vuelva a reconocer la unidad de la historia de la liturgia y comprenda el Vaticano II no como ruptura, sino como momento evolutivo.” (Ibid. p. 150).

Queda manifiesto así, cuál es el verdadero motivo del reconocimiento de la no abrogación de la Misa Tridentina, es el famoso paso atrás para dar dos pasos más largos y profundos hacia adelante.

Sería ridículo pensar, según las mismas palabras del Cardenal Ratzinger, que su aparente cambio de posición se debe a un acercamiento hacia la Misa Tridentina, hacia la Tradición; no, es todo lo contrario, se trata de consolidar y legitimar la Nueva Misa y el Concilio Vaticano II, sin rupturas trágicas o dramáticas sino como una suave y dulce evolución, y que por todos sea así reconocido, admitido y aceptado pacíficamente.

Lo que se pretende es mostrar con suavidad y firmeza que tanto la Nueva Misa y el Vaticano II no constituyen ningún cisma o ruptura litúrgica (ni doctrinaria), sino que son el fruto de una evolución vital que hay que asumir y aceptar como legítima expresión de la Iglesia, así la Misa Tridentina por ser la antigua es expresión extraordinaria de un legendario pasado, y la Nueva Misa es la expresión ordinaria de un reluciente presente y vital porvenir.

No se puede ser más sutil, sagaz e inteligente para lograr anular sin dramas, ni dolor la legítima resistencia del glorioso combate por la defensa de la Misa de siempre y de la infalible Tradición de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana que el modernismo con un abrazo ecuménico quiere hacer desaparecer sin rastros de cadáveres malolientes y vergonzosos; la democracia no lo admite, no lo soporta, no lo tolera, pues únicamente se destruye lo que dialéctica y diabólicamente se sustituye.

Basilio Méramo Pbro.
13 de Diciembre de 2007